Diversas fotos y videos muestran cómo los militares disparaban contra el cuerpo a los manifestantes mientras estos huían o se escondían. | Crédito: OjoPúblico / Miguel Gutiérrez. |
La presidente Dina Boluarte ha visitado a algunos policías heridos. Pero en el caso de los fallecidos ha expresado sus condolencias a través de un tuit y mensajes públicos. El último viernes, estuvo en una ceremonia de graduación en la Escuela Militar de Chorrillos, en Lima, donde dijo que la Policía y las Fuerzas Armadas tenían instrucciones claras para “salvaguardar la integridad y los derechos humanos de los manifestantes”.
Sin embargo, tras los primeros fallecimientos en Ayacucho, la Defensoría del Pueblo instó al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas a que “cese de inmediato del uso de armas de fuego y del uso de bombas lacrimógenas lanzadas desde helicóptero...
Memorial de 6 de ellos.
El niño y el hombre de la casa
D.A.Q.
15 años
Tenía solo 15 años, pero D.A.Q. ya sabía vivir la vida de los hombres grandes. En su casa, un pequeño cuarto alquilado en Huayhuaca ―un centro poblado en la provincia de Andahuaylas, en la región de Apurímac―, el adolescente era quien mantenía a su madre y a sus dos hermanos menores. “Tenía planes para nosotros ―dice Esther, su hermana de 17 años―. Apoyarnos, ante todo”.
El estudiante de tercero de secundaria llevaba la doble vida de los niños trabajadores. Por un lado, iba a clases en el colegio Simón Bolívar y, por el otro, salía a trabajar a las chacras de la zona o en alguna obra de construcción.
A PESAR DE SU PRECIPITADA E IMPUESTA MADUREZ, D.A.Q. ERA, TODAVÍA, UN NIÑO".
El joven tenía, literalmente, proyectos inmensos para su futuro. Dice su hermana Esther que soñaba con trabajar con maquinaria pesada. “También quería tener una casa muy grande”, recuerda. A veces pensaba en volverse policía, por qué no.
A pesar de su precipitada e impuesta madurez, D.A.Q. era, todavía, un niño. Le gustaba que su madre, una ama de casa y ocasional vendedora de anticuchos, le engría y le cocine arroz chaufa con huevo frito. Uno de sus pasatiempos favoritos era el Free Fire, un videojuego de acción y aventura, que, por momentos, lo entretenía hasta olvidar sus obligadas tareas como precoz hombre de la casa.
Michelle, cuñado y amigo de D.A.Q., dice que fue con él a las manifestaciones en el Aeropuerto de Andahuaylas y que asistieron solo por curiosidad. Era la primera vez que se sumaban a alguna protesta. Había pasado poco más de media hora desde su llegada, cuando D.A.Q. recibió el impacto. Según Michelle, su cuñado le dijo “ayúdame, hermano” y, minutos después, falleció.
Un delantero visionario
Beckham Quispe Garfias
18 años
Como buen amante del fútbol y admirador de sus grandes figuras, su padre le puso como nombre Beckhan Romario (en honor, por supuesto, al mediocampista inglés y superestrella David Beckham y al delantero carioca Romario de Souza Faria). Tal vez por eso, o quizá solo por coincidencia, Beckhan Romario Quispe Garfias heredó la pasión incontrolable por el balón.
Empezó su carrera deportiva a los seis años. A partir de entonces, el joven oriundo de la comunidad de Yanayacu, en la provincia de Andahuaylas, jugó en distintos clubes locales, hasta convertirse en una estrella del fútbol en Apurímac. Alianza de Lliupapuquio, La Victoria y Los Chankas son algunos de los equipos por los cuales desfiló el delantero Quispe Garfias.
COMO UN BUEN VISIONARIO DE LAS JUGADAS GANADORAS, BECKHAN TRATÓ DE IMPONER SUS REGLAS EN LA CANCHA".
Su familia era numerosa y de escasos recursos económicos: un padre agricultor de papas, ollucos, ocas; una madre vendedora de choclos; seis hermanos. “Quizá por los bajos recursos mi hermano no ha llegado más allá en el fútbol, porque tenía mucho futuro”, dice Raquel Quispe Garfias, su hermana mayor, de 23 años.
La joven recuerda que Beckhan, quien cursaba el cuarto año de secundaria, suplía la escasez a punta de talento: con tal de que juegue con ellos, eran los propios clubes los que le daban los chimpunes y la ropa deportiva.
Además, estaba formando un equipo de fútbol amateur, Red Lyon. “Él no era un ‘piraña’ o un delincuente, él era dueño de su equipo de fútbol”, dice Raquel. Como un buen visionario de las jugadas ganadoras, trató de imponer sus reglas en la cancha.
