Por Claudia Rafael
Agencia de Noticias Pelota de Trapo, Argentina, Lunes, 25 de Octubre de 2010
Sus días solían ser otros. Aunque hoy le resulte inasible como huella de vida, hubo un tiempo en que hacía tortitas de barro con esa tierra profundamente roja de su pueblo y se reía a borbotones. Una lluvia dulzona y cálida se transformaba en el pasaporte seguro y su mamá, cada tanto, la sustraía de ese juego cautivador y solitario para ir a comprar el pan.
Después, el rumbo fue otro. Y la risa se fue deshaciendo como las hilachas de un recuerdo al que nunca más pudo aferrarse. Pobre por origen; sin derechos por un destino que le fue reservado cuidadosamente por los digitadores, ya no puede concebir la palabra futuro que resulta tan ajena a su vida magra de derechos.
Aquel día, ya con 15 años de no existir en la historia de su país, salió de su barrio de casitas chatas en las afueras de Asunción y se plantó cerquita nomás de la entrada al Registro de Personas de su Paraguay.
Le habían dicho que tenía que tener esa libreta que deletrea su nombre, que dice que nació un 17 de noviembre de un año del viejo siglo y que vivía en ese chaperío de una calle del barrio San Lorenzo. Le habían contado que era importante. Que no podía seguir de esa manera aunque ella supiese que sí, que podía vivir, porque así había sido durante cada uno de esos 15 años.
El hombre fue amable con ella. Hasta le sonrió. Y ella pensó por un ratito que no era tan hostil la ciudad como le habían advertido. Que había gente buena como la buena gente de su barriada. Si el hombre no tenía por qué hacerlo y le dijo que la ayudaría, que le facilitaría eso que las burocracias siempre expulsivas y ausentes de comprensión no hacen; que él mismo le escribiría esos garabatos que ella nunca había aprendido. Que se quedara tranquila. Todo estaría bien.
Un fiscal federal está reconstruyendo esa parte de su historia y la que vendría después. Durante un año y medio en que los perfectos engranajes de la perversidad la devoraron, la esclavizaron, le borraron las huellas de su risa y la empujaron a una oscuridad de la que en un descuido escapó. Ya no fue Carolina y sus ropas tampoco fueron las mismas. El hombre cumplió, como le había dicho, y le entregó una libreta. Ahí decía que tenía 18 años, que vivía en Argentina -ese suelo desconocido para su historia- y que se llamaba Leonor.
En su nombre allanaron un prostíbulo del centro bonaerense en donde ya no había huellas ni señales de las tantas leonores. Esas que, a diferencia de Carolina, no escaparon ni escaparán. La mayoría entre 16 y 18 años, según los números de la estadística.
Como en Misiones. En esa tierra tan colorada como la de Carolina, desde agosto de 2008 hasta ahora, un programa ministerial de asistencia a las víctimas rescató 130 chicas devoradas por las organizaciones de la trata de personas. Que cayeron en las redes por una promesa de trabajo como niñeras, empleadas domésticas, camareras de un bar o modelos. Que el salario sería alto. Que podrían arrancar a su familia de la indigencia. Que algún día tendrían una casita propia. Que las llevarían lejos, donde pagan más. Que el futuro existe y que habrá un día en que se liberarán de esa pesada carga de no derechos que acompañó sus días.
Muchas de las chicas rescatadas fueron llevadas hasta Río Gallegos, a las "Casitas de la Tolerancia" que durante más de 20 años digitaron las vidas de sus víctimas.
Teresita Martínez, fiscal paraguaya, reconoció que el 75 por ciento de las víctimas de trata en su país tiene como destino la Argentina. "Muchas jóvenes paraguayas de 15 años cruzan a la Argentina con documentos de 20", reveló.
El sistema le pone precio a los cuerpos de niños y niñas. Trafica con ellos y les usurpa identidad, sueños, mañana, amores. Les rompe la vida en mil pedazos cuando los transforma en mercancía que se compra y se vende. La atrocidad deshace su historia. Les deposita delante de sus ojos espejitos de colores en los que creen porque ya llevan la marca eterna de la vulnerabilidad. Y después, poco tiempo después, se los destruye y se los arroja como basura.
Tal vez ya nunca nadie pregunte por ellos. Por las Carolinas hechas leonores de prepo y con violencia. Después de todo, perturban por mera presencia la conciencia de la sociedad bien. Y por eso mismo la luna les hace un lugarcito en su pecho.
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