HDIA, Hablando de Infancia y Adolescencia: Blog GSIA con información y reflexión sobre la realidad que viven millones de niñas, niños y adolescentes en el mundo.
Greta Thunberg junto a un grupo de jóvenes medioambientales en la Asamblea Nacional de París. Philippe WojazerReuters
La puesta en escena para Greta Thunberg
en París no podía ser más elocuente. No porque estuviera invitada para
debatir en la Asamblea Nacional francesa, un raro honor más
extraordinario aún vista la corta edad de la joven, 16 años. Sobre todo,
porque el París al que llegó Thunberg este martes es una ciudad —y todo
un país— casi fundidos por una oleada de calor, la segunda en pocas
semanas, que pone en evidencia que los riesgos del cambio climático
contra los que lleva advirtiendo desde hace más de un año la joven
activista sueca son un problema que, más que a la vuelta de la esquina,
están ya metidos en casa.
“De aquí a 2030, si no hacemos nada, no podremos revertir el cambio
climático”, advirtió, muy seria, ante los casi 200 diputados que
acudieron a escucharla. La joven Greta Thunberg, insultada por algún político francés. La presencia de Thunberg ha provocado una fuerte controversia en
Francia. Diputados sobre todo de derecha y de la extrema derecha
criticaron en los últimos días la presencia de la joven, a quien
llamaron a boicotear tras calificarla, entre otros, de “profeta en
pantalones cortos”, “gurú apocalíptico”, “premio Nobel del miedo” o
marioneta al servicio de lobbies ecologistas. Unas calificaciones y unas
ausencias —Thunberg y otros tres jóvenes activistas franceses hablaron
finalmente en una sala y no el hemiclo— que no inmutaron a la
adolescente sueca. Thunberg no se ha quedado de brazos cruzados y ha respondido en la
Asamblea a los ataques recibidos: “Somos objeto de amenazas y burlas por
citar cifras y hechos científicos”, y ha destacado que lo único que
piden a la clase política es que escuche a los investigadores. En su discurso, la activista sueca ha invitado a “aquellos que dicen
que exageramos” a leer el último informe del Grupo de Expertos
Intergubernamental de la ONU (GIEC), que llama a actuar para disminuir
el aumento de temperaturas de 2ºC a 1,5ºC. Además, ha alertado de que
“el verdadero peligro son las empresas y los políticos que fingen actuar
y no hacen nada”. La activista ha lanzado una pregunta: “¿Cómo podemos
actuar sin sonar alarmistas?”, y ha resaltado que será imposible
resolver esta degradación climática sin tratarla como una verdadera
crisis. “Algunos han decidido no venir aquí hoy, algunos han decidido no escucharnos. No pasa nada. Ustedes no están obligados a escucharnos, al fin y al cabo, no somos más que chavales.
Pero ustedes sí tienen el deber de escuchar a la ciencia. Es todo lo
que pedimos: que se unan tras la ciencia”, replicó Thunberg agitando en
su mano el último informe del grupo de expertos intergubernamentales
sobre la evolución del clima de la ONU, el Giec. Además de contra
responsables políticos, la joven también cargó contra empresarios y
periodistas, a quienes responsabilizó de “mentir” sobre lo que hacen
jóvenes como ella y de no contar lo que está pasando ni de advertir de
la seriedad de la emergencia climática para concienciar adecuadamente a
la sociedad. Mientras Thunberg hablaba, toda Francia sudaba. El país sufre su segunda oleada de calor en pocas semanas,
tras haber registrado en junio el récord absoluto jamás registrado: 46
grados en el sur del país. París se apresta a batir también en los
próximos días su propio récord con temperaturas de hasta 41 grados. El
último récord, recuerda la Agencia France Presse, data de 1947, cuando
los termómetros capitalinos marcaron 40,4°C. La sequía es ya una preocupación nacional y sectores como el vinícola
se preparan para el golpe que se avecina, con una caída de la
producción de entre 6 y 13% respecto al año pasado, según estimaciones
oficiales. En numerosas ciudades del país se han dispuesto salas “de
refresco”, se ha limitado la circulación y se han decretado medidas
dirigidas sobre todo a los mayores, la población más vulnerable en estos
momentos, con vistas a evitar un episodio como el de la oleada de calor
de 2003, que dejó 15.200 muertos en Francia. Desde la Asamblea Nacional, Greta Thunberg tomaba sorbos de agua de
una botella de aluminio reciclable —también ha venido a Francia en tren
para contaminar menos— mientras seguía reclamando que los responsables
políticos y sociales actúen de una vez y lo hagan de verdad, no solo
como “bellas campañas de relaciones públicas”. “La emergencia climática es hoy y es ahora, y no acaba más que comenzar, y solo va a empeorar”, insistió.
la película que muestra la realidad del acoso escolar.
El proyecto educativo quiere concienciar, detectar y frenar el 'bullying'
con la fuerza de la ficción y las redes sociales.
En foto: captura del tráiler de 'Nada será igual'. En vídeo: entrevistas al director del proyecto, Víctor Antolí, y a los actores, Anna Martín, José Farnós y Carlos Mayoral.VÍDEO: LUIS ALMODÓVAR.
Jennifer Baptista,
elpais.com/sociedad.
Uno de cada cuatro casos de acoso escolar se produce en forma de ciberbullying, según datos publicados el año pasado por un estudio realizado por la Fundación ANAR.
"Antes el niño llegaba a casa y se sentía seguro, pero ahora con las
redes sociales el acoso se produce 24 horas", manifiesta la actriz Anna
Martín. Esta problemática es lo que quiere mostrar el director de cine
Víctor Antolí en la película Nada será igual.
Este proyecto cinematográfico nace en Castellón como un
trabajo final de curso con alumnos de interpretación en 2014 y desde
entonces cuenta con más apoyos y seguidores. Se divide en tres partes,
dos mediometrajes, Nadie hace nada y El pacto, y ahora termina con Nada será igual, la película, donde el hilo conductor es el ciberbullying. Además, contiene su pieza clave, la campaña #Ypunto,
un movimiento social que consiste en mandar un punto ortográfico a
través de las redes sociales para decirles a las víctimas de acoso que
no están solas.
Los 19 actores y actrices que figuran en el reparto de la película
actúan como referentes para el público joven, dentro y fuera de la
pantalla. A través de la proyección de la película en distintos centros
escolares, los estudiantes han podido reflexionar sobre el acoso con los
actores, que han sido formados como agentes antibullying por el Colegio Oficial de Psicología de la Comunidad Valenciana. El pasado 2 de mayo, coincidiendo con el Día Internacional contra el
Acoso Escolar, el equipo junto a Totto diseñaron una mochila con el lema
Dilo todo, no te calles nada, donde los estudiantes debían
escribir una carta sobre su perspectiva del acoso escolar. "Es muy
impresionante cuando un niño se levanta en medio del coloquio y nos dice
delante de sus compañeros que ha sufrido bullying", cuenta el actor José Farnós. El proyecto ha contado con la fuerza y el apoyo de varios
colaboradores como el Villarreal Club de Fútbol, la Diputación de
Castellón, la Universidad Jaume I de Castellón o el Colegio Oficial de
Psicología de la Comunidad Valenciana.
