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«La permanencia, todavía una asignatura pendiente», Renovando desde Dentro, Art. 9, Antonio Ferrandis Torres.

¿Hasta qué punto podemos ofrecer a los  niños, niñas y adolescentes la estabilidad que necesitan cuando no pueden o no deben permanecer en su casa? 

¿Podemos considerar “permanente” el acogimiento? Incluso entre colegas y amigos que compartimos preocupaciones, experiencia y sufrimientos, descubrimos discrepancias importantes cuando tratamos esta cuestión.

Intentaré resumir a continuación tres historias recientes que me han empujado a reflexionar sobre este espinoso asunto.

La primera. Una pareja, que probablemente tiene mucho que ofrecer, tras participar en la formación de familias acogedoras, renuncia a ofrecerse como familia acogedora permanente porque imaginan que “no se sentirían capaces de sacar de sus vidas a un niño” después de cinco o diez años de convivencia familiar. ¿No estaremos enfatizando erróneamente la provisionalidad como un rasgo del acogimiento?

La segunda. Uno de nuestros chicos está atravesando muchos conflictos en su vuelta a casa. Se encontraba plenamente integrado en una familia acogedora, después de muchos vaivenes y no pocas dificultades de adaptación finalmente resueltas, cuando ciertos cambios externos y decisiones lo han colocado en un proceso de reincorporación familiar que, por ahora, no le resulta feliz, sino todo lo contrario. Lo que otros han llamado “vuelta a casa”, lo está experimentando como una “salida de casa” hacia un entorno desconocido, ajeno y amenazador. ¿Es que la llamada reunificación familiar es siempre preferible?

La tercera. Unos colegas piden colaboración para encontrar familia para una niña de seis años. Aparte de su familia de origen, con la que convivió durante su primer año de vida, ha pasado por cuatro familias acogedoras distintas. Tras describir las enormes dificultades de vinculación y relación que manifiesta en la actualidad, el técnico concluye: “Lo que le pasa es que no se siente en casa en ningún sitio”. ¿Y si la propia protección llega a ser más desestabilizadora que la situación de partida?

Se trata de una encrucijada compleja del sistema de protección: por un lado, se predica el apoyo a las familias de origen y se pretende el retorno del niño en cuanto sea posible; pero por otro, se quiere que las medidas alternativas tengan también todas las ventajas y características de una familia ordinaria, incluida la estabilidad y seguridad que ésta proporciona. Dada la aparente contradicción entre ambos objetivos, me gustaría recordar en este artículo que las medidas provisionales y la posibilidad de reunificación tienen un plazo, pasado el cual hay que ofrecer a los niños una situación estable, con otro tipo de planteamientos y de intervención.

Que treinta años no es nada…

No fue hasta la decisiva reforma de 1987 cuando nuestro país importó de la legislación italiana la definición del “affidamento” para incorporar el acogimiento a un sistema lastrado por la hiperinstitucionalización y la judicialización. Al comienzo, no resultaba fácil describir esta medida de protección, de modo que muchas explicaciones se resumían en que “la adopción es irrevocable y para siempre;  pero el acogimiento es temporal y reversible”. Sin embargo, dos décadas después, nuestro sistema de protección afirmaba que además de los acogimientos temporales deben existir los acogimientos permanentes. ¿Es una contradicción? El legislador pudo haber elegido otra palabra. Hay quien propone términos como “indefinido”, o “sin fecha de retorno preciso” u otras expresiones; pero la ley dijo “permanente”.

Es una palabra hermosa, que refleja lo que pretendemos. Viene del latín permanentis,  que  significa «que está todo el tiempo en el mismo lugar«. Se compone del prefijo per- (por completo) y el verbo manere (quedarse, parar en un lugar). Ese “manere” aparece en vocablos tan sugerentes como permanecer, mansión, remanso, remanente, inmanente, etc. También me explican que el sufijo castellano “ecer” denota procesos o estados que no son puntuales, sino que se caracterizan por su cierta extensión temporal (crecer, adolecer, envejecer, permanecer…).

Esto parecería una mera disquisición etimológica; pero es que me resulta muy inspiradora la imagen del remanso, de ese alguien que se queda,  de lo que no es pasajero sino propio de un lugar. “Permanecer”… Eso es lo que necesitaba aquella niña que en ningún lugar ha podido sentir que estaba en casa.

La permanencia como aspiración del sistema de protección

La llamada “Planificación para la Permanencia” ha orientado desde los años noventa todos los sistemas de protección infantil. Surgió como reacción al descubrimiento de que muchos niños, supuestamente protegidos, en realidad vivían “a la deriva” de recurso en recurso, de casa en casa, saliendo y retornando de sus hogares y hogares ajenos. Los telefilmes de sobremesa nos han familiarizado con las imágenes de los niños que cambian de familia llevando todas sus pertenencias en una bolsa de plástico.

Producto de esta preocupación, existe una especie de consenso en cuanto a que el plazo de año y medio o dos años es el periodo máximo tolerable para mantener a los niños en situaciones provisionales o temporales; pero más allá de ese plazo los niños deben crecer en un entorno estable. En la ley norteamericana, se consideraba el plazo máximo que un niño/a podía convivir con una familia distinta a la que vive como propia. Transcurrido dicho plazo, o regresaba a la familia o se acordaba una medida definitiva

El inicial planteamiento maximalista que se resumía en que “el niño protegido, o vuelve a casa en dos años o sale en adopción” afortunadamente se ha matizado con el tiempo. Hemos aprendido que algunas familias no podrán volver a convivir nunca, o no será la opción deseable para el niño. Sin embargo, pueden mantener el parentesco, la relación, y la identidad. Sin necesidad de forzar el regreso a un hogar que puede suponer un entorno de riesgo y una nueva ruptura, es posible mantener cierta conexión entre los niños acogidos y sus familias de origen. Ese es el sentido de haber reformulado la finalidad de la planificación para la permanencia como “lograr el nivel óptimo de contacto”, que no se reduce al todo o nada. Existen muchos puntos intermedios en la línea que va desde la “preservación familiar” que mantiene al niño en su casa con apoyos que eliminen el riesgo, hasta la “sustitución definitiva” de una adopción sin contacto. Entre ambos extremos hay muchas posibilidades y cada situación familiar y cada niño, niña o adolescente merece que busquemos la más adecuada. Ese nivel óptimo de contacto quedaría definido en el “plan individualizado de protección”, según la terminología empleada por la reforma de 2015.

Sería un error considerar que el porcentaje de reunificaciones familiares es, simple y llanamente, un indicador de éxito. Una evaluación más rigurosa considera que el verdadero objetivo de la protección es conseguir que los niños alcancen la estabilidad en condiciones satisfactorias. En este sentido, conviene reflexionar sobre los desoladores resultados de la revisión de Farmer[i], que comprueba los elevados porcentajes de niños que vuelven a ser protegidos sólo seis meses después de la reunificación, o dos años después, o cinco años después.  En muchos de esos casos, en vez de una reunificación sin garantías debería haberse planteado otro “nivel óptimo de contacto” con la familia de origen que no implicara la convivencia diaria.

Intentar que vuelva a casa… durante dos años

Nuestro sistema de protección ha incorporado los planteamientos de la planificación para la permanencia durante las últimas décadas, y especialmente con la reforma legislativa de 2015. Esta pretensión de permanencia puede parecer una paradoja en estos tiempos de modernidad líquida, en los que nuestras relaciones se caracterizan por el cambio constante y la transitoriedad. Pero el ser humano para su desarrollo necesita una cierta estabilidad. Entre los elementos a considerar para determinar cuál es el interés superior del menor, la ley incorpora la importancia de la estabilidad. Por ello afirma que debe ponderarse cuidadosamente si es conveniente el regreso a la familia biológica cuando un niño ya está en acogimiento permanente, si tal regreso implica pérdidas y rupturas perjudiciales para él.

