"Uno de los grandes mitos que desmiente la neurociencia es que la infancia es la etapa más feliz de la vida".

"Si hacemos el ejercicio mental de ponernos en sus zapatos 
y preguntarnos por qué un niño se comporta de determinada manera 
es más fácil entenderle".



Portada del libro 'Los niños que fuimos, los padres que seremos' de Beatriz Cazurro.
La psicóloga y psicoterapeuta
Beatriz Cazurro presenta
'
Los niños que fuimos, los padres que seremos'.
 Cortesía Planeta.
Cuántas veces habremos oído o incluso pronunciado aquello de ‘cuando sea padre no voy a cometer los mismos errores que los míos cometieron conmigo’. Sin embargo, huir de ello no es tan sencillo ya que está demostrado que una parte de nuestro cerebro está condicionado por lo que recibió y absorbió durante sus primeros años. No hay posible escapatoria... la propia infancia y la manera en que nuestros progenitores actuaron con nosotros influye e influirá en los padres que somos o seremos.

A ello ha dedicado un interesantísimo libro la psicóloga y psicoterapeuta Beatriz Cazurro: Los niños que fuimos, los padres que seremos (Planeta, 2022). 

En él, además, arroja por tierra falsas creencias entorno a la supuesta vida idílica de los niños -que ‘no se enteran’ o ‘no tienen problemas’ son dos de las más frecuentes- y afirma con rotundidad que debemos darle el protagonismo que se merecen porque “son personas, sienten, desean, sufren… Es necesario que les demos la importancia que tienen y les escuchemos con empatía”.


Entrevista a Beatriz Cazurro*

Es una frase muy recurrente decir ‘cuando yo sea padre no cometeré los mismos errores que cometieron los míos’, sin embargo, en el libro demuestras que esto es complicado. ¿De qué manera el trato que nos dan nuestros padres de pequeños, la atención o la desatención y la seguridad o falta de seguridad que nos transmiten afectan a nuestro cerebro y nos moldea de cara a nuestra futura paternidad?

Ya incluso dentro del útero el estado emocional de nuestra madre puede afectar a la forma en la que se va estructurando el cerebro. Se sabe ya, por ejemplo, que la ansiedad traspasa la placenta. No se trata de culpar a nadie, por supuesto, pero cuando hay madres muy desreguladas luego esos bebés tienen mucha más probabilidad de sufrir, por ejemplo, síntomas de disociación.

Durante los nueve o diez primeros meses de vida lo que se va configurando en el cerebro y en nuestro cuerpo es una especie de impronta, de huella cerebral. Con esa edad, obviamente, no tenemos palabras para explicar ‘mira me estoy sintiendo de esta manera’. Lloramos o no lloramos, nos acercamos o no nos acercamos, y no es la manera ideal de comunicarnos… Debido a esta huella cerebral lo que ya se sabe es que los niños y las niñas a esta edad tienen una sensación corporal real a partir de la cual se empieza a construir su identidad, su autoestima, su forma de relacionarse… Y en esa sensación, lo que saben es si pueden confiar en el mundo, si son valiosos para los demás, si pueden expresarse o no… Como no sabemos que ese es un primer cimiento, muchas veces empezamos a construir a partir de ahí sin darnos cuenta que no estamos viendo lo que ha ocurrido en esos cimientos.

Esta frase típica sobre un niño de un año tipo ‘uy es que es buenísimo porque se va con cualquiera’, que se dice como algo positivo, en realidad está dando una señal de que ese niño no tiene seguridad porque lo normal con un año es que los niños lloren cuando se separan de sus papás.

Cuando podemos ir atrás y nos damos cuenta de cómo ha sido nuestra infancia… nos sale resulta más fácil traducir a nuestros hijos porque tenemos el lenguaje

Utilizas en tu libro un término que es la ‘culpa sana’: analizarse para poder comprendernos y avanzar. ¿Cómo nos va a ayudar ese viaje retrospectivo a la niñez para entendernos mejor?.

Cuando la mayoría somos niños -algo que he comprobado en terapia pero también con amigos y amigas-, lo que tenemos es una interpretación muy desajustada de lo que nos pasaba en general. Tenemos muchas etiquetas: ‘yo era llorón, era intenso, era vago…’ pero casi nadie nos tradujo lo que nos estaba pasando: si teníamos miedo, si necesitábamos ir más despacio, si nos sentíamos presionados, si nos estaban atacando nuestras figuras de referencia y estábamos reaccionando como podíamos… En general esa historia no la tenemos hecha. Cuando podemos ir atrás y verdaderamente lo sentimos, lo notamos, nos damos cuenta de verdad cómo ha sido eso… nos sale mucho más fácilmente traducir a nuestros hijos porque tenemos el lenguaje. Es como adquirir un nuevo idioma.

