Historia de la Infancia. Podcast

La infancia es un sujeto con historia propia, una categoría que cambia a lo largo del tiempo, revelando dimensiones singulares de las sociedades del pasado. 
¿De qué manera se modifica nuestra visión de la sociedad argentina si establecemos el punto de mira en la infancia?

En este episodio, exploramos esta gran pregunta junto a Isabella Cosse y Paula Bontempo
Los proyectos políticos fundantes, las concepciones de maternidad y familia, las jerarquías de clase, las industrias culturales, la sociedad de consumo, Billiken y las navidades: muchos temas conocidos revelan aristas de gran potencia gracias al prisma de la infancia.

Conducción: Lila Caimari.
Producción y edición de sonido: Ian Gutiérrez y Martín Shindell
Historiar es un podcast creado y producido por la AsAIH, la Asociación Argentina de Investigadores en Historia. 
Cada episodio aborda un tema específico de historia argentina, latinoamericana o mundial.

«Dejándonos sorprender por los niños, niñas y adolescentes con los que tratamos», Renovando desde Dentro, Art.10, F. Javier Romeu Soriano.

Entre hombres y mujeres famélicas con las miradas perdidas. Al fondo una montaña de cadáveres y entre militares con metralleta, un niño corre, salta, ríe y juega sin parar. Nadie le hace caso, nadie se lo recrimina. Sólo él sabe que el campo de concentración es infinitamente mejor que estar escondido, día tras día, en un cubículo de apenas dos metros cuadrados.

Esta escena, adaptada de un texto de Boris Cyrulnik,deja claro que todos vivimos en un mundo real (en el relato, un campo de concentración) y en un mundo mental (para el niño un patio de recreo). El primero es compartido pero el segundo es absolutamente personal. Soy su único habitante.  Necesitamos estrategias para poder entender y dominar el mundo real y, entre todos, lo hacemos bastante bien. Pero el mundo mental de otra persona es para el resto prácticamente un misterio.

Los que nos relacionamos con niños, niñas y adolescentes para intentar protegerles deberíamos poder asomarnos, cuanto menos un poquito, al mundo mental de los mismos si queremos ser parte de su solución y no de su problema.

Lo intentamos y para ello nos formamos, leemos, aprendemos de otros. Es decir, introducimos en nuestro mundo mental conceptos, teorías, modelos… con el fin de entenderlos, de aceptarlos, de ayudarles. El problema es que nuestras ideas, nuestros conceptos… son nuestros. No son su forma de vivir la realidad.

Fragmento de un informe para el traslado de Miguel, de 10 años, a otro centro: “Es un niño con una buena tolerancia a la frustración, sin apenas conductas disruptivas. Sin embargo, tiene dificultades para la relación con iguales…”

Fragmento de lo que Miguel querría que le transmitiéramos al otro centro: “Me gustan mucho los animales, cuidarles. De mayor quiero adiestrar delfines o perros. O trabajar en un parque zoológico. No me gusta comer verdura y odio las fiestas de disfraces. Preferiría no dormir solo”

¿Podemos acceder al mundo mental de los niños, niñas y adolescentes con los que tratamos para ayudarles?

Tenemos el riesgo de centrarnos en interpretar sus reacciones, sus comportamientos, y no escucharlos, no mirarlos o verlos solo con el color de nuestras gafas. Podemos llegar a verlos no como personas sino como la personificación de nuestros conocimientos sobre el apego, sobre el trauma, la resiliencia, etc.

También tenemos el riesgo de olvidar que, cuando nos comunicamos con ellos y ellas, casi siempre lo que está en juego son nuestros intereses. Me toca averiguar, informar, corregir, valorar, calmar o incluso curar. Pero ¿qué les interesa a ellos o ellas de su encuentro con nosotros? ¿Cuáles son sus intereses, sus ilusiones y sus deseos?

Mi propuesta es muy sencilla. Se resume en hacer lo posible por no perder la capacidad de asombrarnos. Estar abiertos o abiertas a que nos sorprendan. Ponernos en predisposición, no sólo de mirarlos, sino de admirarlos. No tratar con ellos y ellas con el piloto automático. Y no dejar de esperar que una frase, una palabra, o incluso un silencio, nos muestren como es su mundo.

-Buenos días, Javier… Luego ¿tendrás un momento para hacerle una comparecencia a Enrique? –
-Sí, supongo que sí… ¿Ya sabe que se va?
-Sí, se lo dijeron ayer por la tarde
Quique llevaba unos diez días con nosotros y yo no había tenido tiempo de dedicarle unos minutos para ver cómo había vivido su ingreso.
Me dispuse a hablar con él como he hecho decenas de veces. Tras una breve introducción escuché como el chavalín de no más de once años me decía:
-Yo soy como una pelota. Primero con mis padres; luego con una familia acogedora; luego en este centro y ahora me decís que me voy a otro. Y me debe pasar algo… porque ya no lloro cuando me voy a otro sitio. Y además no entiendo por qué no puedo vivir con mis abuelos.

Quizá la sorpresa que me causó oír a Quique vino porque yo no estaba escuchando realmente al niño. Me senté delante de él para sustanciar un trámite administrativo y me encontré con una historia de vida. Y sentí asombro por su lucidez.

Se está avanzando mucho en desarrollar el derecho a ser escuchado de los niños, niñas y adolescentes del Sistema de Protección. No seré yo quien critique que se tenga en cuenta y recoja en los procedimientos administrativos. ¡Benditas comparecencias, diligencias o como quieran que se llamen! He hecho más en este último año, ¡que en los treinta años que trabajo en esto! Pero no podemos obviar el peligro de que lo habitual, lo hecho como rutina, nos haga perder en la calidad de la relación.

Bien sea en su cole; en el despacho de los Servicios Sociales; en un Centro de Día; en un Centro residencial de Protección o en nuestra casa si los hemos acogido, si los escuchamos habiendo perdido la curiosidad, la capacidad de sorpresa, de asombro es difícil que podamos validar su mundo mental y establecer una relación fructífera con ellos o ellas. Probablemente sea algo de lo peor que nos puede pasar como profesionales o colaboradores del Sistema de Protección.

Si siempre recorres una ciudad por las mismas calles es difícil que algo te llame la atención, que algo te sorprenda. A lo mejor vale la pena cambiar de recorrido alguna vez, aunque se tarde más. Igual por el otro camino descubres algo fascinante.

Lo mismo ocurre cuando nos reunimos varios implicados en la vida de un niño, niña o adolescente que requiere ayuda. ¿Acudimos con la esperanza de que las otras personas nos descubran aquello que no sabemos sobre él o ella? ¿O acudimos con nuestras hipótesis cual lanza con la que derrotarles?

Aceptando la metáfora de conocer a un niño como quien visita o conoce una ciudad lo que propongo a continuación es a modo de rutas que nos permitan mantener el interés en nuestro contacto con ellos y ellas.

Y en la primera sugerencia expondré una sencilla técnica que ejemplifica algunos de estos caminos para intentar colarnos en su mundo.

1. Ampliar el FOCO.

Los distintos participantes en la toma de decisiones en el Sistema de Protección a la Infancia y Adolescencia tendemos sin querer a centrarnos en la relación paterno-filial. Tiene lógica puesto que es responsabilidad pública intervenir cuando los padres no saben, no pueden o no quieren cuidarles adecuadamente.

Pero siendo una parte esencial de su mundo, este no se agota en sus progenitores. Si ampliamos el foco de nuestra mirada podemos descubrir aspectos importantes en la vida de los niños y niñas que van más allá de sus padres. Sus hermanos u otros familiares, su barrio, su cole, algún profesor o profesora, sus amigos, su club deportivo o juvenil… son también partes importantes de su mundo.

La técnica que a continuación expongo no le pregunta al niño, niña o adolescente por sus padres. Les pregunta por “su casa”. Y además la descompone en tres. De hecho se llama “Las tres casas” (“The three houses”)(1) y surgió en el marco del programa “Signs of safety” (2) (“Señales de seguridad”) creado por Andrew Turnell y Steve Edwards, en Australia, durante la década de los 90.

Debo aclarar que este programa parte de dos principios esenciales. El primero, centrarse en las soluciones y no en el problema, entendiendo éste como el riesgo del niño o niña. Su objetivo no es cambiar a personas y familias a nuestro criterio. Su objetivo es muy concreto: garantizar la seguridad del niño o niña. Y para ello aplica a lo social el modelo de la Terapia breve centrada en soluciones. El segundo principio es que la responsabilidad de los profesionales en la protección a los niños y niñas no es incompatible, incluso en los casos más graves, con la cooperación con la familia de este o esta.

Por tanto, “Las tres casas” no es una técnica creada desde la psicoterapia ni desde la necesidad de evaluar la desprotección. Como deja claro el subtítulo de la publicación digital referenciada se utiliza para implicar a los niños, niñas y adolescentes en su Plan de Protección. Así que siempre que es posible se utiliza, en dicho programa, tras haber informado a los padres de su uso. Y al niño o niña de que luego se utilizará para ayudar a estos a que su situación en casa mejore. Aunque no es el paradigma de la protección en el que yo trabajo es importante aclarar el contexto en el que se ideo o fue asumida por “Signs of safety”(3)

Para realizarla sólo se necesita papel y lápiz. La técnica consiste en explicarle al niño que vamos a descomponer su casa en tres. En mi caso su casa es en la que vivía antes de venir al centro. O también la he usado en ocasiones para referirme, en vez de a su casa, al propio centro. En este caso hablamos de “Las tres resis” que es, como de forma coloquial, profesionales y niños y niñas nos referimos al mismo.

Se dibujan así tres casas o edificios en un folio o en tres hojas distintas. Una será la casa “de las cosas buenas”, otra “la casa de las preocupaciones” y otra “la casa de tus sueños”. En mi caso decido en el último momento si cambio el orden de presentación. Depende de si tengo información previa o no, de la edad, o de algún detalle que me lleve a inclinarme por empezar por una u otra.

En la casa de las cosas buenas suelo hacer la matización de “la casa donde pasan o pasaban cosas buenas”. Aunque no es frecuente que ocurra lo hago para asegurarme que no se limite el niño o la niña a lo que hay en ella (televisión, comida…) sino que pueda incluir lo relacional y lo experiencial (jugamos, nos reímos, nos divertimos…).

Aunque es frecuente que tengamos información previa de quien convive con el niño o niña se le pregunta quien viven en esa casa. Una vez dibujadas o apuntadas las personas dentro de la casa, se le pregunta qué cosas buenas pasan en ella.

Dentro de la casa se van apuntando lo que dice el niño o niña. Se les puede ayudar o invitar a decir más cosas, pero no sugerirles. En mi caso, aunque alguna de esas cosas me llame la atención no las comento en ese momento. Simplemente apunto, repitiendo en voz alta, y refuerzo para motivar a decir más. O como mucho, pido aclaración si no entiendo muy bien de qué se trata.

Cuando el niño o niña ya no aporta más se puede pasar a la siguiente casa. En mi experiencia, con niños de hasta 12 años, es raro encontrarme con casas de más de 3 ó 4 cosas apuntadas. A veces dos como mucho. Nunca me ha pasado tener que dejar una casa en blanco.

Me resulta curioso que todos los niños o niñas entienden, cuando pasamos a esa casa, lo que es una preocupación. Aun así, a veces amplio a “miedos”. Cosas que te preocupan o te dan miedos. Normalmente dibujo o apunto las mismas personas que en la casa de las cosas buenas o le vuelvo a preguntar quienes viven en ella. Después le animo a que me diga sus temores o preocupaciones. Tras apuntarlas se pasa a la “casa de tus sueños”.

Tras asegurarme que el niño, niña o adolescente entiende lo que significa un sueño, en el sentido de ilusión o deseo, le pregunto quién viviría en ella. Aquí no se puede dar a nadie por sentado. Me he encontrado niños y niñas que resucitan a una abuela, que juntan de nuevo a sus padres cuando el conflicto entre ellos es brutal; o que por el contrario se olvidan, por así decirlo, a un hermano o algún otro conviviente.

