A un niño de diez años asustado.

“Vivir como algo natural ante los demás que me gustaban los chicos me parecía fuera de mi alcance. 
Quizás otros pudieran hacerlo, pero yo, en una ciudad del cinturón industrial de Madrid, no”.

Álvaro Zamarreño*


No sé si tenía diez u once años; pero no más. No sé si pasaron un par de días o una semana entre una cosa y la otra; pero no más. Descubrir la masturbación y mi atracción por los hombres fue como el curso de un río, que va de un punto a otro de manera natural y sosegada. Y sin marcha atrás.
Por supuesto que entonces no pensaba en cómo sería mi vida en el futuro a partir de aquello. No fue traumático, ni me generó zozobra. Pasó y punto. Y me ayudó a entender algunas reacciones físicas que llevaba teniendo desde hacía un tiempo.
Recuerdo ver una película en que en un college inglés castigaban a dos niños y les azotaban en las nalgas desnudas delante de todos sus compañeros. Ver esas nalgas me produjo una reacción de miedo y satisfacción a la vez; recuerdo los cabellos erizados, el estómago encogido y mi excitación. Y una cierta vergüenza que entonces no entendía.
Descubrí el placer que uno puede darse a sí mismo con una maniobra tan sencilla. Y que en ese proceso lo que me venía a la cabeza eran imágenes de chicos. No sabía qué nombre tenía aquello. Pero intuí que era mejor mantenerlo para mí mismo. Y más o menos así viví los siguientes ocho o nueve años de mi vida: el final de mi infancia, mi adolescencia y mi primera juventud. Pienso en las cosas que a la gente nos pasan en esos años. Y todas las vives solo; o incluso no las vives.

Mi relación con la sexualidad fue durante mucho tiempo poco más que una relación íntima con mi placer. Con las imágenes mentales de compañeros, de actores, de fotos de futbolistas recortadas de los periódicos. No puedo decir que ni en la España o la Alcalá de aquella época hubiera un lenguaje perverso hacia lo que yo era. Por supuesto que escuchabas expresiones. Pero sobre todo lo que había era un gran vacío. No tenía muy claro en mi soledad si habría muchos o pocos como yo. ¿Los había que lo vivían con normalidad? ¿Era eso posible? Porque a mí en ese momento no me lo parecía. Sí, probablemente yo no fuera el único. Pero, ¿gente normal, de barrios normales, de colegios normales? ¿Los habría en mi clase? ¿Tendrían mis padres amigos con hijos como yo? Esto último era algo que me preocupaba mucho;quizás porque pensaba que eso reduciría su sensación dederrota, de fracaso, si algún día se llegaban a enterar.
No tenía muy claro en mi soledad si habría muchos o pocos como yo ¿Los había que lo vivían con normalidad? ¿Era eso posible?.
En aquellos finales de los 80 y principios de los 90 las referencias en cine, tele, periódicos, radio, eran esporádicas y no siempre muy constructivas; no digo que fueran malas, pero nunca tenía la sensación de que a mí me sirvieran de mucho. Recuerdo cuando era niño que El País regalaba por entregas El libro de la sexualidad de la doctora Ochoa. En la página final de cada entrega venía una especie de trivial sobre sexualidad; cada domingo, disimuladamente, buscaba con ansiedad que pusiera algo sobre gente como yo. Era de las pocas cosas de calidad que estaban al alcance de uno en esa época. E incluso aquello te ponía tan nervioso que, cuando llegó el capítulo sobre diversidad sexual, no fui capaz de leerlo por miedo.
Si el tema aparecía en una película o serie recuerdo la emoción, y el pavor que me producía. Te debatías entre las ganas inmensas de verlo y disfrutar, o huir. Estómago encogido, piel de gallina, miedo sin saber muy bien por qué. Y vergüenza; mirabas a la tele sin desviar la vista, para que no se cruzara con la de nadie de los que te rodeaban, porque pensabas que si alguien te miraba en ese momento a los ojos sería capaz de leer tu mente y adivinarlo.
Digo adivinarlo porque afortunadamente (y aunque ahora esto me avergüence, entonces me parecía una suerte) crecí como un chico recio y de voz sólida. Nada de pluma. Es verdad que odiaba el fútbol y los videojuegos; pero tampoco me dedicaba a jugar con muñecas.
Eran las cosas de equipo las que no me gustaban, y prefería la soledad. No es que viviera aislado y no tuviera amigos, pero pronto empecé a construir una peculiar relación con el mundo exterior. Sería fácil para mi atribuir todo esto a lo que la sociedad me hacía. Pero algunas de mis particularidades las atribuyo a mi personalidad; y no culpo a nadie por ello.
La etapa final de la infancia fue fácil, porque me di cuenta de que yo tenía una sexualidad precoz pero muchos de mis compañeros ni siquiera habían desarrollado la suya. La primera adolescencia tampoco resultó especialmente complicada. Tus amigos, compañeros y compañeras empezaban a vivir y expresar su sexualidad, pero ahora era a ti al que le convenía hacerse el tonto, como si no estuvieras todavía en eso.
Pero el tiempo pasa, y la sexualidad ya no es algo que puedas vivir exclusivamente en el placer contigo mismo. Empieza a ser algo social. Y empieza a ser un nudo en el estómago cada vez con más frecuencia. Ahora sí, empiezas a pensar en eso que con diez u once años ni te planteaste: ¿qué vas a hacer con todo este mogollón?
A mí, vivir como algo natural ante los demás que me gustaban los chicos me parecía fuera de mi alcance. Quizás otros pudieran hacerlo, pero yo, en una ciudad del cinturón industrial de Madrid, no. Así que empecé a pensar en que una cosa iba a ser cómo lo viviría hacia dentro y otra cómo viviría en sociedad.
Con 14 años me parecía lo más normal pensar que algún día, por un proceso que yo desconocía –pero que por lo que veía en los demás se acababa produciendo con la misma naturalidad con que actúa la fuerza de la gravedad–, yo estaría con una chica. Y sería como el resto de mis amigos. Sólo tendría tener un poco de paciencia y disimular hasta que llegara ese día.
Con 14 años me parecía lo más normal pensar que algún día, por un proceso que desconocía, yo estaría con una chica.
Eso suponía utilizar a otra persona para construir tu imagen ante los demás; pero entonces yo no me paraba a pensarlo. La verdad es que soy condescendiente conmigo mismo porque creo que con lo que suponía para un chavalillo que todo esto recayera sobre sus hombros –todos esos miedos, todas esas dudas, toda esa ansiedad, toda esa responsabilidad– es normal un egoísmo autoprotector.
Supongo que para quienes nunca han pasado por algo así, es difícil entender la cantidad de planos en que tu cabeza tiene que trabajar: no sólo tienes las grandes cuestiones sobre tu vida y tu futuro; tienes que estar alerta a cada minuto. Que no te traicione una mirada inapropiada demasiado larga a un compañero. Que no te traicione decir una frase demasiado ambigua o sincera. Que no te traicione esa foto que has recortado de una revista o un periódico y que guardas en tu cajón. Sólo esto último merece todo un libro: las cosas que haces para esconder ese articulito que has leído en el periódico y que para ti es un tesoro de emociones y de información sobre lo que eres. Y esconder esa foto del futbolista, ese anuncio que has recortado de la revista del domingo porque aparece un modelo atractivo.

