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¿Han arruinado los móviles la salud mental de los jóvenes? La ciencia busca explicaciones a un problema universal

En un polémico libro, el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt culpa a las pantallas y a las redes sociales del aumento de ansiedad y depresión entre jóvenes y adolescentes, pero en ciencia la explicación nunca es tan sencilla.

elDiario.es

Antonio Martínez Ron




El 9 de enero de 2007, cuando Steve Jobs presentó el primer iPhone y anunció que iba a “reinventar el teléfono”, el mundo de las comunicaciones cambió para siempre. Pero aquel día, según el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt, se produjo otro cambio siniestro e inesperado: fue el pistoletazo de salida de la gran crisis de salud mental que atenaza hoy a jóvenes y adolescentes, con tasas de ansiedad y de depresión nunca vistos.


Esta es la atrevida tesis de su nuevo libro, La generación ansiosa, que se publicará en español a finales de mayo y en el que pone el foco en el supuesto “recableado mental” que ha experimentado la llamada generación Z por culpa de las nuevas tecnologías y el botón de “me gusta”. “Sostengo que esta gran reconfiguración de la infancia es la principal razón del maremoto de enfermedades mentales en los adolescentes que comenzó a principios de la década de 2010”, escribe Haidt. 


El autor también defiende que los padres de estos niños cometimos el error de sobreprotegerlos en el mundo real, mientras los dejábamos indefensos en el mundo virtual cuyos peligros se desconocían, como si los hubiésemos enviado al planeta Marte sin conocer previamente las condiciones. “Estas son las razones principales por las que los niños nacidos después de 1995 se convirtieron en la generación ansiosa”, resume.


“No está respaldado por la ciencia”


El libro ya ha tenido respuesta de conocidos científicos que estudian la cuestión. La psicóloga Candice L. Odgers, de la Universidad de California en Irvine, rebatió los argumentos de Haidt en la revista Nature y le acusó de establecer una falsa relación causal entre dos factores que coinciden en el tiempo. También anticipa que el libro va a vender muchos ejemplares por su enfoque amarillista “que muchos padres están dispuestos a creer”, aunque su tesis central “no está respaldada por la ciencia”. 


“Un análisis realizado en 72 países no muestra asociaciones consistentes o medibles entre el bienestar y el despliegue de las redes sociales a nivel mundial”, escribió la experta. “Además, los hallazgos del estudio Adolescent Brain Cognitive Development, el mayor estudio a largo plazo sobre el desarrollo del cerebro adolescente en los Estados Unidos, no han encontrado evidencia de cambios drásticos asociados con el uso de la tecnología digital”.


Haidt se ha defendido con una gran profusión de datos en su popular newsletter, en la que admite que este miedo a que los jóvenes se estén “pervirtiendo” es un tic generacional que se repite desde la antigüedad. “Hasta ahora, los escépticos han tenido razón la mayoría de las veces, y cuando tienen razón, se ganan el derecho de llamar alarmistas a los que han fomentado un pánico moral infundado”, escribe. Pero, como pasó antes con el tabaco, el alcohol o la violencia en televisión, los escépticos no siempre tienen razón, advierte. Como en el cuento de Pedro y el lobo, sugiere, “la pregunta que tenemos que hacernos es la siguiente: ¿tienen razón los escépticos... o realmente el lobo llegó alrededor de 2012 y desde entonces ha estado atacando a los jóvenes a través de sus teléfonos inteligentes y cuentas de redes sociales?”.


Separar el trigo de la paja


Para tener una visión fundamentada y completa del problema, conviene reconocer primero los hechos que recoge Haidt que son incontestables. A lo largo de su libro, el psicólogo muestra las tablas con la evolución de las tasas de depresión y ansiedad en Estados Unidos y en otros países, y en todos se repite la misma tónica. A partir de 2010, en las sociedades occidentales se disparan los problemas de salud mental en todos los tramos de edad, pero entre adolescentes y jóvenes se observan aumentos de hasta el 134% en ansiedad y del 104% en depresión, con especial incidencia en las mujeres. Si acudimos a los datos de España observamos lo mismo: las cifras se disparan en los dos grupos de edad, de 15 a 19 años y de 20 a 24.


