Entre hombres y mujeres famélicas
con las miradas perdidas. Al fondo una montaña de cadáveres y entre
militares con metralleta, un niño corre, salta, ríe y juega sin parar.
Nadie le hace caso, nadie se lo recrimina. Sólo él sabe que el campo de
concentración es infinitamente mejor que estar escondido, día tras día,
en un cubículo de apenas dos metros cuadrados.
Esta escena, adaptada de un texto de
Boris Cyrulnik,deja claro que todos vivimos en un mundo real (en el
relato, un campo de concentración) y en un mundo mental (para el niño un
patio de recreo). El primero es compartido pero el segundo es
absolutamente personal. Soy su único habitante. Necesitamos estrategias
para poder entender y dominar el mundo real y, entre todos, lo hacemos
bastante bien. Pero el mundo mental de otra persona es para el resto
prácticamente un misterio.
Los que nos relacionamos con niños,
niñas y adolescentes para intentar protegerles deberíamos poder
asomarnos, cuanto menos un poquito, al mundo mental de los mismos si
queremos ser parte de su solución y no de su problema.
Lo intentamos y para ello nos
formamos, leemos, aprendemos de otros. Es decir, introducimos en nuestro
mundo mental conceptos, teorías, modelos… con el fin de entenderlos, de
aceptarlos, de ayudarles. El problema es que nuestras ideas, nuestros
conceptos… son nuestros. No son su forma de vivir la realidad.
Fragmento de un informe para el traslado de Miguel, de 10 años, a
otro centro: “Es un niño con una buena tolerancia a la frustración, sin
apenas conductas disruptivas. Sin embargo, tiene dificultades para la
relación con iguales…”
Fragmento de lo que Miguel querría que le transmitiéramos al otro
centro: “Me gustan mucho los animales, cuidarles. De mayor quiero
adiestrar delfines o perros. O trabajar en un parque zoológico. No me
gusta comer verdura y odio las fiestas de disfraces. Preferiría no
dormir solo”
¿Podemos acceder al mundo mental de los niños, niñas y adolescentes con los que tratamos para ayudarles?
Tenemos el riesgo de centrarnos en
interpretar sus reacciones, sus comportamientos, y no escucharlos, no
mirarlos o verlos solo con el color de nuestras gafas. Podemos llegar a
verlos no como personas sino como la personificación de nuestros
conocimientos sobre el apego, sobre el trauma, la resiliencia, etc.
También tenemos el riesgo de olvidar
que, cuando nos comunicamos con ellos y ellas, casi siempre lo que está
en juego son nuestros intereses. Me toca averiguar, informar, corregir,
valorar, calmar o incluso curar. Pero ¿qué les interesa a ellos o ellas
de su encuentro con nosotros? ¿Cuáles son sus intereses, sus ilusiones y
sus deseos?
Mi propuesta es muy sencilla. Se
resume en hacer lo posible por no perder la capacidad de asombrarnos.
Estar abiertos o abiertas a que nos sorprendan. Ponernos en
predisposición, no sólo de mirarlos, sino de admirarlos. No tratar con
ellos y ellas con el piloto automático. Y no dejar de esperar que una
frase, una palabra, o incluso un silencio, nos muestren como es su
mundo.
-Buenos días, Javier… Luego ¿tendrás un momento para hacerle una comparecencia a Enrique? –
-Sí, supongo que sí… ¿Ya sabe que se va?
-Sí, se lo dijeron ayer por la tarde
Quique llevaba unos diez días con nosotros y yo no había tenido
tiempo de dedicarle unos minutos para ver cómo había vivido su ingreso.
Me dispuse a hablar con él como he hecho decenas de veces. Tras
una breve introducción escuché como el chavalín de no más de once años
me decía:
-Yo soy como una pelota. Primero con mis padres; luego con una
familia acogedora; luego en este centro y ahora me decís que me voy a
otro. Y me debe pasar algo… porque ya no lloro cuando me voy a otro
sitio. Y además no entiendo por qué no puedo vivir con mis abuelos.
Quizá la sorpresa que me causó oír a
Quique vino porque yo no estaba escuchando realmente al niño. Me senté
delante de él para sustanciar un trámite administrativo y me encontré
con una historia de vida. Y sentí asombro por su lucidez.