Una tarde, un amigo vino a casa a hacer un trabajo del colegio. Se puso a curiosear entre mis cosas y abrió una cajita en la que tenía guardados mil abalorios. Entre ellos había una foto pequeñita de Rick Astley que había recortado de una revista, con su cara de adolescente rebelde. No sé por qué le llamó la atención justo la foto –con el tiempo he entendido que probablemente le llamó la atención por el mismo motivo que a mí–. Cuando la cogió me entró terror. No era un nudo en la garganta ¡era una emergencia total, al nivel del escape nuclear en Chernóbil! ¡Mi amigo con la foto de Rick Astley en sus manos y preguntándome por qué tenía aquello guardado!
Ahora me río; y a quien lea esto le parecerá una trivialidad. Pero qué injusto que toda la protección de un adolescente aterrorizado dependa de su capacidad para gestionar su vida de esa manera. En la absoluta soledad, sin nadie que le dé apoyo, cariño, consuelo o guía. Viendo mi vida ahora me parece increíble que pasara por todo eso y triunfara; es como si en realidad estuviera recordando la vida de otra persona mucho más fuerte y valiente que yo. Y joder, sólo me consuela –quizás equivocadamente– pensar que ningún chico o chica en este país tenga que vivirlo así hoy en día.
Mientras escribo todo esto suena en mi cabeza una banda sonora de otra época. Me siento como en esas películas y series que recrean los 80, una mezcla entre Los Goonies y Spielberg. Internet no existía y acceder a todo el universo de información que eso supone –y además en la intimidad de la habitación de un adolescente– era impensable.
Los políticos (en masculino además) no te dedicaban palabras salvajes en aquella España que ya tenía color; pero tampoco esperabas de tu presidente del Gobierno que dijera que se sentía orgulloso de ti. El Orgullo Gay era una fotonoticia en el periódico del día siguiente, en que te enseñaban a un pequeño grupo de activistas estrambóticos manifestándose y hablando del SIDA. ¡El SIDA! Por si no tuvieras suficiente con tenerte miedo a ti mismo, tenías que tener miedo a una enfermedad que entonces parecía terrible –en realidad es que no era una enfermedad, era la muerte–.
Mi adolescencia seguía avanzando a toda velocidad hacia el epicentro de todos los problemas en que puedes pensar a esa edad: sexo, sexo... sexo. Todo lo que te rodea parece ser un cóctel de hormonas. Tus amigos ya no salen en pandilla, empiezan a mezclarse con chicas, a tontear. A ir de botellón o de bares. La vida social se complica y tú empiezas a estar muy asustado y desbordado.
Yo era un adolescente gordo. No me considero un chico feo, pero la verdad es que la obesidad es ese gran tabú social que te hace invisible ante las hormonas de los demás. Y sin embargo a mí aquello me pareció una bendición que todavía hoy agradezco. Nadie parecía verme a mi alrededor como digno de ser considerado atractivo. Y eso supone que te dejen en paz, que es lo que tu más quieres en esos momentos. No tienes que justificarte sobre por qué no te interesa tal o cuál compañera que “está por ti”, porque nadie está por ti.
Toda la supervivencia de aquellos años dependía de una poderosa coraza que construías sobre tu afectividad.
La literatura y los estudios fueron cada vez más un refugio seguro. No era un ser raro y asocial, y probablemente mi entorno me veía como un adolescente sólo interesado en leer cosas de Historia, en visitar castillos y museos, y sacar buenas notas para llegar a algo en la vida. Que además era simpático y se preocupaba por los pobres del tercer mundo, y que de vez en cuando la liaba con la dirección del centro porque le daba por emprender una recogida de firmas contra algo o alguien.
Esa combinación de indiferencia de los demás hacia mí, como objeto de atracción física, y de que pensaran que el sexo me debía resultar algo poco interesante entre tanta literatura y tanta causa justa me salvó la vida. Al menos lo que cuando eres adolescente piensas que es la vida.
Creo que pasado el periodo más estúpido de esa edad, mis compañeros y compañeras sentían por mi cariño y respeto. Nunca fui acosado, porque además seguía teniendo un físico y una voz contundentes. Había un chico en otro curso que me parecía increíblemente atractivo –rubio, con un rostro dulce, que vestía con tanta personalidad que parecía que se ponía al mundo por montera–; pero que difícilmente podía disimular su amaneramiento. No es que mi instituto fuera especialmente cruel, pero el chico sufrió por aquello. Era objeto de burlas, de chistes, de comentarios y probablemente de alguna agresión. En cierto modo yo sentía admiración porque él fuera ante los demás lo que yo escondía; pero también sentía un miedo atroz a pasar por algo parecido.
Los padres de ese chico tenían un restaurante pequeñito en el que a veces iba a comer con mi familia. Como era fin de semana, él ayudaba. Recuerdo la emoción por lo mucho que me atraía, y cómo verle allí haciendo la coreografía con platos y bandejas me parecía lo más. Y recuerdo los chistes a media voz sobre él, porque perdía aceite o chorradas por el estilo.
En las pocas ocasiones en que alguien hizo una mínima insinuación no ya sobre mi sexualidad sino sobre lo macho que uno era, lo atajé sin miramientos. Siento una repulsión enorme hacia la violencia. Pero uno no se imagina la fuerza que es capaz de sacar cuando busca sobrevivir en esa selva. Recuerdo un día, en bachillerato, en que tres compañeros –que para mí reunían todo lo que odiaba de los demás adolescentes– empezaron a martirizarme disparando bolitas de papel. Nos habían dejado sin ningún profesor en el aula. Y recuerdo cómo en un momento dado no fue la rabia sino el sentido común el que me llevó a levantarme y poner fin a aquello, partiéndole una regla en la cabeza a uno de ellos. Me hice respetar. Problema solucionado.
Otras situaciones eran más difíciles de solventar. Mis amigos del pueblo son gente por la que a día de hoy sigo sintiendo una gratitud que no se imaginan, por la forma tan sana en que creo que vivieron su adolescencia –y con ello la mía también–. Un verano decidieron por mí que había una chica, de otro grupo próximo al nuestro, con la que yo tenía que intentar algo. Probablemente no sea una situación tan difícil de gestionar. Pero cuando ni tienes experiencia ni otro mecanismo más que cerrarte como un puto bicho bola, estas cosas se acaban convirtiendo en algo realmente horroroso para ti.
Una noche, conspiraron para que esa chica y yo nos quedáramos a solas, pero bajo su cercana vigilancia. Y ahí me veías, junto a una persona contra la que no tenía nada, pero con la que tampoco quería tener nada. Sin saber qué decir. Asustado y con unas ganas enormes de llorar y salir corriendo hasta donde los pulmones me dejaran. No creo que nadie de quienes vivieron aquel momento lo recuerde. No creo que yo lo olvide nunca y piense en él sin un cierto nudo en el estómago.
Pero, paradojas de la vida, en la medida en que mis compañeros y compañeras crecían y maduraban, nuestros vínculos se estrechaban. Y eso era un problema. Tus relaciones se hacen más humanas, más sinceras. Y no sólo tu necesidad de vivir tu propia sexualidad se hace increíblemente intensa, sino que los demás sienten hacia ti una mayor inclinación por conocerte. El bachillerato llega a su fin, y en un centro en el que estudiábamos un puñadito de personas, que habíamos crecido juntos desde la más tierna infancia, se produce un apego en ese momento de la vida que es hermoso. Gente con la que te has peleado durante años, estrecha sus lazos contigo.
Era experto en sobrevivir, pero me había perdido todas esas experiencias maravillosas de tontear, del primer amor, de compartir con tus amigos y amigas esa parte de ti.
Entonces yo era un estudiante modélico y no era raro que mis compañeros y compañeras pidieran mi ayuda. Empiezas a mirarles con respeto y cariño y con unas ganas enormes de poder ser tú de verdad con ellos; aunque sepas perfectamente que no puedes serlo. Quizás algunas personas en tu entorno han madurado lo suficiente como para no tener miedo a expresar sus opiniones de apoyo a gente como tú. Pero el vacío que se abre ante ti es enorme. El vacío literal por un tema del que no se habla o se habla poco; y el vacío simbólico del abismo que presientes.
Recuerdo un día volviendo a casa desde clase con un grupo de compañeros. El tema salió; como salía entonces; como una referencia fugaz. Y uno de mis amigos –no, uno de mis amigos, no... ¡el primer chico del que probablemente me enamoré en mi vida!– se atrevió a decir con total rotundidad que él no tendría ningún problema si alguno le dijera que le gustaban los tíos. Que no iba a dejar de ser su amigo. No sé si las cosas ahora siguen siendo así, pero puedo asegurar que era algo que uno escuchaba en muy contadas ocasiones en esa época. Lo terrible es que incluso en esos momentos de felicidad tienes que estar en guardia, porque no puedes mostrar más alegría de la debida al escucharlo. Es importante mostrar tanta indiferencia como puedas. Aunque para dentro tu estómago se encoge, tu boca se seca, la sangre se sube a tus mejillas y tú buscas como loco la manera de salir de esa situación,porque te sientes como un cervatillo en peligro.

