Adrián Cordellat y Diana Oliver,
Para
las antropólogas Cecilia Tomori y Helen Ball, coautoras junto a Melissa
Bartick del estudio Bebés en cajas y los eslabones perdidos del sueño seguro: la evolución humana y la revolución cultural,
el sueño infantil normal se ha convertido en un problema “porque las
normas socioculturales (y las recomendaciones que se basan en ellas) no
son compatibles con las normas biológicas para el sueño infantil
humano”. Las autoras sitúan esta desconexión entre biología y cultura a
finales del siglo XIX, “cuando los padres comenzaron a colocar a los
bebés en habitaciones separadas y esperaban que durmieran toda la
noche".
Una opinión que también comparte la antropóloga española María José Garrido, autora del libro Etnopediatría: infancia, biología y cultura,
que recuerda que en la mayor parte del mundo lo normal sigue siendo el
sueño en compañía. Incluso así lo era en Occidente “hasta hace 200
años”, cuando en los países industrializados las casas con más de un
dormitorio no eran la norma: “La idea de que los niños duerman solos es
algo muy reciente en la historia de la humanidad”.
El sueño convertido en patología
Hoy, y especialmente los urbanitas, vivimos sumidos en el estrés. A
ello se une la soledad con la que en muchos casos se vive la maternidad,
lo que no permite un momento de desconexión y de descanso. El sueño,
por tanto, se vuelve básico. Y las noches en vela, con un bebé o un niño
pequeño que llora o que se despierta cada breves intervalos de tiempo,
en una forma de tortura. No en vano, un estudio publicado en la revista científica Sleep llegó a la conclusión de que las interrupciones continuas del sueño eran más perjudiciales para la salud que dormir poco.
Sumamos otro obstáculo a nuestra ecuación: la preocupación y el
sentimiento de culpa que nos hacen sentir pediatras y expertos, con sus
constantes preguntas sobre si el niño duerme bien, si se despierta
mucho, si duerme las horas suficientes para tener un correcto
desarrollo. En la consulta del pediatra muchos padres entramos en
pánico. Más aún si nos da por leer la Guía práctica sobre trastornos del sueño
del Ministerio de Sanidad, pendiente de revisión desde su última
actualización en 2011, o cualquier documento de instituciones vinculadas
al sueño.
En ese sentido, en su libro Hijos y padres felices(Editorial
Kailas), los psicólogos Alberto Soler y Concepción Roger hacen
referencia a la Clasificación Internacional de Trastornos del Sueño de
la American Academy of Sleep Medicine. En ella se clasifica como
trastorno de las asociaciones al inicio del sueño el que un bebé
necesite ser acunado, mamar o utilizar un chupete para dormir. “Por la
descripción de este trastorno, parece ser que todo lo que escape de que
el niño se duerma solo sin la ayuda de sus padres sería patológico”,
escriben los autores. “Nosotros no entramos en si es correcto o no que
el elemento externo del sueño de los niños sean los padres”, afirma por
su parte el doctor Eduard Estivill, autor de ‘Duérmete niño’, que añade
que desde su clínica solo explican que si un niño asocia a su sueño el
elemento externo de sus padres, entonces necesitará a los padres para
volverse a dormir. “En la Asociación Americana de Pediatría hay estudios
que nos dicen que hay niños inseguros, con déficits afectivos por culpa
de esta situación”, argumenta.
“Eso del trastorno de las asociaciones al inicio del sueño no es más
que inventar un problema para cada solución”, afirma por su parte el
pediatra Carlos González, autor de bestsellers como Bésame mucho,
que recuerda que “desde el inicio de los tiempos” los bebés se duermen
en el pecho, en brazos o acunándolos. "Si prohibimos a los padres mecer,
acunar, cantar, dar el pecho y hasta poner el chupete a los niños,
claro, no duermen, ¡y ya hemos creado el problema!", añade. A esta
valoración se suma la neuropediatra María José Mas Salguero: “Los niños
muy pequeños prefieren por naturaleza dormir con sus padres y al cambiar
esto generamos problemas donde no los había”.