Se está avanzando mucho en desarrollar
el derecho a ser escuchado de los niños, niñas y adolescentes del
Sistema de Protección. No seré yo quien critique que se tenga en cuenta y
recoja en los procedimientos administrativos. ¡Benditas comparecencias,
diligencias o como quieran que se llamen! He hecho más en este último
año, ¡que en los treinta años que trabajo en esto! Pero no podemos
obviar el peligro de que lo habitual, lo hecho como rutina, nos haga
perder en la calidad de la relación.
Bien sea en su cole; en el despacho de
los Servicios Sociales; en un Centro de Día; en un Centro residencial
de Protección o en nuestra casa si los hemos acogido, si los escuchamos
habiendo perdido la curiosidad, la capacidad de sorpresa, de asombro es
difícil que podamos validar su mundo mental y establecer una relación
fructífera con ellos o ellas. Probablemente sea algo de lo peor que nos
puede pasar como profesionales o colaboradores del Sistema de
Protección.
Si siempre recorres una ciudad por las
mismas calles es difícil que algo te llame la atención, que algo te
sorprenda. A lo mejor vale la pena cambiar de recorrido alguna vez,
aunque se tarde más. Igual por el otro camino descubres algo fascinante.
Lo mismo ocurre cuando nos reunimos
varios implicados en la vida de un niño, niña o adolescente que requiere
ayuda. ¿Acudimos con la esperanza de que las otras personas nos
descubran aquello que no sabemos sobre él o ella? ¿O acudimos con
nuestras hipótesis cual lanza con la que derrotarles?
Aceptando la metáfora de conocer a un
niño como quien visita o conoce una ciudad lo que propongo a
continuación es a modo de rutas que nos permitan mantener el interés en
nuestro contacto con ellos y ellas.
Y en la primera sugerencia expondré
una sencilla técnica que ejemplifica algunos de estos caminos para
intentar colarnos en su mundo.
1. Ampliar el FOCO.
Los distintos participantes en la toma
de decisiones en el Sistema de Protección a la Infancia y Adolescencia
tendemos sin querer a centrarnos en la relación paterno-filial. Tiene
lógica puesto que es responsabilidad pública intervenir cuando los
padres no saben, no pueden o no quieren cuidarles adecuadamente.
Pero siendo una parte esencial de su
mundo, este no se agota en sus progenitores. Si ampliamos el foco de
nuestra mirada podemos descubrir aspectos importantes en la vida de los
niños y niñas que van más allá de sus padres. Sus hermanos u otros
familiares, su barrio, su cole, algún profesor o profesora, sus amigos,
su club deportivo o juvenil… son también partes importantes de su mundo.
La técnica que a continuación expongo
no le pregunta al niño, niña o adolescente por sus padres. Les pregunta
por “su casa”. Y además la descompone en tres. De hecho se llama “Las
tres casas” (“The three houses”)(1) y surgió en el marco del programa “Signs of safety” (2) (“Señales de seguridad”) creado por Andrew Turnell y Steve Edwards, en Australia, durante la década de los 90.
Debo aclarar que este programa parte
de dos principios esenciales. El primero, centrarse en las soluciones y
no en el problema, entendiendo éste como el riesgo del niño o niña. Su
objetivo no es cambiar a personas y familias a nuestro criterio. Su
objetivo es muy concreto: garantizar la seguridad del niño o niña. Y
para ello aplica a lo social el modelo de la Terapia breve centrada en
soluciones. El segundo principio es que la responsabilidad de los
profesionales en la protección a los niños y niñas no es incompatible,
incluso en los casos más graves, con la cooperación con la familia de
este o esta.
Por tanto, “Las tres casas” no es una
técnica creada desde la psicoterapia ni desde la necesidad de evaluar la
desprotección. Como deja claro el subtítulo de la publicación digital
referenciada se utiliza para implicar a los niños, niñas y adolescentes
en su Plan de Protección. Así que siempre que es posible se utiliza, en
dicho programa, tras haber informado a los padres de su uso. Y al niño o
niña de que luego se utilizará para ayudar a estos a que su situación
en casa mejore. Aunque no es el paradigma de la protección en el que yo
trabajo es importante aclarar el contexto en el que se ideo o fue
asumida por “Signs of safety”(3)
Para realizarla sólo se necesita papel
y lápiz. La técnica consiste en explicarle al niño que vamos a
descomponer su casa en tres. En mi caso su casa es en la que vivía antes
de venir al centro. O también la he usado en ocasiones para referirme,
en vez de a su casa, al propio centro. En este caso hablamos de “Las
tres resis” que es, como de forma coloquial, profesionales y niños y
niñas nos referimos al mismo.
