Existe un bien a proteger de los niños,
su forma de pensar. No me atrevo a calificarla, por no querer incurrir
en las mismas definiciones que las maneras de definir aportan. Pero me
atrevo a recordarla en los actos y actividades solicitados por los
mismos niños que piensan.
Los que queremos ser otros, hemos querido
aprehender el espacio y el tiempo como ese continuo donde las cosas
deben de suceder. Denominando así el espacio global y el registro de la
diacronía, para un espacio que cubierto de sentido abriera las puertas
de la evolución humana. Y para esto nos hemos dotado de resortes de
comprensión y entendimiento mediatizado formando una lógica en la propia
longitud de ese omnipresente todo. Que en el intento del sincretismo
mundializado encontró esa fórmula de Internet.
Hoy es el Día de Internet (si quieren
decir algo al respecto utilicen el hashtag #ddi2013). Se lo recomiendo,
es un buen ejercicio entre las diferentes gimnasias a las que nos han
habituado, y luego miren su resultado perdiéndose en un mar de no sé
qué, integrado en las diferentes soluciones de masas de información que
desintegrado en miles de otras actualizaciones informativas hace que
desconozcamos el destino parcial de lo que se ha dicho desdoblado.
Parecerá un fragmento posiblemente coincidente con otro, quizá no mucho
más o menos. Y si copamos parte de algún espacio, será el inmediato a la
acción… ese del ágora particular donde nos encontramos en el mundo de
la vida o ese imperecedero de Internet. Anthony Giddens definió la
globalización como un proceso de intensificación de las interacciones
sociales mundiales, provocando una reciprocidad entre acontecimientos
locales y otros que acontecen en lugares distantes.