Sobre los niños que no quieren ser menores

Sobre los niños que no quieren ser menores


Autor: Kepa Paul Larrañaga
Asociación GSIA

Según dicta el artículo 1 de la Convención de Derechos del Niño de 1989, “Para los efectos de la presente Convención, se entiende por niño todo ser humano menor de dieciocho años de edad, salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya alcanzado antes la mayoría de edad”.

La socialización es la etapa en la cual se adquiere e internaliza una identidad cultural, determinada por un proceso por el cual las personas crean y dan forma a la realidad mediante la interacción social, tal y como Berger y Luckmann[1] explican: “Todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en la cual se encuentra a otros significantes que están encargados de su socialización y que le son impuestos. Las definiciones que los otros significantes hacen de la situación del individuo le son presentadas a éste como realidad objetiva. De este modo, él nace no solo dentro de un mundo social objetivo. Los otros significantes, que mediatizan el mundo por él, lo modifican en el curso de esa mediatización. Seleccionan aspectos del mundo según la situación que ocupan dentro de la estructura social y también en virtud de sus idiosincrasias individuales, biográficamente arraigadas.”.
Nuestra cultura acaba filtrada por el uso que hacemos del lenguaje y las palabras como conceptos que en su dotación de significado van dando forma a nuestra realidad social. Surgiendo de las propias cualidades del lenguaje humano. Así, como René Descartes entendió el problema del conocimiento de la realidad se da cuando el hombre se enfrenta a la res extensa, pues no sabe cómo entender el universo, de esta manera comienza a nombrar las cosas con sus sonidos guturales, y comienza a dar identidad a las cosas y también a generar una pseudo-propiedad dotada de significado.

El lenguaje es un sistema de comunicación simbólica y convencional, que es aprendido en un determinado contexto social y siempre adaptado a las normas sociales. Según Saussure[2], la arbitrariedad es una de las propiedades fundamentales del lenguaje. Esto quiere decir que las palabras no tienen en sí mismas un sentido lógico inherente por lo que se elijan, sino que surgen de convenciones y expectativas dadas en una comunidad concreta de hablantes. Dicho sentido cambia en el transcurso del tiempo y de los contextos de uso.

Así, producimos dotación de sentido y de significado sobre un significante. Max Weber, un autor clásico en sociología, advierte en uno de sus libros fundamentales  de la ingente obra que produjo para entender la construcción social, “Economía y sociedad”, que la acción social está siempre dotada de sentido. Así, la define en el libro citado, “Por acción debe entenderse una conducta humana (bien consista en un hacer externo o interno, ya en un omitir o permitir) siempre que el sujeto o los sujetos de la acción enlacen a ella un sentido subjetivo. La “acción social”, por tanto es una acción donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarrollo[3]. De esta manera, la acción siempre se refiere a la acción esperada socialmente porque es afín a esa dotación de sentido que se corresponde al significado construido socialmente y culturalmente dada su arbitrariedad.

A su vez, otro lingüista americano, Benjamin Lee Whorf indicó en 1940 que el lenguaje que hablamos condiciona directamente nuestro pensamiento por el modelaje lingüístico producido por el grupo social y contextual, de manera inconsciente, “Las personas que utilizan acusadamente gramáticas diferentes se ven dirigidas por sus respectivas gramáticas hacia tipos diferentes de observación y hacia evaluaciones diferentes de actos de observación, externamente similares; por lo tanto, no son equivalentes como observadores, sino que tienen que llegar a algunos puntos de vista diferentes del mundo[4]. De lo que Whorf nos advierte, es que nuestro uso lingüístico actúa en nuestras propias creencias sobre la realidad social que nos rodea, dotándola de significado.

Actualmente, la lingüística estudia la frontera de la diglosia, término que se refiere al uso diferenciado de lenguajes dependiendo del entorno en el cual es usado. Y digo, “actualmente” y “frontera” ya que el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) nos convierte en ciudadanos transfronterizos a nivel del uso del lenguaje con la introducción paulatina de términos de origen anglosajón que son entendidos y dotan de sentido las acciones dadas entre internautas.
Los niños, ya son transfronterizos a causa tanto de la inmediatez como de la interconectividad que suponen las TIC a nivel global. Y como enunciábamos en el título de este artículo, quisieron y quieren, aún, dejar de ser menores.

Porque al pronunciar los nombre Menor y Adulto, estamos pronunciando categorías binarias que se posicionan una respecto a otra por algún tipo de grado, y en esta graduación no deja a ese supuesto menor más que en una posición de querer superar su grado de supuesta inferioridad. Al construir socialmente este HACIA supeditamos a nuestros niños al esfuerzo por querer ser ese otro que se construye en su deseo de ser mayor, trasladando su experiencia a otro momento, en muchos casos, dado y repleto de retos, a veces, imposibles. Buscando, quizá, en su rebeldía una sola identidad que le responda a ¿quién soy?

Debemos superar las diferentes concepciones binarias, origen de la constante lucha de los principios que el maniqueísmo ideó, el bien y el mal.

Como ya explicó el físico Lotfali Askar Zadeh en su teoría sobre la “fuzzylogicno es posible explicar fenómenos complejos bajo esquemas binarios de verdadero y falso. En nuestra sociedad dotada de complejidad, donde cada vez existen más interconexiones transversales, encontrándose éstas en medio de numerosos y diferentes vectores de sentido, las construcciones de origen binario dificultan y entorpecen el cultivo (origen etimológico de la palabra cultura) de propuestas que sean afines a las circunstancias de esta sociedad, donde los niños quieren ser niños.

Nos quedamos con el pensamiento de Deleuze y Guattari, “Un rizoma no empieza, ni acaba, siempre está en el medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo [...]. El árbol es filiación, pero el rizoma tiene como tejido la conjunción ‘y…y...y...’. En esta conjunción hay fuerza suficiente para sacudir y desenraizar al verbo ser…”.[5]

Comencemos a dejar ser a los niños, niños,  y no menores.


KEPA PAUL LARRAÑAGA
Coordinador-Responsable de TICs e Infancia
Asociación GSIA (Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia)




[1]P.L.Berger y T. Luckman, “La construcción social de la realidad”. Editorial Amorrortu, 1968.
[2]Ferdinand de Saussure, “Curso de Lingüísticageneral”. Editorial Losada, 1945.
[3]Max Weber, Economía y sociedad”. Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
[4]Benjamin Lee Whorf, “Lenguaje, pensamiento y realidad”. EditorialBarral, Barcelona, pp. 249-262, 1971.
[5]Guilles Deleuze y FelixGuattari. “Mil Mesetas, Capitalismo y Esquizofrenia”. Editorial Pre-Textos. p. 29. 2a Edición. Valencia, España. 1994.

1 comentario:

  1. Desde luego comparto todo lo que expone el artículo, pero creo que se pueden añadir otras consideraciones fáciles y accesibles para el público que no conoce a Weber. Es sencillo proponer esta pregunta a cualquier padre o madre: ¿piensas en tus hijos como "menores"? ¿Cómo te sentirías si lo hicieras? Además de todas sus raíces epistemológicas y sus implicaciones para la psicogénesis la realidad es que el término "menor" se reserva para los niños abusados, vejados, emigrantes o a los que son todo lo contrario: delincuentes, agresores o amenazantes. Es nuestro "banco malo lingüístico" para evitar tener que tratar a todos por igual. Por eso jamás utilizaríamos palabra tan grave y desagradable con nuestros descendientes. Y es algo muy español... somos expertos en la ceguera comunitaria.

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