Los
menores no se contemplan en los planes de gestión de esta crisis
pero forman
parte de un esfuerzo colectivo y se deben cubrir sus necesidades,
únicamente se han implementado aspectos de su curriculum académico.
únicamente se han implementado aspectos de su curriculum académico.
Diana Oliver,
Nunca hay que subestimar la energía de un niño. Energía renovable. No importa si has cantado Turnedo
a grito pelado veinte veces o si has saltado a la comba con una sola
pierna tres horas seguidas, su capacidad de regeneración es infinita e
inversamente proporcional a la de un adulto. Hay que vivirlo. Desde el martes pasado –nos adelantamos– encaramos con nuestros hijos
de tres y seis años lo que parece un confinamiento de duración poco
clara. Y aunque de energía los adultos vamos justos, esto, en principio,
no debería asustarnos: llevamos seis años trabajando con niños en casa.
Si tuviéramos visión para los negocios seguramente ya hubiéramos
diseñado un máster. Pero los dos sabemos que nuestra experiencia ha sido
tan fascinante como aterradora. Ahora, con el aislamiento, hemos subido
de nivel: nos ha pillado con trabajo pendiente, con la casa a medio
desmontar y a las puertas de la que iba a ser nuestra mudanza. Suena
frívolo. Problemas del primer mundo.
Después del shock inicial por lo excepcional del asunto y por la incertidumbre hemos asumido varias cosas. Por un lado, que poco a poco esa desventaja en cuanto a nivel de energía va a ir a más. No hay mucho que podamos hacer. Nos hemos prometido entrenar a fondo la imaginación, la paciencia y la empatía. Por otro, que ante el derrumbe de nuestro microcosmos de expectativas y tareas planificadas, lo inteligente es parapetarse en la organización semanal que ha propuesto nuestra hija. No hay un plan B.
Qué sensación tan rara. Atravesamos un confinamiento familiar ambivalente: la suerte de tenernos, nuestra incapacidad para igualar las necesidades más vitales y la energía que nos mueve. Decía que nos íbamos a mudar. En nuestro caso pasaremos de un piso cómodo para cuatro personas a un piso de apenas 49 metros sin balcón ni patio. De nuevo la ambivalencia: el disfrute del privilegio que otorgan en estas circunstancias más metros y un balcón, nuestra ruina económica. Son malos tiempos para los autónomos. También para los niños y niñas, esos que no contemplan los planes de gestión de esta crisis pero que también forman parte de un esfuerzo colectivo. Seguimos ciegos a la infancia y a sus necesidades.
“Muy mosqueada con la mirada nula hacia la infancia desde el minuto
uno de esta crisis. Sin coles, tele-estudiando de un día para otro y sin
medios asegurados, medidas confusas hasta llegar al encierro total, sin
contemplar la excepcionalidad de los críos muy peques”. Lo decía la
escritora Silvia Nanclares en Twitter en mención a otro tuit
en esa misma línea: “Ayer Sánchez mencionó que se podrá seguir sacando a
pasear a los perros. Me pregunto si no se podría pensar en una medida
similar para los niños pequeños. 15 días sin salir a la calle son un
mundo a los cuatro años. Y muchas familias viven en pisos oscuros y
pequeños”. En redes sociales, grupos de familias y listas de crianza se
plantea desde hace días ese continuo de la infancia invisible, la
orientación adultocéntrica de las medidas y su impacto en la salud de
los más pequeños.
A Heike Freire, pedagoga, docente e investigadora y autora de Educar en verde (Grao), le resulta especialmente preocupante porque esta situación, aunque temporal, les niega una necesidad fundamental que se agrava con la desigualdad: la del movimiento. Le escribo para saber más y me cuenta que aunque es consciente de que los niños y niñas no son una población de riesgo específica, están siendo los más perjudicados por esta crisis del coronavirus. Más incluso que los animales domésticos, que sí ha contemplado desde el inicio el decreto del estado de alarma. No así para las personas con discapacidad, menores y mayores, quienes han tenido que esperar cuatro días para que se modifique dicho decreto. Tarde y, quizás, insuficiente. “Por sus características especiales, por el hecho que están en período de crecimiento, forman parte de las personas más vulnerables a las que tenemos que prestar especial atención. No solo deberíamos haberles tenido en cuenta al diseñar la estrategia para superar la pandemia, sino que es urgente que les consideremos, que legislemos con sensibilidad e inteligencia sobre su caso, si no queremos incurrir, como sociedad, en un delito de negligencia y abuso”, explica.
Según la pedagoga, los espacios cerrados, el sedentarismo, las tareas escolares y el exceso de pantallas les cargan de una energía que no pueden renovar y las criaturas y sus familias terminan estallando. Incide en que los más perjudicados son los niños y niñas de las familias más desfavorecidas por lo que reclama medidas urgentes. “Las infancias urbanas que no disponen ni de un pequeño balcón, y que además no pueden utilizar los parques públicos, están siendo discriminados en su salud, su bienestar y su desarrollo, respecto a las familias con recursos que cuentan con jardines privados y espacios de campo abiertos a los que nadie les impide acceder”, señala.
