La lectura temprana es un buen vehículo para desmontar prejuicios en las nuevas generaciones de ciudadanas y ciudadanos.

Entrevista a los creadores de la Editorial NUBEOCHO.


“Estábamos hartos de las princesas rosas de Disney y de los niños estereotipados.
En los mejores sistemas educativos no hay deberes para casa.
Con relatos sencillos como el de Daniela pirata, se puede tratar muy bien qué sea el machismo o las exigencias del trato en igualdad.
A las chicas se les sigue comiendo el coco para que vayan a carreras o profesiones tradicionalmente femeninas.
Para suprimir estereotipos se avanzaría mucho revisando los libros de texto… y la preparación del profesorado.
Desde los dos o tres años, hay que tratar editorialmente el respeto a la diversidad..."



Fotos: Teresa Rodríguez
NUBEOCHO es una editorial madrileña, de carácter infantil sobre todo, 
cuyos primeros libros aparecieron en 2012. 
Su trayectoria tiene especial interés para cuantos entienden 
que la lectura temprana es un buen vehículo para desmontar prejuicios 
en las nuevas generaciones de ciudadanas y ciudadanos. 
En su catálogo hay títulos de autores e ilustradores comprometidos con ese patrón, 
que combinan calidad editorial y calidez humana.



Miryam Aguirre y Luis Amavisca son los creadores de Nubeocho
El nombre –dicen– es un juego de palabras y podía ser algo muy dadá: es Nubeocho como podía ser “pera-siete” o “elefante-cuatro”. Pero también es un concepto muy anglo –pues trabajan mucho en inglés–, idioma en que la expresión “nubenueve” –on cloud nine– se dice cuando se está de maravilla, en el éxtasis, en el paraíso. Aclaran que ellos están un pasito antes, en Nubeocho, en preparación para.

¿Cómo surgió?
L(uis): Nosotros venimos del mundo del arte y las revistas de arte. Yo había trabajado como artista plástico para una galería, y en cosas de marketing…, me gustaba mucho el álbum ilustrado, la ilustración. Los dos teníamos mucha relación con ese mundo artístico que conocíamos y trabajábamos. Pensábamos que faltaban por cubrir ciertos aspectos: que hablaran de igualdad, por ejemplo, de diversidad o temas difíciles como la muerte. Pensábamos que había ahí un nicho de asuntos que no se estaban ofreciendo…
M(iryam): Enfocar aspectos nuevos nos parecía muy interesante: fomentar siempre la lectura, pero tratando temas importantes. La lectura genera personas –personitas también que cambien el mundo, para lo cual debíamos tocar temas que no se suelen tratar en la literatura infantil. Estábamos hartos de las princesas rosas de Disney y de los niños estereotipados. Había que revisitar esos cánones que se transmitían de manera mala, transmitir otros valores sin olvidar la calidad literaria y la ilustración, que es tan importante. De paso, generar esa curiosidad al niño. No plantear estos asuntos como una cosa pesada, porque se pueden tratar de manera divertidísima y despertar ganas de seguir leyendo.

¿Los autores, cómo los buscáis?
(Hablan indistintamente Miryam y Luis)
Vienen mucho y los buscamos. Ahora mismo, vienen demasiados; recibimos unas 300 propuestas solo en este verano. Vamos viendo: ya tenemos autores de referencia, y también internacionales. Escritores, sobre todo, hemos trabajado con españoles, pero también hemos publicado autores suizos, británicos y algún francés. Muchos son muy conocidos. En este momento, nos suelen llamar más ellos a nosotros, aunque a veces los contactamos para ciertos temas. Cuando empezábamos como editorial, que no nos conocían, éramos más nosotros los que les escribíamos.

¿Y los ilustradores?
Es un poco parecido. Trabajamos con muchos; de todos los países, aunque más mezclados. Son en un 25% o un 30% españoles, pero el resto son franceses, italianos, alemanes, argentinos, de Irán ahora, americanos… Conocemos dosieres, trabajamos con agencias, vamos a las ferias… Sobre todo la de Bolonia, el mayor referente en libros infantiles. Cuando tienes un texto, piensas en el contexto, la ironía con que trabaja, y piensas en quién te va a encajar más; si son personajes animales, si son humanos, buscas y siempre barajas dos o tres nombres…

¿El texto es primero?
Se suele trabajar a partir de un texto que se les da, pero luego siempre hay un trabajo en que se pule, se modifica, se cambia, y el ilustrador, a veces, lo trabaja. Los editores somos más los que dividimos ese texto, según el número de pliegos que tenga el libro, en 12, 14 o 16 pequeños fragmentos, pero siempre el ilustrador puede cambiarlos, a veces se implica y da su opinión, porque el texto dice algo que ya cuenta la ilustración y entonces se quita para la edición… Es un trabajo mano a mano, codo con codo, entre escritor, ilustrador y editores.

¿Qué proyectos tenéis entre manos?
A medio plazo, tenemos una programación segura de casi tres años. Publicamos en EEUU, donde nos piden una anticipación enorme. Ahora estamos preparando los libros que salen allí dentro de un año, en otoño. Hay algunos ilustradores de renombre, además, que te piden un año como mínimo para trabajar sus proyectos, y ya te pones en dos años. Juntas los tiempos de producción, de trabajo sobre el libro, sumas y te pones en casi tres años.
Pero a corto plazo, para esta próxima primavera, tenemos Clara Campoamor, que es un libro en que tenemos mucho interés, con Raquel Díaz Reguera, una de las autoras que además ilustra más valoradas en España con libros muy emblemáticos como: ¡Qué aburrido ser una princesa rosa! Es una autora muy destacada. Y tenemos otros libros. Uno, por ejemplo, de mucho humor y muy divertido: Yo no he sido, a propósito de los niños cuando hacen una chapuza: si lo reconocen o no, si acusan a otro de al lado.
También tenemos un libro para hablar de la adopción, escrito por una autora norteamericana, la autora de Las princesas más valientes, que suele tocar temas más sensibles. Será un libro ilustrado por un iraní. No es un libro que hemos comprado, sino producido por nosotros desde un principio. Se llama El día en que llegaste y es otra de esas cosas en que las familias con niños adoptados no tienen referentes buenos de literatura infantil, hay muy poco. Es un intento, un libro de ternura sobre la espera de ese niño que, aunque no haya crecido en una barriga de la familia, ha sido deseado y querido, y cuando llega a la familia los vínculos afectivos son los mismos, idéntica la relación de amor de la familia con el niño adoptado. Ya te hemos dicho tres. ¡Hay más!