Algunos niños o niñas se centran en cómo sería la casa (piscina, jardín…) pero no es lo habitual. No pocas veces he apuntado cosas como “No habrá gritos ni peleas”.

La aplicación de la técnica puede necesitar no más allá de los cinco o diez minutos. No obstante, una vez aplicada permite entrar en una conversación sobre alguna de las respuestas que nos hayan dado. Pero siendo un diálogo abierto ya no es errático, sino que se dirige hacia los puntos de interés, negativo o positivo, que se ha detectado en la técnica de las tres casas.

En el caso de tener información previa de la situación, resultara tan importante lo que NO se dice en una casa como lo que se dice.

Julio, de 11 años, ha ingresado tras diligencias policiales. Se escapó de casa y contó a un vecino que su madre le había pegado. Cuando se le pregunta que es lo que ha pasado dice: “Mi madre me trata como basura, me manda todo el rato, no como el vecino que me trata como a un hijo”

Sin embargo, dice que en su casa de las cosas buenas “me acuesto cuando quiero” “veo la tele siempre que quiero” … En la “casa de las preocupaciones” comenta que a veces su madre tarda en volver y le preocupa. Y que le da miedo la oscuridad. En la casa de sus sueños vivirían él, su vecino con su familia y su madre. Pero a esta, si le manda o le pega, la expulsarán.

La manera de abordar una conversación con un niño, niña o adolescente puede condicionar totalmente el resultado. Las tres casas, al no tener relación directa con “lo sucedido” puede dar una información de cómo vive el niño o niña “más allá de lo sucedido”. La conversación indagatoria al centrarse en lo sucedido puede obviar el mundo afectivo o mental del niño o niña.

A Julio no le da miedo su madre. Julio le quiere. Y esta, a él.  Quizá Julio denunció a su madre porque estaba enfadado con ella. Quizá su madre le pega, pero también él a ella. No son una adulta y un niño. Son dos iguales. En todo caso una adulta herida por la vida, con poca capacidad y energía para la crianza, y un preadolescente inteligente y empoderado.

Sirva esta técnica como ejemplo, en primer lugar, de qué a veces conviene ampliar el foco con el que miramos el mundo del niño o niña. Cuando contesta por ejemplo “nos divertimos” luego puedes preguntarle quienes se divierten. A lo mejor él o ella solo tenía en la cabeza a sus hermanos. O simplemente a ella misma con su gato “Bruno”.

2. La sabiduría mata la CURIOSIDAD.

Otra cosa que me gusta de esta técnica es que no necesitas ningún máster para usarla. Ni siquiera necesitas conocer previamente nada del niño o niña. Puedes usarla teniendo información previa pero no es imprescindible.

Mónica, de 14 años, lleva un tiempo en un centro. Una educadora se acaba de incorporar al mismo. Tiene la oportunidad de hablar un rato con ella. Le pregunta:
De cero a diez ¿cómo estás en el centro? Cero es fatal y diez de maravilla.
Mónica se lo piensa y dice que en un cuatro
La educadora vuelve a preguntar:
¿Qué haría que pasaras de un cuatro a un cinco?
Mónica lo piensa y contesta: Que pudiera ir a casa de una compañera del instituto a hacer el trabajo que nos han puesto en grupo.

La educadora de Mónica aún no sabe nada de ella. No ha leído el expediente. No sabe porque ingresó en él. Pero ya sabe algo que quizá algunos o algunas compañeras que, si conocen todas sus circunstancias, no se han percatado.

Escuché una vez que la ciencia avanza aumentando el desconocimiento. Por cada conocimiento nuevo que se conquista se plantean varios interrogantes nuevos. Pero la angustia de enfrentarnos a los niños, niñas y adolescentes sin entenderlos es grande. Y la presión de tener que dar una explicación de ellos y ellas a un tercero es enorme. ¿No me pagan para ello? ¿No tengo un título? ¿Se supone que tengo que tener una respuesta?

Propongo salirse de una pregunta como “Tu ¿qué piensas que le pasa a este niño?” a no ser que tengas una respuesta muy bien fundada. Tu prestigio no se resentirá mucho por el hecho de que contestes que un sencillo: “No lo sé”. Porque si para no quedar mal, lanzas una respuesta existe el riesgo de que el sesgo de confirmación haga que, cuando el niño o niña te dé una respuesta, no le creas.

Para algunas cosas es mejor ser o tener un acompañante curioso que un acompañante sabiondo.

3. No sólo escucharles, sino también ESCUCHARLOS.

El niño o niña adoptada al niño o niña acogida: ¡Pues yo tengo los apellidos de la familia!
El niño o niña acogida al niño o niña adoptada: ¡Pues yo tengo dos mamás!

La anterior anécdota, que me contó una encantadora familia acogedora y adoptiva, ejemplifica que cuando los niños y niñas hablan entre ellos dejan mucho de ver de su mundo mental.

El lugar donde mejor se escucha a los niños y niñas en el centro donde trabajo no es en mi despacho, es en las furgonetas. Tú conduces y escuchas como los 4, 5 o 6 niños y niñas que llevas hablan entre ellos y ellas.

Conocer al niño, niña o adolescente no es sólo conocerlo por lo que te ha dicho a ti. También por saber lo que va diciendo, o no, por ahí. Y sobre todo lo que dice en “contextos no profesionales”

Parecía claro que, para Miguel, de 10 años, las llamadas de su madre no eran plato de buen gusto. Era consciente de los problemas de salud mental de la misma. Miguel sólo contestaba con monosílabos. Rondaba la idea de proponer reducirlas o suprimirlas.

Un día otro profesional que no era conocedor de lo anterior dejó que la llamada transcurriera durante el tiempo habitual de las llamadas. Sin preocuparse por acortarla, por sugerir temas, sin proyectar su incomodidad sobre el niño. Sorprendentemente Miguel fue capaz de decirle a su madre lo que ningún profesional había sido capaz de explicarle: que él quería irse a vivir con su padre.

Me llegan noticias de que en algún Juzgado se ha empezado a utilizar la presencia de un perro adiestrado para ayudar a los niños y niñas que tienen que pasar por exploración judicial o por prueba constituida. Si les gustan los animales, el estar un rato con él les ayuda a tranquilizarse. Pero lo sorprendente es que en algún caso el niño o niña ha acabado susurrándole al animal algo que no se había atrevido a decir en voz alta a los adultos participantes en el procedimiento. Escucharles no es solo escuchar lo que me dice a mí.

4. No dar por hecho algunas cosas: PREGUNTAR.

En la técnica de las tres casas no se da por hecho quien vive en ellas ni siquiera en la de las cosas buenas y en la de las preocupaciones. Se deja margen para la sorpresa.

En algunos modelos terapéuticos es importante confirmar que se ha entendido bien la definición del problema de la persona a la que se quiere ayudar. Es conveniente decirle “Corríjame si me equivoco, usted piensa que…” o “Si lo he entendido bien…”. Por un lado, nos aseguramos que estamos sincronizados con su forma de ver las cosas y, por otro, les mostramos que estamos atentos a lo que nos cuentan.

¿Hacemos lo mismo con los niños, niñas y adolescentes con los que tratamos? ¿O damos muchas cosas por hecho? ¿Nos aseguramos de que estamos entendiendo lo que dicen?

La pregunta de un niño o niña de si hoy tiene visita de su papá, por ejemplo, será interpretada la mayoría de las veces como que tiene ganas de verlo. Pero no podemos descartar que la visita le ponga nerviosa o nervioso porque algo de ella le perturba. Tampoco se puede descartar que la visita, como se suele decir, le corte el rollo. Esa tarde hay preparada alguna actividad que le apetece y la visita es incompatible con participar en ella.

Una familia acogedora que está conociendo a un niño lo saca a pasar el fin de semana. Pero el niño pide volver al centro. Se interpretará como que no está a gusto. Sin embargo, también es posible que nadie le haya explicado que los fines de semana no hay visitas. Al niño le preocupa que su familia vaya a verlo y no esté.

A veces incluso, en algunos casos, cuando el niño pregunta por su mamá es conveniente preguntarle cuál es su nombre. A veces se refiere a una abuela, a la pareja de su padre o a la familia acogedora con la que está saliendo.

Otras veces conviene volver a preguntar la misma pregunta que ya nos contestó en otra ocasión o circunstancias. No vaya a ser que les estemos exigiendo una seguridad que ni nosotros nos pedimos a nosotros mismos. Tener en cuenta al niño o niña es una cosa. Pero cargarle con la responsabilidad de ciertas decisiones no es precisamente protegerle.

5. El derecho a preguntar se gana RESPONDIENDO.

Puede parecer que estamos hablando sólo de la escucha pero, en todo caso, lo hacemos desde la perspectiva de una relación. Y en ese sentido escuchar no es sólo oír sus respuestas sino también escuchar sus preguntas. Y por supuesto comprometernos en responderlas siempre que sea posible.

¿Por qué un niño o niña debería decirnos o contarnos nada si cuando él o ella nos pregunta no se siente escuchado?

Aunque no forme parte en sí mismo de la técnica “Las tres casas” esta permite, en muchos casos, iniciar luego un DIÁLOGO sobre temas sensibles para él o ella. Cuando un niño o niña te dice en su “centro de las preocupaciones”: “No poder volver con mis padres” ese comentario no puede dejarse pasar.

Ellos y ellas tienen derecho a no contestar a nuestras preguntas, pero nosotros o nosotras no a obviar las suyas si son relevantes para su vida.

6. CAMBIAR de registro.

Steve estaba entrevistando a una niña, pero sentía que la conversación estaba estancada. Así que decidió utilizar la “pregunta milagro” propia de la Terapia breve centrada en soluciones. Le invitó a imaginar que esa noche se iba a la cama y, mientras dormía, ocurría un milagro. Y le preguntó cómo notaría o sabría que el milagro se había producido. La niña contestó “Mi padre estaría muerto”. Steve le ofreció a la niña la oportunidad de hablar con una profesional de la protección a la infancia, a quién le reveló que estaba siendo sexualmente abusada por su padre.

Esta anécdota es real y es el inicio del modelo de “Signs of safety”. La pregunta del milagro permitió a Steve Edwards abandonar la conversación centrada en el análisis de hechos y descripción de la situación para entrar directamente en el mundo mental de la niña obteniendo una respuesta esclarecedora.

La técnica de las tres casas tiene una ventaja que la hace muy llevadera para los niños y niñas. Ya no se trata de una persona, más o menos extraña, preguntándome cosas que parece que no le pasan a otros niños o niñas. En ella se le explica al niño o niña que en todas las casas pasan cosas buenas, otras que preocupan y que todos soñamos con casas mejores. No estamos remarcando que lo que pasa en la suya no es normal, sino que estamos hablando de cosas que nos pasan a todos. Todos disfrutamos de cosas, a todos nos preocupan cosas y todos tenemos sueños y esperanzas. Puede parecer un detalle nimio, pero no lo es. Puede marcar la diferencia.

En todo caso, esta técnica, la pregunta milagro o las preguntas de escala son sólo ejemplos de otras maneras de recorrer el camino de nuestro encuentro con los niños, niñas y adolescentes. Hay muchos otros modos.  No siempre están en la caja de herramientas de nuestra disciplina. Cambiar de registro en las conversaciones que mantenemos con ellos y ellas puede abrirnos puertas de acceso a su mundo.

En el camino hacia el metro el psicólogo ya no era el psicólogo. Y Nicolás ya no era el chaval del centro de protección. En el camino al metro Nicolás le contó que admiraba a “El Pera” y que él ya le había imitado robando y estrellando un coche. Le contó también que su tío era la persona más importante para él. Antes de entrar en la cárcel le había dejado muchas veces claros que siempre había que golpear el último. Si no lo hacía nunca sería respetado y le machacarían. Aunque te hubieran reventado había que levantarse y golpear. Nicolás le preguntó que pensaba él de esto.

