HDIA, Hablando de Infancia y Adolescencia: Blog GSIA con información y reflexión sobre la realidad que viven millones de niñas, niños y adolescentes en el mundo.
El proyecto, liderado por Jaume Bantulà, profesor doctor de la Universidad Ramón Llull de Barcelona, ha contado con la participación de Gonzalo Jover, director del OJI, catedrático de Teoría de la Educación y decano de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Linaza, catedrático de psicología evolutiva de la Universidad Autónoma de Madrid, Petra Mª Pérez, catedrática de Teoría de la Educación de la Universitat de Valencia, Andrés Payá, profesor doctor de la Universitat de Valencia y Xavier Bringué, profesor doctor de la Universidad de Navarra.
La investigación realizada durante estos tres años ha dado como resultado un total de 33 indicadores para ser aplicados en su totalidad o por temas (juego en sociedad, juego en escuela, juego en familia…), de modo que se puedan incorporar a las encuestas existentes en organismos oficiales para medir la presencia de juego, como podría ser, la encuesta de familias realizada anualmente por el INE.
A este respecto cabría resaltar la ausencia de preguntas vinculadas con el juego en la práctica totalidad de investigaciones o análisis sobre bienestar infantil, familias e infancia, realizadas por organismos públicos y privados, lo que denota la escasa consideración de que goza este derecho en España.
Dos
investigadores españoles, entre los autores de ese sistema de indicadores, denunciaron en septiembre de 2018 ante la ONU un problema
cada vez más extendido: la pérdida del derecho del niño al juego.
No preguntamos: ¿Juegan sus hijos o se pasan la tarde entre deberes y
extraescolares?, ¿Cuánto rato y a qué juegan a diario?, Ustedes, como
padres, profesores o abuelos, ¿le dan importancia a que sus hijos
jueguen?
Hay padres que piensen que jugar es algo secundario, que lo primero
es hacer los deberes, ir a clases de música o de inglés, y si queda
tiempo, que el niño juegue un rato antes de cenar. Esto es un error.
Jaume Bantulà, es profesor de la Universitat Ramon Llull y miembro del Observatorio del Juego Infantil.
Ha denunciado ante la ONU que la mayoría de estados contravienen el
artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño que recoge el
derecho al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades
recreativas.
Jaume es uno de los dos investigadores principales del proyecto 'Siderju'
que ha permitido formular un sistema de indicadores para evaluar de
forma objetiva cuál es el grado de cumplimiento del derecho del niño al
juego
Nos comenta que “España no incluye planes de infancia que
contemplen políticas relacionadas con actividades lúdicas, no estamos
bien. Algunos países, como Alemania, Países Bajos, Canadá o Suecia
tienen buenas prácticas”
“Es importante no cargar a los niños de extraescolares, ni siquiera deportivas”.
Hemos conectado con, Isabel Ferrer, corresponsal de 'El País' en Holanda, que nos informaba que un estudio reciente de Unicef sobre bienestar infantil en los países desarrollados llegó a la conclusión de que Holanda es el mejor país en el que ser niño.
El
secreto de la felicidad infantil holandesa está relacionado con que
llevan una vida sencilla y pasan mucho tiempo con los padres.
Sucede muchísimo más de lo que nos
atrevemos a reconocer… y a contar. Pero hay que contarlo y contar, como
propone Graciela Bialet en este ensayo urgente, para visualizar las
dimensiones de la pesadilla detrás de las cifras de la UNICEF: “En un
salón de clase de escuela primaria de 36 estudiantes, 7 niñas y 3
varones han sido o están siendo abusados sexualmente. De 36 niños, 10
sufren abuso”.
Un terror que tenemos enfrente, cada
mañana, cuando leemos a un grupo de niños. Es tan abrumador que el
impulso a entrevistarlos uno por uno surge de inmediato. Pero sabemos
que las palabras no salen a la primera porque el abusador se ha
encargado de borrarlas. Entonces, quizá la experiencia de lectura y
charla compartida de una historia literaria, capaz de removernos, sea un
punto de partida, restablezca la confianza en algún adulto, devuelva la
capacidad de decir: fue, es real aunque se oculte y acalle.
Y es un silencio que avanza desde
distintos frentes. Cuando empecé a estudiar la censura en la literatura
infantil y juvenil, recuerdo la experiencia de una destacada escritora a
la que específicamente le habían dicho que una novela suya no era
publicable porque relataba una violación de un padre a una hija. Y como
ésta, fui escuchando más anécdotas.
Graciela Bialet, escritora comprometida social y artísticamente,
identifica esa ausencia de tramas atravesadas por un abuso sexual en los
retratos de infancias y adolescencias en la LIJ, a pesar de que, como
nos muestra en su contextualización, es un infierno común para casi una
tercera parte de un aula escolar.
Se escribe muy poco, por eso me sorprendió la reciente publicación de la novela gráfica La breve pero significativa lucha de la Niña Ajolote(Edelvives
México y Secretaría de Cultura, 2018) de Carolina Castañeda, uno de los
mejores y más valientes libros ilustrados que leí en 2018, y que reseñé
en la entrada pasada; y en 2017, también con el lenguaje del cómic, el
compendio de 20 relatos de abuso Sólo es un piropo de Maria Stoian (Océano, 2017).
Ambos libros rompen el silencio. Aunque
le hablan más a adolescentes y jóvenes, no tanto a niños y niñas. Allí
la frontera del tabú adulto es mayor. Que entre jóvenes sea un poco más
común que circulen estas historias lo demostró un breve sondeo que hice
en el grupo de Facebook del Consejo Editorial Juvenil
del blog. Cuando les pregunté por libros leídos en los que hubiera
alguna experiencia de abuso sexual, subió el promedio de respuesta
habitual en los comentarios. Las ventajas de ser invisible,
Nunca olvides que te quiero, Desde mi cielo, Nada, The tales of One Bad
Rat, Yo seré la última, Sisters of sorrow, El color púrpura, The Crow:
Curare, Los demonios del edén estaban entre sus lecturas. Incluso Lolitade
Nabokov, de la que Catherine Nieto, miembro del Consejo, dijo: “A pesar
de la romantización que ha sufrido el texto (que no entiendo y me
molesta dicho sea de paso )
habla de un señor que secuestra y abusa de una niña de 14 años. Y no
importa cuanto adorne su relato de los hechos (la novela está hecha
desde la perspectiva de él) sigue siendo un ser abyecto y aberrante”.
Regreso al ejemplo del número de abusos en el aula escolar. Quizá esta vileza esté más presente que el propio bullying que, por otro lado, estaba de moda en la LIJ cuando rechazaron la novela de la escritora referida.
¿Los adultos son los primeros en
arbitrar sobre otros niños o niñas que abusan de compañeros, pero los
últimos cuando se trata de denunciar los abusos perpetuados por otros
adultos? ¿Será porque señalar el bullying escolar no los implica moralmente y mantiene a salvo, perpetúa, su posición de poder sobre los menores?.
Para Silvia Piceda y Sebastián Quattromo, sobrevivientes de abuso sexual, inspiradores activistas y fundadores del colectivo Adultxs por los derechos de la infancia, hablamos, sobre todo, de un “descomunal abuso de poder”.
Y una de sus señas de identidad es
criminalizar al niño, niña o joven y absolver al adulto (discurso que
cuela hasta en películas taquilleras y premiadas como “La cacería” de
Thomas Vinterberg). En entrevista para esta nota introductoria al texto,
Silvia Piceda dice: “La suerte de las víctimas ha sido desastrosa
porque la sociedad se ha movido con alto permiso social a los abusadores.
Este permiso social y el silencio es el que llena de vergüenza a la
víctima. Son frecuente las revinculaciones forzadas con progenitores
abusadores y hasta hay reversiones de tenencia: la madre que fue a la
justicia a denunciar a su pareja o ex pareja a partir de asumir la
defensa de sus hijxs, ¡asiste a la tortura de ver que los jueces y
peritos entregan a sus hijxs al agresor! Es
en la sociedad donde tenemos que trabajar y en el discurso social.
Cuidemos no generar una nueva victimización, un nuevo estigma en el niño
o niña víctima. Insistimos en la frase de Boris Cyrulnik ‘Una herida en nuestra historia no es un destino’.
Generemos situaciones donde los chicos puedan contar lo que les está
sucediendo, con adultxs con una clara actitud de cuidado hacia la
infancia, confiables”.
Y aquí entonces un valioso, detallado y
comprometido recorrido de libros complejos y testimonios de sus autores
con el que Graciela Bialet señala una tarea pendiente pero también un
posible camino para desandar el silencio y acompañar la voz de alto,
dicha en alto, de niños, niñas y jóvenes. Con una mirada crítica, Bialet
defiende el valor artístico de las publicaciones en su corpus: con su
efecto catártico, podrá más la literatura que el manual preventivo
dibujar las letras borradas del crimen.
Agradezco la generosidad y la confianza
de Graciela para compartir en Linternas y bosques esta apremiante e
inédita investigación, cuyo tema ojalá volviéramos materia de estudio,
discusión y creación en cada vez más espacios comprometidos con la
infancia y la juventud.
La letra invisible de un crimen:
Ilustración de Hebe Gardes para “El que nada no se ahoga”.
Breve contextualización de la problemática del abuso sexual a menores LIJ y abuso sexual. Números y letras. Voces acalladas. Delitos invisibles. ¿Realidades que superan la ficción?. Según UNICEF, en 2011, 5 mil 500 niños y
niñas eran explotados sexualmente por día en América Latina y el
Caribe. Estas cifras se disparan aún más en Asia y la Polinesia. Los
mayores consumidores de “turismo sexual infantil” son adultos del
llamado primer mundo. En España y en otros países de la Unión
Europea, EEUU y Canadá, estiman que un 23-25% de las niñas y un 10-15%
de los niños sufren abusos sexuales antes de los 17 años. No hay
condición social para este crimen. Ricos, pobres, clases medias son
víctimas o victimarios de esta perversión centrada en saciar fantasías y
actos sexuales con niños y adolescentes. Y lo peor es que las tres
cuartas partes de los abusadores denunciados son familiares directos de
las víctimas.[1] El abuso sexual a menores se configura
cuando se produce cualquier contacto sexual, consentido o no, entre un
adulto y un menor de edad. Según la Organización Mundial de la Salud
—reflejado en documentos de UNICEF de noviembre de 2016— a nivel
mundial, una de cada cinco mujeres y uno de cada trece varones ha
sufrido abuso sexual en la infancia. “Entre las víctimas, el 71% son
niñas y el 29% son varones y las edades de mayor riesgo son entre los
3-4 años y entre los 8-12 años”.[2] Si nos situáramos hipotéticamente en un
salón de clase de escuela primaria, cuya matrícula fuese de 36
estudiantes, podríamos deducir que dentro de ese grupo, 7 niñas y 3
varones han sido o están siendo abusados sexualmente. De 36 niños, 10
sufren abuso. O sea, casi la tercera parte de una escuela infantil vive
esa pesadilla. Alguna vez se definió al abuso sexual en
la infancia como un crimen silencioso, porque las víctimas son
indefensas, vulnerables, y mientras ese delito se consume, las criaturas
no entienden qué, ni por qué les sucede, sospechan que tal vez son
responsables por algo que han hecho mal, o es un tema natural a
aprender, dado que la mayor cantidad de abusos contra las niñas y los
niños ocurre en el seno de su hogar: siete de cada diez abusadores son
los padres, padrastros, tíos y/o abuelos. El abuso siempre es una violación a la
intimidad, ya sea que la agresión sexual implique penetración carnal,
acosos, exhibicionismo, toqueteos, pornografía, o engaños seductores a
través de encuentros en redes de internet (grooming, en inglés). “El abuso es una de las formas
más tremendas de violencia hacia la infancia, pues los chicos tienen
miedo de hablar porque son niños, porque se los juzga, por temor a las
represalias, porque sienten culpa y vergüenza”[3], dice Mariángeles Misuraca, oficial de Protección y Acceso a la Justicia de Unicef. Las secuelas emociones, psicosociales y
físicas que marcan al infante abusado van desde la ansiedad, enuresis,
depresión, dificultades en su adulta vida sexual, ya sea por
insatisfacciones amorosas crónicas o por el desarrollo de conductas
promiscuas, incluso una fuerte predisposición a la esquizofrenia. Según estudios realizados en la
Universidad del País Vasco, las niñas son más proclives a mostrar
reacciones ansioso-depresivas, en cambio los varones, tienden al fracaso
escolar, a tener dificultades para socializar, e incluso, precoces
comportamientos sexuales agresivos. Los niños más pequeños, en etapa
pre-escolar, como consecuencia de su escueto repertorio lingüístico y el
incipiente proceso de formación de sus recursos psicológicos, tienden a
invisibilizar o negar lo ocurrido. Pero cuando crecen, aparecen los
sentimientos de culpa y de vergüenza. Ya en la adolescencia, se agudiza
el problema, pues se toma conciencia del alcance de esas relaciones
abusivas e incestuosas, del riesgo real de coito y de embarazo, lo que
da cabida a “huidas de casa, consumo abusivo de alcohol y drogas,
promiscuidad sexual e incluso intentos de suicidio”[4]. En el libro Instrumental, el músico y escritor James Rhodes narra su propia experiencia infantil de abusos, y relata que:
La
vergüenza es el legado que dejan todos los abusos. Es lo que garantiza
que no salgamos de la oscuridad, y también es lo más importante que hay
que comprender si queréis saber por qué las víctimas del abuso están tan
jodidas. El diccionario define la vergüenza del siguiente modo: «Una
dolorosa sensación de humillación o congoja causada por la conciencia de
haber actuado mal o con insensatez». Y esta definición me parte un poco
el corazón. Todas las víctimas consideran en determinado momento que lo
que les han hecho son actos malos o insensatos que ellas han cometido. A
veces, si tienen muchísima suerte, pueden darse cuenta y aceptar a un
nivel profundo que se equivocan, pero normalmente se trata de algo que
en el fondo siempre creen, que siempre creo, que es cierto. La primera
amiga de la familia a la que le conté lo de los abusos, me conocía de
toda la vida. Yo tenía treinta años cuando se lo dije, y, literalmente,
lo primero que soltó fue: «Bueno, James, eras un niño preciosísimo». Más
pruebas de que esto lo causé yo. Eran mis coqueteos, mi belleza, mi
dependencia, mi libertinaje, mi maldad, lo que les obligaba a hacerme
esas cosas.