Se dibujan así tres casas o edificios
en un folio o en tres hojas distintas. Una será la casa “de las cosas
buenas”, otra “la casa de las preocupaciones” y otra “la casa de tus
sueños”. En mi caso decido en el último momento si cambio el orden de
presentación. Depende de si tengo información previa o no, de la edad, o
de algún detalle que me lleve a inclinarme por empezar por una u otra.
En la casa de las cosas buenas suelo
hacer la matización de “la casa donde pasan o pasaban cosas buenas”.
Aunque no es frecuente que ocurra lo hago para asegurarme que no se
limite el niño o la niña a lo que hay en ella (televisión, comida…) sino
que pueda incluir lo relacional y lo experiencial (jugamos, nos reímos,
nos divertimos…).
Aunque es frecuente que tengamos
información previa de quien convive con el niño o niña se le pregunta
quien viven en esa casa. Una vez dibujadas o apuntadas las personas
dentro de la casa, se le pregunta qué cosas buenas pasan en ella.
Dentro de la casa se van apuntando lo
que dice el niño o niña. Se les puede ayudar o invitar a decir más
cosas, pero no sugerirles. En mi caso, aunque alguna de esas cosas me
llame la atención no las comento en ese momento. Simplemente apunto,
repitiendo en voz alta, y refuerzo para motivar a decir más. O como
mucho, pido aclaración si no entiendo muy bien de qué se trata.
Cuando el niño o niña ya no aporta más
se puede pasar a la siguiente casa. En mi experiencia, con niños de
hasta 12 años, es raro encontrarme con casas de más de 3 ó 4 cosas
apuntadas. A veces dos como mucho. Nunca me ha pasado tener que dejar
una casa en blanco.
Me resulta curioso que todos los niños
o niñas entienden, cuando pasamos a esa casa, lo que es una
preocupación. Aun así, a veces amplio a “miedos”. Cosas que te preocupan
o te dan miedos. Normalmente dibujo o apunto las mismas personas que en
la casa de las cosas buenas o le vuelvo a preguntar quienes viven en
ella. Después le animo a que me diga sus temores o preocupaciones. Tras
apuntarlas se pasa a la “casa de tus sueños”.
Tras asegurarme que el niño, niña o
adolescente entiende lo que significa un sueño, en el sentido de ilusión
o deseo, le pregunto quién viviría en ella. Aquí no se puede dar a
nadie por sentado. Me he encontrado niños y niñas que resucitan a una
abuela, que juntan de nuevo a sus padres cuando el conflicto entre ellos
es brutal; o que por el contrario se olvidan, por así decirlo, a un
hermano o algún otro conviviente.
Algunos niños o niñas se centran en
cómo sería la casa (piscina, jardín…) pero no es lo habitual. No pocas
veces he apuntado cosas como “No habrá gritos ni peleas”.
La aplicación de la técnica puede
necesitar no más allá de los cinco o diez minutos. No obstante, una vez
aplicada permite entrar en una conversación sobre alguna de las
respuestas que nos hayan dado. Pero siendo un diálogo abierto ya no es
errático, sino que se dirige hacia los puntos de interés, negativo o
positivo, que se ha detectado en la técnica de las tres casas.
En el caso de tener información previa
de la situación, resultara tan importante lo que NO se dice en una casa
como lo que se dice.
Julio, de 11 años, ha ingresado
tras diligencias policiales. Se escapó de casa y contó a un vecino que
su madre le había pegado. Cuando se le pregunta que es lo que ha pasado
dice: “Mi madre me trata como basura, me manda todo el rato, no como el
vecino que me trata como a un hijo”
Sin embargo, dice que en su casa
de las cosas buenas “me acuesto cuando quiero” “veo la tele siempre que
quiero” … En la “casa de las preocupaciones” comenta que a veces su
madre tarda en volver y le preocupa. Y que le da miedo la oscuridad. En
la casa de sus sueños vivirían él, su vecino con su familia y su madre.
Pero a esta, si le manda o le pega, la expulsarán.