El psicólogo le dijo que no es lo que él le diría a sus hijos. A lo que Nicolás le contestó: “Si usted hubiera nacido en mi barrio no pensaría así” Y el psicólogo, sonriendo le dijo que tenía toda la razón.

A veces hay que quitarse el traje de profesional para contactar con un niño o niña. No porque renunciemos a serlo sino simplemente porque a veces es una barrera.

Otro cambio de registro muy sencillo es dejar de preguntar solamente cuándo y por qué pasa lo malo que pasa (la norma) y preguntar cuándo no pasa lo que pasa y por qué no pasa lo que suele pasar (la excepción). No es lo mismo preguntar: “¿Tu padre no juega nunca contigo?” que preguntar: “¿Qué pasó para que tu padre jugara contigo aquel día?

7. No estamos para clasificar problemas ni casos. Estamos para la SOLUCIÓN.

La categorización es probablemente inevitable pero no es el mejor camino para una escucha relacional. No es difícil oírte decir a ti mismo “estos padres son un desastre”, por ejemplo. Me doy cuenta de que para navegar en este mundo de la Protección he desarrollado una serie de prototipos por los cuales esta madre es como aquella otra que tuvimos, o cómo me recuerda el padre de Iker al padre de Julen y Ana. No es una crítica. Es una realidad de la mente humana: funcionamos con categorías. Necesitamos darle orden al caos y para ello categorizamos sin parar.

Pero para los niños y niñas esas categorías no son reales. Para ellos entre las latas de cerveza abiertas (una preocupación) aparecen, aunque sea de forma efímera, un padre chistoso, una madre que hace los mejores macarrones, un hermano que… o cualquier otra cosa buena.

Preguntarles a los niños y niñas por las cosas buenas que pasan en su casa es más justo que no hacerlo. Y, al menos, es una manera de frenar o ralentizar esa tendencia hacia el catastrofismo que acaba calándonos en los huesos a medida que tenemos más experiencia en el sistema.

Por tanto, no nos sintamos monstruos porque categorizamos o estereotipamos. Somos humanos. Nuestro pensamiento funciona así. Pero seamos conscientes de que al niño o niña no le aporta mucho que clasifiquemos a su familia o incluso a él o ella misma.

6. La vida es PRESENTE, PASADO y FUTURO

D. Enrique se encontró en una librería a Sergio. Lo recordaba como un alumno trasto, simpático, que le gustaba jugar más que estudiar. Sergio le contó que había estudiado filología, que le acaban de publicar un libro de poesía y que jugó en un equipo de futbol que llegó a estar en primera división. D. Enrique nunca llegó a imaginar ese futuro para su alumno.

¿Qué perspectiva temporal usamos cuando contemplamos la protección de un niño, niña o adolescente?

El psicólogo social Philip Zimbardo en su libro “La paradoja del tiempo” (4) nos explica que cada uno de nosotros tiene una orientación temporal característica. Algunas personas viven orientadas fundamentalmente hacia el pasado. Otras viven, de una manera u otra, en el presente. Y otras suelen vivir pensando siempre en el futuro. Podemos encontrar formas diferentes de vivir en cada una de estas orientaciones. Zimbardo diferencia dos en cada una de ellas siendo una sana y la otra no. Pero el hecho es que las personas e incluso las culturas se diferencian por la forma de orientarse en el tiempo.

Podemos entonces diferenciarnos también en cómo cada uno de nosotros entiende la protección desde la perspectiva temporal. Algunos se centrarán en ayudar al niño o niña a entender y elaborar lo pasado en su familia, incluso a superar traumas. Otras personas pondrán el acento de la protección como ofrecerles ahora el bienestar que no han tenido. Y por último otros u otras pondrán el foco en lo que pase con ellos y ellas cuando dejen de ser menores de edad. Yo mismo voy más allá: a veces pienso que trabajamos con niños, niñas y adolescentes para proteger a sus hijos e hijas.

De la misma manera que hay niños y niñas que han tenido que ser protegidos porque sus padres viven en la manera insana de vivir el pasado, el presente o el futuro también hay una manera insana de entender la protección: el niño o niña está colocado en una familia acogedora o en un centro ¿qué más quieres? Pero lo mismo podríamos decir sobre la manera de abordar su pasado y su futuro.

A veces los niños, niñas y adolescentes necesitarán que hablemos de su pasado. Y es muy probable que lo hagamos. Otras veces necesitarán que hablemos de su presente y también es muy probable que lo hagamos. Pero es probable que no consideremos tan importante hablar con ellos y escucharles sobre su futuro.

Al menos deberíamos empezar por evitar las proyecciones catastrofistas que nos hacen ver a un niño o niña de 9,10 u 11 como un seguro delincuente juvenil.

Por otra parte, más allá de nuestra concepción temporal de la protección a la infancia, el enfoque temporal es una cuestión mucho más cotidiana de lo que parece. Muy pocas veces he oído que en un procedimiento penal por supuestos malos tratos o abandono se le pregunte a un niño o niña por el futuro: ¿quieres volver con tu padre o tu madre?, ¿cómo vivirás que haya una orden de alejamiento y comunicación por seis meses o un año? La conversación judicial, por decirlo de alguna manera, sólo se dirige hacia el pasado: ¿qué ocurrió?

Otro ejemplo es cuando a veces se recurre al argumento de la confidencialidad de los datos del expediente (pasado) para no informar a una familia a la que se le ha propuesto el acogimiento (futuro). Y se obliga a las familias de acogida a no entender el presente (el niño la monta en la ducha) cuando se sabe que casi se electrocutó (pasado) por una derivación en un termo eléctrico en una casa ocupada.

En definitiva, conviene mirar al pasado, al presente y al futuro de los niño, niñas y adolescentes con los que tratamos.

7. Hechos y VIVENCIAS.

Muchas veces al hablar de niños, niñas y adolescentes en situación de desprotección nos centramos en averiguar y describir como es la misma. ¿Qué pasa o ha pasado? ¿Qué no pasa o que no ha pasado? ¿Quién hace o no hace qué?

El problema es que las personas vivimos las situaciones. Igual que debemos diferenciar situación traumática de experiencia traumática no podemos olvidar que hay situaciones de desprotección y experiencias de desprotección.

-Montse. Tienes 7 años ¿verdad?
-Sí
-Me han contado que a veces tú y tus dos hermanos pequeños pedís comida a los vecinos
-Sí
-¿Y eso?
-No lo sé… Es que mi papá a veces dice ¡Niños a comer! Pero cuando vamos no hay nada para comer.

Montse no niega la situación. Piden comida. Pero su sorpresa o desconcierto por el comportamiento de su padre parece indicar que, al menos de momento, no vive este hecho como una desprotección. Quizá fuera porque sus padres, extremadamente jóvenes, eran muy juguetones y expresivos afectivamente. Cuando la nutrición afectiva se junta con la negligencia, a los niños y niñas les cuesta más experimentar la segunda como desprotección.

Por eso me parece un acierto de la técnica de las tres casas al preguntar por las preocupaciones y no sólo tanto por los miedos. A los niños no sólo les da un miedo un padre que pega; una madre que grita mucho; unos padres que se pelean… A los niños y niñas también les preocupa no tener el material que le han pedido en el cole; que no haya dinero para comprar comida para su gato; que su madre discuta con todo el mundo… La negligencia no consiste sólo en no cubrir las necesidades materiales de los hijos sino también en no saber calmarlos o tranquilizarlos.

La hipervigilancia no sólo es por si mi padre me dará una bofetada o un abrazo. La hipervigilancia también es estar pendiente de si mi padre la liará en el cole; si cuando vuelva seguiré teniendo perro o si ha venido la poli buscando a mi hermano mayor.

Entre los malos tratos y el no trato caben miles de pequeñas preocupaciones. Crecer entre ellas pasa factura. De hecho, las neurociencias ya nos han explicado que el estrés provoca una liberación continua de cortisol que acaba matando neuronas.

Muchas de las cosas que preocupan a los niños y niñas no nos atreveríamos a catalogarlas de situaciones de desprotección y sin embargo ellos y ellas se pueden sentir desprotegidos.

Si queremos asomarnos a su mundo podemos intentar conocer sus preocupaciones y no solo su situación.

EPÍLOGO

Es muy probable que este artículo no lleve a ninguna parte. Pero el hecho es que muchas personas se relacionan con los niños, niñas y adolescentes para su protección. Unas interactúan con ellos y ellas esporádicamente. Otras conviven todos los días.

En cualquier caso, podemos tratarlos como casos o como niños, niñas y adolescentes que tienen un mundo personal y subjetivo. Para asomarnos cuanto menos un poquito al mismo conviene no perder la capacidad de que nos asombren, que nos sorprendan. Si notas que la tuya está algo mermada y necesitas abril la puerta al asombro puedes intentar responde a alguna de estas preguntas:

¿Qué le importa, además de sus padres?
¿Qué es lo que todavía no sé de él o ella?
¿Qué les cuenta o no cuenta a los demás?
¿Qué cosas conviene preguntarle varias veces?
¿Qué me ha preguntado y debo contestarle?
¿Qué debo cambiar cuando hablo con él o ella?
¿Qué etiquetas estoy usando con él o ella y su familia?
¿Qué le gusta, que le preocupa, con qué sueña?
¿Cómo vive él o ella su situación?

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 (1) Weld, N. y Par, S. Using the ‘Three Houses’ Tool. Involving Children and Young People in Child Protection Assessment and Plan. Booklet.    Se puede adquirir este folleto en pdf en https://www.partneringforsafety.com/store/p22/Three_Houses_booklet.html

(2) Turnell,A. y Edwards, S. (1999). Signs of Safety. A solution and safety oriented approach to Child Protección Casework. Nueva York: WW Norton & Co.

(3) Se puede profundizar en el programa en la web del mismo: https://www.signsofsafety.net/

(4) Zimbardo, P. (2009). La paradoja del tiempo: la nueva psicología del tiempo. Barcelona: Ediciones Paidós. 

"Uno de los grandes mitos que desmiente la neurociencia es que la infancia es la etapa más feliz de la vida".

"Si hacemos el ejercicio mental de ponernos en sus zapatos 
y preguntarnos por qué un niño se comporta de determinada manera 
es más fácil entenderle".



Portada del libro 'Los niños que fuimos, los padres que seremos' de Beatriz Cazurro.
La psicóloga y psicoterapeuta
Beatriz Cazurro presenta
'
Los niños que fuimos, los padres que seremos'.
 Cortesía Planeta.
Cuántas veces habremos oído o incluso pronunciado aquello de ‘cuando sea padre no voy a cometer los mismos errores que los míos cometieron conmigo’. Sin embargo, huir de ello no es tan sencillo ya que está demostrado que una parte de nuestro cerebro está condicionado por lo que recibió y absorbió durante sus primeros años. No hay posible escapatoria... la propia infancia y la manera en que nuestros progenitores actuaron con nosotros influye e influirá en los padres que somos o seremos.

A ello ha dedicado un interesantísimo libro la psicóloga y psicoterapeuta Beatriz Cazurro: Los niños que fuimos, los padres que seremos (Planeta, 2022). 

En él, además, arroja por tierra falsas creencias entorno a la supuesta vida idílica de los niños -que ‘no se enteran’ o ‘no tienen problemas’ son dos de las más frecuentes- y afirma con rotundidad que debemos darle el protagonismo que se merecen porque “son personas, sienten, desean, sufren… Es necesario que les demos la importancia que tienen y les escuchemos con empatía”.


Entrevista a Beatriz Cazurro*

Es una frase muy recurrente decir ‘cuando yo sea padre no cometeré los mismos errores que cometieron los míos’, sin embargo, en el libro demuestras que esto es complicado. ¿De qué manera el trato que nos dan nuestros padres de pequeños, la atención o la desatención y la seguridad o falta de seguridad que nos transmiten afectan a nuestro cerebro y nos moldea de cara a nuestra futura paternidad?

