«Cuidar la toma de decisiones: ¿Mantener en el hogar o separar para proteger?», 3º Art. Renovando desde dentro.

Artículo 3: «Cuidar la toma de decisiones: ¿Mantener en el hogar o separar para proteger?» por Antonio Ferrandis Torres,
Pedagogo. Técnico en Protección Infantil.
La preocupación porque los niños, niñas y adolescentes (NNAi) no sean innecesariamente separados de sus familias es relativamente reciente. En la historia de nuestro país, la salida del hogar y el internamiento masificado en grandes residencias constituyó durante décadas la respuesta habitual ante necesidades tan dispares como la orfandad, la falta de recursos económicos, el horario laboral prolongado, la moralidad cuestionada, la mala reputación, o la negligencia y el maltrato padecidos. Como dijo Maslow: “Si tu única herramienta es un martillo, todo lo tratarás como un clavo”. Cuando el único recurso de protección infantil era el internado, la respuesta habitual para los NNA en situación de dificultad era la separación de sus familias y la consiguiente institucionalización, fueran cuales fueran las causas y circunstancias.

Lenta y trabajosamente, el acogimiento familiar se va imponiendo como medida prioritaria frente al acogimiento residencial en los casos de salida del NNA del hogar familiar, lo cual supone una mejora sustancial en los sistemas de protección modernos. Pero aun siendo preferible al internamiento, no debe perderse de vista que también en el acogimiento familiar, con la salida del hogar se separa al NNA de su familia, allegados y entorno.

Para contrarrestar la vieja tendencia a la separación como medida prioritaria, los sistemas modernos de protección infantil deben dotarse de controles para evitar la separación siempre que resulte posible mantener a los NNA protegidos en su propio entorno. En los manuales internacionales se denomina “gatekeeping” (literalmente, “vigilar la puerta”) a estos controles que forman parte de los procedimientos y recursos implicados en la toma de decisiones de protección sobre los NNA en situación de riesgo o desamparo ii. Se trata de consolidar un procedimiento sistemático para garantizar que la separación de su familia se produzca sólo cuando sea necesaria, y que se acuerde el apoyo o la medida más adecuados, a la luz de lo que sea más beneficioso para el NNA (“su superior interés”). Una política adecuada de gatekeeping es un requisito básico de un sistema de protección infantil respetuoso con los derechos de los niños, niñas y adolescentes.

A estas alturas podemos afirmar que la protección de los NNA está asociada a la protección de sus propias familias como ámbito natural y fundamental para su crianza y educación, y por tanto la preservación familiar se configura como la opción de partida para atender a los NNA en riesgo. Pero también somos conscientes de la existencia del maltrato infantil intrafamiliar y el devastador efecto de la adversidad continuada en el desarrollo, que justifica la existencia de recursos e instrumentos legales para separar al NNA y colocarlo en un entorno protector, e incluso suspender temporal o definitivamente los derechos parentales (y si las circunstancias lo exigen, con carácter de urgencia).

La separación de un NNA de sus figuras significativas de cuidado interfiere el desarrollo de los vínculos primarios y perjudica la normal evolución de los aspectos del desarrollo que más relación guardan con la estimulación social. Sólo se justifica si es decidida tras una evaluación lo más exhaustiva posible, en el marco de una red de servicios que comprende diferentes medidas posibles, y como parte de un proceso más amplio de intervención. En sí misma, la mera separación no corrige las circunstancias que han amenazado o dañado al NNA. La protección no puede limitarse a separar y, supuestamente, poner a salvo al NNA. La separación permite que se pongan en marcha acciones para atender el conjunto de necesidades implicadas, con el objetivo de que en un plazo razonable el NNA se encuentre en una situación estable que atienda sus necesidades y respete sus derechos. No es fácil definir la duración de ese “plazo razonable”, pero la reforma del sistema de protección a la infancia de 2015 asumió los planteamientos de la corriente de la “planificación para la permanenciaiiique enfatiza la importancia de la estabilidad y pone plazos a la reunificación familiar, que en principio se debe prever en un plazo máximo de dos años, o en caso contrario ofrecer una alternativa familiar estable. Con mucho acierto, se afirma en dicha reforma que uno de los elementos esenciales para ponderar el superior interés de los NNA es “el irreversible efecto del transcurso del tiempo en su desarrollo”.

Pros y contras

Conviene considerar con mucho respeto la decisión de separación. Indudablemente, sacar al NNA de un entorno amenazador o perjudicial ofrece la ventaja de proporcionar una protección inmediata contra la negligencia o el maltrato detectados (aunque existan otros riesgos y maltratos al acecho). La salida del NNA del hogar puede proporcionar a los progenitores un alivio temporal ante situaciones de estrés que están dificultando su tarea. También puede suponer una demostración de la gravedad de la situación si no eran suficientemente conscientes de las necesidades infantiles, que les haga tomar conciencia y movilizar sus recursos. Pero, como solución que puede crear nuevos problemas, implica también una doble victimización para el NNA que es separado, puede generar conflictos de lealtades y desapego emocional, y se corre el riesgo de ubicarlo en un limbo impreciso mientras su familia se reorganiza sin él o ella, lo que hace a los NNA y a sus familias progresivamente más vulnerables.

Una decisión con ruido y sesgos

El hecho de separar a los NNA de su familia y su hogar es una acción tan grave que debe ser resultado de una decisión muy fundamentada. La complejidad de esta decisión se manifiesta en la frecuente falta de consenso entre los profesionales que, enfrentados a una situación concreta, no nos ponemos de acuerdo sobre si separar al NNA será o no la alternativa más adecuada. Este dilema entre preservar la convivencia familiar o separar al NNA para asegurar su protección constituye un ejemplo evidente de decisión con elevado riesgo de error, por su alto grado de ruido y de sesgoiv. Ruido es como llaman los expertos a las divergencias entre distintos profesionales en cuanto a la respuesta que juzgan más adecuada; y sesgo, a la tendencia individual o colectiva a responder de determinada manera por condicionamientos o prejuicios independientes del caso concreto. La experiencia de participar en las deliberaciones, a veces colaborativas y a veces confrontativas, de un equipo o una comisión que debe proponer o acordar la medida más conveniente para la protección de un NNA, suele confirmar este ruido de cosechar respuestas diferentes por parte de actores sincera y rotundamente convencidos de que su opción es la adecuada.

Al igual que los profesionales de la medicina, la economía o la justicia, los profesionales de la protección infantil y las entidades intervinientes debemos incorporar a nuestra práctica procesos de racionalización de la toma de decisiones y evitación de errores típicos en los juicios diagnósticos y pronósticos.

Una decisión condicionada por sesgos profesionales y vaivenes políticos

Cuando se consigue cierta visión de conjunto, se observa que hay lugares y tiempos más proclives a priorizar la seguridad inmediata (separando a los NNA de sus familias en caso de riesgo) mientras que en otros la preferencia se desplaza hacia la preservación familiar (manteniéndolos en su entorno con los necesarios apoyos). Se ha constatado, por ejemplo, que ciertos sucesos con repercusión mediática influyen y modifican las políticas de protección infantil británicas v. Cuando ocurre un escándalo en el sistema de protección, ya sea por una insuficiente acción con resultado de muerte infantil o, en casos opuestos, por una intromisión arbitraria y excesiva en la intimidad de una familia, se realiza una comisión parlamentaria de investigación. Las controversias y conclusiones de tales comisiones provocan movimientos pendulares, tanto entre los profesionales individualmente como en las instituciones locales, en cuanto a ser más proclives a sacar del hogar y poner a salvo a los NNA o estar más inclinados a la preservación de la convivencia familiar. Sin duda, también en nuestro país existen ejemplos de estos vaivenes provocados por éxitos o fracasos anteriores o por otras razones ideológicas. La definición de qué alternativa resulta más acorde “al superior interés del NNA” no siempre resulta fácil cuando debe aplicarse a los casos concretos en que debemos intervenir.

Entre ambas orillas fluctúan las decisiones de protección, como Ulises navegando entre Escila, que devoraba a los marineros, y Caribdis, cuyo remolino hundía los barcos. El sesgo de Ulises es conocido: prefirió sacrificar a las personas que arriesgar la nave. A un lado está la separación de los NNA y su potencial desarraigo de sus familias, y al otro la permanencia en el hogar en unas condiciones potencialmente amenazadoras para su bienestar: ¿será posible objetivar las decisiones y controlar los sesgos?