La
vergüenza es el motivo por el que no se lo contamos a nadie. Las
amenazas funcionan cierto tiempo, pero no años. La vergüenza asegura el
silencio, y el suicidio es el silencio definitivo. [5]
Muchas veces ese suicidio, del que habla
Rhodes, no es la muerte física, sino la emocional, esa vida
introspectiva sensible a la que el arte arropa y posibilita vuelos, otra
vuelta de tuerca para reanudar inmensidades de nuevas vidas, en nuestro
caso de estudio, el arte literario: la literatura infantil y juvenil.
LIJ y abuso sexual Silencios asesinos. ¡Silenciosos asesinos! Como dice la contratapa del libro Palabras envenenadas:
“A veces, la verdad permanece oculta en la oscuridad y solo se ilumina
al abrir una ventana”. La literatura es una hendija poderosa por donde
espiar nuevas realidades. Abuso sexual. Un tremendo tema para la
literatura infantil y juvenil (LIJ) que durante décadas consideró
cualquier acercamiento a temáticas en torno a la sexualidad como un
tabú. Ya en los años ochenta del siglo veinte,
Marc Soriano alertaba acerca de estas ausencias de contenidos y los
dobles discursos y ambigüedades que se generaban alrededor de lo sexual,
negando incluso asuntos en torno a la diversidad de género. Lo que
Graciela Montes definió como el tendido de un corral sobre la infancia,
donde la contemporaneidad y visibilización contestataria de nuevas
realidades sociales, culturales, políticas, que emergían a contra pelo
de los modelos o estereotipos “políticamente correctos”, quedaban en la
periferia de los temas a tratar en la LIJ. Dice Soriano, en su imprescindible ensayo La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas,
que “las obras que se ocupan de estos problemas se consideran —casi
peyorativamente— comprometidas”, por el contrario “las que los ignoran
son artísticas.” Y puntualmente sobre temas sexuales, acota:
“Los
adolescentes miran películas pornográficas que difunde un canal de
televisión y quieren plantear sus preguntas. Pero ¿a quién se las
plantean? Los padres no hablan con sus hijos del amor, sino cuando se
trata del sida. No toleran su lenguaje procaz, pero emplean ese mismo
lenguaje cuando están a solas con sus amigos. Los que militaban por la
libertad sexual en 1968 se manifestaron tan incapaces como las
generaciones anteriores para abordar con libertad los problemas de la
sexualidad con sus propios hijos. El gran tabú sigue en pie.” [6]
Y estas NO palabras se exacerban en un
sentido y en otro, desde el libertinaje del “todo vale” hasta un
silenciamiento ultra religioso que proclama un celibato casi inviable,
cuando en el Siglo XXI, plena era digital, con un par de tecleos
cualquier chico o niña accede a información sexual, a la pornográfica, o
simplemente a estimulaciones precoces implementadas incluso en la
publicidad de vestimenta infantil, golosinas y juegos, que alienta a
niños y a pedófilos indistintamente. Si la ficción —que opera como un motor
entre lo posible y lo soñado, entre lo real y lo impensado— no habla
también de estos temas “difíciles”, en realidad lo que sucede es que los
niños de todas maneras acceden a estos conocimientos “no dichos” —o son
sorprendidos— por otras vías, en o fuera del entorno afectivo, y muchas
veces, desde medios menos comprometidos con el arte. La desinformación
actúa erráticamente. Anestesia por saturación contaminante de mensajes a
través de la vulgaridad en algunas pantallas. Obtura la posibilidad de
acceder, en nuestro caso con el arte y la literatura, a la formación de
lectores como cuestionadores potentes, con capacidad de establecer
relaciones y desarrollar juicio crítico frente a diferentes situaciones
de la vida, aun cuando éstas sean perversas. Cuando de “eso no se
habla”, el silencio no solo desinforma sino que funciona como cómplice.
Ya decía Paulo Freire “Los hombres no se hacen en el silencio, sino en
la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión”. La LIJ está entre nosotros para
comprometerse con la fantasía y también con la realidad cotidiana
construida con aciertos y contaminada de adulteraciones. ¿De qué LIJ hablamos?.
Roger Ycaza para “Los fantasmas tienen buena letra”
La literatura infanto juvenil es aquella
que “también” leen niños y adolescentes, como decía Malicha Leguizamón:
“Se entiende por literatura infantil toda obra, concebida o no
deliberadamente para los niños, que posea valores éticos y estéticos
necesarios para satisfacer sus intereses y necesidades” [7]. Manifestación artística de la palabra
que, en el caso de los libros para niños, interactúa también con la
ilustración (expresión plástica importantísima en la construcción de
sentido por parte del joven lector, especialmente en el libro álbum).
Sus relatos tienen que ver con temáticas peculiares a la infancia, y si
bien durante mucho tiempo ha sido “instrumentalizada” como material
pedagógico, o sea, con fines didactistas, la LIJ se ha alejado de ese
“servilismo”, abordando todo tipo de temáticas, incluso varias
consideradas tabúes.
Rastreando el tratamiento del tema en la
LIJ (en idioma castellano, ya sea como lengua de producción o
traducciones en circulación por Latinoamérica), la primera revelación
significativa, es que hay pocos materiales ficcionales al respecto. La
temática es escasamente abordada, con distintos niveles de incursión o
definiciones, y ni remotamente estaría representando a esa tremenda
relación de niños afectados. A modo de analogía, podría considerarse
que, según informe de la Cámara Argentina del Libro[8]en 2017 se editaron 3 mil 982 nuevos libros para niños[9], y de entre ellos, solo uno habló de abuso (comentado en este trabajo): Los fantasmas tienen buena letra de la ecuatoriana María Fernanda Heredia, libro que recién salió al mercado argentino en 2018.
Gustave Doré para “Piel de Asno”
La sexualidad y abuso han estado
presentes en la LIJ desde sus orígenes. Ya la versión de Caperucita Roja
—recogida de la oralidad popular y transcripta por Charles Perrault—,
prevenía con explícita moraleja a las niñas sobre no dejarse seducir por
“zalameros” que solo quieren llevarlas a la cama. Pero tal vez sea
“Piel de asno” —también recopilado por Perrault e incluido en su célebre
Cuentos de Mamá Oca (1697)—, uno de los
primeros relatos para niños que toca el escabroso tema del incesto y la
amenaza del abuso (un rey que halla en su propia hija la posibilidad de
volver a casarse con alguien tan hermosa como su fallecida esposa y
madre de la víctima):
Por
desgracia, empezó a encontrar que la infanta, su hija, era no solamente
hermosa y bien formada, sino que sobrepasaba largamente a la reina su
madre en inteligencia y agrado. Su juventud, la atrayente frescura de su
hermosa piel, inflamó al rey de un modo tan violento que no pudo
ocultárselo a la infanta, diciéndole que había resuelto casarse con ella
pues era la única que podía desligarlo de su promesa.
La
joven princesa, llena de virtud y pudor, creyó desfallecer ante esta
horrible proposición. Se echó a los pies del rey su padre, y le suplicó
con toda la fuerza de su alma, que no la obligara a cometer un crimen
semejante.
Cabe recordar que por aquellas épocas,
la infancia era una etapa de vida poco mirada, un sector poblacional
desatendido, y que los niños de los sectores populares llegaban a
mayores si lograban sobrevivir a las extremas condiciones de vida que
compartían con cualquier adulto. Al respecto, Daniel Goldin, citando a
De Mause[10], nos recuerda que:
“Se trataba
de sociedades en que el trato violento entre los hombres era habitual,
donde todos estaban condicionados para ello y a nadie se le ocurría que
los niños requerían de trato especial. De Mause hace un recuento
pormenorizado de cómo hasta el siglo XVII los adultos sometían a castigo
corporal a los niños sin que nadie los cuestionase, y la reducción del
castigo corporal sólo se nota en el siglo XVIII. Esto desde luego no
excluía el abuso sexual, tolerado y practicado comúnmente con la venia
general más o menos explícita aún a comienzos del siglo XVIII (1982:80 y
sigs.).”[11]
De infancias pasadas sabemos por la
oralidad familiar (memoria doméstica y a la vez colectiva de los
pueblos) y, más aún por la literatura, que siempre contará mejor la
historia que los propios manuales. Por ejemplo, sabemos de infancias,
como la de Oliver Twist, a través de la novela del mismo nombre, escrita
por Charles Dickens (en 1837), infancias de niños que llegaban a
adultos solo si sobrevivían de un modo salvaje y silvestre, sin
protección y explotados[12]. Un solo párrafo de la vida de Oliver en el orfanato, pidiendo un poco de comida, da cuenta:
—Por favor, señor, quiero un poco más —repitió el muchacho.
El
chico fue encerrado durante una semana en un cuarto frío y oscuro; allí
pasó los días y las noches llorando amargamente. Solo se le permitía
salir para ser azotado en el comedor delante de todos sus compañeros.”
(…)
—¿Qué es esto? —preguntó tía Maylie—. Este chiquillo no puede ser el ladrón.
—Los seres más jóvenes y más bellos —repuso el doctor— son a veces las víctimas preferidas del crimen y del vicio.
—Suponiendo
que tenga usted razón —dijo su sobrina Rose—, es también posible que
este muchachito no haya conocido nunca el amor de una madre ni el calor
de un hogar y que el hambre le haya forzado a asociarse con lo peor de
la sociedad.
Y tú, querida tía, considera todo esto antes de permitir que se lleven a este pobre niño a la cárcel.
Un siglo después de Oliver, ya en 1937[13], el brasileño Jorge Amado escribe la contundente y conmovedora novela Capitanes de la arena,
que si bien no fue escrita como LIJ, sigue circulando como tal en casi
todo el mundo con más de 50 traducciones. La historia trata de una
pandilla de chicos —y una niña— que viven de la delincuencia y a sus
derivas en un depósito sobre la playa en Salvador de Bahía, rechazados
por casi toda una sociedad egoísta y negadora, que pide mano dura contra
ellos. Son agresivos y mal hablados, así se protegen, dando miedo, y a
pesar de sus abandonadas y riesgosas circunstancias de vida, se muestran
divertidos como niños, haciendo vida de adultos, incluso sexualmente.
El Gato es un personaje emblemático para la temática que se aborda en
este trabajo. Es un muchachito de catorce años, elegante y precoz gigoló,
descendiente de indios maloqueiros, que tiene un largo amorío con
Dalva, una prostituta varios años mayor, quien le da bienestar a cambio
de sexo.
“Pero
Dalva no le cosía la ropa, quizá ni siquiera supiera enhebrar una
aguja. Lo que sabía era sacudirse en la cama y arañarle la espalda a
propósito para excitarlo, para que el amor fuera más intenso. Dora, no.
No era a propósito. La mano de ella (uñas arruinadas, sucias y roídas
por los dientes) no quería excitarlo, ni hacerlo temblar. Pasaba como la
mano de una madre que le remienda la camisa al hijo. La madre del Gato
había muerto muy joven. Era una mujer frágil y hermosa. También tenía
las manos arruinadas, porque la mujer de un obrero no tiene manicura.
En 1980 aparece la nouvelle del mexicano José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto,
contada como una historia iniciática que trascurre en 1941, donde se
que narra con ironía una relación idílica e inapropiadamente sensual
entre un niño y la madre de su amigo. Como Capitanes de la arena,
es del tipo de literatura no escrita específicamente como LIJ, pero que
los lectores adolescentes mexicanos tomaron como propia, y donde los
abusos sexuales y la promiscuidad (consentidos o no) están presentes.
Es recién casi a finales de S.XIX donde
la infancia empieza a ser considerada como portadora de derechos propios
de vida y futuro, y por ende comienza a ser objeto de estudio y
protección, para convertirse durante los siglos XX y XXI en sujetos de
reproducción cultural y de consumismo. Se pasó de idearios de “infancia
rosada y juventud divino tesoro” a niños (¿otra vez como en el
medioevo?) “prematuramente seudo-adultos”, ahora por contextos globales
donde la tecnología ha reconfigurado y desdibujado los límites entre el
mundo adulto (inmigrante digital) y el infantil (absolutamente
digitalizado) que a través de las pantallas accede con autonomía a todo
tipo de información sexista, incluso lúdica, y en la mayoría de los
casos sin filtro alguno. Acerca del corpus seleccionado para este trabajo. En lo que va del S.XXI, en
Latinoamérica, se han concretado un número interesante de producciones
para niñas, niños y adolescentes en torno a visibilizar, concientizar,
informar y prevenir a menores y adultos acerca del abuso sexual. Esos
materiales, de muy buena calidad y con la información necesaria (muchos
de ellos producidos e incluidos en programas o proyectos de Educación
Sexual Integral en varios países latinoamericanos, incluso por
recomendaciones de organismos de Naciones Unidas), abarcan libros para
chicos con cuentos acompañados de manuales instructivos, videos,
historietas y canciones, de hecho lo explicitan indicando:
“Para
compartirlo con los niños y usarlo en actividades de prevención” (…)
Como un recurso complementario al propio cuento, para que lxs adultxs
dispongamos de más herramientas sobre cómo explicárselo a lxs niñxs”.
(En manual pedagógico que acompaña al cuento Clara y su sombra).