¿Y cómo va a ayudar a nuestros hijos que desandemos lo andado?.

Pues vamos a dejar de proyectar en ellos cosas que no son suyas. Muchas veces necesidades nuestras las ponemos en ellos. Por ejemplo: ‘no llores que yo me pongo nervioso’ o ‘dale un beso a la abuela que sino se enfada conmigo’. Son conflictos que están ahí pero que no están resueltos. Al ser los niños los más vulnerables y no tener muchas veces palabras para expresar lo que les está ocurriendo, encima a veces los tachamos de malos. Vamos cubriendo necesidades con ellos y creo que es importante dejar claro -y por ello intento expresarlo con palabras muy claras en el libro- que cuando estamos utilizando a alguien para cubrir nuestras necesidades eso es un abuso.

Hay que decir muy claro que cuando utilizamos a un niño para cubrir nuestras necesidades o carencias es un abuso

Hablas también de la ‘positividad forzada’ cuando uno es padre, ¿por qué está tan enraizado que no es lícito sentirse desencantado con la paternidad/maternidad? ¿Cómo debemos gestionar nuestras emociones cuando la paternidad pasa por horas bajas o baches?.

Lo que creo es que hay una resistencia social a reconocerlo porque da mucho miedo. Cuando empezamos a destapar cómo nos sentimos, lo que nos ha pasado o lo que estamos haciendo con pareja, con hijos, con amigos… empiezan a salir cosas muy duras y si las decimos en alto nos tenemos que hacer cargo. Una vez que está dicho es mucho mas difícil de desdecir. Por eso tendemos a decir de que todo está bien y que debemos sacarle el lado positivo a las cosas. Si recuerdas con la pandemia pasó lo mismo, al segundo día ya estábamos intentando sacar un aprendizaje sin dejar a la gente asustarse y entender qué estaba pasando… Y esto ocurre todo el rato, en cuanto nos sentimos medio mal hay que solucionarlo y esto es en realidad un miedo muy profundo a conectar realmente con lo que ocurre y el miedo a no saber qué hacer con ello.

Hay una resistencia social a reconocer que muchas veces nos sentimos desencantados con la paternidad o maternidad

Comentas algo muy interesante: ‘no ya niños malos sino niños en un entorno que hay que revisar’. ¿Cómo cambiamos la corrección por la conexión?.

Es algo que nos cuesta mucho y en el libro he querido dar pistas sobre ello con casos y ejemplos que pueden ayudar para darnos cuenta de las interpretaciones que estamos haciendo. Por ejemplo, cuando decimos ‘este niño lo está haciendo por fastidiar’ o ‘es un vago porque no le interesa’ lo que debemos es empezar a reconocer este tipo de interpretaciones y a generar hipótesis de por qué pueden estar sucediendo las cosas.

Si alguien está mintiendo, por qué motivo puede estar haciéndolo: ¿por que tiene miedo a que le digamos que no, a nuestra reacción…? Si hacemos el ejercicio mental de ponernos en sus zapatos y preguntarnos por qué un niño se comporta así dependiendo de nosotros, sabiendo que no son malos… es más fácil entenderles. Por eso todo el libro va a enfocado a este objetivo: intentar poner palabras a todas esas experiencias que deben estar teniendo ellos, lo difícil que es para ellos cuando no conectamos con ellos, cuando somos violentos, cuando les ponemos todas esas etiquetas… Cuando nos quitamos, al menos, los obstáculos es posible ver al niño que es y al que hay, no la interpretación que tenemos de él.

Las violencias invisibles hacen exactamente el mismo daño en el niño que la violencia física

Dices que ’es imprescindible entender mejor que es la violencia si queremos que nuestros hijos desarrollen seguridad en sí mismos y en nosotros’. Y es que aunque se da por hecho que la violencia física no aporta nada bueno, las violencias invisibles hacen también mucho daño. ¿Cómo afectan al desarrollo de los niños?.

