La adolescencia de los ‘minishorts’: ¿hipersexualización o moda?


Diana Oliver.
De Mamas y de Papas



Ellos visten pantalones caídos dejando ver la ropa interior, más cómodos y sin la misma connotación sexual, ¿qué les preocupa, realmente, a los padres?. 
Ellas visten shorts imposibles y camisetas que terminan mucho antes de llegar al ombligo. Ellos, pantalones caídos dejando ver la ropa interior, pero mucho más cómodos y sin la misma connotación sexual. Esta podría ser la descripción de la forma de vestir de muchos de los adolescentes pero, ¿se trata de una cuestión generacional que “solo” trae de cabeza a padres que no lo pueden entender, o es la consecuencia más evidente de una sociedad hipersexualizada?
Los lugares comunes nos dicen que siempre habrá un padre o una madre quejándose de su hijo adolescente. De sus ideas, de su forma de ver la vida, de la música que escucha, de los amigos que le rondan y hasta de la ropa que se pone. Y es ahí, en la forma de vestir, en la que caben tantos planteamientos como adolescentes porque, aunque no lo creamos, estamos ante uno de los grupos sociales más diversos y heterogéneos que existen. Sin embargo, y partiendo de que el concepto de adolescencia es un concepto moderno y no propio de todas las culturas, son precisamente los lugares comunes los que nos conducen una y otra vez hacia un concepto difuso de “moda adolescente”, que no es otra cosa que una forma de llamar a una herramienta identitaria: “Su personalidad se está forjando y por eso la elección de la ropa es importante para ellos. Así se construyen a sí mismos y contribuyen a construir la mirada de los demás sobre ellos mismos; y en ese espectro se han movido y se mueven los adolescentes, tratando de encontrar su sitio también a través de la ropa”, explica Paula Martos, doctora en Historia especialista en género, para quien, además, la globalización ha contribuido a convertir esas identidades diversas en algo “globalizado y reconocible a nivel internacional”.
Para Alba Castellví, educadora, socióloga y mediadora especializada en niños y adolescentes, la elección de la ropa es importante para todos, no solo para los adolescentes ya que no tiene solamente una utilidad práctica, sino que está socialmente codificada: “Vestirse es un juego de múltiples significados que habla de nosotros: de nuestra posición social, de nuestro carácter... La ropa es un mensaje que emitimos acerca de quienes somos e incluso de cómo queremos relacionarnos con los demás. Las adolescentes desean anunciar que dejaron de ser niñas y quieren gustar. Pertenecer a un grupo y contar con la aprobación del entorno es una necesidad muy acentuada entre muchos adolescentes. La pertenencia se expresa a través del aspecto físico y la aprobación se consigue fácilmente asimilándose a los demás. Ello explica cierta uniformización en el vestir: los minishorts, por ejemplo, se han universalizado entre la población juvenil femenina”.
Crecer en una sociedad hipersexualizada.
Ahora bien, para Kepa Paul Larrañaga, sociólogo y presidente de la Asociación del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA), puesto que todo hecho que sucede a nivel económico, social, político y cultural afecta a cualquier grupo social y humano, los adolescentes no escapan tampoco de las influencias externas. Por tanto, para el sociólogo, es evidente pensar que si vivimos en un entorno en el que los contenidos hipersexualizados dominan los medios de comunicación e internet, estos también influyen en el grupo social adolescente, “no como un grupo social sexualizado en sí mismo si lo comparamos con el resto de grupos sociales adultos, sino como consecuencia de la sociedad en la que viven: machista y que cosifica el cuerpo de la mujer”.

Define la socióloga Alba Castellví la hipersexualización como “el enfoque instrumental de la persona mediante su percepción como objeto sexual” y apunta que “son muchas las chicas que se valoran a sí mismas sobre todo en función de su atractivo sexual, que potencian al máximo, y ello empieza pronto: el sociólogo Neil Postman ya habló en 1994 de "la desaparición de la infancia" en su libro The disappearance of childhood, en el que exponía la tesis de que la infancia se pierde a causa de su nueva concepción como público consumidor. 

Hoy lo vemos con toda claridad: incluso las niñas son usadas como objeto cuando se convierten en modelos de la moda sexy”.
El problema es que normalmente esta "liberación" se ha producido desde la mirada masculina, desde la mentalidad patriarcal.
Y es que la moda femenina y muy especialmente la moda juvenil son clara expresión de la hipersexualización de la sociedad occidental contemporánea. Según la historiadora Paula Martos, con el desarrollo de las revistas de moda y la aparición de los centros comerciales en el siglo XIX y, más tarde, a partir de la década de 1920, con la popularización de las tendencias de moda y su extensión a todos los estratos sociales, la ropa femenina ha seguido el camino de la sexualización. “En el siglo XX hay algunos modelos especialmente significativos como las chicas pin-up, cuyo auge se dio en la década de los 40. También de esta época destaca el modelo de la denominada femme fatal, y en los años 80 hay toda una revolución en la vestimenta, que afecta sobre todo a los jóvenes. Hay muchos hitos: el corsé, el sujetador, los tacones, las medias, la minifalda, el bikini... así como la progresiva desaparición de la ropa que alcanza su punto álgido con el topless”. Y es esa desaparición la que nos conduce a la pregunta de si llevar menos ropa es una liberación para el cuerpo o es una forma de sexualizarlo. En opinión de la historiadora ambos conceptos son igualmente válidos: “Por un lado, si entendemos que la sexualidad femenina ha estado reprimida y ha tratado de liberarse entonces será “liberadora”. El problema es que normalmente esta "liberación" se ha producido desde la mirada masculina, desde la mentalidad patriarcal, desde una industria de la moda dominada por hombres, por lo que también podría entenderse como una forma de sexualización”.

