Acceso al 1º Art.: «Acompañamos con la persona que somos».
A veces las cosas de la vida cotidiana nos recuerdan aspectos más profundos de nuestra vida. Es lo que mi buen amigo Javier Romeu Soriano, con quien comparto nombre y parte del apellido y también trabajo conjunto en este proyecto de Renovando desde dentro, llama “ayudologías”, “analogías, metáforas y comparaciones, SOBRE la relación de ayuda y PARA la relación de ayuda”.
A mí me sirve utilizar las medidas básicas contra la pandemia por
COVID-19 como guía para acompañar mejor a niños, niñas y adolescentes
con medidas de protección, tanto desde lo profesional como desde lo
personal. Os invito a mirar los siguientes elementos con una mirada más
consciente, viendo cómo pasar de la precaución sanitaria al cuidado
interpersonal, tanto desde el ámbito profesional como en familias
adoptantes y de acogida, mediante ciertos paralelismos.
El primer paso del cuidado a otras personas es el autocuidado:
no podemos cuidar bien si no estamos bien. Con la pandemia hemos visto
que las personas con problemas médicos previos han sido las más
vulnerables, pero también ha afectado a otras con salud normal e incluso
buena. En cualquier caso, el mensaje ha estado dirigido a que estemos
lo mejor posible, para poder superar el COVID-19 si lo contraemos.
Algunas pautas básicas son alimentarse bien, descansar, hacer ejercicio
físico y disfrutar del aire libre. Estas mismas orientaciones de
autocuidado nos sirven para acompañar a niños, niñas y adolescentes que
han sufrido mucho, ya que necesitamos estar en buena forma física para
sostener a nivel físico y emocional. Pero también es importante el
autocuidado psicológico, nutriéndonos con experiencias constructivas,
dándonos tiempos de distensión y diversión y ejercitando nuestras
capacidades emocionales. Si queremos transmitir compasión, esperanza o
ilusión, necesitaremos cultivar esas capacidades en nuestro interior. En
este sentido, el autocuidado es una obligación profesional, y las
instituciones tienen que favorecerlo a nivel organizacional.
La vacuna sería el equivalente al trabajo personal
sobre nuestra propia historia de vida. Las vacunas consisten en exponer
nuestro cuerpo a material biológico, bacterias o virus dañinos de una
forma controlada para desarrollar respuestas biológicas de protección y
defensa. Del mismo modo, el trabajo sobre nuestra historia de vida hace
que veamos dónde tenemos temas que nos duelen o que nos hacen responder
de maneras inadecuadas, y desarrollemos respuestas más apropiadas y
protectoras en situaciones seguras, y así podamos llevar esas
capacidades a la vida real, cuando nos encontremos con el dolor y el
daño en el día a día. Y es que solo podremos sostener a los niños, niñas
y adolescentes y a sus familias si hemos desarrollado herramientas para
afrontar las dificultades, para atravesar nuestros duelos y para
encontrar alternativas en medio de las situaciones concretas. No podemos
esperar a que nos llegue una crisis para conocer los temas que tenemos
pendientes, que nos superan o que nos generan ansiedad. Y, como la
vacuna, el trabajo personal no impide que el dolor y el sufrimiento
lleguen a nuestras vidas, incluso mientras estamos acompañando a un
niño, niña o adolescente, pero al menos tendremos más recursos para
reponernos y salir adelante. Y al igual que hay vacunas que duran para
toda la vida y otras que toca ponerse cada cierto tiempo, hay procesos
que necesitamos visitar de vez en cuando, para poder conocernos un poco
mejor y dotarnos de nuevas herramientas. Por eso es conveniente de vez
en cuando visitar la historia de vida con nuevas metodologías o puntos
de vista, para poder ir desarrollando respuestas constructivas y
protectoras en más áreas cada vez.
Y ya hemos visto que, aunque las vacunas funcionan y protegen, no
transmiten invulnerabilidad. Por eso en algunos espacios médicos se
sigue haciendo pruebas al personal sanitario, para verificar su estado
de salud, pero también se pide a la población general que preste
atención a si tiene síntomas que pudieran ser compatibles con el
COVID-19. La atención a los síntomas y la realización de tests
son similares al autoconocimiento que necesitamos mantener, a la
consciencia de lo que nos pasa. A veces vamos a tener vivencias que son
nuestras, y que no tienen que ver con nuestra interacción con los niños,
niñas y adolescentes, y en otros casos sí. En cualquier caso, hay tres
elementos fundamentales, y que están relacionados entre sí: la conexión
interior, la terapia y la supervisión. La conexión interior consiste en
cultivar un cierto grado de consciencia, de saber lo que nos pasa en
cada momento, o, al menos, saber que nos está sucediendo algo que
requiere nuestra atención, aunque no podamos explorarlo en ese momento.
