«Las heridas que no vemos. Doce claves sobre el trauma», Renovando desde Dentro, nº 14,


F. Javier Romeo Biedm
Renovando desde Dentro, nº 14


¿Qué tienen en común a nivel psicológico los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección (en acogimiento residencial o familiar)? Hay niños tímidos y niños arriesgados, hay niñas pasivas y niñas agresivas, hay adolescentes distantes y adolescentes emocionalmente dependientes. Y si vamos a temas técnicos, pueden tener distintos estilos de apego, diferentes formas de relacionarse, diversas reacciones emocionales. Como personas adultas nos formamos en muchos temas, comentamos con familias y profesionales, leemos libros aquí y allá, y, si no hemos tenido suerte, no habremos sabido casi nada sobre el trauma.

Igual que en medicina no se puede tratar lo que no se conoce (más allá de aliviar los síntomas), en la intervención con niños, niñas y adolescentes necesitamos comprender bien el trauma para entender y acompañar a estos niños, niñas y adolescentes. En este artículo exploraremos doce claves sobre el trauma, sobre esas heridas invisibles, con reflexiones que nos ayudan a verlas cuando intervenimos con niños, niñas y adolescentes dentro del sistema de protección. Algunas de estas ideas están recogidas en Acompañando las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia1 y en el resto de publicaciones sobre trauma que elaboré para Aldeas Infantiles SOS en América Latina y el Caribe2, pero aquí las desarrollo de forma más práctica, con la experiencia de los talleres que he impartido en estos años. Otras las formulo aquí por escrito por primera vez. En cualquier caso, son aspectos que me recuerdo a mí mismo en cada intervención y espero que supongan una mirada enriquecedora para quienes lean estas líneas.

Y una aclaración más antes de empezar: tengo en mente, por lo que he visto en mis formaciones y cuando acompaño en psicoterapia, que habrá personas adultas que por primera vez pondrán palabras a sus propias vivencias de trauma. Nunca es tarde para cultivar la consciencia, y conocernos y comprendernos mejor nos ayudará a estar presentes de manera más consciente con los niños, niñas y adolescentes.

Una definición práctica del trauma es fundamental para la intervención
Es fundamental tener unas ideas claras sobre qué es el trauma. La definición que a mí me resulta más práctica es la siguiente:

“Hay trauma cuando se producen tres condiciones:

1) Sucede una situación de tensión.

2) Esa tensión supera la capacidad del sistema nervioso de la persona.

3) El sistema nervioso encuentra una respuesta que permite sobrevivir en el momento, pero que deja una huella, una marca en su funcionamiento”.

(Romeo, 2020a, 8; basado en Romeo, 2019, 9)
El primer elemento, que partamos de que suceda una situación de estrés, pone el foco en la tensión emocional, es decir, en el sistema nervioso. El trauma ya no reside en ciertos eventos predeterminados (aunque ciertas experiencias adversas sean posibles causas), sino que dependerá de la vivencia de cada persona. Hay algo externo que es real, pero la clave está en la vivencia individual. De hecho, hay muchas situaciones de tensión que no son traumáticas (presentarse a un examen, preparar un viaje…), e incluso algunas son muy positivas, tanto que se buscan intencionadamente (actuar delante de público, participar en una competición deportiva, invitar a una cita…). La emoción que puede describir mejor esa tensión es el terror, el miedo desbordante ante una situación dañina o incomprensible. Y esta palabra, “terror”, o su versión más cotidiana, “miedo”, es lo que vamos a identificar en las experiencias del niño, niña o adolescente.

El segundo elemento explica por qué unos eventos (o el mismo hecho para distintas personas) desencadenan una respuesta de trauma: la clave está en que la tensión desborde las capacidades del sistema nervioso de la persona para gestionarla. Y esas capacidades son variables incluso dentro de la misma persona: no se recibe una situación igual con hambre que sin ella; habiendo dormido bien o después de una noche en vela; en una casa conocida y segura que después de haber pasado por varios alojamientos sin explicaciones; con apoyo emocional o desde la soledad y la falta de comprensión. Lógicamente, el sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes está todavía en desarrollo, así que puede haber situaciones que resulten neutras o incluso positivas para una persona adulta, pero que superen a los niños, niñas y adolescentes. Y también hay muchas diferencias entre las capacidades del sistema nervioso según la edad (no es lo mismo los cinco años, que los diez o que los quince, incluso en una misma persona) y las experiencias vitales previas.

Puede haber situaciones que generen tensión que desborde la capacidad emocional y que, sin embargo, no se constituyan en trauma. Ante esas situaciones podemos tener un desbordamiento emocional (expresiones de miedo, tristeza, rabia…) que, bien gestionadas y acompañadas, no causen trauma. Falta, pues, un tercer elemento: la respuesta que desarrolla el sistema nervioso para sobrevivir deja una huella, una marca, una “herida” en su comportamiento. El sistema nervioso puede recurrir a distintos mecanismos que ayudan a sobrellevar la situación en el momento (agresividad, huida, desconexión…), pero que aplicados en otros momentos pueden afectar negativamente a la vida de la persona. Esa es la herida que no vemos: esos comportamientos que desde fuera parecen sin sentido (miedo ante cosas cotidianas, respuestas violentas incomprensibles desde la superficie y que tienen que ver con un dolor profundo y oculto, sumisión ante situaciones claramente dañinas) y que siguen operando, una y otra vez, en la vida diaria de la persona.

La práctica totalidad de los niños, niñas y adolescentes que tienen medidas de protección sufren alguna forma de trauma
Con la comprensión del trauma que hemos visto en el punto 1, resulta evidente que podemos hablar de trauma en la inmensa mayoría de los niños, niñas y adolescentes que viven con medidas de protección (acogimiento en familia extensa o ajena y acogimiento residencial). Han sufrido situaciones adversas en sus familias de origen, tan severas que han sido identificadas y han conllevado medidas de protección. Pueden haber padecido malos tratos físicos y psicológicos, abusos sexuales y negligencia, con múltiples eventos de cada tipo y, habitualmente repetidos en el tiempo. Por un episodio puntual no se suele producir una retirada de tutela, e incluso en esos casos que son suficientemente graves y que parecen aislados en una primera impresión, la situación no se ha producido en el vacío, sino en un marco emocional que ya era dañino.

A esto se añade que el propio proceso de protección puede haber sido traumático, incluso con las mejores intenciones: el niño, niña o adolescente sale de su familia, de su casa, de su entorno conocido, a menudo sin previo aviso, y se va a vivir a un espacio nuevo con personas desconocidas. Para mí es evidente que eso genera una tensión emocional que puede causar un desbordamiento emocional. Si no, imaginémonos qué nos ocurriría como personas adultas en una situación similar… Veremos algunas ideas al respecto en el punto 9.

¿Por qué no digo que el cien por cien de los niños, niñas y adolescentes en protección sufren trauma? Por prudencia, porque puede ser que haya algún caso en el que no se produzca, aunque no conozco muchas situaciones posibles.

Y sabiendo que el trauma es tan frecuente, nos hemos de esforzar también en que haya mucha más formación al respecto, especialmente en el sistema de protección de infancia. Hace cuarenta, treinta, veinte años no existían tantos conocimientos sobre el trauma y cómo abordarlo, pero a estas alturas tener una formación completa es una responsabilidad de cada persona adulta (y de cada entidad) que interviene con niños, niñas y adolescentes.

No todo es trauma: los niños, niñas y adolescentes son mucho más que su trauma
Con la definición propuesta podemos comprender que el trauma es algo mucho más frecuente de lo que nos pensamos, más amplio que lo que nos habíamos formado para ver. Pero eso no significa que todo lo que les sucede a los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección sea trauma. Ni que el trauma sea lo que les defina. Veámoslo por partes.

El impacto del trauma puede ser devastador en el sistema nervioso de los niños, niñas y adolescentes, en sus vivencias cotidianas y en sus relaciones. Pero no es lo único que hay. Siempre que me llega un caso me recuerdo a mí mismo la importancia de ver a la persona completa, y así se lo intento transmitir a las familias y a los equipos profesionales. ¿Qué cantante le gusta a este niño, niña o adolescente? ¿Qué deportista? ¿Qué se le da bien? ¿Cuál es su comida favorita? ¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre? ¿Qué cosas positivas podemos decir de su personalidad, de su trato, de sus relaciones? El niño, niña o adolescente tiene muchos aspectos positivos, constructivos e incluso sanos, a pesar del trauma que sufre. Y necesitamos poner el foco también en ellos, porque son los que le van a servir para empezar a mejorar en el día a día. Si descubrimos su estilo de música favorito, podemos utilizar esas canciones para que se despierte o para bailar (con nuestra compañía) al acabar el día. Si conocemos sus personajes preferidos, podemos apoyarnos en esas series o películas para animarle a que pruebe nuevas experiencias, como hacen sus protagonistas. Y, sobre todo, si conseguimos que le llegue nuestro aprecio e incluso nuestra admiración, a lo mejor puede ir empezando a cuidarse de una manera más empática y cálida. Así pues, el niño, niña o adolescente es mucho más que su trauma, en positivo. Acompañamos a personas completas, no “casos” y desde luego no “traumas personificados”, ni “historias clínicas”, ni, como hemos comentado en el grupo de Renovando desde Dentro, “traumas con piernas”. Recordarlo es fundamental para un proceso sanador.

