Wert
o la Pedagogía de la Indiferencia
Por: Pablo Gentili
Me disponía a escribir una nueva nota para CONTRAPUNTOS, cuando una entrevista del
Ministro de Educación español, José Ignacio Wert, me dejó literalmente
petrificado: “Es un error que todos vayan despacio para que algunos no
se queden atrás”.
En España, evidencias sobre los desatinos provocados por la política
educativa del gobierno conservador no faltan. Tampoco, declaraciones
torpes y descuidadas de un ministro al que le gusta anticipar sus
decisiones con exabruptos verbales. El punto negativo de todo esto son
las consecuencias desastrosas que, en materia democrática, se ciernen
sobre la educación española. El punto positivo, si es que así podemos
considerarlo, es que la vocación del ministro Wert por hacer un uso
abusivo de la palabra, pone en evidencia lo que hoy está en juego en
España. Se trata de algo bastante más serio que los catastróficos cortes
del gasto público social, el cierre de cursos, la pérdida de empleo
para miles de docentes y el aumento desmedido de las tasas y cuotas
escolares.
Se ha puesto en juego en España una arquitectura cultural,
una ingeniería ideológica que, por detrás de argumentos tecnocráticos y
supuestamente eficientistas, aspira a desmantelar los fundamentos de la
escuela pública, sus principios, su razón de ser, su enorme potencial
democrático. Se ha iniciado en España algo más que un juego de sumas y
restas para equilibrar las cuentas públicas, algo mucho más serio que
una nueva (y seguramente inacabada) ley de educación o una nueva (y
nunca implementada) reestructuración curricular. Se ha iniciado en
España un proyecto que aspira a fundar un nuevo sentido para la
educación o, dicho en otras palabras, un nuevo sentido para el futuro:
una nuevaherencia. Esto, creo, es mucho más peligroso que el prêt-à-porter del ajuste fiscal y sus incontrolables tijeretazos sobre el presupuesto público.
La frase del ministro Wert no logra esconder por detrás de su verborragia reformista, la firmeza de una intimidación, un aviso....
La escuela pública es el
espacio que la sociedad democrática ha creado para hacer del
conocimiento un bien común, para compartir en ella la posibilidad de un
ejercicio de libertad y de igualdad que deberemos replicar en nuestra
vida extra escolar. En la escuela pública no hay “buenos” ni “malos”,
“lentos” ni “rápidos”.
En la escuela pública hay niños y niñas que son
sujetos de derechos y
a ellos se les debe el mayor respeto.
Wert dispara en dos direcciones: hacia la llamada “gente común”
(aquella que aspira que a sus hijos les vaya bien en la escuela como una
precondición para que les vaya bien en la vida) y hacia los
profesionales de la educación o a todos aquellos que defienden el
derecho a una escuela común, pública, democrática e igualitaria. A los
primeros, trata de explicarles cómo funciona, en definitiva, la vida:
unos triunfan, otros fracasan. Trata de explicarles que resulta un falso
gesto de generosidad que la gente poco lista determine el ritmo de
aprendizaje y los intereses educativos de “todos”. La ineptitud o la
holgazanería de algunos no pueden perjudicar al “conjunto”, parece
sostener el ministro Wert. Cada uno, en definitiva, debe aspirar a
correr la carrera del conocimiento a su manera: algunos llegarán
primeros, otros últimos, como en la vida. Lo cierto es que el ritmo de
marcha lo fija cada uno en virtud de sus capacidades y su esfuerzo. Como
el sentido común indica, en la vida las personas progresan gracias a
sus méritos. Es por lo tanto injusto y desatinado que el mérito de unos
no se vea recompensado por la pereza de otros. ¿Cuál es la razón por la
cuál los más rápidos deben esperar a los más lentos? Por otro lado,
¿esperarlos para qué? ¿Qué tienen que hacer juntos los lentos y los
rápidos?
Wert trata de escudarse en la sabiduría convencional, aquella que
suele brindar inmunidad a los políticos conservadores y obsesionados por
combatir las políticas igualitarias: el efecto de contagio en las
instituciones educativas siempre se produce en dirección a la
mediocridad y a la falta de competitividad. Los malos contaminan a los buenos y,
por eso, parece sensato separarlos. El ministro no aclara quiénes son
esos “algunos” que acostumbran a quedarse rezagados, aunque esto, la
gente común ya lo sabe: los pobres, los inmigrantes, los que tienen
“dificultades de aprendizaje”, los que vienen de familias
“problemáticas”.
Es curioso que la frase del ministro Wert resulta incoherente en
términos lógicos. Y, aunque la coherencia suele no ser un atributo que
los políticos aprecian, vale la pena señalar que el uso de “todos” para
contraponer a “algunos” es un recurso lingüístico que, en términos
literales, carece del menor sentido. Si ya hay “algunos” que se quedan
atrás, entonces los que siguieron su camino a ritmo rápido no son
“todos”, sino los que sobraron. La frase correcta debería ser: “Es un
error que algunos vayan despacio para que algunos no se queden atrás”.