Toda la supervivencia de aquellos años dependía de una poderosa coraza que construías sobre tu afectividad. Pero lo que tienen las corazas es que, para ser efectivas, son muy poco flexibles y acaban amarrando a quien las viste. Y eso es otra de las cosas que te pasan. Que aquello que es lo más importante de tu vida, es lo más ausente en tu relación con los demás. Yo podía abrazar cualquier causa que pensara que era justa. Menos esta. Hubiera ido a cualquier manifestación que me hubieran propuesto. Excepto a una por mis más íntimos derechos. Hubiera levantado la voz –y lo hice muchas veces– ante cualquier frase racista de mis compañeros. Pero jamás me hubiera atrevido a hacer ni la más leve defensa de quienes eran como yo. Porque el miedo puede con todo. Y miedo es lo único de lo que en ese momento estás sobrado.
Tenía una sed enorme por la vida, por viajar, por experimentar y conocer personas de todo tipo. Pero nada me aterraba más que pensar en conocer a alguien como yo. Un día, ya en COU, el año anterior a la universidad, los que estudiábamos literatura fuimos al teatro. Cuando estábamos entrando a la sala, justo delante de nosotros había un chico algo más mayor que yo y que a mí me pareció un ángel: alto, con un maravilloso pelo rizado y negro azabache. De repente uno de mis compañeros comentó por lo bajo que ese chico llevaba un pendiente no sé en cuál de las dos orejas y que eso significaba que era gay y era un lenguaje que los gais usaban entre ellos. Yo no sé si ese chico era gay o no, y si lo que dijo mi compañero tenía el más mínimo sentido. Pero aquello me abrió todo un mundo,porque de repente vi a alguien que podía ser como yo en mi misma ciudad y que se relacionaba con sus amigos con normalidad. No pude quitarme aquello de la cabeza durante toda la obra, y aún a día de hoy me viene el recuerdo del perfil con que grabé su rostro.

Uno de los motivos por los que ya entonces renuncié al alcohol era por el miedo a perder el control sobre mí mismo. Sabía que no me podía permitir el lujo de irme de la lengua o, peor aún, intentar algo con algún chico. Mi pequeño entorno de esa época me daba estabilidad, pero a cambio ofrecía pocos estímulos prometedores (con el tiempo he descubierto que estaba muy equivocado, pero eso es otra historia). Ni hubo héroes o heroínas en mi círculo social que dieran el paso que yo no me atreví a dar, ni nadie nunca se aproximó a mí con ninguna pretensión sexual ni nada por el estilo.
El tiempo pasaba y a tiro de piedra aparecía el final de esa etapa tan importante de la vida, llámalo adolescencia o llámalo bachillerato. Y cuando por fin acabé e hice el examen de acceso a la universidad, había conseguido superar esa dura prueba de supervivencia que había durado años. Pero a cambio, emocionalmente seguía casi en ese mismo punto que aquella noche de cuando tenía diez u once años en que había descubierto la masturbación: kilómetro cero.
Era experto en sobrevivir, pero me había perdido todas esas experiencias maravillosas de tontear, del primer amor, de compartir con tus amigos y amigas esa parte de ti. No sabes lo que es un beso o una caricia. Ni siquiera sabes cómo suena en tu voz decir palabras que todos los demás pronuncian con naturalidad: guapo, me gustas, te quiero, qué bueno está tal chico, cómo me pone no sé quién. Ni siquiera le has dicho nunca a otra persona lo que eres. La sexualidad para tus amigos consiste en enrollarse con alguien. Para ti es un tratado filosófico al que le llevas dando vueltas desde antes de que supieras lo que era la filosofía.
Con 18 años recién cumplidos tenía por delante la etapa de la universidad. Es un momento muy emocionante de la vida, lleno de sueños y en el que todo parece a tu alcance, todo parece posible en ese último verano antes de tu nueva vida. Pero tú tienes la misma pregunta que desde hace años: ¿qué vas a hacer con este mogollón?
Tus amigos han crecido, alguno es incluso gente madura y de mente abierta. El país ha cambiado y el vacío en este tema es un poco menos. Algunos partidos hablan abiertamente de derechos que te permitan vivir con normalidad lo que eres. E incluso con suerte has podido ver parejas de gente como tú en alguna visita a Madrid.
tienes vértigo, porque sabes que es cuestión de tiempo que tengas que dar el salto al vacío.
Y de repente tienes más miedo que nunca. Precisamente porque sabes que lo que hace no tanto era impensable es ahora posible. Que, de hecho, es lo único razonable. Que es lo que debes hacer si quieres vivir, lo que se dice vivir de verdad. Por eso tienes vértigo, porque sabes que es cuestión de tiempo que tengas que dar el salto al vacío.
Descubres que en esto no hay fuerza de la gravedad que valga, que tienes que dar los pasos porque nadie los va a dar por ti. Que simplemente por ir a la universidad las cosas no cambian si tú no das los pasos. Que en esa primera escapada fugaz que haces a Chueca descubres que nada va a pasar si tú no das el paso. Es aterrador, porque de repente descubres que eres libre. Y que ser libre consiste en tomar decisiones y dar pasos.
En esa ansiedad estuve meses. Y un buen día de mayo de 1997, cuando estaba acabando mi primer curso en la universidad, todo lo que había vivido desde que tenía diez u once años saltó por los aires. No sé qué lo provocó, pero la presión que sentía por dentro debía ser enorme para imponerse al miedo.
Era el último fin de semana antes de los exámenes finales. Era viernes por la noche, estaba con mis amigos en algún bar de Alcalá y vi que ya no podía aguantar seguir viviendo así. Me acuerdo como si fuera ayer de pasar por la plaza de Cervantes, volviendo yo ya sólo de madrugada a casa y pensar “mañana es el día”.                                                
No dormí nada. Había quedado con el amigo que consideraba la persona más próxima a mí y que mejor me podría escuchar. Di muchas vueltas. Empezaba una frase y la dejaba a medias cambiando de tema, nervioso como nunca en mi vida. Recuerdo que caminábamos por un sendero junto al río y que era casi mediodía. Le mareé. Pero al final fui capaz y lo dije. Dije con 19 años lo que sabía sin duda alguna desde que era un niño, mucho, mucho tiempo atrás: soy gay; No sé cómo voy a hacerlo, pero quiero vivirlo y ser feliz. Y necesito que los demás me ayudéis.
Ojalá haya un día en que nadie tenga que pasar por algo así de artificial en que se agolpan miedo, nervios y emociones contenidas durante años. Pero para los que hemos tenido que hacerlo, sabemos que es uno de los momentos que marcan tu vida y que guardas para siempre, como otros guardan su boda. Es muy emocionante, con lo bueno y malo que supone. Rompes desde dentro esa coraza sólida y confortable que te ha protegido durante años. El sol llega a tu piel, pero te sientes tan vulnerable y desvalido como un pollito.