Exactamente igual que la violencia física. La violencia, toda la falta de seguridad interna afecta, no hay un daño físico, no hay un moratón, pero todo lo que ocurre por dentro es lo mismo: la confusión, el miedo, la impotencia… Es una sensación de yo no valgo, los demás pueden hacer conmigo lo que quieran, lo que sienta yo por dentro no vale… Afecta exactamente igual. Creo que en la violencia de género ya lo empezamos a ver, no hace falta que un hombre pegue a una mujer para que esté siendo violento y aún así nos cuesta, pero con los niños no lo vemos y está super normalizado. Si no le ponemos palabras, aunque suenen muy feas, yo creo que es imposible dejar de normalizarlo.

Comentabas al principio de la entrevista que tendemos a quedarnos con algunas pinceladas de la infancia pero no rebuscamos en ella tanto como deberíamos. ¿Cómo saber si nuestra infancia fue o no realmente feliz?.

Hablo de algunos síntomas que nos pueden dar pistas. Empieza a haber una corriente de psicología que habla cada vez más fuerte de que todos estos síntomas que llamamos enfermedades o trastornos psiquiátricas igual nos toca revisarlos porque cuando miramos hacia atrás encontramos muchas situaciones estresantes y traumáticas de la vida de la gente. El tener este tipo de síntomas puede ser: la dificultad para decir que no, el ser adicto al trabajo o ‘workaholic’ que llaman ahora, la dependencia emocional… Todo ese tipo de cosas que son muy cotidianas nos dan pistas de que algo ha ocurrido durante la infancia para queesa seguridad que no se haya podido dar.

La dificultad para decir que no, el ser adicto al trabajo, la dependencia emocional… nos dan pistas de que algo no fue bien durante la infancia

Un niño que haya tenido una mala infancia, con traumas, soledad, falta de autoestima, al que le prestaban poca atención… ¿Puede ser un buen padre? ¿Cómo le afecta el poso de su propia infancia?.

Por supuesto que puede ser un buen padre. De hecho el trabajo que muchas veces hago con mis pacientes en consulta va por ahí: entender un poco cuáles son las heridas, los puntos de conflicto y dónde están las cosas en las que saltamos, proyectamos e incluso tratamos mal y ver cuáles son los recursos que se van desarrollando para poder hacerlo diferente. Hay historias increíbles de infancias durísimas y que tras la toma de conciencia, cuando la persona aprende a cuidarse en lo que no le pudieron cuidar, aprende a la vez a cuidar de forma diferente. Por eso los libros de pautas están muy bien a veces pero no tienen raíz, si no hay un lugar desde el que estés preparado para llevar las pautas a cabo no durarán ni diez días, porque lo otro es mucho más grande. Estamos hablando de la configuración del sistema nervioso, del cerebro, de un montón de carencias muy profundas, de defensas psicológicas.

Cuando una persona aprende a cuidarse en lo que no le pudieron cuidar, aprende a la vez a cuidar de forma diferente

Dedicas una parte en tu libro a desmentir algunos mitos sobre la infancia basándote en la neurociencia, ¿cuál crees que es el que más va a sorprender?.

Una de las más grandes puede ser aquella de que la infancia es la etapa más feliz de la vida. Es una frase categórica que decimos y no dudamos, que cuando los adultos estamos cargados de responsabilidades añoramos y por supuesto los niños juegan porque es su lenguaje pero toca ponernos en el lugar de que los niños son absolutamente dependientes de los adultos y que los adultos por lo general creemos ue no tienen problemas. Es imposible que se sientan escuchados cuando creemos que todo está bien. Son seres humanos como nosotros, sienten como nosotros y además no tienen los recursos para afrontar las cosas, se los tenemos que dar y enseñar nosotros. El hecho de ser totalmente dependiente de alguien que cree que no te pasa nunca nada es en sí mismo un problema.

*Beatriz Cazurro: es psicóloga y psicoterapeuta. Dispone de un máster en Psicoterapia Infantil, otro en Psicoterapia Humanista Integrativa y ha cursado diversas formaciones de especialización en apego y trauma con algunos de los mayores expertos nacionales e internacionales. Presenta más de quince años de experiencia trabajando tanto con niños como con sus familias, también con adultos, apoyándose en técnicas de enfoque corporal como el Focusing y en recientes descubrimientos de la neurociencia. Creadora de campañas virales por los buenos tratos como #Ensuszapatos o #Childrentoo, para la autora cada persona es única: cada cual ha tomado las mejores decisiones que ha podido y, de la misma manera, tiene el derecho y la capacidad de tomar nuevas decisiones desde la libertad y el contacto con su poder personal. www.beatrizcazurro.com

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