sino que tampoco tiene nada de masculino.
El lenguaje del feminismo atesora muchas virtudes, pero ha de lidiar con un problema. Las virtudes consisten en que denuncia y combate las discriminaciones. El problema reside en que una parte de los hablantes se siente ajena a ciertas expresiones y extiende su rechazo a quienes las emplean.
La ministra Irene Montero escribió en Twitter el 17 de abril: “El Ingreso Mínimo Vital es urgente. Para muchos hogares, en gran
parte monomarentales, cada día que pasa sin esa ayuda es un día más sin comer”.
Incluso entre electores de Podemos habrá extrañado esta palabra,
“monomarentales”, inventada ya hace años para evitar el genérico
“monoparentales”.
Sin embargo, “monoparentales” no sólo no tiene nada de malo sino que
tampoco tiene nada de masculino. Su letra p se ha identificado
erróneamente con la inicial de “padre”, y por eso se pone en su lugar la
inicial de “madre”. La policía antidiscriminatoria, como casi todas las
policías, actúa con buena intención pero comete de vez en cuando algún exceso.
No hay rastro alguno de “padre” en “monoparental”, a diferencia de lo que
sucedería con “monopaternal” (ahora sí de pater). “Parental”
viene de “pariente”, término que puede abarcar a madres y padres, primas y
primos, abuelas y abuelos.
Por increíble que le parezca a algún policía de la inclusión, “pariente” no
se relaciona con “padre” sino con “parir”. Procede de parentis, participio
de pario en latín; y de ahí tenemos “parentela”, “perentesco”
y “emparentar”, vocablos que agrupan a personas que constituyen un matrimonio o
cuyos partos se entienden figuradamente cercanos a él. Nadie hasta ahora había
hablado de “marentela”, “marentesco” y “enmarentar”, que tampoco procederían
de mater sino de una inexistente oposición etimológica
con parentis.
Ahora bien, las familias monoparentales están formadas en un 82% por
mujeres solas con sus hijos. Este dato invita a crear una palabra que resalte
tan amplio porcentaje, y compartimos el descarte de la alternativa
“monomaternal” (que significaría “con una sola madre”) porque la mayoría de las
familias de dos progenitores cuentan también con una sola madre: un padre y una
madre forman una familia monomaternal y a la vez monopaternal, pero no
monoparental. Y supongo que al desecharse “monomaternales” surgió la
malformación “monomarentales”.
¿Cómo resolver todo esto? Tal vez, acudiendo a los recursos propios de
nuestra lengua: “familia solomaternal” o “familia solopaternal”. Puestos a
inventar, estas opciones tendrían al menos cierta lógica y serían transparentes
al entendimiento. Ambas comunican que se habla de una familia encabezada por
uno solo de los dos hipotéticos parientes principales.
“Solomaternal” y “solopaternal” pueden convivir con el genérico
“monoparental”. Porque tan pariente es la madre como el padre (incluso más,
pues ella pare y por tanto es la pariente). Por si fuera poco,
“pariente” ni siquiera necesita variación de género: “esta pariente mía es
cariñosa”, “este pariente mío es cariñoso”.