En 'La brigada de la cocina' se rompen prejuicios hacia los menores no acompañados con humor y buen rollo. |
Quizás la cocina podría servir para mostrar otras realidades, como nexo de unión entre culturas, como grito antirracista y antixenófobo. Eso es lo que intenta la película La brigada de la cocina, dirigida por Louis-Julien Petit, y que ofrece una mirada luminosa y encantadora a un tema tan dramático como el de los menores extranjeros no acompañados, una realidad que empieza a estar presente en el audiovisual, tanto en el documental como en la ficción. No lo banaliza, pero decide ofrecer humor y profundizar en esa comedia social que ya experimentó con las mujeres sin hogar en Las invisibles.
Aquí da el protagonismo a menores extranjeros reales que se ponen por primera vez delante de la cámara para contar una historia basada en un hecho real, el que protagonizó la cocinera Catherine Grosjean, que se dedicó a dar clase de cocina a jóvenes migrantes. En una sociedad que suele mirarles con odio, donde la extrema derecha les señala con campañas en el metro, el director les muestra como personas que solo necesitan una oportunidad. Les pone nombre y rostro, les da una historia y saca su lado más humano y divertido.
Su película nace para romper tópicos. “Estos jóvenes quieren trabajar y están estigmatizados, y la película nace también para crear un vínculo entre ellos y estos sectores como la cocina, donde hace falta gente para trabajar en Francia. Quería hacerlo usando el humor, con un género que tanto me gusta como la dramedia o la comedia social”, explica el realizador que termina su filme con un número de teléfono para que los empresarios ofrezcan empleo a los jóvenes migrantes. Ese número comprado por él cuando escribía el guion, ya ha recibido más de 6.000 peticiones.
La comparación con los realities de cocina como Masterchef viene incluida en la propia película, que muestra cómo la cocinera se niega a participar en un show que podría darle la fama y que finalmente se convierte en un recurso narrativo para un final esperanzador. Una idea que da rienda suelta a mostrar los tics visuales y la explotación sentimental de estos programas en una versión “satírica” de shows que todo el mundo tienen en mente y que siguen triunfando en la televisión.
Aunque la historia de los menores de la ficción no concuerde exactamente con la de los protagonistas reales, todos aportaron sus vivencias. De hecho, en una escena en la que cuentan sus orígenes sí que se escucha lo que cada uno aportó. “Todos llegaron con menos de 18 años a Francia, pero por motivos de producción solo el actor que hace de Gusgus es menor”, explica el director. Para preservar “su emoción y su espontaneidad” se rodó en orden cronológico y se improvisaron muchas escenas en un acto de confianza que Petit agradece. “Muchos directores quieren ser creíbles, yo quiero ser autentico, quiero que ellos se olviden de los diálogos, de las estrellas, y que nos catapulten en la emoción”.
La comedia social significa estar en un hilo. Si te caes hacia un lado caes en el miserabilismo, pero si te caes al otro entras en lo burlesco. Tienes que guardar el equilibrio. Louis-Julien Petit — Director de cine
También quería evitar contar su historia real ya que, como muchos de los personajes, tuvieron que mentir para mantenerse en estos centros. Como ocurre en España, en cuanto cumplen 18 años son abandonados a su suerte, por lo que el director no quiso “jugar con su intimidad” y contar algo que “incluso podía tener consecuencias graves”. La película, en uno de los momentos más dramáticos, muestra esas pruebas que se les realiza para acreditar que no son menores y poder expulsarles. Radiografías, análisis… conejillos de indias donde se les deshumaniza y que el director compara con las que se “hacía a los judíos para mandarlos a los campos de concentración”.
Le parecía importante mostrar también “el horror”, porque una comedia social no puede huir de la realidad. “Cogemos cariño a los personajes, nos reímos con ellos y casi el espectador se olvida de que son inmigrantes, pero la realidad sigue ahí, y así es como veo a la comedia social. Significa estar en un hilo. Si te caes hacia un lado caes en el miserabilismo, pero si te caes al otro entras en lo burlesco. Tienes que guardar el equilibrio. SI tensas el hilo es cuando pasas de la comedia a la realidad y de ahí a la emoción”, dice sobre el tono de sus filmes.
Con sus películas rompe ese mantra que parece que el cine perpetúa, y es que “en la precariedad no hay humor”. “No me gusta el miserabilismo, por eso me gusta la dramedia o la comedia social, porque en un contexto duro, en el que los personajes están contra la pared, nosotros como espectadores vamos a amar más a los personajes si vemos a combatientes modernos que buscan soluciones que nosotros no encontramos. Necesitamos esperanza, la necesitamos mucho, y yo necesito reírme”, zanja.
Los ataques a los menores extranjeros no son exclusividad de Vox, la extrema derecha de Francia, con Le Pen y Zemmour a la cabeza, también los usan, especialmente “cada vez que hay elecciones”. “Siempre sacan el problema migratorio, pero es que siempre ha existido. Nuestros padres, nuestros abuelos… todos hemos emigrado por la guerra, por el cambio climático, por movimientos sociales o humanos… todos. Con esta película quería mostrar que la inmigración no es ningún problema y que las diferentes culturas aportan riqueza. Hacerlo a través de algo que nos une a todos, como es la cocina. Al comenzar en España la promoción internacional de la película me doy cuenta de que la humanidad, el amor y el humor no tienen fronteras, y esos son los valores y el mensaje de mi película: no hay fronteras”.
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