“Es un libro
de cuento para niñeces sobrevivientes de abuso sexual. Busca una mirada
libre de revictimizaciones, que permita comprender el valor de la
comunicación y el poder de los propios relatos en espacios de
horizontalidad feministas y disidentes. (…) No es pedagógico pero sí
trabaja la interacción entre adultes y niñes, que pueden encontrarse en
la lectura y completar dialogando los espacios vacíos que la violencia
patriarcal deja en la memoria de quienes la sobrevivieron”. (Reseña de
la propia editorial, sobre el libro Yael y la casa violeta, en su página de Facebook).
Estos textos pueden encuadrarse en una categoría de producciones y libros informativos para niños, planteados narrativamente, abocados al tema del abuso. Como:
Dedé, Ma. Laura. Czarny, Reiman y Urbas (2016). Los secretos de Julieta (Libro y película animada). Ed. Norma-ONG Hospicom. Puede verse aquí.
Dedé, Ma. Laura. Czarny, Reiman y Urbas (2016). Decir sí, decir no (Libro y película animada) ONG Hospicom. Puede verse aquí.
Ibarra, María (2018).Yael y la casa violeta. Ilustrada por Julia Inés Mamone. (Libro de cuento). Editorial Femimutante, Buenos Aires.
Murillo, José Andrés (2017). Azul. Un cuento contra el abuso. Ilustrado por Marcela Paz Peña. Ediciones Thule, España. En 2018, se produce su Manual de actividades preventivas entorno al libro que
estará disponible en 2019. (La primera versión de este libro se realizó
en 2016, sin intenciones pedagógicas explícitas, titulado solamente Azul —sin
subtítulo—, de los mismos autores y diseño similar, por Editorial
Penguin Random House Chile, a través de su sello Lumen, en Santiago de
Chile).
Silva, Natalia – Seudónimo: Natichuleta (2016). No abuses de este libro (Novela gráfica). Ediciones B. Providencia. Chile.
Pascual Martí, Elisenda (2016) Clara y su sombra.(Libro de cuento en papel y Manual pedagógico. Ambos en papel y en digital) Ed. Uranito. México. Su manual puede descargarse aquí.
Zepeda Sein, Monique (2012). Salvavidas. Ilustrado por Marcos Almada Rivero. Editorial Norma. (Libro y película animada). Puede verse aquí:
Se hallan en el mercado editorial, también, algunos textos literarios para niños y jóvenes que incluyen o aluden a algún episodio de abuso sexual, sin ser éste el tema central que da sentido a la narrativa de dicho libro. Tal son los casos, por ejemplo, de las novelas que se describen a continuación:
Monstruos que sí son monstruos de
María Cristina Aparicio Agudelo, ilustrada por Darío Guerrero Díaz
(Norma, Torre azul, México, 2015). Novela para niños, donde una chica,
atrevida y lectora, va descubriendo y atacando distintos monstruos que
acechan a la infancia (adicciones a drogas, a pantallas; padres
enfadados, alcohólicos; pedófilos) y a través de un libro y con sus
amigos los van desenmascarando y venciendo.
Los ojos de la noche de
Inés Garland (Santillana, Buenos Aires, 2016). Novela juvenil donde un
grupo de chicas adolescentes de clase media va de vacaciones a la
Patagonia. Allí viven varias aventuras de autoconocimiento, descubren
paisajes, amores y también el maltrato seductor de un sujeto
inescrupuloso.
En la oscuridad de
Julio Emilio Braz, ilustrada por Mauricio Gómez Morin (FCE, México,
2017, primera edición en libro electrónico y decimosexta reimpresión en
papel). Novela para adolescentes, donde sin tapujos se comparte la
tremenda vida de un grupo de niñas de la calle, quienes sufren todo tipo
de violencias, abusos y precoces adulteces.
El rastreo de textos ha sido lo más
riguroso posible, pero ha sufrido las limitaciones que imponen las
fronteras de circulación de los libros. A través de las redes sociales,
muchos autores, editoras y lectores sumaron datos. Es destacable que el
país con más producciones de libros de LIJ referidas al abuso sexual,
ha sido México, que incluso ha traducido, comprado derechos autorales y
distribuido gratuitamente para las escuelas primarias del país —a través
de su Secretaría de Educación Pública, con sus publicaciones de Los
libros del Rincón, vía el Fondo de Cultura Económica con su colección A
la orilla del viento— títulos literarios como: Las fotos de Carode Christel Guczka, La niña del canal de Thierry Lenain y ¡Estela, grita muy fuerte!de Isabel Olid.
Es necesario recordar aquí que siempre la
selección de un canon es un recorte, una determinación particular que
excluye otros casos, ya sea por desconocimiento de su existencia, o por
elección, y que lo que se describe en los textos analizados a
continuación es solo la lectura reflexiva de quien describe, o sea la
manera autónoma con la que un lector interpreta y construye sentidos
desde su subjetividad. En este corpus, se han
considerado únicamente los textos (en idioma castellano –de origen o
traducidos-) de mayor accesibilidad en Latinoamérica, que cumplían con
el criterio de ser material capaz de evidenciar, desde la ficción,
acercamientos textuales propios del arte literario, sin explícita referencia a estrategias educativas contra el abuso sexual a menores. Los textos LIJ del corpus finalmente
seleccionado para este trabajo, (doce en total), han realizado sus
peculiares recorridos comerciales, y algunos de ellos cruzaron sus
propias fronteras territoriales de mercadeo, como así también
editoriales. Poseen diversas características y formatos pensados para
diferentes lectores, pero todos tienen en común el tratamiento explícito de la temática del abuso sexual como eje de su razón narrativa. Se describen y analizan, a continuación, listados según su fecha de edición (lo cual generó y posibilitó su circulación de lectura y análisis) los siguientes títulos: 1.- Lenain Thierry (2000) La niña del canal. Ilustrado
por Anne Victoire. Traductora Patricia Gutiérrez Otero. Fondo de
Cultura Económica. Colección A orillas del viento. México. 2.- Bojunga, Lygia (2003) El abrazo. Traductora Irene Vasco Editorial Norma. Colección Zona Libre. México. 3.- Lenain Thierry (2007) ¡No me toques! Ilustrado por Stéphane Poulin. Traductor Leonardo Rodríguez. Editorial CEC. Colección Los libros de El Nacional. Caracas. 4.- Olid, Isabel (2009) ¡Estela, grita muy fuerte! Ilustrado por Martina Vanda. Libros del Rincón. Colección Paso de Luna. Secretaría de Educación pública. México. 5.- Carranza, Maite (2010) Palabras envenenadas. Edebé. Barcelona. 6.- Chávez Castañeda, Ricardo (2010) La valla. Everest. León, España. 7.- Bialet, Graciela (2012) El que nada no se ahoga. Ilustrado por Hebe Gardes. Ed. Comunicarte. Colección Bicho Bolita. Córdoba. 8.- Guczka, Christel (2013) Las fotos de Caro. Ilustrado por Edmundo Santamaría Gómez. Libros del Rincón. Secretaría de Educación pública. México. 9.- Echevarría, Albeiro (2013) Pegote. Ilustrado por Marcos Toledo. Editorial Norma, Colección Torre Amarilla. Bogotá. 10.- Barberis, Alicia (2013) El infierno de los vivos. Ed. Colihue. Colección Leer y Crear. Buenos Aires. 11.- Murillo, José Andrés (2016) Azul. Ilustrado por Marcela Paz Peña. Editorial Penguin RH Chile (a través del sello Lumen). Santiago de Chile. 12.- Heredia, María Fernanda (2018) Los fantasmas tienen buena letra. Ilustrado por Roger Ycaza. Santillana. Buenos Aires.
En este listado hay dos casos particulares: En El infierno de los vivos hay
un anexo —propio de la colección a la que pertenece esta novela (que
hasta este título cuenta con 165 diversos volúmenes)—, que plantea una
propuesta de educación literaria, pero no explícitamente de educación en
prevención de abusos, por eso se lo incluye en este corpus literario.
El otro caso es Azul, donde se analizará su
primera versión, editada en 2016 sin proyecto explícito de tratamiento
pedagógico, aunque se aclara que en una segunda edición (con otra
editorial) sí lo esboza, y a futuro los autores trabajarán en un manual
de actividades preventivas en torno al libro. (Esa segunda edición está
listada entre los libros con propósito explícito de educación contra el
abuso). A modo de pre-lectura acerca del formato
y tratamiento del tema en estos libros a analizar, se ofrece el
siguiente el siguiente cuadro:
AÑO
Edición /
Circulac.
TÍTULO
AUTORES
escritor/a – ilustrador/a
RELACIÓN ABUSIVA:
GÉNERO
Literario
2000
México
La niña del canal
Thierry Lenain – Anne Victoire
Hombre (maestro) /niña
Nouvelle p/ niños. Ilustrada
2003
Latino América
El abrazo
Lygia Bojunga
Hombre (desconocido)/niña
Nouvelle p/ jóvenes
2007
Venezuela
¡No me toques!
Thierry Lenain – Stéphane Poulin
Mujer (tía)/ niña (sobrina nieta)
Álbum
2009
México
¡Estela, grita muy fuerte!
Isabel Olid – Martina Vanda
Hombre (tío)/ niña
Cuento ilustrado p/niños
2010
Hispano América
Palabras envenenadas
Maite Carranza
Hombre (padre) /niña (hija)
Novela juvenil
2010
España
México
La valla
Ricardo Chávez Castañeda
Hombre (tío putativo)/ niña
Novela p/ niños
2012
Argentina
México
El que nada no se ahoga
Graciela Bialet – Hebe Gardes
Pez hembra/ pececito macho
Novela ilustrada p/ niños pequeños
2013
México
Las fotos de Caro
Christel Guczka – Edmundo Santamaría Gómez
Hombre (tío)/ niña
Álbum
2013
México
Colombia
Pegote
Albeiro Echevarría- Marcos Toledo
Hombre (tío político)/ niño
Novela p/ niños. Ilustrada
2013
Argentina
El infierno de los vivos
Alicia Barberis
Padrastro (madre encubre)/ niña adolescente
Novela juvenil
2016
Chile
Azul
José Andrés Murillo- Marcela Paz Peña
Hombre / niño
Álbum
2018
Argentina
Los fantasmas tienen buena letra
María Fernanda Heredia – Roger Ycaza
Hombre (primo adolescente)/niña
Novela p/ niños. Ilustrada
Reflexiones en torno a la lectura de los textos del corpus referido La niña del canal. Thierry Lenain Ilustrado por Anne Victoire. Traducido del francés por Patricia Gutiérrez Otero. Fondo de Cultura Económica, colección A la orilla del viento. México. 56 páginas
Esta nouvelle fue originalmente
editada en francés, en 1993, luego de recibir el Premio de Novela
Juvenil del Ministerio de la Juventud y del Deporte de Francia, en 1992,
otorgado por el Jurado de Jóvenes, y recibió también Mención especial
por el Jurado de Adultos en el mismo certamen. Luego, en el año 2000, la editorial
estatal mexicana Fondo de Cultura Económica compra sus derechos en
castellano, y bajo la edición del reconocido especialista en LIJ Daniel
Goldin, comienza su circulación por Latinoamérica y Estados Unidos. Dentro de la colección A la orilla del viento está
clasificada “Para los grandes lectores”, con formato de 15×19 cm., tapa
a color y con doce ilustraciones en interiores (papel obra) en blanco y
negro más una viñeta en el colofón del libro. Los datos hasta aquí volcados ya
estarían dando una lectura de sus posibilidades de circulación. Nótese
que siempre aparece el Estado como mediador de legitimación y posterior
divulgación de la obra. Y que a la hora de la premiación, fueron los
jóvenes quienes definen inicialmente el mayor reconocimiento, asignado
el premio, cuando el Jurado de Adultos solo le concede una mención.
Estas cuestiones no serían menores a la hora de presuponer que la
industria editorial por sí misma, no estuvo a la altura de las
circunstancias cuando se trató de ponerse al frente de las apetencias
temáticas de esta índole y para este sector de lectores. “Esta historia comienza antes de
las primeras páginas y, como tantas otras, terminará después de las
últimas. O nunca.” Así empiezan las primeras líneas del libro. La nouvelle
cuenta el abuso al que es sometida Sara, de once años, por parte de su
profesor de dibujo, clases a las que asiste fuera de la escuela porque
su estricta madre insiste. Si bien no plantea capítulos formales,
el autor recurre a veinte segmentaciones o separaciones de tramos o
fragmentos narrativos, indicados por espaciado (dos líneas) al que le
sigue el detalle centrado de tres asteriscos y dos interlineados
posteriores en blanco. Así, con estas señales, se intercalan las
miradas, voces y relatos del argumento que se va tejiendo. Transcurre entre el relato de un
narrador omnisciente y los extractos del diario de la maestra de Sara,
quien registra casi etnográficamente las impresiones que ella observa en
su alumna: se ha cortado el cabello como un varón, está demasiado
triste y taciturna, se alimenta mal, y manifiesta falta de entusiasmo
para las tareas escolares. La niña muestra señales que los padres
no ven. Además de su cambio de aspecto físico, Sara quema una muñeca,
les dice que no quiere tomar clases de dibujo, pero no cuenta lo que le
sucede. Y es que se siente parte del abuso, culpable. En ningún momento del relato se
explicita o se expone el acto abusivo en sí. Pero ahí está, en esas
imágenes plásticas y textuales de una niña que no sabe por qué le está
pasando a ella, ni por qué vuelve una y otra vez al lugar de
sometimiento. La maestra sí ve las señales, porque son
las que ella misma tuvo antes de olvidar por completo que también había
sufrido aquellos acosos. Y decide huir. Pero no puede. Cuando
finalmente es capaz de encarar el problema, rescata a Sara, y se rescata
a ella misma. El canal es una metáfora geográfica y psicológica de ambas. Casi un canal de parto y de partida hacia un camino de superación. Un texto que no decae, sostiene el hilo
sin golpes bajos ni estridencias y remata con un final esperanzador, que
repara no solo a las víctimas, sino también a los lectores. Thierry Lenain nació y
vive en Francia (1959). Comentó alguna vez (para FCE) que escribió su
primera novela a los ocho años. Ha sido profesor de niños con
capacidades diferentes y, según sus propias declaraciones, se dedicó a
la literatura cuando asumió la crianza de sus propios hijos. En su
página web proclama que escribir para jóvenes no es para él una
profesión, sino un trabajo. Tiene alrededor de setenta libros
publicados, en la mayoría de ellos aborda temas complejos, propios de la
problemática juvenil actual. Anne Victoire nació en
Francia, donde realizó estudios de arte. Publicó ilustraciones en
revistas y periódicos, tanto en Francia como en México. En La niña del canal,
la ilustradora encara la tapa presentando un personaje femenino con un
aspecto entre niña y joven (¿es Sara o su maestra?), abrazada a una
muñeca, un pote de pintura roja al fondo, planteando las pistas de la
trama. En las ilustraciones de interiores del libro utiliza la técnica
del dibujo a plumín y tinta china, en doce cuadros, delicados y casi
puntillistas, que ocupan toda una página. Una viñeta en el colofón del
libro, circular, donde se ven apoyadas unas sobre el hombro de la otra,
en una tierna escena de encuentro y empatía, aparecen Sara, su maestra y
su muñeca, las tres han sobrevivido al abuso, y entonces el lector
vuelve a la imagen de la tapa, al cerrar el libro, y entiende que
aquella primera mujer es todas, cualquiera de ellas.
