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«Las imágenes del acogimiento familiar que merman su desarrollo y la captación de nuevas familias». Renovando desde dentro 8.


En otoño de 2021 la ASEAF (Asociación Estatal de Acogimiento Familiar de España) propuso la siguiente reflexión en torno al acogimiento familiar: “¿Cómo captar familias sin conocer el efecto de lo que hacemos … y de la imagen que damos?”. La reflexión parte de la clara conciencia del desconocimiento general de qué es el acogimiento familiar y cuáles son sus logros pasados, presentes e incluso futuros. De esta reflexión surgió una ponencia que presenté en las V Jornadas “Interés Superior del Menor” 2021 de dicha asociación. 

En este artículo no se pretende hacer un análisis sociológico de la imagen del acogimiento familiar en España. Se busca recopilar las diversas imágenes que sobre el acogimiento familiar son conocidas en cuanto a medida protectora que se desea potenciar. Podemos encontrarnos toda una serie de imágenes que posiblemente impiden su desarrollo y hacen que la captación de nuevas familias no solo se estanque, sino que no sean familias adecuadas, o que causan que disminuya o crezca el número de ellas muy por debajo de las necesidades en prácticamente todo el territorio español. 

Hay muchas imágenes diferentes del acogimiento familiar en lo que toca a sus diversos protagonistas: familias de origen o biológicas, niños, niñas y adolescentes, personas acogedoras, profesionales de ayuda, técnicos de protección, responsables administrativos y políticos… Todos sus protagonistas hacen aportaciones a la idea o imagen que difundimos sobre el acogimiento familiar. 

Para empezar, hay que reconocer una imagen que con frecuencia es una no-imagen. El acogimiento familiar de niños, niñas y adolescentes es algo que no existe o es completamente desconocido para una inmensa mayoría de integrantes de nuestra comunidad. No aparece en los medios de comunicación como otras medidas protectoras. Se confunde continuamente con la adopción. 

El “boca a boca”, que dicen que es un buen modo de difusión, no ayuda a la captación. Hay muchas bocas de personas acogedoras llenas de quejas, decepción, sufrimiento y dolor. Dicen los publicistas que un cliente contento te trae a dos o tres más, pero que uno descontento ahuyenta a más de diez. El descontento y las quejas de tantas personas acogedoras desmoviliza a quien se lo esté pensando. 

Haciendo una recopilación de los relatos sobre el acogimiento familiar de niños, niñas y adolescentes se ve cómo continuamente se asocia con demasiada frecuencia esta medida protectora a conceptos como el altruismo, la heroicidad, el bajo coste, la gratuidad, la buena voluntad, algo desconocido, el incógnito, la temeridad o el exceso de riesgo, la apropiación, la extirpación de legado, una serie de requisitos innecesarios para acoger y el sacrificio.

 Altruismo 
Por supuesto que el altruismo está bien y es necesario, pero en el contexto del acogimiento familiar como medida protectora, ideas como “El amor al prójimo como motor del acogimiento familiar”, o que “Los beneficios solo pueden ser morales” o que “El amor no puede tener precio” pueden ser un lastre. Parece que no caben otras motivaciones que no tengan que ver con dicho altruismo, o que no pueden ser legítimas. Un informe alemán sobre las políticas financieras de los servicios de infancia alemanes en el acogimiento familiar constataba que el exceso de apelación al altruismo de los responsables de dichas instituciones era inversamente proporcional a la cantidad de recursos económicos invertidos. Dicho de otro modo, a mayor apelación al altruismo, menor inversión en recursos para el acogimiento familiar. Esto tiene consecuencias muy serias y muy prácticas en el desarrollo del acogimiento familiar. Se evita el debate de los recursos necesarios como si este debate fuera algo innecesario o atrajera solo a personas con fines lucrativos. 