Ese día puse fin a años de disimulo y tramas y metí el acelerador. En unos meses mi vida cambió y de repente disfruté de la sinceridad que llevaba años negándome. Decidí aprovechar al máximo el tiempo perdido y compartir mi sexualidad, mis emociones, mis deseos. Y luchar como había luchado por tantas causas, pero esta vez por la más mía de todas.
No fueron meses fáciles; para ti no es fácil saber qué hacer y cómo hacerlo. Y para quienes te rodean no es fácil saber cómo ayudarte. No es fácil vivir sin el caparazón que te ha protegido tanto tiempo. Y porque la sexualidad humana nunca es fácil, sea cual sea, y menos si encima casi no tienes experiencia. Te ves con 20 años pasando por lo que el resto de la gente pasó con 15.
Echando la vista atrás te sorprendes por lo mal equipado que estabas para pasar por todo aquello. Es difícil pensar que todo ese miedo y esa falta de experiencias no dejen secuelas. Yo tengo una familia que me quiere y que llegado el momento me ha apoyado en todo. Pero he visto a muchas personas que no han tenido tanta suerte y sufrieron mucho más que yo en todo este camino.

Hace unos días leí el texto de un chico sirio contando cómo vivió él todo el proceso que yo describo aquí. Tiene más o menos mi misma edad. A lo mejor otras personas ven todo lo que separa nuestras experiencias. Pero a mí lo que me queda de su historia es todo lo que nos une. Es maravilloso descubrir todo lo que se comparte cuando te has sentido tan solo.
¿Por qué cuento todo esto ahora? La mayoría de quienes hicieron el bachillerato conmigo son personas decentes que seguro que sienten aprecio por mí. Con muchos he compartido momentos con el paso de los años; con algunos incluso sigo compartiendo amistad. Ninguno sería capaz de hacerme sufrir o excluirme de su vida por lo que soy y siento. Incluso aquellos tres chicos que me martirizaron tantos días han sido con el tiempo muy cariñosos conmigo. Sé que me aprecian y admiran mi trabajo. Es increíble ahora pensar en ellos como fuente de la más horrorosa ansiedad de un pobre chico. Y sin embargo fue así.
Nada de todo aquello puede cambiar. Pero a mí me da mucho optimismo que quienes crecieron conmigo hayan acabado estando de mi lado. Ojalá se lo pudiera contar a aquel chiquillo de 10 años. No puedo. Pero también ahora hay chicos y chicas asustados con 10 años a los que se lo podemos decir: no tengas miedo. No hay nada malo en lo que sientes. Todo va a salir bien. Sé feliz.
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*El autor es Álvaro Zamarreño, periodista en Cadena SER Radio.

Movilizaciones estudiantiles y nuevos horizontes de transición ecosocial.



El pasado viernes, las movilizaciones con motivo de la Huelga Global por el Clima (el 15M Climático) desbordaron todas las expectativas. Algunos nos habíamos aventurado a imaginar la posibilidad de llevarnos una sorpresa. Pero lo que se vivió en más de 2.000 manifestaciones a lo largo de más de 120 países de todo el mundo, fue algo que nadie podía prever. No solo por los datos de participación: 10.000 personas en Madrid, 150.000 en Australia, 30.000 en Roma, 10.000 en Londres… sino, sobre todo, porque pocas son las ocasiones en las que es la juventud la que lidera un movimiento global guiado por la exigencia de políticas a la altura de la actual situación de emergencia climática. Un movimiento, por otro lado, que no ha hecho más que empezar: Fridays For Future planea continuar convocando acciones los viernes, Extinction Rebellion tiene programada una acción internacional para el 15 de abril, y para 2020 hay planeadas múltiples acciones por una escalada de acción a largo plazo por la justicia climática y el cambio del sistema.

Este movimiento, que algunos incluso comienzan a calificar como la última esperanza del planeta, está despertando tanto entusiasmo entre quienes aún creen que es posible hacer algo para evitar el colapso civilizatorio hacia el que nos dirigimos, como miedo entre aquellos que ven peligrar sus privilegios. Siguiendo la analogía con la que Jorge Riechmann ilustra el desafío que supone la actual crisis ecosocial, si la humanidad viaja a bordo del Titanic, una gran parte de los pasajeros aún no entiende por qué tendría que renunciar a disfrutar de la música de la orquesta, mientras que la otra parte es consciente del inminente choque y une fuerzas para activar los frenos de emergencia. Pero, ¿y la tripulación? Como explica Douglas Rushkoff, los más ricos vienen preparándose desde hace tiempo construyendo sus propios botes salvavidas para abandonar el barco. Decimos que no hay planeta B, pero… ¿y si lo hubiera pero no tuviésemos botes salvavidas para toda la humanidad?.



La rápida expansión del movimiento estudiantil por el clima es posiblemente la mejor noticia en un momento de la historia en el que lo que menos tenemos es tiempo: apenas una década para acometer los profundos cambios que nos permitan mantener la temperatura media global por debajo del 1,5ºC que la comunidad científica ha fijado como umbral. Por no hablar de la urgencia de detener la extinción masiva de especies: la tasa actual de extinción de especies es entre 1.000 y 10.000 veces superior a la natural, con 150 especies de animales que se extinguen al día, lo que nos está conduciendo a pasos agigantados hacia la sexta gran extinción masiva de especies en la historia de nuestro planeta.

Precisamente por eso, no es descabellado afirmar que en el devenir de este movimiento estudiantil en los próximos meses nos jugamos buena parte de nuestro futuro. Un movimiento joven y fresco que debemos cuidar entre todas, sobre todo frente a quienes intentarán desactivar la emergente voluntad de cambio. Ahora que los medios de comunicación han empezado a escucharnos (y a tratar de desprestigiarnos y dividirnos), ahora que los partidos políticos empiezan a escenificar su simpatía hacia las marchas por el clima, ahora que las empresas reforzarán sus campañas de 'greenwashing', ahora más que nunca debemos mantener la altura de miras que nuestros gobiernos no han sabido tener.

Pero, ¿cómo proyectar una hoja de ruta que nos permita estar a la altura de tan imponente responsabilidad? Ninguna brújula nos marcará el rumbo a seguir. Solo nuestra mejor intuición y nuestra humilde y sincera voluntad de conseguir un mundo más justo y sostenible pueden llevarnos a donde queremos ir. De la mano de esto, para que la lucha estudiantil por el clima vaya en aumento, esta tiene por delante el reto de desplegar una estrategia que logre interpelar y movilizar a cada vez más agentes sociales, políticos y económicos.
En primer lugar, necesitamos articular un movimiento capaz de volver a tomar las plazas, de autoorganizarse en los colegios, institutos, universidades, barrios, empresas… y de escapar tanto de las lógicas jerárquicas rígidas como de la “tiranía de la falta de estructuras” señalada por la feminista estadounidense Jo Freeman. Las alianzas juegan en este punto un papel fundamental. Es preciso converger con plataformas de docentes e investigadores; con grupos de investigación como EmerCiv, que viene desarrollando desde hace tiempo diagnósticos y propuestas en torno a la emergencia climática como las recomendaciones al hilo de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética; con espacios para el común, cuya defensa debe estar en el centro de nuestra agenda, como es el caso de la Ingobernable; y con el conjunto de movimientos críticos como son el feminismo, el antirracismo, el antiespecismo, la lucha por los derechos LGTBQ, por el derecho a la vivienda… Pues en esencia, como nos ha enseñado el enfoque interseccional, todos deben aspirar a ser una misma lucha: la lucha por la sostenibilidad de la vida, de una vida digna que valga la pena ser vivida.