Hay formas muy diversas de desarrollar la conexión interior, y mi
recomendación es que siempre incluya una dimensión corporal: el cuerpo
carga con nuestras preocupaciones, y “Es mejor escuchar los susurros del cuerpo antes de que tenga que gritarnos”, como dice Ann Weiser Cornell. Algunas disciplinas son el Focusing,
el yoga, la biodanza, el mindfulness y otras técnicas corporales. Sin
embargo, a veces hay temas que tenemos bloqueados, y por eso es
conveniente que hayamos trabajado en terapia, para desarrollar recursos
al respecto. Habrá personas que no verán imprescindible la terapia, pero
mi experiencia me dice que para acompañar de cerca a niños, niñas y
adolescentes con sufrimiento extremo y con trauma (en nuestro ámbito
profesional o en casa) necesitamos una cierta profundidad en nuestro
trabajo personal, que una buena psicoterapia garantiza (aunque puede
haber otras formas). Y por último, me parece imprescindible la
supervisión en nuestro ámbito profesional: como seres humanos nos vamos a
encontrar con situaciones que no sepamos manejar (incluso aunque
creamos que sí), y necesitamos que otras personas nos ayuden a
reorientar procesos y situaciones (aunque resulte incómodo, como las
PCR).
Relacionado con el autoconocimiento, la mascarilla,
una de las imágenes de la pandemia, nos ayuda a recordar la importancia
de separar lo que es de cada persona: “yo me quedo con lo mío y no te lo
echo a ti, y tú te quedas con lo tuyo sin que me afecte a mí”. Como
estamos viendo, acompañamos con la persona que somos, y a partir de unas
relaciones saludables los niños, niñas y adolescentes pueden ir sanando
sus heridas. Para lograrlo es conveniente que mantengamos cerca lo que
es nuestro: las reacciones que nos surgen, las emociones que nos evocan
las situaciones, el cansancio acumulado… No podemos cargar a los niños,
niñas y adolescentes con lo que nos sucede. Y al mismo tiempo, tampoco
podemos asumir como algo personal las respuestas y vivencias de los
propios niños, niñas y adolescentes. Lo que es suyo, es suyo, nuestra
tarea es ayudarles a procesarlo, a vivir con ello de la mejor forma y,
si es posible, a elaborarlo y superarlo. Pero sus traumas son suyos. Sus
dolores, sus rabias, su desconfianza, sus miedos son suyos. Igual que
sus alegrías, sus aprendizajes, su mejoría, su crecimiento son suyos.
Nuestra tarea es sostener a los niños, niñas y adolescentes, darles
espacio para elaborar sus historias de vida, pero nunca podremos hacer
ese trabajo en su lugar. Y hay veces que estos temas se entremezclan, y
para aclararlos viene la siguiente imagen.
El gel representa para mí la limpieza, la claridad.
Los niños, niñas y adolescentes que llegan al sistema de protección ya
han sufrido muchas situaciones en las que las personas adultas no han
sido de confianza, han dicho unas cosas y han hecho otras, tanto en el
ámbito personal y familiar como en los entornos educativos y otros
espacios. Nuestra presencia puede ser como ese gel que resulta
inicialmente frío, o que puede picar un poco, pero que deja las cosas
claras. Por eso es tan necesario que sepamos hablar con honestidad y
claridad: diciendo lo que sabemos, reconociendo lo que no, y dejando
claros nuestros compromisos. Y, como el gel, las explicaciones serán de
uso muy frecuente, ya que los niños, niñas y adolescentes pueden
necesitar mucho tiempo para ir comprendiendo e integrando los diversos
aspectos de la situación y las distintas decisiones que se toman.