Al mismo tiempo, no todo lo que afecta negativamente al niño, niña o adolescente es trauma. También puede tener muchas otras dificultades diferentes del trauma, aunque el trauma tenga un impacto especialmente negativo en esos aspectos. Si el niño, niña o adolescente se ha pasado años dedicándose a sobrevivir (encontrar comida, evitar agresiones…), es probable que no vaya al día en los estudios. Necesitará algún tipo de adaptación o de apoyo para alcanzar un nivel satisfactorio, y eso no es trauma. Si tiene algún tipo de enfermedad, posiblemente el trauma empeorará los síntomas, pero hay que tratar la enfermedad. Si ha pasado por varios centros de protección y ha aprendido que crear vínculos solo le causa dolor, porque al cabo de un tiempo se le vuelve a cambiar de sitio, eso impacta en su trauma, pero hay que abordarlo desde la estabilidad y el trabajo consciente para potenciar las redes afectivas sanas (como veremos en el punto 11).

El trauma reside en el cuerpo, y su sanación también
Leí la frase “El trauma se encuentra en el sistema nervioso, ¡no en el suceso!” por primera vez en el libro de Peter Levine y Maggie Kline El trauma visto por los niños3, pero he visto la idea después con otras formulaciones por diferentes especialistas. Así, por ejemplo, Stephen Porges aporta una visión muy técnica desde la Teoría Polivagal4 y describe en detalle los procesos fisiológicos que intervienen en la creación de una vivencia de trauma dentro del sistema nervioso. El mensaje es que tendemos a pensar que el núcleo del trauma está en el hecho traumático, mientras que la realidad es que reside en el sistema nervioso.

¿Y dónde está el sistema nervioso? En el cuerpo. Si nos hemos formado para trabajar con palabras, como nos ocurre a quienes nos hemos formado en Psicología, en Educación Social y en otras disciplinas sociales, puede resultarnos complicado comprender la dimensión fisiológica del trauma, y mucho más acompañarlo desde ahí. Nos podemos quedar en “la mente”, “el comportamiento” o “las emociones”, olvidando que todo eso reside en el cuerpo.

Esta comprensión conlleva una clave fundamental para la intervención: si el trauma está en el cuerpo, tendremos que intervenir también desde el cuerpo. Y esto no significa que la intervención tenga que ser a nivel de medicación como forma de “acompañar al cuerpo” (o al menos no de manera prioritaria), sino que ha de estar orientada a abordar la dimensión corporal del trauma en toda su amplitud. Por eso hay toda una serie de prácticas fundamentales que tenemos que desarrollar de manera sistemática: darles a los niños, niñas y adolescentes comida que sea sana y a la vez que les guste; ofrecerles mucho contacto físico seguro (desde abrazos y besos hasta dejar que se nos acurruquen viendo una película o en un tiempo siesta); ayudarles a regular la temperatura (con la ropa adecuada, o con edredones y mantas cuando duermen); facilitarles actividades de conexión corporal (deporte, baile, teatro…); fomentar la música en los distintos espacios, no solo para escucharla sino también para crearla…

Para visibilizar en el artículo la dimensión corporal del trauma iremos haciendo paralelismos entre las heridas y los daños físicos. Así, podremos dirigir una mirada más consciente hacia esas heridas que pasamos por alto, las del trauma.

El evento traumático cesa en algún momento, el trauma continúa
Esta idea se deduce de la anterior: si el trauma reside en el cuerpo, entonces no se va, permanece. Sin embargo, es frecuente ver respuestas adultas (incluso de profesionales) que se impacientan ante las manifestaciones de trauma. “¿Por qué no se le va el trauma a este niño, niña o adolescente ahora que le hemos dado un entorno seguro? ¿No ha terminado ya la causa del trauma?”, dicen de una u otra manera. “Ya nadie le pega, ya no sufre abusos, ya tiene unas condiciones de vida saludables, ¿por qué no mejora?”. Está bien que hayamos eliminado las situaciones que les causaban trauma originariamente, pero el trauma no desaparece por sí solo (otro mito que perdura todavía en muchos ámbitos).

De nuevo volvemos a la analogía de la medicina. Está bien que no se siga causando más daño en una fractura, pero si no hay una intervención para colocar bien el hueso, un tiempo de reposo para que suelde y después una rehabilitación para que los músculos y las articulaciones de la zona recuperen la máxima movilidad posible, es claro que no podemos decir que la actuación ha sido la adecuada. En el mismo sentido, está bien que un niño, niña o adolescente ya no sufra malos tratos por parte de su familia, pero si no le proporcionamos experiencias que le ayuden a colocar las relaciones de humanas, periodos amplios de procesamiento de sus emociones y de reconstrucción interior y una serie de vivencias en red para que pueda relacionarse de manera más sana y segura, resulta evidente que no habremos abordado el trauma, solo habremos evitado que se añadan nuevos elementos traumáticos por parte de su familia de origen.

Hay un tipo de trauma que sufre especialmente este tipo de incomprensión, y no solo en niños, niñas y adolescentes con medidas de protección: el abuso sexual infantil. Aunque hay muchos avances entre profesionales y a nivel institucional y social, todavía se sigue escuchando demasiado la recriminación “Ya lo has contado muchas veces, ¿por qué no pasas página?”. Se hace este comentario incluso hacia personas adultas que luchan por cambios en la protección de infancia a nivel legislativo y social. La respuesta es que no pasan página porque no pueden (¡ya les gustaría!), porque el trauma perdura sin una intervención integral.

Existe el trauma por carencia
Un descubrimiento que he hecho después de haber cerrado las publicaciones citadas es el trauma por carencia, también llamado trauma por déficit, trauma por omisión o trauma por negligencia. En muchos casos el trauma se produce por una situación que resulta estresante por lo que sucede (una agresión, un accidente, un abuso, un maltrato continuado…). Sin embargo, retomando la definición del punto 1 podemos comprender que la situación de tensión también puede estar causada por lo que no sucede, por aquellos elementos básicos de bienestar que no aparecen en la vivencia del niño, niña o adolescente. Cuando el sistema nervioso infantil o adolescente no experimenta ciertas vivencias (seguridad física y emocional, afecto, calidez, ternura, pertenencia, sentido y muchas otras), puede desequilibrarse por esa carencia. Esto se comprende mejor a través de otras carencias, de tipo físico.

Por ejemplo, vemos con claridad que cuando un niño, niña o adolescente ha pasado mucha hambre su sistema nervioso se descompensa y encuentra un comportamiento para sobrevivir: comer cada vez que tenga oportunidad. Esa sensación grabada en su cuerpo en el pasado hace que no exista una vivencia de seguridad de que haya comida suficiente en el futuro. De hecho, eso es lo que subyace también en el comportamiento de acumulación de alimentos: sabemos que ciertos armarios y que los bajos de algunas camas se convierten en despensas improvisadas (y poco salubres).

El mecanismo es similar ante las carencias emocionales. Si no ha habido afecto, el niño, niña o adolescente se puede ir al extremo de intentar verificar el afecto en el presente cada pocos momentos (desde la dependencia) o a desconfiar de cualquier forma de afecto (desde la evitación). Si no ha recibido cuidados, el niño, niña o adolescente puede haber aprendido a blindarse ante cualquier situación de riesgo potencial (desde la inmovilidad y la inacción o con comportamientos obsesivos) o puede haber perdido la medida del riesgo (exponiéndose a situaciones peligrosas sin consciencia). Si no ha sentido que se le valora, el niño, niña o adolescente puede haber desarrollado una baja autoestima y dificultades para sentir compasión respecto a sí, o puede haberse enrocado en un narcisismo destructivo, en el que nadie más le importa.

Hay que destacar una palabra clave en esta forma de trauma: el abandono, la vivencia del niño, niña o adolescente de que se le ha dejado a solas, sin apoyos, sin protección, sin presencia. Puede haber sido un abandono físico, cuando la figura de cuidado se va: en una separación o divorcio conflictivo, por entregar al niño, niña o adolescente en adopción…. Pero también causa mucho daño el abandono emocional: la madre, el padre, la abuela o el tío (o los equipos educativos de la residencia) están y se ocupan de las necesidades materiales, pero no están presentes a nivel afectivo. La vivencia de abandono marca especialmente a muchos niños, niñas y adolescentes con medidas de protección. Otras formas de maltrato tienen un impacto muy negativo, pero suponen “ver” a la persona, aunque sea para agredirla física, psicológica o sexualmente, y pueden conllevar la culpabilidad (que se verbalizan como “Me pegan porque soy malo”, “Abusan de mí porque soy débil”, “Me humillan porque tengo defectos”…). En el abandono, el niño, niña o adolescente tiene la vivencia de “Nadie me ve, no existo”, cuestionando su vida y su realidad, y eso causa un daño aún mayor.

Y, como hemos visto, la respuesta de supervivencia se puede mantener por mucho tiempo, incluso cuando las circunstancias externas han cambiado. Se le puede estar proporcionando afecto, cuidado y valoración al niño, niña o adolescente, y sin embargo su sistema nervioso no es capaz de procesarlo, de recibirlo y de aceptarlo. Esto requiere una intervención más profunda y con una dimensión corporal, porque mientras el sistema nervioso viva en carencia nada de lo que digamos (y muy poco de lo que hagamos) conducirá a un cambio, si no hay una vivencia que transforme la experiencia.