El diagnóstico de necesidades de aquella reforma[ii] ya mencionaba, entre otras cuestiones, la necesidad de introducir plazos máximos para las situaciones de cuidado temporal o provisional, así como de buscar familias dispuestas a la coparentalidad, dado que los niños convivirán con la familia acogedora pero podrán mantener sus referencias familiares. Los expertos que impulsaron aquellos cambios subrayaban la necesidad de que nuestro sistema sea capaz de proporcionar cuidado familiar estable y continuo, sea más rápido en la toma de decisiones, y sea respetuoso con los tiempos de los niños en la formación de vínculos de apego.

Nuestra legislación (Art. 2.3. Ley 1/96) afirma que para ponderar el superior interés del niño hay que incluir “el irreversible efecto del transcurso del tiempo en su desarrollo” y su “necesidad de estabilidad”. Cualquier medida de protección de menores no permanente (sea residencial o incluso familiar) que se adopte respecto a menores de tres años debe ser revisada cada tres meses y cada seis meses cuando sean mayores de esa edad. Dos años es el plazo para solicitar la revocación del desamparo si los progenitores o familia de origen consideran que han cambiado sus circunstancias (art. 172.2. CC); pero a los dos años de la tutela decae el derecho de oponerse a las medidas (172.2 CC). Ello puede incluir hasta la adopción, cuando exista un pronóstico fundado de imposibilidad definitiva de retorno.

Por consiguiente, hay que tener presente que la primera opción de protección, que por lo general será ofrecer oportunidades de recuperación a las familias, debe tener también un límite temporal, y son los derechos infantiles los que priman por encima de los derechos de sus familias y de las limitaciones de los técnicos. Pero nos tememos que no todo el mundo está igualmente concienciado de la importancia de limitar la provisionalidad y planificar la protección para ofrecer permanencia al niño. Hay que extender la convicción de que dos años son el plazo máximo que un menor puede estar en una situación provisional. Si durante un plazo razonable se han puesto a disposición de la familia las ayudas objetivamente suficientes para asumir sus responsabilidades, y no ha habido éxito, hay que ofrecer al niño la posibilidad de integrarse de forma estable en otra familia.

En un pasado no muy lejano, parecía aceptable la colocación del niño en protección hasta que era capaz de valerse por sí mismo o trabajar. Hay que desmontar esta fantasía de que los niños están “en depósito” mientras uno arregla sus problemas, como quien empeña los muebles y los recupera años después cuando ha progresado en la vida. La medida de separación tampoco debe ser considerada como si fuera una sanción penal para el adulto, que por tanto finalizaría al cumplirse el plazo previsto. Sería muy poco respetuoso con los niños aplicar esta lógica comercial o penal a su situación. Independientemente de los progresos de los adultos, hay que valorar las condiciones en las que se encuentra cada niño y las condiciones del entorno.

Los dos años de plazo no obedecen sólo a evitar perjuicios a los niños. El mismo funcionamiento de la familia también se ve afectada por su salida de los niños. Algunas se pueden desestructurar por completo y se disuelven… otras se acomodan a su vida cotidiana sin ejercer responsabilidades parentales, de modo que puede ser imposible recuperarlas. Por ello se espera del sistema un plan de intervención intensiva y temporalizada.

Una advertencia

Dada la erosión que padecen los servicios sociales generales y especializados, hay que dar una voz de alarma. La planificación para la permanencia no consiste en esperar el mero paso del calendario para anunciar que se llegó al “punto de no retorno” cuando se cumplen los dos años desde que el niño ha sido temporalmente separado. Se trata de que durante ese plazo, se  debe trabajar activamente con los recursos de preservación familiar y reunificación, poniendo  a disposición de las familias ayudas objetivamente suficientes para que recuperen sus responsabilidades parentales. De lo contrario, si no se trabaja la reunificación familiar, todos los acogimientos temporales se convertirán en permanentes.

Por desgracia, no todas las instituciones han asumido la preocupación por la intervención temporalizada y la revisión de medidas. Hay lugares donde ni siquiera es posible conseguir una contestación en tres meses sobre la situación de un niño o una familia. Pero conviene recordar que hay que remitir un informe justificativo al ministerio fiscal cuando un menor se haya encontrado más de dos años en acogimiento temporal (residencial o familiar), debiendo justificar por qué no se ha adoptado una medida protectora de carácter más estable.

La legitimidad del sistema se resquebraja si no hay intervención familiar cuando existen posibilidades de reunificación. Pero se llegará a una medida permanente si, pese a las ayudas ofrecidas, no hay voluntad de cambio o posibilidad de restablecer la responsabilidad parental en plazo razonable.

Entonces ¿se deja de trabajar con la familia biológica?

Cuando un niño, niña o adolescente se encuentra en acogimiento permanente, podemos entender que el Plan de protección ya no pretende promover cambios decisivos en las circunstancias familiares y recuperar la convivencia. En esta situación, el trabajo con la familia biológica tiene otra finalidad. Lograr que cada niño disfrute establemente del “nivel óptimo de contacto” con sus parientes implica esforzarse por lograr una cooperación favorable de la familia biológica (lo cual no siempre será fácil) y reducir los posibles conflictos, ya que el niño no va a regresar con ella, pero va a mantener la relación. La analogía no es exacta, pero al igual que tras un divorcio la inmensa mayoría de los “progenitores no custodios” aceptan que sus hijos convivan cotidianamente en otro núcleo familiar ¿podríamos conseguir una mayor aceptación de estas situaciones en las que “el niño no regresará con nosotros”, pero tampoco “nos lo arrebatan unos extraños”?

La familia biológica cuyos hijos se encuentran en acogimiento permanente, continúa ofreciendo para éstos pertenencia y referencia, aunque no exista convivencia, o ésta se reduzca a momentos esporádicos. Que los progenitores que han fallado puedan participar en el proceso de reparar el daño padecido por el niño tiene un valor incalculable. Que puedan acompañar el crecimiento de sus hijos desde la distancia física, alentando sus progresos y respetando su actual entorno familiar, también. Que los momentos de encuentro o los periodos de convivencia sean satisfactorios, también. Todo ello implica un trabajo delicado con la familia, que ya no se apoya en la motivación de la vuelta a casa como motor de cambios, sino en ayudarles a encontrar y mantener una relación satisfactoria y beneficiosa para el niño.

El acogimiento permanente ¿es permanente?

El acogimiento permanente puede acordarse desde el comienzo si ya se ha descartado el retorno, o también tras finalizar el acogimiento temporal, cuando no sea posible la reintegración familiar. Hay que recordar que la ley hasta contempla que puede solicitarse al Juez la atribución a los acogedores de algunas de las facultades de la tutela, a fin de facilitar el desempeño de sus funciones. Como han interpretado los civilistas, “la calificación de este acogimiento como “permanente” permite presumir que el mismo se prolongará, en principio, hasta la mayoría de edad del menor[iii].

No obstante, la ley deja abierta la puerta a una posible finalización del acogimiento y regreso a la familia si resultara conveniente para el niño y hubieran desaparecido los motivos de desamparo, tras ponderar su integración en la familia acogedora y el apego emocional a sus figuras de referencia.

Al encontrarse integrado en una medida familiar estable, la mera desaparición de los factores que provocaron el desamparo no será suficiente. Como dice la ley, deberá ponderarse el tiempo transcurrido y la integración en la familia de acogida y su entorno, así como el desarrollo de vínculos afectivos con la misma. De hecho, la ley ni siquiera considera que el acogimiento permanente pueda cesar a instancia de la familia de origen, sino que reserva esta posibilidad a la administración protectora y la fiscalía.

Como bien explicaba aquel excelente Manual de Cruz Roja[iv] , se debe garantizar el derecho a la estabilidad y pertenencia, tanto del niño como de los guardadores. La finalización, si procede, de un acogimiento familiar permanente habrá de realizarse con extremo cuidado, velando por que obedezca al interés superior del niño. Y en todo caso, con apoyo al niño y la familia acogedora que les permita prepararse, integrarlo y desearlo.