Swedish environmental campaigner Greta Thunberg addresses politicians, media and guests with the British Houses of Parliament on April 23, 2019 in London, England. Her visit coincides with the ongoing "Extinction Rebellion" protests across London, which have seen days of disruption to roads and transport systems, in a bid to highlight the dangers of climate change. Credit: Leon Neal Getty Images
Swedish teenager Greta Thunberg
became famous this spring for launching a student movement to compel
adults to take action on climate change. Instead of going to school,
Greta has been spending her Fridays in front of the Swedish parliament
with a sign reading: “School Strike for Climate.” Students in more than
70 countries have since followed her lead. But before she started trying
to convince the world to take action, Thunberg worked on her parents.
She showered them with facts and showed them documentaries. “After a
while, they started listening to what I actually said,” Thunberg told
the Guardian newspaper. “That’s when I realized I could make a difference.”
Thunberg is not alone. Other young people can be equally convincing, according to a paper published May 6 in Nature Climate Change.
The team of social scientists and ecologists from North Carolina State
University who authored the report found that children can increase
their parents’ level of concern about climate change because, unlike
adults, their views on the issue do not generally reflect any entrenched
political ideology. Parents also really do care what their children
think, even on socially charged issues like climate change or sexual
orientation.
Postulating that pupils might be ideal influencers, the researchers
decided to test how 10-to-14–year-olds’ exposure to climate change
coursework might affect, not only the youngsters’ views, but those of
their parents. The proposed pass-through effect turned out to be true:
teaching a child about the warming climate often raised concerns among
parents about the issue. Fathers and conservative parents showed the
biggest change in attitudes, and daughters were more effective than sons
in shifting their parents’ views. The results suggest that
conversations between generations may be an effective starting point in
combating the effects of a warming environment. “This model of
intergenerational learning provides a dual benefit,” says graduate
student Danielle Lawson, the paper’s lead author. “[It prepares] kids
for the future since they’re going to deal with the brunt of climate
change’s impact. And it empowers them to help make a difference on the
issue now by providing them a structure to have conversations with older
generations to bring us together to work on climate change.”
Scientists in the field find the study heartening. “These encouraging
results suggest that not only are children increasingly engaged in
advocating for their future, they are also effective advocates to their
parents,” says climate scientist Katharine Hayhoe of Texas Tech
University. She was not involved in the research but works to bridge the
gap between scientists and stakeholders on the issue. “As a woman
myself and someone who frequently engages with conservative Christian
communities,” she says, “I love that it’s the daughters who were found
to be most effective at changing their hard-nosed dads’ minds.”
The intergenerational model is “a promising avenue for those of us in
climate change education,” says Nicole Holthuis, a researcher in
science education at Stanford University, who was not a researcher on
the study. Too often, Holthuis says, scientists and educators believe
that delivering the facts of global warming will be enough to change
minds. “With this study,” she says, “they’re addressing a critical need
to acknowledge that the sociopolitical aspects of climate change make it
very difficult for people to take [the facts] in. Maybe we can leverage
these intergenerational relationships in ways that can be very
productive.” As a next step, Holthuis would like to see if increasing
levels of concern from this curriculum translate into actual changes in
behavior. Child-focused lessons on a similar issue did alter parents’
actions. A 2016 study of Girl Scout troops found that an educational
program on energy consumption resulted in reduced energy use by their
families.
In the North Carolina study, the curriculum consisted of four
classroom activities and a field-based service-learning project. Of 238
families in that study, 92 served as controls; those children’s teachers
did not use the new curriculum. Parents were invited to view outdoor
projects and were interviewed by their children. Instead of addressing
climate change directly, children asked adults about local changes they
might have noticed. Parents, says Lawson, responded to a series of
questions from their children: “How have you seen the weather change?
Have you ever seen the sea-level rise? We wanted to take climate change
out of it just to make it more ideologically neutral.” At the beginning
and end of the study, parents were surveyed on demographic
characteristics such as age and political ideology as well as their
views on climate change.
Concern about the issue was measured on a 17-point scale from least
concerned (–8) to most concerned (+8). Over two years, levels of
concern increased among all parents, including those in the control
group. But those who engaged in the curriculum with their children
showed larger increases and parents who identified as male or
conservative more than doubled their level of concern about climate
change from relatively unconcerned (–2) to relatively concerned (+2).
Lawson believes that conversations about climate change were easier
because of the level of trust between parents and their children. “That
doesn’t necessarily exist between two adults talking to each other,” she
says. The authors do not know why girls were more effective than boys
but suggest that girls may have been more concerned to begin with or are
better communicators in this age group than boys. While this paper
doesn’t measure behavioral change, it does provide hope, says Lawson,
“that if we can promote this community-building and
conversation-building on climate change, we can come together and work
together on a solution.”
UNICEF presentó hoy “Las Voces de las y los Adolescentes Privados de Libertad en Argentina”,
un estudio sobre los chicos y las chicas detenidos en Centros Cerrados.
La investigación de UNICEF y el Centro de Estudios de Población (CENEP)
realizó encuestas al 40% del total de las y los adolescentes privados
de la libertad, quienes hablan de la escuela, la violencia, sus
familias, el proceso judicial que transitan, sus sueños y sus proyectos
para el futuro.
El último relevamiento nacional sobre adolescentes en conflicto con
la ley penal de UNICEF y la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y
Familia (2015) contabiliza alrededor de 7200 jóvenes que se encuentran
cumpliendo algún tipo de medida penal, de los cuales 1300 están en
Centros Cerrados. Las medidas penales son diversas e incluyen la
privación de libertad en centros cerrados, alojamiento en centros de
restricción de la libertad y medidas penales en territorio, también
conocidas como medidas alternativas a la privación de la libertad.
“En la escuela me iba bien, era un alumno tranquilo. Nunca tuve
problemas con profesores ni con compañeros. Dejé [en primer año del
secundario] porque tenía que ayudar a mi mamá. (…) Mi papá estaba preso
en ese momento y yo salí a trabajar para ayudar a mi mamá. Mi hermanito
sí siguió yendo a la escuela”.
Quien habla es Brian de 16 años. Es uno de los 500 chicos y chicas
encuestados por UNICEF en un estudio cuyo objetivo es generar un insumo
-basado en el testimonio de los chicos- que produzca información para el
diagnóstico, análisis e implementación de políticas públicas para un
sector de la población altamente vulnerable.
Los nombres que se reseñan en el estudio se utilizan a modo
ilustrativo y no guardan relación con los autores reales de las citas,
para proteger y preservar la identidad de los y las adolescentes que
participaron de las encuestas.
La muestra fue realizada por regiones geográficas: Buenos Aires
(Provincia y Ciudad Autónoma), Centro, Cuyo y Norte del país. En total
fueron relevados 22 centros cerrados. A través de las encuestas, se
obtuvo información sobre las trayectorias biográficas de los chicos, su
educación, sus experiencias con el trabajo, sus recuerdos sobre los
lugares en donde se criaron y sus familias, el acceso a derechos básicos
durante la privación de libertad, la relación con las fuerzas de
seguridad.