“Lo que postula Haidt es que ya tenemos estudios que hablan de causalidad y no solo de correlación”, explica Gregorio Montero, médico psiquiatra infantil y juvenil, experto en TDAH y problemas con las nuevas tecnologías. “Y desde el otro lado, donde yo me incluyo, se le critica que efectivamente no tenemos estudios longitudinales con una población muy amplia que demuestren claramente una relación causal, porque para eso necesitamos ensayos clínicos aleatorizados, y es muy difícil hacerlos, sobre todo con grandes poblaciones”. La sensación entre la comunidad científica, resume, es que Haidt se está dejando llevar por el sensacionalismo y que su libro está plagado de afirmaciones que no son del todo ciertas a nivel científico, aunque el problema sobre el que pone el foco sea grave y muchas de sus recetas, válidas.


“Mamá, ¡mírame a los ojos!”


“A esta generación le ha pasado mucho más que el iPhone”, asegura Sara Toledano, psicóloga de la Fundación Manantial. “A estos jóvenes también les ha pasado tener unos padres que están igual de estresados que ellos, dedicando toda la energía al trabajo y que están usando muchas veces las redes para desconectar”, apunta. Y recuerda el caso de una paciente que sufrió un shock cuando su hija le dijo: “Mamá, ¡mírame a los ojos!”.


“Lo que yo veo en consulta es que padres y madres trabajan cada vez más horas y los chavales están cada vez más solos”, recalca Montero. “Si un chaval está solo porque sus padres no llegan a final de mes y no tienen más remedio que trabajar todo el día, y al mismo tiempo otros chavales están como él, tenemos el cóctel perfecto”, asegura. Así que, en general, no es solo el hecho de usar el móvil y las redes, hay que entender el contexto, lo mismo que sucede con el alcohol y otras drogas. “Es muy diferente tomar cerveza que tomar tequila, y tomarte un vino porque ha ganado tu equipo el sábado, que tomarte un tequila por las noches, que es lo que hacen [metafóricamente] los adolescentes”.


“Por mi experiencia y mi conocimiento —insiste Toledano—, te puedo decir que en el campo de la salud mental no podemos establecer causas directas de ningún problema, no funciona la causalidad lineal”. Ella y su equipo lideraron recientemente el informe #Rayadas en el que se abordaba con profundidad este asunto y se mostraba su especial incidencia en las mujeres más jóvenes. En este estudio trataron de entender qué ocurre a nivel emocional con la población entre 16 y 24 años y la conclusión es que la causa es multifactorial, aunque las pantallas lo hayan empeorado. 


“En el estudio preguntábamos a estos 2.000 chicos cuáles eran las preocupaciones que asociaban a su salud mental, y colocaban la crisis climática, el desempleo y la ausencia de expectativas como tres factores muy importantes que condicionaban su bienestar o malestar emocional”, recuerda. “Lo que sí creo es que las redes sociales han supuesto un cambio en el comportamiento, en la manera de ser y de percibir el mundo y, por tanto, en el bienestar o malestar emocional de estos jóvenes, pero que impacta igual que el resto del contexto social”, asegura.


“Creo que es multifactorial, pero está claro que estamos ante un experimento en tiempo real en todo el mundo”, afirma Gabriel Rubio, catedrático de la Universidad Complutense (UCM) y jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Doce de Octubre. “Lo que sí que vemos en las consultas es que cuanto más grave es el cuadro clínico que tiene el joven, mayor es el enganche que tiene con el móvil y las redes sociales”. Hace un año, en la facultad de Medicina de la UCM, en la que él trabaja, hicieron una encuesta anónima en la que participaron 657 estudiantes, casi el 70% de los matriculados. “Y nos encontramos que una de las conductas que claramente estaba más sobrerrepresentada era la de uso abusivo de las tecnologías, la adicción al móvil”, asegura. “¡Y esto en estudiantes de Medicina!”. 


Adolescencia vulnerable 


Un posible argumento contra la tesis de Haidt es que este aumento de los problemas de salud mental está presente en todos los tramos de edad, como si la causa fuera el gran cambio en los modos de vida, en las formas de relacionarse y de informarse. “Pero no hay que olvidar que es mucho más fácil condicionar los rasgos de personalidad de un crío que de una persona de 35 años”, matiza el doctor Rubio. “Cuando un chaval está conectado en redes sociales desde los 11 años, acostumbrado a que le respondan, a que se le acepte, a los likes, le estás condicionado su forma de ser, seguramente para mal”.