Los indicadores de internalización indican un daño mayor que los indicadores de externalización
El trauma conlleva consecuencias en múltiples niveles (físico, psicosomático, emocional, cognitivo, comportamental, sexual, social y relacional…), que son manifestaciones del daño recibido por el sistema nervioso de la persona. Esas consecuencias o indicadores se pueden expresar hacia fuera (externalización) o hacia dentro (internalización) en cada una de esas dimensiones. Así, por ejemplo, la respuesta emocional de rabia se puede dirigir hacia fuera (y la persona se comporta de manera agresiva) o hacia dentro (y la persona se causa daño, mediante autolesiones o prácticas dañinas). O, respecto a las normas, se puede manifestar el daño con una respuesta desproporcionada hacia fuera (oposición a las reglas y desafíos constantes a las figuras de autoridad) o hacia dentro (sumisión y obediencia ciega, incluso en contra de su bienestar). Una de las claves fundamentales durante la formación de profesionales y familias que acompañan a niños, niñas y adolescentes con trauma (ver Horno, Romeo y Echeverría, en prensa5) es enseñarles a ver que, contrariamente a lo que habitualmente se interpreta, la internalización refleja un grado mayor de daño que la externalización.

La externalización, dentro de la incomodidad que supone para el niño, niña o adolescente y para su entorno, conlleva dos elementos protectores: 1) el malestar se vuelca hacia fuera y 2) el comportamiento es tan llamativo que hace que las personas adultas respondan rápidamente. En un hogar, en una residencia, en una clase, en un equipo deportivo, el niño, niña o adolescente que externaliza los problemas recibe más atención, y es más probable que se atiendan sus necesidades profundas, esas que ha expresado de manera inadecuada pero real.

Sin embargo, la internalización es más dañina por lo opuesto: 1) el niño, niña o adolescente dirige su malestar hacia su propia persona (y a veces hacia su propio cuerpo) y 2) es mucho más difícil de detectar porque no impacta negativamente a quienes le cuidan (el impacto de la externalización en las figuras de cuidado es inmediato). De hecho, a menudo la interiorización se malinterpreta como “¡Qué niño, niña o adolescente más amable! Seguro que no necesita nada porque está muy bien”. En algunos equipos de protección se utilizan frases como “Se ha adaptado bien a las rutinas”, “Ha entrado en el dinámica del centro” u otras similares que indican falta de comprensión de la internalización. Atención: lo sano y natural en la infancia y adolescencia es tener dificultades (proporcionadas) de vez en cuando (conflictos, enfados, tristeza…). El niño, niña o adolescente que nunca ha causado un problema no está bien, sino que probablemente tenga un daño mucho mayor que el que está continuamente peleando. Necesitamos mirar continuamente a todos los niños, niñas y adolescentes para detectar todos los indicadores posibles, prestando una especial atención a la internalización y abordándola de manera prioritaria.

La disociación: el “olvido necesario” que afecta desde la sombra
Una de las formas más extremas que tiene el sistema nervioso para lograr la supervivencia de la persona es la disociación. Este proceso consiste en separar (“di-sociar”, esto es, “des-asociar”) la vivencia emocional traumática de la consciencia, relegándola a niveles más profundos e inconscientes. Con eso la persona consigue no sentirse desbordada psicológicamente (y fisiológicamente), y deja de recordar conscientemente los hechos. Es, en apariencia, un “olvido necesario” para sobrevivir, pero no es real: la memoria emocional no desaparece, simplemente queda apartada de la consciencia, pero sigue afectando desde la sombra. Y mucho. Primero, porque el daño intenta volver a la consciencia para ser sanado, y eso genera una enorme tensión interior. Y segundo, porque mientras busca resolverse, la parte disociada conduce a comportamientos que no tienen sentido ni para la persona afectada ni para quienes conviven con ella, y eso puede causar más aislamiento y rechazo por parte de su entorno.

Los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección han sufrido muchas situaciones extremas en sus entornos de origen (por eso se ha optado por proporcionarles otros entornos donde vivir). Sus sistemas nerviosos tenían que conjugar el miedo o la rabia ante los tratos inapropiados que recibían con la sumisión o adaptación ante quienes les tenían que cuidar (¿cómo iban, si no, a comer, a vestirse, a tener un sitio donde dormir…?). Y eso tiene un coste que todavía están pagando: se disocian en momentos de tensión, o tienen partes disociadas que aparecen desbocadas en ciertos momentos, dejando al propio niño, niña o adolescente y al resto de personas con el desconcierto ante la reacción.

La disociación es un aspecto del trauma que solo ahora empezamos a comprender. Es importante destacar, por ejemplo, que la disociación no es voluntaria, y que las acciones que realiza el niño, niña o adolescente no están bajo su control. Igual que no nos enfadamos cuando un niño vomita o cuando una niña tiene fiebre, sino que nos preocupamos y buscamos el remedio (a veces tras una consulta al médico), debemos mirar con curiosidad y delicadeza los indicadores de disociación (ver Romeo, 2019, 43-46). Y es útil tener en cuenta la disociación en niños, niñas y adolescentes que aparentemente están recibiendo todos los cuidados necesarios, que tienen múltiples diagnósticos e intervenciones y, sin embargo, no mejoran. Es probable que se estén intentando abordar solo los aspectos conscientes, y esos cuidados no le llegan a la parte disociada, que sigue empeorando.

Hagamos que la intervención de protección no cause nuevos traumas
La iniciativa “Renovando Desde Dentro” nace, en gran parte, de la preocupación por muchas intervenciones de protección que hemos visto los miembros del grupo. Hemos contemplado actuaciones que pretendían proteger a niños, niñas y adolescentes con las mejores intenciones y que, sin embargo, han causado un daño mayor. Con los conocimientos actuales sobre el trauma es fundamental mejorar nuestra formación como familias y profesionales y actualizar los programas de intervención incorporando una perspectiva de la psicología del trauma.

De hecho, la mayoría de nuestros artículos6 están dedicados a abordar las consecuencias de los traumas previos o a evitar traumas nuevos. Por ejemplo, sabemos que incorporar a la familia de origen en los procesos de protección reduce el conflicto de lealtades y hace la salida menos traumática. Es evidente que dar protagonismo a los niños, niñas y adolescentes en sus propios procesos es imprescindible para que se empoderen y puedan empezar a superar las limitaciones que les ha causado el trauma hasta entonces. La consciencia como profesionales nos ayuda a entrelazar los distintos niveles de intervención. Y a veces la mejor actuación es la que permite que los niños, niñas y adolescentes se queden con su familia, con los apoyos externos necesarios.

Recurriendo de nuevo a la analogía de las fracturas de huesos, hay situaciones en las que basta con una inmovilización temporal con una escayola o una férula, y sería desproporcionado realizar una intervención quirúrgica. Y hay otros casos en los que un vendaje es claramente inapropiado y pueden ser necesarias varias operaciones, incorporando prótesis o clavos para reconstruir un hueso que está muy dañado, asumiendo que los beneficios a largo plazo son mayores que los daños reales de la intervención (con cortes de herramientas, grapas y suturas). En traumatología (de huesos) están establecidas la toma de decisiones y las actuaciones adecuadas en cada proceso, y toca ir incorporando esa proporcionalidad en la intervención en “traumatología de las heridas del alma”.

Los niños, niñas y adolescentes necesitan comprender en qué consiste el trauma que sufren y reconocer sus consecuencias
Las personas llevamos mejor las situaciones cuando las comprendemos. Cuando tenemos una enfermedad física normalmente estamos con tensión hasta que tenemos el diagnóstico. Incluso aunque el diagnóstico sea grave, nos da tranquilidad saber qué nos sucede, en vez de tener una nebulosa de posibilidades negativas. Cuando empecé a trabajar con niños, niñas y adolescentes en riesgo social hace ya muchos años aprendí una cosa fundamental: si antes de curarles los raspones y arañazos o de darles los medicamentos que se les habían prescrito les avisaba de cómo iba a ser el proceso, lo llevaban mucho mejor. Si les decía “Te voy a limpiar la herida y te puede escocer”, resulta que les picaba menos. Si les avisaba de que la medicina que había recetado la doctora sabía mal, se la tomaban con mayor tranquilidad.

Con el trauma pasa algo similar en todas las edades. El trauma conlleva una sensación de pérdida de control, de tener un mundo interno hostil, con comportamientos inconvenientes, emociones descontroladas y, cuando hay disociación, la vivencia de inseguridad constante dentro del cuerpo propio. Poner nombre a esas experiencias, saber que son consecuencias normales (e incómodas, sin edulcorar la realidad) de lo que se ha vivido, y aprender a sobrellevarlas mejor son parte integral del proceso de sanación y crecimiento.

Por eso es imprescindible ayudar a los niños, niñas y adolescentes a que puedan nombrar sus vivencias de una manera consciente y segura. De hecho la guía amigable Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales7 que escribí para trabajar con quienes acompañan en el día a día tiene como objetivo secundario servir de apoyo para las conversaciones con los niños, niñas y adolescentes, con un lenguaje claro y sencillo y con ilustraciones que explican visualmente los mensajes más complejos.

Evidentemente, dar espacios para que los niños, niñas y adolescentes expresen sus vivencias no implica que cualquiera asuma hacer psicoterapia sin la formación, el encuadre y los conocimientos necesarios. No se trata de abrir puertas que no sepamos cerrar. Consiste más bien en ayudarles a que entiendan qué les pasa, cómo les afecta el trauma y qué pueden hacer para llevarlo mejor, entre otras cosas pedir ayuda. Estoy convencido de que con unas narrativas más proactivas y protectoras respecto al trauma ya estamos paliando parte de sus efectos más dañinos. Esas narrativas o relatos ayudan a estructurar la vivencia, a ver que las reacciones inapropiadas que les surgen tienen sentido en una historia más amplia, y que se pueden ir integrando, poco a poco, de una manera que les dé más seguridad en sus capacidades y en su valía como personas. Esto se puede hacer desde la familia (de origen, de acogimiento o de destino), desde el acompañamiento social y desde las actividades educativas y de ocio y tiempo libre, si se comprende bien al niño, niña o adolescente y se adaptan los mensajes a su realidad específica. Por eso la atención en protección de infancia debe basarse en un buen conocimiento del niño, niña o adolescente, para poder adecuar también estas conversaciones sobre el trauma y sobre la intervención.