No resulta fácil definir a priori en qué supuestos podría plantearse como más beneficioso el regreso de un menor en acogimiento permanente a una familia de origen que con el tiempo ha cambiado. En principio, habría que estudiar dicha posibilidad si el niño, niña o adolescente manifiesta clara y persistentemente su deseo de regresar, o muestra sufrimiento por permanecer separado de su familia de origen, o no se aprecia una fuerte vinculación emocional con los acogedores, o en todo caso menor a la que muestra con su familia biológica. Lo cual no debe confundirse con situaciones de crisis adolescente donde, al igual que cualquier otro coetáneo, experimenta sentimientos de rechazo o enfrentamiento con los adultos. También puede ser que este adolescente, que ha sufrido, arroje su dolor contra la familia acogedora expresando un deseo de volver con los suyos, que de hacerse realidad viviría como un nuevo abandono y una nueva ruptura. El acompañamiento, muchas veces terapéutico, permitirá discernir estas situaciones.

Cómo avanzar en la permanencia

Hay que esforzarse para ajustar la imagen del acogimiento permanente, tanto la que recibe la opinión pública, como la que trasladamos en la captación y formación de familias, como la que perciben muchos profesionales de nuestro ámbito y del judicial. No es la provisionalidad ni la posible reversibilidad lo que caracteriza al acogimiento permanente, sino la experiencia de coparentalidad.

Se trata de dejar de considerar el acogimiento como una medida “de sustitución” de una familia por otra, para acercarse a un concepto “de complementación” donde una familia aporta la convivencia y el cuidado cotidiano que la otra no puede proporcionar. Decimos coparentalidad porque es una situación en la que una familia ofrece a un niño un entorno seguro, afectivo y estable que necesita su desarrollo, pero no le priva de los valores que pueden aportar sus progenitores u otras personas de su entorno. Una familia que ayuda a otra familia, aunque la convivencia no se recupere. Pero se preservan sus vínculos de pertenencia y la identidad que supone su referencia familiar.

Necesitamos personas dispuestas a aceptar sinceramente y con entusiasmo que un niño, niña o adolescente convivirá con ellas, pero mantendrá vínculos y sentimientos de pertenencia y referencia con su familia de origen; y necesitamos dispositivos de acompañamiento para ambas familias, probablemente muy diferentes entre sí en cuanto a sus circunstancias, valores, cultura, expectativas, etc.

Estamos buscando proporcionar al niño un lugar capaz de atender traumas anteriores, satisfacer la necesidad de pertenencia, establecer apegos seguros, incorporar su propia historia e identidad, preservar el vínculo real y simbólico con su familia biológica, y poder relacionarse con ésta, siempre que dicha relación no amenace su bienestar.

La experiencia demuestra que, incluso para adolescentes y jóvenes que dejaron de convivir con sus familias acogedoras, la relación con estas, la calidad del vínculo establecido y la estabilidad que les ofrecieron forman parte de su identidad y de su mundo emocional y familiar. Las familias se han convertido en sus mentores, y probablemente les han ofrecido una experiencia y un aprendizaje decisivo para la futura construcción de su propia familia. Se han convertido en una referencia moral, una base desde la que explorar el mundo, y también en ocasiones un refugio al que volver. Probablemente se trate de uno de los mejores indicadores de los beneficios del acogimiento familiar.

Pero la permanencia no cae del cielo. Como en cualquier otra relación humana (la amistad, la pareja, la misma parentalidad…) no es resultado de una declaración de intenciones, de los contratos iniciales o las promesas… sino que también depende de lo que hagamos. ¿Muchos acogimientos acaban interrumpiéndose? Seguro. ¿Por qué causas? Muchas y muy diversas… Pero la permanencia también es producto del acompañamiento acertado, de la buena orientación, de la percepción de ser escuchado y tomar parte de las decisiones, de la posibilidad de respiro, del respeto y la no imposición, etc. Algunas veces oímos historias de jóvenes o de familias cuyo acogimiento no resultó satisfactorio y parecería que se hizo todo lo posible porque saliera mal… Al igual que solemos decir que cada familia que habla bien del acogimiento hace que otra familia se ofrezca, pero cada familia que habla mal provoca que cinco no lo hagan… deberíamos llegar a decir que gracias a cada acogimiento que acaba mal aprenderemos a sostener otros tres con éxito.

La preocupación por ofrecer estabilidad en su entorno familiar precisamente a niños, niñas y adolescentes cuyo desarrollo se ha visto amenazado por las pérdidas y la provisionalidad debe impregnar el conjunto de nuestras decisiones y actuaciones. Quiero acabar recordando a un sabio compañero[v] – y maestro – que en su reciente jubilación, resumía así sus sugerencias para reducir también otras fuentes de inestabilidad durante el acogimiento:

“Hemos aprendido lo delicado que puede ser para el futuro emocional de los niños cuando les cambiamos de familia, o inician o cesan un acogimiento con origen o destino en una residencia. Por tanto, hemos de ser cuidadosos al extremo con los periodos de adaptación de una familia a otra de desde o hasta una residencia.  Hemos de ser conservadores y evitar los cambios de familia al cambiar de modalidad de temporal a permanente cuando sea posible. Debemos elegir la modalidad de acogimiento que nos facilite evitar cambios de familia de un acogimiento a otro si las previsiones no se cumplen”.


[i] FARMER, E. (2018): Reunification from Out-of-Home Care: A Research Overview of Good Practice in Returning Children Home from Care. University of Bristol, Bristol.

[ii] ADROHER, S., BENGOECHEA, A. y GOMEZ, B.(2015): Se busca familia para un niño. Perspectivas juridicas sobre la adoptabilidad. Universidad Comillas /Dyckinson, madrid.

[iii] LOPEZ AZCONA, A. (2016): Luces y sombras del nuevo marco jurídico en materia de acogimiento y adopción de menores: a propósito de la Ley Orgánica 8/2015 y la Ley 26/2015 de modificación del sistema de protección a la infancia y adolescencia. Boletín del Ministerio de Justicia: Estudio Doctrinal. Año LXX Núm. 2185 Enero de 2016

[iv] CRUZ ROJA (2010): Manual de buena práctica en acogimiento familiar. Cruz Roja, Madrid.

[v] RUBIO LÓPEZ, J.M. (2019): El Acogimiento Familiar 32 años después (1987-2019). Ponencia presentada en las XIV JORNADAS SOBRE INFANCIA MALTRATADA EN LA COMUNIDAD DE MADRID: En el 30 aniversario de la aprobación de la Convención de Naciones Unidas: Propuestas de mejora en la atención a la infancia desde el enfoque de derechos. Asociación Madrileña para la Prevención del Maltrato Infantil (APIMM). Madrid, 23-24 octubre 2019.

«Las imágenes del acogimiento familiar que merman su desarrollo y la captación de nuevas familias». Renovando desde dentro 8.


En otoño de 2021 la ASEAF (Asociación Estatal de Acogimiento Familiar de España) propuso la siguiente reflexión en torno al acogimiento familiar: “¿Cómo captar familias sin conocer el efecto de lo que hacemos … y de la imagen que damos?”. La reflexión parte de la clara conciencia del desconocimiento general de qué es el acogimiento familiar y cuáles son sus logros pasados, presentes e incluso futuros. De esta reflexión surgió una ponencia que presenté en las V Jornadas “Interés Superior del Menor” 2021 de dicha asociación. 

En este artículo no se pretende hacer un análisis sociológico de la imagen del acogimiento familiar en España. Se busca recopilar las diversas imágenes que sobre el acogimiento familiar son conocidas en cuanto a medida protectora que se desea potenciar. Podemos encontrarnos toda una serie de imágenes que posiblemente impiden su desarrollo y hacen que la captación de nuevas familias no solo se estanque, sino que no sean familias adecuadas, o que causan que disminuya o crezca el número de ellas muy por debajo de las necesidades en prácticamente todo el territorio español. 

Hay muchas imágenes diferentes del acogimiento familiar en lo que toca a sus diversos protagonistas: familias de origen o biológicas, niños, niñas y adolescentes, personas acogedoras, profesionales de ayuda, técnicos de protección, responsables administrativos y políticos… Todos sus protagonistas hacen aportaciones a la idea o imagen que difundimos sobre el acogimiento familiar. 

Para empezar, hay que reconocer una imagen que con frecuencia es una no-imagen. El acogimiento familiar de niños, niñas y adolescentes es algo que no existe o es completamente desconocido para una inmensa mayoría de integrantes de nuestra comunidad. No aparece en los medios de comunicación como otras medidas protectoras. Se confunde continuamente con la adopción. 