“El Sistema de Justicia Juvenil es claramente selectivo”, advirtió
Hernán Monath, Especialista en Protección de Derechos y Acceso a la
Justicia de UNICEF. “El estudio muestra que los adolescentes que
ingresan a los centros de privación de la libertad son los que tienen
mayor vulnerabilidad y menores recursos para enfrentar tanto los riesgos
sociales como el proceso penal, y eso determina que se los encierre.
Hay una ausencia marcada del Estado para garantizarles tempranamente
derechos básicos, pero una intervención férrea a través del sistema
penal y las medidas de encierro cuando se les imputa haber infringido la
ley”, explicó.
El 28% de los chicos encerrados vivió en la calle. El 14% lo hizo en
“hogares de niños, niñas y adolescentes sin cuidados parentales” porque
sufrió violencia y maltrato en su casa, abandono, abuso sexual, entre
otros factores. Casi el 40% manifestó haber sido maltratado por las
“fuerzas de seguridad” antes del encierro. 3 de cada 10 sufrió algún
tipo de violencia en la institución. La mayoría no pudo realizar la
denuncia.
Los datos presentados por UNICEF indican que la privación de la
libertad es una medida sancionatoria ineficaz para cumplir con los fines
educativos y de reinserción social que debe tener toda sanción
especializada para adolescentes. La mitad de los encuestados afirmó que
no se trataba de su primera vez en una institución de encierro. La
mayoría de los adolescentes que ingresa a un centro de privación de la
libertad egresa sin un proyecto de vida que posibilite su reinserción
social y les ayude asumir un rol constructivo en la sociedad.
“La educación y la formación para el trabajo en los Centros es
fundamental -señaló Monath- Los chicos valoran la escuela y los talleres
de oficios, pero los recursos materiales y humanos son insuficientes y
la calidad de las propuestas dependen de la voluntad de las personas que
se desempeñan en las instituciones y no de una política establecida”.
La investigación de UNICEF y CENEP también indagó sobre las
condiciones de vida en los centros y detectó, entre otras
irregularidades, falta de acceso a tratamientos de salud, abusos en los
regímenes disciplinarios, dificultades para mantener un contacto con el
mundo exterior, situaciones de violencia. En cuanto a las condiciones
edilicias, se constató ausencia de luz natural y ventilación, falta de
calefacción, humedad en las paredes, pisos y materiales sueltos,
roedores e insectos y espacios reducidos, principalmente en sitios de
descanso, instalaciones sanitarias, patios y salones.
Los tratados internacionales como la Convención sobre Derechos del
Niño establecen que la privación de libertad debe ser aplicada como
último recurso y por el menor tiempo posible. Además, deben existir
condiciones que respeten su integridad física y su dignidad. En
Argentina 7 de cada 10 chicos desconoce cuánto tiempo estará encerrado.
“Esta situación genera incertidumbre, desconfianza y el incumplimiento
de sus garantías procesales -advierte UNICEF-. Hay una enorme distancia
entre los chicos y el proceso judicial, y muchas dificultades para
entender lo que les ocurre”.
“Me gustaría terminar el secundario, hacer un curso de capacitación
-contó Luciano, 16 años -. Yo sí puedo. Tengo que poner empeño. Tengo
que hacer lo posible, aunque me cueste. Igual no sé cuándo iré a salir
de acá...”
El contacto con los jueces que siguen sus causas es mínimo: los
procesos resultan incomprensibles para ellos. El estudio advierte que
esta situación “impide cualquier aprendizaje o proceso de reflexión que
pueda llegar a esperarse del tránsito por el proceso penal, aunque en
cualquier caso la capacidad restaurativa de la sanción privativa de
libertad está seriamente cuestionada”.
Adolescentes encerrados y con hijos. Los datos de la encuesta
muestran que 1 de cada 4 adolescentes tiene al menos un hijo o una hija a
cargo: el porcentaje es similar entre varones y mujeres (23,5% y 24,1%)
en el total del país. Estos datos evidencian el carácter prematuro de
las maternidades y paternidades en la población adolescente privada de
libertad.
El abordaje socioeducativo en los centros de encierro debería
fortalecer las capacidades para ejercer la maternidad/paternidad, así
como afianzar los vínculos con sus hijos e hijas, y eventualmente con
sus parejas. Las situaciones de traslado y las distancias con sus
centros de vida dificultan los vínculos familiares.
MÁS VOCES
“Una vez por mes o cada dos meses viene mi mamá, pero no puede venir
porque tiene muchos problemas económicos. No importa lo lejos, importa
el boleto… Tiene a mis hermanitos, les tiene que dar de comer, mantener
la casa. Mi papá no viene ni me llama por teléfono, ni yo lo llamo, no
quiero saber nada de él.” Camila, 16 años.
“Yo no iba a la escuela, hacía que iba a la escuela. Me escapaba. Un
día iba y otro día no, y no se daban cuenta…” Kevin, 16 años.
RECOMENDACIONES DE UNICEF
. FORTALECER LAS POLÍTICAS PÚBLICAS ORIENTADAS A GARANTIZAR EL
CUMPLIMIENTO DE LOS DERECHOS DE LAS Y LOS ADOLESCENTES. Deben aplicarse
políticas públicas universales para garantizar la igualdad de
oportunidades, y el pleno respeto de todos los derechos de la niñez y
adolescencia, en particular a través de las áreas de salud, educación,
seguridad social, vivienda, entre las principales. Debe existir una
fuerte participación del Sistema de Protección Integral de los Derechos
de niños, niñas y adolescentes con líneas de trabajo específicas, que
además sean útiles para prevenir las causas que pueden originar la
comisión de delitos.
. PROMOVER UN SISTEMA DE JUSTICIA JUVENIL ESPECIALIZADO. La finalidad
del Sistema de Justicia Juvenil debe centrarse en la prevención del
delito y en las causas que podrían originarlos. Los procesos penales
deben ser diferenciados de los que se aplican a las personas adultas.
Los funcionarios que los llevan adelante deben tener conocimientos
específicos y experiencia de trabajo en niñez y adolescencia. La
intervención del derecho penal debe ser mínima, la utilización de las
sanciones debe ser reducida y aplicada en dispositivos preparados para
el trabajo con adolescentes. Asimismo, deben cumplirse las garantías del
debido proceso legal en base a los estándares internacionales en
materia de niñez y adolescencia que tienen jerarquía constitucional en
el país. Las reformas penales necesarias deben surgir de manera
coordinada entre la Nación y las provincias.
. IMPULSAR MEDIDAS ALTERNATIVAS. La privación de libertad debe utilizarse
de manera excepcional, como último recurso y por el menor tiempo
posible. UNICEF aboga por el empleo de medidas alternativas al proceso
penal y medidas penales no privativas de la libertad con enfoque
restaurativo y objetivos socioeducativos. Las sanciones penales que se
aplican a las y los adolescentes tienen que focalizarse en la
responsabilización subjetiva, acompañándolos en el diseño de un nuevo
proyecto de vida que los aleje del conflicto con la ley penal. Los
enfoques restaurativos además permiten un trabajo conjunto con las
víctimas y la comunidad.
