Hace un año, 192 Estados daban el pistoletazo de salida de los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Coordinadora de ONG para el Desarrollo
Doce meses después, los avances tienden a la lentitud o incluso al estancamiento
El acuerdo al que se llegó fue un
importante paso, principalmente porque, bajo el principio de
universalidad, responsabiliza a todos y cada uno de los países. También
porque sitúa la lucha contra la pobreza, la desigualdad y el respeto por
el medio ambiente como caras de una misma moneda. Hasta aquí, los
motivos para la celebración.
Doce meses después de la firma de la Agenda, el Overseas
Development Institute (ODI) nos dice que si proyectáramos hasta 2030 lo
que las políticas existentes darían de sí, no alcanzaríamos mucho.
Cinco de los objetivos –entre ellos los avances contra la desigualdad,
la lucha contra el cambio climático o la reducción de suburbios en las
ciudades– serían inalcanzables.
Nueve de ellos se
conseguirían de manera parcial: acceso universal a la energía y
saneamiento o acabar con el hambre, entre otros. Y sólo tres podrían
tener un cierto grado de éxito como acabar con la extrema pobreza o
reducir la deforestación a la mitad. Honestamente, no estamos para tirar
cohetes.
Las sombras de la Agenda van apareciendo
aquí y allá. Algunas con la lentitud de su puesta en marcha y con el
riesgo de que el acuerdo se convierta en una especie de cajón de sastre
del que salen trajes a medida adaptados a los intereses de cada cual sin
que se consiga el cambio deseado.
Lo cierto es que,
entre luces y sombras, hay un faro que debería guiar todos los avances
que se vayan dando en la construcción de esta Agenda 2030: nadie debe
quedar atrás. Este concepto – leitmotiv de la
primera revisión de la Agenda en el Foro de Alto Nivel de Nueva York del
pasado julio– lleva a sus espaldas un contenido político trascendental.
Significa que las personas más vulnerables, independientemente de su
procedencia, género, etnia, edad u opción sexual, deberían mejorar sus
vidas gracias a políticas públicas que así lo garanticen.
Esto pasa, necesariamente, por su incorporación en las estrategias de
desarrollo sostenible de cada país. Pasa por contar con información
sobre su situación. Exige el fortalecimiento de políticas sociales de
educación, sanidad o cooperación. En última instancia, requiere que las
políticas comerciales, económicas, migratorias o medioambientales sean
coherentes entre sí y contribuyan al buen desarrollo del planeta y sus
pueblos.
Más ruido que nueces
Como suele ser
habitual en estos acuerdos internacionales, hasta ahora los avances
tienden a la lentitud o incluso al estancamiento. En el caso de España,
el paso parece de tortuga. En el recientemente presentado Índice sobre
los Objetivos de Desarrollo Sostenible, España ocupa el puesto número 30
por debajo de países como la República Checa o Eslovenia.
Está
claro que ya no podemos perder más tiempo. Debemos acelerar la acción
política en varios frentes. Los retos son múltiples y diversos, y eso
exige estrategias transversales que empapen todas las políticas.
¿Por dónde empezar? España debe elaborar un Plan de Desarrollo
Sostenible en el que se defina qué leyes deben adecuarse, qué
gobernabilidad se necesita construir, qué indicadores y sistemas de
rendición de cuentas se van a aplicar, qué recursos van a destinarse y
cómo se va a informar a la sociedad de todo el proceso.
Todo esto implica no solo a la política de cooperación, sino también a
la política económica, ambiental, educativa, comercial o energética. Y
no solo al gobierno central, sino también a las autonomías y las grandes
ciudades. La coherencia política es esencial para alcanzar los
objetivos, de forma que lo que se avance por un lado en términos de
desarrollo sostenible no se socave por otro.
Si no la podemos bailar no será nuestra Agenda
Más allá de las decisiones políticas tomadas (o no) hasta la fecha, el
cumpleaños que ahora celebramos nos invita a bailar con otras. La
ciudadanía debe apropiarse de la propuesta. Para ello, debemos salir de
nuestros espacios tradicionales y tender puentes que nos permitan ir
mucho más allá de nuestros propios espacios. Solo así podremos impulsar
cambios realmente transformadores.
Como
organizaciones sociales, ya hemos comenzado el baile. Hemos iniciado un
proceso llamado 'Futuro en Común' en el que, de la mano de
organizaciones feministas y medioambientales, con sindicatos,
organizaciones de base, universidades y centros de estudios, afrontamos
los enormes retos que la Agenda nos pone por delante.
Nuestro objetivo común es asumir responsabilidades colectivas y exigir
que los políticos hagan los deberes a los que se comprometieron hace un
año. Tenemos certeza de que este trabajo colectivo será un importante
valor añadido para impulsar leyes, pactos y reformas que garanticen que
el proceso camina por la senda adecuada.
Nuestra
generación y la que le sigue deberán construir la Agenda 2030. La
implicación de las personas más jóvenes será esencial que la
construcción sea robusta. El planeta y sus gentes se juegan mucho en
este camino. La piñata que construyamos para fiesta de los 15 años de la
Agenda dependerá fundamentalmente de la implicación colectiva y
política que consigamos. Esperemos que entonces podamos tirar confeti y
serpentinas.