La manera de abordar una conversación
con un niño, niña o adolescente puede condicionar totalmente el
resultado. Las tres casas, al no tener relación directa con “lo
sucedido” puede dar una información de cómo vive el niño o niña “más
allá de lo sucedido”. La conversación indagatoria al centrarse en lo
sucedido puede obviar el mundo afectivo o mental del niño o niña.
A Julio no le da miedo su madre. Julio
le quiere. Y esta, a él. Quizá Julio denunció a su madre porque estaba
enfadado con ella. Quizá su madre le pega, pero también él a ella. No
son una adulta y un niño. Son dos iguales. En todo caso una adulta
herida por la vida, con poca capacidad y energía para la crianza, y un
preadolescente inteligente y empoderado.
Sirva esta técnica como ejemplo, en
primer lugar, de qué a veces conviene ampliar el foco con el que miramos
el mundo del niño o niña. Cuando contesta por ejemplo “nos divertimos”
luego puedes preguntarle quienes se divierten. A lo mejor él o ella solo
tenía en la cabeza a sus hermanos. O simplemente a ella misma con su
gato “Bruno”.
2. La sabiduría mata la CURIOSIDAD.
Otra cosa que me gusta de esta técnica
es que no necesitas ningún máster para usarla. Ni siquiera necesitas
conocer previamente nada del niño o niña. Puedes usarla teniendo
información previa pero no es imprescindible.
Mónica, de 14 años, lleva un
tiempo en un centro. Una educadora se acaba de incorporar al mismo.
Tiene la oportunidad de hablar un rato con ella. Le pregunta:
De cero a diez ¿cómo estás en el centro? Cero es fatal y diez de maravilla.
Mónica se lo piensa y dice que en un cuatro
La educadora vuelve a preguntar:
¿Qué haría que pasaras de un cuatro a un cinco?
Mónica lo piensa y contesta: Que pudiera ir a casa de una
compañera del instituto a hacer el trabajo que nos han puesto en grupo.
La educadora de Mónica aún no sabe
nada de ella. No ha leído el expediente. No sabe porque ingresó en él.
Pero ya sabe algo que quizá algunos o algunas compañeras que, si conocen
todas sus circunstancias, no se han percatado.
Escuché una vez que la ciencia avanza
aumentando el desconocimiento. Por cada conocimiento nuevo que se
conquista se plantean varios interrogantes nuevos. Pero la angustia de
enfrentarnos a los niños, niñas y adolescentes sin entenderlos es
grande. Y la presión de tener que dar una explicación de ellos y ellas a
un tercero es enorme. ¿No me pagan para ello? ¿No tengo un título? ¿Se
supone que tengo que tener una respuesta?
Propongo salirse de una pregunta como “Tu… ¿qué piensas que le pasa a este niño?”
a no ser que tengas una respuesta muy bien fundada. Tu prestigio no se
resentirá mucho por el hecho de que contestes que un sencillo: “No lo sé”.
Porque si para no quedar mal, lanzas una respuesta existe el riesgo de
que el sesgo de confirmación haga que, cuando el niño o niña te dé una
respuesta, no le creas.
Para algunas cosas es mejor ser o tener un acompañante curioso que un acompañante sabiondo.
3. No sólo escucharles, sino también ESCUCHARLOS.
El niño o niña adoptada al niño o niña acogida: ¡Pues yo tengo los apellidos de la familia!
El niño o niña acogida al niño o niña adoptada: ¡Pues yo tengo dos mamás!
La anterior anécdota, que me contó una
encantadora familia acogedora y adoptiva, ejemplifica que cuando los
niños y niñas hablan entre ellos dejan mucho de ver de su mundo mental.
El lugar donde mejor se escucha a los
niños y niñas en el centro donde trabajo no es en mi despacho, es en las
furgonetas. Tú conduces y escuchas como los 4, 5 o 6 niños y niñas que
llevas hablan entre ellos y ellas.
Conocer al niño, niña o adolescente no
es sólo conocerlo por lo que te ha dicho a ti. También por saber lo que
va diciendo, o no, por ahí. Y sobre todo lo que dice en “contextos no
profesionales”
Parecía claro que, para Miguel, de
10 años, las llamadas de su madre no eran plato de buen gusto. Era
consciente de los problemas de salud mental de la misma. Miguel sólo
contestaba con monosílabos. Rondaba la idea de proponer reducirlas o
suprimirlas.