. CREAR Y FORTALECER MECANISMOS DE SUPERVISIÓN Y MONITOREO
INDEPENDIENTES DE CENTROS DE PRIVACIÓN DE LIBERTAD. Las y los
adolescentes deben tener la posibilidad de denunciar las situaciones de
maltrato. Es imprescindible la generación de mecanismos de carácter
independiente que, en caso de recepción de una denuncia o ante el
conocimiento de una de violación a la integridad física o psíquica,
tomen las medidas administrativas y judiciales correspondientes.
. REFORZAR LOS PROGRAMAS QUE ACOMPAÑEN EL EGRESO Y PERMITAN EL TRABAJO
ARTICULADO CON LAS FAMILIAS. Es necesario aumentar los recursos
destinados a apoyar programas de egreso de los dispositivos penales que
fomenten la reintegración en la comunidad con proyectos de vida
autónomos y respetuosos de las libertades fundamentales de terceros.
Asimismo, y con el fin de alcanzar y potenciar los resultados de las
medidas socioeducativas, se debe fomentar la participación de la familia
y referentes afectivos.
. DESTINAR RECURSOS PÚBLICOS SUFICIENTES Y METODOLOGÍAS ESPECIALIZADAS
EN EL TRABAJO CON ADOLESCENTES. El acompañamiento de las y los
adolescentes que cumplen una sanción penal en dispositivos de encierro
debe tener condiciones adecuadas para garantizar y resguardar todos sus
derechos y dignidad. Además, deben contar con personal civil
interdisciplinario, formado especialmente para trabajar con jóvenes y
articular intervenciones con los sistemas educativos y de salud.
Asimismo, debe aumentarse la inversión para la creación y
fortalecimiento de programas y equipos que gestionen medidas no
privativas de la libertad.
El mito del “Buen Niño Salvaje”. El nuevo mito, que podríamos llamar del “Buen Niño Salvaje”, en el que confluyen la pedagogía y cierta libertad de exploración con la mirada colonialista, condescendiente pero totalitaria, que asocia lo “salvaje” con la inmadurez y justifica la dominación: es decir, todo niño es un bondadoso salvaje al que está bien dar algunas libertades pero que hay que orientar (dominar) por su “propio bien”.
Tan vasta es la creación actual de libros que “reconectan” con la naturaleza o plantean miradas “salvajes” que me pareció necesario dividir este tema en tres entradas.
En esta primera (Acceso a 1ª parte) intenté contar una breve historia de lo salvaje para llegar a Mowgli y a Tarzán, dos de los personajes “salvajes” más presentes en el imaginario colectivo y en la cultura infantil y juvenil.
En la segunda exploraro libros de tigres, jaguares y otros “llamados salvajes”.
Y en la tercera me concentraré en el romántico llamado de la Naturaleza, con la profusión de libros informativos sobre la Tierra y sus habitantes o sobre personajes o comunidades que nos recuerdan la vida “al natural”.
El libro tiene una curiosa dedicatoria: “A nuestra madre, en cordial reconocimiento de sus esfuerzos por elevarnos por encima de las bestias”. Aunque la frase es producto de una dicotomía discriminatoria —bárbaro/civilizado— y puede sonar especista si tomamos “bestia” como sinónimo de “animal”, todo es parte de un montaje.
Los jóvenes náufragos de Black Lake Island (1901) es un libro falsamente documental, que pretende ser el diario de viaje de un grupo de niños náufragos que registran su aventura con fotografías y notas al pie y luego lo dedican a su madre. La frase es consistente con la personalidad y la época de los supuestos autores —personajes del libro—, los hermanos Llewelyn Davies, cazadores de tigres y perseguidores de piratas. Página a página constatamos la ironía implícita en la dedicatoria: los “esfuerzos” maternales no parecen haber sido suficientes para domar a estos salvajes que, por cierto, habrían de vivir muchas más aventuras algún tiempo después y en entornos más fantásticos. Pero a ellos volveremos más tarde, quedémonos por ahora con el tigre.
Mucho menos presente que osos, perros, ratones, lobos, conejos o incluso que sus primos los leones, un tigre se pasea por los libros que han interesado a niños y jóvenes, por lo menos, desde que Lafontaine difundiera las Fábulas de Esopo. En cuentos populares asiáticos, por ejemplo, ocupa el lugar del lobo e incluso existen versiones de Caperucita en las que es un tigre quien se devora a la niña.
Del paisaje asiático, y también pintado como el malo del cuento, viene, precisamente, uno de los más célebres: Shere Khan. En el primer cuento de El segundo libro de la selva (1895), que mencionaba en la entrada pasada, Hathi, el elefante, le relata a Mowgli cómo el primer tigre obtuvo sus rayas… o cómo llegó el miedo a la selva (una anticipación del volumen de cuentos de Kipling Así fue cómo (1902), en el que explica el origen de algunas características de animales).
Si bien Mowgli y Tarzán, rompen un poco el molde del hombre que somete a la “bestia”, pues ellos son hermanos y amigos de otras especies y procuran proteger a los suyos y a la Naturaleza, también cazan. Tarzán sólo lo hacía para subsistir —y defendía esta postura—, pero en una ocasión mata a un tigre que, en la versión de Disney de 1999, constituye un claro símbolo de su dominio en la jungla, de su coronamiento como rey. Y recordemos que Mowgli planea una emboscada para Shere Khan, lo desuella con sus propias manos y luego ofrece su piel a la manada de lobos.
Una escena menos cruda, pero simbólicamente cercana, la protagoniza Sandokán en Los tigres de Mompracem (1900), cuando este pirata anticolonialista se lanza contra un tigre, le hace una llave de luchador en el cuello y, antes de matarlo, le dice: “¡Mírame! ¡Yo también soy un tigre!”. En realidad, él es El Tigre, el célebre y temerario “Tigre de Malasia”. Así que el episodio le da todavía más fuerza a la metáfora por medio de la cual define su carácter… y sus conquistas: la piel del tigre será una ofrenda para Marianna, la mujer que adora.
Todo esto va sonando lejano a nuestro contexto, en el que muchos personajes femeninos no desean ser conquistados, como la Loba de Verónica Murguía, ni aprobarían semejante brutalidad hacia un animal, como Luna o Hermione de J. K. Rowling.
Pero antes de entrar en el presente, un poco más de tigres, cacerías, piratas y barcos contemporáneos a Salgari.