Para abordar bien el trauma hace falta un equipo (profesional) y una red (afectiva)
Con todo lo que hemos visto, si el trauma afecta a tantos aspectos de la persona, resulta evidente que la intervención en trauma debe ser multidisciplinar y en todos los ámbitos de la vida de los niños, niñas y adolescentes.

Utilizando el símil de la herida física, para limpiar un rasponazo basta con un botiquín sencillo y una persona que sepa utilizarlo, pero para reconstruir un hueso con múltiples fracturas hace falta todo un equipo para realizar la operación y múltiples profesionales (especialistas en enfermería para las curas, en traumatología para valorar la evolución y proponer ajustes, en fisioterapia para la rehabilitación…) y la persona va a necesitar ayuda para muchas funciones básicas durante un tiempo considerable. Del mismo modo, ante un disgusto ocasional basta la escucha empática, pero ante un trauma consolidado es necesario contar con dos tipos de apoyos coordinados: un equipo profesional que diagnostique y plantee la intervención en los distintos niveles (psicológico, social, educativo, relacional, legal…) y una red afectiva de personas que vayan a estar en el día a día, tanto para los aspectos prácticos cotidianos como para sostener emocionalmente el proceso.

El sistema de protección debe garantizar ambos aspectos: una intervención profesional sólida en el trauma y la facilitación de que el niño, niña o adolescente pueda reconstruir su red afectiva basada en el buen trato y el afecto. Para conseguir lo primero es necesaria más formación en trauma en todos los equipos que intervienen en infancia y adolescencia, y en especial para quienes trabajan con niños, niñas y adolescentes con medidas de protección. Para alcanzar lo segundo es imprescindible poner en el centro de la intervención las relaciones sanas existentes o posibles y potenciarlas al máximo, permitiendo la normalidad de que los niños, niñas y adolescentes con medidas de protección puedan ir a dormir a casa de sus amistades y recibirlas en donde viven (incluidas las residencias), de que puedan participar en los viajes escolares y sociales (incluidas las vacaciones con las familias de acogida) con unos permisos ágiles y seguros, de que escojan las actividades de ocio y tiempo libre en las que quieran participar, en resumen, que puedan retomar una socialización saludable y similar a la de otros niños, niñas y adolescentes de su edad.

Abordar el trauma es mucho más que llevar al niño, niña o adolescente a psicoterapia
El punto anterior describe las personas que son necesarias para abordar el trauma en niños, niñas y adolescentes: profesionales y red afectiva (familias, amistades, figuras afectivas…). En este apartado vamos a ver las acciones fundamentales para que estos niños, niñas y adolescentes puedan ir sanando, dentro de lo posible, sus vivencias de trauma.

En muchos casos va a ser necesaria la psicoterapia, y en algunos casos hasta medicación. Vamos a contar con especialistas de la psicología y de la psiquiatría que ayuden a diagnosticar y plantear el tratamiento de las heridas (traumas) de los niños, niñas y adolescentes. Pero esa no es la única acción. De hecho, sin el resto de actuaciones, la intervención clínica será insuficiente. Retomando la analogía de la herida física, si una persona se ha roto un hueso y necesita una reconstrucción quirúrgica, resulta evidente que no por eso va a dejar de comer, de asearse, de descansar o de hablar de sus preocupaciones, y también es claro que va a necesitar que otras personas le ayuden y le apoyen en esas cuestiones. Como psicoterapeuta infantil y juvenil siempre les insisto a las familias cuando llegan a terapia que yo veo al niño, niña o adolescente una hora a la semana, pero que ellas le atienden las otras 167 horas, y que por eso es imprescindible que se comprometan también con la terapia.

En el sistema de protección a veces se tiende a centrar el peso de la intervención en especialistas (que a menudo ni siquiera están en el centro residencial o en la familia de acogida). Sin embargo, lo recomendable es que haya un equilibrio, con un peso suficiente a la intervención en la vida cotidiana. Caminar es un ejercicio muy recomendable para muchas situaciones de salud, se puede decir incluso que es “terapéutico” sin que sea “terapia” (al menos no conozco ninguna “caminoterapia”, por el momento). Del mismo modo, la integración del trauma tiene una parte que se puede hacer en psicoterapia (cuando y como sea conveniente, a lo mejor una vez que hay una seguridad emocional como para abrir temas complejos), y otra parte muy importante que se elabora en el día a día: con las rutinas de levantarse y acostarse, con las conversaciones durante las comidas, las meriendas, mientras se hacen las tareas, cuando se ve la televisión o se comparten juegos… Esta es una invitación, volviendo a la imagen de la operación y de las actividades de apoyo, a que no dejemos “sin comida” (emocional) y “sin apoyo cotidiano” a los niños, niñas y adolescentes con la excusa de que “ya está su terapeuta trabajando su trauma”.

En este sentido, hay mucho que recorrer en el sistema de protección. Con todas las mejores intenciones (no abrir puertas que no se sepan cerrar, como decíamos antes) los equipos de protección pueden delegar todas las funciones de apoyo en especialistas fuera del centro o de la familia. Necesitamos retomar las funciones de cuidado en la vida diaria. Y parte de eso implica flexibilizar también algunos aspectos del sistema de protección, para que la vivencia de los niños, niñas y adolescentes con esas medidas no sea incompatible con la normalidad: si para poder ir a una fiesta de pijamas es necesaria una autorización de una consejería autonómica y el proceso tarda tres semanas, estamos condenando al niño, niña o adolescente a quedarse fuera de las dinámicas de clase. Si, “por protección de los otros niños, niñas y adolescentes que viven en la residencia” no se permiten visitas en el centro, el niño, niña o adolescente no va a poder participar en los trabajos en grupo, en las meriendas o ni siquiera celebrar su cumpleaños con personas de fuera del centro de protección. Si se retiró al niño, niña o adolescente de su familia de origen porque “no le permitía un desarrollo apropiado para la edad”, ¿está facilitando el sistema de protección ese desarrollo o está causando un daño similar?. Soy consciente de que se están realizando mejoras en muchos equipos, y espero eso que anime a otros a seguir avanzando en una protección integral, la que garantiza el desarrollo pleno.

Y una reflexión final respecto a la intervención, tanto en psicoterapia como en la práctica educativa de los equipos y de las familias: ¿tiene que expresarse todo verbalmente, en especial el trauma? No necesariamente. Sin profundizar mucho, citaré la No-talk Therapy 8de Martha Straus, una terapia “sin palabras” o “no hablada”, que se basa en crear la relación terapéutica a través de muchos otros medios (incluyendo “palabras o hablar” sobre otras cosas que no sean el trauma). Del mismo modo, en los centros residenciales o en las familias de acogida o adoptivas se puede acompañar el trauma en el día a día sin mencionarlo, o dejando que sea el propio niño, niña o adolescente quien saque el tema cuando quiera, y que esas interacciones sean terapéuticas (aunque no sean terapia).

* * *

Hemos visto varias ideas sobre el trauma en la infancia y adolescencia, en especial cómo afecta a los niños, niñas y adolescentes que tienen medidas de protección. Para concluir de una manera práctica podemos utilizar algunas preguntas que nos ayuden a ver (reflexión) y a acompañar (acción) esas heridas que, sin identificarlas, pasamos por alto:

¿Qué cambios son necesarios en los programas de intervención con niños, niñas y adolescentes con medidas de protección para incorporar el trauma como un elemento fundamental en la toma de decisiones?
Revisando las vidas de los niños, niñas y adolescentes que acompañamos, ¿cuántos de sus traumas conocemos?
¿Qué modificaciones tenemos que hacer en nuestras intervenciones para acompañar el trauma desde una dimensión corporal?
¿Qué ocurre si intentamos identificar no solo los traumas “por acción”, sino que incorporamos también a nuestra mirada los traumas por carencia? ¿Descubrimos muchos traumas nuevos?
¿Cómo podemos incorporar a nuestros programas de protección una mirada más atenta a los indicadores de internalización?
¿Qué claves utilizamos desde los programas de intervención para abordar la disociación y sus consecuencias en los niños, niñas y adolescentes , en especial su impacto con sus personas más cercanas?
Con cada decisión que tomamos en la intervención con niños, niñas y adolescentes, ¿estamos facilitando el proceso hacia la sanación del trauma o estamos causando daños nuevos?
¿Qué prácticas traumatizantes (y, en muchos casos, revictimizantes) tenemos que empezar a eliminar de nuestras intervenciones con niños, niñas y adolescentes? ¿Cuáles son sus opiniones sobre ellas?
¿Somos capaces de explicar el trauma de una manera compasiva y sencilla? Si no, necesitamos practicarlo.
¿Qué aspecto tendrían las intervenciones profesionales de protección si incorporasen siempre una explicación breve sobre el trauma y una relación entre el trauma y las consecuencias que vive el niño, niña o adolescente?
¿Facilitamos la creación de redes y una vida normalizada como objetivo prioritario para los niños, niñas y adolescentes con trauma, o más bien les encerramos en una burbuja de medidas para evitar problemas a nuestras instituciones?
1Romeo, F. J. (2019). Acompañando las heridas del alma. Trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). http://www.espiralesci.es/manual-acompanando-las-heridas-del-alma-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo/

2Romeo, F. J. (2020a). Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/las-heridas-del-alma-una-guia-sobre-trauma-para-familias-y-profesionales-f-javier-romeo-aldeas-infantiles-sos-america-latina-y-el-caribe/

Romeo, F. J. (2020b). Tejer una red para sanar las heridas del alma. Gestión de Caso con abordaje de trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/tejer-una-red-para-sanar-las-heridas-del-alma-gestion-de-caso-con-abordaje-de-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo-para-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe/

Romeo, F. J. (2021). Enseñando a ver las heridas del alma. Cómo facilitar formaciones sobre trauma en la infancia y adolescencia. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/ensenando-a-ver-las-heridas-del-alma-como-facilitar-formaciones-sobre-trauma-en-la-infancia-y-adolescencia-de-f-javier-romeo-para-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe/

3Levine, P. A., y Kline, M. (2016). El trauma visto por los niños. Despertar el milagro cotidiano de la curación desde la infancia hasta la adolescencia. Barcelona: Eleftheria. Capítulo 1 (4% de la versión digital).