“El motivo por el que nos preocupa más la adolescencia es por el desarrollo cerebral”, afirma Rubén Baler, especialista en salud del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EEUU (NIDA). “La adolescencia es un periodo de vulnerabilidad y las autoridades de salud pública tienen una responsabilidad mayor de enfatizar el mensaje e intervenir de forma temprana para poner a esos individuos en una trayectoria más saludable”. Para Baler, de visita en España por el Congreso Mundial de Patología Dual de Mallorca para hablar de este tema, aunque el mensaje de Haidt sea simplificador y no del todo correcto científicamente, es mejor pasarse de alarmista que reaccionar tarde.


“No cuesta tanto hacer algo preventivo”, sostiene. “Yo creo que los responsables deberían al menos tomarlo con cautela, para que los adolescentes no sufran los efectos más contundentes y nocivos que, sospechamos, pueden tener”. Y recuerda que hay ejemplos en la historia en los que, a pesar de que no había una prueba contundente de estudios longitudinales, resultó que se debía a intereses de la industria, como pasó con el tabaco, o la culpabilización de las grasas de los problemas cardiovasculares, cuando lo que estaba detrás era sobre todo el azúcar. 


“En medicina y psicología conviene aplicar el principio de prudencia”, coincide Montero. “Que la ciencia no haya demostrado al 100% que la epidemia de trastornos mentales en adolescentes y adultos sea por las redes sociales o los smartphones, no significa que no debamos hacer nada al respecto ni tomar medidas”. Aunque los argumentos de Haidt son muchas veces inconsistentes, las recomendaciones que hace en su libro le parecen válidas: retrasar la compra del smartphone y el acceso a las redes sociales, evitar el uso de dispositivos digitales en los centros escolares y la supervisión por parte de los padres para enseñar a los jóvenes a usarlos. “Hay que enseñarles a conducir y ponerse al volante del móvil, pero para circular con responsabilidad y madurez”, concluye.


“Nos han puesto en un experimento global de magnitudes épicas, en el cual millones de ciudadanos en el mundo somos conejillos de Indias”, asegura Baler. “Lo que hay que conseguir es una alfabetización, el primer paso es educarnos, porque la gran mayoría están viviendo como sonámbulos sin darse cuenta de lo que está pasando”. “A los chavales hay que ayudarles desde la escuela y la familia a que tomen cierta distancia crítica de los mensajes que escuchan, que puedan tener experiencias presenciales, relacionales, y no solo a través de las redes sociales”, recomienda Toledano. “Hay que volver a hacer interesante el mundo real”. 

El cuerpo como zona de sacrificio; economía política y libidinal del malestar.

 Lo que se etiqueta como malestar psíquico está relacionado con la precarización de la vivienda y el trabajo, de los vínculos y los afectos, de la misma existencia. 
La medicalización de la sociedad terapéutica tapona los interrogantes. 
Tapona el pensamiento. Tapona la acción. 
Es el “como si nada” de las autoridades universitarias frente al caso de suicidio, 
pero con otro lenguaje
Nunca pasa nada. / Acacio Puig
La verdadera catástrofe es que todo siga igual.
(Walter Benjamin) 

Una chica se arroja al vacío desde la duodécima planta de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. El decanato decide continuar las clases como si nada, aconsejado supuestamente por un equipo de psicólogos. Se diserta y se toman apuntes mientras levantan el cuerpo de la chica. Sus compañeros y otros estudiantes protestan, logran interrumpir el silencio. 

¿A quién se le ocurre que lo mejor, cuando sucede algo así, es reproducir la normalidad y no hablar? Negar la palabra, el intercambio de palabras, precisamente lo único que puede curar algo, como sabemos desde Freud. Esa chica decidió quitarse la vida a primera hora de la mañana en el lugar donde estudiaba, ¿acaso no hay nada que pensar al respecto? Seguir igual es no responder de ninguna manera a su gesto. No acogerlo de ningún modo. Reducirla a la nada por segunda vez. 

La Facultad de Geografía e Historia fue la mía durante muchos años como estudiante, pero no recuerdo nada parecido. Los tiempos han cambiado mucho desde entonces, a la vez veloz e imperceptiblemente. La presión neoliberal al rendimiento ha transformado nuestras sociedades en profundidad. Los adolescentes y los jóvenes hablan hoy de síntomas, medicaciones y terapias con total soltura, como en otros tiempos hablábamos de porros, motos y chupas. 