Un día otro profesional que no era
conocedor de lo anterior dejó que la llamada transcurriera durante el
tiempo habitual de las llamadas. Sin preocuparse por acortarla, por
sugerir temas, sin proyectar su incomodidad sobre el niño.
Sorprendentemente Miguel fue capaz de decirle a su madre lo que ningún
profesional había sido capaz de explicarle: que él quería irse a vivir
con su padre.
Me llegan noticias de que en algún
Juzgado se ha empezado a utilizar la presencia de un perro adiestrado
para ayudar a los niños y niñas que tienen que pasar por exploración
judicial o por prueba constituida. Si les gustan los animales, el estar
un rato con él les ayuda a tranquilizarse. Pero lo sorprendente es que
en algún caso el niño o niña ha acabado susurrándole al animal algo que
no se había atrevido a decir en voz alta a los adultos participantes en
el procedimiento. Escucharles no es solo escuchar lo que me dice a mí.
4. No dar por hecho algunas cosas: PREGUNTAR.
En la técnica de las tres casas no se
da por hecho quien vive en ellas ni siquiera en la de las cosas buenas y
en la de las preocupaciones. Se deja margen para la sorpresa.
En algunos modelos terapéuticos es
importante confirmar que se ha entendido bien la definición del problema
de la persona a la que se quiere ayudar. Es conveniente decirle “Corríjame si me equivoco, usted piensa que…” o “Si lo he entendido bien…”.
Por un lado, nos aseguramos que estamos sincronizados con su forma de
ver las cosas y, por otro, les mostramos que estamos atentos a lo que
nos cuentan.
¿Hacemos lo mismo con los niños, niñas
y adolescentes con los que tratamos? ¿O damos muchas cosas por hecho?
¿Nos aseguramos de que estamos entendiendo lo que dicen?
La pregunta de un niño o niña de si
hoy tiene visita de su papá, por ejemplo, será interpretada la mayoría
de las veces como que tiene ganas de verlo. Pero no podemos descartar
que la visita le ponga nerviosa o nervioso porque algo de ella le
perturba. Tampoco se puede descartar que la visita, como se suele decir,
le corte el rollo. Esa tarde hay preparada alguna actividad que le
apetece y la visita es incompatible con participar en ella.
Una familia acogedora que está
conociendo a un niño lo saca a pasar el fin de semana. Pero el niño pide
volver al centro. Se interpretará como que no está a gusto. Sin
embargo, también es posible que nadie le haya explicado que los fines de
semana no hay visitas. Al niño le preocupa que su familia vaya a verlo y
no esté.
A veces incluso, en algunos casos,
cuando el niño pregunta por su mamá es conveniente preguntarle cuál es
su nombre. A veces se refiere a una abuela, a la pareja de su padre o a
la familia acogedora con la que está saliendo.
Otras veces conviene volver a
preguntar la misma pregunta que ya nos contestó en otra ocasión o
circunstancias. No vaya a ser que les estemos exigiendo una seguridad
que ni nosotros nos pedimos a nosotros mismos. Tener en cuenta al niño o
niña es una cosa. Pero cargarle con la responsabilidad de ciertas
decisiones no es precisamente protegerle.
5. El derecho a preguntar se gana RESPONDIENDO.
Puede parecer que estamos hablando
sólo de la escucha pero, en todo caso, lo hacemos desde la perspectiva
de una relación. Y en ese sentido escuchar no es sólo oír sus respuestas
sino también escuchar sus preguntas. Y por supuesto comprometernos en
responderlas siempre que sea posible.
¿Por qué un niño o niña debería decirnos o contarnos nada si cuando él o ella nos pregunta no se siente escuchado?
Aunque no forme parte en sí mismo de
la técnica “Las tres casas” esta permite, en muchos casos, iniciar luego
un DIÁLOGO sobre temas sensibles para él o ella. Cuando un niño o niña
te dice en su “centro de las preocupaciones”: “No poder volver con mis padres” ese comentario no puede dejarse pasar.
Ellos y ellas tienen derecho a no
contestar a nuestras preguntas, pero nosotros o nosotras no a obviar las
suyas si son relevantes para su vida.