Por otro lado, precisamos crear sinergias con los tejidos de las economías transformadoras: sectores cooperativistas, economía social y solidaria, economía de los cuidados, economía ecológica… Es este tejido el que está anticipando aquí y ahora el modelo de sociedad del futuro: iniciativas agroecológicas, de generación de energía renovable, de gestión sostenible de residuos, de cuidado de las personas, de finanzas éticas, etc. Estas iniciativas deben, por tanto, constituir un pilar fundamental del movimiento para avanzar hacia una economía post-crecimiento e impulsar la transición ecosocial que necesitamos.

Paralelamente, requerimos de una dinámica comunicativa orientada a marcar la agenda informativa y el marco interpretativo de la información. Necesitamos aprender a comunicar el colapso, convertirnos en noticia y generar presión en los medios de comunicación para que informen sobre la urgencia de la crisis ecosocial y las alternativas que podemos impulsar.

Por último, la dinámica institucional nos exige un esfuerzo por convertir lo ecológicamente necesario en políticamente posible (ver Emilio Santigo Muiño). Partiendo de que las políticas ambientales han sido hasta el momento insuficientes, cuando no inexistentes, debemos ser capaces de generar nuevas visiones y propuestas que vayan más allá del 'Green New Deal' que hoy por hoy constituye el planteamiento de la nueva izquierda. Este nuevo movimiento social por el clima debe aspirar a desbordar las agendas reformistas de las fuerzas políticas atrapadas en la lógica electoral y arrastrarlas hacia posiciones más transformadoras (recientemente he sintetizado una aproximación a una propuesta en mi trabajo sobre gobernanza ambiental). Volvemos en este punto a la necesidad de establecer alianzas con think thanks cuyas propuestas deben ser la base de nuestra reflexión política, como es el caso del Foro Transiciones, que en su último informe Ciudades en Movimiento ofrece un análisis de los avances y retrocesos de las políticas municipalistas ante las transiciones ecosociales. Pero nuestro papel, no podemos olvidar, debe ser el de pensar con las luces largas, desde nuestros propios retos generacionales, y aventurarnos a trazar nuevas rutas y alumbrar nuevos horizontes, con el anhelo de que algún día las movilizaciones por el clima desemboquen en un nuevo proceso constituyente en clave ecosocial.

Solo hay un motor que puede hacer que la lucha de la juventud por el clima lo cambie todo: el motor de la búsqueda genuina de una nueva utopía, la utopía de la revolución ecosocial que ponga la sostenibilidad de la vida en el centro. Pues ese es el único combustible realmente inagotable: el combustible de los sueños.

Selección OEPLI en España de Literatura Infantil y Juvenil 2018.


La OEPLI, sección en España del IBBY, 
acaba de publicar un catálogo con los 200 títulos más significativos de 2018, 
publicados originalmente en castellano y en las distintas lenguas cooficiales de España, 
y agrupados por cinco franjas de edad, desde prelectores hasta narrativa juvenil.




casi un mes del día del Libro Infantojuvenil.

Los doscientos libros que integran esta “lista de honor” han sido seleccionados por las cuatro secciones de la OEPLI, esto es, el Consejo General del Libro (castellano), ClijCat (catalán), Galtzagorri (euskera) y Gálix (gallego). Cada una de estas entidades ha designado a sus grupos de personas expertas en la LIJ, de reconocido prestigio en cada una de las lenguas. Los criterios para esta selección han sido de calidad y solvencia adecuada para cada uno de los tramos de edad en que habitualmente se clasifican las colecciones.Todos son títulos de autoría española, tanto en los textos como en las ilustraciones, aunque también se permite la entrada de autores/as extranjeros, habitualmente residentes que trabajan en España.

El objetivo, según afirma Xosé A. Perozo (presidente de la OEPLI), es “acercar a los ámbitos internacionales de la LIJ lo más significativo de la producción española de cada año. De este modo ponemos en manos de las agencias literarias, profesionales de la traducción y la edición una selección solvente que bien puede ser una primera garantía de éxito editorial en cualquier lengua”. De hecho, los comentarios a los 200 títulos que conforman este catálogo, así como los textos de presentación, se presentan en castellano e inglés.

Dispositivos instituyentes en infancias y derechos, Libro.

Lenta, M.M.; Pawlowicz, M.P.; 
Riveros, B.; Zaldúa,G..
Buenos Aires 2018.



Este libro, que aborda dispositivos instituyentes ante la vulnerabilidad de derechos de las infancias, completa la trilogía acerca de géneros y violencias y sobre salud mental que da cuenta de una producción crítica e implicada del colectivo de investigación de UBACYT “Exigibilidad del derecho a la salud y dispositivos instituyentes en la zona sur de la CABA”, dirigido por Graciela Zaldúa.

Los diferentes apartados exponen un entramado epistémico, metodológico y práxico del campo de problemas de la niñez y la adolescencia en dimensiones sociohistóricas, asumiendo un posicionamiento ético-político en tiempos de injusticias y exclusiones producto de la globalización capitalista neoliberal.

El tiempo de urgencia de la infancia en situación de vulnerabilidad es un desafío a la adversidad catastrófica, y este colectivo de la universidad pública no está ajeno a la potencia de otros porvenires posibles.

Acceso al libro a través de la Editorial Teseo:

Índice
        Presentación
        1. Pensando infancias y adolescencias desde un enfoque crítico
        2. Niños, niñas y adolescentes
        3. Nudos críticos ante la precarización de las políticas de infancias y desafíos de los dispositivos
        4. Registros de experiencias innovadoras

        Bibliografía


Carta a quienes la puedan leer.

Salís a la calle a reclamar lo que es de sentido común, 
lo que es vuestro derecho.

Carta de Antonio Turiel,


.- Y yo, y tantos otros como yo, miramos atrás al camino, y nos inunda el temor de que, una vez más, con los argumentos de siempre, se pueda desarticular vuestro movimiento, tan necesario como lo fueron todos los anteriores.
En toda esta historia, hay una clave a la vista y otra que se intenta ocultar. 
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La clave a la vista es que los anhelos de cambio y de reforma son siempre ahogados por la irrupción de una grave crisis económica, que obliga al mal llamado "pragmatismo" de aceptar auténticas barbaridades para poder salir adelante, para evitar caer en la miseria.

. La clave que se intenta ocultar, o como mínimo maquillar, es que detrás de estas crisis hay siempre el mismo problema: el petróleo....


.-No os dejéis engañar con los parches que se cacarean desde los medios. Demonizar el coche de diésel solo sirve para ganar unos pocos años, sin resolver el problema real. El modelo de paso al coche eléctrico puede estar pensando para favorecer a los ricos y empobrecer aún más a los pobres. Y algo parecido pasa con determinados modelos de explotación de energías renovables. No hay una evolución simple desde donde estamos hacia donde deberíamos estar. Ir añadiendo sistemas renovables, con la idea de que algo vamos avanzando, no es necesariamente avanzar en la buena dirección. Hay que estudiar bien el problema y hacer propuestas meditadas, pues el problema es complejo. Quien os proponga soluciones simples, tenedlo por seguro, os está intentando engañar. Porque ése es nuestro gran temor: que os intentarán engañar. Os intentarán manipular. Intentarán que defendáis modelos simples que parecen funcionar (que os han hecho creer que funcionan) pero que en realidad perjudican a los más y benefician a los menos. 

Y si descubrís la trampa y reaccionáis ante eso, si sois capaces de proponer soluciones que vayan a la verdadera raíz de los problemas, os atacarán con furia. Es lo mismo que pasó en 1968. Es lo mismo que pasó en 1997. Pero vosotros no sois los mismos que entonces fallamos. Confiamos en vosotros....