La normalidad no es ningún refugio que haya que proteger, sino justamente el nido de la serpiente. Lo que hay que interrogar y pensar radicalmente. Desgraciadamente, el “negacionismo” de todo lo disruptivo, de las señales de daño psíquico, social o ambiental, no sólo es un atributo de la extrema derecha, sino transversal a todas las ideologías políticas. Una cuestión de sensibilidad, no de ideas

¿Aprenderemos a ver y leer esas señales? ¿A detener el maldito “como si nada” de la normalidad mortífera para pensarlas juntos y hacernos cargo?

Economía política del malestar 
Necesitamos cambiar el mundo, no que nos mediquen para soportarlo.
(Pintada)

Los llamados problemas de salud mental atravesaron con la pandemia la barrera del sonido y empezaron a ser audibles públicamente en sociedad. Durante muchos años, distintos autores, grupos y movimientos pensaron la extensión del malestar psíquico y anímico paralela a la transformación neoliberal del mundo, dando así la voz de alarma. Ahora se ha creado un nuevo cargo en el Ministerio de Sanidad, el Comisionado de Salud Mental, con el objetivo de “rebajar el sufrimiento en la sociedad”. 

Las declaraciones de Belén González, la primera comisionada, impresionan. Por lo que señala y por su análisis. Allí donde sólo se ven problemas de salud mental, ella invita a pensar una cuestión política y social. Es un desplazamiento decisivo de la mirada. Lo que se etiqueta como malestar psíquico está relacionado con la precarización de la vivienda y el trabajo, de los vínculos y los afectos, de la misma existencia. 

El lazo con el otro está frágil o deshecho, las comunidades barriales o laborales apenas existen. Sin colectividad ninguna a la que acudir, se va al médico. El malestar habla el lenguaje de la salud mental porque es la única vía legitimada para expresarse, conseguir una baja laboral, ser escuchado y tenido en cuenta. Pero lo que se presenta como un caso de estrés o ansiedad tiene mucho que ver con un jefe cabrón o el trabajo cotidiano en un lóbrego sótano. 

El problema es que el lenguaje médico individualiza y despolitiza lo que es común y colectivo. Trata de resolver por la vía del diagnóstico y la medicación lo que requeriría una transformación social de las estructuras sociales. Tapona la escucha singular del malestar (y el tratamiento específico) a través de categorías y soluciones a priori

El malestar no es algo que deba ser “curado” a toda prisa y de cualquier modo, sino en primer lugar interrogado. No se trata simplemente de contenerlo o aliviarlo, sino de escucharlo y acompañarlo. Porque el malestar habla, nos habla, nos está hablando de la necesidad de cambiar las condiciones de vida. Es la señal de que algo no anda bien en la organización de la vida colectiva. 

“No es depresión, sino deserción” dice Franco Berardi (Bifo). Lo que se clasifica como problema de salud mental es una protesta silenciosa contra el estado de las cosas. No estamos deprimidos, sino en huelga. Una huelga de nuevo tipo, existencial, humana, que aún no encuentra su forma política, su modo de compartirse. 

La medicalización de la sociedad terapéutica tapona la pregunta. Tapona el pensamiento. Tapona la acción. Es el “como si nada” de las autoridades universitarias frente al caso de suicidio pero con otro lenguaje. 

Economía libidinal del malestar 
¿Qué tenemos que curar? No lo sé con precisión, pero al menos esto
en primer término: la enfermedad de querer curar.
(Jean-François Lyotard)

Los planteamientos de Belén González, que retoman otros como los que Guillermo Rendueles lleva exponiendo hace décadas, me parecen impecables en términos de “economía política”: la precarización, la explotación y la atomización social resultante como causas objetivas del sufrimiento. 

Propongo ahora complementar este enfoque con un análisis “en economía libidinal”. ¿Qué significa esto? Pensar la dimensión deseante, psíquica y anímica de nuestra sociedad. Preguntarnos por la relación entre capitalismo y deseo. Las causas subjetivas del malestar. 

