Socio GSIA
13/07/2015
La virtud del niño y de la niña siempre fue imaginar, crear y compartir.
Son ellos los grandes virtualizadores que requieren espacios acordes,
pero les hemos denominado ‘esponjas de absorber saber’
El error ‘virtualiza’.
Hay niños y niñas que pasean sus mochilas de libros por las playas abarrotadas de gentes, pactando incluso los momentos del día en los que la red wifi tiene horario escolar.
Es la misma historia repetida y repetida, clasificando y evaluando. Aunque sean otras niñas y niños.
Persiste la memoria. No como el efecto colateral y compartido de un proceso, sino desde su
efecto directo y acumulativo. Pues aunque alguien (llámese niño)
pretenda repetir catálogos de nombres sólo será un acto de iteración de
una secuencia cualquiera. Y podrá repetir en un ejercicio mecánico otras
que variarán en extensión más o menos evaluables hasta perder la noción
del motivo del ejercicio. La ‘industria de los niños perdidos’, la
escuela, denomina al error su no deber ser, para su moral kantiana
alejada de consecuencias. Habrá que motivar aprendiendo a apropiarse de
los recuerdos. Quizá mejorando qué entendemos por ‘memoria’.
Si para construir esa definición
distinguiéramos los procesos que envuelven los recuerdos comenzaríamos a
traer al frente los elementos de la memoria: virtualización y
actualización. Nuestra percepción de lo virtual aleja la idea de
conocimiento y realidad. Parece ser no-propia referida a aprendizaje
escolar, entendiendo al escolar-niño como emulador de lo dicho a
dictado.
Esta idea, la emulación, reconstruye dos malas interpretaciones:
1.- confundir espacio escolar con único espacio educativo;
2.- se aprende imitando órdenes obedecidas.
Esta idea, la emulación, reconstruye dos malas interpretaciones:
1.- confundir espacio escolar con único espacio educativo;
2.- se aprende imitando órdenes obedecidas.
La transición hacia la ‘composición de la
sabiduría’ pasa inevitablemente por no querer soportar principios
enraizados frente al niño o niña agente. Si memorizar ha sido obediencia
en el dictado, virtualizar es reconstruir recreativamente el recuerdo,
es apropiarse de las imágenes personalizadas sobre los espacios
cotidianos, y acumular registros en huellas reconocibles (conscientes o
inconscientes).
Pero qué alejados nos encontramos de
querer que las niñas y los niños sean propietarios de sus propias
memorias. Las instituciones educativas no acompañan, el aprendizaje se
entiende como un acto formal y reglado, y no nos dejamos percibir en el
momento del saber con otros, sobre todo por dictar la propiedad del
conocimiento y su maldito ego.
En una cultura de datos, olvidamos saber
narrar. Porque actualizar es cuando convocamos a otros, en la compañía
de la acción. Los virtualizadores hemos querido siempre depositar
fragmentos en otros, de manera anacrónica, para facilitar el encuentro
en todos los tiempos posibles. La magia del momento quedó construida al
dejar la primera señal virtual. Aunque la distancia entre todos los
fragmentos virtualizados de nuestra memoria han ansiado hacerse
recuerdo compartido, no importa la distancia si no hay tiempo. Si es ser
capaz.
La virtud del niño y de la niña siempre
fue imaginar, crear y compartir. Son ellos los grandes virtualizadores
que requieren espacios acordes pero les hemos denominado ‘esponjas de
absorber saber’. Para tratarlos como ‘monos de feria’. Olvidándonos de
la razón propia de la condición humana: imaginar, crear y compartir.
Para memorizar están las máquinas, y recordad que no podremos ya jamás
competir frente a ellas en ese tipo de carreras. Allá quien quiera
hacerse robot.
Por eso el error virtualiza, pero al ser
anacrónico no se entiende en la impresión que soporta en su primer
impacto fragmentado. Sólo será amable si al sincronizarse encuentra
otros fragmentos de errores para toparse en su horizonte,
sincronizándose y actualizándose.
Aprendamos este verano a errar o no errar si queremos llegar a recepcionar a todas las niñas y niños posibles.
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