Una sociedad debe promover y asegurar que sus ciudadanos puedan acoger para cumplir el mandato legal y moral de dotar a los niños, niñas y adolescentes en desamparo de un ambiente familiar, que necesitan y al que tienen derecho para la reparación de los daños causados por las adversidades y el abandono del que son víctimas inocentes. Esto no es una opción solidaria de la comunidad. Es una obligación tan seria como pagar impuestos, auxiliar a las víctimas de un accidente, respetar las normas de convivencia o circular por la derecha con nuestros vehículos. Las instituciones tienen que cumplir las leyes vigentes y la ciudadanía tiene que asumir su responsabilidad y su protagonismo. Una comunidad tiene que tener personas y familias acogedoras y las instituciones hacer lo preciso para que puedan acoger. Es más una cuestión de deber ante la justicia, que todos deseamos, que de amor. 

Heroicidad 
“El acogimiento familiar es una heroicidad”. Es propio solo de buenas personas en el sentido más abnegado. Entonces el acogimiento requiere características heroicas: sacrificio total, el bien común o el amor al prójimo como prioridad, dar la vida, generosidad absoluta… y más rasgos que queramos otorgar a las heroínas y héroes. Y los héroes o heroínas son muy escasos. La mayoría somos personas normales con luces y sombras. Por tanto, si reducimos el acogimiento familiar a la población heroica reducimos la población diana de captación de un modo automático. Pocos pueden tener dicho valor. Que se retiren quienes no se consideren héroes. Reducción simplista. 

Además, los héroes actúan solos, no necesitan ayudan. Deben actuar en solitario sin necesidad de tribu, comunidad o cuerpo técnico. Las personas acogedoras deben de ser como el Llanero Solitario. La soledad silenciosa y abnegada como virtud y modelo de referencia puede ser insuficiente ante una labor que requiere el máximo posible apoyos de todo tipo. Pero los héroes del acogimiento familiar posibilitan recortes y ahorros significativos a la comunidad porque no tienen nómina ni intención de lucro. Viven de lo suyo sin que nadie se entere. Deben ser además anónimos. 

 Barato, protección de menores “low-cost” 
“No se debe acoger por dinero porque es inmoral”. Esto es algo que piensa muchísima gente. Es la mentalidad donativo contra el concepto de reparto justo de recursos y, para más inri, en un contexto socioeconómico neoliberal de capitalismo libre, donde cabe hacer negocio y lucrarse con las residencias de ancianos, la salud, la seguridad, la discapacidad, la dependencia y el bienestar en general… Una economía de libre mercado, donde la avaricia, el acaparamiento, la privatización de lo público y el escaqueo insolidario de impuestos son valorados. Las familias acogedoras saben que rara vez las aportaciones por acogimiento familiar cubren realmente los gastos de educación y crianza de un niño, niña, adolescente en una familia española de clase media. No se cubren los gastos de crianza. Tampoco se tienen en cuenta los gastos extras que con frecuencia implican las graves adversidades, secuelas y mochilas emocionales de los niños, niñas y adolescentes en acogida. La diferencia tan abismal en inversiones entre las medidas de protección actuales puede ayudar también a entender la baja captación de familias acogedoras. 

Las familias de acogida con frecuencia ponen su dinero para cubrir los gastos de sus hijos e hijas de acogida, que no cubren las instituciones de protección. Se enfrentan al dilema de empobrecer a su familia por hacer algo que es responsabilidad de todos y que además exige mucho esfuerzo, dedicación y quebraderos de cabeza. El coste del tiempo de dedicación a la acogida familiar es impagable, pero se puede compensar de muchas maneras que facilitarían la captación. Hay una ratio de diferencia de coste “plaza” entre acogida residencial y acogida familiar de muchos múltiplos. Como decía el Sr. Geisler (Senado de Berlín, responsable de planificación económica de los servicios de infancia de la ciudad de Berlín) en una visita realizada en el año 2000 “El acogimiento familiar es maravilloso, tres veces más barato y con diez veces mejor resultado que el residencial”. En España, teniendo en cuenta el coste de la plaza residencial en protección, seguramente se podría incrementar recursos para acogimiento familiar, reducir el número de niños y niñas en acogimiento residencial, como marcan nuestras leyes, y además ahorrar o gastar mejor lo dedicado a protección. Ya hay modelos y programas en España que lo demuestran. 

