Los niños y niñas sufren un déficit de naturaleza. Entrevista a Heike Freire







Eva Terol

Ecoavant



La pedagoga Heike Freire. / Foto: Heike Freire
Heike Freire, GSIA
Entrevista a la pedagoga Heike Freire. 
La autora del libro 'Educar en verde. Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza' reclama un cambio en la educación ambiental


Para Heike Freire, los niños de hoy pasan demasiadas horas entre cuatro paredes y sufren un déficit de naturaleza. "La educación, o es ecológica, o no estamos educando bien", asegura. Su propuesta pedagógica está recogida en Educar en verde: Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza (Editorial Graó, 2012).

¿Qué significa educar en verde?El título del libro juega con una imagen y un concepto. La imagen de los niños creciendo y aprendiendo en la naturaleza, y el concepto de una pedagogía verde. Es una idea que tomo de Alice Miller, psicoanalista suiza que distingue entre pedagogía blanca y negra, (la que somete al niño con la amenaza del castigo). Mi propuesta tiene que ver con buscar el acercamiento a la naturaleza y la relación con niños y niñas, que también forman parte de ella.

La principal conclusión a la que llega en el libro es que los niños necesitan naturaleza, pero la naturaleza también necesita a los niños...
Así es. Las circunstancias vitales de los niños y niñas han cambiado muchísimo. Hoy, la mayoría viven en ciudades y han perdido la posibilidad de salir de manera autónoma a la calle. Pasan muchas horas sentados y encerrados. Y para desarrollarse de forma sana necesitan moverse, jugar en espacios abiertos y tener mucho más contacto con las plantas, con los animales y con otros niños.                           Continúa


Habla de arresto tecnológico, escolar y domiciliario... ¿Tanto tiempo pasan encerrados?El 76%, según un estudio reciente de la Universidade do Miño. Los niños españoles pasan, de media, entre 990 y 1.200 horas anuales frente a una pantalla y 960 en la escuela. Hay estudios de psicólogos que señalan que, para estar sanos, necesitan entre tres y cuatro horas de juego espontáneo en la naturaleza. Pero, si miras sus horarios, verás que eso es imposible. Salen del colegio y van a actividades extraescolares, y aparte tienen que dedicar entre hora y media y dos a los deberes. En total, se calcula que pasan unas 1.950 horas sentados, en espacios cerrados y en actitud pasiva. No tienen la posibilidad de desarrollar de manera natural su psicomotricidad, sus habilidades, su capacidad de resolver problemas, su sociabilidad... Todo lo que en un entorno más abierto y natural sí podrían desarrollar.

¿Cómo hacer frente, desde la educación, a la adicción a los móviles, los ordenadores, etc.?El tema de la tecnología es muy delicado. Ofrece un tipo de estimulación muy intensa y, a la vez, vacía. Hay estudios que prueban que el encefalograma de alguien que está viendo una pantalla es el de una persona privada de todo tipo de estimulación sensorial. Los niños se están acostumbrando a un tipo de estímulo que en la naturaleza no existe. En los videojuegos todo va muy rápido, pero en la interacción entre personas de carne y hueso las cosas son mucho más lentas. Los sonidos y los colores naturales son más suaves. Hay niños que, cuando los llevas al campo, si no tienen la pantallita, se aburren.

¿Cree que la tecnología es mala?Creo que nos sentimos sobrepasados por ella y que genera mucha culpa en madres y padres. Estamos liados, trabajamos muchas horas y no podemos darles a los niños ni la atención que quisiéramos, ni el contacto y el tiempo de juego con otros niños. Así que acaban con la maquinita. No digo que haya que quitarlas, pero sí que deberíamos aprender a gestionarlas, ponerlas a nuestro servicio, en lugar de ser sus esclavos. Lo sorprendente es que, si a un niño le preguntas cómo es un día maravilloso, no te contesta un día con las maquinitas, sino un día en el campo con la familia o los amigos.
A pesar de que las condiciones sociales les afectan mucho, mantienen ese sentido de lo que es de verdad importante. Obviamente, estar mirando una máquina no es una necesidad vital. En cambio, respirar aire puro, moverse, poder tocar y abrazar a otras personas... sí lo es. Los adultos, en cambio, nos confundimos mucho más y olvidamos que las verdaderas necesidades humanas son muy básicas.

Sostiene que la falta de contacto con la naturaleza es la causa de muchas enfermedades. ¿Cuáles? y ¿cómo llega a esa conclusión?Es una hipótesis que planteó el periodista americano Richard Louv. En Estados Unidos, uno de cada cinco niños está bajo tratamiento con algún tipo de medicación. Es grave y alarmante. Él fue el que acuño el término déficit de naturaleza. En su opinión, muchas de las dolencias infantiles modernas, como el estrés, el TDAH (déficit de atención-hiperactividad), la ansiedad e incluso la depresión, podrían estar relacionadas con la falta de actividad en espacios abiertos, aire puro, contacto con plantas y animales, etc. También la obesidad, el asma o las alergias podrían vincularse a esa carencia.