6. CAMBIAR de registro.
Steve estaba entrevistando a una
niña, pero sentía que la conversación estaba estancada. Así que decidió
utilizar la “pregunta milagro” propia de la Terapia breve centrada en
soluciones. Le invitó a imaginar que esa noche se iba a la cama y,
mientras dormía, ocurría un milagro. Y le preguntó cómo notaría o sabría
que el milagro se había producido. La niña contestó “Mi padre estaría
muerto”. Steve le ofreció a la niña la oportunidad de hablar con una
profesional de la protección a la infancia, a quién le reveló que estaba
siendo sexualmente abusada por su padre.
Esta anécdota es real y es el inicio
del modelo de “Signs of safety”. La pregunta del milagro permitió a
Steve Edwards abandonar la conversación centrada en el análisis de
hechos y descripción de la situación para entrar directamente en el
mundo mental de la niña obteniendo una respuesta esclarecedora.
La técnica de las tres casas tiene una
ventaja que la hace muy llevadera para los niños y niñas. Ya no se
trata de una persona, más o menos extraña, preguntándome cosas que
parece que no le pasan a otros niños o niñas. En ella se le explica al
niño o niña que en todas las casas pasan cosas buenas, otras
que preocupan y que todos soñamos con casas mejores. No estamos
remarcando que lo que pasa en la suya no es normal, sino que estamos
hablando de cosas que nos pasan a todos. Todos disfrutamos de cosas, a
todos nos preocupan cosas y todos tenemos sueños y esperanzas. Puede
parecer un detalle nimio, pero no lo es. Puede marcar la diferencia.
En todo caso, esta técnica, la
pregunta milagro o las preguntas de escala son sólo ejemplos de otras
maneras de recorrer el camino de nuestro encuentro con los niños, niñas y
adolescentes. Hay muchos otros modos. No siempre están en la caja de
herramientas de nuestra disciplina. Cambiar de registro en las
conversaciones que mantenemos con ellos y ellas puede abrirnos puertas
de acceso a su mundo.
En el camino hacia el metro el
psicólogo ya no era el psicólogo. Y Nicolás ya no era el chaval del
centro de protección. En el camino al metro Nicolás le contó que
admiraba a “El Pera” y que él ya le había imitado robando y estrellando
un coche. Le contó también que su tío era la persona más importante para
él. Antes de entrar en la cárcel le había dejado muchas veces claros
que siempre había que golpear el último. Si no lo hacía nunca sería
respetado y le machacarían. Aunque te hubieran reventado había que
levantarse y golpear. Nicolás le preguntó que pensaba él de esto.
El psicólogo le dijo que no es lo
que él le diría a sus hijos. A lo que Nicolás le contestó: “Si usted
hubiera nacido en mi barrio no pensaría así” Y el psicólogo, sonriendo
le dijo que tenía toda la razón.
A veces hay que quitarse el traje de
profesional para contactar con un niño o niña. No porque renunciemos a
serlo sino simplemente porque a veces es una barrera.
Otro cambio de registro muy sencillo
es dejar de preguntar solamente cuándo y por qué pasa lo malo que pasa
(la norma) y preguntar cuándo no pasa lo que pasa y por qué no pasa lo
que suele pasar (la excepción). No es lo mismo preguntar: “¿Tu padre no juega nunca contigo?” que preguntar: “¿Qué pasó para que tu padre jugara contigo aquel día?”
7. No estamos para clasificar problemas ni casos. Estamos para la SOLUCIÓN.
La categorización es probablemente
inevitable pero no es el mejor camino para una escucha relacional. No es
difícil oírte decir a ti mismo “estos padres son un desastre”, por
ejemplo. Me doy cuenta de que para navegar en este mundo de la
Protección he desarrollado una serie de prototipos por los cuales esta
madre es como aquella otra que tuvimos, o cómo me recuerda el padre de
Iker al padre de Julen y Ana. No es una crítica. Es una realidad de la
mente humana: funcionamos con categorías. Necesitamos darle orden al
caos y para ello categorizamos sin parar.
Pero para los niños y niñas esas
categorías no son reales. Para ellos entre las latas de cerveza abiertas
(una preocupación) aparecen, aunque sea de forma efímera, un padre
chistoso, una madre que hace los mejores macarrones, un hermano que… o
cualquier otra cosa buena.