Leo que desde Save the children insisten en la necesidad de proteger a la infancia, que consideran el grupo más afectado junto con los mayores, y han pedido a las administraciones que tengan en cuenta los efectos del confinamiento en las familias más vulnerables. “En las familias más vulnerables este confinamiento tiene tres efectos: la interrupción del proceso educativo (que no es compensable porque muchas familias no tienen el nivel educativo o no disponen de ordenador o conexión online), la pérdida de la garantía de una alimentación adecuada y el aumento de la violencia ejercida a niños y niñas debido al estrés que producen los espacios muy reducidos y en muchas ocasiones en situaciones de hacinamiento”, me explica Andrés Conde, director general de Save the children.
Porque lo que empezó como una crisis sanitaria ya es una (nueva) crisis económica y social. Por ejemplo, el pasado jueves supimos que en Madrid se suspendieron los contratos de las educadoras de las escuelas infantiles. También los servicios relacionados con la atención a la diversidad, el transporte o los comedores. No hemos dejado de saber acerca de la situación de los autónomos, las pymes, los afectados por los ERTES. La necesidad de tomar medidas urgentes para contener la epidemia del COVID-19 se ha chocado de frente con el muro invisible de los vulnerables. Hay más: violencia de género, maltrato infantil, abusos, ausencia de condiciones dignas de vida. Aquí tampoco hay un plan B para las familias.
Contacto también con GSIA (Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia) para saber qué valoración hacen, si realmente se podía haber tenido en cuenta de algún modo a las familias más vulnerables, aquellas con problemas intrafamiliares o con alguna disfuncionalidad o patología entre sus miembros. Myriam Fernández Nevado, cofundadora de la asociación y doctorando en Ciencias Políticas y Sociología, considera que a estas familias se las ha tratado como ciudadanos de segunda en muchos aspectos. “El concepto de ciudadanos no existe en este grupo social, cuanto más con dificultades o disfuncionalidades, patologías o situaciones de vulnerabilidad que invisibilizan más su presencia como actores plenos y participantes también del riesgo de la enfermedad del coronavirus”. Lamenta la experta que no se haya creado un plan de contingencia especial ni se haya hablado con especialistas para esta población infantojuvenil.
Por su parte, Marta Domínguez Pérez, doctora en Sociología y parte también de GSIA, menciona algo que puede servir para explicar lo anterior: que los mensajes lanzados se están haciendo situacionalmente, esto es, quienes los enuncian se corresponden con los grupos centrales de la sociedad. Según la socióloga esto es, clase media, con vivienda amplia, en propiedad, con empleo estable, pertenecientes a familias de modelo nuclear tradicional y urbanitas. “Se trata de un discurso nada inclusivo sino excluyente y estigmatizante si dices algo distinto, si te quejas, si te sientes mal, si no te sientes incluido. Las mayorías simbólicamente dominantes y no precisamente silenciosas, nos aplastan”, lamenta.
De nuevo me siento privilegiada en mi confinamiento familiar ambivalente. Termino con una frase que me regala Heike Freire y que nos puede servir para reflexionar: “Hagamos de nuestro país un lugar donde las infancias cuenten, donde tener hijos, ser padre o madre no sea una labor heroica, y privatizada, donde toda la población nos volquemos en los cuidados". Tan simple y tan complejo.
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Después del shock inicial por lo excepcional del asunto y por la incertidumbre hemos asumido varias cosas. Por un lado, que poco a poco esa desventaja en cuanto a nivel de energía va a ir a más. No hay mucho que podamos hacer. Nos hemos prometido entrenar a fondo la imaginación, la paciencia y la empatía. Por otro, que ante el derrumbe de nuestro microcosmos de expectativas y tareas planificadas, lo inteligente es parapetarse en la organización semanal que ha propuesto nuestra hija. No hay un plan B.
Qué sensación tan rara. Atravesamos un confinamiento familiar ambivalente: la suerte de tenernos, nuestra incapacidad para igualar las necesidades más vitales y la energía que nos mueve. Decía que nos íbamos a mudar. En nuestro caso pasaremos de un piso cómodo para cuatro personas a un piso de apenas 49 metros sin balcón ni patio. De nuevo la ambivalencia: el disfrute del privilegio que otorgan en estas circunstancias más metros y un balcón, nuestra ruina económica. Son malos tiempos para los autónomos. También para los niños y niñas, esos que no contemplan los planes de gestión de esta crisis pero que también forman parte de un esfuerzo colectivo. Seguimos ciegos a la infancia y a sus necesidades.
