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Salud de la Infancia Confinada.

Estudio sobre confinamiento y salud en población infantil.

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OPIK,
Grupo de Investigación en 
Determinantes Sociales de la Salud 
y Cambio Demográfico.

La situación de alerta sanitaria por la pandemia del COVID-19, ha obligado al confinamiento de la población con el fin de limitar al máximo la movilidad de las personas. Se trata de una medida que en muchos países como el nuestro resulta muy excepcional, desconociendo los efectos que puede tener en la salud y el bienestar de la población. Sin embargo, sí conocemos la importancia de las condiciones materiales y de vida en la salud: aspectos como las características de nuestras viviendas, el nivel de ingresos o las expectativas de empleo repercuten de forma muy importante en el bienestar. Además, los niveles de salud y los principales condicionantes de la salud empeoran a medida que el nivel socioeconómico de las personas desciende. Las desigualdades sociales en salud son un claro reflejo de la desigualdad social y material de nuestras sociedades.

A partir de aquí, desde el Grupo de Investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico - OPIK (UPV/EHU), con la colaboración de Bidegintza - Cooperativa para la promoción humana y el desarrollo comunitario y el Centre d'investigació en Salut Laboral, CiSAL (UPF), hemos diseñado un (Abre una nueva ventana)estudio (pdf ,153,69 Kb) con el objetivo de conocer cómo el confinamiento puede estar afectando a la salud y el bienestar de nuestros niños y niñas y al de padres y madres y cómo las condiciones de vida de las familias pueden determinar cómo lo estamos viviendo.















Ocho falsas creencias sobre los niños y el confinamiento

Nuestra intención no es cuestionar las leyes y recomendaciones 
establecidas por las autoridades hasta el momento, 
sino invitar a la calma, a la reflexión y al intercambio de conocimientos.



Un niño mira por la ventana de su cuarto la calle.
Un niño mira por la ventana de su cuarto la calle. Unsplash
Últimamente, en los medios de comunicación, las redes sociales, los grupos de WhatsApp o Telegram y, en general, las conversaciones públicas y privadas, circula toda una serie de dudas, opiniones, prejuicios, bulos y creencias erróneas sobre infancia y coronavirus, muchas de las cuales parecen fruto del miedo que se ha instalado en nuestra sociedad. 
Como profesionales de la infancia, a la que estas ideas falsas afectan de diversas formas, nos vemos en la responsabilidad de desmentir y aclarar algunos de los temas más recurrentes que hemos podido detectar a lo largo de estas semanas de confinamiento.
No cabe duda que, frente a una crisis como esta, inédita en nuestra historia reciente, y de la que todas estamos aprendiendo, cualquier medida, por sabia que sea, tiene sus inconvenientes. 
Pensamos que es necesario reconocer y valorar todos los posibles efectos de la situación en la que nos encontramos, para tratar de evitar los negativos o para acompañarlos y así mitigar su impacto. Queremos dejar claro que nuestra intención no es cuestionar las leyes y recomendaciones establecidas por las autoridades hasta el momento, sino invitar a la calma, a la reflexión y al intercambio de conocimientos para, si es posible, introducir mejoras en las prácticas individuales y colectivas.

Abordamos ahora, de modo conciso, cada uno de los mitos relacionados con la infancia y el confinamiento.

Revista GSIA, mes de Marzo 2020.

Hablando de Infancia y Adolescencia.



La Asociación GSIA edita esta publicación periódica  y  digital,
que analiza la actualidad recogida por los medios 
en relación a la infancia y la adolescencia, 
aportando nuestro propio enfoque 
con distintos secciones, artículos y columnas de opinión.


Revista del Mes de MARZO 2020.


Vivimos en una sociedad de la incertidumbre 
y la inestabilidad. 

El riesgo en la sociedad global y tecnológica democratiza el riesgo. La sensación de vulnerabilidad se hace presente en momentos de agravamiento y con  efectos determinantes sobre la salud, el trabajo o las condiciones de vida. Las fronteras internacionales se disipan con  los medios de comunicación y de transporte, y los acontecimientos locales no quedan en los límites de lo local, y se propagan.
Todo  puede ser  próximo y todas las personas de cualquier edad podemos padecer o sufrir los efectos de los acontecimientos.
La democratización del riesgo nos iguala. Y en esta igualación los niños y las niñas no pueden ser agentes pasivos sino  colaboradores. Pueden colaborar, ayudar y acompañar durante los tiempos de crisis.  El tiempo actual de infección por  el coronavirus es el momento para todas las personas. 
No podemos excluir a los niños y las niñas. Siempre han estado aportando y ayudando, pero han quedado ocultos. Las niñas y los niños han ayudado a sus  padres, a sus  abuelos, a sus  vecinos y vecinas. Han asumido responsabilidades en situaciones difíciles dando la respuesta necesaria. Y las seguirán asumiendo. Los retos sociales nos afectan a todas y a todos. Valoremos la compañía de los niños ahora que nos sentimos afectados por  la vulnerabilidad.

Es lo que tiene la sociedad que se democratiza con  el riesgo, que recordamos conversando entre todos y todas que somos vulnerables. Esta conversación se debe compartir entre todas las personas de todas las edades.
Equipo GSIA .  

Acceso números anteriores de la Revista "Hablando de Infancia y Adolescencia".

También en la web puedes encontrar Documentación relativa a la infancia y la adolescenciaartículos, documentación, investigaciones, estudios,  legislación, etc.

El número de jóvenes que ni estudia ni trabaja sigue creciendo sin parar.

