Hace
unos meses, mientras me preparaba para facilitar un taller, de nuevo
dirigido a un público exclusivamente femenino, me enteré de la sentencia
en el juicio a la jauría.
Y digo jauría porque la idea de manada es
otra cosa: una comunidad de cuidado y respeto formada por individuos de
distintos sexos y edades que conviven, se ayudan, se protegen, juegan y
se desplazan juntos.
Hace tiempo que utilizo ese término para referirme a
la necesidad que tienen niños y niñas de relacionarse, sin la continua
mediación de los adultos, en un grupo heterogéneo de edades. Y me
molesta la confusión.
La palabra jauría se acerca mucho más al tipo de grupo que formaban los agresores. Según
indica el diccionario es un conjunto de perros que participan en una
caza dirigidos por un humano, o de personas que se manifiestan
furiosamente y con peligro para otras.
El lenguaje es una pieza fundamental del pensamiento, por eso conviene utilizarlo correctamente.
Pero, en los medios de comunicación, las redes sociales…y las
conversaciones indignadas con la sentencia, seguimos empleando la
palabra manada una y otra vez para referirnos a los cinco
hombres que violaron a María hace dos años, en Pamplona.
Me preocupa que
con este término podamos estar aceptando, aunque sea inconscientemente,
que una violación es un fenómeno natural, un impulso biológico de la
naturaleza masculina. Incluso, como han pretendido algunos biólogos, un
mecanismo adaptativo mediante el cual, los machos que no pueden
perpetuar su semilla por los cauces socialmente aceptados, aseguran la
continuidad de sus características genéticas…
En Contra nuestra voluntad (1975), la feminista americana Susan Brownmiller, ofrece una visión radicalmente distinta de la violencia
sexual, como un hecho cultural escasamente vinculado al placer o la
gratificación, y mucho más relacionado con el intento de perpetuar el
poder patriarcal. Según esta autora, la violación está en la
base de un proceso de intimidación social e individual por el cual las
mujeres aprendemos a tener miedo de los hombres y a darles gusto. Una
especie de teatro donde se afirma la superioridad del macho y se asegura
la dominación psicológica de lo masculino sobre lo femenino.
Que,
como la de María, la mayor parte de las violaciones se planifiquen con
antelación, invita a descartar la falacia naturalista basada en una
supuesta provocación femenina o en una excitación súbita e incontrolable de la energía sexual masculina.
Para reforzar su tesis cultural, Brownmiller afirma en la misma obra que la violación no existe en todas las sociedades humanas, y es un fenómeno raro en el mundo animal.
En el caso de los mamíferos, por ejemplo, las hembras rechazan con
agresividad a los machos, y solo aceptan el coito durante la ovulación.
Entre los caballos y otros animales, este tipo de actos tienden a
producirse cuando las crías no han podido satisfacer sus necesidades
básicas, o son apartados de su entorno natural, estabulados y hacinados.
Curiosamente, poco después de que se popularizara el planteamiento
feminista, varios zoólogos, todos ellos varones, encontraron casos de
violación entre los ciervos, los orangutanes, los patos, los peces y las
moscas…
Con esta, casi grotesca controversia, queda al descubierto la
influencia de los prejuicios del investigador en sus hallazgos, así como
el uso tendencioso (ya sea voluntario o involuntario) de la biología
para naturalizar, y por lo tanto justificar determinados
comportamientos humanos. Trasladar ideas y sentimientos propios de
nuestra especie para observarlos en el mundo animal plantea numerosas
dificultades epistemológicas. Pero incluso si pudiéramos superarlas, la
gran diversidad de ejemplos que, en todos los aspectos, nos ofrecen las
otras especies, tal vez simplemente nos esté incitando a comprender que
lo más importante no es lo que somos sino lo que queremos ser.
Nuestra
capacidad para simbolizar mediante el lenguaje, el arte y el
pensamiento es una prueba de nuestra doble naturaleza que se despliega
desde la biología, pero es modelada por la cultura. Para generarla y,
sobre todo, transmitirla disponemos, entre otras cosas, de una extraña
actividad social, plenamente nuestra, que denominamos educación.
Un discurso sobre la sexualidad
María, otra María,
tiene siete años y sus padres acaban de cambiarla de colegio.
Hasta
hace unas semanas, acudía a un centro concertado en cuyos lavabos, dos
compañeras de su misma edad perfectamente encantadoras la
forzaban a introducir el mango de la escobilla del water por el ano y la
vagina. Después, bajo la amenaza de volver a hacerlo, la chantajeaban
para conseguir diversos privilegios: dulces, regalos o ir a
jugar a su casa. Hasta que sus familias lo descubrieron.