El abrazo
Lygia BojungaTraducido del portugués por Irene Vasco. Editorial Norma. Colección Zona Libre. México,(2003). 56 páginas
La nouvelle El abrazo de
Lygia Bojunga Nunes, cuyo idioma original de producción fue el
portugués brasileño se editó inicialmente en 1995. Fue traducida al
castellano latinoamericano en dos ocasiones: la primera, traducida por
Irene Vasco en la Colección Zona libre de Editorial Norma en 2003. La segunda, en 2008, traducida por Isabel Soto e ilustrada por Rubem Grilo en la Colección Casa Lygia Bojunga de Editorial SM. Narrada en primera persona —a modo de
monólogo interior—, Cristina, de 19 años de edad, se confronta y
reacciona frente a la violación sexual sufrida en su infancia (a los 8
años), cerca del río, cuando el tosco cuerpo del “Hombre de Agua” la
penetró, la derribó, ¿confundiéndola con Clarice?, su amiguita de 7 años
desaparecida un año atrás… Como un cuento dentro de otro cuento,
como secretos dentro de otros secretos, un grupo de amigos dispuestos a
dramatizar en una fiesta el cuento “El abrazo” desata la historia de
esta novela. Para completar el elenco necesario para la puesta teatral
que realizarán, falta una protagonista: la Muerte. Entonces aparece una
misteriosa mujer enmascarada, quien ha de cubrir el rol… ¿Es Clarice?
¿Es la máscara de la muerte que ronda siempre a Cristina? La historia de
Cristina ¿o Clarice, o de ambas? está atravesada por encontronazos con
ese delito infame, recuerdos entremezclados, hechos de violencia física y
emocional. El relato de las violaciones es conmovedor y contundente,
sin atajos ni tapujos. Desde aquella fiesta Cristina queda
alterada por la presencia de esa enmascarada Clarice (personaje que
entra y sale a lo largo de su vida, como otro yo, como amiga invisible,
como la voz de una conciencia no verbalizada, una amiga con quien
comparte secretos y abrazos). La historia da un giro
escalofriante cuando, días después, asiste a una función de circo y
reconoce la voz del violador en uno de los payasos. Cristina lo sigue,
lo espera, lo seduce… se enamora de él. Esta extraña reacción podría
entenderse como una reacción similar a la conocida como Síndrome de
Estocolmo, donde la abusada llega a empatizar con el abusador. Sin
embargo cobra ribetes desconcertantes cuando Cristina es arengada,
reprendida por esa mujer enmascarada quien la culpa por no denunciar al
violador, “eres realmente una infeliz”, le grita, mientras alerta
explícitamente sobre secuelas como embarazos no deseados o el sida…
(alusiones que podrían leerse como adoctrinadoras): “El estupro no tiene perdón, es
un crimen que hiere profundamente la dignidad humana, como el homicidio,
como la pobreza; crímenes que no tienen perdón” dice la autora tras la
máscara, exasperada porque Cristina no denuncia al violador, e incluso
lo busca, siente placer al recordarlo. “Eres cómplice de un crimen” le
grita Clarice a Cristina, “Tú y todos los que callan, los que perdonan,
los que olvidan un crimen así.” El desenlace de la historia confronta la
conciencia del lector, porque muestra a una Cristina mutilada
emocionalmente, que vuelve a la escena del crimen a entregarse otra vez.
Estas escenas contradictorias al “deber ser” de la profilaxis del tema
del abuso, permiten leer entrelíneas que el abuso sexual infantil es una
acción de tanta violencia, agresividad y perversión que afecta
profundamente la personalidad de esa niña, provoca en la víctima
trastornos disociativos de identidad. Esta identidad entremezclada en
Cristina que se hace cargo de la voz de Clarice, su amiguita de los 7
años abusada y desaparecida, es también la suya, la de su subconsciente. El precio que paga Cristina por no
entender las voces de esas Clarice que habitan su mente y su contexto es
alto, demoledor. Ella va nuevamente tras el payaso —metáfora triste si
las hay—. Entonces el asesino repone su crimen y al igual que a la
pequeña Clarice, la mata, la asfixia. Una corbata gris enroscada en sus
cuellos acallan gritos y pedidos de auxilio. La de este último “abrazo”
¿pudo evitarse?… la corbata aprieta más… más… La autora enfrenta con valentía y solvente escritura este tema tabú a la LIJ. ¿Es un acierto de la novela El abrazo recriminarle complicidad a la abusada? Cada lector tendrá su respuesta. Lygia Bojunga nació y
vive en Brasil (1932). Su obra es muy prolífica, ha sido traducida a
doce idiomas y aborda todo tipo de temáticas, algunas de ellas
controvertidas como el suicidio, el desamor, los conflictos. Ha recibido
importantes premios por su obra: el Hans Christian Andersen, otorgado
por el IBBY (por primera vez a una autora latinoamericana), en 1982, y
el Memorial Astrid Lindgren, en 2004. Al ser entrevistada por Antonio
Orlando Rodríguez, acerca de cuánto de ella hay en sus textos, la escritora brasileña respondió: “Yo solo escribo. Mientras lo
hago, no pienso en destinatarios. Solo me concentro en lo que tengo que
contar, ¡ya eso es bastante trabajo! Yo escribo y punto. Hago
literatura. Hay mucho de mí en mis personajes, pero no necesariamente en
los femeninos. A veces hay más elementos míos, de mi vida, de mi manera
de pensar, en los personajes masculinos. Todos mis personajes son un
pedazo de mí. Pero solo un pedazo, porque un escritor nunca escribe la
verdad verdadera. Siempre escribe una verdad fantaseada. En mis libros están mis preocupaciones
políticas y sociales, mi desesperación por los problemas de Brasil y de
toda América Latina, mis esperanzas. Mis personajes hablan por mí,
buscan respuestas para mí, comparten conmigo sus dudas y sus sueños.” [14]
¡No me toques!
Thierry Lenain Ilustrado por Stéphane Poulin Traducido del francés por Leonardo Rodríguez Editorial CEC. Colección Los libros de El Nacional. Caracas. 2007. 32 páginas Este cuento, tramado como libro álbum
(donde ilustraciones y textos van construyendo la narración de la
historia) cuenta con treinta y dos páginas (no numeradas) en un
atractivo formato de papel de consistente gramaje, tapas con solapas, y
mide 21 x 26 cm. Está ilustrado a páginas completas y a todo color. Stéphane Poulin, el artista plástico,
utiliza como fondo una textura de paño añejo, de colores que van del
sepia a un marrón claro, presentando algunas manchas más oscuras, que
dan la impresión de una tela vieja, usada y gastada por el tiempo. Un
dato que podría entenderse como la intencionalidad de reflejar una
temática tan sombría como antigua. Es un álbum bellamente ilustrado, muy
llamativo, que tiene además la particularidad de presentar el tema del
abuso de una mujer adulta hacia una niña (dos mujeres). Desde la tapa se
puede hipotetizar acerca del disgusto de esa nena, con gesto de
fastidio, dando la espalda a una anciana que la mira maliciosa y
sonriente, como acechándola y a la vez ofreciéndole una moneda. El
aspecto anticuado de la mujer, nuevamente remite al pasado, y sus largas
y rojas uñas, a una bruja de cuentos. En la portadilla, la primera página
donde se acredita a los autores del libro, ya no aparece sonriente esa
vieja mujer, sino con gesto maligno, enmarcada en un cuadro apoyado en
el vacío blanco de la hoja. Allí causa más impacto aun que las filosas
uñas de una de sus manos asoman y salen del recuadro del marco, como al
ataque. La historia, narrada en primera persona
por esa niña, comienza contando la visita a su escuela (podría tratarse
de un jardín de infantes) de una señora que les enseña “algo muy
importante (…) mi cuerpo es mi cuerpo”. La niña protagonista le pregunta
si nadie, ni siquiera su tía Ramona puede tocarla ni darle besos que le
“chupan la sangre”. Hasta aquí el lector, la
lectora, puede inferir que se trata del fastidio que le causa a los
niños que las personas mayores los besuqueen o aprieten cachetes, etc.
Pero aparecen pequeñas huellas de datos donde esos besos no solo son
molestos, sino en lugares inadecuados: “Cuando ella me suelta, corro a
verificar en un espejo si no tengo un hueco en mi cuello”. La niña va con sus padres a
visitar a tía Ramona (única nombrada con nombre de pila). La niña
protagonista no quiere ir: “tía Ramona me muerde. Estoy segura que trata
de chupar mi sangre”, argumenta. Mamá canta alegre. Papá no celebra,
pero tampoco se opone. Siguen apareciendo pistas de lectura: al
llegar a la mansión de la vieja, ella los recibe con los brazos en
jarra, sobre la cintura, y custodiada por dos bravísimos perros
Dóberman. Sobre esa única y plena imagen, la niña se niega por primera
vez a que la bese la tía. Mamá se disgusta y le pregunta por qué no la
besa. Ella repite lo aprendido en el colegio. “Porque mi cuerpo es mi
cuerpo”. La doble página siguiente es aún más
fuerte. Desde una mirada tipo zoom cenital se ve la sala de la mansión.
Un cuadro gigante de la vieja que a su vez los mira desde la altura a
ellos cuatro sentados (incluida la anciana). Tres perros, ahora, y
huesos dispersos por todo el piso. Macabro. Mamá quiere ser amable
porque la tía prometió heredarles esa casa. Tía Ramona y los tres perros con miradas
furiosas, son el primer plano de la siguiente doble página, donde la
vieja vuele a intentar besarla. Y aparece nuevamente la escena de la
tapa del libro, la mujer mayor ofreciendo una moneda. La niña piensa, en
el texto: “Esas monedas suyas no me gustan nada. Se diría que las gano
vendiendo mi cuello”. Esta escena remite a ideas de lo que siente un
niño que debe entregarse a ese adulto, a quien le han enseñado a querer y
respetar pero que lo incomoda y agrede con sus abusos. No accede. De regreso ya a su propio hogar, papá y
mamá discuten sobre la actitud de la hija. Mamá quiere esa casa como
herencia. Papá retruca que… “Si tía Ramona quiere que yo le bese los
pies, ¿tendría que hacerlo también?”. Las imágenes y los planos en que se
presentan, facilitan colocarse en el punto de vista de esa menor que
siente invadido su cuerpo, y el abuso de que es objeto se refleja y
puede incluso sentirse en esa desproporcionada relación de fuerza y
poder en los dibujos. El valor del dinero agrega un condimento aun más
desalmado y casi extorsivo. En este álbum la pequeña protagonista
asume con valor la defensa de su cuerpo, enfrenta la situación de dejar
de ser víctima. Un final dialogado en familia da cuenta de la resolución
del conflicto. Stéphane Poulin,
reconocido ilustrador canadiense, nacido en Montreal, en 1961. Ha creado
también álbumes donde es autor integral de texto e imagen. Posee una
amplia trayectoria. Por su luminosa y casi expresionista obra recibió el
Premio de Literatura Infantil del Consejo de Canadá en 1986.
¡Estela, grita muy fuerte! Isabel Olid Ilustrado por Martina Vanda Libros del Rincón. Colección Paso de Luna.
Secretaría de Educación pública. México.2009.24 páginas.
Este libro fue editado originalmente en la Colección A lomos del Clavideño de la editorial mexicana Fineo, en 2008. Luego compró sus derechos la SEP y puede descargarse gratuitamente en PDF[15]. Se trata de un cuento ilustrado,
presentado en formato de libro de 21 x 21 cm., en papel ilustración con
tapas semiduras. Visualmente predominan los colores azules, amarillos y
marrones, con dibujos de trazos sueltos, que dan plena sensación de
imágenes en movimiento. Apenas abrir la primer página, conmueve
la dedicatoria “A mis hijos, para que aprendan a gritar cuando lo
necesiten. A mi madre, para que aprenda a escuchar cuando grito.” Estela es una niña feliz, juega, se
divierte pero le apena que su mejor amiga, Lucía, tiene muy mal carácter
y siempre quiere lo que Estela toma para jugar. Y si ella no se hace lo
que la amiga quiere, Lucía la pellizca o molesta. Estela siempre cede,
se imagina que es pájaro y se mete en las historias de los libros. La maestra de las niñas nota esa
dificultosa relación que va del cariño a la pelea entre ellas y le
explica a Estela que “cuando alguien te haga algo que no te guste,
tienes que decirle que pare. Y si no para, entonces gritas muy fuerte
hasta que vengan a ayudarte” (la palabra “gritas” está en negrillas y en
tipografía mayor). Estela ensaya la estrategia, incluso
cuando mamá la peina y sin querer tironea su cabello. Y mamá entonces
para, se disculpa y lo hace más suave. Luego aparece el tío Anselmo, que era
bueno y divertido. Cuando se reunían en casa de los abuelos hacía magia y
contaba cuentos. Un día la invita a jugar al baño, le quita la ropa y
la toca en partes íntimas. Estela no entiende ese juego, pero le pide
que pare, y como no lo hace, luego grita:
Le sale un grito enorme. Un grito tan fuerte que se escapa por la ventana y viaja mar adentro, resuena por China y por Australia y les llega a los pingüinos del Polo Sur y a las jirafas de África. Y entonces toda ella se convierte en el grito y siente cómo tiemblan las hojas de los árboles de la selva, cómo los caracoles esconden los cuernos, cómo los perros corren debajo de las camas y todas las nubes se ponen a llover.
