Existe una visión extendida, dentro y fuera de la
comunidad educativa (sobre todo entre círculos progresistas), según la
cual las variables socio económicas que definen el ambiente familiar del
estudiantado son el mayor predictor de su éxito académico.
Creo que hay
que tener cuidado con esta visión, si bien no por las razones a las que
recurre el dogma neoliberal para negarla, cuando aísla y a su vez
fetichiza a un individuo cuyas cualidades (también académicas) sitúa al
margen de toda influencia social.
El riesgo que tengo
en mente consiste en pensar que esta visión (que las variables socio
económicas conforman el mayor predictor de éxito o fracaso académico) es
una tesis teórica, cuando no lo es. Es una tesis histórica, que solo es
verdadera o falsa en relación a un sistema educativo concreto, en una
sociedad concreta, por ejemplo la española, donde esta tesis histórica,
por desgracia, se cumple en la actualidad.
Aquí y ahora, en agosto de
2015 y en España, las variables socio económicas de un estudiante son el
mayor predictor de su éxito académico. Los alumnos de núcleos
familiares que, en razón de categorías socio económicas (renta de los
padres, índices de marginalidad, acceso al mercado de la cultura, etc.),
cabe asimilar a los sectores desfavorecidos de nuestra sociedad son, a
su vez, alumnos desfavorecidos por un sistema educativo que es incapaz
de integrarlos de forma satisfactoria y lograr así su éxito académico.
Pero las cosas podrían ser de otra manera. Pues, frente a
la anterior tesis histórica, resulta que existe también una tesis
teórica que dice que la implicación activa de un alumno en su propia
alfabetización (literacy engagement) es el mayor predictor de su éxito
académico.
Esta tesis prima lo pedagógico sobre lo socio-económico, y
sería verdadera en todo caso, incluso cuando la implicación activa del
alumno no se diera. Precisamente, la tesis defiende que, en el caso de
darse, el impacto positivo de esta variable pedagógica podría superar la
inercia socio-económica.
He añadido la expresión
original inglesa, la de 'literacy engagement', porque el término no se
traduce bien al castellano. Literacy no implica únicamente la capacidad
de leer y escribir sino la competencia para usar y descifrar los
diversos niveles de sentido que impregnan cualquier uso de lenguaje. Y
engagement incluye rasgos de compromiso e implicación tanto como de
entusiasmo. En cualquier caso, debemos la definición original de este
constructo a J.T. Guthrie,
quien lo descompuso a su vez en tres factores que facilitan su
comprensión:
.- cantidad y variedad de lectura y escritura;
.- capacidad del
alumnado para aplicar estrategias cognitivas que permitan procesar las
consecuencias profundas que se derivan del significado textual;
.- y
presencia de afectos positivos en el estudiante, asociados a la lectura y
la escritura. La aparición de estos tres factores delataría esta
implicación de un alumno por su propia alfabetización.
El riesgo consiste en pensar que las
variables socio económicas conforman el mayor predictor de éxito o
fracaso académico es una tesis teórica, cuando no lo es
Cuando Guthrie llevó a cabo estudios empíricos para
validar estos tres factores y el constructo general, se topó con otros
sub-factores que se solapaban con el dominio socio económico. Me
refiero, por ejemplo, al apoyo dado en casa a la lectura y escritura de
un estudiante (tan dependiente del nivel cultural de los padres, pero
también del régimen de conciliación laboral), o a la presencia de libros
en el hogar familiar, que correlaciona bastante bien con los índices de
renta.
Pero lo importante de sus análisis —y aquello que justifica
calificarla como tesis teórica— fue que otros muchos subfactores
internos al 'literacy engagement' ya no formaban parte del dominio socio
económico.
Esto es fundamental, pues abre la puerta a interrumpir la
reproducción social. Hablo, por ejemplo, de factores como el tiempo
dedicado a la lectura en el aula; la presencia, calidad y cantidad de
libros en la biblioteca de clase o en la biblioteca escolar; o el uso de
pedagogías centradas en la comprensión y reflexión sobre los varios
niveles de significado de los textos y no tanto en la forma lingüística,
la memoria o la corrección.
Que existan variables
específicamente educativas que faciliten el 'literacy engagement' quiere
decir que éste no es un efecto socio económico, con lo cual se evita el
riesgo de la circularidad.