¿Cómo aparecen las cosas, cómo experimentamos la vida, qué nos hace vibrar? El malestar tiene también que ver con una relación con el mundo. Con la interiorización de las lógicas de rendimiento y competitividad. No sólo somos víctimas pasivas o inocentes de la vida-mercado, sino también sus agentes activos y entusiastas incluso. 

Hoy el mandato de productividad pasa adentro. ¿Adentro de qué? De nosotros mismos. Cada cual reproduce el sistema que nos daña al tomarse a sí mismo como capital humano que gestionar: capital-cuerpo, capital-erótico, capital-imagen, capital-visibilidad, capital-relaciones, capital-contactos, capital-proyectos, capital-ideas, capital-salud y capital-capacidades. 

La presión al rendimiento y la competitividad nos hace vibrar. La demanda de hipercomunicación e hiperexpresividad encuentra en nosotros un eco. El mandato de productividad se apoya en nuestros ideales de perfección y de control, en nuestros ideales del yo. Por eso también hay gente con buenos salarios que sufre psíquica y anímicamente, como analiza David Graeber en su Trabajos de mierda

El movimiento del capital, según lo analiza Marx, busca siempre la expansión: siempre más productividad, rendimiento y competitividad, independientemente del bienestar, la satisfacción y la felicidad de los sujetos. En esta lógica autónoma, los territorios, los recursos y las poblaciones aparecen como inmensas zonas de sacrificio. Zonas a devastar y consumir a mayor gloria del imperativo insaciable de la ganancia. 

Nosotros mismos, cuando nos identificamos íntimamente con el capital, obedecemos también esa lógica de siempre-más. Y nuestro propio cuerpo aparece entonces como una zona de sacrificio. Sacrificio de los vínculos y los afectos, de la satisfacción y la felicidad, del reposo y el descanso en la persecución insensata del beneficio, la exigencia y la autoexigencia, la culpa y la deuda. 

Nuestros padres y abuelos sacrificaron el cuerpo a través de la represión disciplinadora y autoritaria. Hoy lo hacemos mediante la movilización total, la optimización y la maximización, la gestión empresarial de uno mismo y la marca personal. Una renuncia al cuerpo –a sus inclinaciones, ritmos y altibajos propios– ya no por represión y negación, sino por aceleración y autosuperación permanente. El gimnasio acristalado como nuevo altar público de la lógica sacrificial.

Es ridículo considerar a nuestra sociedad como “hedonista” cuando desconoce absolutamente el placer como gratificación y recompensa que se basta a sí misma. El consumo –el único goce que se conoce– es la compensación de una vida amputada, sin proyecto ni sentido propios, sometida al deseo del Otro, al imperativo de rendimiento y competitividad. Una compensación que, como sabemos bien por experiencia, no calma, aplaca o sacia nada. La insatisfacción es estructural. Un pozo sin fondo. 

Politizar el malestar
Para acabar con la masacre del cuerpo
(Félix Guattari)

¿Cómo aflojar el nudo de la productividad? ¿Cómo dejamos de identificarnos y vibrar con los imperativos de siempre-más? ¿Cómo salir de la lógica del sacrificio? 

Desatar el nudo de la productividad depende de la mejora de las condiciones objetivas: salarios e ingresos, condiciones y espacios de trabajo, tiempo y recursos. Pero también depende de una mutación del deseo. Primero un desasimiento del mandato de rendimiento, luego la instauración de otra relación con el mundo, una nueva experiencia de vida. 

Habría que volver a pensar a Marx con Freud, a Freud con Marx, reanudar el diálogo entre política y psicoanálisis. Sin Marx, sin crítica de la economía política y luchas sociales, el psicoanálisis se vuelve adaptativo: minimización de daños mediante el aprendizaje personal de otra relación con el mundo. Sin Freud, sin crítica de la economía libidinal y luchas de deseo, la política acaba prescindiendo de los sujetos y retornando al punto de partida, incapaz de cambio cualitativo.

Politizar el malestar es una bella consigna pero un camino difícil. El malestar es a la vez íntimo y común. La presión al rendimiento se inscribe en cada cuerpo de manera diferente, dependiendo de su historia particular, de su biografía psíquica, de sus heridas y cicatrices personales. La “clase” de los sintomáticos no existirá nunca como bloque homogéneo e identitario, sólo como trama compleja de cuerpos y voces singulares. Una conversación entre diferentes, una configuración de únicos, una banda de solistas. 