El “boca a boca”, que dicen que es un buen modo de difusión, no ayuda a la captación. Hay muchas bocas de personas acogedoras llenas de quejas, decepción, sufrimiento y dolor. Dicen los publicistas que un cliente contento te trae a dos o tres más, pero que uno descontento ahuyenta a más de diez. El descontento y las quejas de tantas personas acogedoras desmoviliza a quien se lo esté pensando. 

Haciendo una recopilación de los relatos sobre el acogimiento familiar de niños, niñas y adolescentes se ve cómo continuamente se asocia con demasiada frecuencia esta medida protectora a conceptos como el altruismo, la heroicidad, el bajo coste, la gratuidad, la buena voluntad, algo desconocido, el incógnito, la temeridad o el exceso de riesgo, la apropiación, la extirpación de legado, una serie de requisitos innecesarios para acoger y el sacrificio.

 Altruismo 
Por supuesto que el altruismo está bien y es necesario, pero en el contexto del acogimiento familiar como medida protectora, ideas como “El amor al prójimo como motor del acogimiento familiar”, o que “Los beneficios solo pueden ser morales” o que “El amor no puede tener precio” pueden ser un lastre. Parece que no caben otras motivaciones que no tengan que ver con dicho altruismo, o que no pueden ser legítimas. Un informe alemán sobre las políticas financieras de los servicios de infancia alemanes en el acogimiento familiar constataba que el exceso de apelación al altruismo de los responsables de dichas instituciones era inversamente proporcional a la cantidad de recursos económicos invertidos. Dicho de otro modo, a mayor apelación al altruismo, menor inversión en recursos para el acogimiento familiar. Esto tiene consecuencias muy serias y muy prácticas en el desarrollo del acogimiento familiar. Se evita el debate de los recursos necesarios como si este debate fuera algo innecesario o atrajera solo a personas con fines lucrativos. 

Una sociedad debe promover y asegurar que sus ciudadanos puedan acoger para cumplir el mandato legal y moral de dotar a los niños, niñas y adolescentes en desamparo de un ambiente familiar, que necesitan y al que tienen derecho para la reparación de los daños causados por las adversidades y el abandono del que son víctimas inocentes. Esto no es una opción solidaria de la comunidad. Es una obligación tan seria como pagar impuestos, auxiliar a las víctimas de un accidente, respetar las normas de convivencia o circular por la derecha con nuestros vehículos. Las instituciones tienen que cumplir las leyes vigentes y la ciudadanía tiene que asumir su responsabilidad y su protagonismo. Una comunidad tiene que tener personas y familias acogedoras y las instituciones hacer lo preciso para que puedan acoger. Es más una cuestión de deber ante la justicia, que todos deseamos, que de amor. 

Heroicidad 
“El acogimiento familiar es una heroicidad”. Es propio solo de buenas personas en el sentido más abnegado. Entonces el acogimiento requiere características heroicas: sacrificio total, el bien común o el amor al prójimo como prioridad, dar la vida, generosidad absoluta… y más rasgos que queramos otorgar a las heroínas y héroes. Y los héroes o heroínas son muy escasos. La mayoría somos personas normales con luces y sombras. Por tanto, si reducimos el acogimiento familiar a la población heroica reducimos la población diana de captación de un modo automático. Pocos pueden tener dicho valor. Que se retiren quienes no se consideren héroes. Reducción simplista. 

Además, los héroes actúan solos, no necesitan ayudan. Deben actuar en solitario sin necesidad de tribu, comunidad o cuerpo técnico. Las personas acogedoras deben de ser como el Llanero Solitario. La soledad silenciosa y abnegada como virtud y modelo de referencia puede ser insuficiente ante una labor que requiere el máximo posible apoyos de todo tipo. Pero los héroes del acogimiento familiar posibilitan recortes y ahorros significativos a la comunidad porque no tienen nómina ni intención de lucro. Viven de lo suyo sin que nadie se entere. Deben ser además anónimos. 

 Barato, protección de menores “low-cost” 
“No se debe acoger por dinero porque es inmoral”. Esto es algo que piensa muchísima gente. Es la mentalidad donativo contra el concepto de reparto justo de recursos y, para más inri, en un contexto socioeconómico neoliberal de capitalismo libre, donde cabe hacer negocio y lucrarse con las residencias de ancianos, la salud, la seguridad, la discapacidad, la dependencia y el bienestar en general… Una economía de libre mercado, donde la avaricia, el acaparamiento, la privatización de lo público y el escaqueo insolidario de impuestos son valorados. Las familias acogedoras saben que rara vez las aportaciones por acogimiento familiar cubren realmente los gastos de educación y crianza de un niño, niña, adolescente en una familia española de clase media. No se cubren los gastos de crianza. Tampoco se tienen en cuenta los gastos extras que con frecuencia implican las graves adversidades, secuelas y mochilas emocionales de los niños, niñas y adolescentes en acogida. La diferencia tan abismal en inversiones entre las medidas de protección actuales puede ayudar también a entender la baja captación de familias acogedoras. 

Las familias de acogida con frecuencia ponen su dinero para cubrir los gastos de sus hijos e hijas de acogida, que no cubren las instituciones de protección. Se enfrentan al dilema de empobrecer a su familia por hacer algo que es responsabilidad de todos y que además exige mucho esfuerzo, dedicación y quebraderos de cabeza. El coste del tiempo de dedicación a la acogida familiar es impagable, pero se puede compensar de muchas maneras que facilitarían la captación. Hay una ratio de diferencia de coste “plaza” entre acogida residencial y acogida familiar de muchos múltiplos. Como decía el Sr. Geisler (Senado de Berlín, responsable de planificación económica de los servicios de infancia de la ciudad de Berlín) en una visita realizada en el año 2000 “El acogimiento familiar es maravilloso, tres veces más barato y con diez veces mejor resultado que el residencial”. En España, teniendo en cuenta el coste de la plaza residencial en protección, seguramente se podría incrementar recursos para acogimiento familiar, reducir el número de niños y niñas en acogimiento residencial, como marcan nuestras leyes, y además ahorrar o gastar mejor lo dedicado a protección. Ya hay modelos y programas en España que lo demuestran. 

Temeridad, alto riesgo 
De la alabanza al reproche y sin términos medios es la valoración que reciben las familias de acogida de sus entornos inmediatos. Del “¡Qué buena obra tan maravillosa estáis haciendo!” al “¿Ya sabéis donde os habéis metido? ¿No será pernicioso para vuestros hijos, no les estaréis privando de atenciones para ayudar a alguien que es ajeno a la familia?”. Con frecuencia los entornos cercanos de las familias de acogida alaban o critican de esta manera a quienes deciden acoger. Meter un hijo ajeno, que da problemas, es un riesgo para los propios. Algo digno de insensatos e irresponsables. 

Además, si el acogimiento familiar falla o se trunca, teniendo en cuenta la falta de recursos, acompañamientos, y dificultades que sufren los niños, niñas y adolescentes, víctimas de adversidad temprana, no hay duda de que la culpa es del mal hacer de los acogedores. Hay un perverso consenso social. Todos, técnicos de protección, enseñantes, sanitarios, profesionales de apoyo, familiares, e incluso los propios niños, niñas, adolescentes y personas acogedoras consideran que estas últimas son las culpables de amar mal. Y los técnicos de protección, profesionales, escuelas, centros de salud y comunidad quedan siempre a salvo y libres de responsabilidad. 

“¿No teméis que él/ella (una monstruosidad de mala criatura) o su familia biológica os haga daño?” es otra de las cuestiones que tienen que sortear personas acogedoras de sus entornos inmediatos y de algún que otro profesional mal informado. Las personas desfavorecidas son además de culpables y responsables de su situación, gente peligrosa y muy inadecuada. A veces, con su modo de actuar con la familia biológica, los propios técnicos e instituciones de protección fomentan esta sensación en las familias de acogida. 