Así lo demostró Guthrie en sus conclusiones:
" Aquellos estudiantes cuyos contextos familiares se
caracterizaban por una renta baja y baja formación, pero que eran
lectores ávidos e implicados, obtuvieron resultados significativamente
mejores que aquéllos que venían de contextos familiares con educación
superior y rentas más altas, pero que eran lectores mucho menos
comprometidos. […] De nuestro análisis se deriva la asombrosa conclusión
de que el literacy engagement puede imponerse al impacto de los
factores que tradicionalmente han operado como barreras al éxito lector y
académico, tales como el género, la educación de los padres y la renta
familiar".
Que la presencia de 'literacy
engagement' sea el mayor predictor de éxito académico también significa
otra cosa: que la principal tarea de profesores y maestros consistiría
en satisfacer los tres factores de los que este constructo depende, bien
para fortalecer y desarrollar esta implicación allí donde ésta ya
exista, bien para permitir que nazca si no ha tenido la oportunidad.
Independientemente del área de conocimiento, la tarea de un educador no
sería tanto la de enseñar contenidos cuanto la de lograr que los alumnos
desarrollasen ese compromiso activo con su propia alfabetización, pues
éste les permitiría aprender de forma autónoma todos los contenidos que
el educador podría enseñarles, y muchos más, y de forma más profunda.
Desarrollar el 'literacy engagement' haría más por su éxito académico
que cualquier otra cosa que un educador pudiese ofrecer.
Es en este punto cuando estudios empíricos como los desarrollados por
Guthrie o Jim Cummins sobre 'literacy engagament' coinciden de forma no
menos asombrosa con la tesis que Jacques Rancière defendió en su obra El
maestro ignorante, a mitad de camino entre un ensayo filosófico y un
estudio sobre la pedagogía del educador del siglo XVIII y XIX, Jacques
Jacotot. Lo que Rancière defendió en esa obra es que el cometido
esencial del educador es lograr la emancipación intelectual del
alumnado, lo que interpreto como una reformulación de todo lo que he
dicho acerca del 'literacy engagement'.
Desde cualquiera de estas dos
perspectivas, el oficio del educador es descrito como el de crear un
contexto artificial y protegido en el que los alumnos puedan desbloquear
su propia inteligencia, condición sine qua non para que puedan hacer
uso de ella después en la realidad social.
La tarea del educador es la
de hacer posible una experiencia satisfactoria en la que los estudiantes
se sientan inteligentes, reflexivos, creativos y capaces de desarrollar
a través de la lectura y la escritura las competencias académicas
fundamentales. Y al igual que para Jacotot era insignificante que los
alumnos fuesen tontos o listos, porque de lo que se trataba era de
ayudarles a desbloquear su propia inteligencia (fuera ésta la que
fuera), del mismo modo no deberían existir estudiantes buenos y malos
para los profesionales de la educación, desde el momento en que su
cometido no sería discriminar entre ellos sino ayudar a crear buenos
alumnos.
¿Qué cabe hacer para que esta tesis teórica
pueda convertirse, algún día, en una verdad histórica acerca de nuestro
sistema educativo y nuestra sociedad?
Si algún día ocurre, sin duda lo
hará como resultado de una lucha emprendida desde los dos frentes: el
pedagógico y el socio económico.
Cabe cambiar las instituciones
educativas y la pedagogía que se emplea en ellas, pero también hay que
transformar la sociedad. Cuánto más injusta es una sociedad, más
perfecta habría de ser la pedagogía para imponer la preeminencia que le
atribuye nuestra tesis teórica.
En un plano puramente especulativo, tal
vez la teoría nos diga que, en lo que respecta al éxito académico, un
sistema educativo perfecto sería capaz de vencer las determinaciones
provocadas por la más injusta de las sociedades. (Otra cuestión es si el
éxito académico aseguraría la posibilidad de encontrar trabajo y
disfrutar de una vida digna, cada vez más improbable en sociedades
injustas como la nuestra).
Pero esto es un mero juego especulativo: las
sociedades injustas no suelen tener un sistema educativo perfecto. Ahora
bien, en lo que respecta a los términos y prioridades de nuestra
acción, a día de hoy, la sociedad española en su conjunto está aún más
lejos de ser una sociedad justa de lo que está el sistema educativo de
poder cumplir su mejor posibilidad.