Queridos hijos míos:

Os digo "hijos" porque por mi edad bien podríais serlo, aunque mis hijos biológicos sean más jóvenes (tardé en formar una familia, como suele pasarle a tantas personas que se dedican a la ciencia). Sois la gente joven, los que tenéis veintipocos años o menos, que ahora estáis saliendo a manifestaros a exigir que se adopten soluciones a la crisis climática que vosotros no comenzasteis pero que sin duda vais a sufrir con toda su intensidad. Sois los hombres y las mujeres, los chicos y las chicas, que cada viernes os declaráis en huelga en vuestros estudios y salís a la calle a reclamar lo que es de sentido común, lo que es vuestro derecho.

Para los que somos más viejos, de generaciones anteriores a la vuestra, sois nuestra última esperanza de construir un mundo mejor y más justo. Pero como somos más viejos y hemos visto pasar ya muchas cosas, no podemos evitar sentir temor. Por vosotros y por nosotros.

No quisiera ponerme demasiado paternalista y presuntuoso, diciéndoos que solo veis una parte del problema; que el cambio climático, siendo como es grave, no es más que uno de los múltiples problemas ambientales que tenemos; que los problemas ambientales, siendo como son gravísimos, no son más que una parte de los problemas de sostenibilidad a los que se enfrenta la Humanidad. No creo que sea necesario: lo que no conozcáis, ya lo conoceréis; y trataros con la arrogante suficiencia de la gente más experimentada no es la mejor manera de apoyaros, cuando lo que todos deseamos es que triunféis donde nosotros fracasamos.

Sin embargo, os ruego que entendáis nuestros miedos, nuestros temores, igual que el padre teme que el hijo cometa los mismos errores que cometió él.

Cuando yo nací, el Mayo del 68 estaba en sus postrimerías. En los años 60 del siglo pasado, la creciente concienciación estudiantil explotó en un movimiento que fue casi una revuelta, en contra del orden establecido. En contra de los abusos de poder, de los privilegios de clase, de las guerras encubiertas por intereses inconfesables. Este movimiento sacudió en mayor o menor medida todo el mundo occidental, pero fue especialmente intenso en Francia. "Seamos realistas: pidamos lo imposible", decían. Los jóvenes de entonces querían cambiar el mundo, porque se daban cuenta de que el mundo se dirigía hacia un lugar al que no querían ir.

El movimiento se mantuvo con cierta fuerza unos pocos años, mientras los poderes políticos alternaban la represión con la incorporación de algunas reformas - mínimas - buscando hacerse más aceptables. Pero en 1973 comenzó una grave crisis económica, y las ilusiones juveniles tuvieron que ser aparcadas. El idealismo está bien, vendrían a decir, pero ahora tenemos que estar por las cosas serias. Con la actividad económica cayendo en picado y un paro rampante las sociedades occidentales tenían otras necesidades más graves a las que atender. Y con las dificultades que experimentaba el ciudadano de a pie nadie osó continuar cuestionando al poder. Eso tendría que quedar para mejor ocasión. Y así se silenció el grito de una generación. Los años 70 y principios de los 80 fueron años de mucho retroceso en lo social, del "No hay alternativa" a las medidas neoliberales. El sueño del 68 murió.

Años más tarde, cuando yo era un poco más mayor de lo que vosotros sois ahora, hubo un nuevo movimiento, de nuevo fundamentalmente estudiantil, de reacción contra el estado de cosas el mundo. Es el surgimiento de los movimientos antiglobalización de finales del siglo pasado. En aquella época era ya evidente que la globalización de la economía, vendida por los medios de comunicación como el mayor bien deseable, estaba exacerbando las injusticias y la destrucción de la Naturaleza. "Otro mundo es posible", decían los manifestantes. En esa ocasión no hubo negociación, solo represión. Pero aquellos jóvenes de entonces no se arredraron y siguieron manifestándose. Hasta que estalló la burbuja especulativa asociada a las nuevas tecnologías, entonces en plena expansión, lo que se llamó la "burbuja punto com", y empezó una nueva crisis económica. De nuevo, no era momento para perder el tiempo con idealismos. Acto seguido se cometieron los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York y con una nueva legislación antiterrorista global las manifestaciones al estilo de los años precedentes se volvieron imposibles. Una vez más, el sueño de una generación de construir un mundo mejor fue enterrado por el pragmatismo de la crisis económica, con el añadido una vez más de un fuerte retroceso de las libertades individuales en aras de la lucha contra el terrorismo.

Desde entonces, ha habido algunos intentos esporádicos de recuperar el espíritu altermundista, como fueron el 15M en España o Occupy Wall Street en EE.UU. A diferencia de los casos anteriores, estos movimientos de protesta no se acabaron por una crisis económica sino que comenzaron precisamente a raíz de una de ellas, la Gran Recesión de 2008. Y más que como búsqueda de una justicia global para todo  el planeta, surgen como una reacción más local y más egoísta, simplemente denunciando el empobrecimiento de las clases medias. Por eso mismo, en este caso no servían las llamadas al pragmatismo con las que se desactivaron los movimientos de finales de los 60 y 90 del siglo pasado; y solo se ha podido desactivar estos movimientos con la (pequeña) mejora económica de los últimos años.

Y así llegamos aquí. Y así llegamos a vosotros.

Vosotros, que estás viendo que el clima del planeta está cada vez más desestabilizado, mientras que los poderes públicos hablan mucho y pretenden hacer creer que están haciendo algo cuando en realidad no hacen nada. Y una vez más surge un movimiento de reacción, de protesta, que busca cambiar las cosas, que de una vez se haga lo que es debido.

Y yo, y tantos otros como yo, miramos atrás al camino, y nos inunda el temor de que, una vez más, con los argumentos de siempre, se pueda desarticular vuestro movimiento, tan necesario como lo fueron todos los anteriores.

En toda esta historia que os acabo de explicar, hay una clave a la vista y otra que se intenta ocultar. 

La clave a la vista es que los anhelos de cambio y de reforma son siempre ahogados por la irrupción de una grave crisis económica, que obliga al mal llamado "pragmatismo" de aceptar auténticas barbaridades para poder salir adelante, para evitar caer en la miseria.

La clave que se intenta ocultar, o como mínimo maquillar, es que detrás de estas crisis hay siempre el mismo problema: el petróleo.

El petróleo es un recurso finito y del cual depende críticamente nuestra economía, pero, contrariamente a lo que se suele hacer pensar, los problemas con el petróleo no comienzan el día en que se agota por completo. Y es que el petróleo no se produce siempre a la misma velocidad. A medida que vamos extrayendo más y más, lo que queda es más residual y es más difícil de extraer. Por eso, en cualquier país hay un momento en el que se llega al máximo de extracción, o peak oil, y a partir de ese momento la producción de petróleo empieza a caer. Lo cual es un problema grave para ese país, porque tiene que aprender a pasar con cada vez menos petróleo: sus ingresos disminuyen, sus finanzas se resienten y eventualmente entra en crisis.

En 1972 los EE.UU. llegaron a su peak oil. Un año más tarde se desencadenó una crisis global.

En 2001, varios productores importantes llegaron a su peak oil. La producción de petróleo del mundo, que había crecido con fuerza desde 1980, empezó a frenarse, y se produjo una crisis global.

A finales de 2005 o principios de 2006, la producción mundial de petróleo crudo convencional llegó a su máximo. Dos años más tarde, comenzó la mayor crisis económica en décadas. 

Análisis más detallados, como los que ha hecho el profesor James Hamilton de la Universidad de California San Diego, muestran que el petróleo ha estado siempre detrás de las grandes crisis económicas de los últimos cincuenta años.