4Porges, S. (2017). La Teoría Polivagal. Fundamentos neurofisiológicos de las emociones, el apego, la comunicación y la autorregulación. Madrid: Pléyades.

5Horno, P., Romeo, F. J., y Echeverría, A. (en prensa). Aprendiendo la mirada consciente. Sistematización de la metodología de formación y supervisión en los centros de protección. [UNICEF España].

6Se pueden consultar recogidos en: https://renovandodentro.wordpress.com/todos-los-articulos/

7Romeo, F. J. (2020a). Las heridas del alma. Una guía sobre trauma para familias y profesionales. La Paz, Bolivia: Aldeas Infantiles SOS (Oficina Regional para Latinoamérica y el Caribe). https://www.espiralesci.es/las-heridas-del-alma-una-guia-sobre-trauma-para-familias-y-profesionales-f-javier-romeo-aldeas-infantiles-sos-america-latina-y-el-caribe/

8Straus, M. B. (1999). No-Talk Therapy for children and adolescents. Nueva York: Norton

Asociación entre las relaciones madre-adolescente y padre-adolescente, y la salud del adulto joven.

 Los resultados de este estudio sugieren que las percepciones positivas de 
los adolescentes sobre las relaciones con sus madres y padres 
están asociadas con una amplia gama de resultados favorables en la edad adulta joven.

 Carol A. Ford,; Andrew C. Pool; Nicole F. Kahn. 
et al. James Jaccard; Carolyn T. Halpern.
Investigación original | Pediatría
Red JAMA. 2023;6(3):e233944. 

El patrón general de estos resultados sugiere que las relaciones sólidas entre los adolescentes y sus madres y padres conducen a una mejor salud y bienestar en la edad adulta... Los esfuerzos para fortalecer las relaciones entre padres y adolescentes pueden tener importantes beneficios para la salud a largo plazo". Carol Ford, autora y médica del Hospital Infantil de Filadelfia.

Puntos clave 
Pregunta: ¿Qué características de la relación padre-adolescente están asociadas con los resultados de salud de los adultos jóvenes? 
Hallazgos: En este estudio sobre más de 15000 adolescentes, los niveles más altos de calidez de los padres informados por los adolescentes, comunicación entre padres y adolescentes, tiempo juntos, expectativas académicas, satisfacción en la relación y la comunicación, y disciplina inductiva materna se asociaron con resultados favorables en la edad adulta joven. 
Significado: Este estudio sugiere que las inversiones para mejorar la relación entre padres y adolescentes pueden estar justificadas, dados los sólidos vínculos con los resultados de salud a largo plazo. 

Resumen
Importancia:  Los estudios que vinculan la calidad de las relaciones entre padres y adolescentes con los resultados de salud de los adultos jóvenes podrían informar las inversiones para respaldar estas relaciones complejas. 
Objetivo: Evaluar si las características modificables, medidas consistentemente, de las relaciones entre padres y adolescentes están asociadas con la salud de los adultos jóvenes en múltiples dominios. 
Diseño, entorno y participantes: Este estudio de cohortes utilizó datos de las oleadas I (1994-1995; edades 12-17 años) y IV (2008-2009; edades 24-32 años) del Estudio Nacional Longitudinal de Salud de Adolescentes a Adultos de EE. UU. De 20 745 adolescentes inscritos en el ciclo I, 15 701 de 19 560 que eran elegibles completaron el ciclo IV (tasa de respuesta, 80,3 %). Los análisis de datos se realizaron desde febrero de 2019 hasta noviembre de 2020. 
Exposición:  Calidez de los padres, comunicación entre padres y adolescentes, tiempo juntos, satisfacción en la relación y la comunicación, expectativas académicas y disciplina inductiva materna según lo informado en la ronda I por los participantes adolescentes. 

Principales resultados y medidas: La salud, la depresión, el estrés, el optimismo, la dependencia de la nicotina, los síntomas de abuso de sustancias (alcohol, cannabis u otras drogas), el embarazo no deseado, la calidad de la relación romántica, la violencia física y los lesión. Se ejecutaron modelos de regresión separados para las relaciones madre-adolescente y padre-adolescente mientras se controlaba la edad, el sexo biológico, la raza y el origen étnico, el nivel educativo de los padres, la estructura familiar y las experiencias de maltrato infantil. 
Resultados: Un total de 10744 participantes (edad media [DE] en el ciclo IV, 28,2 [1,8] años; 52,0 % mujeres; 67,3 % blancos no hispanos) y 8214 participantes (edad media [DE] en el ciclo IV, 28,2 [1,8] ] años; 50,8 % mujeres; 71,9 % blancos no hispanos) tenían pesos de muestreo válidos y datos completos para las características de la relación madre-adolescente y padre-adolescente, respectivamente.
Adolescentes que reportaron mayores niveles de calidez madre-adolescente (β = 0.11 [IC 95%, 0.06-0.15]), comunicación (β = 0.02 [IC 95%, 0.00-0.04]), tiempo juntos (β = 0.07 [95% IC, 0.05-0.09]), expectativas académicas (β = 0.05 [IC 95%, 0.02-0.08]), satisfacción en la relación o comunicación (β = 0.07 [IC 95%, 0.04-0.10]) y disciplina inductiva (β = 0,03 [IC del 95%, 0,01-0,05]) informaron niveles significativamente más altos de salud general autoevaluada en la edad adulta joven. 
Adolescentes que reportaron mayores niveles de calidez padre-adolescente (β = 0.07 [IC 95%, 0.03-0.11]), comunicación (β = 0.03 [IC 95%, 0.01-0.05]), tiempo juntos (β = 0.06 [95% IC, 0.03-0.08]), expectativas académicas (β = 0.04 [IC 95%, 0.01-0.06]) y satisfacción con la relación (β = 0.07 [IC 95%, 0.04-0.10]) también reportaron niveles significativamente más altos de autoestima, salud general calificada en la edad adulta joven. 
Los adolescentes que reportaron niveles más altos de todas las exposiciones también reportaron niveles significativamente más altos de optimismo y calidad de la relación romántica en la edad adulta joven (rango de coeficiente β, 0.02 [IC 95%, 0.00-0.04] a 0.24 [IC 95%, 0.15-0.34]) y menores niveles de estrés y síntomas depresivos (rango del coeficiente β, -0,07 [IC del 95 %, -0,12 a -0,02] a -0,48 [IC del 95 %, -0,61 a -0,35]). 
Los niveles más altos de calidez de los padres, tiempo juntos y satisfacción con la relación o la comunicación se asociaron significativamente con niveles más bajos de dependencia de la nicotina (rango de probabilidad relativa, 0,78 [IC del 95 %, 0,72-0,85] a 0,89 [IC del 95 %, 0,81-0,98]) y síntomas de abuso de sustancias (rango de razón de tasas de incidencia, 0,60 [IC 95 %, 0,50-0,73] a 0,94 [IC 95 %, 0,89-0,99]), así como menores probabilidades de embarazo no deseado (rango de razón de probabilidades, 0,81 [IC 95 %, IC, 0,74-0,88] a 0,93 [IC 95%, 0,86-0,99]). 
Los patrones fueron menos consistentes para la violencia física y las lesiones relacionadas con el alcohol. Las características de las relaciones madre-adolescente y padre-adolescente se asociaron de manera similar con los resultados de los adultos jóvenes. 

Conclusión de interés: Los hallazgos de este estudio de cohortes sugieren que las percepciones positivas de los adolescentes sobre sus relaciones con sus madres y padres están asociadas con una amplia gama de resultados favorables en la edad adulta joven.
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" Los libros, no escritos por niños, los empaquetaría en las bibliotecas escolares y los mandaría al "rincón de pensar"".

 «Pedagogía Andariega, 7: Escribo, luego existo».
   

De cómo, si por mí fuera, empaquetaría los libros de las bibliotecas escolares y los mandaría al “rincón de pensar”.

¡Dejémosles que se expresen, demontre!


Ese aforismo inicial que encabeza el artículo no es mío, Molinera. Se lo he pedido prestado a mi amigo Agustín Eguíluz, un arquitecto recientemente jubilado, el cual, después de toda una vida levantando edificios para la posteridad, se ha dado cuenta que, para trascender, lo único verdaderamente duradero es la escritura, la propia escritura.

No entiendo, Molinera, ese empeño porque los niños lean libros de adultos. Me refiero a ese mantra machacón, tanto en colegios, como en familias y medios de comunicación, que da por supuesto que la lectura de los libros existentes en las librerías y bibliotecas (ya infantiles o de mayores) equivale a “adquirir cultura”, “dominar habilidades lingüísticas” o “mejorar la autoestima”.