Una decisión condicionada por los recursos

Otra fuente de complejidad es que no se trata de una decisión que se toma en el vacío, sino en un entorno real y concreto. A la hora de intentar clarificar “en qué casos hay que separar y en qué casos no”, pronto aprendemos que no depende tanto del caso en sí mismo, sino de los recursos reales disponibles. Es decir, que no es impensable que, ante una situación similar de desatención y negligencia padecida por una niña de cuatro años, en determinado lugar podría ser enfocada como un proyecto de preservación familiar porque se dispone de recursos para la supervisión domiciliaria y entrenamiento parental, mientras que un kilómetro más allá podría implicar la separación de la niña de su inexperta madre y el acogimiento temporal porque no hay posibilidad de asegurar su bienestar mínimo. Y esto no ocurre sólo en cuanto a diferencias entre Comunidades Autónomas, sino incluso entre localidades próximas, tal es la diversidad de planteamientos y recursos disponibles entre unos lugares y otros.

Una decisión con múltiples actores

La decisión de separación o preservación familiar también resulta compleja porque implica a muchos actores y corre el riesgo de que tanto el análisis de la situación como la actuación posterior sean muy fragmentadas. En el proceso de valoración y decisión sobre si este NNA sale o no de su casa porque se considera que es lo que más le conviene, intervienen tanto profesionales de la protección como personas particulares (familiares y otros), de varios ámbitos (social, educativo, sanitario, judicial…) así como varios niveles diferentes del sistema, desde la atención primaria, la atención especializada, los servicios centrales y hasta el juzgado. Los diversos ámbitos, culturas, lenguajes y sensibilidades de tantos actores aportan la riqueza de la multidisciplinariedad, pero multiplican la probabilidad de divergencias. Sin olvidar la propia posición del NNA, expresada directamente o a través de personas cualificadas por su relación con él, para obedecer el mandato legal de incorporar “la consideración de los deseos, sentimientos y opiniones del menor, así como su derecho a participar progresivamente en función de su edad, madurez, desarrollo y evolución personal, en el proceso de determinación de su interés superior”.

Una decisión intempestiva

Es decir, “que ocurre fuera del tiempo adecuado o conveniente”. En buen número de casos la decisión se toma en momentos de crisis que pueden emborronar el análisis, o se ve demorada por la dificultad para recabar los antecedentes necesarios, o se ve apremiada porque se aproxima una fecha o el límite de un plazo. Como ocurre cuando los NNA se encuentran en recursos de urgencia, sean familiares o residenciales, la salida efectiva del hogar se ha adelantado a la valoración y decisión previas, y el NNA ya se encuentra fuera de su domicilio, sea por circunstancias sobrevenidas que han impedido un estudio previo, o por acciones judiciales (como un desahucio o una medida cautelar de alejamiento del progenitor…), o sanitarias (como una hospitalización o una intervención), o policiales (como un desalojo o una detención), u otras. La valoración puede concluir la conveniencia de un regreso al hogar y así ocurre en muchos casos, pero lo cierto es que la separación se ha producido y a veces dificulta el regreso.

Una decisión que implica dos dimensiones

Cuando decimos que la intervención protectora debe poder explicar su porqué y su paraqué debemos ser conscientes de que ello implica dos juicios complejos:

– un juicio de evaluación sobre la situación actual, esto es, la valoración del riesgo o desamparo existente a la vista de una ponderación de las circunstancias lo más completa posible;

un juicio de predicción sobre las medidas y acciones necesarias para modificar las circunstancias perjudiciales conocidas y que, en un plazo de tiempo razonable, el NNA se encuentre en una situación estable y segura.

Este juicio predictivo o “pronóstico”, tal como lo denomina la ley de 2015, no consiste en la formulación de una profecía ni una especial videncia atribuida a técnicos experimentados, sino la determinación de los objetivos a conseguir, los indicadores de logro para evaluarlos, y la previsión de un plan de trabajo con compromisos de todas las partes. En los casos de una situación de riesgo en la que es posible la preservación familiar, la ley los llama proyecto de intervención social y educativo familiar, que deberán recoger los objetivos, actuaciones, recursos y previsión de plazos, para promover los factores de protección que permiten mantener al NNA en su medio. En el caso de que se trate de una salida del hogar, tanto si es guarda como si es tutela, lo llama plan individualizado de protección, también con sus objetivos, la previsión y el plazo de las medidas de intervención, incluyendo si es el caso el programa de reintegración familiar. Todas las partes deben estar informadas de esos compromisos y condiciones de regreso, y evitar ambigüedades que hagan parecer que el futuro lo determinará la mayor o menor generosidad, simpatía, o estrés … de los técnicos.

Nos parece muy importante incorporar esta perspectiva de futuro a la toma de decisiones. Lamentablemente, los servicios de protección pueden estar tan cargados de trabajo y apremiados por la urgencia que una vez se produce la separación de un NNA de su entorno, se relaja la tensión y el sistema pasa a preocuparse por otros casos. Hace veinte años vicomprobamos el elevado porcentaje de casos en que los servicios sociales dejaban de intervenir con la familia tras la separación, o la limitaban al mero “seguimiento social” del caso. El destino del NNA que ha sido separado puede quedar a merced de la disponibilidad de recursos, el exceso de casos, la ausencia de una planificación consistente, o el azar.

Diez pistas para examinar la toma de decisiones

Por si resultan inspiradoras para mejorar los procesos de toma de decisiones de preservación / separación, tanto desde el punto de vista individual del profesional que participa, como del conjunto de la institución, proponemos diez sugerencias para la reflexionar sobre nuestra práctica.

  1. ¿Se consideran las opiniones, deseos y necesidades de cada NNA en el proceso de toma de decisión que le concierne?

Aunque parezca innecesario recordar esto treinta años después de la Convención de 1989, hay que asegurarse de que se ha informado, preguntado y pedido opinión al NNA, e incluso recabado su participación. Y esto no es porque seamos especialmente simpáticos y cercanos (que ojalá lo fuéramos), sino por imperativo legal de escuchar y tener en cuenta al NNA, sin discriminación alguna por edad, discapacidad o cualquier otra circunstancia en cualquier procedimiento que conduzca a una decisión que incida en su esfera personal, familiar o social, teniéndose debidamente en cuenta sus opiniones, en función de su edad y madurez. Y esto comprende sus manifestaciones directas (“verbalmente o a través de formas no verbales de comunicación”), como a través de personas designadas por el NNA que por su “relación de especial confianza con él” o por su profesión puedan transmitir objetivamente su parecer.

Diremos también que, por muchos que sean los niveles administrativos o judiciales de decisión, la presencia y la participación en la decisión de quien conoce personalmente al NNA es un requisito necesario –aunque no suficiente – para la calidad del proceso.

  1. ¿Está asegurada la aportación de distintas personas / equipos y de diferentes perspectivas?

También en esta cuestión varias decenas de ojos suelen ver mejor que un solo par. La existencia de valoraciones por separado que se ponen en común reduce los riesgos de sesgo y de ruido. Complementar los datos del ámbito sanitario con los que se aportan desde el ámbito educativo o social multiplica la fiabilidad y validez de las evaluaciones. Y nos referimos a la aportación de los técnicos, y las de las familias acogedoras de urgencia, y las de las familias de origen. Disponer también de valoraciones en momentos diferentes puede enriquecer la evaluación final. Como es natural, también existen defectos en las decisiones colectivas, pero se reducen los riesgos de decisiones condicionadas por ideologías o sentimientos individuales. Que existan supervisores con suficiente especialización, capaces de devolver a los equipos un feedback respecto a la calidad de sus procesos decisorios, sería un valor añadido.

Pero no conviene ser ingenuos: la coordinación entre instituciones y la colaboración entre servicios no suele ser el estado natural de las cosas ni surge únicamente de las buenas intenciones, sino que requieren protocolos y liderazgo.

  1. ¿Se recoge información suficiente para reducir el riesgo de los prejuicios y el peso de las primeras impresiones?

Como en toda actividad humana, tendemos a buscar datos que apoyen nuestra primera impresión y creer que esta búsqueda de coherencia interna garantiza la decisión. Las percepciones subjetivas pueden condicionar toda la valoración posterior y que tendamos a aceptar únicamente los argumentos que las confirman. Por ello es necesaria una evaluación comprensiva que recopile información diversa. Es necesario identificar correctamente la situación de desprotección, los factores que la han motivado, las necesidades del NNA y la familia, los factores de protección existentes, y el pronóstico respecto a los cambios necesarios.

