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Niños de la escuela bosque Nenea, en Lugo |
“¿Conoces
algún fontanero que de vacaciones se lleve la llave inglesa?¿O un
médico que se lleve a la playa el fonendoscopio?¿Por qué entonces nos
empeñamos en que los niños en vacaciones hagan tareas regladas? Dejad en
paz a los niños, necesitan recuperar su infancia y que los mayores se
relajen”. La que habla es la voz de la experiencia: Valle Curiel, 69
años. Y 41, a pie de aula. Esta maestra zaragozana jubilada y abuela de
cuatro nietos que ha tenido que pasar confinada con algunos de ellos los
últimos meses cree que el nivel de hartazgo de las familias y los
estudiantes ha llegado a su límite. “Sería preferente adelantar la
vuelta y repasar antes que amargarles el verano, es contraproducente.
Ahora necesitan mucho aire libre y mucho jugar, correr y saltar y hacer
barrabasadas con otros niños”, concluye Curiel.
Cuando a
Guille, de ocho años, le preguntas por su plan ideal de vacaciones no
necesita pensar: “A Galicia, al campo y a la playa, con la prima. Allí
haremos lo de siempre, mantis, saltamontes... Vamos... jugar”. Y si le
preguntas por sus padres: “Pues que vengan para hacernos la comida y por
si alguien viene para secuestrarnos”. Un buen salvaje, pero con escudo
protector.
Y si esto lo dicta el instinto y el criterio
de los niños, la ciencia lo avala con creces. El director de la cátedra
de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona, David Bueno, explica
que encomendarles tareas en vacaciones puede tener, incluso, el efecto
contrario al que se busca. Irónicamente, recomienda que para mejorar el
rendimiento académico, se dejen de hacer cosas académicas. “El cerebro
tiene sus propios ritmos estacionales y busca la desconexión y la
diversión en verano. Está programado para desconectar en el verano
porque así se lo hemos enseñado. Si alteramos este ritmo, podemos
perjudicar la vuelta al cole porque no habrá desconectado. Es lo mismo
que los adultos: sin descanso, sin vacaciones, el rendimiento baja mucho
y nos arriesgamos a tener alumnos con episodios de depresión, y así no
estamos en buenas condiciones de reanudar las clases”, explica Bueno.
1. Naturaleza y aire libre
Pero ¿qué necesita en verano un estudiante que ha pasado
104 días atrapado, lejos de sus amigos y alejado de su escuela para recuperar la infancia robada?
Bueno apunta que es prioritario
acercarse a la naturaleza.
“Nuestro cerebro no está adaptado para estar encerrado tanto tiempo, y
eso puede perjudicar a la plasticidad neuronal que establece conexiones
neuronales y es indispensable para el aprendizaje. Las investigaciones
han demostrado que el contacto con la naturaleza activa estos procesos.
Por ejemplo, los niños que atraviesan zonas arboladas para ir al colegio
aprenden mejor y tienen mejor recepción de los conocimientos que los
que solo atraviesan bloques de casas. También la naturaleza se relaciona
con el optimismo, hasta tal punto que en los hospitales que se ven
árboles por la ventana se reducen los días de ingreso”, explica este
especialista sobre el aprendizaje del cerebro. “Después de una primavera
tan dura el optimismo, el aire libre, tener vistas amplias, montaña,
mar, paisajes naturales son fundamentales para que la vuelta sea más
saludable y puedan aprender mejor”, apunta el experto de la Universidad
de Barcelona.
La naturaleza es también
una garantía de felicidad
o, al menos, de recuerdos felices. Cuando a un adulto le preguntan por
sus mejores recuerdos de infancia, en un 90% de los casos está presente
la naturaleza, la autonomía y el grupo de amigos. Eso es lo que lleva
escuchando 15 años la pedagoga de la naturaleza Heike Freire en sus
talleres. “Recuerdan la naturaleza porque en ella han vivido
experiencias fuertes, desafíos que te plantea a veces enfrentarte a la
naturaleza. Cuando te ibas con la bici y la pandilla del pueblo a la
montaña, siempre pasaba algo: uno se caía, otro se perdía, otro
encontraba un animal herido... Y esas dificultades en las que tienes que
desenvolverte con los recursos a tu alrededor te sirven para construir
tu identidad y marcan la vida de adultos. Han vivido aventuras,
dificultades que han superado y les han llevado a desarrollar
capacidades ante la adversidad”, explica la pedagoga.
