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Jaime Funes: «Los adolescentes tienen más valores que el mundo adulto»

Consideramos la adolescencia la edad compleja por excelencia, pero me da la sensación de que lo hacemos desde el punto de vista de los adultos ¿Somos conscientes de cómo viven ellos esta etapa tan complicada?

elPeriódico

Juan Carlos Garza

26/04/2024


Jaime Funes en Zaragoza. / JOSEMA MOLINA

El temor a la adolescencia está en lo que los chicos se pueden encontrar en las calles, en los amigos que pueden tener... El problema de las adolescencias desconcierta a los adultos, que muchas veces piensan ‘que no sea o que no haga lo que yo hice’, buscando una seguridad imposible. El adolescente está en una etapa de experimentar, de probar, y eso angustia a los adultos. Pero hay siempre gente cerca que va a ayudarles a gestionar ese mundo que están descubriendo.


¿Por qué preocupa tanto al adulto?


Cuando algo es nuevo, diferente a lo que uno vivió, el pánico se apropia del adulto, pero el adolescente solo acabará mal si no se le ayuda a encontrar el camino. Nos acojonamos al ver las incertezas de la vida, pero tenemos que ver las cosas desde la perspectiva del joven, tratar de entender sus argumentos, que no son los nuestros. La mejor manera de educar es la conexión con la vida, tener claro que el aprendizaje de la vida tiene que ver con la convivencia.


¿Y el adolescente cómo vive esa etapa? ¿Cómo es de complicada para ellos?


Es complicada por una serie de confluencias de variables, desde problemas en casa a amigos que conocen en la calle, los porros que amenazan... El adolescente no deja de ser alguien desconcertado por vivencias que no conocía, amistades diferentes... Eso le genera una vida feliz, pero inestable, pues además los adultos adolecen de falta de sensibilidad por ver que lo que el chico dice es importante para él, de demostrar que les interesa su vida y no solo los problemas puntuales. Nos dedicamos a reprender lo que consideramos que no hacen o que no está bien, pero no a escucharlos.


En los últimos tiempos, los adolescentes están en el foco por la cantidad de problemas de salud mental que están sufriendo y que a algunos les llevan incluso al suicidio. ¿Qué está pasando, qué hacemos mal?


Los adultos traspasamos nuestros problemas a la realidad adolescente. El drama del suicidio ya era la primera causa de muerte externa antes de la pandemia, y no ha aumentado. Solo que ahora nos hemos dado cuenta. ¿Qué pasa, que se nos han acabado las razones para explicarles que vale la pena vivir? Los chicos siempre han tenido necesidad de expresarse, pero nosotros no les permitimos hablar de cómo se sienten. Estos problemas no habría que derivarlos a salud mental, sino entender qué les pasa y ayudarles con ello. Seguro que tiene otra manera de expresar su malestar que en un sofá con un psicólogo.


El mundo digital se ha demonizado como una de las causas que están influyendo de forma negativa en los adolescentes. ¿Lo ve así?


Los adultos cometemos el error de pensar que lo digital es negativo, pero nosotros también estamos digitalizados. Es verdad que los chicos están más expuestos, pero hoy también sienten diferente, construyen su identidad de forma diferente. Los amigos virtuales, también son amigos. La vida real está ahí, pero también la digital, donde escuchamos música o aprendemos cosas. Aunque hay que tener claro que el móvil es un instrumento individualista. Hablas con otros, pero no te obliga a comunicarte con ellos, al igual que las gafas de realidad virtual no te conectan con nadie, mientras la escuela obliga a trabajar juntos, a descubrir juntos. La vida ha de desarrollarse en contextos diferentes, no solo en el virtual. El problema son aquellos adolescentes que se aíslan con los móviles.


A pesar de las críticas que reciben los adolescentes de hoy, yo me encuentro con un gran porcentaje de jóvenes con muchos valores.


Objetivamente, tienen más capacidades y más valores que los adultos. El problema es que el adulto que se queja de ello es precisamente el que no los tiene e invoca a tradiciones periclitadas. El compromiso político de hace 30 años es muy distinto al de hoy, pero los jóvenes de este tiempo demuestran, por ejemplo, un gran compromiso con el medio ambiente. Otros van a lugares con ganas de apreciar determinados estados de ánimo que les permiten estar felices; también son conscientes de que hay compañeros de su edad que, por distintas circunstancias, padecen penurias y no tienen lo que tienen ellos. Si comparamos, el conjunto de la juventud tiene más valores que el mundo adulto.

