Informe y Conclusiones: Tejiendo redes seguras para la infancia en Bolivia y España, del
La LO 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia y la transformación del Código Penal. Algunas consideraciones.
Los derechos de la infancia y la adolescencia en la Comunidad de Madrid, Agenda 2030.
Portada informe infancia Madrid |
‘F*** your thoughts and prayers’.
Adolescentes se manifiestan por un cambio en la regulación de las armas en Florida, USA. Lorie Shaull |
Hace un par de semanas, como hago todos los días, recogí a mis hijos en su colegio. Mientras íbamos hacia casa, desde el asiento trasero del coche, mi hija me contaba lo que habían hecho en clase.
–Y hoy, papi, tuvimos que ensayar cómo escondernos en una esquina de la clase por si venía un hombre malo.
Casi sin pensar, mientras conducía, pregunté que qué. Que qué era eso de esconderse, de un hombre malo, que qué hombre malo, que de qué hablaba. Mi hijo, rápidamente, me sacó de dudas:
–Un homeless (sic). Ms. C (su maestra) dice que a veces los homeless (vagabundo, persona sin hogar, repitió) pueden entrar en la escuela y que tenemos que escondernos. Pude sentir cómo me invadía una tremenda sensación de tristeza y angustia que, poco a poco, tornó en indignación y hasta cabreo. Solo acerté a decirle a mis hijos que no se preocuparan, que no pasaba nada, que solo era un juego y que, por supuesto, los homeless no entraban en las escuelas, que simplemente eran personas con menos suerte que nosotros.
Y qué mierda, pensé.
Lo dejé pasar. Ni se lo comenté a mi mujer. Lo cierto es que al cabo de media hora lo había olvidado. Pero ayer este episodio volvió a mi memoria y me golpeó de lleno, al poco de entrar por la puerta de casa, mientras mis hijos, que tienen seis años y están a punto de acabar primero de primaria, dejaban sus mochilas. El tiempo necesario para encender la televisión y volver a apagarla en el momento en el que me daba cuenta de lo que la pantalla estaba escupiendo. Porque uno es padre en EE.UU.; y porque para qué. Lo que hice fue darles la merienda mientras, en silencio, seguía los acontecimientos por el móvil.
Mientras escribo estas líneas, la CNN reporta 19 niños y dos adultos –uno de ellos una maestra– muertos. El asesino, un chaval de 18 años, también abatido por un oficial del Cuerpo de Fronteras (Border Patrol), uno de los primeros agentes en llegar a la escuela primaria Robb Elementary School en la localidad de Uvalde, Texas, apenas a una hora de la línea divisoria que separa EE.UU. y México. Una de las informaciones que circulaba ayer a media tarde es que el asesino, antes de dirigirse al colegio, habría disparado contra su abuela y que esta luchaba por su vida en un hospital de San Antonio. Todas las de ayer eran informaciones cruzadas, todo podía cambiar en cuestión de horas, incluso de minutos.
Si esperan leer aquí un sesudo análisis sobre el porqué, siento decirles que no lo van a encontrar en estas líneas. Ya les adelanto que es muy posible que en ninguna de las que lean hoy, mañana o en los días posteriores. En primer lugar porque no hay un solo porqué, sino muchos, de muy diversa índole y que, en el fondo, se resumen en que es lo que hay. Porque en el momento en el que escribo hay 19 niños de entre 7 y 9 años muertos. Dos adultos y un asesino de 18 años. Porque esto es inenarrable y, a la vez, es un día más en la oficina. La última vez que escribí sobre esto, hace años, con Sandy Hook, otro día en la oficina, el peor, dicen las estadísticas que cuentan niños, al menos hasta que se dé por cerrado el conteo de ayer, me prometí que nunca más volvería a escribir sobre matanzas escolares en EE.UU. Precisamente porque desde que soy padre ya no soy capaz de ver películas con niños, he seguido esta regla. Pero ayer decidí romper mi propia promesa. Y porque hoy soy padre solo puedo escribir desde las entrañas.