Ya incluso dentro del útero el estado emocional de nuestra madre puede afectar a la forma en la que se va estructurando el cerebro. Se sabe ya, por ejemplo, que la ansiedad traspasa la placenta. No se trata de culpar a nadie, por supuesto, pero cuando hay madres muy desreguladas luego esos bebés tienen mucha más probabilidad de sufrir, por ejemplo, síntomas de disociación.

Durante los nueve o diez primeros meses de vida lo que se va configurando en el cerebro y en nuestro cuerpo es una especie de impronta, de huella cerebral. Con esa edad, obviamente, no tenemos palabras para explicar ‘mira me estoy sintiendo de esta manera’. Lloramos o no lloramos, nos acercamos o no nos acercamos, y no es la manera ideal de comunicarnos… Debido a esta huella cerebral lo que ya se sabe es que los niños y las niñas a esta edad tienen una sensación corporal real a partir de la cual se empieza a construir su identidad, su autoestima, su forma de relacionarse… Y en esa sensación, lo que saben es si pueden confiar en el mundo, si son valiosos para los demás, si pueden expresarse o no… Como no sabemos que ese es un primer cimiento, muchas veces empezamos a construir a partir de ahí sin darnos cuenta que no estamos viendo lo que ha ocurrido en esos cimientos.

Esta frase típica sobre un niño de un año tipo ‘uy es que es buenísimo porque se va con cualquiera’, que se dice como algo positivo, en realidad está dando una señal de que ese niño no tiene seguridad porque lo normal con un año es que los niños lloren cuando se separan de sus papás.

Cuando podemos ir atrás y nos damos cuenta de cómo ha sido nuestra infancia… nos sale resulta más fácil traducir a nuestros hijos porque tenemos el lenguaje

Utilizas en tu libro un término que es la ‘culpa sana’: analizarse para poder comprendernos y avanzar. ¿Cómo nos va a ayudar ese viaje retrospectivo a la niñez para entendernos mejor?.

Cuando la mayoría somos niños -algo que he comprobado en terapia pero también con amigos y amigas-, lo que tenemos es una interpretación muy desajustada de lo que nos pasaba en general. Tenemos muchas etiquetas: ‘yo era llorón, era intenso, era vago…’ pero casi nadie nos tradujo lo que nos estaba pasando: si teníamos miedo, si necesitábamos ir más despacio, si nos sentíamos presionados, si nos estaban atacando nuestras figuras de referencia y estábamos reaccionando como podíamos… En general esa historia no la tenemos hecha. Cuando podemos ir atrás y verdaderamente lo sentimos, lo notamos, nos damos cuenta de verdad cómo ha sido eso… nos sale mucho más fácilmente traducir a nuestros hijos porque tenemos el lenguaje. Es como adquirir un nuevo idioma.

¿Y cómo va a ayudar a nuestros hijos que desandemos lo andado?.

Pues vamos a dejar de proyectar en ellos cosas que no son suyas. Muchas veces necesidades nuestras las ponemos en ellos. Por ejemplo: ‘no llores que yo me pongo nervioso’ o ‘dale un beso a la abuela que sino se enfada conmigo’. Son conflictos que están ahí pero que no están resueltos. Al ser los niños los más vulnerables y no tener muchas veces palabras para expresar lo que les está ocurriendo, encima a veces los tachamos de malos. Vamos cubriendo necesidades con ellos y creo que es importante dejar claro -y por ello intento expresarlo con palabras muy claras en el libro- que cuando estamos utilizando a alguien para cubrir nuestras necesidades eso es un abuso.

Hay que decir muy claro que cuando utilizamos a un niño para cubrir nuestras necesidades o carencias es un abuso

Hablas también de la ‘positividad forzada’ cuando uno es padre, ¿por qué está tan enraizado que no es lícito sentirse desencantado con la paternidad/maternidad? ¿Cómo debemos gestionar nuestras emociones cuando la paternidad pasa por horas bajas o baches?.

Lo que creo es que hay una resistencia social a reconocerlo porque da mucho miedo. Cuando empezamos a destapar cómo nos sentimos, lo que nos ha pasado o lo que estamos haciendo con pareja, con hijos, con amigos… empiezan a salir cosas muy duras y si las decimos en alto nos tenemos que hacer cargo. Una vez que está dicho es mucho mas difícil de desdecir. Por eso tendemos a decir de que todo está bien y que debemos sacarle el lado positivo a las cosas. Si recuerdas con la pandemia pasó lo mismo, al segundo día ya estábamos intentando sacar un aprendizaje sin dejar a la gente asustarse y entender qué estaba pasando… Y esto ocurre todo el rato, en cuanto nos sentimos medio mal hay que solucionarlo y esto es en realidad un miedo muy profundo a conectar realmente con lo que ocurre y el miedo a no saber qué hacer con ello.

Hay una resistencia social a reconocer que muchas veces nos sentimos desencantados con la paternidad o maternidad

Comentas algo muy interesante: ‘no ya niños malos sino niños en un entorno que hay que revisar’. ¿Cómo cambiamos la corrección por la conexión?.

Es algo que nos cuesta mucho y en el libro he querido dar pistas sobre ello con casos y ejemplos que pueden ayudar para darnos cuenta de las interpretaciones que estamos haciendo. Por ejemplo, cuando decimos ‘este niño lo está haciendo por fastidiar’ o ‘es un vago porque no le interesa’ lo que debemos es empezar a reconocer este tipo de interpretaciones y a generar hipótesis de por qué pueden estar sucediendo las cosas.

Si alguien está mintiendo, por qué motivo puede estar haciéndolo: ¿por que tiene miedo a que le digamos que no, a nuestra reacción…? Si hacemos el ejercicio mental de ponernos en sus zapatos y preguntarnos por qué un niño se comporta así dependiendo de nosotros, sabiendo que no son malos… es más fácil entenderles. Por eso todo el libro va a enfocado a este objetivo: intentar poner palabras a todas esas experiencias que deben estar teniendo ellos, lo difícil que es para ellos cuando no conectamos con ellos, cuando somos violentos, cuando les ponemos todas esas etiquetas… Cuando nos quitamos, al menos, los obstáculos es posible ver al niño que es y al que hay, no la interpretación que tenemos de él.

Las violencias invisibles hacen exactamente el mismo daño en el niño que la violencia física

Dices que ’es imprescindible entender mejor que es la violencia si queremos que nuestros hijos desarrollen seguridad en sí mismos y en nosotros’. Y es que aunque se da por hecho que la violencia física no aporta nada bueno, las violencias invisibles hacen también mucho daño. ¿Cómo afectan al desarrollo de los niños?.

Exactamente igual que la violencia física. La violencia, toda la falta de seguridad interna afecta, no hay un daño físico, no hay un moratón, pero todo lo que ocurre por dentro es lo mismo: la confusión, el miedo, la impotencia… Es una sensación de yo no valgo, los demás pueden hacer conmigo lo que quieran, lo que sienta yo por dentro no vale… Afecta exactamente igual. Creo que en la violencia de género ya lo empezamos a ver, no hace falta que un hombre pegue a una mujer para que esté siendo violento y aún así nos cuesta, pero con los niños no lo vemos y está super normalizado. Si no le ponemos palabras, aunque suenen muy feas, yo creo que es imposible dejar de normalizarlo.

Comentabas al principio de la entrevista que tendemos a quedarnos con algunas pinceladas de la infancia pero no rebuscamos en ella tanto como deberíamos. ¿Cómo saber si nuestra infancia fue o no realmente feliz?.

Hablo de algunos síntomas que nos pueden dar pistas. Empieza a haber una corriente de psicología que habla cada vez más fuerte de que todos estos síntomas que llamamos enfermedades o trastornos psiquiátricas igual nos toca revisarlos porque cuando miramos hacia atrás encontramos muchas situaciones estresantes y traumáticas de la vida de la gente. El tener este tipo de síntomas puede ser: la dificultad para decir que no, el ser adicto al trabajo o ‘workaholic’ que llaman ahora, la dependencia emocional… Todo ese tipo de cosas que son muy cotidianas nos dan pistas de que algo ha ocurrido durante la infancia para queesa seguridad que no se haya podido dar.

La dificultad para decir que no, el ser adicto al trabajo, la dependencia emocional… nos dan pistas de que algo no fue bien durante la infancia

Un niño que haya tenido una mala infancia, con traumas, soledad, falta de autoestima, al que le prestaban poca atención… ¿Puede ser un buen padre? ¿Cómo le afecta el poso de su propia infancia?.

Por supuesto que puede ser un buen padre. De hecho el trabajo que muchas veces hago con mis pacientes en consulta va por ahí: entender un poco cuáles son las heridas, los puntos de conflicto y dónde están las cosas en las que saltamos, proyectamos e incluso tratamos mal y ver cuáles son los recursos que se van desarrollando para poder hacerlo diferente. Hay historias increíbles de infancias durísimas y que tras la toma de conciencia, cuando la persona aprende a cuidarse en lo que no le pudieron cuidar, aprende a la vez a cuidar de forma diferente. Por eso los libros de pautas están muy bien a veces pero no tienen raíz, si no hay un lugar desde el que estés preparado para llevar las pautas a cabo no durarán ni diez días, porque lo otro es mucho más grande. Estamos hablando de la configuración del sistema nervioso, del cerebro, de un montón de carencias muy profundas, de defensas psicológicas.

Cuando una persona aprende a cuidarse en lo que no le pudieron cuidar, aprende a la vez a cuidar de forma diferente

Dedicas una parte en tu libro a desmentir algunos mitos sobre la infancia basándote en la neurociencia, ¿cuál crees que es el que más va a sorprender?.

Una de las más grandes puede ser aquella de que la infancia es la etapa más feliz de la vida. Es una frase categórica que decimos y no dudamos, que cuando los adultos estamos cargados de responsabilidades añoramos y por supuesto los niños juegan porque es su lenguaje pero toca ponernos en el lugar de que los niños son absolutamente dependientes de los adultos y que los adultos por lo general creemos ue no tienen problemas. Es imposible que se sientan escuchados cuando creemos que todo está bien. Son seres humanos como nosotros, sienten como nosotros y además no tienen los recursos para afrontar las cosas, se los tenemos que dar y enseñar nosotros. El hecho de ser totalmente dependiente de alguien que cree que no te pasa nunca nada es en sí mismo un problema.

*Beatriz Cazurro: es psicóloga y psicoterapeuta. Dispone de un máster en Psicoterapia Infantil, otro en Psicoterapia Humanista Integrativa y ha cursado diversas formaciones de especialización en apego y trauma con algunos de los mayores expertos nacionales e internacionales. Presenta más de quince años de experiencia trabajando tanto con niños como con sus familias, también con adultos, apoyándose en técnicas de enfoque corporal como el Focusing y en recientes descubrimientos de la neurociencia. Creadora de campañas virales por los buenos tratos como #Ensuszapatos o #Childrentoo, para la autora cada persona es única: cada cual ha tomado las mejores decisiones que ha podido y, de la misma manera, tiene el derecho y la capacidad de tomar nuevas decisiones desde la libertad y el contacto con su poder personal. www.beatrizcazurro.com

«Individuo, comunidad y sistema», Renovando desde Dentro, Art. 10, Pepa Horno Goicoechea.

Soy consciente de que las experiencias que más me han enseñado como persona han sido la crianza de mi hijo y el fallecimiento de mis padres. Pero si tuviera que añadir una tercera, sería sin duda los viajes que he tenido el privilegio de realizar por diferentes continentes para trabajar la prevención de la violencia contra los niños, niñas y adolescentes en diferentes contextos sociales, culturales, geográficos y etnográficos.