¿Por qué Wert usa el “todos” si está haciendo referencia a “algunos”?
Sin ánimo de someter al ministro a un examen psico-linguistico con
tan precarias bases científicas como sus opiniones, creo que se trata de
ostentar un recurso discursivo muy habitual en los políticos
conservadores: confundir los intereses de una minoría con los intereses
de la totalidad de la población, así como las acciones o demandas de las
mayorías con caprichos arbitrarios de un pequeño grupo de
privilegiados. “Todos” aquí son los mejores. “Algunos”, los peores. Lo
que el ministro Wert quiso decir es que: “en la sociedad española, es un
error que unos pocos se perjudiquen porque la mayoría marcha a ritmo
lento”. La frase, sin lugar a dudas, sonaría muy poco atractiva en una
país que tiene un cuarto de su población infantil en situación de
pobreza. Para Wert, los pequeños más listos no tienen por qué hacerse
cargo de que haya hoy en España más de 2.200.000 niños y niñas pobres,
quienes, portando la mochila de su pobreza, marchan a ritmo lento. Wert
llama a los que les va bien en la vida, “todos”. A los otros, a los que
viven el infortunio de una crisis económica que no han generado pero que
los tiene entre sus más dolorosas víctimas, “algunos”.
En el Estado español, según datos de UNICEF,
el número de niños y niñas que viven en hogares con todos sus miembros
desempleados, aumentó 120% entre el año 2007 y el año 2010. Un número
que sigue creciendo y que, en las actuales condiciones de ajuste
económico, aumentará dramáticamente. ¿Por qué los hijos de aquellos que
tienen empleo deberían atrasarse escolarmente por los problemas que
cargan los pequeños de aquellos que no han sabido conservar su
estabilidad laboral en tiempos de crisis?
Wert no describe. Wert, amenaza.
Y lo hace con especial insidia a los que defienden la escuela
pública. Hacia ellos, hacia ellas, el ministro no tiene más que palabras
de desprecio y desvalorización. Defender lo público es defender que se
nivele por abajo a los que, gracias a su talento, vuelan más alto que el
resto. Así, los docentes y sus movimientos, las organizaciones de
defensa de la escuela pública y todos los que luchan por la ampliación
del derecho a la educación, no son otra cosa que entidades corporativas
que resisten al incontenible proceso modernizador por el que este
gobierno pretende encauzar a un sistema educativo enfermo. Sonaría
atractivo, si no fuera falso.
Los conservadores, y el ministro Wert lo es, reaccionan de forma
vehemente ante cualquier política igualitaria. Fuera del individualismo
exacerbado, los conservadores se marean, pierden el rumbo y, no pocas
veces, la cordura lingüística. Wert abomina la escuela pública y la
considera culpable de todos los males que enfrenta la educación
española. Lo hace porque supone que, más allá de las políticas
socializantes, inconclusas o no, se ha instalado en España un principio
ético que establece que es posible pensar en la educación como un asunto
de la comunidad, como un problema de todos, en la escuela como un bien
público. Se trata, por lo tanto, de dinamitar este principio, de
deconstruirlo, de desestabilizar sus bases, de volverlo inaceptable.
La
escuela pública se vuelve frágil cuando el derecho a la educación,
imperativo ético de cualquier sociedad democrática, deja espacio a una pedagogía de la indiferencia que sacraliza los intereses individuales sobre las aspiraciones de igualdad y justicia social de toda una comunidad.
Desde el Sur, y con la experiencia de largas décadas de procesos de
privatización y ajuste neoliberal a cuestas, creo que esto es lo que
está en juego: desintegrar una idea que ha inspirado luchas y
conquistas democráticas, que ha iluminado sueños y utopías. La idea de
la escuela de todos y para todos. La escuela de la igualdad y de la
diversidad. La escuela donde el ritmo de marcha no lo marcan ni los más
lentos ni los más veloces, sino la deliberación y el diálogo acerca de
lo que es mejor para todos; a veces, se avanza más, a veces, menos,
simplemente porque lo que se está buscando no es llegar más rápido a
algún sitio, sino formar buenas personas, personas solidarias,
generosas, tolerantes, dignas, amables, sabias. La escuela pública es el
espacio que la sociedad democrática ha creado para hacer del
conocimiento un bien común, para compartir en ella la posibilidad de un
ejercicio de libertad y de igualdad que deberemos replicar en nuestra
vida extra escolar. En la escuela pública no hay “buenos” ni “malos”,
“lentos” ni “rápidos”.
En la escuela pública hay niños y niñas que son
sujetos de derechos y
a ellos se les debe el mayor respeto.
Un respeto que el ministro Wert ha comenzado a perder.
Fuente ATTAC Madrid
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