La iniciativa de las asociaciones de familias de alumnos y alumnas demanda el cierre al tráfico de calles colindantes a los colegios para garantizar entornos escolares seguros.
Cada vez más estudios demuestran que los niños y niñas son especialmente vulnerables a la contaminación por partículas en el aire y a la acústica, así como a la falta de seguridad vial. Por eso muchas voces piden que estas calles escolares estén cerradas al tráfico para proteger a los alumnos y sus familias de estos peligros y, a la vez, convertir estos espacios en zonas juego, socialización, conversación, puntos de encuentro, etc.
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Calle cerrada al tráfico junto al colegio Miguel de Unamuno, en Madrid. Diana Moreno |
Ante la falta de medidas ha surgido el movimiento Revuelta Escolar: una iniciativa de protesta por la cual cada 15 días miembros de Asociaciones de Familias de Alumnos (AFA), entidades vecinales, profesorado y los propios niños y niñas están realizando cortes de tráfico a la salida de los colegios para pedir que esos cortes se conviertan en medidas permanentes. Su objetivo es una mayor seguridad en los entornos escolares con la reducción o corte de tráfico y obligar a las autoridades a reflexionar y reaccionar.
Frente a un modelo urbanístico que da absoluta prioridad a los coches, la pandemia ha dejado claro la gran necesidad de ciudades más inclusivas, saludables, verdes, centradas en las personas y que cuenten con espacios públicos al aire libre que los niños y niñas puedan disfrutar. Ejemplos como el de Pontevedra, ciudad de casi 85.000 habitantes y en la que antes de la pandemia el 80% de los niños y niñas iban andando solos al colegio, y la mitad sin que una persona adulta los acompañe, resultan inspiradores y muestran que un modelo que da prioridad al peatón es posible.
En diciembre de 2020, unos padres y madres en Barcelona, preocupados por los datos de la polución en su ciudad, comenzaron a ofrecer charlas para sensibilizar sobre ese problema y crearon una web que informaba sobre los niveles de contaminación en los entornos escolares de la ciudad Condal. «Hicimos visible algo que no era visible: la polución. Las familias empezaron a cuestionarse: por qué la escuela está contaminada, cómo afecta a nuestra salud», explica Guille López, padre de dos niños, en un evento online sobre la iniciativa School Rebellion en el que participantes de varios países compartieron sus experiencias.
Así empezaron las protestas los viernes tras el cierre de escuela, hasta que decidieron unificarlas en un mismo día y hora. Una veintena de colegios barceloneses celebraron una protesta el 11 de diciembre a las 4.30h. «Al siguiente viernes el número de escuelas se multiplicó y se expandió a otras ciudades. El sexto viernes hubo 67 cierres de calles», cuenta López. Por medio de una página web se organizan y explican los pasos a dar para unirse a la iniciativa (que incluye un primer paso de notificar a la policía sobre el cierre de las calles), así como pósters y materiales para comunicar la acción. Es importante, añade, hacer sentir a las asociaciones que son parte de un movimiento.
Así, la Revuelta Escolar pasó de Barcelona a otras ciudades: Madrid, Bilbo, Girona, Sabadell, Badalona, Sant Cugat y Melilla. El pasado viernes 26 de febrero, en la sexta jornada consecutiva de protestas, fueron más de 75 centros movilizados en ocho ciudades. En Madrid, la ciudad europea con mayor mortalidad debido a la contaminación por tráfico, un total de quince centros escolares protagonizaron cortes de calles los pasados 25 y 26 de marzo.
Pero no se trata de un movimiento exclusivo de España: en muchas otras ciudades hace años que se llevan a cabo protestas similares, orientadas a pedir la pacificación de los entornos escolares.
Un ejemplo es Bélgica donde, tras la publicación en 2018 de un estudio de Greenpeace sobre el efecto de la polución en los niños, un grupo de madres y padres hizo una reunión espontánea y decidió que había que hacer algo. «Dijimos, vamos a cerrar las calles, mandaremos una carta a todos los políticos para que acudan. No podemos aceptar esto», cuenta Anneka, una de las participantes. Entonces eran apenas 15 personas, pero al día siguiente hubo una manifestación masiva.
Ahora realizan acciones-protesta cada viernes, al terminar el colegio. «Cerramos las calles, servimos café, invitamos a los políticos a un café y a que escuchen lo que queremos. Organizamos todo tipo de actividades con los niños para mostrar qué sucede cuando no hay coches y utilizas el espacio público de otra forma». Cada viernes intentan hacer acciones creativas: transformar una parada de autobús en bar, tocar música, hacer juegos con burbujas de jabón… Participa un total de 278 colegios en diferentes ciudades de Bélgica.