Adolescentes, de señalados en la pandemia a salvadores del mundo en las distopías de la literatura juvenil

Las novelas ‘Solos [13-18]’, de Rafael Salmerón, y ‘Reyes de la montaña’, de Daniel Hernández Chambers, coinciden en convertir a los jóvenes en la única esperanza de la humanidad


EL PAÍS

Mamás & Papas

ADRIAN CORDELLAT

Madrid, 2 de abril de 2024


Los adolescentes son los protagonistas de varias novelas de literatura juvenil.
BOONCHAI WEDMAKAWAND (GETTY IMAGES)

Los adolescentes fueron los grandes señalados de la pandemia de la covid, sobre todo tras la relajación de las estrictas medidas de confinamiento decretadas por el Gobierno de España entre el 15 de marzo y el 21 de junio de 2020 para intentar poner freno al número de contagios y muertes. Cada vez que hubo un rebrote de contagios a partir del verano de 2020, todas las miradas apuntaban a este grupo de población: que si no cumplían las medidas de seguridad, que si eran irresponsables, que si solo pensaban en ellos…


No es de extrañar: los adolescentes siempre han sido sospechosos habituales. “La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar”, escribía Sócrates hace 2.500 años. Pareciera que nada ha cambiado desde entonces. O sí. Dos novelas distópicas juveniles publicadas recientemente en España —aunque concebidas antes de la pandemia— coinciden al convertir a los adolescentes en la única esperanza para la humanidad. De señalados a salvadores del mundo.


Solos [13-18] (Loqueleo), del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil Rafael Salmerón, es una asfixiante y adictiva distopía que sitúa al lector en un fin del mundo al que misteriosamente solo sobreviven los adolescentes de entre 13 y 18 años. “Pensé que, si quedaban supervivientes adultos con las habilidades para intentar recuperar la civilización actual, lo iban a intentar; así que como necesitaba que eso no ocurriera, me libré de los adultos. Los adolescentes podrían recordar cómo era el mundo antes de, pero no tendrían la técnica, el conocimiento, la teoría y la práctica para recuperar el mundo tal y como era”, explica Salmerón a EL PAÍS.


Ambientada en Estados Unidos, en un pueblo de Carolina del Norte próximo a los montes Apalaches (“ambientarla allí me permitió que los personajes tuviesen más movilidad, ya que pueden conducir desde los 16, y que, además, la lucha por los pocos recursos fuese más desequilibrada al tener acceso a las armas”), la muerte de niños y adultos sitúa a sus protagonistas en un mundo absolutamente salvaje en el que la ley del más fuerte de los institutos se eleva a la máxima potencia. “Todo adolescente ha soñado alguna vez con un mundo sin adultos (…) Sin embargo, eso que parecía un sueño se ha hecho realidad. Y ya no es un sueño. Es una pesadilla. Una pesadilla en la que no hay reglas, no hay mañana, no hay más que violencia y muerte”, reflexiona Sam, el narrador y protagonista.


En mitad de esa espiral de violencia adolescente sin sentido, un grupo de cinco chavales atraviesa las montañas de Carolina del Norte luchando por sobrevivir y con la esperanza de refundar el mundo desde la sencillez y la humildad de sus orígenes. “Yo soy una especie de optimista patológico. Y aunque conozco muy bien cómo es el mundo, no pierdo nunca la esperanza. La esperanza en los adultos sí que la he perdido, pero las nuevas generaciones aún pueden tomar dos caminos: el de la repetición de los mismos errores, que nos llevará al desastre absoluto, o elegir hacer todo lo contrario. Espero que haya una parte suficientemente significativa de las próximas generaciones que cojan este camino para poder poner el mundo en otra dirección”, afirma Salmerón, que impregna su novela de reflexiones con una gran carga ambientalista y de crítica hacia el insostenible modo de vida occidental (consumismo, obsolescencia programada, productividad, prisas, pantallas...), hacia todas esas cosas que, como reflexiona su protagonista, “antes eran importantes y ahora no son nada”.


También un grupo de 10 adolescentes conflictivos que cumplen condena en un centro de menores son la única esperanza humana en Reyes de la montaña, la novela distópica con la que Daniel Hernández Chambers ha conquistado recientemente el Premio Edebé 2024 de Literatura Juvenil. El hecho de estar de convivencia, aislados en la montaña, les salva de un virus mortífero que, en su ausencia, aniquila a un ritmo vertiginoso a toda la humanidad. La novela recuerda por momentos, inevitablemente, a la película La Sociedad de la Nieve de Juan Antonio Bayona. Incluso dos de los protagonistas, como en el filme ganador del último Goya, asumen el riesgo de volver a la civilización arrasada en busca de víveres y ayuda (con menos suerte que en la tragedia de Los Andes). Sin embargo, ahí acaban las comparaciones.