La última de estas crisis, La Gran Recesión, fue tan profunda que hizo tambalearse el actual sistema económico, hasta el punto de que el propio presidente francés de entonces, Nicolas Sarkozy, llegó a plantear la necesidad de refundar el capitalismo. El caso es que, tras la caída de consumo de petróleo que supuso el inicio de La Gran Recesión, hacia 2011 el consumo se estaba recuperando... pero la producción no. Así que en EE.UU. se sacaron de la manga el petróleo de fracking: un petróleo de baja calidad, demasiado ligero y tan caro de explotar que las empresas que se dedican a ello han perdido dinero desde el principio, apalancándose en cantidades monstruosas de crédito. Un esquema tan absurdo que amenaza con derrumbarse en cualquier momento.

Para acabarlo de agravar, el petróleo crudo convencional sigue bajando su producción poco a poco, y los hidrocarburos líquidos no convencionales que se han añadido para compensarlo son de tan baja calidad que en su conjunto no son buenos para destilar diésel... y eso está haciendo que la producción de diésel haya comenzado a caer

El diésel es la sangre del sistema, lo que mueve todo el transporte de mercancías. Si la producción de diésel disminuye, el sistema amenaza con derrumbarse. Y esto no es un detalle menor. No es algo que se pueda resolver de manera sencilla.

Con energías renovables, pensaréis quizá, como se dice y se repite en los medios de comunicación. Pues quizá sí o quizá no. Las energías renovables tienen muchas limitaciones, y no bastan para substituir de manera sencilla a los combustibles fósiles. No es evidente que podamos producir la misma cantidad de energía con fuentes renovables como lo hacemos ahora con no renovables, y en todo caso hacer la transición requeriría comenzar desde ya un esfuerzo semejante al de una guerra y durante al menos 30 años.

Por tanto, se tienen que hacer cambios mucho más profundos que lo que se habla. No tenemos alternativas sencillas por delante. No se puede mantener un sistema económico y social como el actual basándose en renovables y coches eléctricos. De hecho, no se puede generalizar el modelo del coche eléctrico. Nada es tan sencillo como se cuenta, y los cambios deberían ser muy profundos, no meramente cosméticos.

Ése es el reto que tenemos por delante. Ése es el reto que tenéis por delante. Y éstas son las dificultades.

Estamos a punto de entrar en otra grave recesión económica, en la que el petróleo y el diésel van a desempeñar un papel central. No podéis dejar que os desactiven con el argumento habitual, el del pragmatismo, ése que dice: "primero resolveremos la crisis económica, después ya vendrá lo demás", porque la crisis económica a partir de ahora será la situación habitual: el capitalismo se dirige a su fase final, porque los recursos empiezan a fallar y no le permiten seguir creciendo. Así que la crisis económica será en breve algo recurrente, continuo, instalado. Pero la crisis ambiental tampoco va a parar, aún menos la de los recursos, ni todas las otras crisis de sostenibilidad. No podemos esperar más, no valen excusas. Y si el sistema no funciona, tendremos que cambiar el sistema.

No os dejéis engañar con los parches que se cacarean desde los medios. Demonizar el coche de diésel solo sirve para ganar unos pocos años, sin resolver el problema real. El modelo de paso al coche eléctrico puede estar pensando para favorecer a los ricos y empobrecer aún más a los pobres. Y algo parecido pasa con determinados modelos de explotación de energías renovables. No hay una evolución simple desde donde estamos hacia donde deberíamos estar. Ir añadiendo sistemas renovables, con la idea de que algo vamos avanzando, no es necesariamente avanzar en la buena dirección. Hay que estudiar bien el problema y hacer propuestas meditadas, pues el problema es complejo. Quien os proponga soluciones simples, tenedlo por seguro, os está intentando engañar. Porque ése es nuestro gran temor: que os intentarán engañar. Os intentarán manipular. Intentarán que defendáis modelos simples que parecen funcionar (que os han hecho creer que funcionan) pero que en realidad perjudican a los más y benefician a los menos. 

Y si descubrís la trampa y reaccionáis ante eso, si sois capaces de proponer soluciones que vayan a la verdadera raíz de los problemas, os atacarán con furia. Es lo mismo que pasó en 1968. Es lo mismo que pasó en 1997. Pero vosotros no sois los mismos que entonces fallamos. Confiamos en vosotros.

Os deseo mucha suerte y mucho coraje.

Mis afectuosos respetos.

Antonio Turiel.
Licenciado en CC. Físicas por la UAM (1993).
Licenciado en CC. Matemáticas por la UAM (1994).
Doctor en Física Teórica por la UAM (1998).
Científico titular en el Institut de Ciències del Mar del CSIC.

La vida y trayectoria de los NNA que cruzan solos las fronteras Sur.

España responde a la acogida de los niños migrantes 
que están solos con un enfoque de protección de la infancia. 

El caso español podría considerarse una buena práctica. 

Sin embargo...




«Si lo comparamos con otros países, España responde a la acogida de los niños migrantes que están solos con un enfoque de protección de la infancia. En este sentido, el caso español podría considerarse una buena práctica. Sin embargo, al observar la realidad de primera mano, comprobamos que hay múltiples problemas, contradicciones y carencias, en ocasiones muy relevantes, que conducen a la desprotección de los derechos de muchos de estos niños y niñas». Así presenta Gustavo Suárez Pertierra, presidente de Unicef Comité Español, el nuevo informe Los derechos de niños y niñas migrantes no acompañados en la frontera sur española.

El documento recoge los principales retos, lagunas, brechas y necesidades del sistema de protección español a través de las voces de policías, entidades autonómicas de tutela, autoridades estatales en los ámbitos de infancia y migración, personal de los centros de internamiento, fiscales, jueces, Defensorías del Pueblo, ONG y agencias de Naciones Unidas. Además, propone la creación de un plan de protección nacional para la integración de niños y niñas migrantes pactado entre todos los partidos políticos y con proyección a largo plazo.
El informe es el resultado de una investigación exhaustiva llevada a cabo en Ceuta, Melilla y Andalucía, y responde al reciente incremento de menores no acompañados que llegan a nuestras fronteras. Tan solo en 2018, 6.063 niños y niñas llegaron solos a España, lo que supone un aumento de alrededor del 150% respecto a 2017. Además, según datos del Ministerio del Interior, se ha duplicado —hasta los 13.012 a finales del año pasado— el número de niños inscritos en el Registro de Menores Extranjeros No Acompañados. Sin embargo, son muchos los niños y niñas que se quedan fuera de las cifras oficiales.
Unicef reconoce que actualmente existe una voluntad política para cambiar el sistema de protección de los menores no acompañados, aunque teme que un posible cambio de Gobierno a nivel local, autonómico, nacional y europeo paralice los procesos de diálogos que ya están abiertos en esta materia. Eso sí, el Comité de los Derechos del Niño —en sus recomendaciones a España— califica de urgente la necesidad de dar una solución a los menores migrantes no acompañados que llegan a nuestro país y, para ello, la ONG considera que se debe adoptar lo antes posible un Plan Nacional de Acción dotado de presupuesto tanto a nivel autonómico como estatal para que la situación no vaya a peor.

Un año viajando solo, video.


El plan propuesto debe garantizar la «protección efectiva e integral» de los niños y niñas migrantes que lleguen a España solos y su integración social, laboral y de transición a la vida adulta. Es imprescindible poner en marcha planes contra el racismo y la xenofobia en todos los niveles y garantizar la educación de todos los menores. Además, se debe asegurar un mecanismo nacional de derivación con el que se de una respuesta coordinada entre comunidades autónomas; un plan de contingencia que se aplicase en el caso de que la llegada de niños y niñas migrantes comenzase a desbordar el sistema; y unos estándares mínimos comunes en los centros de todo el territorio y unas pautas comunes para realizar labores de rescate, recepción, derivación, tutela y tramitación de documentación. Desde Unicef se anima a que, desde los distintos Gobiernos, se promueva el acogimiento en familias.