¿Tenéis en vuestro catálogo Las princesas más valientes?
Es un libro de Dolores Brown, autora americana medio mejicana. Lo trabajamos hace mucho tiempo. Su primer texto llegó hace unos tres años. Era una especie de catálogo de princesas. El álbum ilustrado más vendido de la historia es Las princesas olvidadas, de Rébbeca Dautremer, que ha vendido millones de libros; un catálogo de princesas, que es poético, pero que sigue manteniendo ciertos estereotipos que en un momento dado rozan incluso el machismo. Dolores Brown nos presentó su texto que era más un catálogo de diferentes princesas con diferentes años y características, razas e incluso con una princesa en silla de ruedas. Había, también, una princesa anciana que era viuda, se había echado un nuevo novio y, además, Dolores tenía mucho interés en que en la ilustración no apareciera con nietos; no, era una señora mayor que tenía un nuevo novio y no quería vincularla como la abuelita. Además de esta princesa mayor con novio, había una divorciada, una soltera madre…, una princesa que estaba gordita. Era romper con todos esos estereotipos.
Disney nos ha enseñado todos estos años que la princesa debe ser rubia, de ojos azules, de 60-90-60, cinturita de avispa y, por supuesto, modosita y calladita, que está en casa bordando… y no era eso lo que proponía Brown. Era romper con eso. Hay que pensar que la primera princesa negra Disney, Tiana, es de hace apenas diez años, y la otra representación racial, Pocahontas, es de 1995. En este libro de nuestra autora también hay una princesa india que es abogada y que lucha por los derechos y la igualdad.

¿Y La pirata Daniela?
Es la primera pirata niña, porque realmente no hay casi ninguna. Es una pirata que surca los mares en su velero, Araña saltarina, pero lo que quiere es ser pirata en el Caimán negro, el barco más temible de todos los mares: todo el mundo cambia las rutas para no encontrarlo. Ella quiere ser pirata en este barco. Lo busca, lo busca, lo busca, hasta que un día por fin lo encuentra. Sube a bordo y se encuentra a toda la tripulación, capitaneada por el malvadísimo Oreja cortada, y le dice: “Yo quiero ser pirata en vuestro barco”. Toda la tripulación se parte de risa por el suelo: “¡Qué niña! ¿Cómo vas a ser tú pirata? Para ser pirata en este barco hacen falta muchos requisitos”. Entonces, tiene que superar una serie de pruebas demostrando que es velocísima, que sabe pescar, sabe cocinar y que tiene todos los atributos que le piden para ser pirata allí. Cuando ya lo supera todo, Daniela dice que por fin puede ser pirata en aquel barco, pero Oreja cortada dice que no. “No puedes ser pirata en este barco porque te falta lo más importante, que no eres niño, los únicos piratas son niños”. Entonces Daniela se dice: “Si hubiera sabido llorar, lo habría hecho a mares”. Pero no podía ante una injusticia tan grande. Entonces, hay un motín de la tripulación contra Oreja cortada, lo echan y aclaman a Daniela como la capitana.
Lo maravillosos de este libro es que consiga, a través de ese referente Daniela capitana de piratas niña, que no las hay explicar a niños y a niñas de una manera muy sencilla qué es el machismo y qué es la igualdad. Eso explica también el exitazo del libro, que va ya por la sexta edición. Tanto que tenemos en baile el libro 2, que saldrá para el otoño de 2019.

¿Sobre violencia infantil qué tenéis?
Tenemos algunas cosas. El acoso escolar es uno de los pilares que queremos trabajar de diferentes formas. El más reciente es Hoy no juegas. Una niña entre 3 y 6 años, que es acosadora: quita la comida a los demás niños, les dice quién juega y quién no, les aparta y les hace la vida imposible. Una acosadora. El libro da una serie de estrategias ante el acoso.
Además de este, hemos trabajado Qué le pasa a uno, también de la tan reconocida Raquel Díaz Reguera. Habla del acoso que se le hace a una niña a la que la excluyen. Es para una franja de 5 a 8 años. Paralelamente, trabajamos una novela preciosa, muy delicada, Qué le pasa a Nicolás, para la franja de 9 a 10 años. Es ya más bien novela infantil, ilustrada por la propia escritora, que habla de ese acoso de patio de colegio, del niño que sufre el acoso y va perdiendo todos los colores, el color de su pelo, de su ropa, de sus ojos, hasta que se diagnostica ese acoso escolar, y muestra herramientas para trabajar educativamente ese problema.
Incluso para niños pequeñitos lo hemos trabajado, sin emplear la palabra “acoso” como tal; para niños chiquititos, desde los 2 o 3 años, hay que hablar del respeto a la diversidad. Es lo que trata Eso no es normal. Va de un elefante que tiene una trompa muy, muy larga, y se meten con él por eso. Es un asunto que ha de iniciarse desde muy pequeños e irlo trabajando para no encontrarnos luego con la sorpresa –esa de muchos padres que dicen que su niño no tiene ese problema pasivo, de que a lo mejor lo está provocando. Es muy triste que tu niño sea acosador o que esté presenciando un acoso y no haga nada por ayudar a sus compañeros.

¿De violencia doméstica?
En esa línea no tenemos nada, aunque lo hemos pensado. La verdad es que estos temas, cuando los abordas, lo haces como editorial de compromiso. Los asuntos de acoso no venden igual, aparte de que es una temática difícil. Por justicia con los derechos de los niños sí nos gustaría sacar algún libro..

¿Y sobre los derechos del menor?
Lo tenemos en contenidos, pero no tenemos nada explícito. Habrá que volver sobre ello, porque es un asunto profundo de gran interés y al que no es fácil darle el enfoque debido. En la propia Constitución creemos que no están debidamente recogidos.

¿Las mujeres artistas o científicas tendrán espacio en vuestro catálogo?
Quizá, porque nos interesa mucho, como todas las cuestiones de igualdad de la mujer. Este año acabamos de lanzar un concurso sobre igualdad junto con la Fundación italiana Woman to be y una editorial también italiana, que premiará un relato que se convertirá en álbum ilustrado, y se publicará en otoño; en él tienen cabida diversos elementos de igualdad. No tenemos nada específico todavía sobre mujeres artistas o científicas. La línea de mujeres referentes es más conocida, la de mujeres escritoras también, pero la de artistas –pintoras, escultoras, etc. habrá que desarrollarla bastante más.

