El nacimiento de la infancia en nuestra cultura ha significado cambios revolucionarios en la forma en que organizamos nuestra vida diaria y la participación activa de los niños y niñas en esta, pero, amparados en la fragilidad infantil humanista y luego romántica, también se les ha inhabilitado y disminuido al rol de angelitos ajenos al mundo real.
Las personas de 3, 5, 8, 11, 13, 17 años de edad no están a medias, son personas enteras de esas edades que saben, tienen derechos, agencia y opiniones. Llevó su tiempo, pero niños, niñas y sus cómplices, con voz y voto, consiguieron que un 20 de noviembre de 1959 las Naciones Unidas publicara la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Más importante aún fue hacer esta declaración un instrumento jurídicamente vinculante, es decir, los Estados que la firman tienen una obligación legal de cumplirla. Ello se logró otro 20 de noviembre, pero de 1989, con la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño. Y es al día de hoy el tratado internacional más ratificado (aunque falte tanto camino para que se respete).
Dice la ONU en su página: “Esta Convención, la más universal de los tratados internacionales, establece una serie de derechos para los niños y las niñas, incluidos los relativos a la vida, la salud y la educación, el derecho a jugar, a la vida familiar, a la protección frente a la violencia y la discriminación, y a que se escuchen sus opiniones”.
La Revista de la Universidad-UNAM me encargó que escribiera un artículo sobre la visión de los niños y niñas sobre el futuro, para el número de diciembre-enero. Les interesaba un enfoque como el de mi artículo “¿Cómo contarles Ayotzinapa?“. Así que diseñé un cuestionario, en el ánimo de las Autoentrevistas de Wonder Ponder, con posibilidad de ser modificado por el entrevistado, y, con la ayuda de amigos y amigas mediadores recopilamos 68 testimonios. Comparto aquí un adelanto coral con algunos deseos de lxs niñxs para el futuro: “que los niños no sean maltratados”, “que haya más respeto entre niños y niñas”, que no existan: “enfermedades ni enfermos”, “violencia”, “bullying y drogadicción”; “que no roben a los niños y las niñas”, “que se resuelvan las desapariciones y muertes de los niños”, “que disminuya la contaminación”, “que el país no sea tan estricto”.
En estos tiempos pandémicos, a muchxs de ellxs les preocupa particularmente la enfermedad y la muerte, y muestran una suerte de aversión a la tecnología por exceso de exposición a dispositivos electrónicos. “¡No más pantallas!”, citaba antier Beatriz Helena Robledo a un niño lector en un conversatorio dentro del Séptimo Seminario de Fomento a la Lectura de la UNAM.La ONU también reconoce en su página sobre el Día Universal del Niño: “La crisis de la COVID-19 ha resultado ser una crisis de los derechos de los niños”.
¿Harán referencia al incremento en la violencia doméstica, las limitaciones para estudiar, la reducción de convivencia con pares, la falta de atención médica? Traducido así en derechos: “Derecho a la protección contra el abuso y la discriminación”, “Derecho a la educación”, “Derecho a reunirse con otros”, “Derecho a una vida segura y sana”. Muchos de estos derechos fueron publicados en un hermoso libro en el que dialogan con poemas de María José Ferrada e ilustraciones de Francisca Yáñez: Los derechos de los niños (un árbol de pan, un abrigo y una nube donde jugar) (Planeta, 2018). Me gusta en particular este que hace referencia a los amigos y amigas:
Otro libro, de descarga gratuita, de María José Ferrada es Ronda que abraza la tierra que contiene la declaración Universal de Derechos Humanos ilustrada por Karina Letelier y resumida para niños y niñas (Fundación de Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, 2020).
También han circulado recientemente muchas reediciones de la La anarquía explicada a los niños, publicada originalmente en 1931 por José Antonio Emmanuel, impulsor de la Biblioteca Anarquista Internacional (B.A.I.)Aunque el contenido es emancipador, el tono indicativo delata su carácter arcaico y un tanto aleccionador. Encuentro mayor sentido en las publicaciones que no le dicen al niñx “habla”, sino que lo dejan hablar, le dan espacio en la página. Hice un recuento de este tipo de libros colaborativos en esta entrada La imaginación inigualable.
Se suma a ese corpus que escucha con atención y fascinación a lxs niñxs, Crónicas de infancia de Joaquín Vazquez (Kintsugi, 2018), notable híbrido entre ensayo y microficción, diario y testimonio, de un profesor de filosofía, poeta y, como revela frente al grupo de chicos y chicas, marciano. Un adulto que asume toda subjetividad en su voz y en su elaboración literaria pero que también quiere ser fiel a la espontaneidad y hondura de sus interlocutores.“Mi experiencia con los niños no me tiene como protagonista, soy su testigo. La excepción a eso está dada por mis recuerdos, tergiversados por la mediación del tiempo, opacados por el mundo adulto. La infancia es una promesa que, en la época que atravesamos, parece volverse imposible”, dice en uno de los microensayos de su libro, parte de una selección que preparó generosamente para el blog.
Entre la defensa de los derechos de lxs niñxs (y un día simbólico, 20 de noviembre, tan importante), el Día Mundial de la filosofía (19 de nov.) y los 100 años de Bradbury (sus Crónicas marcianas son código familiar entre Joaquín y su grupo, y eje narrativo de su libro), no puedo encontrar mejor representante que este sensible antropólogo de la infancia, uno de esos aliados con los que niños, niñas, adolescentes y jóvenes han contado para contar su versión, uno de esos que los reconocen como personas y habilitan espacios críticos de conversación, pensamiento y agencia política. Un profe un poco marciano, sí.
“La infancia es, siempre, otra cosa, renueva el mundo con su voz excéntrica e impredecible. No puede calcularse ni normalizarse sin perderse”, escribe Joaquín. Que así sea y que disfruten de este vistazo entrañable e inspirador a sus Crónicas…
Adolfo Córdova
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