“Al principio los chavales intentan formar un equipo, que es lo que les ha inculcado el monitor que les ha llevado hasta allí, pero al final sale la naturaleza de cada uno. Algunos de ellos, a pesar de que todos han acabado en un correccional por diferentes delitos, tienen un fondo bueno; a otros, sin embargo, una situación tan brutal les hace sacar lo peor de sí mismos”, cuenta Hernández Chambers. El autor explica que eligió como protagonistas a un grupo de chavales conflictivos “porque quería mostrar a gente con problemas, dada a la violencia”, cuyo perfil, además, le servía para representar la realidad de la adolescencia, “ese momento vital en el que cualquier problema se nos hace una montaña insuperable”.


“La acelerada evolución de la sociedad en los últimos años, sobre todo desde las dos últimas décadas del siglo XX, había llevado a que una gran mayoría de las personas careciera de una mínima urdimbre de cariño. Había adultos que no eran capaces de sobrellevar esa falta, pero en los adolescentes la cosa empeoraba”, afirma el narrador de Reyes de la Montaña. “Hoy muchos adolescentes han perdido esa red de relaciones, ya no solo la de los amigos, sino las relaciones en casa: muchas veces los padres les empujamos al móvil, a Netflix o a lo que sea porque siempre tenemos cosas que hacer; y es una pena, porque todos necesitamos cercanía, afecto y cariño, pero sobre todo en la adolescencia, porque es el momento en el que todo parece mucho más exagerado de lo que realmente es y cualquier cosa se vive de un modo mucho más magnificado”, sostiene Chambers. El escritor tinerfeño considera que tras muchos de los comportamientos problemáticos de chavales como los protagonistas de su novela se esconde esa ausencia de una mínima urdimbre de cariño: “Si nos ponemos a escarbar, casi siempre encontramos una familia desestructurada o problemas inimaginables que han sufrido y que los convierten en víctimas; lo que pasa es que no somos capaces de ver a esa víctima, sino a un culpable”.


Aunque la novela de Hernández Chambers deja entrever la posibilidad de un nuevo comienzo, de unos nuevos Eva y Adán, el texto y los sucesos que tienen lugar en el grupo de supervivientes irradian cierto pesimismo, ya que parecen dar la razón al filósofo británico Thomas Hobbes y a su “el hombre es un lobo para el hombre”. “El ser humano es un ser bélico. Solo hay que echar un vistazo a la historia. Pero desde luego tengo esperanza en las futuras generaciones. Cuando tengo encuentros con adolescentes veo a chavales que me hacen pensar que el futuro va a ser mucho mejor que el presente que tenemos ahora ―sin pensar que lo que tenemos ahora es tan malo, que a veces somos excesivamente negativos―”, considera.

Silenciadas, un análisis sobre agresiones sexuales en la adolescencia.

Nota: el pasado día 22 aquí fue publicado un estudio sobre el mismo asunto realizado por el Observatorio Social de la Fundación la Caixa: https://gsia.blogspot.com/2024/03/violencia-en-las-relaciones-de-pareja.html .

Apuntamos aquí éste de Save The Children, realizado en la Dpto. de Sociología de la Universidad de Granada.

Ambas inciden en la necesidad de apartar estos hechos de los alarmismos  y 
profundizar en su conocimiento, para poder articular más certeramente la prevención e intervención. 

"Sigue siendo poco habitual que la adolescencia, en su conjunto, cometan delitos
graves. La reducción de la edad de responsabilidad penal puede llevar a la judicialización inadecuada o excesiva de cuestiones que encontrarían una respuesta más adecuada y efectiva en otras instancias de control social".



Esta publicación ha sido elaborada a partir de la investigación previa
a cargo de la Universidad de Granada, realizada por Carmen Ruiz Repullo,
docente e investigadora adscrita al Departamento de Sociología.


Introducción
Las agresiones sexuales cometidas por adolescentes son una preocupación creciente en los últimos años que merece un análisis en profundidad desde una perspectiva de derechos de infancia y adolescencia, así como de género
.
Aquellas cometidas en grupo son especialmente un delito cada vez más visible en nuestra sociedad, dada la gravedad de la violencia y el impacto mediático que ha tenido en los últimos años.
Sin embargo, todavía queda mucho camino por recorrer en su investigación y abordaje.
Cuando aparece un caso en los medios de comunicación salta una señal de alarma automática que nos hace replantearnos qué está ocurriendo en la infancia y adolescencia y qué hemos pasado por alto desde el mundo adulto.

