La mitad de agresiones a menores, como poco, la efectúan sus familiares. No quiero pensar que la voluntad de denunciar a una institución como la Iglesia supere a la de acabar con estos actos nefandos dentro del seno de las propias familias
Dejó dicho Lord Byron que el mejor profeta del futuro es el pasado. No le faltaba razón. Uno se da cuenta a cada momento. La casualidad ha hecho que repare en ello al contemplar el mismo día en la prensa la presentación del informe del Defensor del Pueblo sobre abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia Católica –que afirma que ha afectado al 0,6% de la población española– y la impactante campaña del gobierno francés contra el incesto, es decir, contra las violencias sexuales y los abusos cometidos contra los niños en el seno de la unidad familiar. Si nauseabundo es el abuso cometido por los clérigos en uso de su supremacía escolar o espiritual, ¿qué dejamos para los abusos y violaciones cometidos por padres, abuelos, padrastros u otros en el seno de la familia? Cada tres minutos se comete uno de estos actos en Francia, así lo dice crudamente la campaña iniciada allí. ¿En España sucede menos o, simplemente, es una olla aún por descubrir? Más lo segundo que lo primero.
Un “p'tit secret”. Así relata en los duros spots una niña el chantaje emocional que acompaña a las violaciones o abusos incestuosos. Ese secreto entre el menor y el abusador al que quiere y en el que confía. Creo en la necesidad de restauración de las víctimas de los sacerdotes y en la obligación de la Iglesia de hacer frente a esta indecente realidad, pero también creo en la obligación social de destapar lo que sucede muros adentro y de dejar de taparnos los ojos pensando que se trata de algo que sucede poco o que sucede solo en entornos desestructurados porque todos los informes existentes dicen lo contrario. “Todos los días te cruzas con personas que han sufrido el incesto en la infancia y con otros que lo han practicado”, afirma la secretaria de Estado de Infancia francesa. ¿De verdad creemos que esto no sucede en España?
Miremos al futuro también, a la prevención, a la muestra del rechazo social absoluto a esta realidad que sigue produciéndose y que incluso aumenta entre nosotros. La última preocupación expresada respecto a nuestro país es la de la ONU a través de su 'Observación sobre el noveno informe periódico en España', que la secretaria de Estado de Igualdad presentó hace tan solo seis meses. No habrán visto que el tema de la infancia abusada haya copado los titulares ni las campañas. Sin embargo, el comité “observa con preocupación que la legislación y los esfuerzos para atender las formas específicas de violencia de género contra las mujeres y las niñas como el incesto (...) son insuficientes en España”, de lo que alertan al gobierno. Los “informes oscuros” que se han manejado, aportados por asociaciones como Alanna, Clara Campoamor, Feminicidios y otras elevan las 3.206 denuncias oficiales recogidas en el Rumi de 2021 hasta 5.865 casos de los que sólo se habría producido condena judicial en 738. Recordemos que los niños no pueden denunciar y que tiene que hacerlo un adulto (la madre, un médico, un profesor...).
Nuestros niños son igualmente masacrados por estos delitos y por los cometidos por miembros de la Iglesia. Las consecuencias son igualmente devastadoras. No quiero pensar que la voluntad de denunciar a una institución como la Iglesia supere a la de acabar con estos actos nefandos dentro del seno de las propias familias. ¿Qué se ha hecho contra esto último? Claramente, poco o nada. Las asociaciones que trabajan estos temas llevan dirigiéndose al Congreso y al Senado desde 2015, con varias reiteraciones incluso este mismo año, que no han obtenido respuesta. ¿No le interesa esta horrible realidad a nuestros representantes? ¿Es un tabú demasiado difícil de vencer?
Ni siquiera nuestra Justicia ofrece una respuesta adecuada a los retos de una realidad más cruda de lo que queremos asumir., en aumento con visos de empeorar. La pornografía pederástica se ha convertido en un escándalo en alza donde estos degenerados encuentran una especie de normalización de sus peores instintos. Según el informe realizado en nuestro país hace unos años por Save the Children tras el análisis de procedimientos concretos, en pocos casos de denuncia se lleva a cabo por la Justicia una investigación exhaustiva, más bien se tiende al sobreseimiento que apenas es recurrido por la Fiscalía. La ong denunció también falta de motivación y ponderación en las resoluciones al aplicar el principio de superior interés del menor, insistencia en la “normalización” de la relación del menor abusado con el progenitor denunciado, poca especialización infantil de los equipos psicosociales, falta del impulso del procedimiento penal, fallos en la aplicación por los juzgados de Familia de la prejudicialidad penal y, llegan a decir, prejuicios de partida contra las madres denunciantes cuando está en marcha un proceso de divorcio. Al final ha calado el mensaje de la madre manipuladora que influye en los niños y denuncia al padre para sacar ventaja. Las infamias de ciertos grupos en la red no salen gratis y tienen repercusiones.
En medio de todo ese maremágnum burocrático y judicial hay muchos menores sufriendo, menores que serán adultos con un trauma difícil de superar y que tal vez intenten en el futuro exigir reparación y justicia a una sociedad que no ha sido capaz de protegerles ahora. ¿Somos como sociedad mejor que la Iglesia como institución? ¿No nos estamos, autoridades y ciudadanos, tapando los ojos como en su caso hicieron y hacen los prelados? ¿Somos de verdad mejores que ellos?
El Gobierno francés, por primera vez, ha utilizado la palabra incesto junto al abuso y violación de menores. Nunca antes se había hecho. Según los datos en el tiempo que han tardado en leer ese artículo un menor ha sido violentado por sus propios familiares. “Quería golpear en el estómago a nuestros conciudadanos” ha dicho la artífice de la valiente campaña francesa. Participo de su loable objetivo. El mejor profeta del futuro es el pasado y la byroniana reflexión nos permite afirmar que en el sufrimiento de los testimonios recogidos por Gabilondo podemos ver el dolor que ahora mismo se está fraguando en una infancia que será adulta.
Hablemos del incesto y de que la mitad de agresiones a menores, como poco, la efectúan sus familiares. Estoy segura de que hasta este artículo será leído por el autor de un incesto porque están entre nosotros, cada día, asquerosamente impunes.
Hagamos algo, seamos mejores y más efectivos que las sotanas.