“Jugar es un asunto muy serio”.
Tan serio que el juego es un derecho de la infancia que no admite prórrogas.
Porque jugar, además de ser importante para el desarrollo físico y emocional,
es ese lugar seguro y feliz al que siempre podremos regresar
cuando, quizás ya de adultos, se nos haya olvidado su papel.
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Imma Marín David Hierro. |
Imma Marín (Barcelona, 1957) ha hecho del juego su vida: estudió
Magisterio en la Universidad Autónoma de Barcelona, pero se ha
especializado durante décadas en juegos y juguetes; es fundadora de una
empresa dedicada a la educación a través del juego; presidenta de la
Asociación IPA (International Play Association) en España; y miembro del
Observatorio del Juego Infantil. Tras ¿Jugamos? (Paidós, 2018), Marín acaba de publicar Jugar
(Paidós), un libro que recorre el juego en las distintas etapas de la
infancia –desde los seis meses hasta los once años–, invitándonos a
cambiar la mirada que como adultos tenemos de esta actividad.
Entrevista A Imma Marín.
“Jugar es un asunto muy serio”, dice. Tan serio que insiste en
recordar que el juego es un derecho de la infancia que no admite
prórrogas. Porque jugar, además de ser importante para el desarrollo
físico y emocional, es ese lugar seguro y feliz al que siempre podremos
regresar cuando, quizás ya de adultos, se nos haya olvidado su papel.
Dice Imma Marín que tiene muchos juegos favoritos, que depende de con
quién esté y del momento, pero le encantan las peonzas. Tanto le gustan
que las colecciona: “Me gustan por la metáfora que representan en el
juego (se puede dar la vuelta a cualquier situación). Me fascina que en
cada ciudad, en cada cultura, sean de una forma diferente, que las hagan
girar de una forma diferente”. Pero si algo ha explorado y disfrutado
en los últimos años son los areneros en los que hace flanes con sus
nietas.
Empecemos por el principio: ¿qué es jugar?
Jugar es una de las principales actividades del ser humano,
sobre todo en la infancia, aunque no solo en la infancia. Es una
capacidad a lo largo de toda la vida, pero la infancia es el momento
clave porque es la forma habitual que tienen los niños y las niñas para
comunicarse, para expresarse, para explorar, para conocer. Para
aprender. Jugar es imprescindible, es un asunto muy serio, por eso está
recogido como derecho en la Convención de Derechos del Niño de 1985.
“La necesidad del juego es tan grande que es un derecho”, escribe en el libro.
Sí, tomar conciencia de esto fue la motivación que me llevó a
meterme en este tema. Es muy evidente a ojos de la sociedad que los
niños y las niñas tienen derecho a una buena alimentación, a la salud, a
tener una familia, pero quizás no lo es tanto que el juego es tan
importante para un desarrollo saludable que debe ser protegido como un
derecho tan importante como todos los demás.
Y, pese a los esfuerzos, recuerda también que hoy los
niños y las niñas no solo no tienen asegurado ese derecho, sino que
dejan de jugar a edades cada vez más tempranas. ¿Por qué ocurre esto?
Yo creo que nos esforzamos poco para que esto no ocurra. El
juego requiere de tiempo, requiere de espacios, requiere de una actitud
por parte de los adultos de permitir que se dé ese juego –que muchas
veces es ruidoso, es sucio–, pero los niños molestan menos pegados a una
pantalla. No creo que esto lo hagamos de forma consciente. Está claro
que todos los padres y las madres queremos lo mejor para nuestros hijos,
pero hay mil razones que nos llevan a no permitir que se dé ese juego
(el estrés, la ausencia de conciliación, el ritmo rápido al que estamos
sometidos…). Hay otra razón: vivimos en una sociedad basada en lo útil.
Todo tiene que servir para algo y el juego, pese a ser tan importante,
es aparentemente inútil. “Deja de jugar que ya te has hecho mayor” o “Al
colegio se viene a trabajar y no a jugar” son algunas de las frases que
aún seguimos escuchando.
A propósito de esta sociedad que solo valora lo útil, lo
productivo, de la que habla, ¿qué consecuencias tiene para la infancia
la pérdida de tiempo de juego en beneficio de esta hiperagendización con
actividades “para algo”?
Tenemos ya evidencia científica de que la falta de juego, de
tiempo para el juego, tiene un resultado catastrófico para la salud
física y mental de los niños y de las niñas. Un estudio de finales de
2018 de la Academia Americana de Pediatría relaciona por primera vez la
falta de juego con trastornos de salud mental como el estrés y la
depresión en niños. Estamos hablando de cosas muy serias, ya no es que
los niños y las niñas se lo pasen mejor jugando: estamos hablando de su
salud metal y de su salud física (la obesidad infantil es ya considerada
una pandemia y viene, en parte, por la falta de movimiento).
