Es bastante frecuente que viajando por países en vías de desarrollo
que nos han salido al paso niños pidiéndonos algún pequeño regalo, ya
sea una simple una chuchería, un bolígrafo, una camiseta o tal vez un
dolar.
Si te has encontrado en esa situación seguramente ta
hayas planteado que hacer y este dilema es aún más acuciante si cabe si
viajamos acompañados de nuestros hijos pues seamos más o menos
conscientes, lo queramos o no nuestra comportamiento es modelo de
conducta para nuestros hijos también viajando:
¿qué puede haber de malo
en hacer una pequeña dádiva a un niño que lo necesita?.
A continuación podéis leer la trascripción completa del capítulo ” La influencia del viajero” de Todo al 69, un libro que puede conseguirse aquí en el que la intrépida pareja formada por los recientemente papás viajeros Xavier y Carme de la Vuelta al Mundo
trazan un relato tan cercano como bien escrito de su tercera vuelta al
mundo compartiendo sus alegrías sin escatimar hablarnos también de todos
esos malos ratos y las contradicciones que afloran en todo viaje que se
precie.
Xavi y Carme, a los que en su día ya entrevistamos aquí, nos han dado permiso para reproducir ese texto porque explica de una forma magistral un punto de vista que suscribimos totalmente en Familias en Ruta
sobre la conveniencia o no de dar regalos y/o limosnas a los niños que
nos salen al paso durante los viajes por países en vías de desarrollo.
El debate está servido.
TODO AL 69: LA INFLUENCIA DEL VIAJERO
“Muchas de las personas que viajan, no son conscientes del gran poder
de influencia que tienen sobre la cultura que visitan. Es muy probable
que si lo supieran, actuasen de diferente manera.
Este poder de influencia se basa en las conductas mostradas, que
serán capaces de modificar el estilo de vida de las personas oriundas.
El impacto sociocultural que el viajero causa en el país que visita,
puede a veces ser gravemente dañino. Por eso es muy importante ser
conocedor de lo que significa nuestra presencia en las culturas que
visitamos y tratar por todos los medios que nuestros actos sean los más
adecuados en cada momento. Una acción desacertada, la mayoría de veces
hecha con buena intención, puede acarrear consecuencias nefastas.
Uno de los comportamientos donde se puede observar más claramente
esta tesis, es la desafortunada acción de dar limosna a los niños, un
acto que desgraciadamente es demasiado habitual, especialmente en la
India.
Dar limosna a un niño, según nuestra opinión, es condenarlo de por
vida. Que del bolsillo de un turista salgan unas monedas, puede hacer
que el niño no vaya a la escuela porque entenderá que es más rentable
mendigar que ir al colegio. De hecho, probablemente no será él quien lo
decida. Serán sus padres que, al ver que su hijo es capaz de traer unas
monedas a casa y solventar así parte de la economía familiar, le
exigirán que siga haciendo de pedigüeño.
Eso en el mejor de los casos. En el peor de ellos, son mafias las que
están detrás de los pequeños, obligándoles a pasarse todo el día
mendigando. En la India es sabido de la existencia de estas mafias. La
parte más desagradable del asunto es que, en algunos casos, no dudan en
amputar una pierna o un brazo a los chiquillos, para que así sean más
lastimosos y recauden más dinero. En cualquier caso, la idea de darle
una limosna a un niño es perpetuar su pobreza, privándole de su derecho a
ser escolarizado.
Hemos presenciado muchísimas escenas desagradables en este sentido.
Hemos visto turistas llegar a un poblado muy humilde, sacar la cartera y
empezar a repartir billetes de un dólar como si fueran Papá Nöel. Los
hemos visto asomados a la ventana del autocar lanzando a un grupo de
niños bolígrafos y caramelos como el que lanza comida a animales. Lo más
doloroso para nosotros ha sido constatar que esas personas hacen estos
gestos totalmente convencidos de que realizan un acto de bondad… pero lo
cierto es que el daño que hacen es irreparable. Están hipotecando el
futuro de aquellos muchachos, porque acostumbrándoles a recibir por
parte de los turistas lo que se hace es perpetuar estas situaciones de
mendicidad.
Si lo que queremos es ayudar a esos niños con recursos materiales, lo
más sensato es hacer una donación a una organización: a una escuela...
Ellos se encargarán de comprar los materiales necesarios, o repartir los
materiales que hemos donado. Ellos conocerán realmente las necesidades
de los niños y actuarán en consecuencia.
Saltarse este paso y dar
caridad directamente a los niños que vemos en la calle, es crear
actitudes de dependencia hacia los forasteros.
Además de empujarlos a la
ignorancia, fomentaremos comportamientos que resultan indignos.
Nosotros, como viajeros, lo hemos sufrido, pues cada vez que hemos
pasado por pueblos pequeños donde suelen pasar grupos de turistas, hemos
visto cómo los niños se abalanzaban hacia nosotros mendigando.
Sucede diferente cuando te encuentras chiquillos en lugares donde
todavía nadie los ha aleccionado. Se acercan a ti curiosos, ríen, te
preguntan tu nombre, te preguntan extrañas cuestiones acerca de la vida
en tu país, y vuelven a reír… se crea una situación muy bonita, de
aquellas que hacen que viajar valga la pena. Hay un intercambio cultural
precioso, porque ambas partes ven en el otro un mundo diferente.
Eduardo Galeano, escritor uruguayo a quien admiramos, dijo una frase
que rebosa sabiduría: ‘La caridad es humillante porque se ejerce
verticalmente y desde arriba, la solidaridad es horizontal e implica
respeto mutuo’.
Dar limosna a un niño es la caridad llevada a su lado
más desafortunado, por todo lo que implica este acto en una persona que
aún no tiene la capacidad de entender lo que significa, y mucho menos la
potestad de decidir cómo quiere vivir el resto de su vida.
En cambio,
ejercer la solidaridad con él es la manera de que salga victorioso,
creando lazos de igual a igual, mirando de frente.
Porque al fin y al
cabo, la mejor manera de ayudar a un niño no es darle limosna, sino
contribuir a que pueda vivir sin tener que recibirla.”
Texto y fotos: Carme Corretge i Xavier Molins
"Es justicia, no caridad,
lo que está deseando
el mundo".
Mary Shelley
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