¿Hay abandono social?
Hay un ambiente cultural todavía contrario a que la mujer aparezca en funciones técnicas y científicas, con instrumentos laborales que han sido más propios de los hombres. Desde los 18 años, a las chicas se les sigue comiendo el coco para que vayan a carreras o profesiones tradicionales de mujeres. Tendremos que editar algo sobre profesiones en igualdad. El problema es crear referentes, que apenas hay.
¿Tienen responsabilidad las editoriales?
Las grandes, de gran presencia en librerías y demás, pueden generar opinión. No es normal que no haya mujeres en otros ámbitos distintos de los estereotipados, que sirvan de referente a los pequeños lectores. El camino es ese. Se va hacer. Ciertos temas que trabajábamos las editoriales pequeñas sobre la igualdad se van abriendo paso. Es una dirección que no puede ser solo una moda, sino algo más profundo que vaya contribuyendo a cambiar actitudes.

¿Y los libros de texto?
Claro, también es muy importante que se revisen los libros de texto. Ese sí que sería un buen camino. Porque nosotros, al final, estamos en unos tiempos distintos; son mucho más importantes y esenciales los tiempos de la escuela. Todas estas iniciativas tienen que hacer mella en la educación y sus modos. A lo mejor habría que suprimir los libros de texto y que los profesores tuvieran la formación adecuada para generar buenos contenidos de aula. La política actual de libros de texto es muy poco coherente, por el coste que representan para las familias y por cómo suelen condicionar todavía la pedagogía y el aprendizaje. Es curioso, por ejemplo, que para algunos libros nuestros de posible lectura en las escuelas, si no se les facilita una ficha a los maestros no les interesen…

¿Es un corsé el libro de texto?
Es muchas cosas, en que confluyen padres, las evaluaciones habituales del currículo, la preparación del profesorado… Muchos padres, con la ansiedad de las notas y demás, suelen ver en ellos una referencia segura… e, incluso, un elemento de control de los hijos. De ahí la obsesión por los deberes, cuando en los mejores sistemas educativos no hay deberes para casa. Mal asunto cuando, en las reuniones escolares, para hablar del ambiente del aula, la preocupación familiar se centra en que no sea que mi niño, “que es muy listo”, no vaya bien “por culpa de los torpes”. Lo de la “culpa”, los “torpes” y la falta de empatía que ello denota no es lo más deseable educativamente, y el querer tener un lumbreras a base de estar el padre o la madre con los deberes indica una falta de todo muy fuerte.

¿No vendría bien un libro sobre los deberes?
No estaría mal, y que los padres pudieran aclarar mejor sus opiniones al respecto y adoptar posiciones más fundadas. Pero probablemente tendría mucha oposición de bastantes padres y maestros, por lo cual, en caso de plantearlo, tal vez hubiera que publicarlo con otro logo editorial y que el crédito que hayamos podido acumular con Nubeocho no resultara afectado. Es un tema muy fuerte, pero recordamos que incluso una asociación de padres y madres planteó un gran debate a causa de los deberes escolares en diciembre de 2015, que llevaría a la primera huelga por este motivo casi un año más tarde. Tengo la sensación de que hay muchas asociaciones de madres y padres así…


Revista GSIA, mes de Marzo 2019.

Hablando de Infancia y Adolescencia.


La Asociación GSIA edita una publicación periódica  y  digital
que analiza la actualidad recogida por los medios 
en relación a la infancia y la adolescencia, 
aportando nuestro propio enfoque 
con distintos secciones, artículos y columnas de opinión.

Revista del Mes de Marzo 2019.


Los niños y niñas no están anestesiados.

La imagen que las noticias pretenden transmitir de adolescentes adictos, indiferentes, acosadores, en fin, víctimas de “los ogros” y necesitados de control para ser rescatados, en la cual intenta legitimarse el “poder adulto”, se desmorona progresivamente frente al constante movimiento de los niños, niñas y adolescentes.   

Los jóvenes miran y lo ven muy claro, reivindican su dignidad, su existencia y su saber-ser reclamando para hacerse oír y respetar, en la constante interpelación desde diversas esferas en las que intentan colarse, le pese a quien le pese.  

Los niños y niñas quieren dirigir su presente hacia un futuro esperanzador.  No solo desde el escenario y el cine, sino desde las calles, desde el parlamento, reclamando su derecho a opinar, a manifestarse (Art. 12, 13, 14, 15 y 17 CDN)...

Acceso números anteriores de la Revista "Hablando de Infancia y Adolescencia".

También en la web puedes encontrar Documentación relativa a la infancia y la adolescenciaartículos, documentación, investigaciones, estudios,  legislación, etc.

A un niño de diez años asustado.

“Vivir como algo natural ante los demás que me gustaban los chicos me parecía fuera de mi alcance. 
Quizás otros pudieran hacerlo, pero yo, en una ciudad del cinturón industrial de Madrid, no”.

Álvaro Zamarreño*


No sé si tenía diez u once años; pero no más. No sé si pasaron un par de días o una semana entre una cosa y la otra; pero no más. Descubrir la masturbación y mi atracción por los hombres fue como el curso de un río, que va de un punto a otro de manera natural y sosegada. Y sin marcha atrás.
Por supuesto que entonces no pensaba en cómo sería mi vida en el futuro a partir de aquello. No fue traumático, ni me generó zozobra. Pasó y punto. Y me ayudó a entender algunas reacciones físicas que llevaba teniendo desde hacía un tiempo.
Recuerdo ver una película en que en un college inglés castigaban a dos niños y les azotaban en las nalgas desnudas delante de todos sus compañeros. Ver esas nalgas me produjo una reacción de miedo y satisfacción a la vez; recuerdo los cabellos erizados, el estómago encogido y mi excitación. Y una cierta vergüenza que entonces no entendía.
Descubrí el placer que uno puede darse a sí mismo con una maniobra tan sencilla. Y que en ese proceso lo que me venía a la cabeza eran imágenes de chicos. No sabía qué nombre tenía aquello. Pero intuí que era mejor mantenerlo para mí mismo. Y más o menos así viví los siguientes ocho o nueve años de mi vida: el final de mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud. Pienso en las cosas que a la gente nos pasan en esos años. Y todas las vives solo; o incluso no las vives.