Temeridad, alto riesgo 
De la alabanza al reproche y sin términos medios es la valoración que reciben las familias de acogida de sus entornos inmediatos. Del “¡Qué buena obra tan maravillosa estáis haciendo!” al “¿Ya sabéis donde os habéis metido? ¿No será pernicioso para vuestros hijos, no les estaréis privando de atenciones para ayudar a alguien que es ajeno a la familia?”. Con frecuencia los entornos cercanos de las familias de acogida alaban o critican de esta manera a quienes deciden acoger. Meter un hijo ajeno, que da problemas, es un riesgo para los propios. Algo digno de insensatos e irresponsables. 

Además, si el acogimiento familiar falla o se trunca, teniendo en cuenta la falta de recursos, acompañamientos, y dificultades que sufren los niños, niñas y adolescentes, víctimas de adversidad temprana, no hay duda de que la culpa es del mal hacer de los acogedores. Hay un perverso consenso social. Todos, técnicos de protección, enseñantes, sanitarios, profesionales de apoyo, familiares, e incluso los propios niños, niñas, adolescentes y personas acogedoras consideran que estas últimas son las culpables de amar mal. Y los técnicos de protección, profesionales, escuelas, centros de salud y comunidad quedan siempre a salvo y libres de responsabilidad. 

“¿No teméis que él/ella (una monstruosidad de mala criatura) o su familia biológica os haga daño?” es otra de las cuestiones que tienen que sortear personas acogedoras de sus entornos inmediatos y de algún que otro profesional mal informado. Las personas desfavorecidas son además de culpables y responsables de su situación, gente peligrosa y muy inadecuada. A veces, con su modo de actuar con la familia biológica, los propios técnicos e instituciones de protección fomentan esta sensación en las familias de acogida. 

“¿Verdaderamente sirve para algo?” es la duda que en este contexto de agresión, prejuicios, soledad y escasez tienen que resolver las familias de acogida. Sin embargo, la experiencia nos dice que incluso los acogimientos familiares truncados en circunstancias difíciles pueden generar beneficios y vínculos que nunca o pocas veces consiguen los acogimientos residenciales. Ser persona acogedora implica con frecuencia arriesgarse a perder su bienestar familiar y ser tachada de incompetente cuando hay dificultades. 

Apropiación 
Todavía flota en nuestra cultura parental la idea de que hijos e hijas son una propiedad biológica que debe ser controlada y administrada para el bien y el futuro de nuestra herencia y estirpe. Desde este pensamiento criar hijos e hijas que no son tu propiedad biológica es un desperdicio de energía y esfuerzo. “Si has de criar a alguien, asegúrate de que es y será para tu bien”. El acogimiento con frecuencia tiene que combatir estas ideas… “Le cuidas, le educas, le coges cariño  y luego te lo quitan para devolvérselo a alguien que no le quiere y destruirá lo que habéis hecho. Te quitan algo que te has trabajado tú, estás haciendo una inversión a fondo perdido y estéril”. 

“Si acoges debes asegurarte de que podrás disfrutar para ti de lo que hagas y de que nadie, nadie se entrometa. Esto sería lo aceptable”. Pero la realidad demuestra que los vínculos creados en las relaciones de acogida familiar son un “para siempre” y trascienden los procesos administrativos de protección de infancia. Lo más probable es que los niños, niñas y adolescentes que pudieron ser acogidos por familias continúen teniendo esas relaciones en el futuro y sigan precisando presencia parental, disponibilidad y acompañamiento en su vida adulta. Algo que se suele desconocer es que los buenos tratos dados por familias de acogida producen efectos reparadores en sus acogidos, que disfrutarán terceras personas y que es posible que las personas acogedoras no lleguen nunca a ver. 

 La familia biológica sobra 
Mientras en la adopción nadie cuenta con la familia biológica, aunque exista a modo de fantasma conviviente, en el acogimiento familiar está presente y suele haber algún tipo de trato. Muy diverso y dependiendo de situaciones muy diferentes. La cantidad de prejuicios en torno a los miembros de la familia biológica es muy significativa y responde más a la ignorancia que a la necesidad de que no estén presentes. Hay un pensamiento compartido por muchos de los actores del acogimiento en el que se asume la idea de que la familia biológica solo puede estropear la tarea de los acogedores. 