“¿Verdaderamente sirve para algo?” es la duda que en este contexto de agresión, prejuicios, soledad y escasez tienen que resolver las familias de acogida. Sin embargo, la experiencia nos dice que incluso los acogimientos familiares truncados en circunstancias difíciles pueden generar beneficios y vínculos que nunca o pocas veces consiguen los acogimientos residenciales. Ser persona acogedora implica con frecuencia arriesgarse a perder su bienestar familiar y ser tachada de incompetente cuando hay dificultades. 

Apropiación 
Todavía flota en nuestra cultura parental la idea de que hijos e hijas son una propiedad biológica que debe ser controlada y administrada para el bien y el futuro de nuestra herencia y estirpe. Desde este pensamiento criar hijos e hijas que no son tu propiedad biológica es un desperdicio de energía y esfuerzo. “Si has de criar a alguien, asegúrate de que es y será para tu bien”. El acogimiento con frecuencia tiene que combatir estas ideas… “Le cuidas, le educas, le coges cariño  y luego te lo quitan para devolvérselo a alguien que no le quiere y destruirá lo que habéis hecho. Te quitan algo que te has trabajado tú, estás haciendo una inversión a fondo perdido y estéril”. 

“Si acoges debes asegurarte de que podrás disfrutar para ti de lo que hagas y de que nadie, nadie se entrometa. Esto sería lo aceptable”. Pero la realidad demuestra que los vínculos creados en las relaciones de acogida familiar son un “para siempre” y trascienden los procesos administrativos de protección de infancia. Lo más probable es que los niños, niñas y adolescentes que pudieron ser acogidos por familias continúen teniendo esas relaciones en el futuro y sigan precisando presencia parental, disponibilidad y acompañamiento en su vida adulta. Algo que se suele desconocer es que los buenos tratos dados por familias de acogida producen efectos reparadores en sus acogidos, que disfrutarán terceras personas y que es posible que las personas acogedoras no lleguen nunca a ver. 

 La familia biológica sobra 
Mientras en la adopción nadie cuenta con la familia biológica, aunque exista a modo de fantasma conviviente, en el acogimiento familiar está presente y suele haber algún tipo de trato. Muy diverso y dependiendo de situaciones muy diferentes. La cantidad de prejuicios en torno a los miembros de la familia biológica es muy significativa y responde más a la ignorancia que a la necesidad de que no estén presentes. Hay un pensamiento compartido por muchos de los actores del acogimiento en el que se asume la idea de que la familia biológica solo puede estropear la tarea de los acogedores. 

Otro prejuicio muy extendido es el referido a las visitas. “Las visitas con la familia biológica solo son un peligro para el niño, niña o adolescente, que va a implicar riesgos y consecuencias que dañan a sus acogedores”. Con frecuencia las visitas son consideradas una insensatez y no se entiende que beneficio tienen. Sin embargo, son fundamentales para los procesos de reparación del daño infligido y son facilitadores de la construcción de la identidad. También son fundamentales para el abordaje de la experiencia de abandono, como entender sus causas, atenuantes y límites. Los conflictos de lealtades divididas también se abordan mejor con su presencia y participación. Estas ventajas no las tienen los niños, niñas y adolescentes adoptados y podría afirmarse que la presencia y el contacto con la familia biológica es un factor protector para su salud mental. Encontramos más casos de patologías graves en niños, niñas y adolescentes que han sido adoptados (23%) que en los que han sido acogidos en familia (3%). 

Colaboración entre familias como algo imposible 
Otra idea que daña el desarrollo y la captación de familias de acogida es la creencia de que los familiares biológicos no pueden colaborar y no quieren entregar a sus niños y niñas. El que les hayan maltratado, no se ocupen adecuadamente de ellos o les hayan dañado no les incapacita para entregar voluntariamente y colaborar en el proceso de reparación del daño causado. La experiencia muestra que cuando se ayuda y se apoya a la familia biológica con acompañamientos y ayudas adecuadas, sin juicios de valor ni prejuicios, se puede llegar a tener más del 90% de colaboraciones y un buen clima entre la familia biológica y la familia de acogida. Esto es un auténtico factor de protección y reparación para los niños, niñas y adolescentes. Si se conociera esta realidad y los servicios de protección ofrecieran estas ayudas de forma sistemática a las familias biológicas, la atención redundaría en mejores resultados y un menor temor a la familia biológica por parte de posibles candidatos o personas que se ofrecen para acoger. 

“O conmigo o contra mí. La familia biológica (simplemente familia) y la familia de acogida no pueden cooperar en la crianza de los niños, niñas y adolescentes”. O la una o la otra. “Los malos fuera, porque no tienen nada que aportarles, solo problemas”. Es frecuente oír que las familias biológicas de los niños, niñas y adolescentes en acogida familiar no pueden colaborar, no tienen nada bueno y no aportan un legado digno de ser tenido en cuenta y, por tanto, no se les permite, no se les apoya ni se les ayuda a tener una presencia con disponibilidad a la cooperación y complementariedad, ni pueden hacer la reparación que sus hijos e hijas necesitan. 

El acogimiento familiar como una ilegítima y fraudulenta puerta hacia la adopción 
Durante muchos años ha habido (y aún hoy quedan) técnicos que consideran el acogimiento familiar como un método para engañar a las autoridades y técnicos. Técnicos que piensan que las personas acogedoras pueden intentar “adoptar a la carta” y por tanto carecen de escrúpulos a la hora de conseguir lo que quieren. “Me quedo con la criatura solo si me gusta y me da garantías de cubrir todas mis expectativas”. La persona acogedora es vista como adoptante emboscada y oculta, dispuesta a apropiarse solo de los niños o niñas que le complacen. Como si el acogimiento se tratara de una tienda de electrodomésticos con derecho a probar el “producto”. 

Todo esto cuando es ya una práctica aceptada por muchos y tendencia clara de futuro el considerar a los adoptantes, que ya han desarrollado un vínculo de apego, como los adoptantes preferentes si están disponibles para hacer el cambio en función de las necesidades del niño, niña o adolescente. La práctica en algunas comunidades autónomas y a instancias de algunos técnicos de protección de entregar en adopción (a familias adoptivas desconocidas por los niños, en contextos sociales, emocionales y culturales nuevos) a niños y niñas que llevan más de doce meses de convivencia con sus familias de acogida es una mala praxis con consecuencias graves. Si deben de ser adoptados y sus acogedores fueran versátiles y aceptaran adoptar, los acogedores deben ser los adoptantes. Actuar de otra manera, aunque sea administrativamente correcto, es una práctica inhumana y cruel. Estas adopciones forzosas, contrarias a los deseos y disponibilidades de las familias acogedoras con vínculos de apego visibles, deben ser denunciadas como mala praxis y eliminadas de nuestro modo de generar adopciones. La imagen del acogimiento familiar cuando se  producen estos casos sale muy dañada, genera estupor en la ciudadanía y espanta a cualquier ciudadano con un mínimo sentido común. 

Requisitos innecesarios 
La idoneidad que se debe de evaluar por ley ha sido (y es aún) algo vivido como un impedimento de las autoridades: porque socialmente suena a capricho de las autoridades, porque hay quien no entiende cómo se atreven las autoridades a cuestionar el deseo de hacer el bien y de ser padres. Este anhelo debería ser suficiente para mucha gente. Acoger a niños, niñas y adolescentes en desamparo no precisa de una solvencia técnica manifiesta y demostrable pues es creencia generalizada que cualquiera puede acoger en su familia si así lo desea. La evaluación de idoneidad no es entendida y frecuentemente se dice “Si para ser madre o padre hiciera falta una evaluación el ser humano se habría extinguido”. La idoneidad debe estar al servicio de garantizar que las personas y familias que acogen tienen las condiciones adecuadas para hacerlo, entendiendo que no todas las personas pueden o están preparadas para acoger niños, niñas y adolescentes en situación de desamparo. 

Sacrificio 
En los términos actuales del acogimiento familiar, con sus recursos de ayuda, sus regímenes de visita, la nula capacidad de participar en las decisiones protectoras por parte de las personas acogedoras, los esfuerzos educativos de crianza de criaturas con adversidad temprana, los tiempos de dedicación necesarios y los costes económicos añadidos que corren por cuenta de la familia acogedora… podemos decir que el acogimiento familiar es una tarea vista como muy sacrificada. 

