Mamá, me bajo a la calle a jugar


Se acabó el tiempo de “la mesa puesta”, 
hay que tener conciencia de nuestro espacio público 
y educar desde la infancia en el respeto
reivindicando de nuevo “la calle” y los espacios de convivencia. 
Si éstos se crean desde las iniciativas ciudadanas, el consenso y la apropiación serán mayores. 
Es necesario crear puentes entre las administraciones y la ciudadanía, ya hay debates y foros donde empieza a sentirse que la ciudad somos todos y que todos participamos en lo público.
Debemos conseguir que “la casa y la calle” estén al mismo nivel, 
para que los niños bajen a jugar felices.

Mamá, me bajo a la calle a jugar
Miembros del colectivo Aliseda 18. © Archivo Aliseda 18
La falta de apego por lo público y, como consecuencia, por el espacio público de nuestras ciudades tiene sus raíces en la progresiva pérdida de memoria colectiva que se ha ido produciendo a lo largo de los siglos XX y XXI, en paralelo a la evolución física de las grandes ciudades. La pérdida de identidad como vecinos “de barrio” es un hecho, sobre todo en las generaciones más jóvenes, más ligadas al espacio laboral que al residencial. La organización de la vida cada vez más funcional por falta de tiempo provoca el abandono de los espacios “de proximidad” de nuestras casas, en muchos casos porque están deshabitados.
El modelo de vida ligado al coche no necesita el espacio público en la vida cotidiana, sólo en los momentos de ocio. La evolución del parque residencial hacia una estructura cada vez más cerrada, en la que los espacios de relación se reducen a los espacios privados de parcela, produce que nuestras calles y plazas estén vacías. Hoy en día, el uso del espacio público tiende hacia su privatización, y el alquiler del espacio público en favor de empresas privadas para publicidad u hostelería es una práctica habitual en las ciudades (españolas). La medida de valor de las cosas desde el punto de vista económico parece ser la política que rige los ayuntamientos actuales.
Actualmente, en Madrid, la regulación del uso del espacio público se recoge en la Ordenanza Municipal del Uso de Terrazas y Veladores, que asigna una tasa a los locales con terraza en función de su localización. La Plaza de Santa Ana, el único espacio público de cierta dimensión en el barrio de Las Letras de Madrid, está ocupado en un 70% por terrazas de hostelería, dejando el resto del espacio para dos minúsculos parques infantiles y suelo pavimentado con 6 bancos individuales para todos los usuarios del barrio. La recaudación anual es de unos 90.000 euros a favor del ayuntamiento, cantidad ridícula si la comparamos con el presupuesto anual del mismo, sobre todo teniendo en cuenta la pérdida de espacio público de los ciudadanos. Este ejemplo sirve para ilustrar sobre la tendencia de las políticas municipales que, en muchos casos, ven una oportunidad lucrativa en el uso del espacio que, en realidad, es de todos.

arquitectas
© Archivo Basurama
En paralelo a esta situación y, más ahora, en el contexto de crisis actual y tras muchos años construyendo objetos culturales ensimismados, ha proliferado el activismo ciudadano vinculado con la reivindicación del uso de espacio público para fines sociales, impulsado por proyectos participativos.
Sin embargo, la recuperación de calles y plazas como espacios de convivencia de todo tipo de personas es una de las mayores preocupaciones de una nueva corriente de colectivos, muchos de ellos formados por arquitectos, que piensan que la vida urbana sólo es posible a través de iniciativas vecinales.

campo cebadaEl Campo de la Cebada en La Latina; ¡Esta es una Plaza! en Lavapiés; Aliseda 18 en Carabanchel; Autobarrios en Sancristóbal de los Ángeles o Taller Tabernillas en el centro son sólo unos pocos ejemplos de las muchísimas iniciativas ciudadanas de todo tipo y origen que están surgiendo últimamente en muchas de nuestras ciudades. No pocas de ellas con apoyo de la administración pública, que ha visto reducido su presupuesto, y al no poder afrontar proyectos urbanos de envergadura sin privatizar parte de su patrimonio, se beneficia de estas iniciativas low-cost que se basan en el trabajo voluntario y desinteresado de muchos colectivos.

Se acabó el tiempo de “la mesa puesta”, hay que tener conciencia de nuestro espacio público y educar desde la infancia en el respeto, reivindicando de nuevo “la calle” y los espacios de convivencia. Si éstos se crean desde las iniciativas ciudadanas, el consenso y la apropiación serán mayores. Es necesario crear puentes entre las administraciones y la ciudadaní;, ya hay debates y foros donde empieza a sentirse que la ciudad somos todos y que todos participamos en lo público.
Debemos conseguir que “la casa y la calle” estén al mismo nivel, para que los niños bajen a jugar felices.
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Lucila Urda es Arquitecta por la Universidad Politécnica de Madrid, especialidad de Urbanismo y doctorado en Suficiencia Investigadora en Periferias y Sostenibilidad en la misma universidad. Su tesis se tituló Arte efímero y espacio público. Co fundadora de PEZarquitectos
Patricia Leal es Arquitecta por la ETSAM (Universidad Politécnica de Madrid). Especialidad de Edificación. Co fundadora de PEZarquitectos

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