Si por mí fuera, empaquetaría los libros de las bibliotecas que no han sido escritos por los propios niños del pueblo o de la ciudad donde viven y los mandaría al cuarto oscuro donde se guardan los utensilios de limpieza. A estas edades con las que trabajamos decir a un niño que lea esos libros bellamente ilustrados, ¡sí!; de autores consagrados, ¡por supuesto!; publicitados por editoriales muy rentables, ¡faltaría más! … supone introducirlo en un mundo consumista y homologado donde se trabajan temáticas globalizadas y ajenas. Temáticas “ad hoc”, milimétricamente calculadas para que causen el efecto económico e ideológico deseado.

¿Entiendes, Molinera, lo que te digo? Te lo diré de otro modo para que me comprendas. Imagínate que llevamos a un niño al circo y le decimos que se siente. Que se siente y que contemple atentamente las cabriolas, saltos y prodigios que un malabarista virtuoso. ¡Quedará maravillado, sin duda! A continuación, ya fuera, le decimos que intente hacer él lo mismo. Efectivamente, comenzará hacer sus pinitos, pero pronto se dará cuenta de que no puede imitar al artista de dentro, que no tiene aptitudes para eso… (a consecuencia de lo cual, se acomplejará y dejará de intentarlo).

En nuestro caso, con la escritura, sucede lo mismo. Sentadle a que lea y, a posteriori, si algún niño intenta expresarse a su modo, se verá de inmediato remedado en su cuaderno con un sembrado repelente de rotuladorazos de color fosforescente realizados por su admirada “profe”. “¿Para qué voy a escribir yo, o para qué voy a leer lo que escriben mis compañeros si hay autores famosos que lo hacen por nosotros?” –se dirá. ¡Y lo mismo podríamos decir con sus propios dibujos, composiciones musicales o expresiones artísticas originales!

Por poner otro ejemplo, te hablaré de mí mismo, de mi propia experiencia. Fíjate: al tiempo que escribo, siento que vivo, que permanezco atento, tanto a lo que he visto que sucede a mi alrededor, como a lo que sucede dentro de mí mismo. ¡Y te digo más! Soy consciente de que mis palabras son el adobo con que embalsamo mis reflexiones: el sarcófago mágico que preservará de la podredumbre las experiencias e ideas que, sobre la Pedagogía Andariega, fagocito dentro.

Es verdad que corro el riesgo, lo sé, de que, a diferencia de escritores consagrados, mis escritos sólo queden en pura verborrea. Un fuego de artificio barato que, a la postre, solo exhalará humo y ruido…. Sin embargo continúo escribiendo. Y ello porque las palabras son como seres vivos que bullen dentro de mí y dan consistencia a mi propio pensamiento… ¡Pero si el propio movimiento de mi mano al plasmarlas expresa como nadie el ideario andariego que me anima!

Si esto es lo que siento yo, burrita mía, que soy adulto, ¿qué no sentirá la niña o el niño que se halla en fase de descubrirse a sí misma, a sí mismo? Para ellos escribir sus pensamientos y experiencias resulta esencial para fijar y mantener su peculiaridad, su originalidad. Escritos, por otra parte, que cuentan mucho de ellos mismos: de las luces y las sombras de que disfrutan y padecen diariamente. Escritos que servirán para, como me sucede a mí, fortalecer su personalidad y aportar un material que servirá, además de para disfrute de familiares y amigos, de columna vertebral de su individualidad.

A mi abuela le gusta el morado: siempre se pone pantalones, camisetas y calcetines de ese color.
Es muy buena. Tiene 75 años y viaja por todo el mundo: por Estambul, Inglaterra, Ámsterdam, Marruecos…
Es gordita, sonríe mucho y nos deja vivir en su casa. Le gusta comer chuches y tartas. También le gustan los niños, los visitantes y los animales.
Tiene un perro que se llama “Percy” y otro que se llama “Tornillo”. Le gusta pasearlos y también pasear con nosotros cuando estamos juntos.
Tiene un jardín y lo riega. Escucha música cuando se va a dormir y me admira con todo su corazón.
¡Te quiero mucho, abuela!.

¡Y no digo nada de sus dibujos, canciones tarareadas, gesticulaciones y movimientos corporales espontáneos…! No he conocido a ningún artista más expresivo e imaginativo que un niño desarrollando espontáneamente sus propias creaciones
¡Dejémosles que se expresen, demontre!

En fin, Molinera… lo que te decía al principio: si por mí fuera, empaquetaría los libros de las bibliotecas escolares y se los remitiría a sus autores, a sus editoriales o a las tiendas donde se han adquirido para que los pusieran en el “rincón de pensar”.

La reunión de hoy la he organizado con el profesorado para tratar sobre esta temática. Lo vamos a hacer dando vueltas alrededor del patio de recreo. ¡Ya sabes que soy alérgico a las aulas…! Sé que la mayoría va a manifestar su desacuerdo con esa idea que preconizamos. ¡Qué disparate! –dirán llevándose las manos a la cabeza. A continuación, con respecto a la ausencia de escritos de sus niños en aulas y biblioteca de Centro, se van a exculpar diciendo que no tienen tiempo para leer atentamente y corregir, uno por uno, todos sus escritos (¡menos aún para editar y reproducir dichos textos con la burocracia a que están sometidos!). Incluso alguno de “Lengua”, constatará que no se fía del aprendizaje autónomo; que sus “niños” no tienen vocabulario suficiente para expresar sus emociones…; que tienen que dar los contenidos que fija la legislación.

¿Legislación? ¿Circunscribir su vocabulario a las distintas formas de comunicación que caracteriza el lenguaje escrito”? ¡Valiente galimatías! ¡Como si los niños necesitaran de un lenguaje enrevesado para expresar un sentimiento, una constatación o una necesidad… ¡

Señores profesores–les diré-. Lo importante no es cómo se escribe, sino lo que se escribe: ese cúmulo de ideas y aportaciones que todos necesitamos echar a volar”. ¡Y más aún, hoy en día en que la expresión escrita individual, lo mismo que la escritura a mano o la exposición de ideas propias, se halla en franca regresión debido al manejo automatizado de emoticonos e inteligencias artificiales!

Animaré al profesorado a que siga la doctrina de Celestine Freinet, aquel pedagogo que con tanto ahínco favoreciera el texto libre y la corrección comunitaria. A que permitan y celebren el que, en cualquier sitio y momento, los niños escriban. Les insistiré que en la Pedagogía Andariega no nos interesa lo sabido, lo consagrado, ni mucho menos lo culturalmente establecido. Antes bien, que preferimos recorrer nuestro propio itinerario personal. Un camino ascendente y curvilíneo que nos conducirá, sin duda, a querer, algún día, desempolvar aquellos libros embalados e interesarnos por lo que allí pone.

En fin. Por nuestra parte no va a quedar. Hoy mismo, recogeremos de mano del profesorado los textos y dibujos de niños y menos niños que nos tengan preparados y los editemos en forma de libritos colectivos. Libritos que se los regalaremos cuando volvamos la próxima vez y que pasaran a formar parte de la Colección que, desde hace años y en tu honor, Molinera, denominamos “Arre burrita”.

(Pulsar aquí para acceder al contenido)

Como colofón del encuentro, y siempre caminando, iremos leyendo sucesivamente los textos de este libreto que traemos hoy a colación y que reproducimos en formato PDF. Un compendio de cuentos, poesías, anécdotas y emociones que bien merecen, no ya un “Premio Planeta”, sino todo un “Galardón Sideral de la Pedagogía Andariega”.

Isidro García Cigüenza, y Molinera.

 Ver artículos anteriores de
Isidro García Cigüenza
Visitar blog personal ARRE BURRITA


 

 

«Familias ayudando a familias: el eslabón perdido», Renovando desde Dentro, nº 13.


Marta Llauradó,
Renovando desde Dentro, nº 13.


Una familia en apuros

Laura[1] es una mujer venezolana, con residencia legal en España, viuda y madre de dos niños pequeños. Su marido murió después de una larga enfermedad coincidiendo con el deterioro de la economía del país. La emigración se vislumbró ante ella como la única posibilidad de no sucumbir a la pobreza. Desde el principio, tuvo claro que no iba a emigrar sin sus hijos. Tras un largo y difícil periplo, con diversos cambios de localidad y de domicilio, consiguió su permiso de residencia y de trabajo, y un contrato temporal en una empresa por el que está obligada a trabajar muchos fines de semana.

La familia vive en Barcelona, en una habitación alquilada. Laura tiene una hermana viviendo en la misma ciudad, cuyos horarios de trabajo por turnos y su propia vida personal no siempre le permiten ocuparse de sus sobrinos y , en ocasiones “no le quedaba otra” que dejarlos solos y trabajar con un ojo en la pantalla de su móvil.

Su trabajadora social le habló del Servicio de Familias Colaboradoras (SFC)[2]. Este servicio del ayuntamiento de Barcelona dispone de un banco de familias (personas) voluntarias que se ofrecen para dar un apoyo a familias en situación de vulnerabilidad que por distintas razones tienen dificultades para atender a sus hijos e hijas pequeños.

Laura tenía muchas dudas. Una madre del colegio de sus hijos, que también es atendida por los Servicios Sociales, la inquietaba. “Me coloca una cabeza grandísima, diciéndome que me van a quitar a los niños, que te lo pintan todo muy bonito y que presiente eso”. “A mí me dio tanto nervio que le dije a la trabajadora social: ‘No, tranquila. Ya veo con mi hermana cómo hago’”.