Sin una mirada a la infancia
A Heike Freire, pedagoga, docente e investigadora y autora de Educar en verde (Grao), le resulta especialmente preocupante porque esta situación, aunque temporal, les niega una necesidad fundamental que se agrava con la desigualdad: la del movimiento. Le escribo para saber más y me cuenta que aunque es consciente de que los niños y niñas no son una población de riesgo específica, están siendo los más perjudicados por esta crisis del coronavirus. Más incluso que los animales domésticos, que sí ha contemplado desde el inicio el decreto del estado de alarma. No así para las personas con discapacidad, menores y mayores, quienes han tenido que esperar cuatro días para que se modifique dicho decreto. Tarde y, quizás, insuficiente. “Por sus características especiales, por el hecho que están en período de crecimiento, forman parte de las personas más vulnerables a las que tenemos que prestar especial atención. No solo deberíamos haberles tenido en cuenta al diseñar la estrategia para superar la pandemia, sino que es urgente que les consideremos, que legislemos con sensibilidad e inteligencia sobre su caso, si no queremos incurrir, como sociedad, en un delito de negligencia y abuso”, explica.
Según la pedagoga, los espacios cerrados, el sedentarismo, las tareas escolares y el exceso de pantallas les cargan de una energía que no pueden renovar y las criaturas y sus familias terminan estallando. Incide en que los más perjudicados son los niños y niñas de las familias más desfavorecidas por lo que reclama medidas urgentes. “Las infancias urbanas que no disponen ni de un pequeño balcón, y que además no pueden utilizar los parques públicos, están siendo discriminados en su salud, su bienestar y su desarrollo, respecto a las familias con recursos que cuentan con jardines privados y espacios de campo abiertos a los que nadie les impide acceder”, señala.
Leo que desde Save the children insisten en la necesidad de proteger a la infancia, que consideran el grupo más afectado junto con los mayores, y han pedido a las administraciones que tengan en cuenta los efectos del confinamiento en las familias más vulnerables. “En las familias más vulnerables este confinamiento tiene tres efectos: la interrupción del proceso educativo (que no es compensable porque muchas familias no tienen el nivel educativo o no disponen de ordenador o conexión online), la pérdida de la garantía de una alimentación adecuada y el aumento de la violencia ejercida a niños y niñas debido al estrés que producen los espacios muy reducidos y en muchas ocasiones en situaciones de hacinamiento”, me explica Andrés Conde, director general de Save the children.
Porque lo que empezó como una crisis sanitaria ya es una (nueva) crisis económica y social. Por ejemplo, el pasado jueves supimos que en Madrid se suspendieron los contratos de las educadoras de las escuelas infantiles. También los servicios relacionados con la atención a la diversidad, el transporte o los comedores. No hemos dejado de saber acerca de la situación de los autónomos, las pymes, los afectados por los ERTES. La necesidad de tomar medidas urgentes para contener la epidemia del COVID-19 se ha chocado de frente con el muro invisible de los vulnerables. Hay más: violencia de género, maltrato infantil, abusos, ausencia de condiciones dignas de vida. Aquí tampoco hay un plan B para las familias.
Contacto también con GSIA (Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia) para saber qué valoración hacen, si realmente se podía haber tenido en cuenta de algún modo a las familias más vulnerables, aquellas con problemas intrafamiliares o con alguna disfuncionalidad o patología entre sus miembros. Myriam Fernández Nevado, cofundadora de la asociación y doctorando en Ciencias Políticas y Sociología, considera que a estas familias se las ha tratado como ciudadanos de segunda en muchos aspectos. “El concepto de ciudadanos no existe en este grupo social, cuanto más con dificultades o disfuncionalidades, patologías o situaciones de vulnerabilidad que invisibilizan más su presencia como actores plenos y participantes también del riesgo de la enfermedad del coronavirus”. Lamenta la experta que no se haya creado un plan de contingencia especial ni se haya hablado con especialistas para esta población infantojuvenil.
Por su parte, Marta Domínguez Pérez, doctora en Sociología y parte también de GSIA, menciona algo que puede servir para explicar lo anterior: que los mensajes lanzados se están haciendo situacionalmente, esto es, quienes los enuncian se corresponden con los grupos centrales de la sociedad. Según la socióloga esto es, clase media, con vivienda amplia, en propiedad, con empleo estable, pertenecientes a familias de modelo nuclear tradicional y urbanitas. “Se trata de un discurso nada inclusivo sino excluyente y estigmatizante si dices algo distinto, si te quejas, si te sientes mal, si no te sientes incluido. Las mayorías simbólicamente dominantes y no precisamente silenciosas, nos aplastan”, lamenta.
De nuevo me siento privilegiada en mi confinamiento familiar ambivalente. Termino con una frase que me regala Heike Freire y que nos puede servir para reflexionar: “Hagamos de nuestro país un lugar donde las infancias cuenten, donde tener hijos, ser padre o madre no sea una labor heroica, y privatizada, donde toda la población nos volquemos en los cuidados". Tan simple y tan complejo.
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