Junto a la seguridad que nos da asirnos a las primeras impresiones, está el peligro de fijarse en un único aspecto (la “visión de túnel”) y despreciar otras dimensiones relevantes. Otro error frecuente es el de sobredimensionar datos cercanos o inmediatos (por ejemplo, una anécdota reciente muy llamativa) y minusvalorar los datos de una trayectoria temporal prolongada. Otro sesgo que hay que vigilar es el llamado sesgo de deseabilidad, que nos inclina a creer lo que queremos que ocurra, confundiendo deseos con realidades.

  1. ¿Se emplean instrumentos para que la información sea lo más objetiva posible?

En ocasiones, las reuniones técnicas que van a tomar decisiones trascendentales sobre la vida de los NNA corren el riesgo de parecerse a tertulias de opinión, en las que se comparten y discuten valoraciones meramente subjetivas de los presentes. Los equipos profesionales deben trabajar sobre datos y evidencias, para fundamentar las decisiones posteriores y limitar en lo posible la influencia de los propios sistemas de valores, prejuicios e ideología que pueden sesgar la intervención. El empleo de la historia social única, de informes detallados, de protocolos de valoración, de guías y directrices de aplicación, de instrumentos de medida, de escalas de valoración, de hojas de registro, de instrumentos estandarizados y digitalizados, etc., que permiten objetivar y ponderar las circunstancias y disposiciones familiares puede ayudar a conseguir mayor objetividad en el proceso de decisión. Ello exige también un grado suficiente de formación y entrenamiento para los equipos profesionales.

Reconozcamos que son precisamente los equipos experimentados los que a veces muestran resistencia a emplear estrategias de análisis y toma de decisiones que compensen estos riesgos potenciales, como si ello cuestionara su “juicio clínico” o su intuición. La experiencia, obviamente, es valiosísima siempre que sea reflexionada y analizada; pero no es incompatible con los necesarios procedimientos de análisis estructurados y racionales.

  1. ¿Tomamos una decisión sólo porque es más fácil que otras?

Parece inevitable que, ante situaciones complejas, el ser humano tiende a decidir lo más fácil. Si no se dispone del recurso idóneo, o parece complicado conseguirlo, existe el riesgo a conformarse con la alternativa más al alcance, o que implica menores esfuerzos, o que no exige enfrentamiento o exigencia, o que no va a molestar a nadie. Tradicionalmente, se decía que “siempre habrá tantos menores internos como plazas residenciales existan” porque la mera existencia de un recurso más fácil de aplicar que una intervención preventiva en el medio o una familia acogedora, lo convierte en opción prioritaria, aunque no fuera la más idónea. Ello permite una respuesta inmediata al problema y la impresión, en la mayor parte de los casos falsa, de que el problema ha quedado resuelto. Pero ni se previene la situación de riesgo para el NNA ni se interviene sobre sus causas. Sería una lástima que la actuación protectora no se decidiera sobre la base de las necesidades del caso, sino que la decisión final esté condicionada por la facilidad o dificultad de conseguir el recurso que responde a las necesidades del NNA, o por evitar enfrentamientos.

  1. ¿Existen mecanismos para evitar las decisiones apresuradas?

Aunque no dejamos de recordar la importancia de valorar el paso del tiempo en el desarrollo de los NNA y la fijación de plazos, hay que advertir que la rapidez y las decisiones intuitivas no son necesariamente un mérito. Hay procedimientos de trabajo o culturas de equipo que parecen reforzar las decisiones rápidas tomadas por personas resolutivas, que evitan problemas a la institución, aunque coloquen a los NNA en un rumbo inadecuado. El riesgo permanente de que lo urgente se anteponga a lo importante. Se dice que un tercio de los errores de una organización son atribuibles a los excesos de carga de trabajo en determinadas personas, lo cual merecería también una especial precaución.

Con frecuencia, la decisión sobre separación o preservación se toma apresuradamente en momentos de crisis, lo cual reduce su fundamentación técnica y puede resultar más inconveniente para el NNA implicado. Como en la práctica siempre habrá que tomar decisiones en momentos de urgencia, estas medidas urgentes deben estar sometidas a revisión temprana antes de que la fuerza de la costumbre las equipare a otras decisiones de mejor fundamentación.

En el extremo contrario estaría la excesiva demora en la toma de decisiones por inoperancia, dificultad, o falta de rigor. Desarrollar una cultura de respeto a los plazos y de diligencia es fundamental.

  1. ¿Se especifican adecuadamente los problemas, decisiones y compromisos?

Trabajar con formulaciones genéricas o vagas (en la descripción de las circunstancias, en la calificación del problema, en los objetivos de la intervención, en los compromisos a asumir…) resulta confuso e inoperante. Debemos ser capaces de precisar de qué dimensiones estamos hablando y de qué indicadores. Si estamos valorando la posibilidad de una preservación familiar, será necesario descender a variables más concretas, como el grado de conciencia de problema, la motivación de cambio, la respuesta de colaboración e implicación, la cronicidad de los problemas, la posibilidad de modificar las causas, el grado de incapacidad y de conflictividad, la vinculación parento-filial, la gravedad de los perjuicios o el volumen de necesidades infantiles por su edad o necesidades, u otras dimensiones que concreten la realidad y previsión de cambios posibles.

Si se está decidiendo el acogimiento fuera del hogar, se requiere un plan de continuidad para el NNA y la familia. ¿En qué tipo de acogimiento? ¿Cuánto estará fuera? ¿Con qué tipo y frecuencia de relación con la familia? ¿Cuál es el plan de vuelta? ¿Qué objetivos se van a perseguir y qué grado de consecución permitirá el regreso? ¿Evaluado a través de qué indicadores? En caso contrario ¿qué plazo se considera para una solución alternativa estable?

Las buenas intenciones son valiosas, pero la eficacia requiere descender a los detalles. Un viejo refrán decía “Si definimos, no discutiremos”.

  1. ¿Las decisiones tomadas contemplan el futuro de los NNA implicados?

Las decisiones de protección infantil deben tener visión de futuro y pronunciarse sobre lo que debe ocurrir. La intervención protectora no se interrumpe o ralentiza si el NNA es separado, ni se limita a “esperar y observar” si se le mantiene en su entorno. La decisión implica acciones que hay que hacer y define quién va a hacerlas y en qué plazo. Sólo si existe el plan de caso que se revisa periódicamente es posible asegurar la finalidad de la intervención protectora. En principio, el objetivo debería ser la preservación de la vida familiar, pero si su seguridad y su atención adecuadas han justificado su salida del hogar familiar, la primera alternativa que debe considerarse es la de la reunificación familiar en un plazo establecido con los recursos necesarios (apoyo intensivo a la familia, ayuda económica, supervisión educativa, programa terapéutico, etc.) Y si la reunificación familiar no es posible, deberá considerarse la medida permanente o, en el caso de adolescentes, la preparación para la autonomía personal. Pero todo ello implica que las decisiones tomadas incluyen plazos y compromisos: plazos de intervención, plazos de seguimiento, plazos de modificación de la decisión…

Pensar en el futuro también implica considerar los riesgos potenciales la decisión tomada, de modo que puedan adoptarse medidas preventivas frente a ellos; y si es posible, planes alternativos por si la medida resulta inadecuada.

  1. ¿Nos aseguramos de que las decisiones sean comprendidas por todos los implicados, tanto familias como profesionales?

Gran parte de la evolución posterior está condicionada por el modo en que se desarrolla el comienzo de la intervención (y más si se trata de una separación, que debería planificarse lo más cuidadosamente posible). Asegurarse de que la familia de origen y el menor comprenden la medida tomada y la finalidad que se persigue resulta fundamental. Aunque en los casos de gran conflictividad será complejo, resulta de vital importancia que en las primeras semanas se consiga cierto grado de comprensión, colaboración y consenso con las familias, que permita una relación más fluida, que ayude a los progenitores a tomar conciencia de sus dificultades, pero también sus fortalezas, que les transmita su derecho a ser escuchados, a implicarse y a mejorar en competencia.

También es importante asegurarse desde el comienzo la mayor claridad y conjunción posible en cuanto a la orientación de la intervención sociofamiliar entre los diversos servicios implicados, incluida la familia acogedora o los encargados del cuidado directo. A veces ocurre, más bien al contrario: se tardan meses o años en coordinar a las instituciones implicadas y que asuman una orientación conjunta del trabajo sociofamiliar en los casos de un NNA separado de su hogar, lo que impide una intervención intensiva durante las primeras etapas de separación, tan decisivas para facilitar la reincorporación posterior.

  1. ¿Existen mecanismos para asegurar la revisión y la decisión incluso en ausencia de crisis?