Ha habido 27 tiroteos en escuelas este año. 119 desde 2018, cuando Education Week comenzó a rastrear este tipo de incidentes. El mayor número de tiroteos, 34, ocurrió el año pasado. Hubo 10 tiroteos en 2020; 24 en 2019 y 2018. La lista es interminable. Tengo algunos de ellos recientes y otros no tanto. Por una razón u otra, varios los guardo clavados en la memoria: Oxford, Michigan, el año pasado; Santa Fe, Texas y Parkland, Florida, en 2018, Newtown, Connecticut, en 2012. O antes en el Virginia Tech de Blacksburg, Virginia, en 2007. Y por supuesto Columbine, Colorado, en 1999.
En la escuela Sandy Hook de Newtown, 20 niños de entre seis y siete años, y seis adultos fueron asesinados a manos de otro joven de 20 años que acabó suicidándose. Recuerdo especialmente al entonces presidente Barack Obama conteniendo las lágrimas ante una nación a la que hablaba como padre, a duras penas como presidente. Su entonces vicepresidente y hoy máximo mandatario también habló ayer. Lo hizo bien. Joe Biden sabe que no hay dolor semejante al de perder a un hijo, tiene callo. Ante las cámaras apareció sereno. Se hizo la pregunta obvia: por qué estas cosas solo ocurren en EE.UU. La respuesta la sabemos todos, pero en Estados Unidos aprendemos a vivir haciendo como que no. Un americano es una persona que se dice inocente y bienintencionada que, sin embargo, le silba al viento para evitar unas respuestas que por alguna razón no puede pronunciar en alto.
“No hay forma de prevenir esto” dice la única nación del mundo en la que ocurre esto regularmente”, señalaba la publicación satírica The Onion hace unos años.
Paso a resumirles lo que escucharemos en los próximos días –no muchos: estaba loco; no hay forma de prevenir esto (dice el único país [civilizado] del mundo en el que pasa esto, otra vez); las armas no matan, son las personas las que lo hacen, no se puede politizar la tragedia; la izquierda hace política con la tragedia; quieren quitarnos nuestra libertad.
Alrededor de un 32% de los habitantes de EE.UU. posee al menos un arma, unos 81 millones de personas
Lo cierto es que EE.UU. acumula un tercio de las armas de todo el mundo. Hay unos 400 millones de armas, 100 millones más que hace solo cuatro años. La realidad es que no todo el mundo tiene armas: alrededor de un 32% de los habitantes de EE.UU. posee al menos un arma, unos 81 millones de personas. Según Gallup, en un 44% de los hogares hay al menos un arma de fuego. El mayor problema es que, en realidad, hay una minoría de gente que tiene muchas armas, y muchas quiere decir, literalmente, muchas. Gente que está dispuesta a usarlas, especialmente si alguien –el gobierno– pretende arrebatárselas. La mayoría de estas armas están también muy concentradas: en Estados republicanos y zonas rurales.
También se ofrecerán soluciones que irán en la línea de lo sugerido ayer por el fiscal general de Texas, Ken Paxton: maestros armados, más policía armada en las escuelas, más armas, en definitiva. Con los cuerpos de las víctimas todavía calientes, casi parecía culparlas. Por no haber tenido una pistola a mano con la que enfrentarse al asesino. Paxton no fue el único, le siguió el senador Ted Cruz. Hubo quien por televisión incluso propuso regalar a los niños “mantas antibalas” en lugar de “juguetes o videojuegos”. No sé muy bien qué decir más allá de lo apuntado unas líneas más arriba: es lo que hay.
La célebre Asociación Nacional del Rifle (NRA) celebra este mismo viernes su convención anual en Texas. No pocos políticos republicanos participarán en la misma, entre ellos, Donald Trump, Ted Cruz y el propio gobernador de Texas, Greg Abbott, quien hace unos años declaró su enfado públicamente al conocer que California le había sobrepasado en número de nuevos compradores de armas.