Tal vez por el Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes conviene que las personas que acogen en sus familias a niños, niñas o adolescentes en situación de desamparo hagan algún que otro sacrificio. El principal sacrificio deberán ser las expectativas irrealistas y creencias desajustadas y normalizadoras, pero nada más. Las personas acogedoras no deben sacrificar ni sus vidas ni sus familias. Las familias de acogida por el bien del acogimiento familiar pueden hacer sacrificios, pero no deben ser sacrificadas por el Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes. 

La buena voluntad como herramienta 
La buena voluntad sin otros ingredientes es también un recurso insuficiente para abordar las dificultades de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes en situación de acogida familiar. La idea de que cualquiera puede acoger desde esta forma de concebir el acogimiento familiar, porque es suficiente querer hacer el bien, debe desecharse. Esta idea es precursora del pensamiento de  que no es precisa una solvencia en materia de protección para acoger. Acoger implica desarrollar habilidades para trabajar el apego, los daños del abandono, la resiliencia, las vivencias traumáticas, las patologías emocionales posible, la integración, la identidad, la biografía, la inclusión… 

Hoy las personas acogedoras saben que necesitan y piden mucha más formación básica, sólidos contenidos teórico-prácticos sobre protección de infancia, para saber dónde se meten, entender y actuar de manera más solvente con los niños, niñas y adolescentes que se les encomiendan. Piden y reclaman nuevos modelos y herramientas eficaces para afrontar la crianza, educación y las secuelas de las adversidades y el abandono del que son víctimas sus acogidos. Saben que necesitan en muchos casos un reciclaje continuo y amplio para afrontar todos los retos que se le presentan. Reclaman más ayuda y apoyos en modo de seguimiento, acompañamiento, supervisión, refresco… suficientes, continuados y sostenidos. Ya se oyen voces de cansancio y hartazgo ante tanta soledad en una tarea que requiere la responsabilidad, la solvencia y el esfuerzo de toda la “tribu” (técnicos de protección, especialistas en adversidad temprana, enseñantes sensibles, sanitarios con conocimiento, jueces y reguladores…). Sin estos aportes la buena voluntad se marchita y las personas acogedoras huyen o se desmotivan y desmovilizan. No estarán en disposición de hacer y participar en campañas de captación que pueden ser vividas propaganda engañosa. 

Ciudadanas y ciudadanos ejemplares 
Las personas acogedoras en sus familias son consideradas como ciudadanía ejemplar. Esta ejemplaridad suele estar vinculada a la obediencia y al acatamiento de los dictados de los técnicos e instituciones de protección, aunque no los compartan o sean claramente contraproducentes. Esta imagen ligada a una visión de autoridad excesivamente tradicional y fuera del principio de realidad y convivencia moderna es rechazada cada vez más por las personas acogedoras y sus organizaciones, que quieren no seguir siendo ciudadanos y ciudadanas dispuestas al acatamiento de las indicaciones de los técnicos, jueces y especialistas, que desconocen la realidad cotidiana de los niños, niñas y adolescentes que acogen. 

Cada vez más personas acogedoras critican la obediencia ciega a los técnicos de protección, cuando debería ser estos quienes aceptaran más indicaciones y propuestas de quienes llevan sobre sus vidas, convivencias y familias el peso real del acogimiento familiar. Callados y silenciosos es como muchos técnicos de protección y diversos profesionales de los recursos comunitarios quieren verles. Los técnicos del sistema de protección, de la educación, o de la sanidad no tienen costumbre de contar con la opinión, la crítica o la disconformidad de los acogedores y acogedoras. 

No es de recibo en una sociedad democrática, ni fomenta el desarrollo y la captación de personas acogedoras que viven en una democracia, el que no se les concedan espacios para la participación, la opinión o la protesta legítima. No ayuda al acogimiento ni fomenta la captación el que las  personas acogedoras tengan que vivir temerosas de expresar sus quejas razonables y fundadas ante la dimisión que muchos ámbitos de los recursos comunitarios hacen de las necesidades que tiene los niños, niñas y adolescentes que acogen en sus familias. 

Con frecuencia las personas acogedoras se viven como personas comandadas por terceras personas y con una participación muy limitada en procesos que les incumben y afectan familiarmente. No se les oye, ni se les escucha, ni se conocen sus reivindicaciones, sus inquietudes o sus necesidades de manera suficiente. No disponen aún de una interlocución corporativa reconocida, no se organizan suficientemente. Aunque hay una mejoría esperanzadora. 

Todo esto desmoviliza y les puede hacer sentir, además de soledad, que su situación y la de sus acogidos no importan ni a la comunidad ni a sus instituciones. Otra situación que duele a las personas acogedoras y les desmoviliza es que sienten y perciben que cualquier técnico o profesional puede criticarles, reprocharles y quitarles del medio sin consecuencias, sin complejos y con impunidad. Con frecuencia sienten que las instituciones de protección quieren que sean ejemplares, pero sin derechos y sin aliados (organizaciones, profesionales…). 

El acogimiento familiar depende y dependerá de la aportación de las personas acogedoras, no de la de los técnicos, instituciones o responsables políticos. La cultura de la participación de acogedoras y acogedores en los procesos de toma de decisión en lo que respecta al acogimiento familiar es una cultura pendiente y aún muy lejana. Incluso vista como peligrosa o inapropiada. Las personas acogedoras son vividas como un servicio del que pueden disponer los técnicos y las instituciones de protección. La sumisión es vivida como una virtud y se impide la participación en los procesos de diseño de plan de caso y de toma de decisiones de quien mejor conoce a los niños y niñas. Planes y decisiones que afectan a la economía, el tiempo y la presencia de todos los miembros de su familia, de todas las familias y personas implicadas. 

Incógnito, realidad desconocida y desprotegida 
Otra realidad que impide el desarrollo del acogimiento familiar es la constante y continuada confusión entre adopción y acogimiento. Los hijos e hijas son aún una propiedad biológica, no una responsabilidad colectiva y, por tanto, un bien común. Esta falta de cuestionamiento va contra otros modelos de vida familiar que no son la clásica de consanguinidad. El vínculo establecido entre personas acogedoras y los niños, niñas, adolescentes que acogen no está protegido de forma jurídica y social, como los inexistentes vínculos de sangre que no garantizan la existencia de vínculos socioemocionales y sin embargo siguen sobrevalorándose. 

No se habla a nivel social de las dificultades y costes que tiene el acogimiento familiar en las personas acogedoras y sus familias a nivel de tiempo y dedicación, solvencia técnica para abordar la crianza, educación y rehabilitación de estos niños, niñas y adolescentes en acogida familiar y de  sus familias. No se conocen los recursos necesarios y obligatorios, los problemas cotidianos y las secuelas tangibles que sufren los hijos e hijas de acogida. 

Se busca crear excesivamente una imagen del acogimiento familiar como una realidad innecesariamente edulcorada y caramelizada. Sin reconocer explícitamente que acoger en familia, convivir y compartir el dolor y sufrimiento de las víctimas de abandono, con demasiada frecuencia es algo condenadamente complicado, frustrante, desesperante, difícil y doloroso para las familias… y muy beneficioso para los niños, niñas y adolescentes de acogida. Esto que suena desmovilizador ayudaría a captar personas acogedoras con una visión realista que afronten la tarea, conscientes de los esfuerzos y costes necesarios. Porque también es una realidad que mayoritariamente los esfuerzos tienen muchas compensaciones para todos y todas 

 Cultura de “mejor no saber” 
No se habla suficientemente con los niños, niñas y adolescentes de sus orígenes, de su familia biológica, de los problemas, de los sufrimientos, de los motivos de su abandono y de las secuelas y trastornos que este abandono les genera. No se les posibilita una reparación de lo que les convirtió en víctimas, en la medida en que no se habla de ello, ni se posibilita a sus familias reparar el daño infligido. 

Hablar del sufrimiento causado por el abandono todavía sigue siendo algo malo que causa traumas, que es muy peligroso y nos hace sufrir innecesariamente. El incógnito como sistema tampoco facilita la aparición de acogedores realistas, preparados, solventes y decididos a entrar en el mundo emocional del dolor y del sufrimiento, que afecta a sus hijos e hijas de acogida. 