Mi relación con la sexualidad fue durante mucho tiempo poco más que una relación íntima con mi placer. Con las imágenes mentales de compañeros, de actores, de fotos de futbolistas recortadas de los periódicos. No puedo decir que ni en la España o la Alcalá de aquella época hubiera un lenguaje perverso hacia lo que yo era. Por supuesto que escuchabas expresiones. Pero sobre todo lo que había era un gran vacío. No tenía muy claro en mi soledad si habría muchos o pocos como yo. ¿Los había que lo vivían con normalidad? ¿Era eso posible? Porque a mí en ese momento no me lo parecía. Sí, probablemente yo no fuera el único. Pero, ¿gente normal, de barrios normales, de colegios normales? ¿Los habría en mi clase? ¿Tendrían mis padres amigos con hijos como yo? Esto último era algo que me preocupaba mucho;quizás porque pensaba que eso reduciría su sensación dederrota, de fracaso, si algún día se llegaban a enterar.
No tenía muy claro en mi soledad si habría muchos o pocos como yo ¿Los había que lo vivían con normalidad? ¿Era eso posible?.
En aquellos finales de los 80 y principios de los 90 las referencias en cine, tele, periódicos, radio, eran esporádicas y no siempre muy constructivas; no digo que fueran malas, pero nunca tenía la sensación de que a mí me sirvieran de mucho. Recuerdo cuando era niño que El País regalaba por entregas El libro de la sexualidad de la doctora Ochoa. En la página final de cada entrega venía una especie de trivial sobre sexualidad; cada domingo, disimuladamente, buscaba con ansiedad que pusiera algo sobre gente como yo. Era de las pocas cosas de calidad que estaban al alcance de uno en esa época. E incluso aquello te ponía tan nervioso que, cuando llegó el capítulo sobre diversidad sexual, no fui capaz de leerlo por miedo.
Si el tema aparecía en una película o serie recuerdo la emoción, y el pavor que me producía. Te debatías entre las ganas inmensas de verlo y disfrutar, o huir. Estómago encogido, piel de gallina, miedo sin saber muy bien por qué. Y vergüenza; mirabas a la tele sin desviar la vista, para que no se cruzara con la de nadie de los que te rodeaban, porque pensabas que si alguien te miraba en ese momento a los ojos sería capaz de leer tu mente y adivinarlo.
Digo adivinarlo porque afortunadamente (y aunque ahora esto me avergüence, entonces me parecía una suerte) crecí como un chico recio y de voz sólida. Nada de pluma. Es verdad que odiaba el fútbol y los videojuegos; pero tampoco me dedicaba a jugar con muñecas.
Eran las cosas de equipo las que no me gustaban, y prefería la soledad. No es que viviera aislado y no tuviera amigos, pero pronto empecé a construir una peculiar relación con el mundo exterior. Sería fácil para mi atribuir todo esto a lo que la sociedad me hacía. Pero algunas de mis particularidades las atribuyo a mi personalidad; y no culpo a nadie por ello.
La etapa final de la infancia fue fácil, porque me di cuenta de que yo tenía una sexualidad precoz pero muchos de mis compañeros ni siquiera habían desarrollado la suya. La primera adolescencia tampoco resultó especialmente complicada. Tus amigos, compañeros y compañeras empezaban a vivir y expresar su sexualidad, pero ahora era a ti al que le convenía hacerse el tonto, como si no estuvieras todavía en eso.
Pero el tiempo pasa, y la sexualidad ya no es algo que puedas vivir exclusivamente en el placer contigo mismo. Empieza a ser algo social. Y empieza a ser un nudo en el estómago cada vez con más frecuencia. Ahora sí, empiezas a pensar en eso que con diez u once años ni te planteaste: ¿qué vas a hacer con todo este mogollón?
A mí, vivir como algo natural ante los demás que me gustaban los chicos me parecía fuera de mi alcance. Quizás otros pudieran hacerlo, pero yo, en una ciudad del cinturón industrial de Madrid, no. Así que empecé a pensar en que una cosa iba a ser cómo lo viviría hacia dentro y otra cómo viviría en sociedad.
Con 14 años me parecía lo más normal pensar que algún día, por un proceso que yo desconocía –pero que por lo que veía en los demás se acababa produciendo con la misma naturalidad con que actúa la fuerza de la gravedad–, yo estaría con una chica. Y sería como el resto de mis amigos. Sólo tendría tener un poco de paciencia y disimular hasta que llegara ese día.
Con 14 años me parecía lo más normal pensar que algún día, por un proceso que desconocía, yo estaría con una chica.
Eso suponía utilizar a otra persona para construir tu imagen ante los demás; pero entonces yo no me paraba a pensarlo. La verdad es que soy condescendiente conmigo mismo porque creo que con lo que suponía para un chavalillo que todo esto recayera sobre sus hombros –todos esos miedos, todas esas dudas, toda esa ansiedad, toda esa responsabilidad– es normal un egoísmo autoprotector.
Supongo que para quienes nunca han pasado por algo así, es difícil entender la cantidad de planos en que tu cabeza tiene que trabajar: no sólo tienes las grandes cuestiones sobre tu vida y tu futuro; tienes que estar alerta a cada minuto. Que no te traicione una mirada inapropiada demasiado larga a un compañero. Que no te traicione decir una frase demasiado ambigua o sincera. Que no te traicione esa foto que has recortado de una revista o un periódico y que guardas en tu cajón. Sólo esto último merece todo un libro: las cosas que haces para esconder ese articulito que has leído en el periódico y que para ti es un tesoro de emociones y de información sobre lo que eres. Y esconder esa foto del futbolista, ese anuncio que has recortado de la revista del domingo porque aparece un modelo atractivo.

