GSIA Opina,
Revista HDIA,
Mes de Enero.
Los niños y las niñas cuentan o no cuentan. Sabemos de muchas noticias que quisieron explicarnos cómo hay que contar o no contar niños y niñas en los reencuentros familiares por navidad. Pero más allá de la "anécdota" numérica nos llama la atención el papel que han jugado los niños/as en la actualidad durante la Navidad. Una Navidad en la que claro está, los niños y niñas cuentan para la ilusión, para el "cuento" de los Reyes Magos,
pero ¿Cuentan realmente como sujetos participativos
en las decisiones importantes para sus vidas?.
¿Damos visibilidad y escucha a sus propios relatos?.
Esta cuestión nos hace rememorar las etapas por la que hemos transitado con los niños y las niñas desde la declaración del estado de alarma. Primero, nos dijeron que los niños eran hipercontagiadores, motivo de cerrar los parques; segundo, tuvieron que experimentar la nueva normalidad escolar, motivo de abrir las escuelas y las ventanas de las aulas de par en par como medida de seguridad; tercero sumar o restar a los niños y niñas en los reencuentros por navidad, motivo de garantizar reuniones familiares que no superaran la norma impuesta de cada Comunidad Autónoma.
Todo esto da sólo para pensar una cosa, para los adultos y adultas los niños y las niñas no cuentan. Tanto, si por contar, se trata de una “cuenta”: una reunión familiar de 10 personas es una reunión de 10 adultos/as y por tanto “un niño no puede ser considerado como un adulto”, o si se trata de congregar a niños y niñas distribuidos en burbujas y en aulas donde sólo les sale a cuenta llevar abrigo y manta para atender a la lección, o si la cuenta o el cuento se convierte en responder a la pregunta: ¿pueden contagiar? Entonces, son niños y niñas nominales por asintomáticos, o sea personas que pertenecen a un determinado grupo de edad y que ponen en peligro la cohabitación entre adultos/as. Aunque todo es peor, las niñas y los niños no sólo no son un grupo humano desclasificado y no contabilizado sino tampoco les permitimos que cuenten su relato. La navidad para los niños, pero sin los niños.
Sin embargo, se cuentan a todos los niños y las niñas cuando se producen atentados contra los Derechos Humanos como el que sigue sucediendo en la Cañada Real Galiana de Madrid. Somos más exactos en las cifras: “1.812 niños” pero muy inexactos con las medidas políticas. Desde que el estado en España consideró que una necesidad básica, la electricidad, era un bien con el que se puede especular no han faltado niños y niñas que sumar a la lista de los miles, decenas de miles, y centenares de miles que han padecido las restricciones eléctricas y energéticas. Si se dice “bien” y “necesidad básica” no es un eufemismo, todo funciona con electricidad. La educación es “eléctrica” más si es necesario encender un ordenador o simplemente una bombilla para leer y estudiar. Los hogares son “eléctricos” pues son los hábitats donde cocinamos, nos entretenemos y nos cobijamos del frío. La comunicación es “eléctrica” al tener que enchufar los móviles para su carga. El entretenimiento es “eléctrico” si para encender el televisor o la consola de videojuegos buscamos un enchufe. Queremos decir, la electricidad no sólo es un bien básico y una necesidad, sino que además es necesaria para otras muchas necesidades básicas. El Estado tomó la decisión de dejar la electricidad en manos de los especuladores, y no pretende dar una respuesta con medidas efectivas cuando se permite que las españolas y los españoles, los niños y las niñas españoles, pasen meses sin luz.
Los niños y las niñas de la Cañada Real tomaron la iniciativa de remitir una carta al Comité de Derechos del Niño para denunciar que “se les estaba torturando”. En Madrid se gasta la electricidad para iluminar una navidad sin niños, patrimonializándose los símbolos y colores, y engalanando una ciudad en venta. Por una parte, se derrocha y por otra se cicatea con una electricidad que sirve para iluminar la vida de los niños y las niñas de la Cañada Real Galiana. Será que alguien o algunos deben pensar que los niños y las niñas pobres hay que ocultarlos en la oscuridad. Sabemos quiénes son esos niños y niñas al estar empadronados, hasta los hemos contabilizado, pero sufren una doble estigmatización: son niños y pobres. Si los niños y niñas no contaron en la navidad para los reencuentros familiares, los niños y las niñas de la Cañada Real se les excluyó directamente de las propias navidades. Se trata de otra “cuenta aparte”, es el libro de la contabilidad de los niños que se entretienen con menos recursos, que viven su cotidianidad en viviendas peor acondicionadas, que tienen una mayor probabilidad de sufrir riesgos, y que además no cuentan en una sociedad supuestamente igualitaria.
Destaca en el mes de diciembre pasado la noticia muy difundida de la aprobación de la “Ley Celaá”. Una reforma educativa de la anterior ley que tiene como objetivo fundamental el logro de la equidad social, y por tanto la integración social en igualdad de condiciones y oportunidades de todas las personas. Habrá que preguntárselo a los niños y las niñas de la Cañada Real Galiana que tienen que estudiar bajo la luz de una vela.
No hay duda de que la escuela es un espacio integrador. Un espacio de convivencia que tiene como objetivo… mejor dicho la educación tiene como objetivo la igualdad social, que todos los ciudadanos/as, todas las personas, tengan la misma oportunidad en su promoción social, y ésta tiene un pilar fundamental en la integración social. Razón que a esta revista de prensa llame poderosamente la atención los rifirrafes y debates políticos coléricos cuando se tratan sobre cuestiones fundamentales, y sobre todo asuntos vinculados a la defensa de los Derechos Humanos. Apostamos por la educación inclusiva como eje fundamental para esa inclusión social, sin exclusiones de niños, sin segregación educativa por ningún motivo: sexo, pobreza, raza, etnia, ideología, religión, cultura, o discapacidad. Todas estas cuestiones son las que entran en la misma cuenta, para no tener que contabilizar esa exclusión social. Los niños y niñas cuentan definitivamente ¡y mucho! Para construir entre todos este nuevo pacto social que redefina el rol educativo de la escuela como espacio integrador de toda la diversidad.