A modo de conclusión: a pesar de todo esto, cabe el optimismo y la esperanza 
Hay que reconocer que percibimos a la par muchas imágenes del acogimiento familiar muy positivas y prometedoras. Pero las imágenes que se proyectan del acogimiento familiar por parte de demasiados de nuestros conciudadanos, responsables políticos, técnicos, medios de comunicación e incluso algunas personas acogedoras no contribuyen a la captación de familias adecuadas, para la tarea de criar y educar niños, niñas y adolescentes, víctimas de abandono y otras adversidades. 

Con la idea o con el desconocimiento social y técnico de acogimiento low-cost que impera, podemos decir que incluso el acogimiento familiar como medida protectora en España es un milagro. El acogimiento familiar tiene una imagen excesivamente lastrada por un altruismo mal entendido, un exceso de voluntarismo y sacrificio, y una dotación insolidaria por parte de las instituciones y de la comunidad. También le perjudica el pensamiento generalizado de la  no-necesidad de una solvencia técnica, la soledad con la que viven y desarrollan las familias su tarea y la falta de acompañamiento a la que se ven sometidas. El exceso de expectativas o deseos de apropiación de los niños, niñas y adolescentes que son acogidos, por parte de sus acogedores, tiene con frecuencia su origen en la mala imagen que algunos técnicos y administraciones dan de sus familias biológicas y de la falsa peligrosidad con la que se las etiqueta. Tampoco ayuda al acogimiento familiar la cultura de protección basada en no-saber e ignorar el pasado y los orígenes para no originar daños y traumas. Estos ya existen desde hace mucho, pero han sido invisibilizados y el silencio los convierten en trastornos y sufrimientos permanentes e inaccesibles. Todas estas imágenes sacadas de los testimonios de las familias acogedoras hacen del acogimiento familiar una obra heroica. 

Hay, por tanto, muchas razones para no considerar adecuada la actual imagen social del acogimiento familiar. Esta imagen debe corregirse para incrementar la captación de familias de acogida y su corrección redundará en un incremento de ofertas y oportunidades para el acogimiento familiar. 

Sin duda, en el acogimiento familiar caminamos hacia otros modos de pensar, actuar y seremos capaces de cambiar esta imagen por otra más acorde al deseable Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes. Esta tarea sigue siendo nuestra esperanza y nuestra tarea pendiente. Otra imagen del acogimiento familiar diferente, que facilite otros modos de decidir y actuar es posible. Lo que le pasa al acogimiento familiar tiene mucho que ver con la imagen que se crea internamente en sus protagonistas y que la proyectan hacia fuera. Tiene que ver con la ignorancia de la comunidad, sus medios de comunicación y las inadecuadas informaciones y formaciones de los técnicos y de las instituciones, que deben de promocionar el acogimiento, darlo a conocer y captar familias con una visión más realista, eficiente y acorde a las necesidades de todas la partes implicadas y sus protagonistas. 

Por tanto, con la imagen que se proyecta del acogimiento familiar por parte de demasiados de nuestros conciudadanos, responsables políticos, técnicos, medios de comunicación e incluso algunas personas acogedoras, es muy complicado captar familias adecuadas o suficientes para la tarea de criar y educar niños, niñas y adolescentes, víctimas de abandono y otras adversidades. 

Por otro lado, el discurso que posibilita un cambio de imagen ya está en marcha desde hace tiempo y cada vez más voces lo dicen alto y claro: solidaridad, altruismo, buena voluntad, sí, pero sobre todo justicia, solvencia técnica, participación e implicación de todos, recursos especializados y presupuestos económicos más solidarios. Por el Interés Superior de los Niños, Niñas y Adolescentes deberemos mejorar las condiciones del acogimiento familiar y seguramente habrá más familias acogedoras en la medida que la comunidad y sus instituciones incrementen los siguientes elementos:  
1. Dotación económica suficiente y acorde al nivel de dedicación y a la satisfacción de las necesidades de Niños, Niñas y Adolescentes en acogimiento familiar. 
2. Formación inicial y continua, reciclaje y supervisión para personas acogedoras. 
3. Acompañamiento técnico para mejorar la solvencia ante las secuelas de las adversidades y el abandono vivido por Niños, Niñas y Adolescentes. 
4. Estructuras terapéuticas y reparadoras (Sanidad, Educación, Vivienda, Economía, Trabajo…), la comunidad debe ser corresponsable de la satisfacción de las necesidades de los Niños, Niñas y Adolescentes en acogimiento familiar. Tan solo asumir su tarea también con ellos y ellas. 
5. Cercanía, presencia y disponibilidad de todos los recursos sociales, educativos, sanitarios, jurídicos. Basta de lejanía y soledad, que el amor y el acogimiento familiar se construyen en la cercanía y el roce, en sentido amplio. 

¿Pueden la ciudadanía, e incluso las personas acogedoras, pensar en la solidaridad, el altruismo, la heroicidad, la buena voluntad, la colaboración, cierto nivel de heroicidad, generosidad y gratuidad, el ser buenos ciudadanos… como motores de su motivación para el acogimiento familiar? La respuesta es claramente que sí. Ellos y ellas se pueden, por supuesto, apoyar en estos valores para considerar su ofrecimiento como un bien moral. 

¿Pueden los técnicos, profesionales e instituciones de protección pedir, promocionar, seleccionar formar, acompañar y evaluar el acogimiento en base a estos principios? Claramente no. Los técnicos, los profesionales, las instituciones y los diversos recursos que deben participar y responsabilizarse de la protección de niños, niñas y adolescentes en desamparo y víctimas de experiencias de abandono deben promocionar, seleccionar, formar, acompañar y evaluar a las familias de acogida planteando y aportando los recursos necesarios para que las familias (biológicas y de acogida) y los niños, niñas y adolescentes participen, sean protagonistas del acogimiento familiar, formando y formándose en la solvencia técnica de lo que realmente se necesita, comprendiendo las dificultades y conflictos del acogimiento familiar sin prejuicios ni juicios precipitados, siendo realistas, acompañando y apoyando a los protagonistas en las transiciones y momentos difíciles y asumiendo sus propuestas, sus quejas y críticas. 

Haciendo esto se irá creando una imagen y una cultura que puede hacer del acogimiento familiar una tarea a la que toda la ciudadanía se sienta llamada e interpelada a asumir su cuota de responsabilidad social para con los niños, niñas y adolescentes que necesitan de su ambiente familiar y comunitario, de su esfuerzo y colaboración para paliar las secuelas de su abandono y adversidad


Protocolos de actuación del Sistema de Actuación a la Infancia y Adolescencia. Tres nuevos Protoclos, Junta de Andalucía.

Junta de Andalucía.


La Dirección General de Infancia de la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación lanza tres nuevos protocolos para regular las actuaciones profesionales en el sistema de atención a la infancia. 
Se trata del 

Estos nuevos protocolos se añaden a los anteriores publicados y recopilados en la nueva sección de la página web del Observatorio de la Infancia y Adolescencia de Andalucía, que recoge los diversos protocolos editados hasta la fecha y que regulan las actuaciones profesionales tanto en relación a los niños, niñas y adolescentes que están bajo el amparo del sistema de protección de la Junta de Andalucía como otros relativos a la prevención de situaciones de riesgo en la infancia y adolescencia.

El derecho a la Familia y sus modalidades alternativas desde la perspectiva del niño, niña y adolescente

 

El derecho a la Familia y sus modalidades alternativas desde la perspectiva del niño, niña y adolescente


A la fecha, existe un soporte normativo internacional que aboga por el derecho de los niños, niñas y adolescentes de crecer en entornos protectores, de cuidados parentales afectivos y promotores de su desarrollo.  Desde los diferentes instrumentos internacionales sobre derechos humanos, se fortalece la presencia, importancia y responsabilidad de la familia como el escenario prioritario para propugnar los cuidados, vínculos y protección debida, teniendo como imágenes centrales a los progenitores y los parientes extendidos. Desde esta óptica, la sociedad civil, la comunidad y los Estados se articulan para acompañar y garantizar el goce pleno de derechos de la infancia.