La distancia es muy interesante: si queremos
acompañar adecuadamente a los niños, niñas y adolescentes, vamos a tener
que descubrir la distancia adecuada en cada momento. Así evitaremos los
dos extremos: una distancia excesiva, que les hace sentirse a solas y
sin apoyo, y una distancia demasiado próxima, que resulta invasiva e
impide la autonomía. Una nota al respecto: mientras que una distancia
física amplia está recomendada a nivel sanitario con personas que no
conviven en la misma casa, cuando tenemos a estos niños, niñas y
adolescentes en nuestros centros, en nuestras organizaciones o incluso
en casa, la distancia emocional debe ser mucho más cercana, con una
presencia cálida y un contacto adecuado.
En todo momento se ha insistido en la importancia de ventilar:
desde las ventanas abiertas en los centros educativos a pesar del frío
hasta las reuniones en espacios abiertos o en lugares con corriente de
aire. Con los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección
también tenemos que cuidar los entornos para que sean seguros y protectores,
pero también la relación, que no se quede enrarecida. Y que entre aire
nuevo, en forma de nuevas experiencias, nuevos aprendizajes y, sobre
todo, nuevas relaciones más sanas y constructivas. No es posible cambiar
la historia que ha vivido cada niño, niña o adolescente, pero sí que
podemos proporcionarle a cada cual nuevas vivencias que insuflen
esperanza y frescura en su vida.
Uno de los cambios sociales más relevantes han sido las formas de saludar y despedirse.
Aunque todavía nos falta mucho para los besos y abrazos generalizados
(por el momento los reservamos para ciertas personas), es admirable la
creatividad en los saludos y despedidas, desde chocar los zapatos, hacer
coincidir los codos hasta otros muchos gestos. Para mí la forma
preferida ha sido la reverencia, tal vez influido por cómo he vivido
este saludo cuando he visitado Tailandia, China y Japón. La reverencia,
mirando a los ojos e inclinando la espalda, me recuerda que toda persona
es valiosa por sí misma, y que quiero reconocer ese valor de manera que
esa persona lo perciba. Los niños, niñas y adolescentes que han sufrido
necesitan esa mirada nuestra que les recuerde su valor intrínseco, que
les haga sentir especiales y que les permita percibir que vemos su dolor
y sus capacidades, sus heridas y su potencial, sus tragedias y sus
alegrías, sus traumas y su fortaleza. Y para ello tendremos que cuidar
lo que mi buena amiga, socia en Espirales CI y compañera en este
proyecto, Pepa Horno, llama la Afectividad Consciente:
la expresión afectiva, el manejo de los vínculos, los cambios de fase
(en especial los comienzos y los cierres), la mirada respetuosa a su
persona y la gestión constructiva de los conflictos.
Y hemos estado viendo la importancia de mantenernos al día con flexibilidad.
Según han ido avanzando los conocimientos científicos y las medidas
sanitarias y sociales, hemos evolucionado, asumiendo prácticas nuevas y
dejando otras según se veía que no eran necesarias. El paralelismo con
la atención a niños, niñas y adolescentes con medidas de protección
reside en que es imprescindible que sigamos formándonos continuamente,
para estar al día de los últimos descubrimientos, de las tendencias que
resultan más protectoras y también para abandonar prácticas que no hacen
el bien que queríamos. Hay muchos ámbitos que podemos cultivar:
desarrollo evolutivo, comunicación interpersonal, conexión corporal… Sin
embargo, lo más urgente me parece profundizar en el trauma y la disociación,
sus consecuencias y su abordaje en el día a día, ya que estos niños,
niñas y adolescentes han llegado al sistema de protección debido a las
duras experiencias que han vivido, y que siguen marcando su día a día.
Estamos viendo la importancia del bien común, del trabajo en equipo,
de que cada persona haga su parte. Los niños, niñas y adolescentes que
tienen medidas de protección necesitan más que nadie esa colaboración.
Cuando la familia no ha sido capaz de ofrecerles la seguridad
imprescindible, otras personas adultas tenemos que tejer esa red que
garantice su bienestar no solo físico, sino también psicológico y
social. Por eso será fundamental que comuniquemos con rigor y claridad,
para facilitar una intervención coordinada, pero también que aprendamos a
escuchar a profesionales de distintos campos, a las familias implicadas
y, por supuesto, a los propios niños, niñas y adolescentes.