En un sistema enfrentado a la urgencia permanente y que maneja problemas con fuerte componente emocional, pueden pasar inadvertidos los casos que no llaman la atención o se cronifican sin llamativos incidentes. Las estructuras se acomodan fácilmente a aceptar cierto grado de adversidad crónica, y sólo si se produce una crisis aguda se re-evalúa la situación de los NNA. Pero inevitablemente, no tomar decisiones también es una forma de decidir sobre la vida de los NNA en riesgo que permanecen en su casa, o que han sido separados y no regresan. Los mecanismos de control y la exigencia de informar periódicamente a instancias ajenas deberían reducir este riesgo de que sólo se tomen decisiones cuando la situación explota.

Para concluir

En el documento inicial con el que abrimos “Renovando desde dentro” mencionábamos la paradoja de que los profesionales de la protección ejercen con sus acciones, decisiones y omisiones una poderosa influencia en las vidas de los NNA, pero a la vez experimentan la impotencia de no poder ofrecer a los NNA la respuesta a sus necesidades. Ojalá estas sugerencias os inspiren para reflexionar sobre ello.

Antonio Ferrandis.

20 de noviembre de 2021, Día Internacional de los Derechos de los NNA

32º Aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño

i A lo largo del texto usaré el acrónimo NNA para referirme, tanto en singular como en plural, a “niño, niña y/o adolescente” que incluye a todas las personas menores de edad, aunque la Academia considere innecesario el desdoblamiento por género.

ii https://bettercarenetwork.org/library/principles-of-good-care-practices/gatekeeping

iii https://bettercarenetwork.org/library/principles-of-good-care-practices/permanency-planning

iv KAHNEMAN, D. et al. (2021). Ruido: Un fallo en el juicio humano. Debate, Madrid.

v STEVENSON, O. (1992): La atención al niño maltratado. Paidós, Barcelona.

vi FERRANDIS, A. (1998): El Internamiento residencial como recurso de protección a la infancia. Tesis doctoral no publicada. Universidad Pontificia Comillas, Madrid.

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Escala de Medición de Actitudes hacia la Trata Sexual de Mujeres y Niñas. Escala STAS aplicada en Estudiantes de la U. de Salamanca.


Autoras Cristina Herrero-Villoria
Antonia Picornell-Lucas
Carmen Patino-Alonso.

El objetivo de este estudio fue validar y analizar las propiedades psicométricas de una versión en español de la Escala de Actitudes de Trata Sexual hacia mujeres y niñas (STAS)
Se utilizó una muestra de 204 estudiantes de la Universidad de Salamanca (España). El análisis factorial exploratorio y el análisis factorial confirmatorio confirmaron una estructura multifactorial de seis factores (70,1% de varianza). El índice de consistencia interna α de Cronbach obtenido para la muestra fue de 0,87 y la fiabilidad compuesta fue de 0,94. 
Se determinó la validez convergente entre la escala completa y las seis dimensiones, y divergente entre las subescalas. La versión española del instrumento constaba de 25 ítems, resultando una medida fiable y parsimoniosa. (en inglés, ficha en castellano)

Comunicación con las autoras a través de  

Cita:
Herrero-Villoria C, Picornell-Lucas A, Patino-Alonso C. Adaptación cultural y validación al español de la Escala de Medición de Actitudes hacia la Trata Sexual de Mujeres y Niñas en Estudiantes de la Universidad de Salamanca. Violencia contra la mujer . Diciembre de 2021. doi: 10.1177 / 10778012211038971

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"Avanzando en la atención integral a niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual en Andalucía', Webinar día 16 diciembre.,

El Programa de Evaluación, Diagnóstico y Tratamiento a niños, niñas y adolescentes (NNA) víctimas de violencia sexual de Andalucía es un servicio público de la Junta de Andalucía, coordinado desde los Servicios de Prevención de las Delegaciones Territoriales y llevado a cabo por las entidades Asociación ADIMA y la Fundación Márgenes y Vínculos.

Los objetivos del webinar son:
  • Dar a conocer el modelo de intervención del Programa de Evaluación, Diagnóstico y Tratamiento a niños, niñas y adolescentes (NNA) víctimas de violencia sexual de Andalucía.
  • Difundir buenas prácticas de coordinación jurídico-asistencial en la atención a NNA víctimas de violencia sexual.
  • Sensibilizar a través de la visión de los NNA víctimas y sus familias sobre la atención integral en victimización sexual.
El webinar se dirige a profesionales relacionados con la infancia y adolescencia desde los distintos ámbitos: Educativo, Sanitario, Judicial, Servicios Sociales Comunitarios, Equipos de Tratamiento Familiar, Instituto de Medicina Legal (IML), Servicio de Asistencia a Víctimas en Andalucía (SAVA), Defensoría de la Infancia y Adolescencia, Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, Servicios de Prevención, Servicios de Protección de Menores, así como Organizaciones sin ánimo de lucro (tercer sector), Fundaciones, Colegios Profesionales, etc.

Este seminario web es de inscripción gratuita 
y está organizado por la Dirección General de Infancia de la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación, la Asociación ADIMA y la Fundación Márgenes y Vínculos, con la colaboración del Observatorio de la Infancia y Adolescencia de Andalucía.

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Voto a los 16, ¿a quién interesa?.

El protagonismo público de los más jóvenes, 
en especial de las y los adolescentes en todo el mundo, 
se ha ido haciendo cada vez más patente. 


Our Europe Our Rights Our future
Alemania tendrá en unos días un nuevo gobierno formado por una coalición entre los partidos socialdemócrata, verde y liberal. El acuerdo entre estos tres partidos contempla numerosas reformas encaminadas a modernizar el país en distintas dimensiones, entre las que se encuentra el reconocimiento del derecho a votar a sus ciudadanos a partir de los 16 años. Si el propósito llegara a término, Alemania sería el segundo país europeo en incorporar a esta franja de la población joven en la actividad de participación política más característica de los sistemas democráticos. Seguiría así el ejemplo de Austria, que implantó el derecho en 2007, y de otros cinco países del mundo. Se generalizaría a la vez, en Alemania, un derecho que ya tienen los más jóvenes en algunos estados de la República Federal, sea en el nivel regional o en el local.

El interés por la edad requerida para ejercer el derecho al voto, y el debate subsiguiente, viene de lejos y se reaviva de tiempo en tiempo, espoleado unas veces por la influencia de algunas fuerzas políticas y en otras ocasiones por la presión de los acontecimientos o de los movimientos sociales surgidos al calor de los mismos.

somatemps.me
En la actualidad puede decirse que el protagonismo público de los más jóvenes, en especial de las y los adolescentes en todo el mundo, se ha ido haciendo cada vez más patente. Basta traer a la memoria a los estudiantes de secundaria que prendieron la conciencia que dio lugar al “estallido” en Chile. O al movimiento Fridays for future que se ha extendido por todo el Globo, levantando la voz en defensa de un planeta que es la tierra de todos, niños y mayores.

En términos generales, ese debate ha compartido argumentos similares a lo largo del tiempo, bien sea a favor o en contra de ampliar la edad requerida para el ejercicio de los derechos políticos de ciudadanía.

En la actualidad puede decirse que el protagonismo público de los más jóvenes, en especial de las y los adolescentes en todo el mundo, se ha ido haciendo cada vez más patente. 

Los argumentos a favor se apoyan en los derechos humanos de niños y niñas garantizados por los Estados firmantes de un instrumento jurídico de carácter internacional como es la Convención sobre los Derechos del Niño. Si bien la Convención no garantiza expresamente el derecho de niños y niñas a la participación política a través del voto, sí contiene otro conjunto de mandatos que han sido ampliamente aprovechados y desarrollados por las instituciones públicas y por las organizaciones de infancia para impulsar su participación “en todos los asuntos que les afectan”, dicho sea en los términos usados en la propia Convención.

Las organizaciones juveniles por su parte resumen en tres los principales argumentos beneficiosos. Estos son los que se refieren: a la participación democrática (el derecho al voto es un elemento clave, particularmente en términos de reconocimiento de las opiniones de las personas jóvenes); a los cambios demográficos (bajar la edad para votar contribuiría a mantener un equilibrio demográfico entre votantes jóvenes y adultos mayores); a los derechos y responsabilidades de los ciudadanos (las personas jóvenes tienen muchas responsabilidades en la sociedad y también deben tener los derechos que las acompañan).

Los argumentos en contra de la rebaja de la edad establecida legalmente para votar asumen de manera general el statu quo, fundamentándose en imágenes distorsionadas de la población juvenil que esconden una resistencia del grupo adulto (mayoritario) a ceder espacios de poder. En una perspectiva comparada histórica, estos argumentos son semejantes a los que en su día se hacían respecto al voto de las mujeres, o a la rebaja de los 21 a los 18 años para la mayoría de edad, que llevaba aparejado el derecho a votar.