Sus hijos siguieron quedándose solos en algunas ocasiones y fue entonces cuando la trabajadora social le dijo a Laura que tenía que acudir al SFC sí o sí, porque en el caso de que los niños sufrieran algún percance debían estar protegidas, tanto ella, como madre, como la trabajadora social, por la responsabilidad que tiene de ofrecer este recurso.

“María, es que tengo miedo”, le dijo Laura a la trabajadora social.

Su principal miedo era que en la familia colaboradora hubiera una persona que pudiera tener una conducta abusiva con sus hijos, hasta el punto de que ya los iba advirtiendo de cómo detectarlo, cómo avisar y cómo salir corriendo. “Este es un miedo que tenemos la mayoría de las madres, una figura masculina desconocida que se quede a solas con nuestros hijos”.

Entre tanto, conoció a una familia atendida por el SFC, que le habló así del servicio: “Para mí es una bendición. Adriana ha estado ya en dos familias porque la primera tuvo que dejar de colaborar por atender otras necesidades”. A Laura esta idea de discontinuidad no le gustaba para sus hijos, pero la familia la tranquilizó: “Las dos familias han sido magnificas”, y siguió apartando sus temores.

Finalmente, decidió cerrar oídos a los comentarios negativos y aceptó la mediación del SFC. Por teléfono le informaron de las condiciones del servicio y de las características de la familia seleccionada para colaborar en su caso. “Cuando me dijeron que era Mónica, una mujer que vivía sola, me sentí muy aliviada”.

Una familia dispuesta a arrimar el hombro

Mónica es la persona que colabora con Laura. Se ofreció al SFC, deseosa de hacer un voluntariado social que para ella tuviera algún sentido. Tras un proceso de valoración psicosocial y de una visita a su domicilio por parte de las responsables del servicio fue admitida en el banco de familias colaboradoras. Aunque vive fuera de Barcelona, su disponibilidad horaria y sus circunstancias personales le permitieron aceptar la propuesta de cuidar a los dos hijos de Laura los fines de semana en los que esta tenía que trabajar.

Primero, tuvo una reunión en la oficina del SFC con la coordinadora y la familia al completo. Tras las oportunas presentaciones, se les explicó a los niños lo que iba a pasar y con quién, y se les pregunto por sus gustos, preferencias, rutinas, etc. A continuación, ambas familias plantearon sus condiciones, para finalmente acordar que Mónica recogería a los niños los viernes a la salida de la escuela y los llevaría a su casa para devolverlos el domingo a una hora y lugar convenidos. De este modo, llegaron a la firma de un acuerdo de colaboración por un periodo de seis meses, el tiempo máximo contemplado por el servicio, aunque renovable si continua la necesidad de apoyo.

Unos días después, Mónica propuso que Laura fuera con los niños a su casa, para conocerse mejor y para que pudiera tener un idea tranquilizadora de las condiciones en las que iban a estar sus hijos. También para que los niños se sintieran acompañados ante esta novedad en sus vidas. A partir de ese momento, los niños van solos a casa de Mónica, donde disfrutan de un tiempo de ocio en el campo: participan en algunas tareas, van en bicicleta, juegan a la pelota, ven la televisión, juegan a videojuegos…, y realizan salidas a la playa, a comprar, al cine, etc. Tanto Mónica como los niños se comunican con Laura en distintas ocasiones, ya sea para informar de alguna incidencia, mandar fotos o para darse las buenas noches o los buenos días.

Transcurridos los primeros seis meses de forma satisfactoria, Laura y Mónica se han sentado de nuevo en la mesa del SFC y han renovado el acuerdo para los siguientes seis meses.

La percepción del servicio por parte de Laura ha cambiado totalmente, tanto es así que cuando la mamá recelosa sigue con su discurso, Laura le dice: “Deja de ser tan obtusa. Tú no sabes la ayuda que te aporta el SFC. Te quitarías todas las dudas si solicitaras el SFC. Yo siento su apoyo cien por cien y estoy muy tranquila. Es una persona ideal. No me esperaba ver cómo la barrera de lo extraño desaparece”.

Esta es una de los cientos de historias que ha albergado el SFC desde su inició en 1984. En ella quedan reflejadas muchas de las características del Servicio. Como he dicho ya, su finalidad es ofrecer un apoyo temporal a familias en situación de vulnerabilidad que por distintas circunstancias (conciliación de la vida laboral y familiar, enfermedad, formación, respiro…) no pueden atender todo el tiempo a sus hijos e hijas pequeños.

Esta colaboración interfamiliar se apoya en cuatro principios básicos: proximidad, temporalidad, complementariedad y voluntariedad.

La proximidad entre las dos familias facilita la colaboración por razones prácticas y evita la desubicación de los niños de sus entornos habituales. Por su parte, el servicio se mantiene próximo a las dos familias, realizando un seguimiento y estando siempre disponible para atender cualquier duda o incidencia que pueda surgir a lo largo de la colaboración.

El principio de la temporalidad implica que la colaboración, ya sea por horas, por días concretos o por periodos de convivencia, es tan temporal como lo es la necesidad de apoyo por parte de la familia usuaria, con una duración máxima de seis meses, renovable por otros seis meses si la necesidad persiste.

El principio de la complementariedad implica que la familia colaboradora atiende solo aquellas necesidades de los niños que no pueden ser atendidas por su propia familia, en un marco de confianza mutua, basado en una relación fluida y colaborativa entre ambas familias.

Por último, el principio de la voluntariedad implica que las familia colaboradoras sean personas que se ofrezcan voluntariamente al servicio, sin recibir una prestación económica a cambio.

El Servicio se caracteriza también por su flexibilidad. La franja horaria en las que las familias usuarias necesitan este apoyo es tan diversa (determinadas horas, días o periodos de convivencia) como lo puede ser la disponibilidad de las familias voluntarias. De este modo, el servicio puede ajustarse a múltiples circunstancias.

Las familias usuarias llegan al servicio derivadas desde otros servicios del ámbito educativo, social o sanitario cuando se detecta una necesidad o se recibe una demanda de apoyo. El SFC les facilita el contacto con una familia colaboradora próxima a su domicilio (el caso de Laura y Mónica es poco frecuente en este sentido) cuya disponibilidad y circunstancias encajen con su demanda concreta de apoyo. Ambas familias, tras conocer la necesidad de una y la disponibilidad de la otra, acuerdan por escrito los términos de esta colaboración.

Este servicio tiene especial relevancia en los entornos de las grandes ciudades donde las condiciones y el ritmo de vida, la diversidad social y cultural, y el anonimato implican que no se den las relaciones de apoyo entre vecinos o, incluso, entre familiares que, de forma natural, se dan en núcleos de población más pequeños. En definitiva, este servicio provoca artificialmente el encuentro entre dos familias , en un marco garantista para ambas, que permite superar la barrera del miedo a lo desconocido.

Por otra parte, esta colaboración abre la puerta (o no) a una relación más sólida, de forma que, una vez finalizada la colaboración, la familia usuaria puede continuar contando con el apoyo de su familia colaboradora, si así lo desean , al margen del SFC.

“En la mayor parte de los casos se trata de una madre sola, una realidad familiar que no necesariamente está desestructurada… La mediación que realiza el SFC es muy importante porque da garantías a una y otra familia… Irene, la mamá con la que colaboro, alucinó cuando se enteró de que a las familias colaboradoras se les exigía un certificado de delitos de naturaleza sexual… Empiezas como vecina y puedes acabar siendo familia”. (Carolina, una familia colaboradora).

El perfil mayoritario de los usuarios de este servicio es el de una familia emigrante monoparental, encabezada por la madre, con serias dificultades económicas y que no cuenta con suficientes personas de confianza que puedan apoyarla en momentos en los que, por razones diversas, sus hijos pueden quedar desatendidos.

Alisha, nacida en Bangladesh y con residencia legal en España, tiene un hijo de seis años. Víctima de violencia de género, vive con unos familiares en un piso de cuarenta metros cuadrados, mientras espera (desespera) que le sea concedida una vivienda social. Desde hace un año se recupera de una grave enfermedad. Le preocupaba ver a su hijo encerrado durante los fines de semana, sin espacio para jugar y sin poder socializar con otros niños realizando actividades lúdicas. Los Servicios Sociales la derivaron al SFC.

Mis familiares me decían: ‘¿Te lo van a raptar o qué?’. Sí, tenía miedo. Un hijo único… Pero pensé que si firmaba un contrato no iba a pasar nada malo. El miedo desapareció en el momento en que conocí a la familia colaboradora. Son superamables y muy buenas personas. Tienen un niño y mi hijo está encantado de pasar con ellos los fines de semana alternos. Que él disfrute me hace disfrutar”.

“Con su carácter extrovertido, Alisha nos dio pie a establecer una rápida comunicación. Es una persona muy implicada en el bienestar de su hijo. El proceso de su enfermedad le llegó a afectar bastante y estuvimos pendientes para hacerle más fácil la entrega y la recogida del niño… El hacer calmoso de Kiran ha contagiado a mi hijo y a nosotros mismos”. (Lluïsa y Pau, la familia colaboradora de Alisha).

En la actualidad el banco de familias colaboradoras está constituido por 86 familias y se realiza una media de cien colaboraciones por año. La demanda es muy superior, indicando la necesidad de captar nuevas familias, objetivo en el que las profesionales del servicio dedican no pocos esfuerzos. Por otra parte, no tengo noticia de la existencia de un servicio similar en otros municipios españoles, salvo en Manresa, cuyo ayuntamiento ofrece el servicio “Fer de tiets (Hacer de tíos)”[3] con similares características.

