Por Kepa Paul Larrañaga *
La única película dirigida
por Charles Laughton alcanza ese climax sin color propio de algunos
sueños infantiles. “La noche del cazador” narra un cuento cuyos
elementos disfrutan de ese apéndice narrativo donde confluyen todos los
imaginarios grises de la pesadillas instintivas, cuando los niños sólo
se valen de sí mismos.
El
imaginario de las fantasías infantiles pretende sustentarse en el
recuerdo de Harry Powel, el predicador que mostraba la obscenidad en sus
puños, para una lid diestra o zurda, emparejada al odio o al amor. Así
se elabora el imaginario adulto. A pesar de ser verídico es tenazmente
provocador para un oyente, visionador o lector (en todas sus versiones)
sumergido en una expectativa donde los deseos prefieran contemplar una
versión, naïf y a colores, de su vínculo con su mundo perdido, de sus
juegos que quizá no fueron.
La comunicación es a su tipo como la modulación a su habla.
De las escalas de grises a la paleta de colores
transcurre un parpadeo. Soñar, siempre lo hemos realizado ensimismados
tras los párpados, pensando en el trotar pausado del caballo de Harry
Powel, aproximándose a nuestra imaginación. Para estos intervalos, el
tiempo se deforma obligatoriamente en su escala de gris más o menos
intenso. Su trauma es intervenir modificando el momento preciso para
recordar que la comunicación necesita de otros personajes.
Conozco a adultos que intervinieron reinventando su niñez. Y atrapados sólo palidecen frente a la soledad.
Modular, hablar y comunicar. El efecto del mecanismo
de un ‘relé’ es relevar. Agregar el feedback que resuelve el sueño de
otro para en su output amplificar la señal recibida. Ese debería ser el
efecto de la bondad del feedback.
Sumemos interruptores en nuestra vida.
De la misma manera una pesadilla a caballo
(recordando la película de Laughton) se transforma a través de otro en
algo mejor. La comunicación es la compañía de quien sabe entonar un
grito arropado o un sollozo provocado ante otro relevador. Pues quien
ofrece el testigo aprende de nuevo. Desgarra su sueño a pesar de
desnudar su identidad. El ridículo es la versión más espeluznante del
miedo. Hacer del terror, terror… para crear su versión adulta del sueño.
Nada ni nadie nos diferencia. ¿Quién dijo adultos y niños?, pensando en
pretender haber podido aprender del tutor del tiempo.
La comunicación y su siguiente acto se han revelado. Y
nos encanta decir, a pesar de estar aprendiendo sin remedio tras este
nuevo telón que nos presenta la performance de un mundo grande y repleto
de otros. Internet debe de ser un pozo de eso. Pero, ¿cómo deberíamos
aproximarnos a comunicar en un orden que atienda a poder modular en
todos los feedback del mundo? Sólo puedo dejar la pregunta pero para
esto no acusen a los niños ni a las niñas. Éstos aún están en el momento
de comprender la importancia de sus instintos y de los símbolos de sus
emociones, sólo por libertad. Y ven chillos, algarabía, posibilidad,
registro… antes o después la sombra puede en su ejercicio llamarse
mayor.
Y poder llegar sin aprender. Olvidado entre saber
sólo nombrar cosas sin reconocer el valor del otro al amplificar
cualquier voz. Sujeto a su ego y el ejercicio de su memoria porque
aprendió nombres y sujetos.
La comunicación, cualquiera de ésta, al decir sólo es su flujo. El pensamiento es transmisión de información. Colectivamente.
Para esta oportunidad estamos en cambio. Y el cambio
es un debate de fondo que no necesita saber tanto de técnica. Practica
el oficio de esa ingeniería del habla emocionada. Aquella que siempre
estuvo precipitada en el tiempo, en el largo tiempo de las cosas.
Actualizada, por ser capaces de colocar todas las pesadillas en todos
los entornos. Aunque seguimos confundiendo pesadilla y sueño… con esta
nueva mecánica de narrar que es internet.
* Kepa es socio de la Asociación GSIA, de la que es vocal responsable TIC`s
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