Preguntarles a los niños y niñas por
las cosas buenas que pasan en su casa es más justo que no hacerlo. Y, al
menos, es una manera de frenar o ralentizar esa tendencia hacia el
catastrofismo que acaba calándonos en los huesos a medida que tenemos
más experiencia en el sistema.
Por tanto, no nos sintamos monstruos
porque categorizamos o estereotipamos. Somos humanos. Nuestro
pensamiento funciona así. Pero seamos conscientes de que al niño o niña
no le aporta mucho que clasifiquemos a su familia o incluso a él o ella
misma.
6. La vida es PRESENTE, PASADO y FUTURO
D. Enrique se encontró en una
librería a Sergio. Lo recordaba como un alumno trasto, simpático, que le
gustaba jugar más que estudiar. Sergio le contó que había estudiado
filología, que le acaban de publicar un libro de poesía y que jugó en un
equipo de futbol que llegó a estar en primera división. D. Enrique
nunca llegó a imaginar ese futuro para su alumno.
¿Qué perspectiva temporal usamos cuando contemplamos la protección de un niño, niña o adolescente?
El psicólogo social Philip Zimbardo en su libro “La paradoja del tiempo” (4)
nos explica que cada uno de nosotros tiene una orientación temporal
característica. Algunas personas viven orientadas fundamentalmente hacia
el pasado. Otras viven, de una manera u otra, en el presente. Y otras
suelen vivir pensando siempre en el futuro. Podemos encontrar formas
diferentes de vivir en cada una de estas orientaciones. Zimbardo
diferencia dos en cada una de ellas siendo una sana y la otra no. Pero
el hecho es que las personas e incluso las culturas se diferencian por
la forma de orientarse en el tiempo.
Podemos entonces diferenciarnos
también en cómo cada uno de nosotros entiende la protección desde la
perspectiva temporal. Algunos se centrarán en ayudar al niño o niña a
entender y elaborar lo pasado en su familia, incluso a superar traumas.
Otras personas pondrán el acento de la protección como ofrecerles ahora
el bienestar que no han tenido. Y por último otros u otras pondrán el
foco en lo que pase con ellos y ellas cuando dejen de ser menores de
edad. Yo mismo voy más allá: a veces pienso que trabajamos con niños,
niñas y adolescentes para proteger a sus hijos e hijas.
De la misma manera que hay niños y
niñas que han tenido que ser protegidos porque sus padres viven en la
manera insana de vivir el pasado, el presente o el futuro también hay
una manera insana de entender la protección: el niño o niña está
colocado en una familia acogedora o en un centro ¿qué más quieres? Pero
lo mismo podríamos decir sobre la manera de abordar su pasado y su
futuro.
A veces los niños, niñas y
adolescentes necesitarán que hablemos de su pasado. Y es muy probable
que lo hagamos. Otras veces necesitarán que hablemos de su presente y
también es muy probable que lo hagamos. Pero es probable que no
consideremos tan importante hablar con ellos y escucharles sobre su
futuro.
Al menos deberíamos empezar por evitar
las proyecciones catastrofistas que nos hacen ver a un niño o niña de
9,10 u 11 como un seguro delincuente juvenil.
Por otra parte, más allá de nuestra
concepción temporal de la protección a la infancia, el enfoque temporal
es una cuestión mucho más cotidiana de lo que parece. Muy pocas veces he
oído que en un procedimiento penal por supuestos malos tratos o
abandono se le pregunte a un niño o niña por el futuro: ¿quieres volver
con tu padre o tu madre?, ¿cómo vivirás que haya una orden de
alejamiento y comunicación por seis meses o un año? La conversación
judicial, por decirlo de alguna manera, sólo se dirige hacia el pasado:
¿qué ocurrió?
Otro ejemplo es cuando a veces se
recurre al argumento de la confidencialidad de los datos del expediente
(pasado) para no informar a una familia a la que se le ha propuesto el
acogimiento (futuro). Y se obliga a las familias de acogida a no
entender el presente (el niño la monta en la ducha) cuando se sabe que
casi se electrocutó (pasado) por una derivación en un termo eléctrico en
una casa ocupada.
En definitiva, conviene mirar al pasado, al presente y al futuro de los niño, niñas y adolescentes con los que tratamos.