La resolución, a través de palabras
poéticas, es amorosa y de rescate familiar. Estela aprendió a decidir:
cuando alguien quiera hacerle daño, ella gritará muy fuerte. Isabel Olid (también
firma como Bel Olid) es catalana (n.1977). Miembro del grupo de
investigación de literatura infantil y juvenil Gretel, en la Universidad
Autónoma de Barcelona. Este libro recibió el premio Qwerty al Mejor
Libro Infantil en 2009. Si bien este texto es incluido en programas de
prevención del abuso infantil, y la autora ha expuesto públicamente el
haber sido abusada de niña, el texto en sí no explicita ninguna
estrategia pedagógica o didactista. Por el contrario, está narrado
poéticamente sin caer en ningún remate moralista o con moralejas. En
palabras de la propia Isabel Olid, esta no es una historia sexual, sino
un cuento sobre el grito. Martina Vanda es
italiana (n.1978). Además de ilustradora, es artista plástica y autora
integral. Se graduó en ilustración en la Universidad de Roma y continuó
estudios en bellas artes en la ESAG de París. Edita y publica sus
propios libros ilustrados en España, México y Francia. Vive entre Roma y
Barcelona desde 2004, donde trabaja y expone sus obras. Según sus
propias palabras: “Para el dibujo cotidiano saco inspiración de mi
cotidianidad (mis clases de danza, la lluvia, las montañas, la música,
la poesía, los encuentros…) Para mis proyectos completos, saco de las
experiencias vividas plenamente y los recuerdos de mi niñez.” [16]
La autora recibió por esta novela,
escrita originalmente en catalán, el premio Edebé de literatura juvenil
en el 2009, y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2011 que
otorga el Ministerio de Cultura de España. Sin duda, y más allá de esos
reconocimientos, este libro representa un valioso aporte para la
literatura infantil y juvenil iberoamericana. Cuenta la historia de una adolescente,
Bárbara Molina, abusada por su propio padre biológico. Su madre, Nuria
Solis, parece mirar para otro lado. Una amiga, Eva Carrasco, no olvida
afectos ni rencores. Un subinspector a punto del retiro, Salvador
Lozano, policía que no se resigna a cerrar el caso de la chica
desaparecida años atrás. Estos son los personajes que a lo largo de 28
capítulos —casi testimoniales— van narrando en tiempo presente, cual
parlamentos para un guión cinematográfico, la potente historia de la
desaparición misteriosa de una quinceañera, cautiva y dada por muerta
durante cuatro años. Una adolescente que es sometida a maltratos y
abusos sexuales por ese “sujeto-padre” que jura amarla. Tramada en tres partes (la primera nombrada como La chica que veía Friends; la segunda, A oscuras; y la tercera: El mal de Molière),
esta novela para jóvenes compone cuadros contundentes que se articulan
en la retina del lector para armar el rompecabezas de la ausencia
forzada de Bárbara. Cada personaje entra y sale de la historia
contando el misterio y sus propias obsesiones en torno al hecho. Ningún
parlamento —en formato de capítulo de esta novela— es habilitado para el
delincuente, Pepe Molina. Él no narra. Actúa. Su presencia apesta a
golpes, abuso, encierro. Es inevitable referenciar esta historia
ficcional con un aterrador hecho de la realidad, sucedido en Austria en
2006, y conocido a través de la prensa mundial. La propia Maite Carranza
afirma que la escritura de esta novela fue motivada por el resonante y
estremecedor caso de la niña vienesa, Natascha Kampusch, quien
permaneció cautiva en un sótano a pocos kilómetros de su hogar, durante
ocho años (entre sus diez y dieciocho años), secuestrada y abusada por
un desconocido que la raptó en la calle mientras se dirigía a la
escuela. Ese cobarde criminal terminó suicidándose cuando por fin la
joven logró escapar. Las similitudes entre el caso
real de Natascha y el ficcional de Bárbara se entrecruzan pero, a veces,
también se distancian. Ambas niñas fueron encerradas en sitios oscuros,
tenebrosos. Su único contacto con el mundo era a través del propio
abusador, quien justificaba con regalos, libros y vestidos su amor
enfermo, su obsesión por las niñas; a la vez que golpeaba y amenazaba
minando la dignidad, el temperamento y la autodeterminación de las
pequeñas. Pero la novela va más allá. El criminal
es el propio padre, no un desconocido. Bárbara es sometida a maltratos y
abusos por quien le dio y le robó la vida, urdiendo siniestras mentiras
y actuando una doble vida para ocultar y sostener su vandálico
proceder. Ese andamiaje de doble vida que
monta el represor para sostener su crimen en el anonimato y en el
olvido, implanta en la narrativa un marcado sesgo de novela policial.
Sus mentiras, las sospechas de la amiga y de la madre, el olfato y la
persistencia del detective van aportando datos precisos para que el
lector, aun prefigurando el desarrollo del delito, se involucre en la
búsqueda que permita finalmente salvar a Bárbara. Y es que Bárbara revela, en cada
monólogo interior, que cualquier joven lector pudo o puede ser Bárbara.
Que el delito invisible y silencioso del abuso infantil está tan cerca
de cada uno de nosotros que es preciso ocuparse del tema, estar alerta y
alertar. Los nombres de los personajes son
llamativamente simbólicos en la obra. Bárbara, la bravía y resistente
jovencita, extranjera dentro de su propia vida durante los cuatro años
de cautiverio. Nuria, esa madre atormentada, amurallada, paralizada,
viviendo, como en el significado de su nombre, “entre montañas” de
culpas, dudas e inacciones pero que repentinamente, casi como un
milagro, puede leer el entramado de la situación y actúa. Eva, “la que
da vida”, la que no pierde esperanzas, la que reacciona a pesar de todo
para hallar a su amiga. Salvador, el policía que no se da por vencido,
cual sabueso sigue todas las pistas, no se rinde, llega a tiempo para
rescatarla, en un final tan trágico como heroico. En cambio el
criminal, el padre, tiene un nombre cualquiera: Pepe, o mejor dicho no
tiene nombre de pila sino un apodo, un sobrenombre, ¿indicando, tal vez,
que la persona menos pensada puede ser quien ataca día a día a un niño,
pasando ante los demás como un tipo del montón? En propias palabras de la autora
se manifiesta el móvil de su escritura: “Mi voluntad era dejar claro
que el abuso sexual es la forma más completa de posesión de un niño o
una niña y que el abusador, además, destruye la autoestima y la
personalidad de la víctima”. Maite Carranza nació y vive en Barcelona (1958). Ha escrito más de cincuenta libros, algunos de ellos, tal el caso de Palabras envenenadas,
han sido traducidos a doce idiomas. Es guionista de televisión y cine.
Su literatura va del humor a lo fantástico y a la denuncia social.
La valla Ricardo Chávez Castañeda Ed. Everest. León, España.2010. 84 páginas.
Esta novela para niños preadolescentes
presenta una estructura narrativa sólida, donde se van anunciando
escenas, que si bien no espolean la resolución del problema, le permite
al lector visualizar que habrá un remate al conflicto, impulsando así su
ágil y dinámica lectura, a pesar de presentar dos temas contundentes y
dramáticos: varios niños que sufren ataques de pánico y una niña que
sufre abuso sexual. Un grupo de niños del último grado de
primaria se define como “Los rezagados”, pues los ha reunido desde
pequeños el miedo. Tienen diferentes temores que no pueden controlar.
Saben que se supone van superándose con la edad, pero ellos aún no
logran zafarse de sus pesadillas. Sin enunciarlo explícitamente en el
texto, los personajes sufren de ataques de pánico, y entre ellos se
acompañan hasta tranquilizarse. Son tres varones y una niña: Rubén teme
al fuego, sufrió en un incendio grandes quemaduras; Sonia a los
tornados, llama a su miedo “Zum; Néstor, el narrador de la historia, en
primera persona, y protagonista principal, teme a “la mano”, su padre
murió a raíz de una accidente aéreo y siempre lo espera y busca una
tumba donde ir a recordarlo; y el cuarto es Octavio, hermano menor de
Néstor. Para contarse sus temores se reúnen en
un lugar secreto, al que llaman “el Laberinto” y que funciona a lo largo
de la novela como una metáfora de lo intrincado que es para los niños
que han sufrido grandes traumas, buscar caminos y salidas. La historia arranca presentando a
Teresa, quien ha llegado ese año a la ciudad. Es una chica bella, con
una madre más hermosa aún, y también violenta e introvertida. La madre
como una figura autoritaria y ausente, siempre tras oscuros anteojos
(otra imagen que puede leerse metafóricamente), que parece no saber cómo
educar a su hija. Néstor reconoce en las actitudes hurañas
de Teresa que tiene miedo, como ellos. Y la encaran para sumarla al
grupo y ayudarla. Pero ella reacciona con golpes, al principio. Cada uno
le cuenta su pesadilla y entonces cambia la historia. Teresa les narra
algo increíble, que el bueno del Sr. Julián, que ayuda a todos los
chicos, la toca, la agrede, abusa sexualmente de ella. Se hizo de
entrada amigo de su madre, cuando llegaron allí, y funciona como “tío”.
Todos lo respetan en la comunidad, pero en privado, la ataca y la
amenaza para que no cuente nada. A principio no le creen (al
igual que la madre de Teresa), pero deciden seguirlo y confirman lo que
la niña ha contado. Entonces buscan maneras de solucionar ese terror,
como lo han aprendido a hacer para superar, o transitar, cada cual el
suyo. Se describen algunas escenas de abuso
sin caer en golpes agudos. Tal vez la más dura sea en la que se relata
un episodio dentro de un cine, donde la obliga a oscuras a sentarse
sobre sus piernas y a desprender su blusa para que la toque. Y ella
acepta porque teme a las amenazas de que atacará a su madre si revela el
secreto. Los chicos del grupo tienen buenas
relaciones con sus familias, sobre todo Néstor, que aprendió a jugar un
juego inventado por su madre, el juego de los pesos, que consiste en
contarse los secretos que más los apabulla o enoja o entristece, para
descargarse. Los rezagados piensan en soluciones para
ayudar a Teresa. Y hablar con sus familias está en primer plano, pero
temen que las amenazas del Sr. Julián sean extensivas a todos, si
revelan ese secreto. Entonces planean una huida general de niños (se da
el intertexto, explícito, con el clásico cuento “El fautista de
Hamelin”), pero no les resulta. Los niños aman a sus familias, y solo
quedan en ese plan Teresa y Néstor. Inicialmente, el desenlace aparenta ser
dramático, pero termina apareciendo una solución reparadora y casi
épica, que se sostiene en empáticos lazos comunitarios de solidaridad e
intervención. “A veces hace falta más valor
para abrir la boca que para cerrarla”, dice la mamá de Néstor, antes de
encabezar la resolución, que no por idealista deja de ser emotiva y
convincente. Ricardo Chávez Castañeda nació
en México (1961) y vive en reside en Vermont, Estados Unidos. Su obra
LIJ se distingue por la frescura y desenfado (e incluso el humor) con
que temas complejos se intercalan en el cotidiano juvenil. La valla ha
tenido importante repercusión y circulación en México. Según sus propio
decir: “Los niños y jóvenes están siendo expuestos hoy a la violencia
en bruto a través de los medios de comunicación, por tanto la literatura
debería aceptar el reto de abordar estos temas sobre los que nadie
quiere hablar, porque es la única manera en que puedes ayudarles.” [17]
(2012) El que nada no se ahoga Ilustrado por Hebe Gardes Ed. Comunicarte. Colección Bicho Bolita. Córdoba. 32 pág.
Graciela Bialet
Ficción para niños pequeños en formato
de libro ilustrado de 24 x 24 cm. y en papel ilustración de grueso
gramaje. Se encuentra en dos presentaciones: en edición cartoné (tapas
duras) y en rústica. En su primera edición la tapa tenía escrito el
título y un espejo que porta el personaje, en plateado. Desde las
guardas y portadillas aparecen las acuarelas de Hebe Gardes, invitando a
internarse en aguas de río, donde sucederá toda la historia. Las
onomatopeyas bup blup, en formato tipográfico esférico, acompañan también a lo largo del relato aportando sonido a esa experiencia acuática. Tramada en once capítulos breves,
nombrados y numerados como “Burbuja uno” hasta la once, cuenta la
historia de Saipé, un pececito que es diferente pues nada al revés. Se
lo presenta tanto en el texto como en la ilustración entre otros muchos
peces, todos con un aspecto distinto. Un distinto entre muchos diversos. Su mamá le decía que no importaba si
nadaba para atrás, que tal vez un día aprendería a hacerlo hacia
adelante, y si no, daba igual, lo importante era andar. Su padre le
recordaba el dicho “el que nada no se ahoga”. Saipé se sentía tan feliz que
quiso ir a lo más profundo del río a buscarle un espejito de mica a su
mamá. Y comienza su viaje exploratorio. A medida que desciende, Gardes
apaga la tonalidad de los colores. Aparecen más los negros y los verdes y
azules oscuros, como anticipo del peligro que se aproxima. El pececito
consigue tres bloques de mica, pero regresa asustado. Pierde uno por
esquivar una botella rota arrojada al río. “Caracoles, pirañas y
anguilas refritas” son las palabrotas que le salen a Saipé y que se
repiten en las ocasiones de enojo. En la “Burbuja cinco” pierde el segundo
“espejito de mica” y aparece el verdadero motivo de sus distracciones,
su miedo. Saipé teme que lo sorprenda y acose La Bigotuda del Agua, que
lo molestaba “cuando lo pillaba a solas”. Era más grande que él, y amiga
de sus padres. En la “Burbuja seis”, Hebe Gardes
retorna a sus acuarelas coloridas, pues Saipé piensa en algo bonito, en
sus amigos jugando, para darse aliento. Y apenas se descuida, en el
texto aparece “la mala bicha”. Entonces en la “Burbuja siete”, ya
desaparece todo fondo de río, no quedan rastros de azules ni de agua.