También en ese recuento histórico de lo salvaje, del que partimos la semana pasada, y en el arranque de esta entrada, mencionaba la peculiar publicación que hizo J. M. Barrie, precedente de los Niños Perdidos de Peter Pan, para divertir a un grupo de hermanos: Los jóvenes náufragos de Black Lake Island (1901). En este libro George, Jack y Peter Llewelyn Davies son robinsones que naufragan en una isla y allí construyen un refugio, descubren bosques primigenios —árboles de mango y cocoteros incluidos—, ahorcan a un pirata y cazan a un tigre. Luego de armar una nueva embarcación vuelven sin problema a casa. Peter, el menor de los tres, edita un libro, dedicado a su madre, en el que relata la aventura. Más que un terrible naufragio parece una bien planeada expedición. O eso cuenta J. M. Barrie, quien tenía una sensibilidad poco habitual para contar historias y organizar juegos que fascinaban a los niños. Jugar a ser salvaje, jugar a ser niño.
Una vez más, algunos de los aspectos de esta narración pueden resultar más ajenos a los deseos de aventura de la cultura infantil y juvenil de hoy, menos propensa a la cacería y al ahorcamiento de piratas, más boy scout. Pero en ese entonces formaban parte de las prácticas adultas a imitar, de una época de piratería y cacería por entretenimiento, ya no en su apogeo, pero sí más próxima a su realidad. Hoy hacer de piratas y, sobre todo, “cazar” animales es un juego que suena más a clásico, una arquitectura de construcción antigua que interesa menos a los niños. El atractivo en las expediciones ha tomando un nuevo aire científico o fantástico: acercarse y conocer a otras especies, descubrir nuevos mundos sin dominarlos.
En la adaptación más reciente de los Estudios Disney de El libro de la selva (2016) —adaptación de acción en directo de su propia adaptación animada de 1967—, por ejemplo, Mowgli no mata directamente a Shere Khan. Ya en la de 1967, que con otra musicalización podría haber sido una secuencia cómica, veíamos cómo simplemente le ataba una rama encendida a la cola y ese gag era suficiente para alejar al tigre para siempre. En 2016, van un poquito más lejos pero intentando respetar el discurso ecológico que atraviesa toda la adaptación: sí, Mowgli desata el incendio, pero es accidental, y sí, le tiende una trampa a Shere Khan, pero todo parece seguir un orden natural: el tigre camina por una rama demasiado frágil para soportarlo y se quiebra. Es decir, cae por su propio peso. La intervención del hombre y el deseo de matar al tigre se matizan tanto que hace falta detenerse a analizarlo para descubrirlo.
La naturaleza del tigre es lo que lo condena, pero es una naturaleza humana, no felina.
El diálogo actual de muchos libros salvajes o naturalistas es menos antropocéntrico. Los tigres siguen representando “lo salvaje”, pero ya no son siempre villanos. A veces, como en Vida de Pi de Yann Martel, son sencillamente otra especie que quiere sobrevivir y que, en definitiva, no se encariña con el hombre. El deseo de jugar a la cacería en niños y jóvenes tiene otros códigos culturales —cazar zombis, atrapar criminales ¡o policías!— o se ha transformado en un deseo de proteger a los animales… hacer equipo con ellos para resistir, en todo caso, al restrictivo mundo adulto.
Un libro que ejemplifica literal y brillantemente esta transición es Los lobos de Currumpaw de William Grill (Impedimenta, 2016; Loqueleo, 2017). Inspirado en uno de los relatos que integran Animales salvajes que he conocido (1898) de Ernest Thompson Seton, experto cazador devenido pionero de la conservación en Estados Unidos. El joven autor del libro ilustrado, por el que ganó el Bologna Ragazzi Award de No Ficción en 2016, nos sitúa en las amplias llanuras de Nuevo México en las que un lobo gris y su manada son la pesadilla de los terratenientes. Conocido como “Viejo Lobo” o, sencillamente, “El Rey”, este animal, al ver casi extinto su hábitat, se ve obligado a comer ganado, y no hay ranchero que logre detenerlo, por más que hayan ofrecido mil dólares de recompensa, cifra insólita en aquel entonces. Nadie duda que el lobo tiene alguna protección mágica… o casi nadie. El afamado cazador y estudioso de los lobos, Ernest Thompson Seton, está convencido de que él puede detenerlo.
Y aunque parece no haber trampa humana capaz de hacerlo, Thompson Seton emprende un terrible plan que lo marcará para siempre.
Dice William Grill en la última sección del libro: “Seton fue un hombre con un profundo conflicto interior, dividido entre su amor por la naturaleza y su increíble destreza como cazador. Sin embargo, después de la muerte del Rey, algo en él cambió para siempre”. Y así fue que escribió el relato en el que se inspira este libro. Allí se caracteriza a sí mismo como villano, y, al lobo, como héroe, cuenta Grill. Luego se dedicó a proteger a los lobos y a otras especies nativas, fundó los Guardianes Indios del Bosque, pues estaba convencido de que “a través de la promoción e interés en la vida salvaje y la supervivencia se consigue la preservación de la fauna y el paisaje natural”. Más tarde instaura los Boy Scouts en Estados Unidos y forma a muchos otros conservacionistas.
La sencillez y calidez de los lápices de colores que usa Grill y su capacidad de abstraer hechos y trazos esenciales, valiéndose del lenguaje del cómic y el libro álbum, lo hacen un libro notable en el campo informativo y signo del momento que vivimos: sofisticación en la creación de publicaciones para niños y jóvenes e interés por dialogar con el entorno natural de una manera más igualitaria, menos depredadora.
Pero volvamos a los rugidos y veamos más ejemplos de libros en esta tendencia.
El señor Tigre se vuelve salvaje, Peter Brown (Océano, 2014); La canción del Yukón. Calvin y Hobbes, Bill Watterson (Oceáno, 2016), Ruge como jaguar, Ricardo Yáñez y Manuel Monroy (Ediciones Castillo, 2018).
Los tres tigres de estos tres libros no son nada tristes, juegan y rugen a la menor provocación. El señor Tigre se vuelve salvaje de Peter Brown (Océano, 2014), le hace guiños al clásico El tigre que vino a tomar el té de Judith Kerr, pero sin esa tensión que vivimos como lectores al sentir que la niña y su madre podrían terminar siendo bocadillo para el té. Aquí, conocemos a un tigre muy formal, que empieza totalmente antropomórfico, como si Sandokán finalmente hubiera sentado cabeza, pero, se anuncia desde título, se harta de andar en dos patas y usar traje y entra a la selva sin más trapos que su reluciente piel rayada.
Ese comportamiento salvaje toma por sorpresa a sus amigos y vecinos que, aunque primero lo juzgan por rugir y encuerarse, luego siguen un poco su ejemplo. Una vez que las cosas se han relajado en su ciudad, el Señor Tigre regresa, cambia el traje por una camisa floreada y siente que ya puede expresar su naturaleza sin ocultarlo. Eso sí, de pronto guiará a sus amigos de vuelta a la selva en excursiones a cuatro patas.
La historia tiene un final poco sutil, pedagógico: “Ahora el señor Tigre se siente libre siendo él mismo”, y el tono, aunque divertido, es moderado: leemos entre líneas que está bien ser salvaje, pero no tanto. A diferencia de Salvaje de Emily Hugues (Zorro Rojo, 2014) en el que una niña es criada por animales en el bosque y cuando un par de cazadores la encuentra y la lleva con un afamado psiquiatra para que la eduque, a ella, como le pasaba a Huckleberry Finn con la viuda Douglas, le resulta insoportable. Volverá al bosque acompañada del perro y el gato del psiquiatra, también liberados de sus moños y collares, para asumir su esencia silvestre totalmente.