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Varios niños juegan libremente en la naturaleza en La Violeta, en Galapagar.Gema Cotallo |
Elisa
Hernández de Pablo, responsable de Medio Ambiente de La Casa Encendida
de Madrid, explica este año que ha optado, en lugar de hacer talleres en
el centro cultural, por llevar a los chavales a la naturaleza, de
manera casi terapéutica, en un campamento con cinco salidas en las que
cada día vuelven a casa a dormir. Está pensado para 20 chavales de 13 a
17 años y tomarán todas las precauciones necesarias para garantizar su
seguridad. “Tras meses conectados a un mundo virtual, este verano toca
observar los ritmos naturales, oxigenar el cuerpo e inspirarnos en la
belleza que surge espontáneamente. No podíamos imaginar un verano sin un
momento de desconexión, de conocer a amigos y amigas nuevas, un espacio
para sentirse libres y creativas”, explica. Un plan en el que ofrecerán
un desarrollo personal a través del contacto y aprendizaje en el medio
natural, participar de actividades de voluntariado ambiental o descubrir
entornos cercanos a la ciudad donde explorar montañas, ríos y bosques
para sacar al buen salvaje que todos los chavales llevan dentro.
2. Libertad y jugar hasta aburrirse
Zöe Readhead es la directora de la
escuela libre Summerhill,
un proyecto educativo centenario en el que los niños con procesos
participativos son quienes deciden qué estudian, cómo lo estudian y lo
que ocurre en su escuela. Y que se autodenomina la “democracia infantil
más antigua del mundo”. Y ella tiene claro que lo que ahora necesitan
los estudiantes es libertad para recuperar su infancia. “Han sufrido
mucho y han vivido sometidos a millones de normas y ahora necesitan
recuperar su esencia y hacer lo que les apetezca, jugar, correr, dormir,
comer chocolate, y los adultos debemos dejarles en paz, evitar
estresarles con mil actividades. Debemos darles la libertad, la
confianza y la autonomía que les hemos arrebatado”, asegura por teléfono
Readhead, desde Summerhill, donde permanecen confinados 14 adultos y un
estudiante asiático que no pudo volver a su casa por culpa del cierre
de fronteras.
El juego es también clave en este proceso:
“Es la manera que tienen los niños de aprender para hacerse adultos y,
si les robamos eso y no se lo devolvemos, sufrirán un bloqueo emocional
en su vida adulta”, asegura Readhead. Lo respalda el neuroeducador David
Bueno: “El juego libre y el aburrimiento estimulan la creatividad,
obligan a tomar muchas decisiones”. Y con ellas y cometiendo
equivocaciones es como aprende y se ejercita el cerebro.
“Como
padres, lo mejor sería abrir la puerta y que salgan fuera a jugar y se
busquen la vida”, señala el experto. Y ante el clásico y constante “me
aburro, ¿qué hago ahora?”, habría que preguntarles qué quieren hacer,
añade, y solo si la insistencia es insoportable, darles varias opciones.
“Si un niño no sabe qué hacer con su tiempo, de ninguna forma
deberíamos pensar qué hemos hecho para limitarle tanto que no sea capaz
de tomar decisiones de su propio tiempo y espacio libre”, concluye
Bueno.
La especialista en crianza respetuosa y educación
en la naturaleza Gema Cotallo cree que tras este proceso necesitamos
retomar la naturaleza. “Estamos demasiado esquematizados y metidos en
estructuras con contenido programado y el ser humano necesita más
autonomía, más libertad, más juego espontáneo como motor de aprendizaje y
también los límites que los iguales les aportan”, asegura.