La vida de las familias con hijos e hijas menores de edad tiene una dimensión relacional no exenta de carencias (soledad, enfermedad, estrés, obligaciones laborales, cuidado de otros familiares…) que van a determinar que los padres y madres no estén siempre disponibles para atender las necesidades de sus hijos e hijas y a tener que recurrir a apoyos externos.

En este sentido , las administraciones han articulado algunos servicios profesionales de apoyo. En Cataluña, por ejemplo, se ha creado el servicio CONCILIA, que atiende a niños y niñas de familias con pocos recursos económicos, fuera del horario escolar, en un lugar concreto y en una franja horaria determinada que no siempre se ajusta a la necesidades de las familias.

Sin embargo, tanto a los servicios de atención y protección de la infancia y la adolescencia como a la sociedad misma se nos escapa la importancia que para las familias con dificultades tiene la existencia de una red social de apoyo entre iguales. Quizás porque se les supone y la damos por hecha. Quizás porque pensamos que ya existen servicios profesionalizados que se ocupan de ello o porque “vete tú a saber quién es esta gente”.

La red social de apoyo ha demostrado ser fundamental para la estabilidad familiar y más, si cabe, en los momentos difíciles. Esta red la constituyen normalmente los parientes, los amigos, los vecinos, quienes de una forma natural y espontánea, sienten a la vez la necesidad y el deseo de arrimar el hombro, en una suerte de reciprocidad en la que el alivio de una es también la satisfacción de la otra. Estas relaciones naturales de apoyo mutuo se va forjando a lo largo del tiempo con la convivencia, con los relatos comunes y con las avenencias y las simpatías.

Un pez fuera del agua

Aunque la ausencia de red social se puede dar por diversas circunstancias, afecta en mayor grado a las familias inmigrantes o desplazadas de su lugar de origen y, entre ellas, a las familias monoparentales. Su aislamiento social puede verse agravado por la precariedad laboral y económica en la que malvivan. Por otra parte, la atención a sus hijos se convierte en un lastre para desarrollar sus proyectos laborales y de formación, y las mantiene en una vulnerabilidad crónica.

Las familias que han decidido salir de su país o de sus entornos de origen, huyendo casi siempre de la pobreza, a la que puede haberse sumado la violencia familiar o social, lo hacen porque vislumbran un futuro mucho más prometedor y liberador para ellas y para sus hijos, pero no deja de ser un salto al vacío. Tienen que empezar de cero, en ocasiones desconociendo el idioma o en la mas absoluta soledad.

Con el pretexto de controlar los flujos migratorios, las políticas de los países de destino no se lo ponen fácil. Su regularización está sujeta a que tengan un precontrato de trabajo que tarda años en llegar, viéndose obligadas a sobrevivir en la economía sumergida. Mientras la regularización no llega, no pueden acceder a los servicios sociales, con la excepción de la “gratuidad” de los servicios sanitarios y de los servicios de educación obligatoria.

Con la regularización no terminan sus dificultades en lo que se refiere al acceso a la vivienda, a unos ingresos suficientes y estables, y a las condiciones laborales que se ven obligados a aceptar, propias de los sectores en los que suelen encontrar empleo (hostelería, limpieza, cuidado de personas…). Su supervivencia es un constante y frágil equilibrio en el que cualquier incidente, cualquier pago inesperado, cualquier enfermedad, las puede llevar al traste.

El informe Abriendo ventanas. Infancia, adolescencia y familias inmigradas en situaciones de riesgo social publicado por UNICEF España[4] aborda la citada problemática a la que se enfrentan estas familias y las consecuencias que su no resolución tiene sobre sus hijos e hijas en todos lo ámbitos. En él se subraya (p. 151) como factor de riesgo la ausencia de redes familiares extensas y considera como factor protector la existencia de estas y de redes sociales con familias autóctonas en el lugar de residencia.

Aunque ese informe no distingue entre hogares biparentales y monoparentales, hay que añadir el dato de que, según un informe de 2021[5], ocho de cada diez familias monoparentales (cerca de   1,5 millones) están encabezadas por la madre, con un riesgo de pobreza veinte puntos superior (47,3 %) al riesgo medio estatal (27,4 %). No es de extrañar, por tanto, que las familias demandantes del SFC sean mayoritariamente familias monomarentales de origen extranjero.

Una pregunta y algunas posibles respuestas

¿Cómo ha sido posible que un servicio como el SFC, que lleva más de treinta y cinco años proporcionando algo tan importante (así lo reconocen numerosos informes sobre las familias en situación de dificultad) como es una red social de apoyo en la propia comunidad, no tenga apenas réplica en los 63 municipios españoles con más de 100.000 habitantes?

Desde la reflexión que esta pregunta ha suscitado entre los integrantes del grupo Renovando desde dentro, puedo apuntar algunas razones:

- Los servicios sociales, en lo que respecta a la atención a la infancia y a la adolescencia, están estructurados de tal forma que los ayuntamientos tienen atribuidas unas facultades determinadas y la administración autonómica otras, con una nítida separación entre ambas. De este modo, se ha llegado a consolidar una forma de intervención en la que los servicios sociales de base, al no disponer de otros recursos, ejercen una labor exclusiva de vigilancia. Cuando la situación de los menores es insostenible son derivados a los servicios especializados del sistema de protección de la Comunidad Autónoma. No existe o ha desaparecido en la filosofía de los servicios sociales la protección de los menores desde la propia comunidad, la protección de proximidad. Sin embargo, desde la lejanía, el sistema de protección autonómico, a través de un complejo entramado institucional, acude con toda la caballería.
- El soporte a las familias con hijos e hijas menores de edad que se articula desde los ayuntamientos es, en su mayor parte, de tipo económico, siendo una tarea ingente la gestión o tramitación de los mismos, dada la diversidad de estos apoyos (ingreso mínimo vital, ayudas por hijo o hija a cargo y por discapacidad, para el pago del alquiler y de los suministros, para los alimentos, becas comedor, etc.) y la letra pequeña de los mismos. En su diseño no están contempladas las redes sociales de apoyo ni otras soluciones creativas, dentro de la propia comunidad, a los problemas cotidianos de las familias.
- La lógica del mercado ha alterado las relaciones sociales hasta el punto en el que han desaparecido formas colaborativas que tradicionalmente han sido tablas de salvación en momentos de crisis personal, familiar o social. “Hoy por ti, mañana por mí. ¡No me debes nada, faltaría más!”. Todo se ofrece a cambio de dinero y bajo la ley de la oferta y la demanda. Esto explica, en parte, el auge de la especialización que hace a los profesionales y no a los ciudadanos responsables exclusivos de tales tablas de salvación.

Por último, no quiero acabar este apartado sin mencionar un aspecto que ha sido apuntado por las dos familias usuarias entrevistadas y que condiciona su percepción de los servicios sociales: el miedo a perder el control sobre sus hijos. Leyendas o no, muchas familias temen a los servicios sociales, que son vistos más efectivos controlando que ayudando, llegando, en algunos casos, a la desidia. “La asistenta social del distrito anterior solo me atendió por teléfono y nunca me habló del SFC”, explica Laura como familia usuaria.

El miedo también afecta a la comunidad autóctona en la que se asientan estas familias. Se trata tanto de un miedo real a lo desconocido, a lo extraño, como de una excusa para no acercarse a ellas: el antes mencionado “vete tú a saber quién es esta gente”.

No podemos esperar que este apoyo interfamiliar se produzca de forma espontánea. La dilatada experiencia del SFC nos demuestra que, por raro que nos parezca, la artificialidad inicial de esta colaboración es solo eso: inicial.

La creación del SFC significó un trabajo previo de análisis de las necesidades y de los recursos, de los pros y los contras, de los beneficios y de los riesgos, hasta llegar a la configuración de un modelo que corresponsabiliza a la sociedad en el cuidado de los niños, niñas y adolescentes a través del apoyo interfamiliar.

El modelo está listo para que, con las necesarias adaptaciones, pueda ser implementado, por parte de las administraciones locales, en las grandes ciudades, especialmente en aquellas con importantes porcentajes de población inmigrada.

Las familias usuarias de este servicio podrían ser la punta del iceberg de una demanda subyacente, que hoy por hoy no tiene a quién dirigirse, pero cuya atención puede significar acceder a un nivel de seguridad más alto del que muchas familias andan faltas y que, sin duda, mejoraría la atención que reciben sus hijos e hijas.

[1]Se han utilizado nombres ficticios para proteger la identidad de las personas que han sido entrevistadas.

[2]https://ajuntament.barcelona.cat/infancia/es/canal/servei-de-families-collaboradores (página en castellano) y https://ajuntament.barcelona.cat/infancia/ca/canal/servei-de-families-collaboradores (página en catalán).

[3]http://www.manresa.cat/web/menu/4360-atencio-a-la-infancia-adolescencia-i-familia (página web en catalán).

[4]Quiroga, V.; y Alonso, A. (2011). Abriendo ventanas. Infancia, adolescencia y familias inmigradas en situaciones de riesgo social. S.l.: UNICEF (España) y Fundació Pere Tarrés. https://www.unicef.es/publicacion/abriendo-ventanas-infancia-adolescencia-y-familias-inmigradas-en-situaciones-de-riesgo

[5]Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil. (2021). Madre no hay más que una: monoparentalidad, género y pobreza infantil. https://www.comisionadopobrezainfantil.gob.es/es/madre-no-hay-m%C3%A1s-que-una-monoparentalidad-g%C3%A9nero-y-pobreza-infantil.