Desde enero, más de 26.000 niños han emprendido su camino a Italia.
Se cierra la puerta y el ferry se aleja de Lampedusa hacia Sicilia. A
bordo hay más de 80 niños que hace pocos días sobrevivieron a uno de los
mares más traicioneros del mundo, viajando en pateras o lanchas de
plástico desde Libia en búsqueda de asilo en Italia. Vienen aquí para
tener una vida mejor, un futuro en Europa. Como todos los niños, están
llenos de sueños y esperanzas, pero muchos han crecido
en difíciles circunstancias y han perdido la oportunidad de tener una
infancia normal.
Algunos de ellos como Yusuf* (nombre modificado para proteger la identidad del menor),
de 17 años y de Gaza, han "vivido entre tiroteos". Él mismo cuenta que
no ha tenido infancia, que nunca ha tenido un juguete y que cada segundo
en Gaza ha vivido con miedo a morir por un disparo.
Escapar de la muerte, de la persecución, de la extrema pobreza es lo
que lleva a estos niños a jugarse la vida para venir a Europa.
Yussuf*, 18 años recién llegado a Lampedusa desde Gaza |
Desde enero, más de 26.000 niños han emprendido su camino a Italia,
pasando varios días en el mar. Han visto cómo lanzaban a gente por la
borda por estar enfermos, han visto olas de "10 pisos de altura" azotar
las barcas, y todo el tiempo hacinados con cientos de personas, sin
saber si iban a vivir o ahogarse en el mediterráneo. Pero sabiendo que
tenían que huir del "infierno" que dejaban detrás.
La isla de Lampedusa es tan pequeña que ni sale en el mapa del informativo de la noche, pero Lampedusa tiene un corazón enorme
y, pese a las últimas noticias que hablan de un creciente odio a los
inmigrantes, solo he visto cálidas bienvenidas. Los niños deambulan por
la ciudad y los habitantes de la isla les saludan, los restaurantes
locales les dan comida. Vi a una niña somalí de 9 años que volvía al
centro con una bolsa de plástico llena de ropa, libros, juegos y una
muñeca nueva que abrazaba con todas sus fuerzas. Estaba radiante.
Niña de Somalia, 9 años |
Yusuf* y su mejor amigo huyeron de Gaza juntos. Se conocen desde que
eran muy pequeños y juntos viajaron por Líbano, Sudán, Libia y
Lampedusa. Nos dijeron que habían sido encarcelados y golpeados. Un
vídeo de esa paliza fue mandado a la familia de Yusuf* pidiendo un
rescate por su vida. Mandaron el dinero. Su vida tenía un precio: 4.000
dólares.
Cuando les preguntamos
cuál era su sueño ahora que estaban en Italia, Yusuf* se vino abajo y
dijo: "Quiero un futuro, solo quiero ser humano".
Todos los niños inmigrantes que llegan a Italia nos cuentan las mismas
historias horribles. Han sido encarcelados, han recibido palizas, abusos
(verbales y sexuales). Nuestro equipo en Lampedusa es pequeño,
pero tiene una gran responsabilidad. Normalmente trabajan en Sicilia,
pero en febrero miles de inmigrantes llegaron a la isla así que se
fueron a Lampedusa como medida de emergencia. Hay un mediador cultural,
Aman, que cuenta con formación en psicología infantil, habla cinco
idiomas y traduce a los menores. Él también fue un refugiado. Llegó de
Eritrea y se creó una vida en Italia. Sabe lo que es llegar allí, sin
dinero, sin documentos, conducido solo por la esperanza. Su compañera
Lisa, una asesora legal, se ocupa de que los niños conozcan sus derechos
y reciban los servicios básicos que necesitan y de comenzar el proceso
de reunificación con familiares que vivan en Europa.
Aman y Lisa están operativos 24 horas. Son las primeras caras que ven
los niños cuando desembarcan y las últimas a las que despiden cuando se
montan en el ferry a Sicilia.