¿Cómo explicar
este comportamiento inaudito en niñas tan pequeñas?.
Charo Altable,
especialista en temas de género y educación sexual, no pareció
excesivamente sorprendida con el relato. Me explicó que en sus talleres suele
preguntar, incluso a alumnos de tercero de primaria, si saben qué es la
pornografía: prácticamente todas las criaturas afirman haberla visto en
alguna ocasión…. Pero lo más inquietante es que, en la mayoría de los
casos, lo han hecho acompañadas de algún familiar: un hermano mayor, un
primo, un tío…
Aunque es uno de los productos de
entretenimiento estrella (con más visitas, en sus principales webs, que
en todas las de mayor audiencia juntas), un negocio muy lucrativo que
crece rápidamente en todo el mundo (unos 97 billones de dólares, según
las estimaciones), la pornografía está rodeada de un espeso halo de
silencio. Es un auténtico tabú del que apenas puede hablarse, menos aún vinculada a la infancia y la educación.
Desde hace tiempo se ha convertido en un ritual de iniciación sexual para muchas personas. Es un auténtico texto alfabetizador,
una completa programación didáctica que acompaña las (primeras)
experiencias afectivo-sexuales de millones de (pre)adolescentes, jóvenes
y adultos; muchos de ellos confiesan que esas imágenes les dan ideas para experimentar en sus relaciones personales.
La pornografía despliega un discurso sobre los cuerpos, sus formas y sus usos para conseguir un tipo de emoción física que llamamos excitación. Promete un Placer mentalmente
anticipado, condicionado, vinculado al poder y, por regla general,
vivido de forma individual, e incluso culpable. Sus imágenes contienen
toda una teoría de la sexualidad: explican qué es y cómo practicarla; muestran las premisas, las condiciones, los gestos, los movimientos…modelan una mecánica adictiva del deseo separado de la intimidad, la afectividad y la noción de compartir. Ponen en escena las características de la feminidad patriarcal: objetualización, pasividad, sumisión, dependencia, despojo…,
y promueven una imagen estereotipada del cuerpo que afecta tanto a la
construcción de la líbido como a la identidad y la autoestima.
Cuando otra María
se mostró desnuda por primera vez, frente a su novio, éste no pudo
disimular su decepción: Pero…Las tetas no son así ¿verdad?. Acostumbrado
a estimularse con la fisionomía de las actrices, el joven apenas podía
excitarse con otras formas…¿Tiene la pornografía algo que ver con la
cirugía de senos y genitales a la que muchas mujeres están dispuestas a
someterse con tal de verse deseables…?
En la era del hipersexo, la industria del porno perpetúa una visión machista de las relaciones que, sin embargo, se enmascara bajo conceptos como diversión, libertad o incluso empoderamiento.
Entre lo real y lo virtual
También en la violación de María puede rastrearse la influencia de la pornografía: la planificación, la agresión en grupo, el tipo de víctima, su pasividad inducida, las prácticas, los gestos, las grabaciones…
Algunos
párrafos de la sentencia que se ha difundido a través de los medios
parecen inspirados por la dificultad para empatizar con el sufrimiento
de la víctima. Ven en los vídeos a un grupo de personas practicando
actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo; identifican a una mujer madura que de
manera autónoma ha elegido mantener relaciones no convencionales, en
una sociedad avanzada que ha alcanzado un considerable grado de libertad
para autodeterminarse sexualmente…
Numerosos estudios explican cómo, al alterar la bioquímica del cerebro y su sistema de recompensas, la pornografía es fuertemente adictiva. Su uso continuado genera una especie de confusión entre la realidad y la ficción. Comentando los mensajes que recibe habitualmente de sus admiradores, una conocida actriz porno no pudo ocultar su asombro: se
creen que lo que hago es verdad, que disfruto en el plató, con ese tipo
de relaciones…Les cuesta comprender que estoy actuando.
En
los casos extremos, la pornografía termina convirtiéndose en un
sustituto que permite llenar un vacío: el de la ausencia de experiencias
reales. Sus efectos dañinos sobre la calidad de la vida y las
relaciones empiezan a ser estudiados: es más fácil que las y los jóvenes, que consumen pornografía, compren o vendan sexo, que sean víctimas de
abusos y violencia sexual, que desarrollen adicciones…
Falta también una
educación afectivo-sexual vivencial, consciente, desenfadada, sin
moralina e integrada en la vida. Que vaya más allá de la explicación del
aparato reproductor y los métodos anticonceptivos. Además de buscar
responsabilidades allí donde están los beneficios: que quienes
contaminan y se lucran con negocios tóxicos, al menos paguen sus
consecuencias.