Freud llamaba “sublimación” al saber-hacer con los malestares íntimos. En lugar de padecer el sufrimiento de forma aislada, ser capaz de elaborar a partir de él algo común y compartido (una obra de arte por ejemplo). Pero se equivocaba al atribuir esa facultad únicamente a algunos artistas geniales. Cualquiera puede, y también en colectivo. Es posible pensar la politización del malestar como un trabajo de sublimación a la vez íntimo y común: salir del padecimiento individual, encontrarse y elaborar el malestar como energía de transformación. 

Politizar el malestar empieza por una pregunta: ¿Qué (nos) está pasando? Una pregunta que interrumpe los automatismos, en primer lugar el automatismo del silencio, la normalidad donde anida el mandato de productividad y competencia. Y prosigue con una conversación, un espacio-tiempo de elaboración colectiva desde lo más singular y lo más propio, desde el cuerpo y la vida dañados. Para leer juntos las señales y hacernos cargo. 

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Amador Fernández-Savater acaba de publicar Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar

La salud mental en la infancia y adolescencia ante un mundo en cambio

Según la Organización Mundial de la Salud, entre el 10 % y el 20 % de los adolescentes presentan o presentarán algún tipo de problema de salud mental y todos los indicadores apuntan a un incremento de la incidencia de problemas de salud mental en menores.


Ultima Hora

Víctor Malagón

Palma 02/03/2024


La psiquiatra Montserrat Dolz. | Redacción Local

La segunda jornada del Ciclo Jóvenes de Ultima Hora, en colaboración con la Fundación La Caixa, aborda esta situación con la doctora Montserrat Dolz, jefa del área de Salud Mental Infantil y Juvenil del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona y asesora de la Generalitat de Catalunya, como plato fuerte.


La jornada se desarrollará el jueves 14 de marzo a las 19.00 horas en el CaixaForum Palma. Además de la presencia de Dolz, intervendrán otros expertos como Oriol Lafau, coordinador autonómico de Salut Mental en Balears; Aina Amengual, directora del Institut per a la Convivència i l’Èxit Escolar, y el catedrático en Ciencias de la Computación e IA, Llorenç Huguet. Los tres participarán en una mesa redonda. El acto estará moderado por la periodista Elisabeth Moll.


Bajo el título ‘Salud Mental en niños y jóvenes, entre la resiliencia y la vulnerabilidad’, Dolz hablará desde veinte años de especialización en jóvenes y niños, un campo en el que es una de las principales expertas a nivel estatal, una actividad que compagina con numerosas acciones formativas.


Además de su trabajo como psiquiatra, desde el año 2013 colabora como asesora en salud mental infantil y juvenil en el Plan Director de Salud Mental y Adicciones de la Generalitat de Catalunya.


Investigación


Dolz ha desarrollado una amplia tarea de investigación, tras estancias en el King’s College of London y la Center for the Assesment and Prevention of Prodromal States en la University of California.

En el año 2011 participó en la puesta en marcha de Capris, el proyecto pionero en España en el estudio de la población infanto-juvenil en riesgo a desarrollar psicosis.


La jornada del próximo día 14 es la segunda de las tres que forman el Ciclo Jóvenes de Ultima Hora, que pretende dar una visión en profundidad de la situación de adolescentes y menores ante la transformación social. La primera de las jornadas, que se desarrolló el pasado mes de enero, abordó de la mano del psicólogo clínico, José Ramón Ubieto, las nuevas adicciones en la era digital.

Los suicidios de adolescentes se disparan un 40% en un año: "Las cifras sacan los colores al sistema"

Los suicidios están en máximos históricos. En 2022 superaron los 4.000 (en concreto 4.227 se quitaron la vida), una barrera que no se había rebasado nunca pese a que las muertes voluntarias aumentan, de forma inexorable, desde 2019. En este contexto, preocupan especialmente los suicidios de adolescentes entre 15 y 19 años, que han pasado de 53 a 75 (comparación entre 2022 y 2021), lo que implica un crecimiento del 41,5%. 

el Periódico de España

Patricia Martín

Madrid 30 DIC 2023 8:55


La cifra de 75 suicidios en adolescentes es la más alta desde el año 2000. Y a ella hay que sumar que en el primer semestre de 2023 (últimos datos disponibles, procedentes de la estadística de defunciones del INE, publicada recientemente) han fallecido otros 30 adolescentes.