Otro prejuicio muy extendido es el referido a las visitas. “Las visitas con la familia biológica solo son un peligro para el niño, niña o adolescente, que va a implicar riesgos y consecuencias que dañan a sus acogedores”. Con frecuencia las visitas son consideradas una insensatez y no se entiende que beneficio tienen. Sin embargo, son fundamentales para los procesos de reparación del daño infligido y son facilitadores de la construcción de la identidad. También son fundamentales para el abordaje de la experiencia de abandono, como entender sus causas, atenuantes y límites. Los conflictos de lealtades divididas también se abordan mejor con su presencia y participación. Estas ventajas no las tienen los niños, niñas y adolescentes adoptados y podría afirmarse que la presencia y el contacto con la familia biológica es un factor protector para su salud mental. Encontramos más casos de patologías graves en niños, niñas y adolescentes que han sido adoptados (23%) que en los que han sido acogidos en familia (3%). 

Colaboración entre familias como algo imposible 
Otra idea que daña el desarrollo y la captación de familias de acogida es la creencia de que los familiares biológicos no pueden colaborar y no quieren entregar a sus niños y niñas. El que les hayan maltratado, no se ocupen adecuadamente de ellos o les hayan dañado no les incapacita para entregar voluntariamente y colaborar en el proceso de reparación del daño causado. La experiencia muestra que cuando se ayuda y se apoya a la familia biológica con acompañamientos y ayudas adecuadas, sin juicios de valor ni prejuicios, se puede llegar a tener más del 90% de colaboraciones y un buen clima entre la familia biológica y la familia de acogida. Esto es un auténtico factor de protección y reparación para los niños, niñas y adolescentes. Si se conociera esta realidad y los servicios de protección ofrecieran estas ayudas de forma sistemática a las familias biológicas, la atención redundaría en mejores resultados y un menor temor a la familia biológica por parte de posibles candidatos o personas que se ofrecen para acoger. 

“O conmigo o contra mí. La familia biológica (simplemente familia) y la familia de acogida no pueden cooperar en la crianza de los niños, niñas y adolescentes”. O la una o la otra. “Los malos fuera, porque no tienen nada que aportarles, solo problemas”. Es frecuente oír que las familias biológicas de los niños, niñas y adolescentes en acogida familiar no pueden colaborar, no tienen nada bueno y no aportan un legado digno de ser tenido en cuenta y, por tanto, no se les permite, no se les apoya ni se les ayuda a tener una presencia con disponibilidad a la cooperación y complementariedad, ni pueden hacer la reparación que sus hijos e hijas necesitan. 

El acogimiento familiar como una ilegítima y fraudulenta puerta hacia la adopción 
Durante muchos años ha habido (y aún hoy quedan) técnicos que consideran el acogimiento familiar como un método para engañar a las autoridades y técnicos. Técnicos que piensan que las personas acogedoras pueden intentar “adoptar a la carta” y por tanto carecen de escrúpulos a la hora de conseguir lo que quieren. “Me quedo con la criatura solo si me gusta y me da garantías de cubrir todas mis expectativas”. La persona acogedora es vista como adoptante emboscada y oculta, dispuesta a apropiarse solo de los niños o niñas que le complacen. Como si el acogimiento se tratara de una tienda de electrodomésticos con derecho a probar el “producto”. 

Todo esto cuando es ya una práctica aceptada por muchos y tendencia clara de futuro el considerar a los adoptantes, que ya han desarrollado un vínculo de apego, como los adoptantes preferentes si están disponibles para hacer el cambio en función de las necesidades del niño, niña o adolescente. La práctica en algunas comunidades autónomas y a instancias de algunos técnicos de protección de entregar en adopción (a familias adoptivas desconocidas por los niños, en contextos sociales, emocionales y culturales nuevos) a niños y niñas que llevan más de doce meses de convivencia con sus familias de acogida es una mala praxis con consecuencias graves. Si deben de ser adoptados y sus acogedores fueran versátiles y aceptaran adoptar, los acogedores deben ser los adoptantes. Actuar de otra manera, aunque sea administrativamente correcto, es una práctica inhumana y cruel. Estas adopciones forzosas, contrarias a los deseos y disponibilidades de las familias acogedoras con vínculos de apego visibles, deben ser denunciadas como mala praxis y eliminadas de nuestro modo de generar adopciones. La imagen del acogimiento familiar cuando se  producen estos casos sale muy dañada, genera estupor en la ciudadanía y espanta a cualquier ciudadano con un mínimo sentido común. 