En Londres, Jane Dutton, del colectivo Mums for Lungs, cuenta que ellas comenzaron con las acciones hace ya cuatro años, y que han tenido efecto: han logrado que se implanten medidas en 32 distritos de la capital británica, y un informe recientemente publicado por el Ayuntamiento de Londres ha demostrado que la iniciativa School Streets ha logrado una reducción del 23% del dióxido de nitrógeno durante el periodo escolar. “Creo que el COVID nos ha hecho un gran favor porque los distritos nunca se hubieran comprometido a hacer algo así antes», comenta Dutton.
«No queremos cerrar las calles, sino abrirlas a la gente»
En España, entre los centros que se ha sumado a esta iniciativa está el colegio Miguel de Unamuno, en Madrid: un centro al que asisten 900 alumnos y a cuyas puertas se reúnen cada mañana 1.300 personas entre niños, niñas y familiares. Las calles adyacentes tienen dos carriles que acogen cada mañana un volumen excesivo de tráfico: “Aunque las entradas están escalonadas hay mucha gente en aceras muy estrechas”, explican desde el colectivo Revuelta Escolar, con los riesgos que ello implica: hace una semana, cuentan desde la plataforma, una profesora resultó atropellada en un pie con un coche antes de empezar las clases. A eso se le suma, en tiempo de crisis sanitaria, la necesidad de mantener una distancia de seguridad, algo que puede resultar difícil.
Desde la Plataforma Revuelta Escolar han propuesto medidas a largo plazo de calmado de tráfico, de mejora peatonal del entorno escolar, por un entorno escolar más saludable: “Que se reduzca la velocidad, que pueda haber menos aparcamiento y más espacio para las personas… Que se entienda que esto no es una calle cualquiera”, explica Mateus, de Revuelta Escolar y padre de un alumno de ese centro. También solicitaron que transformaran el carril para aparcar en acera para peatones.
“El hecho de que no se pueda acceder en coche hasta la puerta también nos va a ayudar a evitar problemas de disciplina de las propias familias que terminan aparcando en doble fila, algo que genera congestión, problemas de ruido, humo… Se congestiona como si fuera una vía principal, y es una calle local”, añade Mateus.
Son medidas que en este centro se comenzaron a reivindicar antes de verano para garantizar una vuelta al cole segura, pero sin obtener respuesta. Cuando la ciudad de Barcelona acogió la primera manifestación de la Revuelta Escolar, decidieron unir fuerzas y recuperar sus demandas. Ahora, están a la espera de que el Área de Gobierno de Medio Ambiente y Movilidad estudie sus propuestas.
Aunque estas medidas son a largo plazo, de manera urgente han propuesto a la Junta Municipal un corte de tráfico de las dos calles adyacentes al centro durante los 40 minutos previos a las clases y los 40 minutos posteriores, con idea de que se convierta en una medida permanente. Mateus insiste en que no se trata de cerrar la calle: «Al revés, la abrimos: la calle está cerrada a las personas, solo abiertas para el tráfico motorizado. Reivindicamos abrirla para las familias”.
Participación de los niños, niñas y familias
La celebración de estos cierres de tráfico quincenales a las puertas de los colegios tiene un aspecto festivo: calles que habitualmente tienen tráfico ahora están cerradas, convertidas en lugar de encuentro con las necesarias medidas de seguridad, repletas de música y de charlas. Y por supuesto de niños y niñas “invadiendo” las calles, llenando el asfalto de dibujos de tiza, jugando al fútbol o a la comba. “Es un paisaje muy distinto a lo que vemos todos los días, que serían filas de coches y los niños y niñas aquí apretados en la acera”, describe Mateus.
Los eslóganes que llenan la calle en forma de pintada de tiza o carteles los han escrito los niños y niñas: “Queremos más zonas verdes”, “más bicis y menos coches”, “queremos jugar en la calle”, “menos contaminación”, etc. Es un hecho que las generaciones más jóvenes son las más afectadas y también las más concienciadas con los problemas medioambientales. Mateus reconoce que se ha tenido en cuenta a los alumnos en las reuniones quincenales, y que la iniciativa sirve además para reforzar las redes comunitarias: «La semana que no abrimos la calle estamos en el parque preparando el material, hacemos las pancartas, vamos hablando con las familias… Así también se va creando comunidad y cultura de barrio, y la gente del colegio se va conociendo”.
En Madrid, las movilizaciones han cosechado su primera victoria: el Ayuntamiento ha accedido a ampliar las aceras frente a uno de los centros escolares participantes, el colegio Asunción Rincón, en Chamberí. Pero la revuelta por unos entornos escolares seguros sigue adelante.