Por último, insta a las autoridades a crear un procedimiento común para determinar la edad de los menores, siempre acorde a las recomendaciones del Comité de Derechos del Niño. Actualmente, se determina la edad de los niños y niñas que llegan a nuestras fronteras con pruebas oseométricas, que se realizan sin garantías jurídicas básicas y cuyo margen de error es muy amplio. Además, añade la necesidad de fortalecer los mecanismos de supervisión, especialmente las fiscalías, y todos los procedimientos de rendición de cuentas.
Desde Unicef se anima a que los distintos Gobiernos promuevan el acogimiento en familias
En su informe, Unicef denuncia que en la actualidad los profesionales que se encargan de velar por la integridad de estos menores trabajan con recursos muy limitados, lo que provoca frustraciones constantes tanto en los responsables como en los niños y niñas. Javier Martos, director ejecutivo de la ONG en España, alerta de que muchos de los menores entrevistados han llegado a ver su salud mental afectada por la situación en la que se encuentran. Por ello, muchos abandonan los centros a diario, ya sea solos o «de la mano de mafias traficantes». ¿El motivo? Según los propios afectados, «lo hacen porque nadie les dice si van a conseguir los papeles antes de cumplir 18 años, porque no aguantan seguir viviendo hacinados, porque tienen familiares en otros lugares o quieren ir a la península y no pueden, o porque se pasan los días sin hacer nada, sin estudiar». En el caso de las niñas, la situación es mucho peor: Martos asegura que «hay víctimas de trata que salen de los centros sin haber sido identificadas como víctimas».

En los centros de menores se produce una situación paradójica: «Los niños o niñas que entran en el sistema de protección, en lugar de encontrarse en un entorno protector, un hogar, donde se garantizan sus derechos, comienzan una etapa donde terminan siendo cada vez más vulnerables. Una cadena de retrasos, falta de recursos, procedimientos inadecuados, decisiones descoordinadas y escasa supervisión, terminan perjudicando sus oportunidades y condiciones de vida en el futuro». Estos problemas no son aislados, sino que se producen una y otra vez tanto en instituciones autonómicas como estatales. Por ello, desde UNICEF reclaman una solución efectiva urgente.

La huelga escolar por el clima es exactamente el tipo de acción de base que el mundo necesita.


Debería caérsenos la cara de vergüenza por permitir 
que jóvenes y niños y niñas tengan que dejar de ir a clase 
para asumir la abrumadora carga mental de luchar 
contra esta amenaza para la supervivencia humana. 

Por Kumi Naidoo (@kuminaidoo), 
secretario general de Amnistía.



En 1980, cuando tenía 15 años, dirigí una protesta estudiantil debido a la cual me expulsaron. Iba al centro de Durban todos los días y veía que los colegios para los niños y niñas blancos eran muy distintos del mío. Aunque las personas adultas nos decían que no podíamos hacer nada, una vez que habíamos visto esa injusticia, no quedaba otra alternativa. Mis amistades y yo decidimos tomar postura en contra de la desigualdad flagrante de Sudáfrica.
Quienes han vivido con el apartheid saben perfectamente lo que significa vivir en una situación que representa por naturaleza una amenaza a tu existencia. Pero en vez de dejarnos dominar por el miedo y asumir que el asunto nos superaba, no tuvimos más remedio que confiar en el poder de nuestras acciones individuales. Son muchas las cosas que puede aprender de esto el movimiento contra el cambio climático.

La verdad es que me quedé desolado cuando me expulsaron del colegio. Pero no por ello dejé de pedir cambios. Sabía que no estaba solo.

Todos los colegios de Sudáfrica se convirtieron en poderosos focos de lucha tras la brutalidad policial extrema con que había sido reprimida una protesta estudiantil en Soweto de 1976. Gran número de jóvenes, que llevaban toda la vida oyendo que no eran iguales y no tenían poder, organizaron en sus colegios importantes protestas y boicots, que llamaron la atención dentro y fuera del país.

Cientos de escolares participan en una protesta climática en Hong Kong,
viernes 15 de marzo de 2019. © AP/Kin Cheung

A lo largo de la historia, nuestras sociedades han contraído una deuda con jóvenes que han comprendido que a veces hay que saltarse las normas para dar cabida al cambio.

De hecho, fue la estrategia de desobediencia civil, dirigida por jóvenes, lo que condujo a Sudáfrica a poner fin al apartheid.  La “Campaña de Desafío” de 1952 es la máxima representación de ello:  dirigidos por gente como un joven Nelson Mandela, 8.000 sudafricanos y sudafricanas negros infringieron deliberadamente leyes discriminatorias para incitar a ser detenidos.  El objetivo era llenar las cárceles hasta hacerlas rebosar. Aunque, al final, las autoridades la sofocaron, la campaña dio visibilidad a ese importante movimiento por la justicia y atrajo apoyo masivo.

Creo que, como hicieron esos y esas jóvenes líderes de Sudáfrica hace decenios, la gente joven que va hoy a la huelga para que se tomen medidas con respecto al clima está construyendo exactamente el tipo de movimiento multitudinario que hace falta para presionar a los dirigentes a fin de que hagan algo.

Ha habido múltiples intentos erróneos de políticos de subestimar, menospreciar o desacreditar a los adolescentes y las adolescentes que dirigen estas huelgas. Pero, pesar a todos sus intentos de desviar la atención, es evidente que nuestros dirigentes no están deteniendo el cambio climático. De hecho, continúan propagando mentiras, financiando el sector de los combustibles fósiles y afirmando erróneamente que resultará demasiado caro tomar medidas.

Mientras tanto, hemos entrado de lleno en la crisis climática y dejado atrás un medio ambiente estable, que permitía a la humanidad prosperar. El calentamiento que estamos viendo hoy día, en el que los incendios descontrolados, las olas de calor, las inundaciones, las sequías y las tormentas son cada vez peores, es sólo el principio. Si nos quedamos paralizados por el miedo al pensar en ello, es fácil imaginar cómo se sentirá un niño o una niña.

Sin embargo, a lo largo de la historia, la gente joven nos ha demostrado que es posible superar nuestros miedos saliendo en defensa de nuestros derechos. En agosto de 2018, el fuego devastó bosques árticos en Suecia, y Greta Thunberg decidió iniciar su huelga frente al Parlamento sueco.

Estudiantes de diferentes instituciones sostienen pancartas mientras participan
en la huelga estudiantil por el clima, viernes 15 de marzo de 2019. © AP/Altaf Qadri

Este viernes, mientras escribo estas líneas, las huelgas estudiantiles por el clima han aumentado hasta el punto de que se espera que se celebren más 1.300 en casi 100 países de todo el mundo.

Debería caérsenos la cara de vergüenza por permitir que jóvenes y niños y niñas tengan que dejar de ir a clase para asumir la abrumadora carga mental de luchar contra esta amenaza para la supervivencia humana.

Pero no tenemos tiempo para ello. Nos quedan ya 11 años para reducir a la mitad nuestras emisiones de gases de efecto invernadero a fin de que en 2030 hayan vuelto al nivel de 2010 y esforzarnos por conseguir un nivel cero neto de emisiones antes de 2050 para que tengamos una oportunidad de sobrevivir. Este dato no quiere decir que puedan aplazarse las soluciones, sino que hay que ponerlas ya.

Si nuestros dirigentes y, de hecho, otras personas adultas siguen todavía sin tener ni idea de qué hacer, lo único que puedo decirles es que hagan como los niños y niñas.