Salvaje puede leerse como una reformulación de las historias de niños ferales de finales del siglo XVIII y principios del XIX. En particular la del niño francés, Victor de Aveyron, encontrado en 1797 en los bosques del Languedoc en Francia y luego estudiado por psiquiatras y exhibido por todo el país como ejemplo de humano en estado “puro” de naturaleza. En 1799, Víctor, como la niña de Salvaje, se escapa, pero a diferencia de ella, lo recapturan. Su historia se han mantenido vigente en buena parte por la película “El niño salvaje” de François Truffaut estrenada en 1970. En 2012, la editorial Impedimenta publicó otra reescritura del caso, la fantástica nouvelle El pequeño salvaje de T. C. Boyle .
Estos dos libros recuerdan al valeroso Emil, del gran Tomi Ungerer (Loqueleo, 2015), un pulpo que después de probar una artificiosa vida de celebridad, fiestas y arriesgadas misiones fuera del agua decide regresar “a su vida tranquila en el mar”.
En el apenas publicado ¿Te da miedo el bosque, Papá Lobo? de Jan De Kinder (Océano, 2018) hay una mirada que actualiza las relaciones paterno-filiales y agrega un giro intertextual al reencuentro con la naturaleza y la ferocidad. Aquí el clásico lobo del cuento se ha domesticado, como el Señor Tigre, pero no siente ninguna necesidad de regresar al bosque, al contrario, le aterra. Su pequeño hijo (este lobo incluso ha sido padre) debe casi arrastrarlo hacia la espesura y luchar contra sus temores. Al menor crujido de hojas, Papá Lobo quiere volver a la casa. La tensión va aumentando cuando nos damos cuenta que se dirigen hacia un lugar, o para encontrarse con alguien, que atemoriza más al papá. El ingenioso final quizá confirmará alguna sospecha del lector: efectivamente ese lobo quedó traumatizado por otro cuento que conocemos y de ahí que tema internarse en el bosque. Su hijo, sin embargo, disfruta mucho ir, ha entablado una amistad inesperada.
Una aproximación, como decía, con rasgos más actuales en las relaciones padre e hijo, que subvierte el rol tradicional adulto-niño. Y, por otro lado, el desenlace exige al lector el conocimiento de otro cuento clásico y una serie de deducciones que pueden detonar una charla literaria muy estimulante y más o menos retadora según la experiencia lectora.
Sigamos rugiendo. Otro tigre famoso es Hobbes, muñeco de peluche y gran amigo de un pequeño niño, Calvin. Una suerte de versión pop y más irreverente de Christopher Robin y Tigger de Winnie de Pooh de A. A. Milne. La canción del Yukón (Océano, 2016), que hace referencia a ese territorio remoto norteamericano, que vería estallar la famosa fiebre del oro a finales del siglo XX, es el tercer volumen que agrupa las tiras cómicas de estos personajes. Aunque Calvin y Hobbes viven situaciones diversas, días de escuela, vacaciones, injusticias domésticas, varias historias abordan el contacto con la Naturaleza. El propio padre de Calvin propone una anhelada acampada que resulta fallida pues empieza con un aguacero que no para hasta el día que se van:
En otras tiras, Calvin habla de vivir en el bosque una vida salvaje: “Podemos ser Robinson Crusoes viviendo de la Tierra”, le dice a Hobbes. De hecho, la canción anunciada en el título abre el libro:
¡Dejaremos la vieja vida atrás! ¡Hasta nunca, mamá y papá! Estamos hartos de obedecer, ¡no lo haremos nunca más! (…)
¡El Yukón es el lugar ideal! Es perfecto para vivir. Podremos gritar y maldecir, Y nadie nos va a regañar. (…)
No comeremos más verduras. ¡Qué asco, eso es injusto! Masticaremos con la boca abierta, y eructaremos con gran gusto.
Formaremos parte de una gran manada de lobos de la cordillera, y aullaremos juntos a la luna hasta que sea de madrugada.
¡Eso es vida! ¡No puedo esperar! ¡Al fin, en esa tierra helada seremos dueños de nuestro destino, y viviremos en libertad!
¡No más reglas parentales! ¡No más adultos infernales! ¡Bienvenidas, tierras glaciales! ¡Nos vamos! ¡Nos vamos al Yukón!
Este manifiesto infantil refleja mucho del espíritu de la serie y traslada claramente la tensión salvaje/civilizado a niño/adulto. El mundo de los padres como el orden y la regla, el mundo infantil como el de la libertad y el asombro. Otra posible explicación para la proliferación de títulos infantiles y juveniles que retomen el mito.
Calvin y Hobbes ha sido todo un descubrimiento. Plantea relaciones familiares en las que padres e hijos admiten estar hartos unos de los otros y Calvin es el modelo de pequeño inconforme que combate la monotonía con mucha imaginación. No sólo es capaz de convertir a su tigre afelpado en su mejor compañero de juegos, él mismo es un superhéroe que debe sortear adultos convertidos en terroríficos aliens o monstruos.
El tigre se vuelve jaguar
Si saltamos a Latinoamérica, las rayas se multiplican con Borges, a quien fascinaba el felino, o con Elsa Bornemann, que, en su relato “Donde se cuentan las fechorías del Comesol”, narra cómo se organiza una jauría de gatos para acabar con el Comesol, un tigre empeñado en robarse los rayos solares. Quizá estos gatos no sabían, como dijera Jairo Aníbal Niño, que “El gato es una gota de tigre” y que el tigre no siempre anda solitario, a veces viene acompañado, como en la reescritura del trabalenguas “Tres tristes tigres” que hace Ramón Suárez Caamal en su libro Jugar. Y el tigre se convierte en jaguar.
En el recién publicado Ruge como jaguar (Ediciones Castillo, 2018), un poema breve de Ricardo Yáñez se extiende, sigiloso, con las ilustraciones de Manuel Monroy. Aquí un niño nos dice: Desde esta máscara miro / que puedo ser un jaguar. / Jaguar respiro. Y así, después de ponerse una máscara, se vuelve en ese felino y el juego lo lleva a la selva y al manglar, en los que nada y caza. Luego regresa más contento de lo que había partido y, nos dice Monroy, dibuja para sí un jaguar y un cocodrilo con una pelota en el medio: ellos también juegan, el juego no termina sólo se transforma.
Soy un animal, Alfredo Soderguit (Libros del Zorro Rojo, 2018); La apuesta, Laia Jufresa y Cristina Sitja Rubio (Ediciones Ekaré, 2017), El soñador, Pablo De Bella (FCE, 2017)
Esas miradas que se cruzan: máscara de jaguar-niño-jaguar dibujado, hacen pensar en el minimalista, pero muy expresivo, Soy un animaldel uruguayo Alfredo Soderguit (Libros del Zorro Rojo, 2018). Cada página, el lector usa una “máscara” diferente: búho, sapo, toro, cóndor. Con los verbos como seña de identidad común se sostiene un discurso antiespecista, igualitario, muy en boga: “Cuando escucho”, como murciélago, “Cuando hablo”, como perico, “Cuando juego”, como perro, “Cuando cambio”, como camaleón… “Soy un animal”. El autor nos recuerda que todos los somos con un ritmo que hace pensar en un juego rápido, tan ocurrente o profundo, con tanta dimensión ontológica o ecológica, como el lector quiera.