“En otros países no existen problemas de sueño infantil”, afirma por
último María José Garrido, que explica que algunas sociedades
tradicionales de África ni siquiera tienen una palabra para denominar el
insomnio “porque saben que los despertares son completamente normales,
incluso entre adultos”.
‘Duérmete niño’
Sin embargo, cuando a las condiciones actuales en las que vivimos la
crianza se suman estas recomendaciones que convierten todo lo
relacionado con el sueño en un trastorno, que casi convierten el sueño
en una patología que afecta a todos los niños que no se duermen solos,
se abre la veda a la búsqueda de soluciones por parte de los padres. Y
el sueño infantil se convierte en un negocio. Un negocio al que, según
María Berrozpe, bióloga y autora de La ciencia del sueño infantil, “se han subido, desgraciada y bochornosamente, algunos profesionales de la salud e investigadores científicos”.
“Sí, el sueño infantil se ha convertido en un gran negocio”,
reafirman por su parte las antropólogas. Cecilia Tomori y Helen Ball,
para las que muchos de los expertos que dan consejos no comprenden las
normas biológicas del sueño infantil o la lactancia y “se benefician de
la brecha entre las expectativas culturales y las realidades
biológicas”. El gran ejemplo de sus palabras de denuncia lo encontramos
en métodos conductistas para entrenar el sueño infantil, representados
en España fundamentalmente por el libro Duérmete niño, del
doctor Eduard Estivill, cuyo método, para María José Garrido, es el
“mayor ejemplo de confrontación entre las necesidades biológicas y
emocionales que tenemos como primates y la cultura”.
El método Estivill fue presentado en 1996 por el doctor catalán, que
hacía una adaptación del conocido como método Ferber, desarrollado una
década antes. En principio estos métodos eran una solución para un
“problema” que según sus autores la comunidad científica había detectado
en los años ‘70 y ‘80: a saber, que el 30% de los niños tenían
problemas de insomnio, el 90% de ellos por un mal aprendizaje del método
del sueño. “Gracias a los descubrimientos en el campo de la
cronobiología y a la ayuda de pedagogos conductuales que nos informaron
de que el sueño es un hábito y todo hábito se puede enseñar, llegamos a
la conclusión de que podíamos ayudar a millones de niños en el mundo que
duermen mal”, afirma Estivill. El método, sin embargo, a través de su
difusión, se empezó a aplicar indiscriminadamente a todos los niños,
tuviesen problemas de sueño o no. Lo hemos visto poner en práctica,
incluso, en programas de televisión en prime time. “Ni nosotros
ni nadie del mundo científico ha declarado nunca que las normas para
enseñar a dormir se han de aplicar a todos los niños“, defiende el
experto, que considera que esta polémica “solo existe en internet y solo
es rentable para los que opinan lo contrario a las corrientes
científicas actuales”.
“El problema de estos métodos conductistas es que “funcionan”. Los
niños dejan de llamar a los padres, no de despertarse, porque aprenden
que no van a acudir. Es algo realmente triste, pues implica que los
niños dejan de pedir lo que necesitan al resignarse a que nadie responda
cuando sienten miedo”, reflexiona María José Garrido, para la que los
padres deberíamos tener información sobre el riesgo que ocasiona dejar
al niño llorar solo. “Encima te venden que su método, a pesar de que el
niño llora, se lo aplicas por su bien. En resumen, finalmente, lo que
quieren y consiguen es adiestrarte a ti para que seas capaz de obligar a
tu hijo a hacer algo que él ni quiere ni necesita hacer”, añade por su
parte María Berrozpe.
La última vuelta de tuerca en este sentido, y muy en línea con los preceptos de Estivill, ha sido la aparición de los coachs
del sueño, una figura aún poco explorada en España, pero que ya tiene
gran influencia en otros países como Estados Unidos. “En lo poco que
explican en sus webs hay contradicciones, ya que a veces dicen que "sin
dejar llorar" y otras veces que "es muy difícil esperar que el bebé
acepte el cambio de inmediato y sin quejas, expresadas a través del
llanto". Sobre todo, no comparto el objetivo. No entiendo por qué les
parece que dormir al niño sin mecerlo ni darle el pecho ni hacerle
compañía es una ventaja para los padres. Es como si alguien me
propusiera un método para lograr que mi esposa vaya al cine sin mí”,
reflexiona al respecto Carlos González.