¿Cómo debe ser el juego en la infancia?
El juego debe ser, sobre todo, espontáneo y libre. No se trata
de un juego organizado por el adulto que “sabe cómo hacer las cosas”,
sino que el adulto es el que debe disponer el tiempo y los espacios para
permitir que el juego se dé.
¿Son adecuados los espacios que ponemos a su disposición para que se dé ese juego?
Pienso, por ejemplo, en los parques que encontramos en cualquier
ciudad o en los patios escolares. Creo que se van haciendo esfuerzos en
muchas ciudades –algunas de ellas inspiradas en las ideas de Francesco
Tonucci– para hacerlas más amigables para la infancia. Sin embargo,
ocurren varias cosas. Por un lado, que haya menos niños y niñas, debido a
la preocupante bajada de la natalidad, hace que parezca que tenemos que
controlarlo más, cuidarles del peligro. Con esto no quiero decir que
deba haber cosas peligrosas para los niños, pero sí que debe haber un
margen para el reto, para el riesgo, de forma que el juego pueda ser
considerado realmente como tal.
Hay una ultraprotección por parte de los adultos, pero es una
protección muy falsa porque, al mismo tiempo que estamos columpiando a
la criatura, estamos con la vista puesta en el móvil. Esto es muy
dañino: estamos metidos en su juego sin estar presentes, pero al mismo
tiempo no les damos la confianza y el contexto para que el juego se
pueda dar.
¿Sabemos jugar los adultos, con o sin nuestros hijos e hijas?
Jugar nos saca de nuestra zona de confort, de lo que podemos
controlar, nos sitúa en el aquí y el ahora. Y a los adultos nos cuesta
mucho estar en el presente y dejarnos llevar. Nuestros hijos necesitan
el juego, pero es que los adultos también necesitamos espacios y tiempos
sin obligaciones ni preocupaciones. Momentos para reír, para respirar,
para estar sin más. Jugar no es solo ponernos alrededor de un juego;
jugar es una manera de vivir. En lo cotidiano hay muchas formas de
jugar, de relacionarnos con nuestros hijos a través del juego. O
simplemente estando presentes. Eso ya es un lujo.
Una de las cosas que usted suele pedir en sus
conferencias y cursos a los asistentes es que piensen en algún momento
de juego de su infancia y que lo sientan. En realidad, estamos
fabricando los recuerdos de nuestros hijos e hijas.
Cada momento compartido con tus hijos es un recuerdo para toda
la vida. Si sabes esto, vas a incorporar seguro juego compartido y
presencia a tu cotidianidad. No se trata de tener que pensar juegos muy
elaborados, ni de dados o juegos de mesa, hay muchas formas de juego.
Muchas veces son solo vivencias del día a día que hemos vivido como si
de un juego se tratara.
¿Qué opina de introducir el juego en el aula como recurso educativo?
El juego es la mejor manera de aprender porque el juego es
exploración, investigación. Y no es que no requiera un esfuerzo, que
también hay esfuerzo en el juego, pero ese esfuerzo se puede sostener en
el tiempo porque lo estás disfrutando. Además, cuando estás jugando, si
algo te sale mal, lo que solemos hacer es pedir la revancha. Un
fracaso, un error, en el juego, te motiva a seguir intentándolo, algo
muy diferente a lo que ocurre en la dinámica de la escuela. Yo menciono a
menudo que no se trata solo de pensar en las metodologías lúdicas, sino
de incorporar una actitud lúdica: no todo en la escuela se puede
enseñar a través del juego, pero sí que toda la vivencia de aprendizaje
se puede vivir desde el juego. Por ejemplo, si en lugar de un
“problema”, te pongo un “reto”, la cosa cambia. ¿Quién quiere tener
problemas? Ponme un cuaderno de retos, de desafíos. Cuidar el lenguaje,
la narrativa, es muy importante.
¿Cree que los docentes son cada vez más conscientes de todo esto?
Bueno, supongo que, como en todo, los hay más y menos
conscientes. No es fácil cambiar el chip. Piensa que un aula con
metodologías lúdicas es un aula que se mueve bien entre el orden y el
caos. El excesivo orden y la necesidad de control matan el juego. Esos
docentes deben hacer un trabajo personal y profesional enorme porque en
la facultad han aprendido a tener la clase controlada y organizada, pero
no a moverse en ese escenario que combina orden y caos