El libro, y en esto se distingue de otras propuestas que buscan generar empatía con nuestros compañeros coterráneos, no culpabiliza. Normaliza ser animal, como tantos otros. Un mecanismo muy similar al de Una familia salvaje de Laurent Moreau, publicado por esta misma editorial en 2017. Allí una niña compara los atributos de su familia con los de ciertos animales.
Para seguir diversificando a los felinos, en La apuesta (Ediciones Ekaré, 2017) de Laia Jufresa y Cristina Sitja Rubio, un guepardo y un conejo se hacen amigos desde pequeños —entonces creían que eran de la misma especie, igual que los inolvidables Coco y Pío (Ekaré, 2010)— y prometen nunca hacerse daño. Un día, Guepardo le apuesta a Conejo que el elefante es “el animal más malo del mundo”. Conejo no piensa lo mismo y por ello lo conducirá a una aldea humana.
Una fábula enriquecida gráficamente que, al recordarnos también que somos animales del mismo reino, propone un ajuste de cuentas: ¿quién es realmente más feroz? El trasfondo moralizante, por fortuna, no domina el tono del relato, aunque sea una fábula. El humor bien calculado de Jufresa y la riqueza visual de Sitja, con paisajes y perspectivas que hacen sobresaliente su cualidad documental, hacen al álbum entrañable (les recomiendo leer el testimonio de la ilustradora sobre el proceso de creación del libro, aquí).
Un dilema con el mismo trasfondo ecológico y vindicativo encara otro libro salvaje, y no el de Juan Villoro, sino Salvaje de Roger Mello (Global Editora, 2011). Álbum silente e inquietante en el que un cambio de perspectiva en al composición de las ilustraciones es suficiente para desplazar al cazador de su lugar tras la escopeta al interior de la “jaula”. El tigre, ahora libre, lo mira ya sin desventaja y se va. Cazador cazado.
El jaguar o leopardo de El soñador (Premio A la Orilla del Viento 2016, FCE, 2017) de Pablo De Bella, retoma una antigua pregunta —¿despertamos del sueño o soñamos que despertamos?— que se aprecia por su plasticidad, llena de reflejos y referentes surreales, más que por la originalidad del planteamiento. Aquí la elección del protagonista, cuerpo de niño, cara de felino —como si el personaje de Ruge como un jaguar no hubiera podido quitarse la máscara— tiene que ver con esa posibilidad que han dado siempre otros animales de encarnar personajes más abiertos, en los que ni género ni identidad cultural quedan definidas. Una forma de decir: todos somos jaguar… o todos somos cualquier niño o niña.
Mismo mecanismo que en aquel clásico que se atesora, Correo para el tigre de Janosch (Kalandraka, 2011), con esa sencilla y amorosa pareja compuesta por Oso y Tigre, reflejo de cualquier pareja humana; o el maravilloso poemario Tigre callado escribe poesía de Monique Zepeda y Julián Cicero (Ediciones El Naranjo, 2010). “Un tigre me anda por dentro”, dice el niño poeta, y parece el deseo cumplido de otro niño: “Tigre, / dame una manita / de gato” de Tigres de la otra noche de María García Esperón y Alejandro Magallanes (FCE, 2006). Aquí, el niño le pide al felino un poco de su fiereza para enfrentar sus miedos: “Afuera / están los chicos grandes, / las materias desconocidas / la maestra y los policías”. No hay cacería, el tigre que este niño ve pasar dentro de sí mismo, no necesita ser dominado, no es una amenaza, es su compañero: “Yo, en bicicleta. Tú a mi lado. / Tu carrera / sobrepasa / las dos ruedas”. El animal, insisto, como reflejo.
Cierro el catálogo con otros tres: el divertido y escatológico Tantos tigres atadosde Moon-hee Kwon (Océano, 2010), que aligera la representación del tigre; la premiada novela histórica sobre dos hermanos tigres Tigre Tigre de Lynne Reid Banksy; y el poderoso mito ilustrado, Jaguar, corazón de la montaña de Ana Paula Ojeda y Juan Palomino (Ediciones Tecolote, 2014) que le confiere su carácter sagrado y venerable.
La vida salvaje, Claudia Rueda (Océano, 2010); Imposible, Isol (FCE, 2018); Los temerarios,Roger Icaza (Gato Malo, 2017).
Finalmente, en La vida salvaje de la genial Claudia Rueda, una pareja de ratones osados emprende un viaje en busca de “la vida salvaje”. El gracioso recorrido en verdad activa el instinto explorador del lector. Página a página debemos observar bien: ¿por dónde andan estos ratoncitos?, ¿qué clase de roca es esa que pisan? El enigma de la expedición se resolverá más pronto que tarde según la edad, aunque los ratones no lo resuelvan nunca. Para ellos ha sido una pena no encontrar “animales grandes y feroces” y lo más inesperado que les sucede es una lluvia al final —¿lluvia?—, pero: “a los exploradores un diluvio no nos intimida”. La narración en clave de diario de exploración con fotos instantáneas como registro, completa bien el tono naturalista de la propuesta y, principalmente, provoca risa, pues notamos el despiste de los excursionistas. Ellos no tienen ni idea de por dónde andan, nosotros sí, y cuánto disfrutamos descubrirlo.
Además de la larga y cambiante red que podemos lanzar hasta el diario de Los jóvenes náufragos de Black Lake Island, una de las muchas lecturas que propicia este libro es ecológica: caminar por esta tierra como ratones sobre otro ser vivo más grande, sin alterarlo, sin siquiera despertarlo si acaso estuviera tomando una siesta de media mañana.
El llamado salvaje toma un giro fantástico en muchísimos libros en los que un personaje se interna en un mundo boscoso. Dos novelas recientes: Las crónicas de Wildwood de Colin Meloy y Carson Ellis (Alfaguara, 2015) y La Dama de la Selvade Antonio Ramos Revillas con ilustraciones de Zuzanna Celej (FCE, 2017).
En la primera, Prue es una niña independiente y atrevida que un día ve cómo una bandada de cuervos secuestra a su hermano pequeño. Lo llevan al Territorio Impenetrable, un bosque, separado de su ciudad por un río, del que nadie nunca habla y al que está prohibido entrar. Y entonces, Prue, no tendrá otra alternativa que penetrar ese lugar inexplorado. Dentro, y junto con un amigo de la escuela que se une casi por error a la misión, descubrirá un ejército de coyotes, aves que hablan y una misteriosa gobernadora que recuerda a la Reina de las Nieves o a la Bruja Blanca de Narnia y que, como en esos mundos, será una amenaza para todo el reino mágico. Tierra Salvaje o Wildwood, una de las regiones del Territorio Impenetrable, será testigo de enfrentamientos feroces.
