Ante un rostro que sufre —un acoso, una agresión, una guerra—,
no caben la traición ni la ecuánime distancia del espectador.
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«Para ti, la soledad es un patio de colegio.
En los recreos se ensayan las dinámicas de la tribu: los juegos de la crueldad.
La rebeldía es muy popular, pero casi todos obedecen sumisamente la autoridad de los líderes y los matones:
no hay transgresores capaces de defender a la chica marginada.
Del acoso recuerdas todos los silencios que encubrían las agresiones.
Así aprendiste que pocos apoyan a quien está acorralado y en posición frágil.
Por indiferencia. Por miedo.
En las historias aprendemos a resonar con el dolor de los demás.
Admiramos a quien alza la voz frente al violento, pero ese coraje tiene un alto coste.
En el relato evangélico de la pasión, alrededor de un inocente injustamente atacado, se describe un retablo de reacciones huidizas: la seducción del poder, la comodidad del espectador neutral, el temor a las represalias. Judas es el seguidor desleal que pone precio a su traición: “¿Qué me daréis si os lo entrego?”, ofrece a los sumos sacerdotes, y negocia la recompensa.
Por su parte, el prefecto Pilato cree que el reo merece ser absuelto —”no encuentro culpa en él”—, pero nada hace por protegerlo. Con el gesto de lavarse las manos, el gobernador romano abandona a la víctima y se exime de culpa: “Inocente soy de la sangre de este justo”.
El episodio más conmovedor atañe a Pedro, apóstol convencido de defender a Jesús hasta el final: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Cuando apresan al maestro, Pedro sigue de lejos al grupo, fiel a su compromiso de lealtad, pero una criada lo reconoce: “Tú estabas con el galileo”. Entonces falla a su amigo: “No sé de qué hablas”. Dos veces más: “No conozco a ese hombre”. Amanece y Pedro recuerda las palabras de Jesús en la última cena: “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”. Avergonzado, escapa. La escena culmina con una imagen inusual en la literatura antigua: un hombre corriente llora.
Resulta revolucionario que, en la encrucijada de un conflicto protagonizado por un mesías, autoridades romanas y altos sacerdotes, el narrador dirija su mirada compasiva hacia un pobre hombre angustiado. En el aria ‘Erbarme dich’ de su Pasión según san Mateo, Bach convierte la pena del viejo pescador en un dolor universal: quién no ha defraudado a un ser amado por cobardía, quién no ha hecho promesas y luego no ha estado a la altura, quién no se arrepiente de traicionarse a sí mismo […]».
Para escuchar a Bach: https://m.youtube.com/watch?v=BBeXF_lnj_M
El País #IreneVallejo #ElAtlasDePandora
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