La criminalidad infanto-juvenil, al tratarse de una problemática vinculada a la etapa de desarrollo de la adolescencia, es distinta de la adulta y, en ocasiones, más compleja.
Como ya hemos avanzado en anteriores ocasiones, es una fase compleja caracterizada por la ruptura con la infancia y el tránsito a la edad adulta, acompañada de cambios físicos y psicológicos, en la que el grupo de iguales pasa a ser el eje de referencia y van evolucionando de una situación más dependiente hacia una mayor autonomía.

Por ello, desde Save the Children hemos querido adentrarnos en esta forma de violencia a través de una reflexión que pretende averiguar si verdaderamente la alarma social se ajusta con la realidad. Para ello, además de una revisión de los datos oficiales y de la literatura, hemos consultado a adolescentes, profesionales de distintos ámbitos y personas expertas en la materia.
Este documento no pretende ser un análisis exhaustivo cualitativo y cuantitativo del fenómeno ni tiene como objetivo desgranar el marco jurídico y legislativo.

Se trata de presentar una radiografía de las cuestiones más relevantes de la violencia sexual entre adolescentes y su impacto en la infancia, la adolescencia y la sociedad.
Esta no es una tarea sencilla, especialmente en un tema sensible que no es ajeno a la polarización social actual. Sin embargo, esperamos que sirva de motor a una mayor investigación y que contribuya a despejar ciertas dudas o mitos, así como a hacernos las preguntas adecuadas para erradicarla...

Radiografía y prevención de la violencia en adolescentes, Jornada día 20 marzo.

 


                           INVITACIÓN JORNADA
 Radiografía y prevención
de la violencia en adolescentes
,

coordinada por Noemí Pereda
(ganadora de la convocatoria Social Research Call 2021)
el próximo 20 de marzo a las 9.30 h
en CaixaForum Madrid.

La sesión es gratuita, pero requiere reserva previa.
Puedes consultar el programa aquí.   

¡Nos gustaría mucho que pudieras asistir!
¡Inscríbete!

Radiografía y prevención de la violencia en adolescentes, Jornada día 20 marzo.

 

INVITACIÓN JORNADA
 Radiografía y prevención
de la violencia en adolescentes
,

coordinada por Noemí Pereda
(ganadora de la convocatoria Social Research Call 2021)
el próximo 20 de marzo a las 9.30 h
en CaixaForum Madrid.


La sesión es gratuita, pero requiere reserva previa.
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Móviles y adolescencias sin cobertura.

1. Somos la generación que hemos y seguimos abrazando las tecnologías de manera generalizada, acrítica y consumista. También como proveedores e incitadores de su consumo a las infancias.
2. No tenemos resuelta la cuestión de la autonomía de los niños y niñas, ni sabemos cómo poder posibilitar las derivas propias de las adolescencias.
3. El sistema educativo está incapacitado e inhabilitado para intervenir en relación a las pantallas, en uno y en otro sentido.
4. Las redes sociales virtuales conducen a un consumo de relaciones, a una exposición nociva y unas relaciones basadas en el control y la inmediatez… ¿Y las otras redes saludables? ¿Dónde están y qué hacemos para que las adolescencias puedan explorar una sociabilidad alternativa a la digital?.
5. La regulación y la prohibición ¿Dónde están los riesgos? ¿Es una cuestión de peligros o de necesidad de control adulto?

Las pantallas nos complican la vida. Puede ser que nos hagan el día a día más cómodo y que podamos acceder con rapidez a potentes herramientas que antes no estaban y que ahora tenemos normalizadas en nuestra existencia, pero si las pensamos en clave pedagógica, vemos que aún queda mucho que perfilar.

El debate educativo se hace complejo, difícil de transitar. Tenemos ganas de encontrar formas de salir de la maraña, de huir a espacios más sosegados fuera del ritmo que nos marca la propaganda de aplicaciones y redes sociales, ganas de ir a lugares habitables donde conectar con lo humano en una forma tradicional en la que nos reconocemos desde una legítima nostalgia. Pero pronto vemos que no hay huida posible. No queda más remedio que gestionar la dificultad.

Y desde la honestidad las dificultades siempre se gestionan con más dudas que certezas. Ni idea de cómo desenredar el lío, ni idea de cómo escapar del secuestro, pero sí que tengo claro que, en términos de infancias y adolescencias, hay ciertos planteamientos que aparecen de manera recurrente en todos los debates y, se hable de lo que se hable, las criaturas terminan palmando siendo víctimas de los postulados adultocéntricos.

Hace pocas semanas salió a luz pública una iniciativa de familias preocupadas por el condicionamiento social a la hora de facilitar a los adolescentes su primer dispositivo móvil, cómo la presión de grupo y el contexto social dificultan que cada familia pueda tomar sus propias decisiones desde el diálogo. Y en el momento que este tema ha estado en el debate mediático, los discursos criminalizadores se han hecho hueco para acallar otras búsquedas, otras maneras de encontrar soluciones que a la vez nos lleven al respeto de la realidad adolescente.