Para los niños, niñas y adolescentes las familias son su historia, su identidad, el origen de sus vinculaciones y el desarrollo de sus afectos y habilidades; siendo muy sensible y particular su presencia para los menores de 6 años o quienes viven en situación de discapacidad. Sin embargo, existen situaciones que afectan al funcionamiento de las familias para ejercer estos roles de protección y cuidado.

La Convención sobre los Derechos del Niño (1989) y los posteriores acuerdos universales y regionales a favor de la infancia, establecen como una prioridad la protección y el desarrollo de las niñas y niños, e insta a los Estados a garantizar el cumplimiento de sus derechos (UNICEF 2006). La pobreza, las movilizaciones forzosas, y todas las formas de violencia que afectan a las familias son directamente proporcionales a los cuidados, desarrollo y protección de los niños, niñas y adolescentes. Es así que en 2010 las Directrices sobre modalidades de cuidados alternativos de niñas, niños y adolescentes (Naciones Unidas), ponen en evidencia y nos alerta en evitar más separaciones familiares, que aumente la institucionalización, y que se incorporen diferentes estrategias que mantengan o reproduzcan los cuidados parentales necesarios.

Desde estas Directrices también es importante reivindicar los criterios o principios que respaldan el tratamiento ante la inminente separación de los niños, niñas y adolescentes de sus familias: el interés superior del niño como elemento central, valorar sus necesidades y la idoneidad para establecer la medida de protección alternativa más adecuada (Naciones Unidas 2019[1]). Sin embargo, muchas veces estas revisiones o criterios para el tratamiento no son representativos o reconocen las visiones de los niños, niñas y adolescentes; quienes mayoritariamente van a preferir mantener sus vínculos y acercamiento con sus familias biológicas. Todo esto representa la importancia de poner la atención a la dinámica familiar, a fortalecer sus capacidades protectoras y acompañar su desenvolvimiento frente a los diferentes problemas que las amenaza.

En diferentes encuentros infantiles y adolescentes (principalmente) se observa que cada vez más ellos y ellas están más empoderados sobre sus derechos, incluso haciendo llamamientos públicos para contrarrestar formas de castigo y violencias que reciben dentro del hogar; pero difícilmente se encontrará demandas por ser separados de sus hogares. Ellos y ellas quieren volver a sus hogares, incluso afectados por situaciones estructurales amenazantes, pero con sus familias ejerciendo ese rol cuidador y promotor de vínculos afectivos prósperos. De ahí el llamado no solo a los Estados, sino a la sociedad en pleno, a procurar evitar la separación y/o adaptar modalidades familiares alternativas transitorias; destacando la promoción y respeto a la participación de niños, niñas y adolescentes en todo el proceso.

A nivel normativo y programático, existen varios países de Latinoamérica que vienen generando las condiciones para la transformación de los enfoques de cuidado familiar ante la inminente separación familiar, promoviendo estas modalidades alternativas, tales como familia extendida, comunitaria, familias de acogimiento, etc., buscando así reducir la denominada “institucionalización” que tiene muchas consecuencias adversas para los niños, niñas y adolescentes. Desde la voces ejercidas por redes de egresados/as de programas de cuidado familiar, se prioriza la importancia de mantener los vínculos familiares originarios o extendidos. Pero, ¿dónde están las voces de los niños, niñas y de las y los adolescentes durante el proceso de análisis de la separación, de la asignación de la medida transitoria o de sus desenvolvimientos en el grupo familiar asignado?  No hay registros de estos indicadores, o al menos, desde la lógica o vista empática de ellos y ellas, lo que ameritaría grupos interdisciplinarios que demuestren el debido tratamiento durante todo el proceso.

Algunos indicios de estos métodos de relevamiento de las voces y la construcción de vínculos con los niños, niñas y adolescentes se observan a través de programas públicos y de intervención mixta con sociedad civil, a través de estrategias de acompañamiento personalizado a las familias, principalmente. Sin embargo, las valoraciones que se realizan a los programas no ponen el foco de atención o real impacto en las voces de ellos y ellas, siendo finalmente los principales beneficiarios/as.

La familia representa la base para construcción de vínculos, desde el afecto y promotores de la convivencia sana y respetuosa. Finalmente se trata de la atención, recuperación y restablecimiento de estos vínculos, pero que requieren del tratamiento y reivindicación de la participación de los niños, niñas y adolescentes. Mientras que se siga viendo o construyendo estas intervenciones alejadas de ellos y ellas, asumiendo lo que ‘es mejor’, los vínculos se hacen cada vez más distantes y fríos.

El Instituto Interamericano del Niño, la niña y adolescente viene trabajando en una Guía para promover la participación de ellos y ellas durante la implementación de medidas alternativas de cuidado familiar, a fin de no solo generar la debida información y orientación en un lenguaje accesible, sino también en instar a adultos (familiares, operadores públicos, etc.) a establecer puentes de diálogo y mejorar la empatía para la construcción de lazos. Todos somos, finalmente, parte de esta gran familia promotora y protectora de derechos de los niños, niñas y adolescentes de la región.

[1] Resolución A/RES/74/133 de 2019, “Promoción y protección de los derechos de la infancia”






Sistemas nacionales de protección integral de los derechos de la niñez y la adolescencia en América Latina: estado de aplicación.

Estudio pormenorizado de las características que debe reunir un sistema de protección 
de los derechos de la niñez y la adolescencia para poder ser considerado integral.

Colección: Alternativa 1ª Edición.
Isbn Papel:     9788411300407 
Isbn Ebook:    9788411300414.

Incluye a Isaac Ravellat y Claudia Patricia Sanabria, 
miembros del Consejo Asesor de nuestra Revista Sociedad e Infancias.


El objetivo de esta obra se centra en el estudio pormenorizado de las características que debe reunir un sistema de protección de los derechos de la niñez y la adolescencia para poder ser considerado integral. 

Asimismo, se procede al análisis detallado de la forma cómo dichos modelos integrales se vienen instalando en América Latina, para con ello resaltar los avances alcanzados y los desafíos todavía pendientes de resolver en este contexto material. 

De esta suerte, la presente monografía reúne a un grupo de destacadas y destacados juristas, expertos en derechos de la niñez y la adolescencia, para que examinen de manera minuciosa los sistemas de protección a niñas, niños y adolescentes vigentes en la actualidad en Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Honduras, Perú, México, Argentina y Paraguay.
 
Esperamos que este libro se convierta en un texto de consulta obligatoria cuando de los derechos de la niñez y la adolescencia se trate, especialmente para operadores jurídicos, abogados litigantes, académicos, investigadores, estudiantes, y profesionales del ámbito de la protección de los derechos de la niñez y la adolescencia. 

¿Cómo es la adolescencia de los chicos y chicas adoptados en España?.

Salud, bienestar, familia, vida académica y social. 
Comparaciones con adolescentes que no han pasado por la experiencia de adopción 
y con quienes están bajo otras figuras del sistema de protección.

Autores: Moreno, Carmen ; Rivera, Francisco ....




Resumen:

Hay tres ideas relacionadas con este informe que deben ser subrayadas: 

En primer lugar, que con él se ha hecho una aproximación meramente descriptiva al fenómeno de la adopción. No se ha entrado en ningún caso a buscar conexiones entre variables ni a formular hipótesis que traten de explicar estos resultados acudiendo a condiciones previas a la adopción, a las experiencias de adversidad de los diferentes grupos, las edades diferentes, diferentes características familiares, etc. A este trabajo le seguirán otros en los que se tratará de comprender mejor los asuntos descritos.

En segundo lugar, que si hay algo que este informe claramente ha puesto de manifiesto es que la adopción es una medida de protección que ha ayudado a estos chicos y chicas a ir superando las experiencias de adversidad con las que comenzaron sus vidas. 

Y, en tercer lugar, que lejos de que estos datos sirvan para estigmatizar o reforzar estereotipos, lo que pretenden es ayudar a orientar la atención a las necesidades que cada colectivo estudiado muestra hoy y a contribuir a que los servicios de post-adopción y los de protección de menores en general las conozcan y puedan atenderlas mejor.