Ana Camarero
Ana Camarero
Los
actuales planes de estudio no se adaptan a la realidad social que viven
las nuevas generaciones, un hecho que es calificado como 'bullying
institucional'.
Alumnos de un colegio público de infantil y primaria de Sevilla. Paco Puente |
El sistema educativo en general, y el español en particular, no se
adecua al modelo de sociedad en la que vivimos. Una conclusión que se
extrae del análisis realizado por profesores, neuropsicólogos,
especialistas en neurociencia, estudiantes, pedagogos o políticos y que
recoge el investigador estadounidense Jürgen Klaric en el documental “Un crimen llamado educación”.
Se trata de un estudio realizado en más de catorce países en el que
muestra la realidad del sistema educativo ante un modelo que no logra
cubrir las necesidades de esta época. Un hecho, la falta de sintonía
entre los modelos educativos actuales y las sociedades en las que se
aplican, del que se hace eco en un momento de la película Pepe Múgica,
expresidente de Uruguay, quien afirma que “la educación en el mundo está
en crisis. No encaja demasiado, al parecer, con las exigencias del
mundo contemporáneo”.
El modelo educativo en nuestro país está desarrollado en la Ley
Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa o LOMCE, que gira
alrededor de la evaluación y que no tiene en cuenta tanto el proceso
como los resultados. Un programa que, según los expertos consultados, se
basa en que todos aprendan lo mismo, al mismo tiempo, y en el mismo
lugar, no dando opción a que un niño vaya madurando y avanzando en su
aprendizaje de forma distinta. Todos tienen que ser iguales: no se
entiende que algunos aprendan de otra manera o más despacio. Una
estandarización de la educación a la que algunas voces definen ya como bullying institucional.
Según Álvaro Bilbao,
neuropsicólogo y Doctor en Psicología de la Salud, “el sistema
educativo tiene muchos problemas y el más grave de todos ellos es el bullying institucional.
No hay más que ir a una consulta de psicología infantil en cualquier
lugar de España y escucharemos casos de niños a los que la escuela
invitó a cambiarse de colegio porque no encajaban o no daban el nivel”.
Asimismo, Bilbao manifiesta que, “en ocasiones, la escuela está más
interesada en conseguir resultados que en educar” y señala que “es un
grave error que el centro educativo no se esfuerce más en integrar a los
niños a los que les cuesta más o para que los que van mejor ayuden a
los que van peor, porque de esta manera se pierde una oportunidad muy
valiosa de enseñar a los niños a construir una sociedad mejor”.
Un modelo educativo “antinatural”
Montse Hidalgo, directora de la Universidad de la Felicidad, speaker
motivacional y experta en Neurociencia e Inteligencia Emocional,
coincide en que el actual sistema educativo obliga a que todos aprendan
lo mismo, al mismo tiempo, y de la misma forma. Una propuesta que, según
Hidalgo, es “antinatural, porque si observamos cómo aprendemos, vemos
que no todos aprendemos a andar al mismo tiempo, ni a hablar a la misma
edad. El sistema en lugar de enseñarnos a pensar lo que hace es
llenarnos de conocimientos. No desarrollan en los jóvenes la capacidad
de pensar por sí mismos”.
Pero, pese a las importantes contradicciones en las que incurre
nuestro actual modelo educativo, Bilbao no es partidario de desechar
todo lo antiguo frente a un modelo íntegramente nuevo. En este sentido,
el autor del libro “El cerebro del niño explicado a los padres” (Plataforma Editorial)
señala que “sabemos que algunas de las habilidades más importantes para
el cerebro son la creatividad y la curiosidad que van en sintonía con
las nuevas corrientes de educación. Sin embargo, también sabemos que la
persistencia y el autocontrol (presentes en los modelos educativos
anteriores) son igual de importantes”. Por ello, en palabras de Bilbao,
“no se trata de elegir sino de integrar. Los cerebros más inteligentes
son aquellos capaces de integrar información aparentemente
contradictoria. Si queremos un buen modelo educativo, debemos tomar
ejemplo del cerebro e integrar distintos conocimientos”.
Una transformación del actual modelo implantado en los colegios que
pasa porque todos los agentes implicados en el desarrollo del programa
educativo se pregunten: ¿Para qué se estudia? Administración, empresas,
centros educativos y universitarios, expertos en las distintas áreas
vinculadas con la educación y, también, las familias.
Nora Rodríguez señala que “en un mundo global, dominado por la técnica y la economía,
es necesario que niños y adolescente se pregunten, indaguen y creen su
propio aprendizaje, pero también que aprendan que necesitan tener
conexiones sociales positivas porque eso es lo que les va a permitir
desarrollarse y sacar lo mejor de sí”. En este sentido, es necesario
según Rodríguez, que los colegios “pongan el acento en habilidades
evolutivas como el altruismo, la empatía o la compasión. Educar en
sintonía con el cerebro”. Para lograrlo, es fundamental que los niños y
adolescentes se pregunten para qué estudian, porque según Nora
Rodríguez, “no se trata de que repitan lo mismo que dicen sus padres. Es
necesario que encuentren sus propias respuestas, porque ahí está la
verdadera motivación”. Una motivación que pasa por el placer de
estudiar, percibir el placer de aplicar lo que aprenden, que en opinión
de Rodríguez, “es lo que se ha perdido”.
¿Para qué educamos?
Y la forma de educar en sintonía con el cerebro, según la Fundadora
de Happy Schools Institute, consiste en ser conscientes de que primero
está el ser, después el saber y finalmente el tener. Pero, ¿cómo
incorporar este pensamiento a nuestro actual sistema educativo? Según
Nora Rodríguez, “primero hay que ver despertar el cerebro social, educar
para la paz, y a partir de ahí, hay que poner el acento en los
conocimientos, para poder después experimentar con las habilidades, los
talentos o los conocimientos adquiridos, y compartirlos con los demás,
construyendo ideas y proyectos con los que transformar la sociedad”.
Una transformación de la sociedad que pasa obligatoriamente por un
cambio en la educación que reciben las nuevas generaciones, más acorde
con su realidad. Hoy, además de las habilidades y capacidades que tenga
una persona para realizar un determinado tipo de tarea o actividad, son
necesarias una serie de competencias conductuales: autonomía,
autoliderazgo, coherencia, integridad, capacidad de atención y de
escucha, autorregulación, interés, curiosidad, autenticidad,
responsabilidad personal y social, capacidad de reflexión, proactividad,
pasión, motivación intrínseca, lógica divergente, humildad, aprendizaje
continuo, empatía, capacidad de síntesis y de argumentación, gestión
del tiempo o confianza. Es decir, las conocidas como “habilidades
blandas”.
Montse Hidalgo cree imprescindible que nos preguntemos para qué
educamos. “¿Educamos para generar personas que sean creativas,
resolutivas, que posean habilidades sociales, que puedan emprender,
etc.? Porque si lo que pretendemos es que las personas tengan empatía,
habilidades sociales, resiliencia, sepan gestionar la incertidumbre, el
cambio continuo o motivar a los equipos, entonces, el actual sistema
educativo no es válido”, afirma Hidalgo.
Por ello, una sociedad tan compleja, cambiante y volátil como la
actual tiene, en opinión de Álvaro Bilbao, su cara y su cruz: “La cara
es que la mortandad infantil casi ha desaparecido y tenemos unas cotas
de seguridad ciudadana y bienestar sin precedentes. La cruz es que una
sociedad cada vez más compleja requiere de más conocimientos y
habilidades para sobrevivir”.