 Los jóvenes afrontan un futuro incierto en el mercado laboral debido a la automatización, al enfoque limitado de buena parte de la formación profesional y a la falta de empleos acordes con sus calificaciones. De hecho, cada vez trabajan menos jóvenes.      
Lin Qi

Una mujer recibe capacitación
en un taller de ingeniería en Kenya
La cantidad de jóvenes que ni estudia, ni trabaja ni recibe ningún tipo de educación, no solo no disminuye, sino que sigue aumentando y puede crecer aún más a corto término, según destaca un nuevo informe de la Organización Internacional del Trabajo. Las mujeres tienen más del doble de probabilidades de verse afectadas por esta tendencia.
El estudio Tendencias mundiales del empleo juvenil 2020: La tecnología y el futuro de los empleos  indica que, desde su anterior edición el año 2017, la franja poblacional de 15 a 24 años que cumple con esos requisitos pasó de 259 millones de jóvenes en 2016 a los 267 millones en 2019, dos terceras partes de ellos mujeres, y prevé que crecerá hasta los 273 millones en 2021. 

Video OIT

A escala mundial, las mujeres jóvenes tienen dos veces más probabilidades que los hombres jóvenes de ser ninis. La brecha de género es aún mayor en regiones como Asia Meridional y los Estados Árabes, donde las normas sociales y culturales impiden a las mujeres cursar estudios o trabajar fuera de su hogar. La tasa de jóvenes ninis no ha disminuido de una manera significativa en ninguna región desde 2005”.
Estas cifras alejan la consecución de la meta 8.6 establecida por la comunidad internacional en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de disminuir las tasas de jóvenes sin un trabajo y una educación adecuada para el año 2020.

La automatización afecta más a la formación profesional

El informe señala que la pérdida de empleos debido a la automatización expone más a los jóvenes empleados que a los de mayor edad y que los “más vulnerables son quienes cuentan con formación profesional”.
“Ello pone de manifiesto que la calificación adquirida mediante formación profesional para lograr un empleo específico tiende a quedar obsoleta más rápidamente (…) que la adquirida en programas de enseñanza general”, señala el informe.
Por ese motivo, la Organización urge “a revisar y modernizar los programas de formación profesional” de acuerdo con la evolución de las disposiciones de la economía digital.
El director del Departamento de Política de Empleo de la Organización Internacional del Trabajo, Sangheon Lee, explicó que la separación de los estudios o del mundo laboral de tantos jóvenes perjudica su futuro a largo plazo y puede llegar a minar el desarrollo socioeconómico de su país.
“Ahora bien, las causas por las que esos jóvenes llegan a ser nini son sumamente variadas. El reto consistirá en armonizar el planteamiento flexible necesario para ofrecer a dichos jóvenes políticas y medidas adecuadas para que la situación cambie. Una solución única para todos no servirá de nada”, detalló.
Pese a indicar que los jóvenes que finalizan estudios de grado superior tienen menos probabilidades de verse afectados por la automatización, destaca que se enfrentan a otro tipo de problema ya que “el rápido aumento de la cantidad de jóvenes licenciados en el mercado laboral ha hecho que ésta sea superior a la que se demanda y, en consecuencia, ello ha dado lugar a una reducción salarial en este tipo de empleos”.
Esta situación comporta desaprovechar la capacidad de millones de personas de las que no se puede desperdiciar su talento “si queremos superar los problemas que plantean la tecnología, el cambio climático, la desigualdad y la demografía”, señala la directora del Servicio de Políticas de Empleo y de Mercado, Sukti Dasgupta.

Cada vez trabajan menos jóvenes….

Otro aspecto destacable del informe es que, pese al crecimiento global del número de jóvenes de 1000 a 1300 millones durante los últimos veinte años, disminuyó el número de ellos que participan en la fuerza de trabajo (la suma total de los tienen empleo o están desempleados) de 568 a 497 millones.
Pese a que la tasa mundial de desempleo es del 13,6% presenta variaciones regionales considerables que van del 9% en América del Norte y el África Subsahariana hasta el 30% en África septentrional.

…y los que trabajan no tienen buenas condiciones

Así, de los 429 millones de jóvenes empleados, unos 55 millones viven en condiciones de pobreza extrema, debido a que sus ingresos son inferiores a 1,90 dólares al día, y la pobreza moderada afecta a 71 millones.
“La mala calidad de los empleos de muchos jóvenes se manifiesta en las condiciones de trabajo precarias, la falta de protección jurídica y social, y las limitadas oportunidades de formación y de progresión profesional. El hecho de que tres de cada cuatro trabajadores jóvenes en todo el mundo estuvieran ocupados en la economía informal en 2016 pone de relieve la magnitud del problema”, revela el informe.
La destrucción y creación de empleos por parte de las nuevas tecnologías a nivel mundial comporta que, de cara al futuro avance socioeconómico, la OIT destaque como fundamental “un marco de política integrado para ayudar a los jóvenes a lograr empleos decentes en este contexto”.
De no tomarse medidas pertinentes la Organización Internacional del Trabajo destaca que si no se toman medidas aumentará en muchos países el número de jóvenes “desanimados”, una situación que cree que “socavará en último término el desarrollo socioeconómico de estos países”.

«El cerebro refleja la vida que ha vivido, no el sexo del propietario".

La neurociencia rompe el mito del cerebro femenino.

La experta en neuroimagen dice que la cultura sexista (las mujeres cuidadoras y los hombres fortachones) 
es lo que produce que los cerebros de las mujeres y de los hombres se desarrollen de forma diferente.
A ella lo que le interesa es descubrir cómo afecta al cerebro de una niña el rosa de los vestidos y las cocinitas que les dan para jugar; 
cómo inciden en el cerebro de un niño los Legos para montar castillos que les traen los Reyes Magos. 
«El cerebro es plástico y maleable. Va amoldándose al entorno 
y a lo que una persona cree que los demás esperan de ella».... 
Cada persona es valiosa por ser quien es, no por el grupo al que pertenece....
Gina Rippon. Foto de James Waller
                                                                                                                                 Mar Abad, YOROKOBU.
   
"Acababa de nacer una de sus hijas. Gina Rippon estaba en el hospital y hablaba con otras madres mientras esperaban a que les trajeran sus bebés. Una enfermera apareció al fondo con dos criaturas que llenaban el pasillo con sus llantos y su griterío.