Este texto pretende colaborar con dicha búsqueda dando cinco toques de atención, cinco coordenadas que pueden servir para generar diálogo en un intento de aportar a la conversación argumentos que valgan para reconfigurar una relación con las infancias y adolescencias en clave de respeto y antagónica a las dinámicas de represión y control social que, por desgracia, están tan presentes en el debate público.

1. Somos la generación que hemos abrazado (y seguimos abrazando) las tecnologías de manera generalizada, acrítica y consumista. También como proveedores e incitadores de su consumo a las infancias.

Miramos a las adolescencias enganchadas al móvil y vemos todos los riesgos y peligros que tenemos absolutamente integrados y normalizados en nuestro día a día. Desde que en la transición compramos el modelo del progreso y el desarrollismo capitalista como manera de huir de la miseria franquista, creemos que todo lo que pita y hace lucecitas nos va a mejorar la vida. Como padres y madres hemos elegido escuelas en las que daban una tablet a criaturas de 5 años para que aprendieran las letras o los colores, incluso hemos celebrado aplicaciones para comer o dormir en guarderías y en las cocinas de nuestras casas. Hemos regalado playstations a cascoporro y hemos ido cambiando de móvil cada 2 años al son de las campañas publicitarias de las multinacionales para no perder estatus y poder seguir alimentando la fantasía de control de tener el mundo guardado en nuestro bolsillo. Nuestros hijos e hijas han crecido viendo como estábamos pegados al móvil y cómo mirábamos la vida a través de las pantallas. Los álbumes de fotos familiares están en la nube, evaporados en la inmediatez de un wasap y sin posibilidad de cristalizar en una historia familiar tangible y respirable.

Todo esto, hoy por hoy, está lejos de cuestionarse. Los adultos con las tecnologías también nos enganchamos, también nos suicidamos, perdemos nuestro dinero jugando a la apuestas o cayendo en los timos, pero en ningún caso se nos plantea un uso restrictivo de las mismas o una demonización de nuestro estilo de vida. Es muy cuestionable por tanto cuando hablamos desde la superioridad moral o desde un paternalismo. Supone construir un muro y desechar la interesante posibilidad de dialogar con los chicos y las chicas desde la miseria que compartimos, desde ese lugar común en el que estamos perdidos, y del que podemos aprender juntos cómo recorrerlo. La realidad nos pone en bandeja una oportunidad de encuentro, no la fastidiemos ocupando un lugar de pedantería. Se nos nota demasiado la impostura y perdemos la opción de hacer algo lindo con nuestra legítima preocupación.

2. No tenemos resuelta la cuestión de la autonomía de los niños y niñas, ni sabemos cómo poder posibilitar las derivas propias de las adolescencias.

Móviles sí o móviles no, puede haber debate, pero autonomía sí, sin ninguna duda.

Tenemos un grave problema social con la fragmentación y el individualismo. Nuestras comunidades están rotas, erosionadas, desiertas, cada vez es más difícil encontrar a alguien dispuesto a ofrecer ayuda, disponible para la relación. La chavalería es víctima de esa desertificación. Los itinerarios por el cuerpo social frío y hostil se parecen cada vez más a deslizamientos por el hielo, sin agarres, sin posibilidad de frenada, cada vez con más riesgos y cada vez con menos probabilidades de amparo. La cosa está mal, pero no es responsabilidad de la chavalería el desastre que se encuentran cada día que pisan la calle. Y sí, podemos valorar que es una gran lástima que la autonomía vaya asociada a la tecnología, que da pena que un chico o una chica no se atreva a hacer determinadas cosas hasta que no tenga un móvil en el bolsillo, llorar que un papá o una mamá no autorice determinados planes si no se garantiza la posibilidad de contacto (o control) inmediato…

Añoramos aquellos momentos en los que lo social estaba regado por la confianza, por el apoyo mutuo y por una libertad que no fuera vigilada. Pero en el momento actual, si se ha de elegir entre móviles o autonomía, yo lo tengo claro. Ojalá seamos capaces de construir lugares sociales habitables en los que dicha disyuntiva no sea necesaria, ojalá lugares donde la autonomía no necesite muletas, pero, mientras, habrá que pagar el precio que cuesta salir de casa. Si retrasar el uso de móvil es también retrasar la adquisición de la autonomía y el disfrute de la libertad, no compensa.

3. El sistema educativo está absolutamente incapacitado e inhabilitado para intervenir en relación a las pantallas, en uno y en otro sentido.