¿Hablamos de un nuevo tipo de trastorno?Es muy importante no caer en el error de convertirlo en una nueva enfermedad, una nueva etiqueta. Se trata más bien de una vía para que los adultos reflexionemos sobre la necesidad de relación con el entorno natural y los problemas que puede provocar su ausencia. Durante un tiempo, participé en proyectos de escuelas en zonas forestales y pude comprobar cómo niños y niñas de guarderías cambiaban por completo su comportamiento cuando venían con nosotros al bosque. Tenían menos enfermedades, catarros, alergias. Y se comportaban de manera muy diferente.

¿Cómo se enseña a un niño a respetar la Tierra, a querer protegerla, a sentirse parte de ella?Aunque en mi libro critico la educación ambiental que tenemos, mi intención era más bien reclamar un giro. Afortunadamente ya empieza a darse esa reorientación en programas de la Unión Europea y otros países. Hasta ahora, la educación se ha basado excesivamente en los temas energéticos que, si bien son importantes, no son los únicos ni resultan esenciales. Por otra parte, ha estado demasiado enfocada en aspectos abstractos. Por ejemplo, se estudia la lluvia ácida o el problema de deforestación del Amazonas y para ello, nos sentamos todos delante de la pantalla de un ordenador. El otro día me decía una profesora: "Estamos estudiando los tipos de hábitats y ni siquiera hemos estado en la dehesa de ahí al lado".

¿Tiene sentido estudiar la situación en el Ártico o la selva amazónica y desconocer la biodiversidad más cercana?Ese es otro de los problemas: hemos hecho una educación ambiental muy global. Pero si queremos ser ciudadanos globales, lo primero que debemos hacer es conservar nuestra raíz local. Lo que hace que una persona sienta respeto por el planeta y se comprometa con él es el sentimiento de biofilia. Todos venimos al mundo con ese amor por la vida. Desde que empiezan a andar, los niños sienten atracción por el agua, la tierra, los animales. Es algo innato. En cada ser vivo está impresa la lógica de la interdependencia. Sabemos que nos necesitamos unos a otros. Tenemos, como especie, una vinculación inconsciente con todos los seres del planeta.

Sin embargo, esa biofilia no se desarrolla igual en cada uno... ¿Qué es lo que hace que alguien llegue a ser un activista ecologista?Los estudios demuestran que la gente que ha dedicado su vida a defender la naturaleza ha estado en contacto cotidiano y prolongado con ella. Además, siempre han tenido a un adulto cercano que les ha transmitido ese amor y ese interés, no imponiéndoselo, sino compartiendo su entusiasmo. Otras investigaciones muestran también que, cuando intentamos educar a los niños en ecología hablándoles de todos los desastres que causamos y, además, les decimos que tienen que salvar la Tierra, se produce el efecto contrario, y la tendencia es echar a correr.

¿Qué características debería tener una auténtica educación medioambiental?Las escuelas se tienen que transformar, y empiezan a hacerlo. Los patios se están convirtiendo en huertos, jardines, granjas. Muchas maestras y maestros crean aulas al aire libre, en los patios o en zonas verdes alrededor de los centros, para que los niños no tengan sólo media hora de recreo y puedan integrar la naturaleza en el currículo. También dentro de las aulas empiezan a introducirse nuevos materiales. A una maestra, por ejemplo, cansada de que los niños colorearan la famosa ficha de Piolín, un día se le ocurrió traer unos pollitos a clase.

Muchos centros se están poniendo las pilas con el tema de los huertos escolares ¿cómo valora esas iniciativas?Los huertos y propuestas similares deben progresar y hacer que la naturaleza sea el nexo de unión de todas las materias que se imparten. En un huerto puedes trabajar desde matemáticas hasta educación en el medio, por supuesto, pero también lengua y cualquier otra asignatura. En el huerto se aprende tocando, oliendo y sintiendo. Se descubren los ritmos de la naturaleza, cómo tener paciencia, asumir responsabilidades, trabajar en equipo...

La naturaleza, ¿debería ser la base de la educación?O la educación es verde, y tiene a la ecología como base y a la naturaleza como soporte, o ya no estamos educando. La competencia fundamental que los niños de hoy necesitan aprender ya no es manejar un ordenador, sino desarrollar el contacto con la vida. Sólo así podrán llevar vidas sostenibles el día de mañana, aprenderán a respetar la Tierra y a relacionarse con ella de una forma que no sea depredadora, como la nuestra.

¿Tienen los niños y adolescentes de hoy más conciencia ecológica que quienes lo fuimos hace 20 años?Yo diría que esa conciencia está más en el discurso que en la realidad. Es cierto que son cada vez más conscientes de lo que está pasando, lo ven en televisión, pero eso no se traduce en una relación distinta con el entorno. El mundo que conocemos se está desmoronando y los niños del futuro, muy posiblemente, tendrán que aprender a cultivar su propio huerto, a producir sus alimentos y su ropa, a funcionar con nuevas energías y sobre todo a relacionarse con la comunidad y a trabajar en equipo. Hoy sólo aprenden que tenemos muchos problemas, pero tienen que conocer también las soluciones.



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Heike Freire se licenció en psicología y filosofía en la Universidad París X y más tarde se convirtió en pedagoga, mientras trabajaba como consultora del gobierno francés en el Instituto de Educación Permanente de la capital gala. Además de impartir talleres y conferencias, ha publicado casi un centenar de artículos. Es miembro de la Asociación GSIA.

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