Se acercó a una mujer y le entregó un bebé vestido de celeste:
— Tiene un par de pulmones estupendos —dijo la enfermera, por la fiereza de los gritos del nene.
Después puso en los brazos de Rippon a su niña recién nacida, que lloraba con el mismo ímpetu, y comentó, quejosa:
— Es la más ruidosa de todos. No es muy femenina.

Apenas tenía diez minutos de vida y ya esperaban de ella que se comportara como una señorita: calladita, modosita, discreta. Mientras el niño de al lado berreaba como un campeón y lo jaleaban por ello. ¡Qué pulmonazos!

Tenemos los roles de género metidos hasta el tuétano. Arrastramos desde hace tantos siglos la idea de que las mujeres y los hombres han de actuar de un modo distinto que hemos dejado de cuestionarlo. Está tan dentro de nuestras cabezas y tan pegado a nuestra piel que hasta la ciencia, muchas veces, ha dejado de poner esta premisa en duda. 

Muchos estudios parten de la base de que el comportamiento y el temperamento de los hombres y las mujeres es distinto. Pero ese hecho, ¿lo prueba la ciencia o lo impone la educación?". 
 Esta pregunta llevó a la experta en neuroimagen cognitiva Gina Rippon a investigar el asunto y a contarlo ahora en su libro El género y nuestros cerebros (Galaxia Gutenberg, 2020).


¿DESDE CUÁNDO HABLA LA CIENCIA DE «CEREBRO FEMENINO» Y «CEREBRO MASCULINO»?

La ciencia del siglo XVII asignó un sexo al cerebro: uno «femenino» para las mujeres y uno «masculino» para los hombres. Los valores culturales y científicos empezaron a mezclarse hasta el punto de que en la actualidad se da por sentada esa ridícula frase de que «los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus». Todos son del planeta Tierra, dice, riendo, Rippon.

Muchos piensan que esa máxima de Venus y Marte es la conclusión de cientos de investigaciones rigurosas. Ven obvio que si los genitales son distintos, el cerebro también lo sea. Aunque entonces, ¿por qué no lo es el riñón? ¿Y el corazón? Por esta lógica, el órgano del amor tendría que ser mucho más rosa y mucho más grande en las mujeres. ¿Cómo, si no, habrían de caberles tanta empatía, tantos cuidados y tanta dulzura a las madres y abuelas? 

«Es un concepto equivocado que ha regido la ciencia del cerebro durante varios siglos, que sirve de base a muchos estereotipos perniciosos y que, en mi opinión, representa un obstáculo para el progreso social y la igualdad de oportunidades», escribe la investigadora honoraria de la Asociación Científica Británica en El género y nuestros cerebros.

Gina Rippon cuestiona en este libro muchos de los mitos asumidos por la sociedad: que los hombres son unos cracks leyendo mapas y las mujeres, un peligro al volante; o que las mujeres cuidan de los bebés que es un amor y los hombres no saben ni doblar un pañal.

La catedrática honoraria de Neuroimagen Cognitiva en el Centro del Cerebro de la Universidad de Aston, en el Reino Unido, analiza los estudios en los que se basan esas creencias y desmonta muchas de ellas. Algunas las califica, incluso, de extravagantes. Por ejemplo, que las mujeres son inferiores porque su cerebro pesa 140 gramos menos o que no tienen sentido de la orientación porque su cerebro tiene conexiones distintas a las de los hombres.

Esa idea de que las diferencias anatómicas implican diferencias en el cerebro es la que lleva a dar por sentado que las mujeres y los hombres tienen distintas aptitudes cognitivas, distintas personalidades y distintos temperamentos. Incluso distintos lugares en la sociedad. Aunque, según Rippon, en la actualidad todo esto está en cuestión: «No solo se han puesto en duda las viejas respuestas. También se cuestiona la pregunta, la búsqueda de la diferencia».

— Muchas mujeres, hartas de que les pidan que sean discretas, hoy exigen su «derecho a la ira». A los hombres se les permite expresar su enfado mucho más que a las ellas.

— Sí. Cuando una mujer se irrita le dicen que eso es muy poco femenino —contesta, riendo— Si hiciéramos un test a todas las mujeres del mundo, encontraríamos grandes diferencias de temperamento. Es más: si hiciéramos un estudio a una sola mujer, veríamos diferencias de un día a otro. Muchas mujeres no se ven representadas con esa idea de la esposa dócil. Estos estereotipos ahogan a muchas personas.

¿HAY UN CEREBRO ESPECÍFICO PARA CADA SEXO O UNO PARA CADA PERSONA?

Gina Rippon lleva décadas estudiando el cerebro humano. En sus investigaciones sobre el espectro autista en niños y adolescentes ha observado miles y miles de imágenes cerebrales. Y eso le ha hecho ver que, por la foto de un escáner, sería incapaz de decir si un cerebro pertenece a una mujer o a un hombre.

Hay diferencias entre uno y otro, por supuesto, pero porque hay diferencias entre todos y cada uno de los cerebros humanos. Así lo dice Gina Rippon, con una sonrisa y mucha convicción, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Lo que habría que estudiar es la incidencia de los valores culturales y los roles de género en el cerebro de los individuos: «Cómo afecta el ambiente en el cerebro y cómo responde el cerebro a los estímulos culturales y sociales. Qué viene de nacimiento y qué es aprendido».

Hasta ahora la mirada habitual ha sido la que busca una diferencia biológica. La que no se conforma con las distinciones en los genitales, las gónadas, los genes y las hormonas. También las buscan en el cerebro y pueden dar con el hallazgo que quieran, porque, según Rippon, «podemos usar la información en función de la respuesta que estemos buscando». 

A ella lo que le interesa es descubrir cómo afecta al cerebro de una niña el rosa de los vestidos y las cocinitas que les dan para jugar; cómo inciden en el cerebro de un niño los Legos para montar castillos que les traen los Reyes Magos. «El cerebro es plástico y maleable. Va amoldándose al entorno y a lo que una persona cree que los demás esperan de ella», indica Rippon.