Aparece inmensa y en rojo (como aludiendo a alerta, a peligro) La
Bigotuda de Agua, y Saipé en una esquina de la página pequeñísimo y
tembloroso. Solo una línea da cuenta del
abuso sexual que la grandota ejerce y quien además quiere quitarle el
último espejito a Saipé, dice el texto: “mientras que con una de sus
aletas laterales se preparaba para rozarle el vientre”. La ilustración
muestra manotas rojas y bigotes zigzagueantes tocando el cuerpo del
pequeño pez. Todo en negro y diversos rojos. Cual metáfora, Saipé, al mirarse en el
último espejo que le queda, recuerda el dicho de papá “el que nada no se
ahoga”, y estando acorralado por los miedos (en la imagen representados
por aquellos enormes bigotes que aparecen en la “Burbuja ocho”,
envolviéndolo como en una jaula), topa con su cola contra un muro, “una
piedra blanca”, y se anima a intentar huir, nadando hacia adelante. Así
zafa, perseguido por la Bigotuda. Y lo logra, aún con tropiezos, llega a
su casa, con “el último espejito que le quedaba”. Allí halla a su mamá y
por fin se anima a contar lo que le sucede. “Todo”, dice el texto, con
una tipografía más pequeña que indica los secretos del asunto. Mamá escucha, abraza, entiende y
actúa. Y encara a la Bigotuda, quien finalmente se esfuma. Cuando al
miedo se le pone palabras, desaparece. Y ya todo repuesto, en la
“Burbuja once” los colores estallan, mientras se ve a Saipé y la
diversidad plena de peces jugando, que es lo que mejor saben hacer los
pequeños. La narrativa visual de esta historia es
orientadora de sentidos, por lo cual podría encuadrase en un libro que
va del ilustrado al álbum. Hebe Gardes nació en
1979 en La Plata y vive en Buenos Aires, Argentina. Es ilustradora,
artista plástica y docente de arte. Ilustra para revistas y para
programas infantiles de televisión. Entrevistada sobre este trabajo,
Gardes dice: “Para las ilustraciones de El que nada no se ahoga,
elegí trabajar con acuarelas porque se trataba de un personaje
acuático. Sin embargo la historia presenta momentos de mayor tensión que
no van con el color des-saturado, lavadito de la acuarela. Para esos
momentos utilicé tinta china negra, con manchones y plenos, para así
componer espacios de oscuridad y susto. También para ayudar al clima de
tensión y violencia utilicé líneas gestuales con ángulos filosos, tipo
púas o dientes; líneas onduladas superpuestas, tipo pelos que enredan al
personaje. Y en vez de usar pincel redondo y suave de acuarela, utilicé
plumín y plumas que dan una línea bien definida que en momentos rasgan
el papel, tipo cuchillazos. En las ilustraciones donde Saipé está
acompañado por amigos y su familia elegí una paleta amplia de colores
luminosos, para representar los personajes y el entorno natural. Aquí
las formas son orgánicas y onduladas, representando la sensación de
tranquilidad que experimenta el personaje en estos momentos.” [18]
Las fotos de Caro Christel Guczka Ilustrado por Edmundo Santamaría Gómez Editorial Junco. Libros del Rincón. Colección Al sol solito.
Secretaría de Educación pública. México. 2013. 32 pág. Este es un libro álbum, en formato de 21
x 21 cm., presentado en papel ilustración con tapas semiduras. Editado
inicialmente por Junco, luego fue comprado sus derechos por la SEP para
su distribución gratuita en escuelas primarias de México (con un tiraje
inicial de 89,000 ejemplares). También puede descargarse gratuitamente[19] y verlo narrado por varios mediadores de lectura en Youtube, como por ejemplo en este enlace en las notas finales [20]. “El cuento de Las fotos de Caro originalmente
constaba de diez cuartillas de texto. Pero dado a la crudeza del
contenido y las situaciones que se planteaban, consideré que lo mejor
era buscar sinergia con algún ilustrador/a que, desde su libertad
creativa, pudiera aportar al impacto de la historia.” [21] Conmueve visualmente que el ilustrador
Edmundo Santamaría Gómez solo ha usado fondos negros e imágenes en
marrones, grises y sepias. Siempre en primeros planos la cara de Caro,
sus enormes ojos queriendo entender lo que sucede. Narrado en tercera persona, la voz omnisciente va contado en cada página lo que la niña vive. A Caro su tío siempre le ha dicho que hay que sonreír en las fotos. La onomatopeya flash se
repite muchas veces en el libro, mientras aparecen fotos que registran
la vida de juegos y cumpleaños de Caro. “Sin embargo, las últimas fotos
no han sido divertidas” y el álbum pasa a imágenes tristes, donde solo
se ve la cara asustada de la niña con una lágrima rodando por su
mejilla, y un brazo que la lleva a algún lado. Y luego el tío, los
secretos y las imágenes que no serán palabras habladas ni fotos
mostradas en un álbum familiar. Una doble página sin texto muestra a
niña y hombre desnudos, imagen difusa, tras la mampara de un baño, los
enormes ojos de susto de Caro pintan la escena de desamparo y
desolación. Otra escena del álbum la muestra asustada, orinándose encima mientras su tío le repite que está obligada a guardar ese secreto. Ella no entiende por qué sucede todo aquello, solo sabe que no le gusta. Se esconde. Se aisla. Se encierra en sí misma. No habla. Su imaginación la lleva a otros lugares donde puede ser feliz. Cuando el lector ya espera o presupone
un desenlace tras un “Pero un día…”, el tono cambia y anuncia un futuro:
“Un día no muy lejano, Caro se dará cuenta que el miedo no debe
llevarse en silencio”. Hasta allí los fondos de ilustración siguen
siendo negros. En la última página, aún con esos primeros planos sobre
la carita de Caro, todo color se aclara, ya no es negro, torna a color
beige, y el texto habla de un futuro, cuando pueda hablar de sus miedos,
hallará abrazos y modos de salir de esta situación que la hace infeliz. Un libro álbum que invita al lector a
descubrir en cada palabra y cada imagen, un recodo de literatura donde
leer, con los chicos y las niñas, temas y realidades que no siempre son
gratos, y experimentar lo liberador que llega a ser el arte al tender
puentes necesarios para ensayar otras reflexiones y miradas. Trabajar estos temas es casi épico, pero
lograr que una editorial lo quiera publicar es aun más difícil.
Christel Guczka, al respecto plantea[22]: “Vale la pena compartir también la
polémica que surgió en torno a este libro. Una vez que la propuesta
estaba terminada, me di a la tarea de buscar editor. Pasaron años para
que alguien se animara a publicarla: el argumento principal era
justamente por el tema… no era “vendible” y, desde el punto de vista de
muchos editores, seguramente los padres de familia o escuelas no lo
adquirirían por temor a acercarlo a los pequeños y porque, literalmente,
‘había temas más importantes que abordar en la LIJ’. Tardé mucho tiempo para colocarlo en
una pequeña editorial que lo imprimió exclusivamente para concursar en
los Libros de Rincón de la Secretaría de Educación Pública. Entró a
concurso y, luego de grandes debates entre comités de selección de
diferentes estados del país, sobre la pertinencia del material para
niños, es como resultó elegido y fue repartido en todas las escuelas
públicas del país. Para que esa decisión se diera, intervinieron UNICEF y
otras instituciones, como IBBY, para determinar que el libro era
adecuado. Si bien el libro ha sentado un precedente en el país y
es conocido por mucha gente, hoy en día ninguna otra editorial ha
querido obtener los derechos para su reedición, venta y distribución por
los mismos argumentos: hay miedo de abordar el tema. Sin
embargo, he trabajado con él en muchos talleres con pequeños lectores de
diferentes edades (y también con algunos maestros y promotores de
lectura convencidos de su importancia) y la respuesta es magnífica. Esto
me lleva a confirmar que el trabajo de sensibilización es
mayoritariamente con los adultos.” Christel Guczka nació
en Vancouver, Canadá, en 1976, hija de padre alemán y madre mexicana.
Vive en México. Ha publicado varios libros en diversos géneros y
editoriales. Obtuvo el Premio International Latino Book Award en 2014
por el libro Los muertos andan en bici (Ed. El Naranjo) y en
2017 el Premio Por un grito de vida de Editorial Porrúa. Es además
dramaturga, varias de sus obras han sido llevadas al teatro en México. Edmundo Santamaría Gómez nació
en 1961, es un ilustrador, caricaturista y artista plástico mexicano.
Guczka le propuso a Santamaría trabajar juntos el libro Las fotos de Carol mucho antes de tener editor. Al respecto, ella comenta: “Le compartí el texto al ilustrador. La
respuesta inmediata fue sí. Trabajamos a partir de ese momento, en
conjunto, algunos meses: rebotando ideas, proponiendo conceptos que
enriquecieran el proyecto y dejaran al pequeño lector opciones de
interpretación. La primera decisión fue el formato de libro álbum, por
ello fue necesario recortar el texto a pocas líneas. Debo reconocer que
fue de las partes más difíciles para mí, ya que era preciso conservar
exclusivamente la información exacta para que la imagen pudiera lucir
sin repetir lo mismo en la narración. Como siguiente paso, el ilustrador
debió cuidar las imágenes para que no fueran tan explícitas y la
crudeza de las situaciones se dejaran veladas, sutiles; de esa forma, se
acudió al uso de diversos símbolos, dentro de los cuales también estuvo
la elección del color, color sepia durante casi todo el desarrollo,
tiempo que dura el abuso y sometimiento de la protagonista, para ir
iluminando las escenas al final… cuando decide dar voz a lo que sufre y
permitir, metafóricamente hablando, el comienzo de la posible sanación.
¿Quedé satisfecha?, sí, totalmente. Los originales son de gran calidad,
lamentablemente cuando pasan a imprenta de libros gratuitos, tanto tonos
como detalles disminuyen.” [23]
Pegote es el apodo con que se presenta
al personaje principal de esta novela, escrita en primera persona y que
consta de catorce capítulos. En cada uno de ellos, hay una ilustración
—con algunos rasgos característicos del trazo del manga— en blanco y
negro, excepto la tapa que es a color y bastante sugerente: anuncia con
un muñeco pequeño tirado en el suelo, frente a los pies de un niño
idénticamente vestido, la inquietante y casi policial búsqueda de pistas
para el armado de la trama en la que un niño de siete años es víctima
de abuso sexual a manos de su tío político. La historia, en la voz del niño, comienza situando al lector en un juicio por su tenencia legal. Pegote ha quedado huérfano, su
papá, Papeíño, tenía un taller de reparación de juguetes, y antes de
morir le ruega “Mi Pegote: no dejes que el de la barba… se salga con la
suya… Salva por favor a to…”. Estos personajes a los que refiere son
muñecos que cobran vida cuando los interpela Pegote, clara
intertextualidad con Pinocho y con la canción popular infantil “El Hospital de los muñecos” (de hecho el taller de reparación de Papeíño se llama así). El niño, desde los tres años, cuando
murió su madre, ha tenido que ir a vivir con su tía Carmentea y su
esposo, pues su papá no está en condiciones de cuidarlo. Pero frecuenta a
su padre Papeíño en el taller, muy cercano. Cuando éste fallece, tía
Carmetea —hasta ahora gentil—, apetece el dinero que administrará al
vender la propiedad (“El Hospital de los muñecos”). En esa casa también
vive su tío político, el señor Ambrosio Fuentevega, quien trabaja dando
conferencias de temas de superación. Intrigado por esas últimas palabras de
su padre, Pegote regresa al hospital de los muñecos pues como su Papeíño
vivía ahí, entre sus muñecos, y el niño intuye que ahí debe estar la
clave de la misteriosa petición. Temeroso, Pegote recorre la casa y sus
recuerdos. Así va dando con las pistas que le aportan los rostros
tristes de los muñecos, y empieza a desanudar los cómo y el porqué todos
los juguetes se ocultan en lugares oscuros; el cascanueces, un
almirante; sigue las huellas de un raro incendio y da con la bonita
muñeca Lucrecia, que le cuenta de un personaje con capa negra que los
acosa y maltrata. Por fin, Pegote halla a un
muñeco vestido idénticamente como él, llamado Toñete. “To…” recuerda lo
que le dice su padre, “Salva a to…”. Con Toñete se encuentra a sí mismo y
su realidad de abusos, tan similar a la que padecen aquellos muñecos
del hospital. El muñeco con capa oscura ha estado
chantajeado a Toñete, le ha prometido regalos a cambio de ciertas y feas
caricias, le ha amenazado y exigido silencio. Pegote se identifica con
Toñete y comienza a superar sus miedos y la tremenda vergüenza para
contar lo que le ha hecho el Sr. Ambrosio. Al comienzo Pegote no habla del tema del
abuso, está negado, ha bloqueado el recuerdo. Será la pesquisa entre
los muñecos lo que habilitará concientizar sobre el tema, y esto, junto a
otras pruebas fotográficas de niños desnudos halladas luego en su
computadora, permitirán desenmascarar la doble vida de Ambrosio, en ese
juicio por la tenencia del niño, como desenlace. La decisión final de ese juicio donde
está declarando y contando su historia Pegote, finalmente culmina
decidiendo que será dado en adopción a una buena familia. Termina el relato con una carta a un
amigo suyo (Mauro), en primera persona siempre, donde Pegote le cuenta
que está muy bien con sus nuevos padres y que ha permitido a una
editorial a publicar su testimonio “Porque deseo de todo corazón que
ningún niño pase por lo que me ocurrió a mí”. Albeiro Echevarría es
colombiano (n.1963). Además de escritor, ejerce el periodismo y fue
director de importantes medios de comunicación. Desde 2006 solo se
dedica a la LIJ y ha publicado en diversas editoriales. Marcos Toledo artista
plástico colombiano (n.1981). Se expresa con variadas técnicas, estilos
y medios digitales, incluso en modelajes y armados de escenas para
producción publicitaria. Ha realizado cortos animados.