7. Hechos y VIVENCIAS.
Muchas veces al hablar de niños, niñas y adolescentes en situación
de desprotección nos centramos en averiguar y describir como es la
misma. ¿Qué pasa o ha pasado? ¿Qué no pasa o que no ha pasado? ¿Quién
hace o no hace qué?
El problema es que las personas vivimos las situaciones. Igual que debemos diferenciar situación traumática de experiencia traumática no podemos olvidar que hay situaciones de desprotección y experiencias de desprotección.
-Montse. Tienes 7 años ¿verdad?
-Sí
-Me han contado que a veces tú y tus dos hermanos pequeños pedís comida a los vecinos
-Sí
-¿Y eso?
-No lo sé… Es que mi papá a veces dice ¡Niños a comer! Pero cuando vamos no hay nada para comer.
Montse no niega la situación. Piden
comida. Pero su sorpresa o desconcierto por el comportamiento de su
padre parece indicar que, al menos de momento, no vive este hecho como
una desprotección. Quizá fuera porque sus padres, extremadamente
jóvenes, eran muy juguetones y expresivos afectivamente. Cuando la
nutrición afectiva se junta con la negligencia, a los niños y niñas les
cuesta más experimentar la segunda como desprotección.
Por eso me parece un acierto de la
técnica de las tres casas al preguntar por las preocupaciones y no sólo
tanto por los miedos. A los niños no sólo les da un miedo un padre que
pega; una madre que grita mucho; unos padres que se pelean… A los niños y
niñas también les preocupa no tener el material que le han pedido en el
cole; que no haya dinero para comprar comida para su gato; que su madre
discuta con todo el mundo… La negligencia no consiste sólo en no cubrir
las necesidades materiales de los hijos sino también en no saber
calmarlos o tranquilizarlos.
La hipervigilancia no sólo es por si
mi padre me dará una bofetada o un abrazo. La hipervigilancia también es
estar pendiente de si mi padre la liará en el cole; si cuando vuelva
seguiré teniendo perro o si ha venido la poli buscando a mi hermano
mayor.
Entre los malos tratos y el no trato
caben miles de pequeñas preocupaciones. Crecer entre ellas pasa factura.
De hecho, las neurociencias ya nos han explicado que el estrés provoca
una liberación continua de cortisol que acaba matando neuronas.
Muchas de las cosas que preocupan a
los niños y niñas no nos atreveríamos a catalogarlas de situaciones de
desprotección y sin embargo ellos y ellas se pueden sentir
desprotegidos.
Si queremos asomarnos a su mundo podemos intentar conocer sus preocupaciones y no solo su situación.
EPÍLOGO
Es muy probable que este artículo no
lleve a ninguna parte. Pero el hecho es que muchas personas se
relacionan con los niños, niñas y adolescentes para su protección. Unas
interactúan con ellos y ellas esporádicamente. Otras conviven todos los
días.
En cualquier caso, podemos tratarlos
como casos o como niños, niñas y adolescentes que tienen un mundo
personal y subjetivo. Para asomarnos cuanto menos un poquito al mismo
conviene no perder la capacidad de que nos asombren, que nos sorprendan.
Si notas que la tuya está algo mermada y necesitas abril la puerta al
asombro puedes intentar responde a alguna de estas preguntas:
¿Qué le importa, además de sus padres?
¿Qué es lo que todavía no sé de él o ella?
¿Qué les cuenta o no cuenta a los demás?
¿Qué cosas conviene preguntarle varias veces?
¿Qué me ha preguntado y debo contestarle?
¿Qué debo cambiar cuando hablo con él o ella?
¿Qué etiquetas estoy usando con él o ella y su familia?
¿Qué le gusta, que le preocupa, con qué sueña?
¿Cómo vive él o ella su situación?
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(1) Weld, N. y Par, S. Using the ‘Three Houses’ Tool. Involving Children and Young People in Child Protection Assessment and Plan. Booklet. Se puede adquirir este folleto en pdf en https://www.partneringforsafety.com/store/p22/Three_Houses_booklet.html
(2) Turnell,A. y Edwards, S. (1999). Signs of Safety. A solution and safety oriented approach to Child Protección Casework. Nueva York: WW Norton & Co.
(3) Se puede profundizar en el programa en la web del mismo: https://www.signsofsafety.net/
(4) Zimbardo, P. (2009). La paradoja del tiempo: la nueva psicología del tiempo. Barcelona: Ediciones Paidós.