Esto podría explicar la creencia general de que los hombres tienen mejor sentido de la orientación o son mejores en ciencia y tecnología. Si de pequeños jugaron más a construir castillos, es lógico que de mayores se les dé mejor la construcción de edificios. Ocurre lo mismo con los cuidados. Aún no se ha encontrado el gen cuidador con lacito rosa. Pero lo que aún abunda son niñas que con solo cinco años ya van tirando de un carrito y llevando un muñeco pelón para jugar a ser mamás. 

Décadas de investigación llevan a Rippon a afirmar que los cerebros reflejan las vidas que han vivido, no el sexo de su propietario. «Ver las impresiones que dejan para toda la vida  las experiencias y las actitudes en nuestros cerebros plásticos nos hace comprender que necesitamos examinar más de cerca lo que ocurre fuera de nuestra cabeza, no solo dentro», escribe en El género y nuestros cerebros.

En los dos primeros años de vida, los niños absorben muchísima información. Bastante más de la que los adultos imaginan. En estos 24 meses ya aprenden los roles de género y actúan en función de ellos. Ya empiezan a interiorizar frases del tipo «los niños no lloran», «las niñas no hacen esas cosas» o «¡Mira qué tío machote!». 

Esta primera educación es fundamental para entender la brecha de género que llega después. «Parece que comienza desde el nacimiento o incluso antes», explica Rippon. «Los recién nacidos absolutamente dependientes tienen unas habilidades sociales mucho más sofisticadas de lo que pensábamos. Están reuniendo a toda velocidad informaciones sociales útiles, además de datos esenciales como qué rostro y qué voz indican la llegada de alimento y consuelo».

— Del hartazgo de las cadenas que impone una sociedad dividida en dos géneros, han aparecido dos conceptos muy interesantes: el género neutro (personas que no quieren identificarse con lo femenino ni con lo masculino) y el género fluido (individuos que quieren ir definiendo su identidad cambiante según la sientan en cada momento).

El problema es la idea de que tu sexo biológico determina tu género social. Hay muchas presunciones que deben ser cuestionadas. Lo importante es saber qué entendemos por género: ¿es tu identidad? Una de las soluciones es lo que llamo irrelevancia de género. Liberarnos del significado de ese término. Cada vez tenemos más etiquetas para el género. Puede haber tantos géneros como personas en el mundo. Pero ¿por qué no prescindir de él?—ríe—. Es solo un experimento. 

‘NEUROSEXISMO’ Y ‘NEUROBASURA’

La experta en neuroimagen dice que las similitudes entre los cerebros de una mujer y de un hombre son inmensas. Por eso no tiene sentido buscar las diferencias remotas. Pero es lo que ocurrió cuando apareció la primera tecnología que mostraba imágenes cerebrales: «Los estudios se hacían basándose en la antigua lista de las marcadas diferencias entre hombres y mujeres». 

Parte de la neurociencia de aquellos años 90 incluía en sus estudios los estereotipos de género como un dato válido más y eso dio origen a lo que la psicóloga Cordelia Fine ha llamado neurosexismo: la justificación del sexismo por la neurociencia.

Aquellas primeras imágenes del cerebro que aparecieron a finales del siglo XX entusiasmaron al público. Pronto salieron de las consultas del hospital y fueron publicadas en libros, prensa y manuales de autoayuda. El inconveniente, dice Rippon, es que pocas veces les acompañaban explicaciones rigurosas y científicas. Lo que destacaba esta literatura divulgativa eran las diferencias entre el género femenino y el masculino. Algo que resultaba anecdótico para la ciencia se convirtió en el big issue de la cultura popular. 

Todo el conocimiento nuevo que podía haber obtenido la sociedad sobre el cerebro se redujo a los asuntos de siempre: por qué las mujeres son más sensibles y los hombres, más racionales. Para eso se utilizaron la mayor parte de estas sofisticadas imágenes de colores. Y eso dio lugar a la neurobasura y las neurotonterías. Así denomina Rippon a estas imágenes que aparecen en las revistas de sala de espera y libros de autoayuda, y advierte que puede desacreditar el trabajo profesional que hacen los neurocientíficos en sus laboratorios.

— Dices que después de varias décadas estudiando el cerebro humano no has visto dos iguales. Cada cerebro es único y no podemos presuponer unas habilidades por una etiqueta ni de género ni de raza ni de nada.


— Eso significa que cada persona 
es valiosa por ser quien es, 
no por el grupo al que pertenece.



Regreso al presente.

Trabajar con la infancia, desde la infancia, no sobre ella, 
es renunciar a convertirla en un objeto intercambiable 
en el trenzado de alguna fantasía adulta sobre un futuro imposible, 
que solo existe lejos de las contradicciones que la propia sociedad adulta genera.
...es hora de devolver el presente de las vidas infantiles a sus legítimos propietarios 
y dejar de jugar a remendar el futuro por vía vicaria.

Evaluación y Enfoque de Derechos Humanos.

Seguro que ustedes recuerdan a Marty McFly, el protagonista de la popular saga Regreso al futuro. El atribulado McFly se empeñaba en arreglar el futuro viajando al pasado en un nada discreto Delorean impulsado por… ¡plutonio! (la sostenibilidad todavía no estaba en la agenda). Tengo para mí que parte del éxito de la saga tenía que ver con la manera en que nos atrae la idea del desplazamiento temporal, la posibilidad de actuar sobre un futuro que nos genera desasosiego. 
Pero recuerden lo que le ocurría a McFly: obsesionado con que el futuro discurriera por cauces deseables, se convertía en un extraño en su propio presente.
No hemos renunciado a viajar en el tiempo y parece que hemos encontrado en la población infantil un vehículo mucho más discreto que el Delorean de McFly. Porque ¿quién mejor que un niño para representar el futuro? Es una vieja idea enunciada en el contexto de los nuevos estudios sociales sobre la Infancia: la sociedad adulta prima el recto devenir (o well becoming) sobre la realidad presente de niñas y niños, bajo el argumento de que estos son los adultos que vendrán. El problema es que el argumento, que ya es difícil encontrar en su versión desnuda, se esconde hoy en formas de relacionarse con la población infantil aparentemente bienintencionadas.