El debate en los ámbitos académicos ha cobrado fuerza más recientemente al calor de las reflexiones sobre la crisis de la democracia y las dudas sobre su viabilidad futura tal como la conocemos (o la idealizamos) hasta ahora. Representante destacado en esta línea es el catedrático de teoría política de la Universidad de Cambridge David Runciman, quien viene defendiendo una extensión del derecho al voto que incluya a los niños y niñas en Educación Primaria, esto es, desde los seis años en adelante. Su propuesta se basa en una lectura de la historia en la que quedaría demostrado que la democracia no tiene otra forma de corregirse y mejorarse a sí misma que la de ampliar su base cuantitativa, extendiendo el sufragio a aquellas personas que quedan fuera. Así habría sucedido en el caso de las mujeres y de las minorías raciales, cuya incorporación sucesiva al electorado habría permitido, durante los últimos ciento cincuenta años, distintas olas reformistas que acabaron transformando por entero la sociedad. Lo esencial para Runciman estaría en que los niños introducirían con su voto toda una serie de demandas y reivindicaciones inéditas en la agenda política, tan justificadas y razonables (o tan poco justificadas y razonables) como las que actualmente ocupan nuestros debates.

La iniciativa Children’s Voting Colloquium está promovida por académicos de distintas partes del mundo, en la que también participan organizaciones dirigidas por personas adultas o jóvenes preocupadas por los derechos humanos. Su propuesta va dirigida a la abolición de una edad mínima para votar en todo el mundo. Si bien mantienen distintas posiciones sobre cómo se puede lograr ese objetivo en la práctica, y reconocen que puede haber diferentes soluciones apropiadas en diferentes contextos, buscan catalizar un movimiento más amplio por el sufragio verdaderamente universal, ya sea a través de derechos de voto plenos para todos, edades de voto reducidas, votos por poder o alguna combinación de los mismos.

En España, la cuestión del voto joven oscila entre la indiferencia de la ciudadanía y las iniciativas ocasionales de algún partido político, que pronto quedan sobrepasadas por otras causas que se consideran prioritarias. No obstante, la creación, en el pasado mes de abril, de una subcomisión en el Congreso de los Diputados para la reforma de la Ley Orgánica de la Ley Electoral (LOREG), que entre otros temas pretende estudiar la rebaja de la edad del voto hasta los 16 años, puede constituir una oportunidad para abordar un cambio que nos interesa a todos en esta envejecida sociedad.

*Lourdes Gaitán Muñoz es socióloga y socia de infoLibre

Otras referencias:

Ultima hora!:  Unidas Podemos, ERC y Más País presionan al PSOE para reducir la edad de votar a los 16: "Abriremos el debate sobre la posibilidad de otorgar el derecho de sufragio activo y pasivo a las personas jóvenes de 16 y 17 años", reza el acuerdo de coalición pactado entre el PSOE y Unidas Podemos 

El movimiento por la rebaja de la edad del voto va ganando adeptos en muchos países, especialmente en Canadá, que está estudiando la rebaja hasta los 14 años: 

.- In this article from March 2018, https://www.cbc.ca/news/politics/chief-electoral-officer-voting-age-16-1.4579051 I'll highlight:

.- Nicky Cayer, a spokeswoman for the Minister of Democratic Institutions, said the government is working to improve youth engagement across the country. She cited Bill C-33, which, if passed, would create a register of future electors allowing Canadians aged 14 to 17 to pre-register to vote.

.- Indeed, it was passed. Here is the Frequently Asked Questions page of the Register of Future Electors: https://www.elections.ca/content.aspx?section=vot&dir=faq&document=faqfut&lang=e 

.- An earlier mention (November 14, 2019) of the intention to challenge federal minimum voting age in Canada is https://aspercentre.ca/news-release-asper-centre-and-justice-for-children-and-youth-organize-youth-consultations-for-legal-challenge-to-canadas-voting-age/

 .- Aquí en España, en el Congreso de los Diputados se formó una Subcomisión para la reforma de la LOPEG, que lleva el tema de la rebaja del voto a los 16, entre otras cosas.  https://www.congreso.es/web/guest/busqueda-de-iniciativas?p_p_id=iniciativas&p_p_lifecycle=0&p_p_state=normal&p_p_mode=view&_iniciativas_mode=mostrarDetalle&_iniciativas_legislatura=XIV&_iniciativas_id=158/000020

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«Definiendo la consciencia» Art. 2º Renovando desde Dentro.

Artículo 2: «Definiendo la consciencia» 
por Pepa Horno, Espirales Consultoría de Infancia,
Psicóloga y consultora en infancia, afectividad y protección

Acceso al 2º Art.: «Definiendo la consciencia» 

¿Por qué la consciencia?

A lo largo de mi desarrollo profesional ha habido palabras e imágenes que han llegado a convertirse en auténticos “mantras”. Mantras que invoco cada vez que quiero explicar determinados procesos. Aquellos que son tan complejos como imprescindibles para desarrollar con rigor y eficacia el trabajo de protección. Palabras o expresiones como intemperie, entornos seguros1, afectividad consciente2, la mirada consciente3, las “tripas4, la memoria corporal, el trauma5, honrar el dolor6… Pero, sobre todas ellas, está la palabra “consciencia7”.

Sé por experiencia que todo este universo semántico genera en los adultos una mirada determinada a los niños, niñas y adolescentes y una forma tan cálida y afectiva como clara y segura de cuidado. Esa mirada transforma los espacios de intervención en cualquier nivel del sistema de protección, tanto en las y los profesionales como en las familias, y en general en cualquier espacio de cuidado a personas, sean niños, niñas y adolescentes o personas ya adultas. El rol educativo, de crianza o de cuidado adquiere eficacia en sus resultados así como calidez humana en sus procesos.

Pero la mayor dificultad es delimitar y sistematizar cada una de esas palabras, desmenuzar su significado y sistematizarlo en pautas de actuación. Pautas que generen una intervención coherente y eficaz. Sobre todo en el sistema de protección, cuando son muchas las personas que intervienen con un mismo niño, niña o adolescente. Profesionales que cambian por turnos y horarios, por áreas de responsabilidad o por el foco con el que le miran, que viene determinado por el objetivo de trabajo preestablecido desde el que se acercan al niño, niña o adolescente.

Si yo digo que la consciencia del profesional en su intervención y de las figuras parentales en las familias sobre sus actuaciones es condición imprescindible para la eficacia de las mismas, creo que todos estaríamos de acuerdo. La pregunta es: ¿Qué entendemos por consciencia? ¿Cuál es la diferencia entre una intervención consciente de una inconsciente? ¿Cómo se delimita y estructura ese valor diferencial que implica la consciencia para que pueda ser sistematizado en pautas cotidianas de intervención que sean generalizables?. Es en esa sistematización de los conceptos técnicos donde surgen las diferencias entre personas, modelos de trabajo y políticas institucionales y organizacionales.

Definiendo la consciencia

Así que ése es mi reto en este artículo: definir la consciencia desde la perspectiva del trabajo de protección a la infancia.

Empecemos por la definición de consciencia que nos viene dada en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), porque me sirve justamente para la estructura que quiero proponer. Dice así:

Del lat. Conscientia: 1. f. Capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella. 2. F. Conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3. f. Conocimiento reflexivo de las cosas. 4. f. Psicol. Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo

Tres elementos: la realidad circundante, el propio interior de la persona y las cosas. Tres acciones: relacionarse, reflexionar, intuir (permitidme resumir así el “conocimiento inmediato o espontáneo”). Y el resultado es percibirnos en el mundo.

La consciencia implica, por lo tanto, percibir tres elementos en la intervención:

  • Mi propio proceso: ¿Qué me pasa a mí con esto? ¿Qué siento? ¿Qué sensaciones corporales me está generando? ¿Me da miedo? ¿Me siento cómodo? ¿Qué me mueve de mi historia personal lo que está pasando?
  • El proceso del otro, porque en la intervención en protección a la infancia no hay cosas, son personas: los niños, niñas y adolescentes, las familias y los otros profesionales: ¿Cómo está afectando lo que yo vivo, siento, digo o hago al otro? ¿Cuál es su historia personal, desde donde interpreta lo que le digo o hago? ¿De dónde vienen sus palabras o acciones? ¿Cuáles son sus necesidades, diferentes de las mías?
  • La realidad circundante: el entorno donde estoy interviniendo: ¿Es un entorno seguro o atemorizante? ¿Es frío o cálido? ¿Tiene luz o es oscuro? ¿Está personalizado? ¿Es el más adecuado para hacer aquella intervención que estoy haciendo? ¿Cómo afecta lo que digo o hago a otras personas que estén en ese momento alrededor?