A pesar de que es fácil entrar a la novela, no lo es tanto permanecer en ella, quizá por eso Alfaguara no ha continuado con la publicación de la segunda y tercera parte de la trilogía. Sin embargo, la escritora crea un universo consistente que inspirará arrojo y curiosidad a los lectores pacientes.
Lo mismo sucede en La Dama de la Selva. Un niño, Manuel, vive en una densa selva y una noche, luego de mucho correr y creerse perdido, descubre Sindale, una selva mágica. Esa selva dentro de su selva pareciera estar hecha de muchos ecosistemas y mitologías distintas. Cordilleras con forma de lagarto, pirañas gigantes, curanderas, ondinas, duendes, espectros y salamandras de fuego saldrán a su paso. No estará solo, Zuna, una cazadora de la luna y a los Niños Lince, que tienen las habilidades de Mowgli y el carácter juguetón de los Niños Perdidos, correrán con él y lo dotarán de coraje para completar esa tarea que parece imposible: hallar a la Dama de la Selva antes del amanecer.
En la transición a un mundo cotidiano, pero todavía con un pie en lo fantástico, está el nuevo libro de Isol: Imposible(FCE, 2018). Aunque repite la fórmula de su conocido libro El globo (FCE, 2002), invierte la mirada. Ahora no es una hija que desea un cambio en su mamá, ahora son padre y madre abatidos por el ingobernable Toribio, que lleva en el nombre todo el brío. Pedirán ayuda a la Sra. Meridiana, cuyas “pociones naturales” y su “método científico” se anuncian en el periódico y prometen resolver rápidamente cualquier problema. La solución, sin embargo, es muy inesperada… los padres gritan del susto, pero no corren a pedir un antídoto… después de todo es casi exactamente lo que deseaban. ¿Qué tan domable será ahora Toribio?
Además de ofrecer a los padres lectores una alternativa cómica para desahogar sus fantasías, el audaz desenlace plantea una versión extrema y literal de aquello de sentirse animal que vimos en los libros más arriba, o como en el siguiente:
Esta niña vive “en la luna” y se siente loba, aunque deja ver un contexto realista de prohibiciones paternas, hastío escolar y soledad doméstica. Ella dice “Corro a cuatro patas / por la estepa deshilachada / de mi alfombra”. “De mi columpio a un charco, aterrizaje forzoso de licántropa en camuflaje. Estallido de lodo. Todos mis días son días de lobos”. “Mi papá ruge gigantesco: / ‘¡Eres una niña, no una loba!’ / ¡No se entera de nada! Salto en un aullido a la mesa. / Soplo y soplo… / Pero no puedo tirar la casa”.
El poemario ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2014, Lunática de Martha Riva Palacio y Mercè López, es una ofrenda para la libertad interior. Igual que Calvin y Hobbes, esta niña-loba combate cualquier sometimiento con imaginación y juego, con “la cara pintada de sudor y tierra”, invocando “a los espíritus de la tarde”. Aúlla por los niños que han muerto de aburrimiento en la escuela, quiere probar el sabor del pasto y mojarse en la lluvia. Defiende la escalada “sin que te importe / que se rasgue tu vestido”, sentarse “al borde de la barda” y concentrarse solamente en que tu “cabello en maraña / es nido de vientos”.
Toribio y esta niña lunática son de la misma especie que la tropa de niños y niñas de Los temerariosde Roger Icaza.
El llamado salvaje ya sin ninguna alegoría también está presente en la LIJ contemporánea. Estos chicos desenfrenados andan de aquí para allá, quieren experimentar por cuenta propia todas las texturas a su alrededor, dan rienda suelta a su deseo inconsciente de partirse la cara. Pero, son la revancha de Los pequeños macabros de Edward Gorey: sobreviven a todas sus hazañas.
Van al mar, por más, todos juntos, aplastan la ola. Nadie los vigila, pero cuando oscurece, una madre llama y uno de los niños, tan obediente y tranquilo, cómplice del lector, vuelve a casa sano y salvo. Roger Icaza rompe así el arquetipo del salvaje sin padres que hemos visto, propone un equilibrio: hay padres que están al pendiente pero no asfixian; y en el doblez: niños y niñas que no están todo el día exigiendo entretenimiento a sus padres.
El libro es una celebración a la libertad exterior. No es un chapuzón hacia adentro como, por ejemplo, Bárbaro de Renato Moriconi (FCE,2015) o Esconderse en un rincón del mundo de Jimmy Liao (Barbara Fiore, 2010), invita a levantar la cara de la pantalla (ya casi termino esta entrada) y salir de la habitación. Es una lectura catártica que compensa al lector en un entorno en el que ya no se puede jugar tan libremente y ciertas ciudades plantean serios peligros para los niños. En ese sentido, este álbum sin palabras podría tener un aire nostálgico para algunos, pero también ser una promesa o un símbolo de lo que sigue ocurriendo aunque con otras prácticas culturales.
Muchos de estos libros, hemos visto, vuelven tigre al niño, simbólica o literalmente. Emparentar al animal con el niño, peyorativa o positivamente, ha sido una constante en la historia de la cultura. Estas publicaciones animan esa conversación, como dijera Gabriel Zaid, pero van configurando un cambio de paradigma: No es animal y niño, es felino y niño, ambos animales, distintas especies.
¿Será la condición del nuevo naufragio imaginar que no cazamos al tigre, que aprendemos a sobrevivir como/con él? ¿El niño o la niña salvaje —que juega sin freno, que está “harto de obedecer”— aparece con más frecuencia en los libros porque el niño real, con sus deseos de libertad y juego no domesticados, gana/recupera terreno en una sociedad sobreprotectora?
Lo salvaje, entonces, no como dicotomía colonialista, conservadora, más ligado a aquello libre, silvestre y natural, común en todas las especies; con protagonistas que desobedecen, subvierten los roles, ganan autonomía y salen al mundo. De hecho, por otro lado, estos libros integran un panorama que quizá busque moderar sí, la vida tras la pantalla, pero que también puede ser un signo del reavivamiento de viejos prejuicios que satanizan lo “artificial” o tecnológico y santifican todo lo “natural”, herencia de la sociedad postindustrial. De ahí que, en algunos casos, veamos circular libros eco-friendly disfrazados de ficción que aprovechan la coyuntura o el plan de estudios escolar para entrar al mercado. Vale subrayar que en los aquí reseñados el tema no somete a la historia y el lector puede disfrutar estos regresos a la naturaleza o rugir su identidad o, como veremos en la siguiente entrega, correr con el espíritu del bosque y llegar hasta los lugares más extremos de la Tierra.
Lo salvaje representa ese Otro, distinto, que a veces intimida. ¿Y será que, además, al reconciliarnos con lo salvaje borramos una frontera?, ¿somos más tolerantes con lo Otro?, ¿con los niños, niñas y jóvenes?
Ilustración de portada de Amanda Mijangos y Armando Fonseca para El libro de la selva (Castillo, 2017