Requisitos innecesarios 
La idoneidad que se debe de evaluar por ley ha sido (y es aún) algo vivido como un impedimento de las autoridades: porque socialmente suena a capricho de las autoridades, porque hay quien no entiende cómo se atreven las autoridades a cuestionar el deseo de hacer el bien y de ser padres. Este anhelo debería ser suficiente para mucha gente. Acoger a niños, niñas y adolescentes en desamparo no precisa de una solvencia técnica manifiesta y demostrable pues es creencia generalizada que cualquiera puede acoger en su familia si así lo desea. La evaluación de idoneidad no es entendida y frecuentemente se dice “Si para ser madre o padre hiciera falta una evaluación el ser humano se habría extinguido”. La idoneidad debe estar al servicio de garantizar que las personas y familias que acogen tienen las condiciones adecuadas para hacerlo, entendiendo que no todas las personas pueden o están preparadas para acoger niños, niñas y adolescentes en situación de desamparo. 

Sacrificio 
En los términos actuales del acogimiento familiar, con sus recursos de ayuda, sus regímenes de visita, la nula capacidad de participar en las decisiones protectoras por parte de las personas acogedoras, los esfuerzos educativos de crianza de criaturas con adversidad temprana, los tiempos de dedicación necesarios y los costes económicos añadidos que corren por cuenta de la familia acogedora… podemos decir que el acogimiento familiar es una tarea vista como muy sacrificada. 

Tal vez por el Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes conviene que las personas que acogen en sus familias a niños, niñas o adolescentes en situación de desamparo hagan algún que otro sacrificio. El principal sacrificio deberán ser las expectativas irrealistas y creencias desajustadas y normalizadoras, pero nada más. Las personas acogedoras no deben sacrificar ni sus vidas ni sus familias. Las familias de acogida por el bien del acogimiento familiar pueden hacer sacrificios, pero no deben ser sacrificadas por el Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes. 

La buena voluntad como herramienta 
La buena voluntad sin otros ingredientes es también un recurso insuficiente para abordar las dificultades de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes en situación de acogida familiar. La idea de que cualquiera puede acoger desde esta forma de concebir el acogimiento familiar, porque es suficiente querer hacer el bien, debe desecharse. Esta idea es precursora del pensamiento de  que no es precisa una solvencia en materia de protección para acoger. Acoger implica desarrollar habilidades para trabajar el apego, los daños del abandono, la resiliencia, las vivencias traumáticas, las patologías emocionales posible, la integración, la identidad, la biografía, la inclusión… 

Hoy las personas acogedoras saben que necesitan y piden mucha más formación básica, sólidos contenidos teórico-prácticos sobre protección de infancia, para saber dónde se meten, entender y actuar de manera más solvente con los niños, niñas y adolescentes que se les encomiendan. Piden y reclaman nuevos modelos y herramientas eficaces para afrontar la crianza, educación y las secuelas de las adversidades y el abandono del que son víctimas sus acogidos. Saben que necesitan en muchos casos un reciclaje continuo y amplio para afrontar todos los retos que se le presentan. Reclaman más ayuda y apoyos en modo de seguimiento, acompañamiento, supervisión, refresco… suficientes, continuados y sostenidos. Ya se oyen voces de cansancio y hartazgo ante tanta soledad en una tarea que requiere la responsabilidad, la solvencia y el esfuerzo de toda la “tribu” (técnicos de protección, especialistas en adversidad temprana, enseñantes sensibles, sanitarios con conocimiento, jueces y reguladores…). Sin estos aportes la buena voluntad se marchita y las personas acogedoras huyen o se desmotivan y desmovilizan. No estarán en disposición de hacer y participar en campañas de captación que pueden ser vividas propaganda engañosa. 