Pensemos en todas las veces que la sociedad adulta requiere de la educación (educación en, educación para) como una gran aguja que no está destinada sino a remendar el futuro. De la equidad de género a la sostenibilidad, de la inmersión en la cultura del emprendimiento a la prevención de la drogadicción. Y podríamos seguir, porque como el infante es pura potencia y el presente se obstina en la imperfección, siempre hay un roto y un descosido que solo puede arreglarse con algunas décadas de retraso (o de anticipación, según se mire). 
La facilidad con que generaciones de adultos asumen que la infancia es una plastilina para modelar, sin forma propia ni destino que no dependa de manos ajenas, da que pensar. Se antoja una gran maniobra evasiva: del estilo de la del borracho de la anécdota de Kaplan, ese que ha perdido sus llaves pero no las busca donde se le cayeron sino bajo una farola porque allí, al menos, puede ver. Así, una sociedad que sigue sin saber proteger los derechos de las mujeres quiere enseñar a los niños igualdad; esa misma sociedad, que tampoco quiere proteger a esos niños de las peores consecuencias de los desahucios (aunque alguna conocida institución internacional se lo haya demandado explícitamente), busca instruirlos en la cultura financiera. Más retorcido, es difícil.

Da también la impresión, estudiando la facilidad con que vestimos a otros con nuestros peores temores, que hemos tirado la toalla en lo que a nuestro propio presente se refiere. Al hacerlo aceptamos también una idea perversa: que los niños y niñas del hoy son ya los adultos escacharrados del futuro. 
Quizás sea más lógico (y esperanzador) verlo así: vamos hacia ser adultos y nos convertimos en maltratadores, corruptos o gente insensible a la destrucción de nuestro planeta porque tenemos que madurar en un medio extraño y hostil, incapaz de ofrecernos un poco de justicia y buen trato a nuestro alrededor. Pero la prevención-McFly, no está dispuesta a perder el tiempo en conocer el presente de niños y niñas porque atiende un asunto más importante: resolver necesidades adultas. 
Me temo que, además, es poco eficaz; por dos motivos: a) no trabaja realmente con los potenciales protagonistas de las conductas que queremos abordar sino de forma vaga y diferida y b) olvida que lo no intencional es una parte determinante de la socialización, tanto como lo que queremos transmitir con intención, así que generamos una disonancia moral que nuestros chicos y chicas sabrán observar. Esto es, con una mano administramos una suerte de evangelización bienpensante y con la otra invitamos a niñas y niños a madurar en un mundo que legitima –por acción u omisión- la violencia, el abuso, o la explotación, por citar solo algunos ejemplos. Por eso quiero que se me entienda bien: no creo ni en buenos salvajes, ni predico aquello del leave the kids alone, pero es hora de devolver el presente de las vidas infantiles a sus legítimos propietarios y dejar de jugar a remendar el futuro por vía vicaria. Tiempo también para empezar a demandar una realidad que sea un digno contexto de desarrollo y maduración para todas las personas menores de edad, no un espacio de moralidad diferida, ingeniosa pero poco ejemplar.

Leí hace poco una entrevista con una bióloga que acudía a centros escolares para explicar a los estudiantes lo importante que es la conservación del medio ambiente y decía estar sorprendida por lo interesados y concienciados que estaban ya los niños y niñas a los que trataba. Su sorpresa, como tantas veces la sorpresa adulta, nacía de la subestimación. Y esta es producto del desconocimiento de la realidad infantil. Trabajar con la infancia, desde la infancia, no sobre ella, es renunciar a convertirla en un objeto intercambiable en el trenzado de alguna fantasía adulta sobre un futuro imposible, que solo existe lejos de las contradicciones que la propia sociedad adulta genera. Y es también el primer paso para reconocer sin ambages que, en el fondo, el Delorean solo era un coche hortera y los finales felices no los puede suministrar Hollywood: son cosa nuestra y empiezan hoy. Porque la única puerta a un futuro mejor es admitir nuestra responsabilidad para con el presente.

 (*) Iván Rodríguez Pascual. Sociólogo (Universidad de Huelva). Autor del libro «Para una Sociología de la Infancia» (CIS).
Lo puedes adquirir desde aquí.

UNICEF. 'Pin parental' y actividades educativas complementarias

La mayor aportación de la Convención sobre los Derechos del Niño es 
 considerar a los niños como sujetos de derechos 
y no como meros objetos de protección. 
Los estados deben garantizar la aplicación, provisión y protección de dichos derechos.

UNICEF.
Nacho Guadix*


La Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño (CDN) es el tratado internacional de derechos humanos más ratificado de la historia, contando con una implantación prácticamente universal. España la ratificó en 1990 y desde entonces su aplicación es norma en nuestro país.


La mayor aportación de la CDN es considerar a niños y niñas como sujetos de derecho, y no como meros objetos de protección. Es obligación de los estados garantizar la aplicación, provisión y protección de esos derechos.

En lo referente a los fines del derecho a la educación, la CDN establece que los estados deben reconocer que la educación debe estar orientada a desarrollar la personalidad y las capacidades del niños y niñas, y prepararlos para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos (art. 29).

En ese sentido, la Constitución Española está perfectamente alineada con esa visión y  especifica que: la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales (art. 27.2).

El principio del Interés Superior del Niño. 
Del mismo modo, nuestra Constitución reconoce, entre otros, aspectos tales como la libertad de enseñanza, la participación del profesorado, familias y alumnado en la gestión de los centros sostenidos con fondos públicos y la libertad de las familias para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral de acuerdo a sus propias convicciones.

 Dicho esto, cualquier controversia entre derechos deberá ser dirimida 
siguiendo el principio del interés superior del niño.