Beckhan Romario había ido a protestar al aeropuerto de Andahuaylas, el 11 de diciembre. Su hermana Raquel desea que su pedido de justicia llegue a la mayor cantidad de personas posibles. “Para Perú solo vale Lima, no las provincias”, dice y reclama que han matado a la gente de su pueblo “como si fueran animales”.
El médico de la familia
Wilfredo Lizarme Barboza
18 años
Wilfredo Lizarme Barboza era la esperanza de sus padres, dos agricultores del centro poblado Ccacce, en Andahuaylas. Como era un buen alumno, al terminar la primaria lo enviaron hacia Abancay, la capital de la región Apurímac, donde ingresó a un colegio que también era un seminario de sacerdotes. Con mucho esfuerzo, la familia reunía los 200 soles de la mensualidad.
Tras culminar la secundaria, Wilfredo continuó firme en sus planes académicos. Volvió a Andahuaylas y se matriculó en una academia preuniversitaria. “Su sueño era ser médico”, dice Luis Lizarme Barboza, su hermano mayor.
“SU SUEÑO ERA SER MÉDICO”, DICE LUIS LIZARME BARBOZA, SU HERMANO MAYOR.
Para cubrir los gastos de sus estudios, Wilfredo y Luis salían a la plaza de la ciudad a buscar trabajo. Allí, cuando tenían suerte, los recogían los dueños de sembríos o construcciones que necesitaban peones para la jornada. De cierto modo, Wilfredo estaba practicando la disciplina, la minuciosidad y el esfuerzo que necesitaría para la medicina en las labores físicas de la ciudad y el campo.
A pesar de sus obligaciones con los estudios y su familia, guardaba algo de dinero para sus vanidades juveniles. Le gustaba coleccionar zapatillas de distintos modelos y colores. Dice el hermano mayor que ha dejado unos tres o cuatro pares nuevos, que jamás podrá usar. Sin embargo, Luis quiere recordar a Wilfredo con la humildad que siempre conservó: calzando sus ojotas de caucho y trabajando hombro a hombro en las chacras.
Luis Lizarme Barbonza cuenta que su hermano murió el segundo día que salió a marchar. Era 12 de diciembre, en el aeropuerto de Andahuaylas. Llevaba una pancarta que decía “Cierren el Congreso”. “El segundo día, más bonito lo había dibujado”, recuerda. Pide ayuda para que su familia de escasos recursos económicos, conformada por sus dos padres y ocho hermanos, pueda salir adelante.
Un estudiante religioso
Cristian Rojas Vásquez
19 años
Cristian Rojas Vásquez ansiaba ser policía. Se había preparado muy bien, pero no pasó la evaluación por su estatura. Noemí Rojas Vasquez recuerda que su hermano menor se puso muy triste, pero la familia lo animó para que estudie otra cosa. Por eso, se matriculó en un instituto de Andahuaylas, en Apurímac, para estudiar Farmacia. Apenas había terminado el primer ciclo.
Noemí cree que su hermano no se dejaba vencer tan fácil ante las adversidades por sus fieles creencias cristianas. “Él siempre nos animaba, a mí me decía ‘no hay que rendirse’”, cuenta su hermana. Recuerda al joven tocando canciones evangélicas en su teclado y entonando alabanzas. Para Noemí, su hermano era el más estudioso y cariñoso.
PARA NOEMÍ, SU HERMANO ERA EL MÁS ESTUDIOSO Y CARIÑOSO".
Para su amigo Filio Hurtado Omonte, Cristian era un chico hábil y, sobre todo, responsable. “Estaba en el camino de Dios”, dice. Trabajaba los fines de semana para traer dinero a la casa, pero su principal meta era terminar de estudiar.
En el centro poblado de Ancatira, su padre ―un agricultor de papas, ollucos y cebada―, su madre ―ama de casa―, sus cinco hermanos y sus amigos aún no creen en su irreversible partida.
Cristian Rojas Vásquez fue herido el 10 de diciembre. Su amigo, Filio Hurtado Omonte, dice que habían ido juntos a las protestas en el aeropuerto de Andahuaylas, pero en algún momento se separaron. En ese lapso a Cristian le cayó una bomba lacrimógena en la cabeza. Por la gravedad de su lesión, fue trasladado al Hospital Guillermo Díaz de la Vega, en Abancay, donde aguantó con vida cuatro días.
El cantante intrépido y sentimental
Carlos Huamán Cabrera
26 años
Carlos Huamán Cabrera era una persona intrépida. A sus cortos 26 años, su espíritu aventurero ya lo había llevado a tomar decisiones importantes que cambiaron su vida. Cuando apenas era un adolescente de 16 ―en su natal distrito de Bagua Grande, en la región Amazonas― se acercó al director de una orquesta musical, mientras esta grababa un videoclip en medio de una plaza, y le ofreció ser uno de los vocalistas.