Pensemos en las acciones que se nos proponen en la definición. Porque sobre esos tres elementos tendré que “reflexionar” e “intuir”, es decir analizarlo racionalmente pero también poner consciencia sobre las emociones que surgen y sobre las sensaciones corporales que genera en mí y en la otra persona. Y partiendo de toda esa información tendré que “relacionarme”, es decir, salir al mundo, acercarme a esa otra persona, sea un niño, niña o adolescente o un adulto.

La consciencia es un proceso complejo que conlleva un tiempo que no siempre sentimos tener. Una capacidad que necesita ser ejercitada para que, desde la práctica cotidiana, se internalice hasta el punto de que salga casi automática. Es mucha información que, cuando empezamos a trabajar o cuando nos convertimos en figuras parentales, no percibimos y que, con los años y la experiencia, procesamos de forma casi autómatica. Bueno, no siempre. Esta amplitud y rapidez de análisis ocurre cuando hemos buscado esa consciencia. Porque a veces los años y la experiencia justamente nos llevan a lo contrario: a cerrarnos, a bloquear esa consciencia, a no buscarla, a no desearla. Porque duele, porque cuesta, porque cansa.

Pero si optamos por ese valor diferencial de calidad y rigor profesional que supone la consciencia tendremos que tratar de sistematizarla. Resulta casi paradójico preguntarse: ¿Cómo puedo saber que estoy siendo consciente? ¿Cómo puedo ser consciente de estar siéndolo?. Sigamos pues con el reto propuesto. Sistematicemos cada uno de los tres elementos: mi propio proceso interno, el proceso de la otra persona y el entorno donde estoy.

Elemento Primero: Mi propio proceso interno

La intervención con personas en general y muy particularmente aquella que se realiza desde un rol educativo, de crianza o de cuidado se basa en la relación entre quien cuida y quien es cuidado, una relación que además sucede en un entorno determinado. Para lograr una intervención de calidad es nuclear comprender que tan importante es poner consciencia en el proceso de la persona a la que acompañamos, educamos o cuidamos como en nuestro propio proceso, en lo que nos va sucediendo en el marco de esta intervención.

Contemplarnos a nosotros mismos como herramienta de cambio, tal y como exponía el mes pasado en su artículo mi compañero de Espirales CI, F. Javier Romeo. Intervenimos desde quienes somos. Por lo tanto, el primer pilar de la consciencia es nuestro proceso interior.

La pregunta clave en este primer elemento es: ¿Qué me pasa a mí con esto? Y para poder contestarla es necesario hacer conscientes varios elementos:

1. Mi propia historia de vida. La vida acaba siendo lo que somos capaces de construir partiendo de aquello que nos dieron. Es algo así como cocinar. Los ingredientes nos los dan, pero la responsabilidad de cocinar es nuestra. No podemos elegir los ingredientes, pero sí lo que cocinamos con ellos. Por lo tanto, la integración de nuestra historia de vida es una de las claves que delimita nuestra consciencia. No se trata tanto de haber tenido una buena vida, una buena infancia en concreto, sino de tenerla integrada haya sido la que haya sido.

Integrar nuestra historia de vida significa fundamentalmente:

  • Comprender el hilo que ha unido los acontecimientos que nos han ido sucediendo.
  • Reconocer nuestra valía como seres frágiles y únicos, merecedores de ser cuidados, dándonos valor.
  • Honrar las emociones, el dolor y el gozo que hemos vivido, dándoles valor.
  • Visibilizar el daño, en caso de que exista, fruto de experiencias traumáticas y comprender sus implicaciones a lo largo de la vida, incluyendo la flexibilización de nuestros mecanismos disociativos.
  • Reconocer y elaborar nuestros modelos vinculares.

Si lo logramos, si integramos nuestra historia de vida, entonces deja de dañarnos (aunque no de dolernos a veces). No cambiamos lo que nos ha pasado, cambiamos nuestra forma de vivirlo. De esta forma, nuestra historia de vida pasa de condicionarnos de forma inconsciente a convertirse en un bagaje experiencial que se convierte en riqueza cuando asumimos un rol de acompañamiento y de cuidado, sea en nuestras familias o sea como rol profesional.

Cuando nuestra historia de vida está integrada, somos capaces de:

  • Sentir el dolor ajeno sin dejarnos invadir por él. De ese modo, mantenemos la distancia adecuada, la que permite el acompañamiento afectivo, la calidez al mismo tiempo que la diferenciación de mí mismo respecto de las vivencias del otro.
  • Flexibilizar nuestros mecanismos de disociación, de forma que podamos manejarlos. Se activarán en determinadas situaciones (muchas menos), pero podemos reconocerlos y disolverlos. Esos mecanismos en determinados momentos pueden incluso ser útiles, pero hay que reconocerlos internamente, saber cuándo y por qué se activan nuestras “murallas” internas.
  • Decidir nuestros propios modelos vinculares con nuestras familias (los hijos e hijas, la pareja..) y con las personas con las que trabajamos. Si no los hacemos conscientes y los integramos, tendemos a repetir los modelos afectivos de quienes nos criaron. Pero si los integramos, podemos elegir si son desde los que deseamos construir nuestra propia red afectiva.

Sin embargo, una historia de vida no trabajada e integrada conlleva varios riesgos:

  • Trasladarle a la persona con la que trabajo, en este caso a los niños, niñas y adolescentes del sistema de protección y sus familias, cosas que no son suyas, ni de su historia, sino mías. Lo llamamos proyectar.
  • Sesgar, en positivo o negativo, mi percepción de esa persona, sobre su conducta, motivaciones y posibilidades desde mis propias vivencias internas.
  • Relacionarme con esa persona desde mis modelos afectivos aprendidos en mi primera infancia y que, si no he trabajado de forma consciente, puedo tender a repetir.
  • Establecer mal la distancia necesaria para la reflexión que conlleva la consciencia. Bien por la sobre implicación o identificación, en la que la vivencia del otro nos inunda y nos impide la consciencia sobre nuestro propio proceso, difuminando los límites entre lo que es nuestro y lo que es del otro. O bien estableciendo una distancia excesiva, motivada a menudo porque algo en la historia de vida de ese niño, niña o adolescente se engancha con mi propia historia de vida. Entonces perdemos el ajuste emocional con el otro, la calidez en la presencia pudiendo llegar al extremo de tratarle como una “cosa”, un “número” o un “expediente o caso”.
  • Activar mis mecanismos de disociación que aprendí fruto de mis experiencias de trauma y que si no he trabajado y flexibilizado, pueden activarse de manera inconsciente con esa persona. Sobre todo cuando, como sucede a menudo en el sistema de protección, me encuentre ante situaciones que se enlazan con la memoria traumática: olores, gestos, palabras, esquemas familiares, conflictos o situaciones de violencia.

2. Mis “tripas. El procesamiento de una información o experiencia se da en tres niveles: racional, emocional y corporal. El procesamiento somato sensorial de cualquier experiencia genera una memoria corporal que queda anclada en el cuerpo a la que yo suelo llamar las “tripas”. Esas “tripas” procesan información, una información que es especialmente valiosa en situaciones de riesgo, peligro o desprotección. Esa información, cuando aprendemos a usarla, se convierte en una herramienta valiosísima de consciencia, que podemos utilizar a favor de las personas con las que trabajamos. Procesamos la información que nuestras “tripas” nos dan sobre el entorno, sobre la situación o sobre la persona. Nuestras “tripas” nos permiten percibir las situaciones de peligro incluso cuando la otra persona nos la quiere ocultar. Nuestras “tripas” perciben el daño no siempre expresado. En muchos modelos técnicos se enseña a los profesionales a funcionar desde el procesamiento racional únicamente, perdiendo el valor del procesamiento emocional y corporal de la experiencia.

Un elemento clave de consciencia es acostumbrarse a “Escuchar las tripas” para poner al servicio de la persona a la que estamos cuidando toda la información que nuestro cuerpo y nuestra emoción perciben. Acostumbrarse a identificar las sensaciones corporales que una persona o situación nos genera incrementa nuestro nivel de consciencia y nos hace profesionales más eficaces. Las “tripas” recogen también nuestra memoria profesional, la experiencia acumulada que nos permite reconocer e identificar indicadores que no percibimos cuando carecemos de experiencia. Aprender a legitimar nuestras “tripas” como un elemento de consciencia, no el único ni el más válido necesariamente, pero imprescindible. Y esa legitimación llega también como parte de la integración de la historia de vida.