Ciudadanas y ciudadanos ejemplares 
Las personas acogedoras en sus familias son consideradas como ciudadanía ejemplar. Esta ejemplaridad suele estar vinculada a la obediencia y al acatamiento de los dictados de los técnicos e instituciones de protección, aunque no los compartan o sean claramente contraproducentes. Esta imagen ligada a una visión de autoridad excesivamente tradicional y fuera del principio de realidad y convivencia moderna es rechazada cada vez más por las personas acogedoras y sus organizaciones, que quieren no seguir siendo ciudadanos y ciudadanas dispuestas al acatamiento de las indicaciones de los técnicos, jueces y especialistas, que desconocen la realidad cotidiana de los niños, niñas y adolescentes que acogen. 

Cada vez más personas acogedoras critican la obediencia ciega a los técnicos de protección, cuando debería ser estos quienes aceptaran más indicaciones y propuestas de quienes llevan sobre sus vidas, convivencias y familias el peso real del acogimiento familiar. Callados y silenciosos es como muchos técnicos de protección y diversos profesionales de los recursos comunitarios quieren verles. Los técnicos del sistema de protección, de la educación, o de la sanidad no tienen costumbre de contar con la opinión, la crítica o la disconformidad de los acogedores y acogedoras. 

No es de recibo en una sociedad democrática, ni fomenta el desarrollo y la captación de personas acogedoras que viven en una democracia, el que no se les concedan espacios para la participación, la opinión o la protesta legítima. No ayuda al acogimiento ni fomenta la captación el que las  personas acogedoras tengan que vivir temerosas de expresar sus quejas razonables y fundadas ante la dimisión que muchos ámbitos de los recursos comunitarios hacen de las necesidades que tiene los niños, niñas y adolescentes que acogen en sus familias. 

Con frecuencia las personas acogedoras se viven como personas comandadas por terceras personas y con una participación muy limitada en procesos que les incumben y afectan familiarmente. No se les oye, ni se les escucha, ni se conocen sus reivindicaciones, sus inquietudes o sus necesidades de manera suficiente. No disponen aún de una interlocución corporativa reconocida, no se organizan suficientemente. Aunque hay una mejoría esperanzadora. 

Todo esto desmoviliza y les puede hacer sentir, además de soledad, que su situación y la de sus acogidos no importan ni a la comunidad ni a sus instituciones. Otra situación que duele a las personas acogedoras y les desmoviliza es que sienten y perciben que cualquier técnico o profesional puede criticarles, reprocharles y quitarles del medio sin consecuencias, sin complejos y con impunidad. Con frecuencia sienten que las instituciones de protección quieren que sean ejemplares, pero sin derechos y sin aliados (organizaciones, profesionales…). 

El acogimiento familiar depende y dependerá de la aportación de las personas acogedoras, no de la de los técnicos, instituciones o responsables políticos. La cultura de la participación de acogedoras y acogedores en los procesos de toma de decisión en lo que respecta al acogimiento familiar es una cultura pendiente y aún muy lejana. Incluso vista como peligrosa o inapropiada. Las personas acogedoras son vividas como un servicio del que pueden disponer los técnicos y las instituciones de protección. La sumisión es vivida como una virtud y se impide la participación en los procesos de diseño de plan de caso y de toma de decisiones de quien mejor conoce a los niños y niñas. Planes y decisiones que afectan a la economía, el tiempo y la presencia de todos los miembros de su familia, de todas las familias y personas implicadas. 

Incógnito, realidad desconocida y desprotegida 
Otra realidad que impide el desarrollo del acogimiento familiar es la constante y continuada confusión entre adopción y acogimiento. Los hijos e hijas son aún una propiedad biológica, no una responsabilidad colectiva y, por tanto, un bien común. Esta falta de cuestionamiento va contra otros modelos de vida familiar que no son la clásica de consanguinidad. El vínculo establecido entre personas acogedoras y los niños, niñas, adolescentes que acogen no está protegido de forma jurídica y social, como los inexistentes vínculos de sangre que no garantizan la existencia de vínculos socioemocionales y sin embargo siguen sobrevalorándose. 