Puede haber debate de si pantallas en los institutos (se acaba de firmar un manifiesto en este sentido) o, por lo contrario, si los centros educativos han de estar libres de móviles, de si las tecnologías se tienen que integrar en las asignaturas como un aprendizaje instrumental o trabajarse de manera transversal, de si sí o si no. Y como todo debate pedagógico y didáctico que se da en el marco de la educación reglada encandilará a unas y aburrirá a otras, pero, en todo caso, no es la discusión que necesitamos.

Sobre la cuestión fundamental de cómo afectan las tecnologías a los y las adolescentes, el debate en términos educativos es superficial. El uso que hace de los móviles la chavalería tiene que ver con temas vitales como “la importancia de la relación con los colegas”, “la necesidad de referencias culturales más allá de los entornos inmediatos”, “jugar y entrenar las identidades y las opciones sexuales”, “acceder a contenidos que desde la cultura adulta están denostados y repudiados”, etc. Y todo eso, hace tiempo ya, que queda fuera de los currículums y fuera de circulación en la estructura formal del sistema educativo. Por tanto, cuando un centro se autodenomina “un lugar libre de móviles”, o por lo contrario, vende como “innovación educativa” tener pantallas hasta en la sopa, estamos en ambos casos ante simples propuestas autorreferenciales, epidérmicas, que tienen un calado ínfimo en las vidas del alumnado.

Si se prohíbe el uso de los móviles no es para promover una sociabilidad alternativa con los alumnos y alumnas (que, por otro lado, ni se cuidan ni se sostienen desde lo humano) sino como un elemento de autoprotección institucional y de contención de la violencia. En los institutos de secundaria hay constancia de que la convivencia es precaria, que las agresiones pueden ser frecuentes y que haya una pantalla para publicar y publicitar los comportamientos indeseables dificulta la gestión de las vergüenzas. Pero su prohibición difícilmente erradica los problemas (que tienen causas sistémicas), solo traslada su expresión a otros espacios en los que los chicos y chicas dialogan con lo que les pasa con más libertad y menos control.

El sistema educativo debiera empezar por asumir su responsabilidad respecto a los marcos de violencia que construye para la chavalería, no olvidar tampoco las condiciones materiales que condicionan los procesos vitales del alumnado, y también hacer una evaluación honesta sobre qué ha mejorado en la convivencia de los centros desde el día en que sacar un smartphone formó parte del sistema disciplinario y del menú de castigos y sanciones. Y después de todo esto, cuando haya hecho los deberes, estará en condiciones de desempeñar un papel significativo en la solución del problema que nos preocupa.

4. Las redes sociales virtuales conducen a un consumo de relaciones, a una exposición nociva y unas relaciones basadas en el control y la inmediatez… ¿Y las otras redes saludables? ¿Dónde están y qué hacemos para que las adolescencias puedan explorar una sociabilidad alternativa a la digital?

Si ya había “temita” con la cuestión de la autonomía, si hablamos de la vida social de las criaturas en relación a las tecnologías la cosa también se presenta tiznada... Hay una preocupación general respecto al uso de las aplicaciones de las redes sociales como sucedáneo del encuentro con cuerpo y alma. El miedo que da normalizar relacionarse con avatares, hablar con emoticonos o follar por zoom. Mal panorama, sí, pero es un lío que no vamos a poder esquivar…

Las relaciones sociales son una necesidad básica en todas las edades, somos una especie mamífera, necesitamos roce y cachorreo, y nos lo estamos montando para exiliar esto de nuestro día a día. Cada vez nos vemos menos, nos tocamos menos y nos encontramos menos. Cada vez más solas, con más necesidad y con más carencia. Y ninguna de las instituciones pensadas para las infancias y adolescencias priorizan el abrazo. Pocos recreos, pocos espacios de juego liberados de la mirada adulta y pocos lugares donde experimentar la conexión con los demás. Precariedad psico-afectiva generalizada.

Cuando las criaturas son pequeñas aun les llevamos a planes con abuelos y abuelas, convocamos a tíos y tías en una fantasía instantánea de la familia extensa que ya no tenemos, vamos de peregrinaje a cumpleaños colectivos y hacemos fiestas de halloween o de pijamas… Pero claro, llega un momento que las criaturas crecen, pronto cumplen 12, 13 o 14 años y la sociabilidad que demandan y necesitan ya no se da de la mano de papá o mamá. Desde ese momento, y hasta que puedan conquistar la confianza de quienes les cuidan para tener libertad de movimientos y funcionar de forma autónoma ejerciendo de “adultas”, tendremos que asumir que van a tener que canalizar de manera precaria e insuficiente sus necesidades de socialización, “ni tan mayores como para quedar solos, ni tan pequeños como para verse en encuentros con familia encima”, que van a querer conectarse a juegos en red para chatear con colegas, o mandarse mil gifs por wasap para sentir que no están tan solas en el encierro de sus casas…

Porque, reconozcámoslo, la alternativa social que estamos ofreciendo a las adolescencias es de precariedad y encierro. Ni los horarios, ni los espacios, ni las ciudades, ni las dinámicas de relación que tienen con los adultos de su vida dan muchas posibilidades distintas al aislamiento. Y no parece que estemos muy dispuestos a cambiar nuestras prioridades, ni que el capital y la adultocracia nos lo vaya a permitir.