Una comunidad escolar cohesionada podrá articular las demandas del entorno y armonizarlas con los fines anteriormente mencionados. Desde la participación, a través de los mecanismos existentes y según las normativas vigentes, y en especial desde el fomento de una participación infantil informada y responsable, se ha de velar por un enfoque de equidad, inclusión y respeto a los derechos humanos.

El valor de la aportación de las familias

No cabe duda que contar con una buena aportación de las familias en el proceso de enseñanza-aprendizaje es una valor con el que cualquier sistema educativo quisiera contar. Esa presencia familiar es tremendamente intensa en los años de educación infantil, y se va diluyendo a medida que niños y niñas avanzar por las distintas etapas educativas y van ganando en autonomía.

La escuela se nos presenta como un espacio diverso y privilegiado para disfrutar de un contexto democrático que dé lugar al aprendizaje de derechos y responsabilidades individuales y colectivas, al entendimiento entre ciudadanos críticos y pensantes, al goce de la igualdad sin ningún tipo de discriminación y al desarrollo y potenciación de todas sus capacidades.

Para que todo esto suceda es preciso que esa amalgama formada por docentes, estudiantes, familias, personal de apoyo y servicio, autoridades, etc., en definitiva, lo que denominamos comunidad escolar, encuentre los cauces legítimos y apropiados para expresar ese derecho de forma armoniosa y constructiva. 
Y en ese contexto donde queremos reivindicar la participación infantil, el establecimiento de mecanismos y herramientas adecuadas, relevantes, regulares y que garanticen la accesibilidad universal de consulta de la opinión del alumnado y reforzar el papel de órganos de gobierno como son los consejos escolares.

Confiar en los docentes y responsables de los centros educativos

En este contexto queremos manifestar nuestra confianza en los docentes y responsables de centros educativos en el ejercicio de su libertad de enseñanza a la hora de configurar el conjunto de actividades necesarias para cumplir con los objetivos curriculares  de la manera más eficaz, inclusiva y equitativa.
Una educación con enfoque de derechos, de derechos de infancia, facilitará nuestros análisis en un período de gran interés social sobre el presente y futuro de nuestra infancia y nuestro sistema educativo. 
Sobre la naturaleza de las actividades complementarias
  • ¿Qué son las actividades complementarias? Las actividades complementarias tienen por objeto enriquecer el currículo, como mecanismo con el que cuentan los centros educativos dentro de su competencia. Son propuestas realizadas por el equipo docente y van alineadas con los objetivos curriculares. Son obligatorias y evaluables. Se celebran en horario escolar y con el profesorado presente.
  • ¿Cómo se aprueba realizar unas actividades u otras? Todas las actividades se han de aprobar por parte del Consejo Escolar al inicio de curso dentro de la Programación General Anual (PGA), así como ser evaluadas una vez se celebren.
  • ¿Qué diferencia hay entre actividades complementarias y extraescolares? Las complementarias son obligatorias, evaluables, en horario escolar, con profesorado presente y las extraescolares son voluntarias, fuera del horario escolar y no son evaluables.
*Nacho Guadix
Responsable de Educación en Derechos de Infancia de UNICEF Comité Español

Pedagogía del consumo: Los niños, niñas y jóvenes de hoy, deberían tener derecho a ser, antes que a consumir.

La devastación del Planeta no es más (ni menos) 
que el otro lado de la deshumanización, del deterioro de la naturaleza humana.
Analizar críticamente un mito central en nuestra cultura, símbolo de bienestar y riqueza, 
e indicador de nuestra calidad de vida 
es complicado.

Heike Freire.

Hace algún tiempo, durante una conferencia sobre infancia y naturaleza organizada por un Ayuntamiento, uno de los asistentes me preguntó sobre la costumbre de hacer regalos a los niños. Al pedirle más detalles, acabó contando que su hija de diez años, tras su última fiesta de cumpleaños, estuvo llorando toda la tarde porque “solo” había recibido 57 regalos, cuando la vez anterior obtuvo 64. “No supe cómo consolarla”, confesó visiblemente afectado. “¿Qué habría hecho usted? ¿Puede darme algún consejo?”.

Me quedé pasmada. Al parecer, la criatura medía el amor de sus familiares y amigos (y tal vez su propio valor), por el número de objetos que le compraban…

Aunque sin conocerla, ni conocer su entorno, di a su padre angustiado la mejor respuesta que pude… Y sus palabras, teñidas de dolor, se me quedaron clavadas.

También yo, de pequeña, lloré muchas veces porque quería algo, o lo que conseguía no respondía a mis expectativas. Recuerdo una Navidad, hacia los siete u ocho años. Me encantaban las películas, los dibujos animados. Vi en la tele el anuncio de un proyector que, a mis ojos, parecía “de verdad”. (Los adultos nos empeñamos en regalar juguetes a los niños, cuando ellas prefieren las cosas “reales” y cotidianas).

Me imaginaba abriendo mi propio cine en casa, con su pantalla, sus butacas, su programación…; la taquilla donde cobraría una entrada, diseñada por mí… y hasta el puesto de palomitas. Pero cuando el artilugio llegó a mis manos, mi decepción fue supina: aquel frágil cacharro de plástico, no era ni de lejos lo que yo esperaba…

El consumo puede hacernos sentir bellas, importantes, amadas, felices, poderosas o veloces, pero también profundamente desgraciadas, como estas niñas. ¿Por qué?

Analizar críticamente un mito central en nuestra cultura, símbolo de bienestar y riqueza, e indicador de nuestra calidad de vida es complicado. ¿Quién no desea ofrecer a sus hijos e hijas todo aquello que puedan necesitar? ¿Cómo cuestionar un crecimiento, basado en el consumo, que parece la condición imprescindible para que amplias capas sociales salgan de la pobreza, o no caigan en ella?