No se habla a nivel social de las dificultades y costes que tiene el acogimiento familiar en las personas acogedoras y sus familias a nivel de tiempo y dedicación, solvencia técnica para abordar la crianza, educación y rehabilitación de estos niños, niñas y adolescentes en acogida familiar y de  sus familias. No se conocen los recursos necesarios y obligatorios, los problemas cotidianos y las secuelas tangibles que sufren los hijos e hijas de acogida. 

Se busca crear excesivamente una imagen del acogimiento familiar como una realidad innecesariamente edulcorada y caramelizada. Sin reconocer explícitamente que acoger en familia, convivir y compartir el dolor y sufrimiento de las víctimas de abandono, con demasiada frecuencia es algo condenadamente complicado, frustrante, desesperante, difícil y doloroso para las familias… y muy beneficioso para los niños, niñas y adolescentes de acogida. Esto que suena desmovilizador ayudaría a captar personas acogedoras con una visión realista que afronten la tarea, conscientes de los esfuerzos y costes necesarios. Porque también es una realidad que mayoritariamente los esfuerzos tienen muchas compensaciones para todos y todas 

 Cultura de “mejor no saber” 
No se habla suficientemente con los niños, niñas y adolescentes de sus orígenes, de su familia biológica, de los problemas, de los sufrimientos, de los motivos de su abandono y de las secuelas y trastornos que este abandono les genera. No se les posibilita una reparación de lo que les convirtió en víctimas, en la medida en que no se habla de ello, ni se posibilita a sus familias reparar el daño infligido. 

Hablar del sufrimiento causado por el abandono todavía sigue siendo algo malo que causa traumas, que es muy peligroso y nos hace sufrir innecesariamente. El incógnito como sistema tampoco facilita la aparición de acogedores realistas, preparados, solventes y decididos a entrar en el mundo emocional del dolor y del sufrimiento, que afecta a sus hijos e hijas de acogida. 

A modo de conclusión: a pesar de todo esto, cabe el optimismo y la esperanza 
Hay que reconocer que percibimos a la par muchas imágenes del acogimiento familiar muy positivas y prometedoras. Pero las imágenes que se proyectan del acogimiento familiar por parte de demasiados de nuestros conciudadanos, responsables políticos, técnicos, medios de comunicación e incluso algunas personas acogedoras no contribuyen a la captación de familias adecuadas, para la tarea de criar y educar niños, niñas y adolescentes, víctimas de abandono y otras adversidades. 

Con la idea o con el desconocimiento social y técnico de acogimiento low-cost que impera, podemos decir que incluso el acogimiento familiar como medida protectora en España es un milagro. El acogimiento familiar tiene una imagen excesivamente lastrada por un altruismo mal entendido, un exceso de voluntarismo y sacrificio, y una dotación insolidaria por parte de las instituciones y de la comunidad. También le perjudica el pensamiento generalizado de la  no-necesidad de una solvencia técnica, la soledad con la que viven y desarrollan las familias su tarea y la falta de acompañamiento a la que se ven sometidas. El exceso de expectativas o deseos de apropiación de los niños, niñas y adolescentes que son acogidos, por parte de sus acogedores, tiene con frecuencia su origen en la mala imagen que algunos técnicos y administraciones dan de sus familias biológicas y de la falsa peligrosidad con la que se las etiqueta. Tampoco ayuda al acogimiento familiar la cultura de protección basada en no-saber e ignorar el pasado y los orígenes para no originar daños y traumas. Estos ya existen desde hace mucho, pero han sido invisibilizados y el silencio los convierten en trastornos y sufrimientos permanentes e inaccesibles. Todas estas imágenes sacadas de los testimonios de las familias acogedoras hacen del acogimiento familiar una obra heroica. 

Hay, por tanto, muchas razones para no considerar adecuada la actual imagen social del acogimiento familiar. Esta imagen debe corregirse para incrementar la captación de familias de acogida y su corrección redundará en un incremento de ofertas y oportunidades para el acogimiento familiar. 