En este contexto, las aplicaciones y las pantallas son quizá más consecuencia que causa de lo que nos debiera preocupar.

5. La regulación y la prohibición ¿Dónde están los riesgos? ¿Es una cuestión de peligros o de necesidad de control adulto?

No es la primera vez que cuando nos asusta algo respecto a las infancias nos lo queremos quitar con educación punitiva o con represión. La educación y el castigo para salir del atolladero.

Somos conscientes de que el mundo que hemos construido, y que se expresa con toda su crudeza en internet, deja mucho que desear. Sabemos que no tenemos capacidad de control del capitalismo, ni del patriarcado ni de la violencia estructural que sufrimos, por lo que puede parecer una buena opción controlar a las adolescencias y así “defenderlas de lo que somos”. De esta manera, aunque la efectividad de nuestras medidas sea casi nula, seguimos demostrando quien manda y expiamos parte de las culpas. Reivindicar el privilegio adulto siempre será la mejor forma de acallar debates y de no asumir responsabilidades.

Pero desde una regulación ajena a las necesidades de la chavalería, y desde la prohibición en base a criterios moralistas y prácticas paternalistas, no se crece como sociedad, no se renuevan las alianzas intergeneracionales. Se culpabiliza a las adolescencias por “hacer lo mismo que los demás” pero a ellos y ellas no se les permite por las inseguridades y los miedos que las personas adultas les vuelcan.

Si pensamos en una tablet, para jugar, para aprender, o para matar el tiempo en una sala de espera o en un viaje, nos parece todo bien (aunque esté demostrado que es nocivo para los niños y las niñas, y nosotras justifiquemos “hacer la vista gorda” por nuestro bienestar), pero si proyectamos en los dispositivos y las tecnologías el acceso al porno o el que jueguen a las apuestas, nos parece mucho más peligroso en manos de la chavalería que en nuestras manos, cuando los riesgos son similares y las consecuencias negativas también.

Las propuestas punitivas, además de ineficientes, imposibilitan dialogar con el problema en clave de la responsabilidad que tenemos, lo que es muy inmaduro como sociedad y además injusto para aquellas personas que no viven en situaciones de privilegio y por tanto que no se pueden beneficiar de una mirada benevolente y comprensiva a sus conductas reprobables. Los y las adolescentes están lejos de poder ocupar ese lugar de reconocimiento y de poder disfrutar de los beneficios de la hipocresía social. Tienen todos los números para seguir siendo las dianas de nuestro malestar.

****

Y así, como resumen y cierre, decir que, sin duda, en un ambiente sin pantallas que nos secuestran la atención, la vida y que instrumentalizan nuestros anhelos y necesidades, sería más fácil de cultivar la relación humana, pero más allá de ese marco, hoy por hoy lejano y artificioso, no nos queda otra que lidiar con las dificultades, y hemos de hacerlo en clave de respeto y responsabilidad, y no ahogar el debate en propuestas finalistas y simplificadoras que quizá nos ayuden a dormir más tranquilos, pero que distan mucho de colaborar con hacer un mundo más habitable para las infancias y adolescencias

Matrimonios infantiles y uniones tempranas. Boletín CEPAL.

 Matrimonios infantiles y uniones tempranas: 
desigualdad y pobreza en mujeres, niñas y adolescentes 
de América Latina y el Caribe



Descripción
Los matrimonios y uniones infantiles tempranos y forzados se definen como una unión en la que al menos uno de los contrayentes es menor de 18 años. La inmensa mayoría de los matrimonios y las uniones infantiles, tanto de derecho como de hecho, afectan a las niñas, aunque a veces sus cónyuges también son menores de 18 años. Tal como lo señala la Recomendación general núm. 31 del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer y la observación general núm. 18 del Comité de los Derechos del Niño sobre las prácticas nocivas, adoptadas de manera conjunta en 2014, y la Resolución 29/8 aprobada por el Consejo de Derechos Humanos el 2 de julio de 2015 sobre la intensificación de los esfuerzos para prevenir y eliminar el matrimonio infantil, precoz y forzado, el matrimonio infantil se considera una forma de matrimonio forzoso, ya que no se cuenta con el consentimiento pleno, libre e informado de una de las partes o de ninguna de ellas. La definición que se aplica para enfrentar esta vulneración de los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes, incluye tanto a los matrimonios correspondientes a vínculos conyugales reconocidos por normas legales, consuetudinarias o religiosas, como a las uniones que dan cuenta de una relación de pareja con cohabitación sin reconocimiento legal.