Aman, trabajador de Save the Children en Lampedusa |
En el centro de recepción he visto asombrada cómo
Lisa explica a cerca de 80 niños lo que pueden esperar de su nueva vida
en Italia. Abre un mapa del mundo y les enseña dónde está Sicilia, les
ayuda a comprender lo que va a pasar después, que irán en barco hasta
Sicilia donde les llevarán a otro centro, pero mejor equipado para los
niños. Entonces, cuando sea posible, les llevarán a una casa.
Les explica los derechos que tienen en Italia. Por ejemplo, tienen
derecho a no ser expulsados, a ir al colegio, a estar seguros y vivir
sin que se les persiga. Termina su charla con ellos diciéndoles “la
educación es la herramienta más poderosa que tenéis para el futuro. Es
vuestro derecho”.
Los niños, que tienen entre 13 y 18
años, le prestan toda su atención, es una nueva realidad y les cuesta
entenderlo. No han entendido todos los conceptos y a lo mejor ni
siquiera saben lo que significa “derechos”, pero el personal de Save the Children se encarga de reunirse con ellos por separado y explicárselo hasta que les queda del todo claro.
Hay un niño que destaca sobre los demás. Inspira calma y confianza al
resto y rebosa madurez para su corta edad. Se llama Ismail y ha
conquistado nuestros corazones. Cuando le veo por primera vez, le está
explicando a otros niños somalíes por qué tienen que aprender italiano y
por qué tienen que quedarse en Italia e ir al colegio.
Cuenta que huyó de su país porque allí no habría sobrevivido, tenía
miedo de que le hubieran obligado a unirse a algún grupo armado y matar a
gente. Pero nunca pensó que el viaje a Lampedusa
sería tan peligroso. Fue secuestrado, le pegaron, vio cómo violaban a
mujeres embarazadas, estuvo un mes encerrado en una celda y pasó de
traficante en traficante hasta que llegaron a Trípoli. Solo tiene 16
años.
Mientras paseo por el centro veo un
pequeño bulto envuelto en una manta sobre una cama. Tiene 4 meses y se
llama Alma. Su madre, Fátima, de 23 años, dio a luz en una celda en
Libia. No tuvo ninguna asistencia sanitaria y cuando le pregunto quién
le ayudó en el parto me señala a una mujer al otro lado de la
habitación. “Mi amiga”, me dice.
Fátima, de 23 años, dio a luz en una celda en Libia
Estaban muertas de miedo por si el bebé lloraba y las mataban por eso.
Los traficantes no mostraban ninguna piedad hacia ninguna mujer. Pero
ella es una superviviente. Fátima tiene cuatro
niños esperándola en Somalia, de 6, 4 y 2 años. Pudo llamarlos la semana
pasada después de 9 meses sin hablar con ellos. “¿Por qué te fuiste?”,
“¿cuándo vuelves?”, le preguntan. “Pronto”, les dice, “pronto”.
Hoy he visto cómo esos niños embarcaban en ferry hacia Sicilia donde
comenzarán su largo proceso de integración cultural en Italia. Algunos
están deseando encontrar un trabajo para traer a sus familias a Europa.
Es desolador saber que legalmente es imposible y que será otra decepción
a la que enfrentarse.
Pero ahora mismo están
ilusionados, se van al barco riendo, se despiden del personal de Save
the Children, les abrazan, les dan las gracias y les invitan a
visitarles a Sicilia, a Roma, a Alemania o a Noruega. Es un momento
emotivo para el equipo y me siento muy orgullosa del trabajo que Save
the Children hace aquí. Es nuestro deber ayudar a los más vulnerables y
esto es un claro ejemplo de que nuestro trabajo sirve para cambiar sus
vidas.
Inmigrantes subiendo al ferry en Lapedusa
Desafortunadamente, se espera que el número de inmigrantes que llegan a
las playas italianas se duplique durante los meses de verano. La
situación cada vez más deteriorada en África subsahariana y en Siria
está agravando el problema. Un problema global que no debería recaer
solo sobre Italia.
Mientras, un helicóptero se
adentra en el mar para buscar a un barco que se cree que puede estar a
punto de llegar y yo sé que Save the Children estará ahí para recibir a
los pequeños y darles la oportunidad de ser niños de nuevo.