He tenido el privilegio de conocer diferentes culturas y pueblos viviendo junto a ellos. He podido conversar sobre su infancia, su crianza o la forma de relacionarse en sus familias. No eran viajes de turista, eran encuentros humanos con personas que de un modo u otro podían contribuir al cambio social necesario para eliminar el castigo físico a los niños, niñas y adolescentes. Trabajé con profesionales de la educación, del ámbito social, del periodismo o de la medicina, entre otros; con políticos y legisladores y con familias que en lugares lejanos trataban de mejorar las condiciones de vida de los niños, niñas y adolescentes en sus comunidades.

Aquellas experiencias generaron en mí una mirada asombrada, pequeña y humilde hacia el ser humano. Una mirada que ha marcado en gran medida mi desarrollo profesional. Aprendí infinidad de cosas, pero sobre todo quedó dentro de mí la certeza de lo que trasciende a lo cultural en el ser humano. Y quiero quedarme con dos aspectos que trascienden lo cultural:

•La universalidad del desarrollo afectivo. Darse cuenta de que el ser humano es un ser en relación, que se crea desde un “otro” y para un “otro”. La necesidad básica, primaria y universal del ser humano es el apego: tener alguien que le cuide y le proteja. Y aprendí a valorar en su justa medida la fuerza de esa necesidad. El apego no es una cuestión de amor, sino de seguridad, vinculada a la supervivencia misma. Es el cuidado del otro el que va a permitir sobrevivir a la persona porque le dará de comer, le tapará cuando haga frío, etc. Conseguir esa persona que le cuide, la figura de apego, no es una necesidad afectiva sólo, es la única posibilidad de sobrevivir. Por eso las personas van a preferir tener una mala familia a no tener familia. La herida mayor que puede recibir un niño, niña o adolescente es el abandono. La soledad es el mayor temor de las personas a cualquier edad pero de niño, de niña, el abandono genera terror. El terror que llega cuando ve amenazada su subsistencia sin ser todavía suficientemente autónomo para conseguirlo por sí mismo. Y eso no depende de la cultura donde nacemos. Es algo universal.

•El abuso de poder como la clave para comprender la violencia en cualquiera de sus formas y en cualquier escenario donde tiene lugar. No se es violento con quien se quiere sino con quien se puede. Cualquier forma de violencia es posible porque existe una relación de poder. Era interesante que, fuera donde fuera, todo el mundo me decía que el castigo físico a los niños, niñas y adolescentes era imposible de erradicar porque era parte de su cultura. Pero no era así. El castigo físico era parte de la crianza en todas y cada una de las culturas donde trabajé. Y se da porque los niños, niñas y adolescentes son el eslabón más débil de cualquier sociedad. Se les pega porque se puede. Se puede porque son más débiles físicamente, porque quieren a los adultos y dependen de ellos, porque no pueden sobrevivir solos, porque la sociedad legitima el castigo y les da la autoridad a las familias para aplicarlo, porque la ley lo permite… Se puede por varios factores relacionados entre sí.

Pero también de aquel aprendizaje surgió un esquema que quiero desarrollar en este artículo, tanto en lo general como en lo referente al sistema de protección. Un esquema que me ha permitido estructurar programas de intervención, analizar y evaluar diferentes problemáticas sociales y comprender la parte sistémica del ser humano en la intervención terapéutica, entre otras muchas cosas.

Individuo, comunidad y sistema

Para que una sociedad se desarrolle de forma positiva, necesita preservar estos tres pilares: el individuo, la comunidad y el sistema.

Cuando me refiero al INDIVIDUO, pienso en la persona, en cada uno de nosotros y nosotras. Me refiero a preservar y promover la consciencia individual. Esto se logra si en su proceso de socialización la persona puede:

•Fortalecer su conexión interna con sus propias sensaciones corporales, vivencias emocionales y pensamientos, de forma que puedan construir un psiquismo en el que los tres niveles de procesamiento, somatosensorial, emocional y racional, sean integrados. Esta conexión interna se genera desde la relación con las figuras de apego. Son ellas quienes nombran las cosas: “Esto es una mesa”; las sensaciones: “Tienes frío, ¿verdad?” y las emociones: “Estás contento”. Dan significado a las sensaciones corporales y vivencias emocionales del bebé, enseñándole a reconocerlas y legitimarlas (mentalización). Si ese proceso se realiza de forma errónea, parte de esa vivencia interna del niño o niña queda sin ser integrada o nombrada, queda disociada. Esto puede ocurrir por la falta de escucha, conexión y ajuste de la figura de apego a las señales que emite el bebé, o bien porque la figura de apego adjudica a esas señales significados erróneos más vinculados a su propia vivencia que a la del bebé.

•Lograr la autonomía suficiente para ser protagonista de su propia vida, generando un proyecto de vida propio que puede coincidir, o no, con el que sus figuras parentales y su comunidad haya definido para esa persona. Desde la libertad individual de tomar sus propias decisiones generará también una red afectiva propia. Esa autonomía se fomenta desde la participación del niño, niña y adolescente en diferentes áreas de su vida, su familia y su comunidad.

•Validar su identidad desde el respeto y la aceptación de su entorno de la misma. La identidad es el reflejo de la individualidad. Incluye diferentes aspectos: la identidad sexual, la identidad étnica o racial o la identidad religiosa, entre muchos otros. Conforme surge la consciencia individual se va estructurando el autoconcepto de la persona sobre sus habilidades, destrezas o cualidades y una validación emocional de las mismas, a la que llamamos autoestima. Desde ahí se construirá una identidad que debe ser única e integrar la diferencia como un valor positivo, como un aporte a la familia y a la comunidad.

Cuando me refiero a la COMUNIDAD, pienso en una red de personas que construyen relaciones afectivas estables y comparten un lugar de pertenencia. Incorpora a la familia pero va un paso más allá. Hablamos de elegir, construir y cuidar las redes afectivas que sostienen al individuo y le dan su lugar de pertenencia. Me refiero a preservar y fomentar la consciencia de pertenencia.

La comunidad exige asumir la corresponsabilidad en el cuidado del individuo. El cuidado de las personas más débiles de la comunidad no es una responsabilidad exclusiva de sus familias ni del sistema, es una responsabilidad colectiva de la comunidad. Por lo tanto, la comunidad es una red de vínculos afectivos sanos que se relacionan desde la reciprocidad y la corresponsabilidad.

Está construida de dos tipos de relaciones afectivas que forman parte de la cotidianeidad de las personas:

•Las redes familiares, que conservan la historia de vida de la persona y configuran su identidad. Las personas eligen a otras personas con las que generan vínculos afectivos profundos y asumen el compromiso de permanencia. Estas redes familiares van más allá de la familia nuclear e implican romper con el presupuesto de la unión entre la familia y la biología. Pensando en la crianza, lo que convierte a un adulto en figura de apego de un niño o niña es el cuidado cotidiano, asumir su crianza y su seguridad y hacerlo desde un vínculo afectivo profundo. Esta responsabilidad puede asumirse con la misma fuerza aunque no se tenga vínculo biológico alguno con ese niño o niña, como hacen las familias adoptivas y acogedoras o como hace la “tribu” en diferentes lugares del mundo. Ver las redes familiares que van más allá de la familia nuclear es un aspecto especialmente importante en las sociedades donde las familias se han reducido. Las familias extensas, mucho más habituales hace unos años, podían llegar a funcionar como pequeñas comunidades en sí mismas.

•Las redes afectivas más amplias. Son aquellas que se pueden generar desde la pertenencia a un lugar, una actividad o una entidad, entre otras. Redes afectivas en torno al lugar donde se reside, el barrio o el municipio, a valores culturales o religiosos, a entidades sociales, deportivas o en torno a actividades de ocio o al mundo asociativo. Son redes de relaciones interpersonales donde se comparten elementos de la identidad propia: vivencias, experiencias, aficiones, etc. Todas ellas funcionan como redes de pertenencia de la persona.

Por lo tanto, la comunidad se construye si:

•Se crean espacios de relación afectiva entre las personas, espacios compartidos en torno a actividades comunes, sencillas, en las que las personas se prestan ayuda mutua para lograr una mayor eficacia. Esas tareas pueden ir desde las actividades relacionadas con la supervivencia y el cuidado, hasta espacios relacionados con el placer, el disfrute y el ocio.

•Si en el proceso de socialización se plantea a los niños, niñas y adolescentes la comunidad como un valor positivo, un lugar de seguridad y fortaleza. Se les enseña a pedir ayuda cuando se sienten débiles o vulnerables por algún motivo, a lograr mayor eficacia desde el trabajo en grupo o comunitario y a las oportunidades de aprendizaje que supone relacionarse con otras personas, especialmente aquellas que son más diferentes. Por el contrario, si se les educa desde el temor, desde la protección mal entendida, desde el miedo a la diferencia y la necesidad de control, se genera aislamiento social y se coloca a las personas en situación de riesgo.

•Si en ese mismo proceso de socialización, se une el concepto de familia al de red y comunidad, promoviendo habilidades para construir redes afectivas que vayan más allá de las familias y educando en la corresponsabilidad en el cuidado de los más débiles y la reciprocidad como un valor afectivo.

•Si se da una regulación informal, basada en las relaciones afectivas de cuidado mutuo. Las comunidades no están estructuradas en torno a ningún sistema oficial. Las personas asumen esas “reglas no escritas” porque se sienten pertenecientes a la comunidad y afectivamente vinculadas a la misma.

Cuando me refiero al SISTEMA, pienso en las instituciones. No sólo en los gobiernos, sino en todas las instituciones sociales que se crean para organizar y estructurar de forma más eficaz la atención a las necesidades sociales. Pienso en quien legisla, en los ministerios, las organizaciones, las empresas, los medios de comunicación, las multinacionales… Me refiero a estructurar la atención, a preservar y fomentar la consciencia colectiva. El sistema surge cuando:

•La comunidad crece tanto que es difícil atender las necesidades individuales y comunitarias sólo desde las relaciones interpersonales y porque se generan desigualdades estructurales en las comunidades que no pueden ser paliadas y atendidas únicamente desde las relaciones interpersonales.

•Se regula la convivencia a través de instrumentos varios: legislación, normativas e instituciones.

•El sistema requiere especialización: formación, profesionalización e inversión que la posibilite.

•El sistema conlleva dos elementos clave: generar una estructura especializada que conlleva unos costes humanos y económicos de mantenimiento independientes de la necesidad a la que pretende dar respuesta; y generar relaciones de poder que deben ser reguladas con consciencia para que no permitan o legitimen situaciones de abuso de poder, de violencia.

Mi certeza es que para que una sociedad esté sana y permita el desarrollo pleno de las personas debe preservar con estos tres pilares: individuo, comunidad y sistema.

Una mirada al mundo…

Sin embargo, al recorrer casi cuarenta países de cuatro de los cinco continentes, me di cuenta de que en todas las sociedades se había sacrificado de forma significativa uno de los tres pilares, o al menos había carencias muy serias en su desarrollo. Y con cada uno de los pilares que falla, se desarrollan problemáticas diferentes.

En los países del sur de Asia y y del Sudeste Asiático, así como en aquellos que conocí en África, la comunidad es el pilar clave de la sociedad. Es la comunidad la que define la identidad individual de las personas. La pertenencia a la comunidad condiciona el proyecto de vida que desarrollan las personas. Los sistemas tienen un nivel débil de desarrollo, aunque esto varía enormemente de un país a otro, pero en general no tienen la fortaleza suficiente para atender las necesidades individuales de las personas. Este predominio de la comunidad se puede percibir en las costumbres sociales, los ritos de iniciación, incluso en el mismo idioma.

Los países de la región de Latinoamérica y el Caribe la comunidad sigue presente aunque el individuo y su consciencia individual tiene más fuerza. Los conflictos que surgen en esta región y los movimientos sociales y políticos no son tribales ni religiosos, son movimientos que surgen de la consciencia de la injusticia y la desigualdad. Pero también en esta región los sistemas tienen verdaderas dificultades en su implementación y desarrollo y no logran cubrir las necesidades individuales de modo que las comunidades tratan de atender lo que los sistemas no logran cubrir.