Es un libro de 18 x 13 cm, en papel
obra, de factura económica (páginas pegadas precariamente al lomo, que
se deshojan con facilidad) y con tipografía pequeña. Esta novela para
jóvenes, que toma por título una frase de Ítalo Calvino en Ciudades Invisibles(citado
en la obra en varias oportunidades), es un texto literario de tipo
testimonial. Según información explicitada en la primer página del libro
“está basado en hechos reales pero algunos de sus personajes y
situaciones pertenecen a la ficción”, o sea que circunstancias concretas
le dan sustento narrativo. La misma Barberis, a modo de prólogo
(planteado como entrevista), cuenta que fue invitada por un conocido de
una víctima de abuso infantil a conocer y contar esa historia. Y halló
la voz, el tono, los recursos literarios eficaces y el ritmo que
alientan a una buena lectura, para trasformar esa biografía de un caso
real, en una ficción basada en un hecho de la vida social. Como todos los libros de esta colección
(Leer y Crear), a la novela le sigue un anexo que consta de tres partes:
Primero un Epílogo —nombrado como Póslogo— donde aparece un análisis de
la obra realizado por la Profesora Gabriela Iritano, quien desarrolla
cuatro interesantes miradas: “De qué se habla; El abuso con todas las
letras; El orden de la escritura; Los espacios simbólicos”. En segundo
término, la misma profesional plantea “Propuestas de trabajo”, no como
una anticuada guía de estudios, sino como variadas instancias
intertextuales post-lecturas, con interesantes textos informativos,
plásticos e incluso otros literarios (como “Piel de asno” en la
traducción de Graciela Montes), que aportan más escenas de posibles
lecturas. Y una tercera parte, donde se ofrece bibliografía. El infierno de los vivos se
explaya a través de treinta y cinco ágiles capítulos no numerados, y
gira en torno a una adolescente cuyos padres se separaron siendo muy
pequeña. Un padre ausente, una hermanita bebé, y una madre que luego de
varios años arma nueva pareja con un abogado (¡que aspira a ser
Secretario de Derechos Humanos!), quien abusa sexualmente de la
adolescente. La jovencita antes del ataque, percibe el acoso y comienza a
estar más tiempo fuera de su casa, a tener conductas erráticas, a
engordar, a andar mal en el colegio. Tan dramática como la misma violación,
es la circunstancia que ello genera, pues la madre no le cree a la hija.
La víctima, apoyada por sus amigos y la mamá de una compañera, realiza
la denuncia policial. Pero la reacción de su propia progenitora es de
total sometimiento a la justificación de su actual marido, el abusador. Mariana (así se llama la protagonista,
quien narra en primera persona la historia) es encerrada por esos
adultos “padres” en su cuarto, sin contacto alguno con el exterior hasta
que recapacite y se retracte de la denuncia. La madre de su amiga
intercede, con visitadora social mediante, y la víctima elige vivir en
un internado religioso, antes de seguir en su hogar en esas condiciones.
De su padre biológico lo único que sabe es que “se fue con otra”, no lo
volvió a ver jamás, solo conserva de él un libro (Las ciudades invisibles) donde figura su nombre y un número (pista que luego habilitará un final abierto y esperanzador). Aparecen aquí otras aristas
temáticas que le tocan experimentar al personaje: la vida que llevan
niñas y jovencitas en este tipo de centros de “asistencia a la niñez”.
Tareas domésticas (la descripción poética de Mariana limpiado
desenfrenadamente los inodoros del baño, son una metáfora conmovedora
del sentimiento de furia frente a su impotencia), disciplinas estrictas,
peleas entre internas, adopciones, temas complejos de convivencia y la
terrible burocracia judicial en torno a estos casos donde las víctimas
son re-victimizadas. En esta institución para chicas
judicializadas, Mariana recibe visitas de su madre (insistiéndole con
volver a casa si se retracta), de un hermano del abusador que no le cree
la versión al violador sino a la chica (y que en la novela pareciera un
personaje extraño para dar verosimilitud al texto, pero es quien está
anticipado en la entrevista a Barbieri como la persona que, en los
hechos reales, la convoca a escribir esta historia). Luego
aparece una reportera y su hija, de la misma edad de la protagonista,
quien le plantea a Mariana su intención de relatar los hechos y termina
convirtiéndose en la adulta que realmente ayuda a la chica a salir de
ese entramado de abusos, mentiras, adultos que miran para otro lado y un
poder judicial insensible y obsoleto, que se ocupa más de cuidar sus
lógicas corporativas que las necesidades de menores en riesgo, incluida
la hermanita de Mariana que sigue en aquel hogar abusivo. Es destacable el cuidado de la precisión
estética en la escritura de Barberis. Frases cortas. En muchos casos
poéticas, que van de lo emocional a los hechos, apelando a las emociones
del lector como fuente de contención de la dura realidad que se
plantea. Alicia Barberis (1957)
vive en Recreo, Provincia de Santa Fe, Argentina. Ha recibido muchas
distinciones por su trabajo literario, que además de consistir en
libros, se destaca en la narración oral. Cruzar la nocheestá entre los primeros libros LIJ editados en Argentina, que tratan el tema de la violencia contra los derechos humanos en la última y trágica dictadura militar.
Azul
José Andrés Murillo Ilustrado por Marcela Paz Peña (co-autora) Editorial Penguin Random House Chile (sello Lumen).2016. 40pg.
Tal como se ha explicado en los listados de corpus a analizar en este trabajo, el impactante libro álbum Azul posee dos versiones. En su primera edición (Penguin RH-
Lumen, que tiene la exclusividad para circular y comercializarse en
territorio chileno) es un libro de 21 x 25 cm. en papel ilustración. El
color predominante de tapa es el beige, que muestra en primer plano, a
tamaño natural, la parte de la cara de un niño, desde la frente hasta
abajo de nariz y orejas, como indicando que la boca y la voz, la pondrá
el lector. Se utilizan trazos de dibujo a mano alzada, pintado con azul y
negro, donde se destacan los ojos de ese rostro, remarcando
profundamente sus órbitas, párpados y contornos. En ninguna línea de texto del álbum aparece la palabra “abuso”. Al terminar el libro, a modo de
paratexto, el colofón destaca: “El abuso sexual se perpetúa en lo oscuro
del silencio, en el secreto, en la prohibición de hablar. Romper el
silencio, desarticular el abuso, solo es posible en un espacio donde el
miedo se sustituya por la confianza”; y en la contratapa, al describir
de qué va el libro, se explica: “Azul es la historia de un
pequeño héroe que recupera y reconstruye su confianza después de haber
sufrido tal vez la peor experiencia posterior a un abuso sexual: la
indiferencia ante lo ocurrido. Solo es posible reconstruir la confianza
donde hay otro, alguien que, amorosamente, abre un espacio para
reconocer el sufrimiento y sanarlo. Ese espacio es la confianza”. Es la historia de un niño pequeño, que
disfruta su infancia y de sus paseos en bicicleta. Siente que volar es
maravilloso, aún con sus riesgos. Imagen y texto amalgaman sus sentidos
lúdicos. La bici se convierte en conejo volador, en nave aerostática:
“Te puedes caer, pero hay algo peor que caer, y es que no te crean”. Escrito en primera persona, el niño
revela que, una vez “me detuvieron, me tomaron, me botaron”, y la imagen
muestra al pequeño dentro de un frasco de vidrio siendo observado por
la enorme cara de un adulto que quiere meter su mano dentro de ese pote.
En la página siguiente, un enjambre de moscas rodean al niño y algunas
se posan sobre él. “Me hicieron mucho daño”, acompaña el texto. Le cuenta a sus padres, en la
escuela, a todos los que conoce, pero no le creen, o le dicen que ya se
le pasará. Y tanta es la indiferencia a su reclamo, que comienza a creer
que en realidad no sucedió. El niño se recluye. En su cara se desdibuja
la boca. Hasta que aparece una niña que le cree,
lo escucha, lo abraza, y entonces se abre una puerta para recuperar su
historia, y también su voluntad de seguir andado en bicicleta. Toda una
metáfora de vida. José Andrés Murillo, autor del texto de Azul, ha expresado en un video promocional [24],
que la temática gira en torno a la empatía entre las personas, de cómo
ese involucramiento afectivo con un otro u otra, se constituye en
rescate, en superación y favorece el desarrollo de esa capacidad
imprescindible de resiliencia ante situaciones de maltrato, de abandonos
y de abuso de cualquier índole. Las ilustraciones de Marcela Paz Peña
son contundentes. Los tonos cepia de fondo predominan en toda la obra,
dando cuenta de un pasado presente, en imágenes delineadas en negro. El
color azul aparece cada vez que lo que sucede es premonitorio de
resolución de conflicto. El cabello del niño es azul, pero torna a negro
cuando queda acorralado y solo con su problema; recupera su tono
azulado al hallar con quien compartir su pesar. Consultada la co-autora e ilustradora acerca de la elección de Azul como color resolutivo y además como nombre del libro, contestó [25]: “El nombre Azul llega de una manera conceptual. Buscando generar un look and feel dramático,
elegí una paleta cromática bicolor, donde el azul fue el tono
principal. A la vez, la temperatura cromática enfatizó las emociones del
protagonista (exteriorizándolas). De esta manera fueron visibles en la
atmósfera del cuento tanto la tristeza, el dolor, las dudas o los mismos
cuestionamientos del protagonista respecto de su propia experiencia.
Algo que me interesaba experimentar y transmitir en este relato visual,
ya que es común entre sobrevivientes, la no credibilidad de la propia
historia. Con José Andrés compartimos la
visión poética del mar y del cielo, relacionadas con el símbolo de azul.
Ambos infinitos de alguna forma. Inmensos y múltiples. Como somos lxs
sobrevivientes de abuso también. Además en la antigüedad el color azul
no tenía este imaginario común. Algunas culturas consideraban el mar de
color negro, por ejemplo. Otras no nombraban el color azul, como si no
existiera. De la misma forma que ocurría con el abuso en la sociedad.” Sobre la articulación texto-ilustración,
que llega a percibirse como una realización de autor integral, Marcela
Paz respondió para este trabajo: “El proceso fue bastante armónico. José
Andrés me comentó que escribiría un cuento basado en la metáfora de la
bicicleta (andar en bici, que te boten y pararte para volver a andar).
Su cuento resultó de no más de tres hojas carta. Por mi parte visualicé
algunas imágenes mentales como ‘escenas’ que debían aparecer en la
historia para que esta se entendiera. Sabía que habrían imágenes
‘felices’ de autoestima sana que posteriormente debían contrastar con la
pena. La próxima vez que conversamos, él vio un avance de mis dibujos y
yo su cuento. Consideramos que el texto sería literal respecto a la
metáfora de la bicicleta mientras yo exteriorizaría las emociones
relacionadas a lo que significa sufrir el trauma de un abuso. ¿Qué pasa
con las consecuencias emocionales resultantes de romper la voluntad de
una víctima por medio de la manipulación, el abuso y el posterior
silenciamiento? En un momento consideramos trabajar con
extractos del cuento, a modo de hitos y que estos se acoplaran con las
ilustraciones. En correcciones sucesivas los textos fueron pulidos por
José Andrés hasta quedar de la extensión máxima de una o dos líneas. El
ritmo de lectura final fue revisado por Claudio Aguilera (periodista,
escritor y uno de los fundadores de Plop! Galería), quien leía el texto
en voz alta, asignando intensidad o pausas mediante la puntuación o
cortes de texto. De esta manera el relato adquirió dinamismo y tensión
en la oralidad de la narración. Y así llegamos al texto e imagen final.” En una segunda edición, impresa y
comercializada por Thule Ediciones (Colección Trampatojo, España, 2017,
con derechos para todo el mundo excepto para Chile donde circula la
versión por Penguin RH), la tapa de Azul torna sutilmente a color ocre (casi anaranjado), y se agrega el subtítulo Un cuento sobre el abuso, lo
que añade un propósito pedagógico antes no manifiesto, y Paz Peña
anuncia que se dispondrá también de un Manual de actividades
preventivas: “Finalmente, Azul es una historia hecha por sobrevivientes y para sobrevivientes”. José Andrés Murillo, chileno, doctor en Filosofía de la Universidad de París, autor de La confianza lúcida (2012)
y director de la Fundación para la Confianza, que asiste a resilientes
de abusos y genera instancias de visibilización sobre el abuso sexual en
la infancia. Marcela Paz Peña (Isonauta), chilena (1986) es diseñadora gráfica e ilustradora. Participó en Santiago en 100 palabras y
en proyectos de conservación de patrimonio cultural. Azul es su primer
libro y lo inició como un proyecto final de su formación académica.