Todos, claro, ofrecieron a las víctimas la fórmula habitual: “Thoughts and prayers” (pensamientos, acompañamiento, y oraciones).
Otros muchos hablaron por boca del legendario Steve Kerr, entrenador de los Golden State Warriors de la NBA, que ayer no quiso hablar de baloncesto y expresó su rabia y su vergüenza contra la mitad del Senado que se niega a pasar una ley federal que impondría mayores controles a la venta de armas semiautomáticas.
Dicen que Sandy Hook en 2012 lo cambió todo. Y es cierto: Obama puso al frente a Biden para intentar arrancar del Capitolio una legislación federal encaminada, entre otras cosas, a neutralizar uno de los factores que une a todas estas matanzas: el fácil acceso a las armas semiautomáticas utilizadas, una y otra vez, por los perpetradores. El esfuerzo de la Casa Blanca descarriló. Como tantos otros, antes y después.
La primera consecuencia de Sandy Hook fue el final del debate sobre el control de armas en EE.UU. Cero, se acabó. Legislaciones cada vez más laxas se han sucedido desde entonces en aquellos estados de mayoría republicana. En Texas, por ejemplo, cualquiera puede comprar un arma, solo necesita dos cosas: ser mayor de edad y dinero, dos requisitos que ayer confirmó haber cumplido a rajatabla el asesino de la escuela elemental de Robb.
La segunda consecuencia de que veinte niños fueran asesinados un día cualquiera mientras estaban en la escuela donde sus padres los habían dejado como otra mañana cualquiera es que Sandy Hook normalizó la conspiración como argumentario político masivo: buena parte de la ultraderecha estadounidense –hoy dominante en el GOP–, con Alex Jones como punta de lanza, se dedicó a decir y a repetir que aquello nunca había sucedido. Que todo había sido un montaje, que no había niños muertos y que los padres destrozados eran actores. Una gran obra de teatro orquestada por un gobierno federal que solo buscaría acabar con el derecho de los estadounidenses a tener armas. Hoy hay al menos una congresista republicana que sigue manteniendo la conspiración como frontispicio de su quehacer político: Marjorie Taylor Greene, quien ayer mismo se aseguró sus primarias en su Georgia natal y aprovechó para dejar clara su única respuesta a lo sucedido en Uvalde: “No necesitamos más control de armas, necesitamos regresar a Dios.”
En Texas, por ejemplo, cualquiera puede comprar un arma, solo necesita dos cosas: ser mayor de edad y dinero
A la Escuela Elemental de Robb asistían este curso 535 estudiantes entre primero y cuarto grado. Alrededor del 90% de los estudiantes son hispanos y alrededor del 81% son de clase trabajadora o directamente pobres, según datos del distrito escolar. El jueves iba a ser el último día de clase antes de las vacaciones de verano. Vivo en un país que ha normalizado que sus niños puedan ser asesinados a tiros en la escuela en la que los padres los dejamos cada mañana para proteger nuestro sacrosanto derecho a llevar armas. Mi mujer, profesora de instituto, va cada mañana a trabajar a un centro en Chicago al que los estudiantes entran tras pasar por arcos de seguridad. En el que todos los años realizan simulacros sobre qué hacer en caso de una situación con tirador activo en el recinto. En el que los docentes conocen una serie de expresiones clave que nunca querrían escuchar a través de los altavoces. En el que los estudiantes se ríen de sus propios comentarios morbosos –“todos apelotonados en esta esquina somos presa fácil”, “no creo que esa puerta aguante mucho”– porque el humor negro es una forma de distanciamiento.