3. Fragilidad y fortaleza emocional. Nuestro propio estado psíquico, nuestra capacidad de autorregulación y nuestros propios límites determinan nuestra capacidad de consciencia. En un proceso de acompañamiento, cuidado o educativo es imprescindible que quien cuida tenga un cierto equilibrio emocional. No se puede cuidar, acompañar ni educar de forma consciente si no se está bien internamente. Cuando una persona está enferma física o psíquicamente, cuando tiene una preocupación que lo absorbe y le bloquea, cuando está esperando los resultados médicos de alguien a quien ama o una llamada telefónica de algo importante, cuando está en las primeras fases de un proceso de duelo profundo…la capacidad de consciencia se ve mermada. La persona se mete hacia dentro y se desconecta del entorno y de las demás personas. Los recursos personales se destinan, como es humano y lógico, a aquello que nos preocupa. Por lo tanto, el autocuidado es condición imprescindible para la consciencia. Y asumir que no siempre se puede mantener la consciencia. A veces el cansancio, el miedo, la ira o el enamoramiento (no siempre nos llega la desconexión por cosas negativas) nos impiden ese reflexionar, intuir y relacionarnos con el mundo exterior. Saber decir: “ahora no puedo” es un indicador clave de consciencia. La fortaleza emocional es condición para la consciencia, y no siempre la tenemos.

Resumiendo, por lo tanto, este primer elemento. ¿Cómo sistematizar la consciencia sobre mi proceso interior?

  • Integrando mi historia de vida.
  • Identificando las sensaciones corporales que me llegan, dándoles nombre y forma para leer la información que guardan.
  • Garantizando el autocuidado en mi vida personal y profesional (y exigiendo el cuidado a la entidad, organización o institución para la que trabajo) y entendiendo como fortaleza el reconocimiento y el trabajo personal sobre mis propios límites.

Elemento segundo de la consciencia: el proceso del otro

Este es el elemento de consciencia más estudiado. Las carreras universitarias de profesiones dedicadas al cuidado basan sus currículos en el estudio de la persona, de ese “otro” con el que vamos a trabajar: sus procesos, sus problemáticas, sus potencialidades. Como si fueran diferentes a mí, como si las personas con las que trabajo no fueran iguales que yo, sólo que a menudo menos afortunadas, con una historia de vida más difícil que les ha hecho disponer a veces de unos recursos más limitados. Pero una de las claves de consciencia es comprender que estudiando al otro me veo a mí mismo y que la profundidad a la que llegue en el estudio del “otro” viene condicionada por lo que sea capaz de ver dentro de mí mismo.

De este modo surgen elementos de consciencia similares sobre el proceso del otro:

1. Su historia de vida. ¿La conozco? ¿Cuánto sé de la persona con quien estoy interviniendo antes de tomar decisiones que puedan afectar a su vida? ¿Me leo los expedientes de los niños, niñas o adolescentes cuando llegan a un recurso? ¿Les damos a las familias acogedoras y adoptivas los datos suficientes y necesarios de la historia de vida de los niños, niñas y adolescentes? ¿Dedico tiempo a escuchar su relato de vida? ¿Les dejo que me lo cuenten ellos de primera mano o decido sobre papeles o sobre la versión que de su historia me dan otros profesionales? ¿Conozco a sus familias, las personas que ellos consideran familia, no las que los papeles dicen que son su familia? ¿Sé, o creo saber, si ha vivido alguna experiencia traumática en su vida?. Si no conozco la historia de vida de una persona, no puedo hacer un análisis consciente de su conducta, su realidad y sus necesidades. Por lo tanto, corro un gran riesgo de tomar decisiones erróneas. Y conocer su historia de vida no es leer papeles, ni recibirle en un despacho durante media hora (o menos).

2. Las “tripas” de la persona. Cuando se realiza la evaluación del estado de un niño, niña o adolescente o de sus familias es necesario mirar más allá de lo aparente. No sólo se trata de lo que dicen de palabra, sino de mirar lo que hacen, cómo se comportan. No sólo el conflicto sino las relaciones afectivas que los unen más allá de ese conflicto. Ser capaces de ver las somatizaciones en niños, niñas y adolescentes como elementos de procesamiento sensorial e indicadores de trauma. Ser capaces de mirar el lenguaje no verbal como indicador para saber cómo le está afectando mi intervención. Como figuras parentales, llegar a conocer las “tripas” de los niños, niñas y adolescentes: sus bioritmos, sus sensaciones corporales, su forma de dormir o los cambios corporales y emocionales que se dan en ellos cuando están nerviosos.

3. Fragilidad y fortaleza. Este elemento de consciencia tiene que ver con ser capaz de ver las fortalezas y debilidades del niño, niña o adolescente; con mantener una mirada positiva hacia sus recursos personales y su capacidad de supervivencia. También con saber detectar los indicadores de patología y de ruptura interna. Y para lograrlo, la formación en trauma y disociación hoy en día es imprescindible para poder trabajar en el sistema de protección y para poder ser familia acogedora o adoptiva.

Por lo tanto, ¿cómo puedo incrementar mi consciencia sobre el proceso de la persona?

  • Conociendo su historia de vida, acercándome desde la escucha, la recopilación de la información, construyendo un hilo narrativo que me permita entender de dónde viene esa persona y honrar el dolor que ha atravesado hasta llegar a mí. De ese modo veré y afrontaré la conducta de esa persona como resultado o manifestación de su historia y en el caso del sistema de protección, de su daño y el dolor vivido.
  • Aprendiendo a registrar y analizar los indicadores corporales del niño, niña o adolescente: cómo duerme, cómo come, somatizaciones varias, cómo se coloca corporalmente etc. y estableciendo el hilo narrativo cuando lleguen las rupturas emocionales, las crisis o los estallidos para poder identificar sus detonantes.
  • Mirando al niño, niña o adolescente y a sus familias en su globalidad, no sólo en su problemática. Rescatando sus potencialidades y los recursos que tiene y formándome en trauma y disociación para aprender a poner consciencia en los indicadores de disociación que aparecen.

Elemento segundo (bis): el efecto de mi intervención sobre el otro

Hay dos matices importantes sobre este segundo elemento de consciencia que es el proceso del otro.

Por un lado, a veces ese “otro” no es una sola persona. A veces tenemos varias personas sobre cuyo proceso hemos de mantener consciencia. Trabajamos muy a menudo con grupos, como ocurre en los hogares de protección. Y nuestras acciones tienen efectos sobre otras personas presentes: sean otros niños, niñas y adolescentes o sean personas del equipo profesional. Esa complejidad implica la consciencia, en la medida de lo posible, sobre el sistema completo. Qué interesante es plantearse, por ejemplo, que en la medida que los profesionales que trabajan en un mismo equipo se conocen, conocen su historia de vida y son capaces de esa mirada consciente y positiva los unos con los otros, la intervención con los niños, niñas y adolescentes que están bajo su cuidado incrementa su calidad y eficacia.

Por otro, un elemento clave de la consciencia sobre el otro tiene que ver con el efecto que yo produzco en esa persona. ¿Nos preguntamos suficiente cuál es el peso que nosotros como madres y padres, sea biológicos, acogedores o adoptivos, tenemos en los niños y niñas? ¿La influencia que lo que hacemos con ellos (y lo que no hacemos) tiene en su desarrollo? Probablemente a menudo. Pero ¿Y como profesionales? ¿Nos preguntamos cuando tomamos decisiones, cuando asumimos determinadas actitudes, cuando nos posicionamos, los efectos que cada una de nuestras decisiones tienen en la otra persona?

En este punto, tocaría diferenciar la consciencia de la conciencia. La conciencia sobre el bien y el daño que puedo hacer. Esa conciencia delimita la dimensión ética de mis actos, sean en la vida personal o en la vida laboral. Y si nos paramos en esa dimensión ética conviene recuperar dos valores clave para el sistema de protección y en cualquier rol educativo o de cuidado: la transparencia y la honestidad.

No olvidemos que la ética tiene mucho que ver con el manejo del poder en las relaciones interpersonales. El poder que tengo de influir en la vida de otras personas (y también el poder que doy a otros sobre mí). El rol profesional educativo o de cuidado conlleva un enorme poder. Y el sistema de protección en su totalidad basa sus decisiones en gran medida en ese poder. Un elemento clave de la consciencia sobre el otro es aprender a usar el poder para favorecer la vida de esa persona, sobre todo cuando está bajo mi responsabilidad.