Los fantasmas tienen buena letra María Fernanda Heredia Ilustrado por Roger Ycaza Lo que leo. Santillana. Buenos Aires. 2018. 152 páginas.
Esta novela integra la serie de la
colección violeta, que la propia editorial recomienda para infantes
mayores de 8 años. Tiene un formato de 20 x 14 cm., tapa ilustrada a
color e ilustraciones en interiores en blanco y negro. Consta de
diecisiete breves capítulos con dieciocho ilustraciones (por lo general
una por cada capítulo). Es la historia de una niña de nueve
años, Manuela, que pertenece a una familia típica (padre, madre,
hermanita bebé, un perro) aunque muy particular, pues los roles son
des-estereotipados. Mamá gordita que baila “cumbia, reguetón y tecno”
mientras cocina postres y galletas que luego sale a vender, papá es
bajito y alérgico (aún a ciertos políticos), Trueno, el perro se hace
amigo de cualquiera sintiéndose el mejor para todos. “Mis papás están locos como dos cabras”, confiesa Manuela, “pero son papás de verdad”. Escrita en primera persona y con
mucho humor, Heredia encara en la novela este complejo tema y lo
explicita desde el primer capítulo: Elvira, la mejor amiga de Manuela,
es abusada por su primo adolescente. “El bruto de su primo la había
golpeado (…) él me amenazó con darme la misma dosis que a ella si seguía
metiéndome en lo que no me importaba”. En la lectura de los primeros capítulos,
se presiente que ese tipo de abuso podría tratarse de maltrato, de un
pendenciero más grande sobre un grupo de niños que se reconocen como más
débiles. Tal vez un caso de bullying. Manuela, Elvira y Javier
están acostumbrados a ser distintos a los demás, pero también saben que
juntos se apoyan y logran mejores resultados. A partir de que Elvira les cuenta lo de
su primo “bruto y abusivo”, en la vida de Manuela aparece un fantasma.
Se llama Aldo, es inmenso y muy respetuoso, casi servicial. Se presenta
en la vida de la niña a cumplir con su trabajo, como si fuese un
funcionario formal y burocrático por momentos. A lo largo de la historia
se develará su misión: ayudar a Manuela a combatir sus propios temores.
Es un fantasma divertido que necesita pasar de categoría jerárquica
para volver con su familia. También está tía Rita, la favorita de
Manuela. Ella le regala una casa vieja con palabras escritas en papeles,
la consigna es seguir guardando allí palabras que merezcan la necesidad
de ser salvadas del olvido. En esa metafórica y tierna
conjunción de palabras para rescatar, y las apariciones del fantasma al
que solo la niña ve, escucha y lee, se van descifrando las cartas y
mensajes. Manuela y su fantasma son graciosos, y esta característica le
imprime a la novela un ritmo ágil, incluso en momentos donde la tensión
temática se revela en su complejidad. A medida que transcurren los capítulos,
el primo Rogelio se muestra cada vez más violento y amenazante. Ha
descuartizado a Bimbo, el conejo de peluche de Elvira como
amedrentamiento, convenciéndoles con que, si no cumple con sus pedidos, a
ella y a sus amigos les hará lo mismo. El lector puede aquí empezar a
sospechar abuso sexual, pues las exigencias que expresa incluyen
encuentros más privados. La nueva moneda de cambio en estas
extorciones es el gatito que acaban de regalarle las chicas a Javier por
su cumpleaños. Rogelio se lo quitado, y ahora deben ir por él hasta su
departamento, y bajo sus condiciones, o lo lanzará por la ventana de su
edificio. Elvira sufre desde hace bastante esos
abusos, entonces Manuela decide ser ella quien encare al mal primo. Su
fantasma personal, Aldo, ha ido realizando algunos “ejercicios” con un
espejo para mostrarle a Manuela cuán pequeña se ve cuando deja que el
miedo la domine. Ella se ha prometido a sí misma superar sus miedos, ir
por el gatito y si algo saliese mal, recurriría a pedir ayuda a sus
padres, como última opción. En el capítulo catorce aparecen ya
los datos visibles del abusador: risa maliciosa, “sube, estoy solo”, “en
mi habitación tengo juguetes que te van a gustar mucho”, “eres mi única
invitada”, “harás lo que te pida”, “que guardes un secreto que te voy a
contar solo a ti”. Elvira le ruega que no suba, pues sabe que
le hará cosas malas. Manuela piensa no dejar que Rogelio le haga nada
“que ella no quiera”. La niña intenta negociar, tiene un plan.
El abusador se exaspera, Manuela grita “¡No!”, y el desenlace fatal
sucede, arroja al gatito por la ventana, pero para eso está el fantasma
Aldo, para rescatarlos. En palabras de la propia autora,
reproducidas también en la contratapa del libro, se percibe la
resolución: “La única manera de acabar con esos secretos dolorosos es
hablando de ellos e impidiendo que se queden a vivir en nuestro
corazón”. María Fernanda Heredia es
ecuatoriana (n.1970) y vive en Lima, Perú. Es ilustradora y diseñadora
gráfica, además de escritora. Aborda en su literatura temas que fueron
tabúes por mucho tiempo en la LIJ, tal el caso de La lluvia sabe por quéy Los días raros(por el que obtuvo el premio de Álbum Ilustrado A la orilla del viento, del FCE). Roger Ycaza nació y vive en Quito, Ecuador (1977). Es ilustrador y músico, también autor integral de varios libros, como Los temerarios. En Los fantasmas tienen buena memoria se
destacan las imágenes creadas a partir de serigrafía o impresión de
sellos, con algunos recursos de figuras geométricas, y plenos para las
figuras humanas en contraposición a la del fantasma que posee mucho
movimiento, imagen expresada con punteos de pequeñas y sutiles líneas.
En voz del propio artista: “Cuando abordo un libro de literatura
infantil, lo que trato de hacer es una lectura paralela de la imagen con
el texto. Trato de olvidarme un poco de lo que está diciendo el autor
para yo crear una imagen donde el niño o la persona que vea el libro
tengan una doble lectura. No quiero que mi imagen sea totalmente
literal, sino más bien que aporte otras cosas y que el niño pueda
encontrar otras imágenes que no halló en la lectura. Eso hace que el
libro se vuelva mucho más interesante.” [26]
Algunas conclusiones y reflexiones finales
El silencio es la violencia.Pero más violencia es mezclar las palabrasconfundirlastrastocarlaspara que el silencio se vuelva errory creamos que la paloma se transformará en dragóny que aquel que se alimentó con nuestra sangre es el cordero.Glauce Baldovin
De la lectura de los textos de este
corpus surgen algunas ideas que articulan sus intenciones literarias a
la hora de abordar un tema tan sensible a la condición infantil frente a
la pedofilia. Los títulos de estas obras
tienen resonancias, en torno al abuso, en sus propios enunciados: canal,
abrazo, tocar, gritar, venenos, vallas, ahogos, fotos, pegotes,
infiernos, color azul como metáfora de limpieza, fantasmas. En el cuadro expuesto y la posterior
descripción de los textos, se puede observar que las relaciones abusivas
son muy variadas y no distinguen ni parentescos, vínculos, edades, ni
tipologías sexuales. En los doce libros analizados, diez pedófilos son
personajes masculinos y solo dos, figuras femeninas; en cambio la
relación se invierte en las víctimas del abuso: hay nueve niñas y tres
pequeños personajes masculinos (dos varones y un pez macho). Todos los textos tienen en común la
marca nefasta que deja en los niños el ataque, ya sea que el abuso
consista en acoso, toqueteos o en violaciones. En la totalidad de los
casos se visualizan el miedo, la violencia, la soledad, la culpa, la
vergüenza y el ostracismo; y uno va más allá: plantea la muerte de la
víctima, como sucede en El abrazo, único título de este corpus
en el que no se desarrolla un final superador de la problemática.
Ninguno de estos libros plantea lo que en LIJ podría considerarse “un
final feliz”, sino que plasman salidas que consisten en el poder hablar
de lo que le sucede al menor abusado, “todo”, con aliados confiables,
resistirse, gritar, salir corriendo si es posible, de visualizar límites
que puedan ser saludables y amorosos, de procesos de solidaridad y de
empatía que permitan corresponderse con salidas oportunas. Finales
abiertos a la esperanza y a la recuperación. En cuatro casos, se muestra la
re-victimización de quien sufre el abuso, debido a que la voz infantil
que denuncia es desoída, como sucede en El infierno de los vivos donde se hace explícito y aberrante la negativa materna a la problemática; también en Azul que pierde absolutamente su voz y autoestima, ni mamá, ni papá, ni maestros le creen; en La valla, donde la madre está negada a ver lo que su hija padece; e incluso en ¡No me toques! donde la niña debe insistir a su madre para que la comprenda. Salvo en Azul,
siempre son las madres las responsables de la desprotección que implica
el no escuchar o no creer la versión infantil del abuso, lo que estaría
dando cuenta de cierta mirada machista y patriarcal acerca de a quienes
responsabiliza la sociedad por el cuidado de la infancia: siempre a las
mujeres. Cual hipérbole de denuncia social acerca de la hipócrita doble moral con que se invisten y se ocultan los pedófilos, en Pegote y en El infierno de los vivos lo
violadores trabajan, uno dando conferencias de temas de superación, y
el otro, como abogado y candidato a Secretario de derechos humanos. En La valla es
el ciudadano más bueno y solidario de la comunidad. Y en los demás
textos analizados son personajes cuyo arquetipo es, en la representación
social, un aliado ideal y modélico para la infancia: un padre, un
maestro, un payaso, una amiga de la familia, una tía, un tío, un primo. El mutismo es una de las características
más paralizantes en que quedan encerrados los menores ante el
desconcierto que padecen por el abuso de parte de un conocido
respetable, tal como puede leerse en La niña del canal, La valla, El
que nada no se ahoga, Pegote, Las fotos de Caro, ¡Elena grita fuerte!,
Los fantasmas tienen buena letra, que llevan a los personajes infantiles (las víctimas), incluso, a la naturalización del abuso, como se da en el caso en Palabras envenenadas y en Azul. También atraviesa a estos textos, la
reacción ante el tabú y la desinformación acerca de la sexualidad desde
pequeños, conllevando a que niños y niñas —aun teniendo una fluida y
amena relación con sus padres y adultos responsables (como sucede en Los fantasmas tienen buena letra y en El que nada no se ahoga)—,
no dispongan de los recursos lingüísticos ni emocionales para hablar
con ellos frente a una situación de acoso, aún hasta cuando son
atacados, lo que daría cuenta de la necesidad de más conversaciones y
más literatura para compartir. Es notorio que varios autores y
autoras de estos libros hayan hecho público que fueron víctimas en sus
propias infancias de estos ataques, y aún así, no se perciben estos
textos como catárticos, sino como un camino a través del arte que
habilita posibilidades de expresar lo que los manuales nunca contarán de
modo sensible, pues la literatura le permite al lector sentir, sudar,
pensar, ponerse en la piel de los personajes y buscar sus propias
estrategias de re-significación. “La literatura pone palabras a
cosas que no se explican y ayuda a dar voz a muchas historias que aún
siguen silenciadas en nuestra sociedad” [27].
Fuentes bibliográficas consultadas (además de las ya citadas en el corpus analizado)
Baldovín, Glauce (2018) Mi signo es fuego. Poesía completa. Caballo Negro Editora, Córdoba, Argentina.
Cresta de Leguizamón, María Luisa (2018) La caperucita roja de Córdoba y de como el lobo no pudo con ella. Comunicarte, Córdoba, Argentina.
De Mause, Lloyd (1982) Historia de la infancia. Alianza. Madrid.
Escritora
y docente cordobesa. Profesora de Enseñanza Primaria, Licenciada en
Educación (Universidad Nacional de Quilmes) y en Comunicación Social
(Universidad Nacional de Córdoba). Magister en Promoción de la Lectura y
la Literatura Infantil (CEPLI- Universidad de Castilla La Mancha,
España). Profesora del Comité Académico de la Maestría en Literatura
para Niños de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesora
invitada, disertante e investigadora en varias universidades de
Hispanoamérica. Creó y coordinó entre 1993 / 2007 el programa Volver a
Leer del Ministerio Educación de Córdoba. Entre 2007 y 2011, lideró
áreas centrales del Plan Nacional de Lectura de Argentina.Ha recibido varias distinciones a su
producción pedagógica y a su obra literaria, entre ellas la de Amnistía
Internacional por su literatura en derechos humanos. Algunos de sus
libros están traducidos al portugués, al zapoteco, al inglés y al
italiano. Entre los más difundidos: Los sapos de la memoria (CB); Si tu signo no es Cáncer, El jamón del sánguche, Rap de gato multicolor y Un cuento GRRR (Grupo Editorial Norma); Gigante (RHM); Hada desencantada, Epaminondas y Color Mariposa (Brujita de papel), El que nada no se ahoga y Juanito Botines (Comunicarte); Imágenes y Carrera de Caracol (CBediciones); Alacrana para armar (Macma/Bohemia); Metamorfosis, Lagartija sin cola, Historia sin Ton ni Son y Nunca más (Pearson Mexico); y el ensayo “Prohibido leer: Reflexiones en torno a lectura, literatura y aculturación” (Aique).
Ha recibido varias distinciones a su
producción pedagógica y a su obra literaria, entre ellas la de Amnistía
Internacional por su literatura en derechos humanos. Algunos de sus
libros están traducidos al portugués, al zapoteco, al inglés y al
italiano. Entre los más difundidos: Los sapos de la memoria (CB); Si tu signo no es Cáncer, El jamón del sánguche, Rap de gato multicolor y Un cuento GRRR (Grupo Editorial Norma); Gigante (RHM); Hada desencantada, Epaminondas y Color Mariposa (Brujita de papel), El que nada no se ahoga y Juanito
Carolina Castañeda “La breve pero significativa vida de la Niña Ajolote”.