Y en Europa y América del Norte la comunidad está muy mermada, por no decir desaparecida. Se establece la relación entre el individuo y el sistema. El individuo demanda al sistema que cubra sus necesidades de forma individual. Las estructuras comunitarias son puntuales, en determinados barrios, o zonas, pero no son generalizadas. En algunos de los países, la familia aún ha podido paliar la ausencia de la comunidad y cubre algunas necesidades de las personas que el sistema no llega a atender: necesidades de cuidados, económicas o de integración social. Pero la transformación de los modelos familiares hacia modelos de familia nuclear está conllevando que la familia esté dejando de poder paliar los efectos de la desaparición de la comunidad.

En todas las sociedades parecemos haber perdido uno de los tres pilares. Y creo de verdad que una sociedad no alcanza su pleno desarrollo si no promueve sus tres pilares.

Cuando el individuo desaparece, se pierde la posibilidad de plena implementación de todos sus derechos humanos fundamentales. Se esfuma la consciencia crítica, el pensamiento divergente, la creatividad y las personas renuncian a su proyecto de vida y a su identidad generando, entre otras muchas problemáticas, problemas de salud mental.

Cuando la comunidad desaparece, la sociedad se vuelve individualista con unos niveles de aislamiento social y exclusión social preocupantes, el cuidado de las personas vulnerables pasa a ser limitado y se pierde calidez humana. Las personas pueden sentir cubiertas sus necesidades básicas y que la soledad les ahogue. Y sin una comunidad fuerte, el sistema no llega a cubrir todas las necesidades individuales porque hay necesidades que tienen que ver con la relación, el cuidado, la cercanía y el afecto que ningún sistema puede cubrir. Pero además, la comunidad permite generar movimientos de cambio, unir a la gente en redes afectivas de apoyo comunes, romper con el miedo y el aislamiento social.

Y si el sistema falla, entonces el bienestar de una sociedad se limita a lo que puede cubrir la comunidad, falta estructura y cobertura de los derechos humanos, falla el sistema de bienestar social al que el sistema permite llegar.

Y en cierto sentido merece la pena cuestionarse la interrelación entre los tres pilares cuando en vez de trabajar para el bienestar común lo hacen para otros intereses. Entonces, ¿al sistema le interesa una comunidad fuerte o prefiere que las personas se mantengan aisladas y sin movilizarse? ¿Y a la comunidad le interesa el pensamiento crítico y divergente del individuo o prefiere la obediencia? ¿Y el individuo está dispuesto a aceptar la corresponsabilidad que supone la comunidad y el costo de mantenimiento del sistema?

Necesitamos los tres pilares para poder garantizar el desarrollo pleno de una persona y de una sociedad, pero cualquiera de esos tres pilares puede fallar, desaparecer o pervertirse. Un sistema sin los mecanismos necesarios de control puede colocarse en una posición de impunidad. Y en ese caso toca recordar el título de aquel libro de Henry Mash que debería ser obligatorio: “Ante todo, no hagas daño”(1). De hecho, una comunidad potente puede y debe producir los cambios necesarios en el sistema y exigir el cumplimiento de sus mecanismos de control.

Asimismo, una comunidad sin un sistema que la complemente y la regule y un individuo consciente y crítico puede anular al individuo, violar sus derechos humanos y convertirse en una trampa de la que el individuo se vea obligado a huir. Y un individuo que pierde o rechaza el sostén afectivo de su comunidad y no encuentra un sistema que e brinde un marco protector puede enfermar y hacerse daño o hacérselo a los demás.

¿Y los tres pilares en el sistema de protección?

Como decía al principio, este sistema de análisis desde los tres pilares lo empleo en el diseño y evaluación de programas de intervención y en la evaluación de cualquier estructura organizativa. El sistema de protección se puede y se debe mirar desde esta perspectiva. A continuación desarrollo algunas preguntas que merece la pena hacerse sobre el sistema de protección analizado desde esta perspectiva. No pretende ser un listado de preguntas exhaustivo, sino una invitación a la reflexión.

¿Quién es el individuo en el sistema de protección? Los niños, niñas y adolescentes. Y si miramos las claves de desarrollo del pilar del individuo…

•¿Podemos decir que en los recursos del sistema de protección se fomenta la conexión interna del niño, niña o adolescente? Yo diría que al contrario. En niños, niñas y adolescentes que vienen en muchos casos ya desconectados fruto de los mecanismos de disociación que tuvieron que poner en marcha para sobrevivir o por las carencias de sus figuras de apego a la hora de ajustarse emocionalmente a ellos, sintonizar y ayudarles a nombrar sus vivencias, ¿trabajamos con programas de estimulación sensoriomotriz que permitan a los niños, niñas y adolescentes reconectarse? ¿Contemplamos el trabajo corporal como elemento de intervención deseable del sistema de protección? ¿Cuidamos los entornos del sistema de protección para que generen conexión interna en los niños, niñas y adolescentes? ¿Formamos a los profesionales en habilidades de mentalización?

•¿Podemos decir que el sistema de protección promueve el protagonismo de los niños, niñas y adolescentes sobre sus propias vidas? Creo que en este sentido se ha avanzado muchos los últimos años, pero es necesario ver hasta qué punto el sistema llega a anular el protagonismo de los niños, niñas y adolescentes. Pensemos en las distintas áreas donde el niño o niña necesita ser protagonista de su propia vida: la vida cotidiana (qué vestir, a qué hora levantarse, si se ducha por la mañana o por la noche…), las decisiones de su propia vida (va o no al campamento, ve o no a sus padres, va a terapia o no…), el protagonismo en la comunidad donde viven (participación en las actividades del barrio, instalaciones, con los vecinos…), el protagonismo sociopolítico y el protagonismo en la evaluación y mejora de los entornos donde viven (¿cuántos recursos evalúan con los niños, niñas y adolescentes su funcionamiento?). Sin participación no hay autonomía, y sin autonomía no se logra el protagonismo sobre la vida propia necesario para cualquier proceso de recuperación. Aunque esta reflexión probablemente sería igual de válida para el nivel de protagonismo que se permite a los niños, niñas y adolescentes que crecen en familias protectoras.

•¿Podemos decir que el sistema de protección respeta y valida la identidad de los niños, niñas y adolescentes? Creo que en este sentido la situación es muy variada. Se ha mejorado mucho en el abordaje de la diversidad en el sistema de protección, se integran las diferentes identidades religiosas, sexuales y étnicas o raciales. Aunque queda mucho que mejorar en este sentido, sólo es necesario pensar en la atención que el sistema brinda a los adolescentes migrantes no acompañados.

¿Trabaja el sistema de protección de forma integrada con la comunidad?

•¿Está el sistema de protección integrado en la comunidad o permanece como un desconocido para la sociedad, funcionando de forma aislada y hacia dentro, llevando a los adolescentes al salir del sistema de protección a una situación de exclusión social?

•¿Realizan las instituciones las medidas necesarias para combatir los estereotipos sociales sobre los niños, niñas y adolescentes del sistema de protección? ¿Existen campañas de sensibilización social que los visibilice de forma positiva?

•¿Se promueven programas de familias colaboradoras que puedan mantener una relación con los niños, niñas y adolescentes sin acogerlos, sacándolos en verano o los fines de semana, etc.?

•¿Se trabaja con los niños, niñas y adolescentes para que vean la comunidad como un recurso, un espacio en el que pedir ayuda?

•¿Pueden ir los niños, niñas y adolescentes a dormir a casas de sus amistades? ¿A fiestas de cumpleaños sin rellenar cuatro formularios por escrito? ¿Pueden venir los amigos del colegio a verles a los centros residenciales?

•¿Se trabaja el acogimiento como una responsabilidad comunitaria? ¿Se entiende que no sólo acoge una familia sino también su comunidad, que el cuidado de estos niños, niñas y adolescentes en situación de desprotección es responsabilidad de toda la comunidad donde viven, de todos nosotros?

•¿Se trabaja el concepto de comunidad más allá de la familia en el sistema de protección? ¿Responde a este enfoque comunitario el abordaje que se hace de la familia biológica dentro del sistema de protección?

No me extiendo en las respuestas a estas preguntas porque están ampliamente desarrolladas en los artículos previos escritos en el marco de “Renovando desde Dentro” por Alberto Rodríguez (2), Javier Múgica (3) y Antonio Ferrandis (4).

Y respecto al pilar del sistema, el sistema de protección es uno de los elementos clave del sistema de cualquier sociedad desarrollada. Sería importante plantearse:

•¿Tiene el sistema de protección recursos suficientes? ¿Cuenta con la especialización adecuada: formación de los profesionales, espacios de supervisión? Desde el momento en que la supervisión solo empieza ahora a ser incorporada como obligatoria en los pliegos de concertación de algunas comunidades autónomas, que las titulaciones necesarias para determinados profesionales del sistema de protección no están reguladas en todos los territorios y que la formación inicial de las profesiones relacionadas con niños, niñas y adolescentes no incluyen todo el tema de protección, puedo responder sin riesgo a equivocarme que no.

•¿Se cumple la legislación que regula el sistema de protección o se aceptan las diversas vulneraciones de la ley sin imponer las sanciones correspondientes? Sólo un dato: más de 1.200 niños y niñas menores de seis años siguen viviendo en centros de protección, aunque la legislación aprobada en 2015 lo prohíbe expresamente para menores de 3 años y recomienda evitarlo para menores de 6 años. Y no ha habido ninguna sanción por ese incumplimiento de la ley. El único avance ha sido que el Plan de Acción y Lucha contra la Explotación Sexual Infantil en los Centros de Acogida aprobado en mayo de 2022 incluye medidas destinadas a solucionar esta situación antes del 2026.

•¿Contempla el sistema de protección las medidas necesarias para el cuidado de su propia estructura: cuidado y formación de los profesionales, actualización y evaluación de los sistemas de trabajo o mantenimiento de entornos e infraestructuras, entre otros? Aunque se está realizando una inversión muy potente en la mejora y actualización de los recursos del sistema de protección, queda mucho por avanzar.

•¿Existen medidas suficientes para regular las relaciones de poder dentro del sistema de protección y erradicar las distintas formas de violencia? Creo que todos los casos que han salido en medios de comunicación en los últimos dos años responderían por mí a esta cuestión.

El sistema de protección no es diferente de cualquier otro sistema que podamos evaluar. Necesita un marco normativo claro y que se cumpla en la práctica, unos sistemas de intervención actualizados, la especialización necesaria y mecanismos externos de control de su funcionamiento.

Una forma de mirar…

Un individuo consciente, una comunidad fuerte y un sistema sólido son condiciones imprescindibles para lograr la plena implementación de los derechos humanos y el desarrollo de sociedades justas que posibiliten vidas plenas a sus ciudadanos. No es que un pilar sea más importante que el otro, es que necesitamos los tres para lograr el desarrollo pleno como personas y como sociedades.

Este esquema es aparentemente sencillo pero, en mi experiencia, de gran calado. Para mí fue especialmente relevante entender lo que pasa cuando falla uno de esos pilares, hacia dónde deriva la sociedad. Y lo he aplicado tanto en la visión sociológica de los lugares en los que he vivido o trabajado como al análisis, evaluación y mejora de sistemas y programas de intervención.

(1) Mash, H. (2016). Ante todo, no hagas daño. Madrid: Salamandra.

(2) Rodríguez González, A. (2022). Las imágenes del acogimiento familiar que merman su desarrollo y la captación de nuevas familias. En el marco de la iniciativa Renovando desde dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la infancia en España.

Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/2022/01/19/articulo-4-disenando-la-mesa-del-cambio-que-tipo-de-intervencion-es-mas-eficaz-en-la-reparacion-de-danos-por-desproteccion-infantil-por-alberto-rodriguez/

(3) Múgica Flores, J. J. (2022). Las imágenes del acogimiento familiar que merman su desarrollo y la captación de nuevas familias. En el marco de la iniciativa Renovando desde dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la infancia en España.

Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/2022/06/20/articulo-8-las-imagenes-del-acogimiento-familiar-que-merman-su-desarrollo-y-la-captacion-de-nuevas-familias-por-javier-j-mugica-flores/

(4) Ferrandis Torres, A. (2022). La permanencia, todavía una asignatura pendiente. En el marco de la iniciativa Renovando desde dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la infancia en España.

Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/2022/10/04/articulo-9-la-permanencia-todavia-una-asignatura-pendiente-por-antonio-ferrandis-torres/

La situación de la violencia contra las mujeres en la adolescencia en España.


Este estudio ha sido promovido, financiado y coordinado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, y realizado desde la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense. También han participado en el  proyecto el  Ministerio de Educación y Formación Profesional, las Consejerías de Educación de las Comunidades Autónomas y las Ciudades con  Estatuto de  Autonomía de Ceuta y Melilla. 

Su principal objetivo es conocer la situación actual de la violencia contra las mujeres en la adolescencia en España, así como las condiciones de riesgo y de protección frente a dicha violencia y la evolución detectada al comparar los resultados  obtenidos en 2020 con los de estudios anteriores, cuyos datos se recogieron en 2010 y en 2013.  

El estudio sobre la situación actual de la adolescencia en España, así como sobre sus condiciones de riesgo y de protección se  basa en una muestra representativa de 13.267 adolescentes de 14 a 20 años, de 336 centros educativos no universitarios, distribuidos en 16 Comunidades Autónomas, además de las ciudades con estatuto de autonomía de Ceuta y Melilla.

«La permanencia, todavía una asignatura pendiente», Renovando desde Dentro, Art. 9, Antonio Ferrandis Torres.

¿Hasta qué punto podemos ofrecer a los  niños, niñas y adolescentes la estabilidad que necesitan cuando no pueden o no deben permanecer en su casa? 

¿Podemos considerar “permanente” el acogimiento? Incluso entre colegas y amigos que compartimos preocupaciones, experiencia y sufrimientos, descubrimos discrepancias importantes cuando tratamos esta cuestión.

Intentaré resumir a continuación tres historias recientes que me han empujado a reflexionar sobre este espinoso asunto.

La primera. Una pareja, que probablemente tiene mucho que ofrecer, tras participar en la formación de familias acogedoras, renuncia a ofrecerse como familia acogedora permanente porque imaginan que “no se sentirían capaces de sacar de sus vidas a un niño” después de cinco o diez años de convivencia familiar. ¿No estaremos enfatizando erróneamente la provisionalidad como un rasgo del acogimiento?

La segunda. Uno de nuestros chicos está atravesando muchos conflictos en su vuelta a casa. Se encontraba plenamente integrado en una familia acogedora, después de muchos vaivenes y no pocas dificultades de adaptación finalmente resueltas, cuando ciertos cambios externos y decisiones lo han colocado en un proceso de reincorporación familiar que, por ahora, no le resulta feliz, sino todo lo contrario. Lo que otros han llamado “vuelta a casa”, lo está experimentando como una “salida de casa” hacia un entorno desconocido, ajeno y amenazador. ¿Es que la llamada reunificación familiar es siempre preferible?

La tercera. Unos colegas piden colaboración para encontrar familia para una niña de seis años. Aparte de su familia de origen, con la que convivió durante su primer año de vida, ha pasado por cuatro familias acogedoras distintas. Tras describir las enormes dificultades de vinculación y relación que manifiesta en la actualidad, el técnico concluye: “Lo que le pasa es que no se siente en casa en ningún sitio”. ¿Y si la propia protección llega a ser más desestabilizadora que la situación de partida?

Se trata de una encrucijada compleja del sistema de protección: por un lado, se predica el apoyo a las familias de origen y se pretende el retorno del niño en cuanto sea posible; pero por otro, se quiere que las medidas alternativas tengan también todas las ventajas y características de una familia ordinaria, incluida la estabilidad y seguridad que ésta proporciona. Dada la aparente contradicción entre ambos objetivos, me gustaría recordar en este artículo que las medidas provisionales y la posibilidad de reunificación tienen un plazo, pasado el cual hay que ofrecer a los niños una situación estable, con otro tipo de planteamientos y de intervención.

Que treinta años no es nada…

No fue hasta la decisiva reforma de 1987 cuando nuestro país importó de la legislación italiana la definición del “affidamento” para incorporar el acogimiento a un sistema lastrado por la hiperinstitucionalización y la judicialización. Al comienzo, no resultaba fácil describir esta medida de protección, de modo que muchas explicaciones se resumían en que “la adopción es irrevocable y para siempre;  pero el acogimiento es temporal y reversible”. Sin embargo, dos décadas después, nuestro sistema de protección afirmaba que además de los acogimientos temporales deben existir los acogimientos permanentes. ¿Es una contradicción? El legislador pudo haber elegido otra palabra. Hay quien propone términos como “indefinido”, o “sin fecha de retorno preciso” u otras expresiones; pero la ley dijo “permanente”.

Es una palabra hermosa, que refleja lo que pretendemos. Viene del latín permanentis,  que  significa «que está todo el tiempo en el mismo lugar«. Se compone del prefijo per- (por completo) y el verbo manere (quedarse, parar en un lugar). Ese “manere” aparece en vocablos tan sugerentes como permanecer, mansión, remanso, remanente, inmanente, etc. También me explican que el sufijo castellano “ecer” denota procesos o estados que no son puntuales, sino que se caracterizan por su cierta extensión temporal (crecer, adolecer, envejecer, permanecer…).

Esto parecería una mera disquisición etimológica; pero es que me resulta muy inspiradora la imagen del remanso, de ese alguien que se queda,  de lo que no es pasajero sino propio de un lugar. “Permanecer”… Eso es lo que necesitaba aquella niña que en ningún lugar ha podido sentir que estaba en casa.

La permanencia como aspiración del sistema de protección

La llamada “Planificación para la Permanencia” ha orientado desde los años noventa todos los sistemas de protección infantil. Surgió como reacción al descubrimiento de que muchos niños, supuestamente protegidos, en realidad vivían “a la deriva” de recurso en recurso, de casa en casa, saliendo y retornando de sus hogares y hogares ajenos. Los telefilmes de sobremesa nos han familiarizado con las imágenes de los niños que cambian de familia llevando todas sus pertenencias en una bolsa de plástico.

Producto de esta preocupación, existe una especie de consenso en cuanto a que el plazo de año y medio o dos años es el periodo máximo tolerable para mantener a los niños en situaciones provisionales o temporales; pero más allá de ese plazo los niños deben crecer en un entorno estable. En la ley norteamericana, se consideraba el plazo máximo que un niño/a podía convivir con una familia distinta a la que vive como propia. Transcurrido dicho plazo, o regresaba a la familia o se acordaba una medida definitiva

El inicial planteamiento maximalista que se resumía en que “el niño protegido, o vuelve a casa en dos años o sale en adopción” afortunadamente se ha matizado con el tiempo. Hemos aprendido que algunas familias no podrán volver a convivir nunca, o no será la opción deseable para el niño. Sin embargo, pueden mantener el parentesco, la relación, y la identidad. Sin necesidad de forzar el regreso a un hogar que puede suponer un entorno de riesgo y una nueva ruptura, es posible mantener cierta conexión entre los niños acogidos y sus familias de origen. Ese es el sentido de haber reformulado la finalidad de la planificación para la permanencia como “lograr el nivel óptimo de contacto”, que no se reduce al todo o nada. Existen muchos puntos intermedios en la línea que va desde la “preservación familiar” que mantiene al niño en su casa con apoyos que eliminen el riesgo, hasta la “sustitución definitiva” de una adopción sin contacto. Entre ambos extremos hay muchas posibilidades y cada situación familiar y cada niño, niña o adolescente merece que busquemos la más adecuada. Ese nivel óptimo de contacto quedaría definido en el “plan individualizado de protección”, según la terminología empleada por la reforma de 2015.

Sería un error considerar que el porcentaje de reunificaciones familiares es, simple y llanamente, un indicador de éxito. Una evaluación más rigurosa considera que el verdadero objetivo de la protección es conseguir que los niños alcancen la estabilidad en condiciones satisfactorias. En este sentido, conviene reflexionar sobre los desoladores resultados de la revisión de Farmer[i], que comprueba los elevados porcentajes de niños que vuelven a ser protegidos sólo seis meses después de la reunificación, o dos años después, o cinco años después.  En muchos de esos casos, en vez de una reunificación sin garantías debería haberse planteado otro “nivel óptimo de contacto” con la familia de origen que no implicara la convivencia diaria.

Intentar que vuelva a casa… durante dos años

Nuestro sistema de protección ha incorporado los planteamientos de la planificación para la permanencia durante las últimas décadas, y especialmente con la reforma legislativa de 2015. Esta pretensión de permanencia puede parecer una paradoja en estos tiempos de modernidad líquida, en los que nuestras relaciones se caracterizan por el cambio constante y la transitoriedad. Pero el ser humano para su desarrollo necesita una cierta estabilidad. Entre los elementos a considerar para determinar cuál es el interés superior del menor, la ley incorpora la importancia de la estabilidad. Por ello afirma que debe ponderarse cuidadosamente si es conveniente el regreso a la familia biológica cuando un niño ya está en acogimiento permanente, si tal regreso implica pérdidas y rupturas perjudiciales para él.

El diagnóstico de necesidades de aquella reforma[ii] ya mencionaba, entre otras cuestiones, la necesidad de introducir plazos máximos para las situaciones de cuidado temporal o provisional, así como de buscar familias dispuestas a la coparentalidad, dado que los niños convivirán con la familia acogedora pero podrán mantener sus referencias familiares. Los expertos que impulsaron aquellos cambios subrayaban la necesidad de que nuestro sistema sea capaz de proporcionar cuidado familiar estable y continuo, sea más rápido en la toma de decisiones, y sea respetuoso con los tiempos de los niños en la formación de vínculos de apego.

Nuestra legislación (Art. 2.3. Ley 1/96) afirma que para ponderar el superior interés del niño hay que incluir “el irreversible efecto del transcurso del tiempo en su desarrollo” y su “necesidad de estabilidad”. Cualquier medida de protección de menores no permanente (sea residencial o incluso familiar) que se adopte respecto a menores de tres años debe ser revisada cada tres meses y cada seis meses cuando sean mayores de esa edad. Dos años es el plazo para solicitar la revocación del desamparo si los progenitores o familia de origen consideran que han cambiado sus circunstancias (art. 172.2. CC); pero a los dos años de la tutela decae el derecho de oponerse a las medidas (172.2 CC). Ello puede incluir hasta la adopción, cuando exista un pronóstico fundado de imposibilidad definitiva de retorno.

Por consiguiente, hay que tener presente que la primera opción de protección, que por lo general será ofrecer oportunidades de recuperación a las familias, debe tener también un límite temporal, y son los derechos infantiles los que priman por encima de los derechos de sus familias y de las limitaciones de los técnicos. Pero nos tememos que no todo el mundo está igualmente concienciado de la importancia de limitar la provisionalidad y planificar la protección para ofrecer permanencia al niño. Hay que extender la convicción de que dos años son el plazo máximo que un menor puede estar en una situación provisional. Si durante un plazo razonable se han puesto a disposición de la familia las ayudas objetivamente suficientes para asumir sus responsabilidades, y no ha habido éxito, hay que ofrecer al niño la posibilidad de integrarse de forma estable en otra familia.

En un pasado no muy lejano, parecía aceptable la colocación del niño en protección hasta que era capaz de valerse por sí mismo o trabajar. Hay que desmontar esta fantasía de que los niños están “en depósito” mientras uno arregla sus problemas, como quien empeña los muebles y los recupera años después cuando ha progresado en la vida. La medida de separación tampoco debe ser considerada como si fuera una sanción penal para el adulto, que por tanto finalizaría al cumplirse el plazo previsto. Sería muy poco respetuoso con los niños aplicar esta lógica comercial o penal a su situación. Independientemente de los progresos de los adultos, hay que valorar las condiciones en las que se encuentra cada niño y las condiciones del entorno.