Elemento tercero: el entorno donde estamos

Un elemento clave de consciencia es aprender a mirar las paredes e integrarlas como un elemento de la intervención. Y cuando hablo de las paredes, me refiero literalmente a las paredes. El entorno donde realizamos una intervención le otorga un significado concreto a lo que hacemos. Y que los entornos donde actúa el sistema de protección sean entornos seguros y protectores es condición imprescindible para la eficacia de sus medidas.

Los programas de preservación familiar deben incorporar un trabajo sobre las condiciones de vida en los hogares, ayudando a las familias a construir entornos cálidos que proporcionen a los niños, niñas y adolescentes la seguridad básica que permita su desarrollo. Los equipos educativos de los hogares de protección deben acostumbrarse a crear hogar, y el hogar nace de convertir esas paredes en un entorno seguro y protector a nivel emocional: la calidez, la personalización, la luz, los colores…

Los profesionales del sistema de protección deben o bien transformar sus despachos en lugares cálidos, o bien olvidarse de los despachos y salir al entorno cotidiano de los niños, niñas y adolescentes: entrevistarlos en los centros o en sus hogares, entender los desplazamientos como entornos de intervención (si las furgonetas del sistema de protección hablaran…) o salir a jugar a la pelota un rato con un chico o chica.

La consciencia sobre el entorno también se sistematiza. Existe un sistema de indicadores en cuatro niveles que incluimos en el escrito del que partimos en este grupo de Renovando desde Dentro en el reto 3 cuando hablábamos de la calidez emocional en el sistema de protección. No voy a extenderme, por lo tanto, en este punto. Sólo mencionar los cuatro niveles en los que está estructurado para quien no haya podido leer ese documento previo.

¿Cómo sistematizamos la consciencia sobre el entorno? Construyendo entornos seguros y protectores desde un sistema de indicadores construido en torno a cuatro niveles:

  • Entorno seguro y protector a nivel físico
  • Entorno seguro y protector a nivel emocional.
  • Adultos conscientes como garantes del entorno seguro y protector.
  • Protagonismo de las personas que viven en el entorno, incluyendo los niños, niñas y adolescentes.

Cada uno de esos niveles incluyen un sistema de indicadores para aprender a poner consciencia en el entorno donde trabajamos. El cambio que puede ocurrir, fruto de la consciencia, en una oficina cuando en vez de encontrar al entrar un logotipo institucional, encuentro las fotos de cuando eran niños de los trabajadores de ese equipo; cuando en un hogar quito el registro de puntos rojos de cada niño o niña que está colgado públicamente en el corcho junto a la mesa del comedor y cuelgo las fotos de las excursiones que han hecho los niños y niñas; cuando permito que los niños, niñas y adolescentes hagan suyas las habitaciones de un hogar de forma que puedo distinguir cuando entro entre la habitación de un niño de ocho años y la de una adolescente de catorce; cuando comprendo que los objetos y fotografías de la familia biológica no suponen una amenaza para la familia acogedora sino un elemento de seguridad para el niño o niña. Ese cambio viene de la consciencia en el entorno como elemento de intervención. No es sólo lo que hacemos, es dónde lo hacemos también.

Y un último apunte: relacionarnos

¿Os acordáis de las tres acciones de la definición de consciencia? Reflexionar, intuir y relacionarse. Con toda la información que el proceso de consciencia nos ha proporcionado: sobre mi propio proceso, sobre el estado del niño, niña o adolescente y sobre el entorno donde estamos; con todo eso toca relacionarnos. Y elegir cómo hacerlo.

Y ahí aparece un último elemento de consciencia para todos los que trabajamos en roles de cuidado, educativos o de protección. Surge de forma natural, casi espontánea: la afectividad. En principio, cuando pensamos en las familias, parece algo obvio, que surge de forma espontánea. Pero no siempre es así. Sobre todo cuando llegan los momentos de crisis y de conflicto. Y en el caso de las familias acogedoras y adoptivas, qué difícil es, por ejemplo, mantener la afectividad cuando aparece el dolor de la historia de vida del niño, niña o adolescente en forma de agresión.

Y si pensamos en el rol de cuidado profesional, si mantenemos consciencia sobre lo que nos pasa por dentro y cómo afecta al otro; si comprendemos de dónde viene la otra persona, cuál es su historia y que su conducta no es otra cosa que manifestación del dolor que lleva dentro; y si queremos construir un entorno seguro y protector que haga nuestra intervención más eficaz; entonces relacionarnos de forma afectiva con las personas a las que cuidamos pasa a ser un requisito de nuestro trabajo.

Y la afectividad, ¡oh, sorpresa!, pasa de ser un elemento inconsciente que me surge sólo cuando una persona me cae bien de “tripas” o la quiero, o convertirse en afectividad consciente. Una afectividad que yo elijo cada día en mi familia, pero también en mi turno y en mi trabajo. La afectividad consciente surge entonces como una competencia profesional que yo puedo desarrollar y promover en mí mismo como profesional así como convertirla en condición organizacional de mi entidad o institución. Implementarla como condición organizacional es un reto, porque implica un proceso de transformación de la entidad que baja en cascada desde el estilo de liderazgo de los cargos directivos, sus políticas de recursos humanos o la formación de sus profesionales hasta la revisión de los entornos de trabajo.

En el caso del sistema de protección a la infancia, la afectividad consciente es una competencia profesional imprescindible. Elijo relacionarme de forma afectiva porque sé que será el único modo de: construir un entorno seguro y protector; flexibilizar los mecanismos disociativos que el niño, niña o adolescente ha puesto en marcha para sobrevivir y cuidarme a mí mismo desde la sensación de eficacia en mi trabajo y de cercanía y calidez con las personas a las que cuido, entre otras muchas cosas.

Si yo defino la afectividad consciente como competencia profesional, tendré que desgranarla a su vez en una serie de habilidades con sus respectivos indicadores que me permitan saber si estoy relacionándome desde esa competencia, si la estoy implementando en mi trabajo. Pero esta parte la dejo para otro post, que si habéis sido capaces de leerme hasta aquí es más que suficiente, agradecida quedo.

Y para concluir, tres preguntas y un aprendizaje

Por un lado, las tres “preguntas mantra” que yo suelo usar para revisar mis propias actuaciones y cuando trabajo con equipos: ¿Desde dónde lo estoy haciendo? (Proceso interior), ¿Dónde lo estoy haciendo? (consciencia en el entorno) y ¿Cómo lo estoy haciendo? (consciencia en la forma de acercarme al otro).

Y un aprendizaje personal: la consciencia es agotadora, porque no tiene fin. Cuando haces consciente algo, llega como en cadena un montón de otras cosas que ni siquiera sabías que no habías percibido. Y eso en la vida personal pasa tanto o más que en la profesional. Hay veces que sólo quieres apagar el chip y descansar.

Sin embargo, la consciencia nos hace libres. Nos permite elegir. Elegir el dónde, elegir el cómo, elegir desde dónde…elegir. Vivir con consciencia es un regalo porque supone vivir en libertad.

Pepa Horno.

1 Horno, P. (2018). La promoción de entornos seguros y protectores en Aldeas Infantiles SOS América Latina y el Caribe. San José de Costa Rica: Aldeas Infantiles SOS. Disponible en: https://www.espiralesci.es/guia-la-promocion-de-entornos-seguros-y-protectores-en-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe-de-pepa-horno/

2 Horno, P. (2018). La afectividad consciente como competencia profesional en Aldeas Infantiles SOS América Latina y el Caribe. San José de Costa Rica: Aldeas Infantiles SOS. Disponible en: http://www.espiralesci.es/guia-la-afectividad-consciente-como-competencia-organizacional-en-aldeas-infantiles-sos-en-america-latina-y-el-caribe-de-pepa-horno/

3 Horno, P.; Echevarría, A., y Juanas, A. (2017). La mirada consciente. Madrid. Ed. CCS

4 Horno, P. (2013). Escuchando mis tripas: programa de prevención del abuso sexual infantil en educación infantil. Lleida: Boira. Disponible en: https://www.espiralesci.es/nuevo-libro-de-pepa-horno-escuchando-mis-tripas/

5 Horno, P. (2009). Amor y violencia: la dimensión afectiva del maltrato. Bilbao: Desclée de Brouwer.

6 Horno, P. (2017). Honrar su dolor: El acompañamiento a las víctimas de abuso sexual infantil a lo largo de la vida. Disponible en: http://www.espiralesci.es/honrar-su-dolor-el-acompanamiento-a-las-victimas-de-abuso-sexual-infantil-a-lo-largo-de-la-vida-articulo-de-pepa-horno-en-sal-terrae/

7Horno, P. (2020). Metáforas para la consciencia. Bilbao: Desclée de Brouwer.

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