Existe un bien a proteger de los niños,
su forma de pensar. No me atrevo a calificarla, por no querer incurrir
en las mismas definiciones que las maneras de definir aportan. Pero me
atrevo a recordarla en los actos y actividades solicitados por los
mismos niños que piensan.
Los que queremos ser otros, hemos querido
aprehender el espacio y el tiempo como ese continuo donde las cosas
deben de suceder. Denominando así el espacio global y el registro de la
diacronía, para un espacio que cubierto de sentido abriera las puertas
de la evolución humana. Y para esto nos hemos dotado de resortes de
comprensión y entendimiento mediatizado formando una lógica en la propia
longitud de ese omnipresente todo. Que en el intento del sincretismo
mundializado encontró esa fórmula de Internet.
Hoy es el Día de Internet (si quieren
decir algo al respecto utilicen el hashtag #ddi2013). Se lo recomiendo,
es un buen ejercicio entre las diferentes gimnasias a las que nos han
habituado, y luego miren su resultado perdiéndose en un mar de no sé
qué, integrado en las diferentes soluciones de masas de información que
desintegrado en miles de otras actualizaciones informativas hace que
desconozcamos el destino parcial de lo que se ha dicho desdoblado.
Parecerá un fragmento posiblemente coincidente con otro, quizá no mucho
más o menos. Y si copamos parte de algún espacio, será el inmediato a la
acción… ese del ágora particular donde nos encontramos en el mundo de
la vida o ese imperecedero de Internet. Anthony Giddens definió la
globalización como un proceso de intensificación de las interacciones
sociales mundiales, provocando una reciprocidad entre acontecimientos
locales y otros que acontecen en lugares distantes.
Pero yo quería hablar sobre la placidez
de ver a un niño jugar, y que me satisface observar cómo los niños
particularizan sus espacios de juego completándolos de nuevas categorías
afines a su acción en espacios paralelos a nuestros espacios normados y
de cómo subvierten las normas codificando nuevas identidades (las suyas
propias) y de cómo saben abrir el mundo, sí nuestro sistema-mundo a
partir del juego espontáneo (ese juego que los griegos llamaron paidia), y de cómo están transformando su diálogo de juego en cierta proto-lingüística, esto que Richard Dawkins quiso definir como Meme en su libro “El gen egoísta: Las bases biológicas de nuestra conducta”
y cómo saben dejar la realidad en suspenso… será por lo que me gusta
observarles en su juego, y también en su juego en Internet que como
David Huffaker y Sandra Calvert en su obra “Gender, identity, and language use in teenage blogs”
exponen, las redes sociales de Internet brindan la posibilidad a los
niños y niñas la creación de espacios virtuales donde poder jugar con
sus propias identidades, dejando, como argumentábamos, la realidad en
suspenso.
Y todo esto que expreso para mantenerme en mi idea de la fragmentación del espacio, del espacio vivido socialmente.
Hay quienes me advierten que parece ser
que los fragmentos no son nada cuando queremos relatar historias y que
la memoria se compone y expresa como tal en la citación de la lista de
los reyes godos del tirón. Quizá haya comprendido, que entre mis otros
se citen las partes correspondientes de mi memoria y que lo importante
es saberme citar con ellos en el lugar donde podamos recordar
mutuamente. Y a este punto de encuentro denominarlo nodo o confluencia
para marcar una ruta.
Quizá los fragmentos sean espacios
autorreferenciados, propios y espontáneos pero que como un fractal
componga ciclos de mayores geometrías. Nos asusta la inmediatez, y cada
cual tendrá una carga psicológica propia para querer huir de los
escenarios performativos-públicos y se autosugestionen sobre estas
dificultades de jugar, de nuevo, con desconocidos porque los llamamos de
esa manera… y si no, en todo caso prefiramos la motivación de la
tómbola o el casino porque existe un juez de una norma vigilada.
Insisto, me gusta ver jugar a los niños.
Porque recrean y reutilizan con instrumentos propios eso que llamamos
nuestra realidad, eso que subjetivamente nos atrevemos a llamar nuestra
realidad cuando existe un mundo de sucesos objetivos y objetivables. Y
como Antonio Damasio señala, al explicar la importancia y papel
principal que tienen las emociones en la toma de decisiones y en las
acciones en general. Donde las características propias del juego
propician la flexibilidad emocional. Así, la capacidad de modular en
eventos o circunstancias espontáneas es principal en la conformación de
la seguridad y protección del individuo ante todo posible suceso. Ergo,
la prohibición del juego por parte de las personas adultas, por
considerarlo subversivo y/o peligroso, impide el proceso de aprendizaje
emocional que supone para la infancia la virtualización de su
experiencia y la iniciativa de su proceso vital. Prohibiciones que en
muchos casos imposibilitan los procesos de agencialidad lúdica por parte
de la infancia, inhabilitando la posibilidad de gamificar nuevas áreas
de acción en su espacio compartido con otros. Tal y como lo señala
Galina Lindquist, «puede penetrar en todas las esferas de la vida…
el carácter lúdico puede surgir dondequiera que la agencialidad y la
intención abran un espacio». De la misma manera Gillian Thomas y Gina Hocking en su libro “Other People’s Children”
en referencia a la limitación de la movilidad independiente infantil
aseguran que detrás de la cultura del miedo y la no-experimentación del
riesgo existe una dinámica para un mayor control e institucionalización
del niño y la niña.
El juego propicia siempre la
virtualización de la vida y de la experiencia. Este signo positivo
redescubre que el proceso de virtualización no sólo es un concepto
adscrito a lo que atribuimos a Internet sino propiamente vivencial,
proporcionando una posible continuidad de relato para el niño, entre eso
que los otros adultos parcelamos en lo online y lo offline. Quizá,
simplemente, en la habituación en la mirada de aprehensión adecuada de
la infancia redescubramos que el juego es ese posibilitador para
entender qué es Internet, también en el Día de Internet.
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