Los dos años de plazo no obedecen sólo a evitar perjuicios a los niños. El mismo funcionamiento de la familia también se ve afectada por su salida de los niños. Algunas se pueden desestructurar por completo y se disuelven… otras se acomodan a su vida cotidiana sin ejercer responsabilidades parentales, de modo que puede ser imposible recuperarlas. Por ello se espera del sistema un plan de intervención intensiva y temporalizada.

Una advertencia

Dada la erosión que padecen los servicios sociales generales y especializados, hay que dar una voz de alarma. La planificación para la permanencia no consiste en esperar el mero paso del calendario para anunciar que se llegó al “punto de no retorno” cuando se cumplen los dos años desde que el niño ha sido temporalmente separado. Se trata de que durante ese plazo, se  debe trabajar activamente con los recursos de preservación familiar y reunificación, poniendo  a disposición de las familias ayudas objetivamente suficientes para que recuperen sus responsabilidades parentales. De lo contrario, si no se trabaja la reunificación familiar, todos los acogimientos temporales se convertirán en permanentes.

Por desgracia, no todas las instituciones han asumido la preocupación por la intervención temporalizada y la revisión de medidas. Hay lugares donde ni siquiera es posible conseguir una contestación en tres meses sobre la situación de un niño o una familia. Pero conviene recordar que hay que remitir un informe justificativo al ministerio fiscal cuando un menor se haya encontrado más de dos años en acogimiento temporal (residencial o familiar), debiendo justificar por qué no se ha adoptado una medida protectora de carácter más estable.

La legitimidad del sistema se resquebraja si no hay intervención familiar cuando existen posibilidades de reunificación. Pero se llegará a una medida permanente si, pese a las ayudas ofrecidas, no hay voluntad de cambio o posibilidad de restablecer la responsabilidad parental en plazo razonable.

Entonces ¿se deja de trabajar con la familia biológica?

Cuando un niño, niña o adolescente se encuentra en acogimiento permanente, podemos entender que el Plan de protección ya no pretende promover cambios decisivos en las circunstancias familiares y recuperar la convivencia. En esta situación, el trabajo con la familia biológica tiene otra finalidad. Lograr que cada niño disfrute establemente del “nivel óptimo de contacto” con sus parientes implica esforzarse por lograr una cooperación favorable de la familia biológica (lo cual no siempre será fácil) y reducir los posibles conflictos, ya que el niño no va a regresar con ella, pero va a mantener la relación. La analogía no es exacta, pero al igual que tras un divorcio la inmensa mayoría de los “progenitores no custodios” aceptan que sus hijos convivan cotidianamente en otro núcleo familiar ¿podríamos conseguir una mayor aceptación de estas situaciones en las que “el niño no regresará con nosotros”, pero tampoco “nos lo arrebatan unos extraños”?

La familia biológica cuyos hijos se encuentran en acogimiento permanente, continúa ofreciendo para éstos pertenencia y referencia, aunque no exista convivencia, o ésta se reduzca a momentos esporádicos. Que los progenitores que han fallado puedan participar en el proceso de reparar el daño padecido por el niño tiene un valor incalculable. Que puedan acompañar el crecimiento de sus hijos desde la distancia física, alentando sus progresos y respetando su actual entorno familiar, también. Que los momentos de encuentro o los periodos de convivencia sean satisfactorios, también. Todo ello implica un trabajo delicado con la familia, que ya no se apoya en la motivación de la vuelta a casa como motor de cambios, sino en ayudarles a encontrar y mantener una relación satisfactoria y beneficiosa para el niño.

El acogimiento permanente ¿es permanente?

El acogimiento permanente puede acordarse desde el comienzo si ya se ha descartado el retorno, o también tras finalizar el acogimiento temporal, cuando no sea posible la reintegración familiar. Hay que recordar que la ley hasta contempla que puede solicitarse al Juez la atribución a los acogedores de algunas de las facultades de la tutela, a fin de facilitar el desempeño de sus funciones. Como han interpretado los civilistas, “la calificación de este acogimiento como “permanente” permite presumir que el mismo se prolongará, en principio, hasta la mayoría de edad del menor[iii].

No obstante, la ley deja abierta la puerta a una posible finalización del acogimiento y regreso a la familia si resultara conveniente para el niño y hubieran desaparecido los motivos de desamparo, tras ponderar su integración en la familia acogedora y el apego emocional a sus figuras de referencia.

Al encontrarse integrado en una medida familiar estable, la mera desaparición de los factores que provocaron el desamparo no será suficiente. Como dice la ley, deberá ponderarse el tiempo transcurrido y la integración en la familia de acogida y su entorno, así como el desarrollo de vínculos afectivos con la misma. De hecho, la ley ni siquiera considera que el acogimiento permanente pueda cesar a instancia de la familia de origen, sino que reserva esta posibilidad a la administración protectora y la fiscalía.

Como bien explicaba aquel excelente Manual de Cruz Roja[iv] , se debe garantizar el derecho a la estabilidad y pertenencia, tanto del niño como de los guardadores. La finalización, si procede, de un acogimiento familiar permanente habrá de realizarse con extremo cuidado, velando por que obedezca al interés superior del niño. Y en todo caso, con apoyo al niño y la familia acogedora que les permita prepararse, integrarlo y desearlo.

No resulta fácil definir a priori en qué supuestos podría plantearse como más beneficioso el regreso de un menor en acogimiento permanente a una familia de origen que con el tiempo ha cambiado. En principio, habría que estudiar dicha posibilidad si el niño, niña o adolescente manifiesta clara y persistentemente su deseo de regresar, o muestra sufrimiento por permanecer separado de su familia de origen, o no se aprecia una fuerte vinculación emocional con los acogedores, o en todo caso menor a la que muestra con su familia biológica. Lo cual no debe confundirse con situaciones de crisis adolescente donde, al igual que cualquier otro coetáneo, experimenta sentimientos de rechazo o enfrentamiento con los adultos. También puede ser que este adolescente, que ha sufrido, arroje su dolor contra la familia acogedora expresando un deseo de volver con los suyos, que de hacerse realidad viviría como un nuevo abandono y una nueva ruptura. El acompañamiento, muchas veces terapéutico, permitirá discernir estas situaciones.

Cómo avanzar en la permanencia

Hay que esforzarse para ajustar la imagen del acogimiento permanente, tanto la que recibe la opinión pública, como la que trasladamos en la captación y formación de familias, como la que perciben muchos profesionales de nuestro ámbito y del judicial. No es la provisionalidad ni la posible reversibilidad lo que caracteriza al acogimiento permanente, sino la experiencia de coparentalidad.

Se trata de dejar de considerar el acogimiento como una medida “de sustitución” de una familia por otra, para acercarse a un concepto “de complementación” donde una familia aporta la convivencia y el cuidado cotidiano que la otra no puede proporcionar. Decimos coparentalidad porque es una situación en la que una familia ofrece a un niño un entorno seguro, afectivo y estable que necesita su desarrollo, pero no le priva de los valores que pueden aportar sus progenitores u otras personas de su entorno. Una familia que ayuda a otra familia, aunque la convivencia no se recupere. Pero se preservan sus vínculos de pertenencia y la identidad que supone su referencia familiar.

Necesitamos personas dispuestas a aceptar sinceramente y con entusiasmo que un niño, niña o adolescente convivirá con ellas, pero mantendrá vínculos y sentimientos de pertenencia y referencia con su familia de origen; y necesitamos dispositivos de acompañamiento para ambas familias, probablemente muy diferentes entre sí en cuanto a sus circunstancias, valores, cultura, expectativas, etc.

Estamos buscando proporcionar al niño un lugar capaz de atender traumas anteriores, satisfacer la necesidad de pertenencia, establecer apegos seguros, incorporar su propia historia e identidad, preservar el vínculo real y simbólico con su familia biológica, y poder relacionarse con ésta, siempre que dicha relación no amenace su bienestar.

La experiencia demuestra que, incluso para adolescentes y jóvenes que dejaron de convivir con sus familias acogedoras, la relación con estas, la calidad del vínculo establecido y la estabilidad que les ofrecieron forman parte de su identidad y de su mundo emocional y familiar. Las familias se han convertido en sus mentores, y probablemente les han ofrecido una experiencia y un aprendizaje decisivo para la futura construcción de su propia familia. Se han convertido en una referencia moral, una base desde la que explorar el mundo, y también en ocasiones un refugio al que volver. Probablemente se trate de uno de los mejores indicadores de los beneficios del acogimiento familiar.

Pero la permanencia no cae del cielo. Como en cualquier otra relación humana (la amistad, la pareja, la misma parentalidad…) no es resultado de una declaración de intenciones, de los contratos iniciales o las promesas… sino que también depende de lo que hagamos. ¿Muchos acogimientos acaban interrumpiéndose? Seguro. ¿Por qué causas? Muchas y muy diversas… Pero la permanencia también es producto del acompañamiento acertado, de la buena orientación, de la percepción de ser escuchado y tomar parte de las decisiones, de la posibilidad de respiro, del respeto y la no imposición, etc. Algunas veces oímos historias de jóvenes o de familias cuyo acogimiento no resultó satisfactorio y parecería que se hizo todo lo posible porque saliera mal… Al igual que solemos decir que cada familia que habla bien del acogimiento hace que otra familia se ofrezca, pero cada familia que habla mal provoca que cinco no lo hagan… deberíamos llegar a decir que gracias a cada acogimiento que acaba mal aprenderemos a sostener otros tres con éxito.

La preocupación por ofrecer estabilidad en su entorno familiar precisamente a niños, niñas y adolescentes cuyo desarrollo se ha visto amenazado por las pérdidas y la provisionalidad debe impregnar el conjunto de nuestras decisiones y actuaciones. Quiero acabar recordando a un sabio compañero[v] – y maestro – que en su reciente jubilación, resumía así sus sugerencias para reducir también otras fuentes de inestabilidad durante el acogimiento:

“Hemos aprendido lo delicado que puede ser para el futuro emocional de los niños cuando les cambiamos de familia, o inician o cesan un acogimiento con origen o destino en una residencia. Por tanto, hemos de ser cuidadosos al extremo con los periodos de adaptación de una familia a otra de desde o hasta una residencia.  Hemos de ser conservadores y evitar los cambios de familia al cambiar de modalidad de temporal a permanente cuando sea posible. Debemos elegir la modalidad de acogimiento que nos facilite evitar cambios de familia de un acogimiento a otro si las previsiones no se cumplen”.


[i] FARMER, E. (2018): Reunification from Out-of-Home Care: A Research Overview of Good Practice in Returning Children Home from Care. University of Bristol, Bristol.

[ii] ADROHER, S., BENGOECHEA, A. y GOMEZ, B.(2015): Se busca familia para un niño. Perspectivas juridicas sobre la adoptabilidad. Universidad Comillas /Dyckinson, madrid.

[iii] LOPEZ AZCONA, A. (2016): Luces y sombras del nuevo marco jurídico en materia de acogimiento y adopción de menores: a propósito de la Ley Orgánica 8/2015 y la Ley 26/2015 de modificación del sistema de protección a la infancia y adolescencia. Boletín del Ministerio de Justicia: Estudio Doctrinal. Año LXX Núm. 2185 Enero de 2016

[iv] CRUZ ROJA (2010): Manual de buena práctica en acogimiento familiar. Cruz Roja, Madrid.

[v] RUBIO LÓPEZ, J.M. (2019): El Acogimiento Familiar 32 años después (1987-2019). Ponencia presentada en las XIV JORNADAS SOBRE INFANCIA MALTRATADA EN LA COMUNIDAD DE MADRID: En el 30 aniversario de la aprobación de la Convención de Naciones Unidas: Propuestas de mejora en la atención a la infancia desde el enfoque de derechos. Asociación Madrileña para la Prevención del Maltrato Infantil (APIMM). Madrid, 23-24 octubre 2019.