Una tarde, un amigo vino a casa a hacer un trabajo del colegio. Se puso a curiosear entre mis cosas y abrió una cajita en la que tenía guardados mil abalorios. Entre ellos había una foto pequeñita de Rick Astley que había recortado de una revista, con su cara de adolescente rebelde. No sé por qué le llamó la atención justo la foto –con el tiempo he entendido que probablemente le llamó la atención por el mismo motivo que a mí–. Cuando la cogió me entró terror. No era un nudo en la garganta ¡era una emergencia total, al nivel del escape nuclear en Chernóbil! ¡Mi amigo con la foto de Rick Astley en sus manos y preguntándome por qué tenía aquello guardado!
Ahora me río; y a quien lea esto le parecerá una trivialidad. Pero qué injusto que toda la protección de un adolescente aterrorizado dependa de su capacidad para gestionar su vida de esa manera. En la absoluta soledad, sin nadie que le dé apoyo, cariño, consuelo o guía. Viendo mi vida ahora me parece increíble que pasara por todo eso y triunfara; es como si en realidad estuviera recordando la vida de otra persona mucho más fuerte y valiente que yo. Y joder, sólo me consuela –quizás equivocadamente– pensar que ningún chico o chica en este país tenga que vivirlo así hoy en día.
Mientras escribo todo esto suena en mi cabeza una banda sonora de otra época. Me siento como en esas películas y series que recrean los 80, una mezcla entre Los Goonies y Spielberg. Internet no existía y acceder a todo el universo de información que eso supone –y además en la intimidad de la habitación de un adolescente– era impensable.
Los políticos (en masculino además) no te dedicaban palabras salvajes en aquella España que ya tenía color; pero tampoco esperabas de tu presidente del Gobierno que dijera que se sentía orgulloso de ti. El Orgullo Gay era una fotonoticia en el periódico del día siguiente, en que te enseñaban a un pequeño grupo de activistas estrambóticos manifestándose y hablando del SIDA. ¡El SIDA! Por si no tuvieras suficiente con tenerte miedo a ti mismo, tenías que tener miedo a una enfermedad que entonces parecía terrible –en realidad es que no era una enfermedad, era la muerte–.
Mi adolescencia seguía avanzando a toda velocidad hacia el epicentro de todos los problemas en que puedes pensar a esa edad: sexo, sexo... sexo. Todo lo que te rodea parece ser un cóctel de hormonas. Tus amigos ya no salen en pandilla, empiezan a mezclarse con chicas, a tontear. A ir de botellón o de bares. La vida social se complica y tú empiezas a estar muy asustado y desbordado.
Yo era un adolescente gordo. No me considero un chico feo, pero la verdad es que la obesidad es ese gran tabú social que te hace invisible ante las hormonas de los demás. Y sin embargo a mí aquello me pareció una bendición que todavía hoy agradezco. Nadie parecía verme a mi alrededor como digno de ser considerado atractivo. Y eso supone que te dejen en paz, que es lo que tu más quieres en esos momentos. No tienes que justificarte sobre por qué no te interesa tal o cuál compañera que “está por ti”, porque nadie está por ti.
Toda la supervivencia de aquellos años dependía de una poderosa coraza que construías sobre tu afectividad.
La literatura y los estudios fueron cada vez más un refugio seguro. No era un ser raro y asocial, y probablemente mi entorno me veía como un adolescente sólo interesado en leer cosas de Historia, en visitar castillos y museos, y sacar buenas notas para llegar a algo en la vida. Que además era simpático y se preocupaba por los pobres del tercer mundo, y que de vez en cuando la liaba con la dirección del centro porque le daba por emprender una recogida de firmas contra algo o alguien.
Esa combinación de indiferencia de los demás hacia mí, como objeto de atracción física, y de que pensaran que el sexo me debía resultar algo poco interesante entre tanta literatura y tanta causa justa me salvó la vida. Al menos lo que cuando eres adolescente piensas que es la vida.
Creo que pasado el periodo más estúpido de esa edad, mis compañeros y compañeras sentían por mi cariño y respeto. Nunca fui acosado, porque además seguía teniendo un físico y una voz contundentes. Había un chico en otro curso que me parecía increíblemente atractivo –rubio, con un rostro dulce, que vestía con tanta personalidad que parecía que se ponía al mundo por montera–; pero que difícilmente podía disimular su amaneramiento. No es que mi instituto fuera especialmente cruel, pero el chico sufrió por aquello. Era objeto de burlas, de chistes, de comentarios y probablemente de alguna agresión. En cierto modo yo sentía admiración porque él fuera ante los demás lo que yo escondía; pero también sentía un miedo atroz a pasar por algo parecido.
Los padres de ese chico tenían un restaurante pequeñito en el que a veces iba a comer con mi familia. Como era fin de semana, él ayudaba. Recuerdo la emoción por lo mucho que me atraía, y cómo verle allí haciendo la coreografía con platos y bandejas me parecía lo más. Y recuerdo los chistes a media voz sobre él, porque perdía aceite o chorradas por el estilo.
En las pocas ocasiones en que alguien hizo una mínima insinuación no ya sobre mi sexualidad sino sobre lo macho que uno era, lo atajé sin miramientos. Siento una repulsión enorme hacia la violencia. Pero uno no se imagina la fuerza que es capaz de sacar cuando busca sobrevivir en esa selva. Recuerdo un día, en bachillerato, en que tres compañeros –que para mí reunían todo lo que odiaba de los demás adolescentes– empezaron a martirizarme disparando bolitas de papel. Nos habían dejado sin ningún profesor en el aula. Y recuerdo cómo en un momento dado no fue la rabia sino el sentido común el que me llevó a levantarme y poner fin a aquello, partiéndole una regla en la cabeza a uno de ellos. Me hice respetar. Problema solucionado.
Otras situaciones eran más difíciles de solventar. Mis amigos del pueblo son gente por la que a día de hoy sigo sintiendo una gratitud que no se imaginan, por la forma tan sana en que creo que vivieron su adolescencia –y con ello la mía también–. Un verano decidieron por mí que había una chica, de otro grupo próximo al nuestro, con la que yo tenía que intentar algo. Probablemente no sea una situación tan difícil de gestionar. Pero cuando ni tienes experiencia ni otro mecanismo más que cerrarte como un puto bicho bola, estas cosas se acaban convirtiendo en algo realmente horroroso para ti.
Una noche, conspiraron para que esa chica y yo nos quedáramos a solas, pero bajo su cercana vigilancia. Y ahí me veías, junto a una persona contra la que no tenía nada, pero con la que tampoco quería tener nada. Sin saber qué decir. Asustado y con unas ganas enormes de llorar y salir corriendo hasta donde los pulmones me dejaran. No creo que nadie de quienes vivieron aquel momento lo recuerde. No creo que yo lo olvide nunca y piense en él sin un cierto nudo en el estómago.
Pero, paradojas de la vida, en la medida en que mis compañeros y compañeras crecían y maduraban, nuestros vínculos se estrechaban. Y eso era un problema. Tus relaciones se hacen más humanas, más sinceras. Y no sólo tu necesidad de vivir tu propia sexualidad se hace increíblemente intensa, sino que los demás sienten hacia ti una mayor inclinación por conocerte. El bachillerato llega a su fin, y en un centro en el que estudiábamos un puñadito de personas, que habíamos crecido juntos desde la más tierna infancia, se produce un apego en ese momento de la vida que es hermoso. Gente con la que te has peleado durante años, estrecha sus lazos contigo.
Era experto en sobrevivir, pero me había perdido todas esas experiencias maravillosas de tontear, del primer amor, de compartir con tus amigos y amigas esa parte de ti.
Entonces yo era un estudiante modélico y no era raro que mis compañeros y compañeras pidieran mi ayuda. Empiezas a mirarles con respeto y cariño y con unas ganas enormes de poder ser tú de verdad con ellos; aunque sepas perfectamente que no puedes serlo. Quizás algunas personas en tu entorno han madurado lo suficiente como para no tener miedo a expresar sus opiniones de apoyo a gente como tú. Pero el vacío que se abre ante ti es enorme. El vacío literal por un tema del que no se habla o se habla poco; y el vacío simbólico del abismo que presientes.
Recuerdo un día volviendo a casa desde clase con un grupo de compañeros. El tema salió; como salía entonces; como una referencia fugaz. Y uno de mis amigos –no, uno de mis amigos, no... ¡el primer chico del que probablemente me enamoré en mi vida!– se atrevió a decir con total rotundidad que él no tendría ningún problema si alguno le dijera que le gustaban los tíos. Que no iba a dejar de ser su amigo. No sé si las cosas ahora siguen siendo así, pero puedo asegurar que era algo que uno escuchaba en muy contadas ocasiones en esa época. Lo terrible es que incluso en esos momentos de felicidad tienes que estar en guardia, porque no puedes mostrar más alegría de la debida al escucharlo. Es importante mostrar tanta indiferencia como puedas. Aunque para dentro tu estómago se encoge, tu boca se seca, la sangre se sube a tus mejillas y tú buscas como loco la manera de salir de esa situación,porque te sientes como un cervatillo en peligro.