Si en 2021 llamó la atención el alto número de suicidios infantiles, dado que murieron por esta causa 22 niños de entre 10 y 14 años, ahora en esa franja se ha vuelto “a lo que desgraciadamente era habitual” (12 muertes), pero “preocupa el aumento del suicidio adolescente –de 15 a 19 años–, especialmente en varones (44 chicos y 21 chicas)”, explica Andoni Anseán, presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio.


También destacan las muertes de menores de 30 años (descontando las infantiles), que han pasado de 316 a 341: un 7,9% más. Además, por primera vez, en todos los quinquenios por debajo de 30 años el suicidio supera a las otras dos causas de defunción más frecuentes. Así, frente a los 341 suicidios, hubo 320 muertes en accidentes de tráfico y 276 por tumores.


Diferencias por sexo


La mayoría de los suicidios son cometidos por hombres. Aunque la prevalencia de las enfermedades mentales en mujeres es más alta, a la hora de consumar un suicidio, la tasa es mucho mayor en los varones (3.126 hombres se quitaron la vida en 2022, frente a 1.101 mujeres). No obstante, entre los jóvenes (de 15 a 29 años) “preocupa el suicidio de las mujeres”, que ha pasado de 79 defunciones en 2021 a 117 en 2022: casi un 61% más.


Se han registrado, además, la mayores tasas de suicidio de la historia, tanto totales (8,85 muertes por 100.000 habitantes) como por sexos (13,34 en hombres y 4,52 en mujeres).

Estas cifras indican que, desde que llegó la pandemia, se está registrando “un aumento de los problemas de salud mental y de las conductas suicidas” que indican y piden “que estemos alerta”, según reclama Anseán.


Las causas


El suicidio es un problema multifactorial, que la pandemia ha aflorado porque los jóvenes “han perdido el pudor a contar que sufren un problema mental y a pedir ayuda”. Pero el incremento de la demanda asistencial “ha sacado los colores” al sistema, dada la escasez de recursos y la imposibilidad de absorber toda la demanda.


Déficit de psicólogos


España tiene una media de seis psicólogos por 100.000 habitantes en la red pública, mientras la media europea se sitúa en 18. Esta escasez provoca que la mayoría de las personas que tienen que ir al psicólogo se lo costeen de su bolsillo.

Asimismo, otros factores que podrían explicar el incremento de los suicidios están relacionados con la precariedad económica, la falta de perspectivas entre los jóvenes, los cambios culturales y de hábitos y el uso masivo de las redes sociales, que generan aislamientos y grandes diferencias entre las personas más y menos populares, sobre todo en edades tempranas. También los expertos hablan de un alarmante efecto imitativo.


Frente a ello, la Fundación Española para la Prevención del Suicidio demanda un gran pacto nacional similar al que se forjó contra la violencia machista, dotado de presupuestos “reales”. El objetivo no solo es aumentar los recursos de atención del sistema nacional de salud sino prevenir los trastornos mentales y la conducta suicida. Para ello, la entidad reclama que se imparta educación emocional en los colegios e institutos, “con el objetivo de ir más allá de la mera atención a los enfermos y prevenir los problemas mentales antes de que aparezcan”. 

Los suicidios en menores alcanzan máximos históricos

La Sociedad Española de Psiquiatría advierte de que “hay señales claras de que nos están pidiendo ayuda” Los suicidios en menores de 30 años han crecido un 7,9 % en un año, consolidándose como su primera causa de muerte absoluta, por delante de los accidentes de tráfico y los tumores, e inquietan especialmente los adolescentes de entre 15 y 19: en 2022, se quitaron la vida 75, un 41,5 % más que en 2021. 

DEIA-Efe

Madrid | 30·12·23 | 10:38


“Hay señales claras de que nos están pidiendo ayuda”, afirma a EFE Manuel Martín, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM), tras analizar la reciente estadística Defunciones según la Causa de Muerte del INE, que arroja, por quinto año consecutivo, un incremento de los suicidios.

Muertes que han alcanzado cifras históricas en ambos sexos (3.126 hombres, que suben un 4,8 %, y 1.101 mujeres, en cuyo caso el incremento es del 7,8 %), con lo que se han convertido en la principal causa de defunción externa global. Un total de 4.227 personas, un 5,6 % más que en 2021. 11,6 al día.