Desde hace décadas, científicos y ecologistas alertan sobre la ingente cantidad de energía, materias primas y trabajo humano (también infantil, y en condiciones indignas), despilfarrados para alimentar nuestra voracidad consumista; señalan toda el destrozo, la basura, la contaminación y el sufrimiento sobre los que se levanta nuestro antinatural estilo de vida. Muchos consideran que es el precio a pagar para que una parte de la población disfrute de cierto confort. Pero es dudoso que pueda obtenerse un beneficio, real y durable, basado en el padecimiento ajeno. La devastación del Planeta no es más (ni menos) que el otro lado de la deshumanización, del deterioro de la naturaleza humana…

En un mercado organizado por el marketing y la publicidad, pocas veces se habla de las consecuencias de la cultura consumista sobre las personas, de lo que en el consumo se consume de mí, como dirían mis alumnas. Porque si todo lo que hacemos también nos hace, es imposible que una actividad a la que dedicamos tanto tiempo, y que ha invadido casi todas las esferas de la vida, nos deje indemnes. Cada gesto de compra cotidiana nos está educando. Hay, como diría Jaume Martínez Bonafé, un currículo oculto del consumo que es preciso desvelar para entender cómo nos afecta y nos construye. ¿Qué nos enseña y qué aprendemos al consumir?.

En su conocido libro ¿Ser o Tener?, el famoso psicoanalista Eric Fromm aporta una interesante reflexión sobre las diferencias entre sociedades centradas en las cosas, y sociedades centradas en las personas. La cultura de mercado establece como premisas fundamentales que las necesidades humanas son infinitas. Se trata de deficiencias, faltas principalmente individuales que es preciso tapar rápidamente, porque carecer es vergonzoso. Para satisfacerlas, llenando esos vacíos, disponemos de un número también ilimitado de productos y servicios, mercancías más o menos materiales, que pueden obtenerse con dinero. Hay un producto para dar respuesta a cada problema de nuestra existencia, una solución ideal, pensada y fabricada para nosotras. La felicidad consiste en desearlos y, sobre todo, en conseguirlos.

La próxima vez que pienses en hacer un presente a personas de cualquier edad, recuerda que detrás del objeto, lo que recibimos es el reconocimiento, la afirmación de nuestra importancia
La doctrina mecanicista y mercantilista que sustenta nuestra cultura, sostiene una visión profundamente despreciativa de lo humano. Las necesidades vitales (que son innatas, limitadas y universales), se presentan como privaciones cuando, en realidad, constituyen el movimiento esencial de la vida. Todo organismo vivo las siente. Nos conectan con los entornos de la biosfera (evidenciando la interdependencia de todos los seres que la componemos) y, al mismo tiempo, nos permiten honrar y expresar nuestra particular forma de ser y estar en el mundo. Aunque compartimos algunas con las otras especies, las nuestras son diferentes de las de las mariposas, o de los dromedarios. Cada especie, cada grupo y cada individuo, en cada momento, vive las suyas. No son huecos a tapar (¿acaso puede satisfacerse, de una vez por todas, la necesidad de amar?) sino nutrientes esenciales para la vitalidad, el bienestar, el desarrollo y el crecimiento pleno, a través de los cuales los seres (humanos y no humanos) realizan su naturaleza.

Al interrumpir nuestros procesos vitales, para inducir artificialmente necesidades sustitutivas (por ejemplo: amor y relación = regalos), la cultura del consumo inhibe la capacidad de vincularnos con nuestras necesidades auténticas, es decir, de reconocerlas, honrarlas y vivirlas dignamente. Aprendemos a reemplazar lo que realmente queremos por los productos sustitutivos que nos ofrece el mercado. A negar lo que sentimos y escondernos de nosotras mismas.

Mientras la experiencia de ser humana es una actividad esencialmente interna, un ejercicio de libertad, una búsqueda de autonomía, y autenticidad, a través de sensaciones, emociones, imágenes… en relación con el mundo, el hábito del consumo empobrece radicalmente nuestra existencia. Si no puedo darme lo que necesito, estoy condenada a mantener una actitud pasiva ante la vida, a depender del exterior, a experimentar ansiedad y frustración: como no hay límite a mis deseos, en el fondo, quedaré siempre insatisfecha.

Los niños, niñas y jóvenes de hoy, deberían tener derecho a ser, antes que a consumir. Así que, la próxima vez que pienses en hacer un presente a personas de cualquier edad, recuerda que detrás del objeto, lo que recibimos es el reconocimiento, la afirmación de nuestra importancia y valía, del amor y el cuidado. E imagina todas las posibles vivencias y experiencias, no necesariamente comerciales, a través de las que puedes dar y recibir el regalo más grande

Si mi hijo pudiera hablar...


Si Tariq pudiera hablar, 
esto es lo que creo que me diría...

El blog de José Ramón Alonso.



Hoy quiero compartir contigo una entrada del 
psicólogo clínico Dr. Robert Naseef sobre su hijo con autismo

Llegué a ella a través de Autism Speaks y la he traducido para que cualquier hispanohablante la pueda entender. 

Me ha hecho recordar mucho a Ángel Rivière
Ojalá te resulte tan aleccionadora  y emotiva como a mí.

Mi hijo, Tariq, cumplirá 40 años este noviembre. Es autista, no habla y tiene una discapacidad intelectual grave. Como muchos otros padres de niños autistas que no hablan, he tenido muchas conversaciones imaginarias con él a través de los años, y me pregunto qué me diría si pudiera hablar.

Cuando Tariq nació, imaginé un futuro en el que él sería una versión mejorada de mí mismo. Sería más paciente, más atlético, y tendría una buena vida con éxito, y sobre todo quería que fuera feliz. Cuando le diagnosticaron autismo a los cinco años, estaba decidido a hacer todo lo posible para ayudarle a tener una vida lo más normal posible. A pesar de que su discapacidad intelectual es un desafío continuo, él lo ha hecho lo mejor que ha podido.
Me esforcé mucho por cambiarlo y, al final, él me cambió a mí. Hizo que me convirtiera en una mejor versión de mí mismo, un mejor hombre, un mejor padre y un mejor compañero. Éste es el viaje en el que todavía estoy.