Toda la supervivencia de aquellos años dependía de una poderosa coraza que construías sobre tu afectividad. Pero lo que tienen las corazas es que, para ser efectivas, son muy poco flexibles y acaban amarrando a quien las viste. Y eso es otra de las cosas que te pasan. Que aquello que es lo más importante de tu vida, es lo más ausente en tu relación con los demás. Yo podía abrazar cualquier causa que pensara que era justa. Menos esta. Hubiera ido a cualquier manifestación que me hubieran propuesto. Excepto a una por mis más íntimos derechos. Hubiera levantado la voz –y lo hice muchas veces– ante cualquier frase racista de mis compañeros. Pero jamás me hubiera atrevido a hacer ni la más leve defensa de quienes eran como yo. Porque el miedo puede con todo. Y miedo es lo único de lo que en ese momento estás sobrado.
Tenía una sed enorme por la vida, por viajar, por experimentar y conocer personas de todo tipo. Pero nada me aterraba más que pensar en conocer a alguien como yo. Un día, ya en COU, el año anterior a la universidad, los que estudiábamos literatura fuimos al teatro. Cuando estábamos entrando a la sala, justo delante de nosotros había un chico algo más mayor que yo y que a mí me pareció un ángel: alto, con un maravilloso pelo rizado y negro azabache. De repente uno de mis compañeros comentó por lo bajo que ese chico llevaba un pendiente no sé en cuál de las dos orejas y que eso significaba que era gay y era un lenguaje que los gais usaban entre ellos. Yo no sé si ese chico era gay o no, y si lo que dijo mi compañero tenía el más mínimo sentido. Pero aquello me abrió todo un mundo,porque de repente vi a alguien que podía ser como yo en mi misma ciudad y que se relacionaba con sus amigos con normalidad. No pude quitarme aquello de la cabeza durante toda la obra, y aún a día de hoy me viene el recuerdo del perfil con que grabé su rostro.

Uno de los motivos por los que ya entonces renuncié al alcohol era por el miedo a perder el control sobre mí mismo. Sabía que no me podía permitir el lujo de irme de la lengua o, peor aún, intentar algo con algún chico. Mi pequeño entorno de esa época me daba estabilidad, pero a cambio ofrecía pocos estímulos prometedores (con el tiempo he descubierto que estaba muy equivocado, pero eso es otra historia). Ni hubo héroes o heroínas en mi círculo social que dieran el paso que yo no me atreví a dar, ni nadie nunca se aproximó a mí con ninguna pretensión sexual ni nada por el estilo.
El tiempo pasaba y a tiro de piedra aparecía el final de esa etapa tan importante de la vida, llámalo adolescencia o llámalo bachillerato. Y cuando por fin acabé e hice el examen de acceso a la universidad, había conseguido superar esa dura prueba de supervivencia que había durado años. Pero a cambio, emocionalmente seguía casi en ese mismo punto que aquella noche de cuando tenía diez u once años en que había descubierto la masturbación: kilómetro cero.
Era experto en sobrevivir, pero me había perdido todas esas experiencias maravillosas de tontear, del primer amor, de compartir con tus amigos y amigas esa parte de ti. No sabes lo que es un beso o una caricia. Ni siquiera sabes cómo suena en tu voz decir palabras que todos los demás pronuncian con naturalidad: guapo, me gustas, te quiero, qué bueno está tal chico, cómo me pone no sé quién. Ni siquiera le has dicho nunca a otra persona lo que eres. La sexualidad para tus amigos consiste en enrollarse con alguien. Para ti es un tratado filosófico al que le llevas dando vueltas desde antes de que supieras lo que era la filosofía.
Con 18 años recién cumplidos tenía por delante la etapa de la universidad. Es un momento muy emocionante de la vida, lleno de sueños y en el que todo parece a tu alcance, todo parece posible en ese último verano antes de tu nueva vida. Pero tú tienes la misma pregunta que desde hace años: ¿qué vas a hacer con este mogollón?
Tus amigos han crecido, alguno es incluso gente madura y de mente abierta. El país ha cambiado y el vacío en este tema es un poco menos. Algunos partidos hablan abiertamente de derechos que te permitan vivir con normalidad lo que eres. E incluso con suerte has podido ver parejas de gente como tú en alguna visita a Madrid.
tienes vértigo, porque sabes que es cuestión de tiempo que tengas que dar el salto al vacío.
Y de repente tienes más miedo que nunca. Precisamente porque sabes que lo que hace no tanto era impensable es ahora posible. Que, de hecho, es lo único razonable. Que es lo que debes hacer si quieres vivir, lo que se dice vivir de verdad. Por eso tienes vértigo, porque sabes que es cuestión de tiempo que tengas que dar el salto al vacío.
Descubres que en esto no hay fuerza de la gravedad que valga, que tienes que dar los pasos porque nadie los va a dar por ti. Que simplemente por ir a la universidad las cosas no cambian si tú no das los pasos. Que en esa primera escapada fugaz que haces a Chueca descubres que nada va a pasar si tú no das el paso. Es aterrador, porque de repente descubres que eres libre. Y que ser libre consiste en tomar decisiones y dar pasos.
En esa ansiedad estuve meses. Y un buen día de mayo de 1997, cuando estaba acabando mi primer curso en la universidad, todo lo que había vivido desde que tenía diez u once años saltó por los aires. No sé qué lo provocó, pero la presión que sentía por dentro debía ser enorme para imponerse al miedo.
Era el último fin de semana antes de los exámenes finales. Era viernes por la noche, estaba con mis amigos en algún bar de Alcalá y vi que ya no podía aguantar seguir viviendo así. Me acuerdo como si fuera ayer de pasar por la plaza de Cervantes, volviendo yo ya sólo de madrugada a casa y pensar “mañana es el día”.                                                
No dormí nada. Había quedado con el amigo que consideraba la persona más próxima a mí y que mejor me podría escuchar. Di muchas vueltas. Empezaba una frase y la dejaba a medias cambiando de tema, nervioso como nunca en mi vida. Recuerdo que caminábamos por un sendero junto al río y que era casi mediodía. Le mareé. Pero al final fui capaz y lo dije. Dije con 19 años lo que sabía sin duda alguna desde que era un niño, mucho, mucho tiempo atrás: soy gay; No sé cómo voy a hacerlo, pero quiero vivirlo y ser feliz. Y necesito que los demás me ayudéis.
Ojalá haya un día en que nadie tenga que pasar por algo así de artificial en que se agolpan miedo, nervios y emociones contenidas durante años. Pero para los que hemos tenido que hacerlo, sabemos que es uno de los momentos que marcan tu vida y que guardas para siempre, como otros guardan su boda. Es muy emocionante, con lo bueno y malo que supone. Rompes desde dentro esa coraza sólida y confortable que te ha protegido durante años. El sol llega a tu piel, pero te sientes tan vulnerable y desvalido como un pollito.