341 suicidios


“El año pasado nos preocupaban muchísimo los suicidios infantiles, que fueron 22 en 2021, una cifra absolutamente inaudita en España”, comenta Andoni Ansean, presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. Ahora que ese número ha vuelto a lo que “desgraciadamente era habitual” (12 menores de 14 años en 2022), los expertos permanecen alerta a lo que está pasando entre los 15 y los 29, donde el suicidio se ha erigido como la primera causa de muerte absoluta, sea natural o externa. En todo ese grupo, se contabilizaron 341 muertes por suicidio, 20 más que por accidente de tráfico (320) o tumores (276). Es un 7,9 % más que el año anterior (316), cuando ya habían crecido un 5,3 % respecto a 2020 (300).


No es la primera vez que el suicidio supera las otras dos causas de defunción más comunes en los menores de 30 años, pero sí lo es que este patrón se reproduzca en todos los subgrupos etarios. Así, en el de 25-29, se produjeron 102 defunciones por cáncer y 120 por un siniestro frente a las 135 por suicidio; en el de 20-24, se registraron 100, 126 y 131, respectivamente. El caso de los adolescentes es aún más alarmante: 75 (44 chicos y 21 chicas, un 41,5 % más que en 2021, cuando fueron 53), se quitaron la vida frente a los 74 que murieron en carretera o los otros 74 que fallecieron por cáncer. Es la cifra más alta de la historia tras rebasar los 70 de 2018.


Las autolesiones se multiplican


La salud mental ha desbancado a la violencia como motivo de consulta de los adolescentes a la Fundación ANAR; dentro de ella, la conducta suicida es la que más llamadas acaparó en 2022 (7.928 por ideación suicida e intentos de suicidio, el 17,5 % del total), con lo que se ha multiplicado por 34,8 en una década. Por detrás se sitúan las autolesiones, que han pasado de las 71 en 2012 a 3.243 en 2022, casi 46 veces más. Suicidio y autolesiones son dos cosas distintas, aclara el doctor Martínez, porque el daño que se infligen a sí mismos los adolescentes, aunque puede ser un indicador de riesgo, no siempre tiene una intencionalidad suicida y “muchas veces obedece a otro tipo de fenómeno que tiene que ver con la descarga de tensión o un ansia importante que no se libera”.


Aun así, “no cabe duda de que están lanzando mensajes”, porque la demanda de atención en salud mental que empezó a notarse con la pandemia “ha aumentado claramente”, y eso se refleja en el engrosamiento de las listas de espera. “Nos está dando señales de que algo está ocurriendo”, coincide Asean, que prosigue: “cualquiera que trabaja con chavales en una escuela, instituto, centro de salud, ha notado el aumento de la ideación, las autolesiones y los comportamientos o intentos suicidas”.


El riesgo de suicidio aumenta con la edad, sobre todo en varones: la tasa entre chicos de 15 a 29 años es de 7,64, mientras que la de los mayores de 79 se quintuplica a 37,38; en el caso de las chicas se duplica de 3,85 a 6,97. De hecho, el número más alto de muertes por suicidio se da en población de 55 a 59 (479, un 18 % más), aunque la tasa mayor la presentan mayores de 79 (18,19) y la subida más acusada (26,1 % con 275 suicidios) apareció en la franja 70-74. Con todo, la tasa española (7,87) es de las más bajas de la UE, por encima de Chipre, Malta, Grecia, Italia y Eslovaquia, y muy lejos de Lituania, Hungría y Eslovenia.


024


Teléfono conducta suicida. Desde que se pusiera en marcha hace algo más de año y medio, el teléfono 024 de atención a la conducta suicida ha recibido más de 178.000 llamadas, más de mujeres que de hombres, de las que el 8,2 por ciento presentaban un riesgo alto y un 4 % eran tentativas de suicidio. De acuerdo con los datos proporcionados por el Ministerio de Sanidad, de las 178.122 llamadas que el 024 –una línea atendida por Cruz Roja que da cobertura a todo el país las 24 horas del día– ha atendido entre el 10 de mayo de 2022 y el 30 de septiembre de 2023, 7.555 ha sido necesario derivarlas al servicio que proporciona el 112.