Alrededor del 90% de los estudiantes son hispanos en la Escuela Elemental de Robb, y el 81% son de clase trabajadora
No siempre fue así. Mi mujer recuerda que ella nunca hizo ese tipo de ejercicios en su época escolar, Columbine lo cambió todo. Ayer por la noche me contó que en la versión que mi hija le había dado a ella –es curioso, hasta ayer nunca habíamos hablado de este episodio– no había homeless, sino “un espía”. Luego me preguntó si mañana, por hoy, debíamos decirles algo a los niños, que seguro que algo les dirían en la escuela, de la misma forma que ni mi mujer ni yo hemos hablado de la guerra pero mis hijos saben que en Ucrania se mata y se muere. Iremos viendo, le dije después.
En Sandy Hook, recuerdo haber leído por algún lado, las autoridades reunieron a todos los padres en una estación de bomberos cercana a la escuela. Poco a poco, el grupo de progenitores iba disminuyendo en número hasta que, en un momento dado, alguien entró y dijo a los que quedaban que si todavía estaban allí era porque sus hijos se encontraban entre los muertos. Dicen que los gritos de dolor sirvieron a los periodistas concentrados en el exterior del parque de bomberos para confirmar que la identidad de las víctimas había sido comunicada a las familias.
Mientras escribo no alcanzo a imaginar ser un padre que espera noticias. Poco antes de la medianoche de ayer, las noticias anunciaban que se habían comenzado a recoger muestras de ADN entre familiares para identificar a los críos. Imaginen ser uno de esos padres al que le han comunicado que su hijo está entre los muertos, pero todavía no ha podido ver el cuerpo puesto que la escuela seguía siendo lo que en el argot policial se llama una escena activa de un crimen, sede de una investigación en marcha, y en la que policía y forenses trataban de reconstruir lo sucedido segundo a segundo.
Ahora imaginen ser uno de los padres que ayer por la noche sí pudo abrazar a su hija. Un niño o una niña de la misma escuela, puede que de la misma edad de los fallecidos, igual amigos. Imaginen ser ese padre que conoce al padre que desde ayer ya no tiene hijo al que abrazar, el mismo al que, como cada día, cada mañana, una más como cualquier otra, creía haber dejado a salvo en la escuela.
'A la mierda tus pensamientos y oraciones'
*Diego E. Barros: Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
Los niños no son de goma: ¿cómo afecta la violencia en sus cerebros?.
De izquierda a derecha: las ponentes L. Fañanás, S. Moreno y L. Marquès,y Ester Cabanes, directora general de Atención a la Infancia y la Adolescencia | CaixaForum |
“Los seres humanos estamos pensados para buscar soluciones. Pero los niños no tienen esa oportunidad porque tienen la necesidad de conservar el vínculo con sus padres, aunque sean sus agresores. Y, a raíz de ello, construyen un autoconcepto negativo, se sienten culpables y merecedores de la violencia, lo que les ayuda a conservar el vínculo”, apunta la psiquiatra. Todo este contexto de trauma genera un Síndrome del Estrés Postraumático Complejo, que se traduce en regresiones, alteraciones extremas y desregulación emocional. “Que nadie les haya acompañado en estas experiencias, que les diga que lo que sienten es normal, hace que invaliden el trauma o intenten enterrar sus emociones, porque no creen que esté bien sentirse como se sienten”, añade Moreno.
La psiquiatra asegura que los adolescentes que han sufrido violencia suelen reaccionar de forma que podría entenderse como exagerada a situaciones normales. «A menudo un olor, sensación o recuerdo les pueden provocar una regresión a una situación de violencia que haga que reaccionen de forma descontrolada», explica. Este comportamiento, que es una forma de escapar de una situación que les hace rememorar el trauma, no es voluntaria, sino que viene causada por una alteración del cerebro, recorriendo en niños que han sufrido violencia en una edad temprana.
FOESSA constata que la exclusión aumentó en la Comunidad de Madrid tras la pandemia, y ese Gobierno no lo ve..