Ese día puse fin a años de disimulo y tramas y metí el acelerador. En unos meses mi vida cambió y de repente disfruté de la sinceridad que llevaba años negándome. Decidí aprovechar al máximo el tiempo perdido y compartir mi sexualidad, mis emociones, mis deseos. Y luchar como había luchado por tantas causas, pero esta vez por la más mía de todas.
No fueron meses fáciles; para ti no es fácil saber qué hacer y cómo hacerlo. Y para quienes te rodean no es fácil saber cómo ayudarte. No es fácil vivir sin el caparazón que te ha protegido tanto tiempo. Y porque la sexualidad humana nunca es fácil, sea cual sea, y menos si encima casi no tienes experiencia. Te ves con 20 años pasando por lo que el resto de la gente pasó con 15.
Echando la vista atrás te sorprendes por lo mal equipado que estabas para pasar por todo aquello. Es difícil pensar que todo ese miedo y esa falta de experiencias no dejen secuelas. Yo tengo una familia que me quiere y que llegado el momento me ha apoyado en todo. Pero he visto a muchas personas que no han tenido tanta suerte y sufrieron mucho más que yo en todo este camino.

Hace unos días leí el texto de un chico sirio contando cómo vivió él todo el proceso que yo describo aquí. Tiene más o menos mi misma edad. A lo mejor otras personas ven todo lo que separa nuestras experiencias. Pero a mí lo que me queda de su historia es todo lo que nos une. Es maravilloso descubrir todo lo que se comparte cuando te has sentido tan solo.
¿Por qué cuento todo esto ahora? La mayoría de quienes hicieron el bachillerato conmigo son personas decentes que seguro que sienten aprecio por mí. Con muchos he compartido momentos con el paso de los años; con algunos incluso sigo compartiendo amistad. Ninguno sería capaz de hacerme sufrir o excluirme de su vida por lo que soy y siento. Incluso aquellos tres chicos que me martirizaron tantos días han sido con el tiempo muy cariñosos conmigo. Sé que me aprecian y admiran mi trabajo. Es increíble ahora pensar en ellos como fuente de la más horrorosa ansiedad de un pobre chico. Y sin embargo fue así.
Nada de todo aquello puede cambiar. Pero a mí me da mucho optimismo que quienes crecieron conmigo hayan acabado estando de mi lado. Ojalá se lo pudiera contar a aquel chiquillo de 10 años. No puedo. Pero también ahora hay chicos y chicas asustados con 10 años a los que se lo podemos decir: no tengas miedo. No hay nada malo en lo que sientes. Todo va a salir bien. Sé feliz.
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*El autor es Álvaro Zamarreño, periodista en Cadena SER Radio.

Movilizaciones estudiantiles y nuevos horizontes de transición ecosocial.



El pasado viernes, las movilizaciones con motivo de la Huelga Global por el Clima (el 15M Climático) desbordaron todas las expectativas. Algunos nos habíamos aventurado a imaginar la posibilidad de llevarnos una sorpresa. Pero lo que se vivió en más de 2.000 manifestaciones a lo largo de más de 120 países de todo el mundo, fue algo que nadie podía prever. No solo por los datos de participación: 10.000 personas en Madrid, 150.000 en Australia, 30.000 en Roma, 10.000 en Londres… sino, sobre todo, porque pocas son las ocasiones en las que es la juventud la que lidera un movimiento global guiado por la exigencia de políticas a la altura de la actual situación de emergencia climática. Un movimiento, por otro lado, que no ha hecho más que empezar: Fridays For Future planea continuar convocando acciones los viernes, Extinction Rebellion tiene programada una acción internacional para el 15 de abril, y para 2020 hay planeadas múltiples acciones por una escalada de acción a largo plazo por la justicia climática y el cambio del sistema.

Este movimiento, que algunos incluso comienzan a calificar como la última esperanza del planeta, está despertando tanto entusiasmo entre quienes aún creen que es posible hacer algo para evitar el colapso civilizatorio hacia el que nos dirigimos, como miedo entre aquellos que ven peligrar sus privilegios. Siguiendo la analogía con la que Jorge Riechmann ilustra el desafío que supone la actual crisis ecosocial, si la humanidad viaja a bordo del Titanic, una gran parte de los pasajeros aún no entiende por qué tendría que renunciar a disfrutar de la música de la orquesta, mientras que la otra parte es consciente del inminente choque y une fuerzas para activar los frenos de emergencia. Pero, ¿y la tripulación? Como explica Douglas Rushkoff, los más ricos vienen preparándose desde hace tiempo construyendo sus propios botes salvavidas para abandonar el barco. Decimos que no hay planeta B, pero… ¿y si lo hubiera pero no tuviésemos botes salvavidas para toda la humanidad?.



La rápida expansión del movimiento estudiantil por el clima es posiblemente la mejor noticia en un momento de la historia en el que lo que menos tenemos es tiempo: apenas una década para acometer los profundos cambios que nos permitan mantener la temperatura media global por debajo del 1,5ºC que la comunidad científica ha fijado como umbral. Por no hablar de la urgencia de detener la extinción masiva de especies: la tasa actual de extinción de especies es entre 1.000 y 10.000 veces superior a la natural, con 150 especies de animales que se extinguen al día, lo que nos está conduciendo a pasos agigantados hacia la sexta gran extinción masiva de especies en la historia de nuestro planeta.