Medicar el sueño
Y si el niño no duerme como esperamos (o como nos han dicho que
debería dormir), siempre nos queda también el recurso a los
medicamentos. Según datos de la revista Nutrition Business Journal,
los consumidores estadounidenses han gastado en 2017 más de 437
millones de dólares en suplementos de melatonina, la conocida como
hormona del sueño, lo que implica un crecimiento de casi el 200%
respecto a 2010. Se estima que más de tres millones de adultos y medio
millón de niños en Estados Unidos la toman y, según la publicación, se
espera que ese número crezca aún más a medida que más familias privadas
de sueño clamen por remedios "naturales" de fácil acceso.
No en vano, aunque los pediatras pueden recetarla, la melatonina
también se puede encontrar en herbolarios e incluso en supermercados
como suplemento alimenticio. La Asociación Española de Pediatría, aunque
reconoce la eficacia de la melatonina como agente cronobiológico,
apunta que “en la actualidad los datos disponibles sobre los efectos
secundarios a medio y largo plazo de su uso en niños son escasos”. Por
ello, recomienda su uso “en ocasiones, para facilitar el inicio del
sueño cuando este está dificultado por alteración del ritmo
vigilia-sueño”, pero nunca en bebés menores de seis meses. En niños de 6
a 12 meses de edad, por su parte, no recomienda su uso más allá de
cuatro semanas. Y en todo caso añade que su utilización “debe estar
indicada y supervisada” por el médico pediatra o por un médico experto
en sueño.
Para María José Garrido, el uso de este tipo de productos para
“ayudar” al sueño infantil “es una muestra más de la medicalización de
los procesos vitales en nuestra cultura”, que según la antropóloga está
caracterizada “por un alto grado de control e intervencionismo que no
respeta el desarrollo natural de procesos naturales del ciclo vital”. En
ese sentido, además, añade que medicar a niños cuyo desarrollo no ha
culminado le parece “por un lado innecesario, ya que se tapa la
verdadera causa, lo que los niños necesitan, que es compañía para crecer
saludablemente; y por otro peligroso, ya que ningún medicamento es
inocuo, todos tienen, como mínimo, efectos secundarios”.
“Desde luego, no es buena idea dar somníferos a los niños, salvo tal
vez en casos muy extraordinarios y bajo control médico”, explica por su
parte Carlos González refiriéndose a otros productos “naturales” que
están al alcance de los padres para, supuestamente, mejorar el sueño de
sus hijos: “A ver, o es verdad que esa sustancia hace dormir a los
niños, o es mentira. Si es mentira, ¿para qué dársela? Y si es verdad,
pues se trata de un somnífero, tan somnífero como una pastilla comprada
en la farmacia”.
Búsqueda de soluciones inmediatas
Al final, según María Berrozpe, el desarrollo del negocio del sueño
infantil responde a la demanda de unos padres agotados y “absolutamente
desbordados por sus circunstancias y sus sentimientos de inseguridad y
culpabilidad” que buscan soluciones fáciles y rápidas a su falta de
sueño y al supuesto “problema” de sus hijos. Por ello para María José
Mas Salguero es “importante conocer que el sueño del bebé y del niño no
tiene los mismos patrones que el del adulto”, algo que facilitaría a los
padres estar tranquilos ante los despertares nocturnos de sus hijos.
“Todos necesitamos dormir y no dormir bien es una de las peores
torturas, así que si te venden la moto de que el niño tiene que dormir
solo y después te aseguran que está científicamente demostrado que es
bueno que le dejes llorar o le mediques y, encima, que todo lo haces por
su bien, consiguen que silencies tus propias emociones y sentimientos
(esos que te gritan que le estás haciendo daño a tu hijo) y compres lo
único que te permite dormir bien a ti en estas circunstancias”, concluye
Berrozpe.
Interesante artículo sobre el sueño infantil. En mi caso, un adulto con insomnio, los suplementos para dormir me han ayudado desde hace años, pero no sirven de nada si no los apoyas con unas rutinas saludables y cuidando la higiene del sueño. No se trata de hacer magia.
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