Comparte esa idea el sociólogo Kepa Paul para quien “la forma en la que nos vestimos refleja un modelo de expresión social que afecta a las adolescentes y a los adolescentes que quieren vestir de manera provocativa, insinuándose el hecho de poder ser libres aunque se propicie la conservación de estereotipos de género evidentes, y sin olvidar que afecta de igual manera a todas y todos los adultos que visten de igual forma de manera provocativa”.

La influencia de las redes sociales e internet


Es imposible cerrar los ojos a una realidad, la tecnológica, y especialmente a cómo esta se ha integrado en la mayoría de los ámbitos de nuestras vidas, desde el personal y familiar hasta el laboral. Y no solo como adultos. Según Kepa Paul Larrañaga, diversos estudios europeos sitúan la edad media de inicio en el uso de las redes sociales e internet en torno a los 6 o 7 años. Teniendo en cuenta que es alrededor de los 10 años cuando se integran los estereotipos de género, son muchos los estímulos a los que los adolescentes han estado expuestos “en relación a la asunción social de su papel de género y por tanto de los estereotipos vinculados socialmente a ese rol de género”. Para el sociólogo, “basta con observar la cantidad de fotos en perfiles de redes sociales donde se presentan tanto adultos como adolescentes con imágenes sexualizadas. Todo enmarcado en una sociedad que continúa queriendo aparentar físicamente ser joven o incluso adolescente para ser más atractivo sexualmente”.


“La ropa está sexualizada, no los adolescentes"Dado que es a través de las relaciones entre iguales pero también familiares, sociales y del entorno escolar como los adolescentes van configurando su propia identidad social, es importante analizar qué mensajes seguimos lanzando como sociedad en cuanto a los roles de género, estereotipos, culto al cuerpo e hipersexualización. Opina Nora Rodríguez, pedagoga y fundadora de Happy Schools Institute, que hay que ir más allá del concepto de hipersexualización en el uso de un determinado estilo de ropa y hay que mirar cómo son los adolescentes de hoy y quién influye en ellos. “No es solo un estilo de moda que usan para llamar la atención, estamos hablando de iGens, la primera generación de adolescentes cuyas vidas están diseñadas por la tecnología móvil y las redes sociales. El modo en que visten proviene del omnipresente uso del iPhone, con un individualismo inflado. Los adolescentes crecen con móviles, y tienen una página de Instagram antes de comenzar la escuela secundaria. Pasan de cinco a seis horas al día enviando mensajes de texto, chateando, jugando, navegando por la web, transmitiendo y compartiendo vídeos, y pasando el rato en línea; y todo teniendo en cuenta, además, que las niñas son increíblemente vulnerables porque usan más las redes sociales, e informan el doble del índice de acoso cibernético que los niños”.


¿Qué hacer? Para la pedagoga, docentes y familias deberían caminar hacia la construcción de un pensamiento más crítico en una sociedad en la que la mercadortecnia gira en torno a lo sexual. “La ropa está sexualizada, no los adolescentes. Ellos no quieren quedar excluidos por lo que debemos enseñar a los adolescentes que el marketing de los nuevos medios siempre beneficia al vendedor, no necesariamente al comprador”.




Según Alba Castellví, por su parte, “la familia debe actuar, en la medida de lo posible, como filtro en el bombardeo de mensajes del mercado y también como protectora de la autoestima y garante de la capacidad de resistencia de las niñas y jóvenes” ante lo que sugiere que como padres nos planteemos las cosas mucho antes: “En primer lugar, cuando sus hijas son aún pequeñas, los padres deben ser agentes preventivos. Para ello, han de evitar proyectar la imagen de sus hijas. Usarlas en redes como Instagram para mostrar una imagen de éxito, de niña bonita, implica transmitir la idea que la apariencia es importante, y las chicas aprenderán pronto de sus madres a considerarlo de este modo”. Añade que padres y madres debemos ser conscientes y críticos acerca del significado de la moda sexualizada femenina: “Deben tomar consciencia de cómo la imagen les contagia de roles o arquetipos, y de los valores a los que se asocian: seducción, el atractivo como valor supremo...” Y, por último, añade que lo más importante debe hacerse desde el punto de vista educativo, mediante procesos de comunicación adecuados que inviten a las niñas a preguntarse: “¿soy más libre, vistiendo como todas, o lo soy menos? ¿Qué o quién me sugiere cómo debe ser mi imagen? ¿A qué preferencias obedece y por qué?








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