3. En familia y con otros niños
La
pedagoga Heike Freire añade otro ingrediente para la misión de
recuperación de la infancia: “Buenos compañeros de juego de edades
diversas que tengan que cuidarse entre ellos”. Ese es precisamente uno
de los aspectos que han cuidado desde la asociación Ylatierra en su
propuesta de campamentos urbanos en la naturaleza de La Casa Encendida,
como explica Emi Bueno, educador medioambiental: “Socializan con el
telón de fondo de la naturaleza y desconectan de las tecnologías. Las
actividades y dinámicas los conectan emocionalmente con el entorno con
los cinco sentidos: escucha de sonidos, textura de las plantas, canto de
las aves, y dialogamos sobre ello”.
Además del grupo, la
familia puede ser una aliado en este proceso con tiempo de calidad y
con cuidados respetuosos: “Los niños necesitan adultos que estén
pendientes, pero les dejen autonomía y libertad para vivir aventuras”,
explica Heike Freire. ¿Y dónde ponemos el límite sin fiscalizar? “Cada
padre debe medir el hueco que necesitar dejarle a su hijo para que pueda
crecer”, asegura la pedagoga. Además, vivirlo en familia tiene un valor
añadido. Los padres en el entorno natural suelen estar más relajados,
lo que resulta un aliciente para los hijos. “Descubren otro tipo de
padres, dejan de ser el que te mete prisa y da órdenes todo el rato, el
que riñe. En verano, en el campo, las madres y padres están genial y
redescubren a la persona que es realmente su padre al que ves y
disfrutas desde otro lugar”, explica la especialista en pedagogía verde.
El
neuroeducador David Bueno habla también de lo importante que es que los
padres se diviertan. “Somos su referente y nos imitan. Si nos pasamos
el día tirados en el sofá con el móvil, harán lo mismo. Deben vernos
disfrutar, divertirnos, reírnos, con ellos o sin ellos y que nos
impliquemos en su diversión en momentos puntuales, que compartamos con
ellos”, señala Bueno. Pero para ello hay que hacer un ejercicio para
cambiar la mirada. “Muchas veces, los padres y las madres, cuando
observan a sus hijos, los juzgan, buscan el problema más que la virtud.
Pero debemos cambiar el punto de vista, maravillarnos, porque los niños
son una maravilla de la naturaleza, hay que observarles como una flor
preciosa, dejando que nos sorprendan, son extraordinarios y debemos
saborear eso, disfrutarlo”, concluye Freire.
4. ¿Y si....?
El
especialista de la Universidad de Barcelona explica que en caso de que
se quiera reforzar algún contenido, debe ser de forma lúdica, amena,
divertida y sin que el cerebro sea consciente de que está trabajando
para el colegio. “Nunca actividades obligatorias ni regladas. Por
ejemplo, lo ideal son planes en familia, con amigos, bajo un árbol y en
los que haya que resolver acertijos, juegos de mesa en familia, leer
historias juntos, o un concurso de cocina en la familia, por ejemplo”,
dice Bueno.
Montserrat Poyatos es profesora en Madrid y
ha tratado de aplicar la máxima de que con las actividades propuestas
aprendan sin darse cuenta. Tiene claro que sus alumnos necesitan
descansar. “Necesitan actividad física, desarrollo emocional...
Imagínate que nos vuelven a confinar en octubre y los hemos tenido en
verano haciendo cuentas, sería para matarnos”, dice esta profesora de un
colegio público. Pero también es consciente de que algunos alumnos
necesitan, al menos, coger un lápiz para evitar que la desconexión sea
tal que se les haga demasiado cuesta arriba el regreso. Por eso las
recomendaciones que les ha dado es que piensen en lo que les gusta y,
cuando les apetezca, traten de disfrutarlo e investigarlo con revistas o
libros en la biblioteca. “Que hagan lo que les pida el cuerpo, y que,
si quieren, les escriban una carta o postal a los amigos, o les propongo
que hagan un diario de su verano, pegando hojas, flores, tiques,
dibujando lo que les apetezca para compartirlo en septiembre con el
resto”, concluye.
Cuando a Lucas, de nueve años, le
preguntan qué quiere hacer con su verano, lo piensa, lo mastica y lo
escupe: “Jugar en el bosque, con amigos, y animales salvajes”. ¿Y sus
padres? “Que nos dejen en paz y vengan a buscarnos a la semana”.