Por último, esta serie de metáforas pretende ser ilustrativa y
ofrecer símbolos para recordar cómo mantener la consciencia cuando
acompañamos a niños, niñas y adolescentes con medidas de protección,
pero tiene sus limitaciones:
- La duración. Las medidas sanitarias para
prevenir y controlar la pandemia acabarán antes o después, cuando la
situación lo permita; sin embargo, las actitudes simbolizadas por ellas
seguirán siendo necesarias en nuestro trato con niños, niñas y
adolescentes siempre. Por ejemplo, dejaremos de utilizar mascarilla en
algún momento, pero debemos mantener la atención en no contaminar a los
niños, niñas y adolescentes con nuestras propias problemáticas y
proyecciones, igual que no debemos tomarnos como algo personal sus
demostraciones de dolor, incluso aunque nos causen daño.
- La motivación.
Las emociones principales ante la pandemia han sido el miedo, la
frustración y el cansancio, y gran parte de las medidas están
relacionadas con estas vivencias; sin embargo, el acompañamiento a
niños, niñas y adolescentes suele estar dictado por el cuidado y la
responsabilidad (aunque la preocupación por sus situaciones, la
impotencia ante las limitaciones y la fatiga en muchos momentos tengan
paralelismos importantes con las experiencias emocionales de la
pandemia).
- El impacto de no seguir las pautas.
Las consecuencias de no realizar las acciones de protección frente al
COVID-19 pueden aparecer bastante rápidamente y empiezan por la salud
(enfermar, requerir hospitalización, posibles secuelas e incluso la
muerte), pero pueden llegar a afectar todos los ámbitos de la vida
(laboral, personal, relacional…); sin embargo, la falta de consciencia
en la atención a niños, niñas y adolescentes pueden tardar mucho más en
aparecer (de hecho, por eso no se llega a tiempo
y se interviene más tarde, cuando muestran ya mucho daño) y pueden
afectar a la persona completa, y también a sus familias y comunidades de
origen y de destino. Los efectos del maltrato por parte de sus familias
de origen, pero también la negligencia de profesionales e instituciones
que no actúan adecuadamente, se irán acumulando, y pueden pasar
desapercibidas si no contamos con formación y mecanismos de prevención,
detección e intervención adecuados.
- Los errores.
Ante el COVID-19 un error puede ser fatal, desencadenando brotes y
causando síntomas graves y hasta la muerte; sin embargo, en la
intervención con niños, niñas y adolescentes necesitamos incorporar
nuestros propios errores como parte fundamental del proceso. Los seres
humanos nos equivocamos, a veces hacemos daño sin querer (o incluso
queriendo, si tenemos un mal momento), y reconocer nuestro error y
reparar el daño forma parte de nuestra forma de estar presentes. Los
niños, niñas y adolescentes ya saben que las personas adultas cometemos
errores y que a veces causamos daño, lo han visto en sus vidas y
probablemente han identificado nuestros puntos débiles antes de que
hayamos terminado de presentarnos. Se trata de reparar el daño, de
restaurar la confianza poco a poco, cada vez que nos equivoquemos,
mostrándoles otra manera de relacionarse, en la que tienen cabida
nuestros errores y nuestras reparaciones, y dándoles esperanza de que
también sus errores pueden ser reparados por su parte (y esto va a ser
fundamental para superar los sentimientos de culpa y vergüenza que
llevan tan a menudo).
En resumen, recordemos:
- El autocuidado para poder cuidar.
- El trabajo personal
como vacuna frente a las situaciones difíciles que vamos a vivir y
acompañar en niños, niñas y adolescentes con medidas de protección.
- El autoconocimiento como test y como forma de atención a nuestros propios síntomas.
- La consciencia de lo que es nuestro y de lo que no como mascarilla que impide contagios.
- La claridad y la honestidad como el gel que da limpieza y transparencia a las situaciones.
- La sensibilidad para encontrar la distancia adecuada, ni invasiva ni alejada.
- La importancia de cuidar los entornos y las relaciones, como una forma de atender la ventilación.
- La reverencia hacia cada persona como una forma de saludar y de mantenerse en su presencia.
- La flexibilidad como una forma de mantenernos al día.
- Y
el trabajo en equipo entre profesionales, familias (de todos los tipos)
y los propios niños, niñas y adolescentes, como criterio básico de
calidad.
Y hasta aquí mi aportación por el momento. ¿Os sirve alguna de estas
imágenes? ¿Tenéis alguna que os funcione mejor? Me encantará leeros en
los comentarios.
F. Javier Romeo Biedma.