Precisamente por eso, no es descabellado afirmar que en el devenir de este movimiento estudiantil en los próximos meses nos jugamos buena parte de nuestro futuro. Un movimiento joven y fresco que debemos cuidar entre todas, sobre todo frente a quienes intentarán desactivar la emergente voluntad de cambio. Ahora que los medios de comunicación han empezado a escucharnos (y a tratar de desprestigiarnos y dividirnos), ahora que los partidos políticos empiezan a escenificar su simpatía hacia las marchas por el clima, ahora que las empresas reforzarán sus campañas de 'greenwashing', ahora más que nunca debemos mantener la altura de miras que nuestros gobiernos no han sabido tener.

Pero, ¿cómo proyectar una hoja de ruta que nos permita estar a la altura de tan imponente responsabilidad? Ninguna brújula nos marcará el rumbo a seguir. Solo nuestra mejor intuición y nuestra humilde y sincera voluntad de conseguir un mundo más justo y sostenible pueden llevarnos a donde queremos ir. De la mano de esto, para que la lucha estudiantil por el clima vaya en aumento, esta tiene por delante el reto de desplegar una estrategia que logre interpelar y movilizar a cada vez más agentes sociales, políticos y económicos.
En primer lugar, necesitamos articular un movimiento capaz de volver a tomar las plazas, de autoorganizarse en los colegios, institutos, universidades, barrios, empresas… y de escapar tanto de las lógicas jerárquicas rígidas como de la “tiranía de la falta de estructuras” señalada por la feminista estadounidense Jo Freeman. Las alianzas juegan en este punto un papel fundamental. Es preciso converger con plataformas de docentes e investigadores; con grupos de investigación como EmerCiv, que viene desarrollando desde hace tiempo diagnósticos y propuestas en torno a la emergencia climática como las recomendaciones al hilo de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética; con espacios para el común, cuya defensa debe estar en el centro de nuestra agenda, como es el caso de la Ingobernable; y con el conjunto de movimientos críticos como son el feminismo, el antirracismo, el antiespecismo, la lucha por los derechos LGTBQ, por el derecho a la vivienda… Pues en esencia, como nos ha enseñado el enfoque interseccional, todos deben aspirar a ser una misma lucha: la lucha por la sostenibilidad de la vida, de una vida digna que valga la pena ser vivida.

Por otro lado, precisamos crear sinergias con los tejidos de las economías transformadoras: sectores cooperativistas, economía social y solidaria, economía de los cuidados, economía ecológica… Es este tejido el que está anticipando aquí y ahora el modelo de sociedad del futuro: iniciativas agroecológicas, de generación de energía renovable, de gestión sostenible de residuos, de cuidado de las personas, de finanzas éticas, etc. Estas iniciativas deben, por tanto, constituir un pilar fundamental del movimiento para avanzar hacia una economía post-crecimiento e impulsar la transición ecosocial que necesitamos.

Paralelamente, requerimos de una dinámica comunicativa orientada a marcar la agenda informativa y el marco interpretativo de la información. Necesitamos aprender a comunicar el colapso, convertirnos en noticia y generar presión en los medios de comunicación para que informen sobre la urgencia de la crisis ecosocial y las alternativas que podemos impulsar.

Por último, la dinámica institucional nos exige un esfuerzo por convertir lo ecológicamente necesario en políticamente posible (ver Emilio Santigo Muiño). Partiendo de que las políticas ambientales han sido hasta el momento insuficientes, cuando no inexistentes, debemos ser capaces de generar nuevas visiones y propuestas que vayan más allá del 'Green New Deal' que hoy por hoy constituye el planteamiento de la nueva izquierda. Este nuevo movimiento social por el clima debe aspirar a desbordar las agendas reformistas de las fuerzas políticas atrapadas en la lógica electoral y arrastrarlas hacia posiciones más transformadoras (recientemente he sintetizado una aproximación a una propuesta en mi trabajo sobre gobernanza ambiental). Volvemos en este punto a la necesidad de establecer alianzas con think thanks cuyas propuestas deben ser la base de nuestra reflexión política, como es el caso del Foro Transiciones, que en su último informe Ciudades en Movimiento ofrece un análisis de los avances y retrocesos de las políticas municipalistas ante las transiciones ecosociales. Pero nuestro papel, no podemos olvidar, debe ser el de pensar con las luces largas, desde nuestros propios retos generacionales, y aventurarnos a trazar nuevas rutas y alumbrar nuevos horizontes, con el anhelo de que algún día las movilizaciones por el clima desemboquen en un nuevo proceso constituyente en clave ecosocial.

Solo hay un motor que puede hacer que la lucha de la juventud por el clima lo cambie todo: el motor de la búsqueda genuina de una nueva utopía, la utopía de la revolución ecosocial que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro. Pues ese es el único combustible realmente inagotable: el combustible de los sueños.

Selección OEPLI en España de Literatura Infantil y Juvenil 2018.


La OEPLI, sección en España del IBBY, 
acaba de publicar un catálogo con los 200 títulos más significativos de 2018, 
publicados originalmente en castellano y en las distintas lenguas cooficiales de España, 
y agrupados por cinco franjas de edad, desde prelectores hasta narrativa juvenil.




casi un mes del día del Libro Infantojuvenil.

Los doscientos libros que integran esta “lista de honor” han sido seleccionados por las cuatro secciones de la OEPLI, esto es, el Consejo General del Libro (castellano), ClijCat (catalán), Galtzagorri (euskera) y Gálix (gallego). Cada una de estas entidades ha designado a sus grupos de personas expertas en la LIJ, de reconocido prestigio en cada una de las lenguas. Los criterios para esta selección han sido de calidad y solvencia adecuada para cada uno de los tramos de edad en que habitualmente se clasifican las colecciones.Todos son títulos de autoría española, tanto en los textos como en las ilustraciones, aunque también se permite la entrada de autores/as extranjeros, habitualmente residentes que trabajan en España.

El objetivo, según afirma Xosé A. Perozo (presidente de la OEPLI), es “acercar a los ámbitos internacionales de la LIJ lo más significativo de la producción española de cada año. De este modo ponemos en manos de las agencias literarias, profesionales de la traducción y la edición una selección solvente que bien puede ser una primera garantía de éxito editorial en cualquier lengua”. De hecho, los comentarios a los 200 títulos que conforman este catálogo, así como los textos de presentación, se presentan en castellano e inglés.