DEL SILENCIO A LA VISIBILIDAD.
“La
diferencia nunca debe ser simplemente tolerada
sino que debe ser el
fundamento del que surjan las polaridades
que hagan saltar la chispa de
nuestra creatividad”
Bullying
es un anglicismo, un término importado, que se ha puesto de moda para
designar un problema social del que empieza a hablarse en serio.
Su
equivalencia en castellano sería el tradicional “matonismo escolar” o el
más reciente “acoso escolar”.
Es la verbalización de un sustantivo
“Bully”, para explicar o dar forma a su fuerza destructiva,
performativa y actuante.
Bully puede traducirse por fanfarrón, valentón,
lidercillo o macarra. Tanto en la mayor parte de los estudios como en
las noticias que aparecen en los medios de comunicación de masas
españoles se omite, no obstante, el componente genérico, de género o
sexualidad, que tiene el término y que podría suponer un avance sobre el
término acoso.
Al decir
bullying, en inglés, estamos identificando la conducta de maltratadores
en alumnos varones que hacen de su masculinidad, de lo que consideran
sus “valores masculinos” un arma.
Un arma que se ha empleado, desde
siempre-también en la escuela- contra la falta o carencia de
masculinidad o feminidad al uso, de los otros/as. Pero sobre todo hemos
de hablar de diversofobia, un término inclusivo que va mas allá de la
consabida y algo trillada “igualdad de género”, que en sí no significa
nada.
Es cierto
que en la mayoría de los casos, y así lo dicen las noticias, los
instigadores o ejecutores suelen ser varones, pero no siempre es ya así.
Y el bullying, a mi entender, no puede hacerse en la mayoría de los
casos si el modelo educativo, los profesionales implicados y los
profesores/as, directivos etc de los centros-o los propios alumnos/as-
no consienten en ello y miran hacia otro lado.
Así una experta
norteamericana en el tema, Mila Narone, entrevistada por el diario “La
Vanguardia”, nos recuerda En la escuela no se tolera que se llame negro pero si maricón (podríamos decir lo mismo de muchos centros de trabajo).
Y añade algo significativo:
el niño/a o el/la adolescente callará seguramente si cree que “el
insulto” coincide con la realidad y ni siquiera lo ha reconocido ante sí
mismo/a”.
Y es que, desde mi punto de vista, el bullying homófobo o
lesbófobo no sólo afecta al niño/a gay o lesbiana (dentro o fuera del
armario) sino a aquél que muestra una inadecuada representación de los
roles de género tradicionales y heterosexuales: de los códigos de la
masculinidad y la feminidad.
Un
libro, curiosamente venido de Inglaterra, y publicado en castellano
mucho antes de la popularización del término por estos lares, llamado “Sexualidades e institución escolar” sí
que habla del tema, de la relación entre ambos fenómenos, pero no es un
libro específico sobre el maltrato psicológico o, incluso, físico de
los alumnos gays o lesbianas por otros alumnos/as. Es un libro sobre las
sexualidades en el contexto escolar de las aulas británicas. Los
aspectos que ligan ambos fenómenos, bullying y homo o lesbofobia no han
sido recogidos, a mi entender, por muchos sectores sociales, ni siquiera
por aquellos que se dicen hoy comprometidos, de un modo u otro, en su
erradicación, comprometidos, también, en la erradicación de la
romanofobia.
El
componente homófobo de este fenómeno ha obviado hasta hace poco casi
siempre en las noticias impresas y solo empieza a aparecer en los
estudios recientes sobre el bullying. En un reportaje del último número
de la revista de la Compañía Mutualista MUFACE se habla de la creciente
preocupación por éste fenómeno, pero no se habla de homofobia en las
aulas porque la diversidad sexual ha desparecido de la “educación para
la ciudadanía”. El primer libro traducido al castellano que lleva
propiamente el título de “Bullying” y que desarrolla esta
terminología, no menciona ni una sola vez la palabra homofobia y para
colmo introduce profusamente la noción de conductas instigadoras del
acoso, cómo la falta de garbo al andar, diciendo cosas como que “el niño (¿no puede ser la niña?) aprenda a caminar erguido, con la espalda recta y los hombros cuadrados”.
En esto,
claro, no sólo podemos leer una manifestación de consentimiento de odio
al diferente (por ejemplo, el alumno/a con alguna discapacidad) sino una
manifestación que, a mi entender, puede esconder altas dosis de
plumofobia y/o transfobia. Afortunadamente este hueco va siendo llenado
por libros más recientes publicados por editoriales LGTB o de mayor
calado intelectual como Bellaterra, Egales o Icaria, con el título de
“Como combatir el bullyng homofóbico” de Raquel (Lucas) Platero y otros
autores..
También
las representaciones fílmicas se han ido ampliando, incluyendo también
la transfobia en las aulas (“Ma vie en rose”) Solo a partir de casos tan
sonados como el suicidio de Jokin en Euskadi o el mucho más reciente,
del adolescente transexual Allan han llamado la atención de un fenómeno
que empieza a salir a la luz en filmes de fama internacional como el
cortometraje “Indochine” de Xavier Dolan, “Crazy” de Jean-Marc Valle, o
“A escondidas” de Mikel Rueda, entre los ejemplos más recientes.
Un
fenómeno que ha salido a la luz, de conocen las herramientas para
empezar a detectarlo pero necesita un cambio de actitud en los alumnos y
los profesores porque también las formas de acoso y vejación se han
refinado, haciéndose tan indetectables como algunos retrocesos en
materias de derechos humanos ya incluidos en los programas de la LOMCE.
Un cambio que puede empezar porque los propios adultos gays o lesbianas
sirvan de modelos para sus alumnos, sin tener la necesidad de ocultarse
en una escuela realmente pública y laica.
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