“Me dijo que siempre había practicado lo que es canto, pero no había una orquesta que le diera la oportunidad ―recuerda Jesusito Vásquez, director de Ilusión Sensual, el grupo de cumbia amazónica que le abrió las puertas desde entonces―. Tenía una voz fina”.
Con esa suave y sentida voz, Huamán Cabrera fue el célebre intérprete de los éxitos Solterito y Parrandero, Mi linda guambrita o Tu recuerdo de amor. De hecho, esta última canción fue la que conquistó a Leydi Campos: ella era una fan de Ilusión Sensual, él era el famoso vocalista. Cuando se conocieron se gustaron y, pronto, se quisieron. Hace siete años tuvieron un hijo.
CON ESA SUAVE VOZ, FUE EL CÉLEBRE INTÉRPRETE DE LOS ÉXITOS SOLTERITO Y PARRANDERO O MI LINDA GUAMBRITA".
Fue esa intrepidez suya, y también el amor por los demás, la que llevó a Carlos Huamán Cabrera a buscar un mejor futuro para su familia. Durante la pandemia viajó solo desde Amazonas hacia Lima: necesitaba otro empleo, ganar más dinero para los suyos. En la capital trabajó como repartidor de pollos en una avícola. Leydi Campos, recuerda a su “amor”, su “vida”, su “viejo”, su “bebé” como un esposo y un padre que lo entregaba todo.
Hace medio año, su arrojo habitual le marcó nuevos rumbos: La Libertad. En la provincia de Virú consiguió un puesto como empleado de una empresa agroexportadora. Gracias a ese esfuerzo había logrado construir una pequeña casa de madera en el centro poblado El Ron.
Huamán Cabrera había prometido volver allí para Navidad. Su mujer, en medio de su reciente e increíble duelo, por momentos siente como si nada hubiera pasado. Como si solo faltaran pocos días para reunirse con su amor de la voz sentimental.
Hasta ahora, Leydi Campos no entiende bien lo que pasó con su marido. Dice que el 11 de diciembre, ella y Carlos conversaron por chat todo el día. Alrededor de las 9:00 p.m. él le escribió contándole que estaba en las protestas. “¿Para qué, pues, te has ido?” le preguntó ella. Nunca obtuvo respuesta. Antes de las 5:00 a.m. recibió una llamada del celular de su esposo, pero habló un hombre diciéndole que Carlos había muerto.
Un danzante inagotable
Clemer Rojas García
22 años
Clemer Rojas García comenzó a bailar desde muy niño, porque en su casa ―en la provincia de Huamanga, en la región andina de Ayacucho― a todos les gustaba hacerlo. Ya de adolescente, se unió a la comparsa Los Huaraqueros de Quinua. Con ellos, salía en cada carnaval ayacuchano a bailar danzas tradicionales por las calles y las plazas de su ciudad.
CLEMER TENÍA PLANEADA SU RUTINA DIARIA COMO UNA COREOGRAFÍA ARMONIOSA".
Era uno de los bailarines líderes, recuerda su padre, Reider Rojas Jaúregui. “Mi hijo era una persona alegre y muy activa”, dice. Clemer era quien animaba a más jóvenes a unirse a Los Huaraqueros de Quinua y organizaba al grupo. En los concursos de comparsas, muchas veces quedaron en primer lugar. “Siempre hemos salido campeones con nuestras costumbres”, recuerda Reider sobre los triunfos artísticos de su primogénito.
Clemer tenía planeada su rutina diaria como una coreografía armoniosa. Por las mañanas, estudiaba Mecánica Automotriz en el instituto Senati. Por las tarde, trabajaba con su padre en Rojas Rojitas, un carwash que era el negocio familiar. El joven solía gastarle bromas a su padre, a su madre y a su hermano menor. Reider Rojas Jáuregui admiraba cómo, en medio del trajín, el bailarín incansable siempre podía ser un “palomilla”.
Su padre dice que nadie en la familia sabía que Clemer había ido a protestar al Aeropuerto de Ayacucho. Recuerda que, cuando salió de la casa, el joven le dijo que iba a darle el encuentro a su mamá en el mercado donde ella trabaja. Cuando vio por las noticias los disturbios en el aeropuerto, se preocupó por su hijo y lo llamó a su celular. Contestó un hombre que le dijo “al joven le ha caído una bala, ya se lo llevaron, yo me he encontrado su celular”. Reiner indica que Clemer tenía un proyectil en el pecho que dañó mortalmente su riñón y su hígado.