Índice
-- Prevalencia de los matrimonios infantiles y las uniones tempranas en la región .
-- Desigualdades socioeconómicas y matrimonios infantiles y uniones tempranas .
-- Interrupción de los procesos de transición hacia el trabajo remunerado .
-- Recomendaciones para la acción pública.

Adolescencia analógica o digital, te va a dar igual

El dolor compartido nos acerca más de lo que nos aleja cualquier dispositivo

Define con una palabra tu adolescencia. La pregunta la lanzaba esta semana la cuenta Freeda a su millón y medio de seguidores en Instagram. Y ha recibido 2.500 respuestas, la mayoría repetidas hasta la saciedad. “Depresión, infierno, ansiedad, inseguridad, TCA, incomprensión, autodestrucción, desorientación, complejos, frustración, llanto, soledad, bullying, caos, abandono, trauma, vacío…”.  

EL PAIS

NURIA LABARI

04 NOV 2023 - 05:30 CET

Por cada 20 palabras dolientes aparece algún “kalimotxo” despistado. También se cuela la palabra “libre” y muchas menos el adjetivo “feliz” entre las respuestas. Leerlas me ha recordado lo dolorosa que ha sido siempre la adolescencia, también cuando era analógica. Y me ha hecho reflexionar sobre cómo los adultos nos hemos convertido en expertos en sentenciar el gran problema de los adolescentes y hemos dimitido de la responsabilidad de acompañarlos en el padecimiento de sus dificultades.


El gran problema, claro, es el móvil. O internet o las redes sociales, como prefieran. Sobre eso existe un amplio consenso adulto. Es decir, la gran dificultad de los jóvenes es precisamente su cultura. ¿Y cuál es la solución que proponemos? Pues, básicamente, exigir que se desconecten, que no tengan dispositivos o limiten su uso. Y por el camino olvidamos que el problema de la adolescencia ha sido y sigue siendo el dolor. Y la solución que los adultos podemos (y debemos) ofrecer es el acompañamiento como forma de consuelo. Con esto no quiero decir que el móvil sea un dispositivo inocuo. Al contrario, lo vuelve todo más difícil. La relación con el propio cuerpo, con la comida, con la ropa, con el éxito, con el sexo, con el canon de belleza, con el deporte… Hasta estudiar es más complicado con una capacidad de atención mermada por culpa de la tecnología. Pero los adultos (sobre)protectores estamos tan agobiados con el cambio tecnológico que nos hemos olvidado de que la cultura, como la identidad, no se puede arrancar. Y que el origen del dolor no es otro que la propia vida.


Hace unos meses formé parte de un programa de la Fundación Manantial donde trabajamos la relación entre salud mental y tecnología con chavales de distintos institutos de la Comunidad de Madrid. En uno de los grupos, el del instituto público Menéndez Pelayo (Getafe), preguntamos al alumnado por sus miedos. Y a pesar de llevar varias jornadas formándose sobre los riesgos de la tecnología, resultó que sus terrores no pasaban por su smartphone. De nuevo, las respuestas se repetían. “Miedo a hacer daño, a que me hagan daño, a no sentirme suficiente, a no ser feliz, a no gustar, a que me ignoren, a no conseguirlo, a perder la ilusión, a que me dejen, a que me engañen, a la Universidad, a sentirme sola”, declararon. Estoy convencida de que si aquel día hubiera metido en otra habitación a las madres y padres de ese mismo grupo y les hubiera preguntado por los miedos que tenían sobre sus hijas e hijos, no habrían coincidido en nada.


Madres y padres presumimos de lo tarde que damos tal o cual dispositivo a nuestros retoños, pero aumentar el tiempo de presencia y escucha a los adolescentes expuestos a la tecnología no forma parte de la fallida terapia colectiva y coercitiva. Nuestros adolescentes están tristes, solos y a menudo en peligro. Pero nosotros, los analógicos, tampoco fuimos felices. Y ese dolor compartido nos acerca más de lo que nos aleja cualquier dispositivo. Decimos que son de cristal, pero olvidamos con frecuencia que están a punto de romperse. Por eso, si tiene alguno cerca, no juzgue, no compare, no piense que su adolescencia fue mejor y escúchelo.