Fila para la entrega de comida en la asociación de vecinos de Aluche por la crisis económica, derivada de la crisis sanitaria de la covid-19 |
Los principales resultados de este trabajo de investigación alertan de que la cohesión social en nuestra comunidad ha sufrido un “shock” sin precedentes como consecuencia de la tensión que ha sufrido la actividad económica y el empleo a causa de la irrupción del SARS CoV-2.
”Cualquier académico sabe que la exclusión es más que la pobreza. Lo sabe el Eurostat, el INE y cualquier estadística”. Quien habla es Pedro Cabrera, catedrático de Sociología en la Universidad Pontificia de Comillas, con más de 36 años de investigación sobre la pobreza y exclusión social. Él es uno de los ocho expertos consultados por EL PAÍS para tratar de aclarar si el portavoz del Gobierno regional, Enrique Ossorio, tenía razón cuando el miércoles menospreció un informe de Cáritas, organización ligada a la Iglesia Católica, que eleva la exclusión social en la Comunidad de Madrid a niveles de 2008, con millón y medio de afectados. ”¿Por dónde estarán?”, se preguntó el consejero con sorna. Un día después, la presidenta madrileña, Isabel Diaz Ayuso, lo respaldaba: “Empeñarse en dibujar a un Madrid como una región de pobreza es absolutamente falso”.
Pero ninguno de los consultados avala su tesis. “Siendo consejero de educación, demuestra poco nivel técnico y bajo mi punto de vista un nivel ético ínfimo al descalificar el programa FOESSA, que es el más completo, objetivo e independiente que hay en este país”, señaló ayer Cabrera. “Participan 150 investigadores de ocho universidades e institutos, lo que le da un carácter de estudio independiente que no tiene otro, y además se prolonga durante décadas, lo que nos permite hacer una visión longitudinal sobre la pobreza masiva y la exclusión galopante de este país”.
El catedrático continuó: “Que [Ossorio] se permita decir que no ve pobres, demuestra su ceguera, y no hay peor ciego que el que no quiere ver. Es una persona culta que ocupa una posición de relevancia, y sus declaraciones no pueden ser más que un empeño de su voluntad de no querer ver la pobreza y además en querer matar al mensajero, respetada por todo el mundo académico. Los pobres existen. Si no los ve, es que no los quiere ver o que se mueve en espacios de privilegio, o donde no tiene ocasión de cruzarse con los espacios de la periferia, marginalidad y ocultamiento”.
“Sí, señor Ossorio, en Madrid hay pobres”, recalca también Carlos Susías, presidente de EAPN-ES y EAPN Europa, (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español, por sus siglas en inglés). ”Es intolerable e inaceptable la forma en la que [el consejero] se dirige a las personas en situación de pobreza”.
“Los datos de Cáritas siempre son rigurosos”
En opinión de este experto, los datos de Cáritas “siempre son rigurosos”. Y añade: Nuestro informe AROPE los corrobora y se elabora con datos oficiales de Eurostat y el INE, con indicadores comunes para toda la UE. La Comunidad de Madrid es una de las comunidades más ricas de España y Europa, pero mantiene unos niveles de pobreza insultantes y nada dignos para una región en la que el señor Ossorio es un alto responsable”.
”Negar la objetividad y validez de los indicadores de pobreza constituye una temeridad”, afirma Alexander Elu, especialista en pobreza de la ONG Save the Children. “Las estadísticas oficiales de pobreza y exclusión social ofrecidas por la Encuesta de Condiciones de Vida del INE adoptan una metodología e indicadores comunes y estandarizados en toda la Unión Europea”, puntualiza. “328.873 niños, niñas y adolescentes en Madrid viven en hogares con unos niveles de ingresos por debajo del umbral de la pobreza”.