Sin duda, en el acogimiento familiar caminamos hacia otros modos de pensar, actuar y seremos capaces de cambiar esta imagen por otra más acorde al deseable Interés Superior de Niños, Niñas y Adolescentes. Esta tarea sigue siendo nuestra esperanza y nuestra tarea pendiente. Otra imagen del acogimiento familiar diferente, que facilite otros modos de decidir y actuar es posible. Lo que le pasa al acogimiento familiar tiene mucho que ver con la imagen que se crea internamente en sus protagonistas y que la proyectan hacia fuera. Tiene que ver con la ignorancia de la comunidad, sus medios de comunicación y las inadecuadas informaciones y formaciones de los técnicos y de las instituciones, que deben de promocionar el acogimiento, darlo a conocer y captar familias con una visión más realista, eficiente y acorde a las necesidades de todas la partes implicadas y sus protagonistas. 

Por tanto, con la imagen que se proyecta del acogimiento familiar por parte de demasiados de nuestros conciudadanos, responsables políticos, técnicos, medios de comunicación e incluso algunas personas acogedoras, es muy complicado captar familias adecuadas o suficientes para la tarea de criar y educar niños, niñas y adolescentes, víctimas de abandono y otras adversidades. 

Por otro lado, el discurso que posibilita un cambio de imagen ya está en marcha desde hace tiempo y cada vez más voces lo dicen alto y claro: solidaridad, altruismo, buena voluntad, sí, pero sobre todo justicia, solvencia técnica, participación e implicación de todos, recursos especializados y presupuestos económicos más solidarios. Por el Interés Superior de los Niños, Niñas y Adolescentes deberemos mejorar las condiciones del acogimiento familiar y seguramente habrá más familias acogedoras en la medida que la comunidad y sus instituciones incrementen los siguientes elementos:  
1. Dotación económica suficiente y acorde al nivel de dedicación y a la satisfacción de las necesidades de Niños, Niñas y Adolescentes en acogimiento familiar. 
2. Formación inicial y continua, reciclaje y supervisión para personas acogedoras. 
3. Acompañamiento técnico para mejorar la solvencia ante las secuelas de las adversidades y el abandono vivido por Niños, Niñas y Adolescentes. 
4. Estructuras terapéuticas y reparadoras (Sanidad, Educación, Vivienda, Economía, Trabajo…), la comunidad debe ser corresponsable de la satisfacción de las necesidades de los Niños, Niñas y Adolescentes en acogimiento familiar. Tan solo asumir su tarea también con ellos y ellas. 
5. Cercanía, presencia y disponibilidad de todos los recursos sociales, educativos, sanitarios, jurídicos. Basta de lejanía y soledad, que el amor y el acogimiento familiar se construyen en la cercanía y el roce, en sentido amplio. 

¿Pueden la ciudadanía, e incluso las personas acogedoras, pensar en la solidaridad, el altruismo, la heroicidad, la buena voluntad, la colaboración, cierto nivel de heroicidad, generosidad y gratuidad, el ser buenos ciudadanos… como motores de su motivación para el acogimiento familiar? La respuesta es claramente que sí. Ellos y ellas se pueden, por supuesto, apoyar en estos valores para considerar su ofrecimiento como un bien moral. 

¿Pueden los técnicos, profesionales e instituciones de protección pedir, promocionar, seleccionar formar, acompañar y evaluar el acogimiento en base a estos principios? Claramente no. Los técnicos, los profesionales, las instituciones y los diversos recursos que deben participar y responsabilizarse de la protección de niños, niñas y adolescentes en desamparo y víctimas de experiencias de abandono deben promocionar, seleccionar, formar, acompañar y evaluar a las familias de acogida planteando y aportando los recursos necesarios para que las familias (biológicas y de acogida) y los niños, niñas y adolescentes participen, sean protagonistas del acogimiento familiar, formando y formándose en la solvencia técnica de lo que realmente se necesita, comprendiendo las dificultades y conflictos del acogimiento familiar sin prejuicios ni juicios precipitados, siendo realistas, acompañando y apoyando a los protagonistas en las transiciones y momentos difíciles y asumiendo sus propuestas, sus quejas y críticas. 

Haciendo esto se irá creando una imagen y una cultura que puede hacer del acogimiento familiar una tarea a la que toda la ciudadanía se sienta llamada e interpelada a asumir su cuota de responsabilidad social para con los niños, niñas y adolescentes que necesitan de su ambiente familiar y comunitario, de su esfuerzo y colaboración para paliar las secuelas de su abandono y adversidad