Mónica Martínez-Bravo, profesora de Economía en el Centro de Estudios Monetarios y Financieros, institución de investigación de economía del Banco de España, cuestiona la metodología usada por Ossorio. ”Afortunadamente, tenemos datos estadísticos y la evaluación del nivel de pobreza no necesita ser determinada sobre la base de impresiones subjetivas (cómo lo que vemos al salir a la calle)”, puntualiza. “El consejero habla de objetividad, pero se contradice cuando sugiere que las impresiones subjetivas de los ciudadanos pueden tener más peso que un informe de Cáritas”.
Daniel Sorando, profesor de Sociología en la Universidad de Zaragoza y doctor en Sociología por la UCM, trata de interpretar las declaraciones del portavoz regional: “Pueden entenderse desde dos lógicas compatibles entre sí: por un lado, su ignorancia de la metodología con la que se mide la desigualdad y la pobreza en ciencias sociales; y, por el otro lado, su ignorancia de la sociedad que gobierna el equipo al que da voz”. Él remite a los datos del INE: “El 38,3% de los madrileños tenían dificultad o mucha dificultad para llegar a fin de mes en 2020; el 28,8% no puede afrontar ningún gasto imprevisto; el 23,8% no se puede ir de vacaciones al menos una semana al año; y el 10,8% no pueden mantener la vivienda a temperatura adecuada”.
“Básicamente, lo indignante es que los poderes públicos estén tan aislados, segregados y retirados de este otro Madrid que es real”, reflexiona Marta Domínguez*, profesora de Sociología Urbana de la Universidad Complutense de Madrid e investigadora sobre vulnerabilidad. “La vulnerabilidad y la pobreza son realidades sociales. Negarlas es legitimar que se puede seguir haciendo política para las clases acomodadas”.
A lo que agrega: “Vemos que la población vulnerable está agotando sus vías de subsistencia y no hay políticas públicas que ayuden. La retracción del estado del bienestar deja en la estacada a gran parte de la población y, en Madrid, a muchos colectivos (mujeres, inmigrantes, mayores, jóvenes precarios) que malviven y subsisten gracias a las redes informales y de apoyo mutuo”.
“Ossorio dice algo correcto y, a la vez, comete un grave error, señala Gabriela Jorquera, asesora en el Alto Comisionado para la Pobreza Infantil. “Es correcto que Madrid es una comunidad rica, pero lo que registramos es una enorme desigualdad: hay gran cantidad de altas rentas y a la vez un grupo grande de personas que vive en condiciones de mucha pobreza y precariedad económica”. Ella se extraña de que el consejero no conozca esta realidad, porque, recuerda, se concentra en barrios extensos de Madrid. “Basta que se dé una vuelta por Vallecas, Carabanchel, Parla o Fuenlabrada, regiones y distritos que concentran altas tasas de precariedad, pobreza y exclusión”, agrega. En su opinión, las declaraciones de Ossorio reflejan “una percepción muy antigua y desajustada de lo que es la pobreza: no es una marca visible, tiene que ver con las condiciones del día a día”.
“Nosotros avalamos este informe porque se incluyen expertos en toda esta materia”. recalca también Ernesto Gasco, otro asesor del Alto Comisionado para la Pobreza Infantil. “Esta es una imagen real. Las administraciones deberían de ser más respetuosas con estas organizaciones. Hay que poner en marcha instrumentos para paliar la brutal desigualdad de la Comunidad de Madrid”.
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* Marta Domínguez, asociada de la Asociación GSIA: Profesora Sociología Urbana UCM (Premio extraordinario 2003). Previamente, trabajó en la administración local (1987-2002). Directora de la Revista UCM Sociedad e Infancias y miembro del comité académico del Master de Políticas de Infancia y Adolescencia de la Escuela de Gobierno de la UCM. Coordinadora local del Master Erasmus Mundus 4 cities y miembro del grupo coordinador de la FES de Sociología Urbana. Ha publicado artículos sobre infancia y ocio, infancia y formas familiares, y además, sobre las dimensiones culturales de la ciudad y la integración, segregación socioespacial, desigualdad social, identidad urbana, colectivos vulnerables, planificación estratégica, etc.