Si Tariq pudiera hablar, 
esto es lo que creo que me diría:
Primero. No es sobre ti, es sobre mí.
Nadie se ha muerto, así que por favor no llores por mí. No pudiste jugar al béisbol conmigo, o construir maquetas de aviones, o hacer experimentos científicos. No tenemos conversaciones filosóficas, pero tenemos una relación. Trabajar a través de tu dolor por la pérdida de la relación que esperabas era necesario para que pudieras seguir con tu vida. Eso es sobre ti, pero no tiene nada que ver conmigo. Se trataba de tus sueños y expectativas que, sin que fuera culpa de ninguno de los dos, no se cumplieron.
El autismo no es algo que tenga, es mi forma de ser. Colorea cada percepción, pensamiento, emoción y experiencia. No sería la misma persona sin él. Hablas de soñar nuevos sueños, así que concéntrate en eso y en la relación que tenemos. Ninguno de nosotros es feliz todo el tiempo, pero yo soy feliz la mayor parte del tiempo. Por favor, recuerda que te quiero, y me gusta pasar tiempo contigo y no quiero que estés triste.

Segundo. Ten paciencia.
Entiendo por qué te esforzaste tanto en cambiarme, ¡y me alegro de que hayas parado! Incluso ahora, cuando te impacientas sobre la forma en que actúo de forma natural, me siento mal. Cuando escucho o siento tu decepción en mí, percibo la negatividad. Aunque no puedo hablar con palabras, puedo ver, y oír, y sentir. Puedo saber lo que te pasa, y cada día sé quién es cariñoso y quién es malo conmigo. Cuando la gente es amable y paciente, nos llevamos mucho mejor, y puedo hacer más.
Te he visto avanzar por un camino pedregoso y lleno de estrés para conseguir servicios y aprender a manejar mejor mi autismo como una condición en evolución. Para obtener los servicios que yo necesitaba, tú necesitabas convencer a la gente sobre la gravedad de mis desafíos, lo cual te resultaba difícil de destacar a otros. Te enojabas y te preocupabas y perdías el sueño por ello. El resultado era más pena y más pensamientos negativos. Una vez más eso me afectó, pero fue todo acerca de ti, no de mí. Gracias por abogar por mis necesidades. Afortunadamente, esos días han terminado. Estoy a salvo.

Tercero. Sé positivo.
Al igual que los niños neurotípicos, necesito padres con energía positiva que disfruten de la vida, celebren mis logros y me acepten como soy. Cuando no entiendo lo que esperas, me siento confundido y frustrado. Las reacciones positivas a lo que puedo hacer me hacen sentir bien. A menudo se miden mis logros en piedras milimétricas en lugar de en hitos kilométricos. Eso es una mejora, papá, pero ¿todavía tienes que medirlos? Estoy orgulloso de lo que puedo lograr, incluso cuando para otros puede parecer muy pequeño. Recientemente, por ejemplo, empecé a ayudar al personal en la cocina. Me gusta revolver lo que hay en la cazuela, y ahora pongo mis platos en el fregadero. También me aseguro de que todos lleven puesto el cinturón de seguridad cuando salimos, y siempre cuelgo mi abrigo cuando llego a casa. Sonrío cuando te haces selfies conmigo porque parece que te gusta eso. Continúo necesitando tu ayuda, comprensión y apoyo de muchas maneras.

Cuarto. Deja a tu ira marchar.
Has escrito sobre cómo la pérdida del hijo perfecto con el que soñaste fue difícil para ti. Querías cambiarme pero yo no podía ser arreglado o curado. Eso te hizo enojar. Cuando te enfadaste conmigo, no te sentiste bien. Nunca quise que me arreglaran o curaran. No es mi culpa que yo no fuera el niño que esperabas o deseabas. Soy la única manera que sé de cómo ser y como todos, a veces estoy contento y a veces triste. No tenías ni idea de cómo me sentía. Una vez más, eso era cosa tuya por ese deseo de repararme.
Finalmente aprendiste a celebrar lo que yo podía hacer. Esto fue una gran diferencia para mí en nuestra relación. Todavía era un niño pequeño y me hizo sentir más feliz, cuando parecías disfrutarme de verdad y aceptarme como soy. Cuando me empujabas constantemente a hacer las cosas que parecen ‘típicas’, me sentía frustrado e irritado.   Cuando jugabas conmigo y me seguías, me reía y sonreía porque me sentía feliz.

Quinto. Acéptame y apréciame.
Sé que todo el mundo tiene expectativas. Por favor, no hagas las tuyas muy bajas o muy altas. Cuando las expectativas de la gente sobre mí son demasiado bajas, parece que se han dado por vencidos, pero puedo hacer cosas y puedo hacer más. Sin embargo, cuando las expectativas son demasiado altas y no puedo alcanzarlas, me siento extremadamente frustrado. Yo también tengo expectativas. Como tu hijo, espero que me ames y que estés a mi lado, sin importar lo que pase. Algunos de mis compañeros autistas progresan a pasos agigantados mientras que otros como yo se desarrollan muy lentamente. Hay muchas cosas que no puedo hacer y que nunca haré. Aunque ambos trabajamos duro y persistimos en nuestros propios caminos, sé que mis resultados no siempre coinciden con tus expectativas.
A través de todo esto, te he amado y tú me amas. Sé que tu amor por mí es incondicional. Cuando intentabas cambiarme, a veces sentía que había condiciones. Pero ahora veo, siento y sé que me amas incondicionalmente. A pesar de tus mejores esfuerzos, y los míos, nunca he aprendido a hablar, leer o escribir. Gracias a tu amor y defensa en mi nombre, vivo la vida más segura posible para mí en un hogar grupal donde puedo vivir con apoyo en el mundo. Me encantan nuestros paseos en coche y las caminatas en el parque cuando nos visitan.
En estos días, cuando vienes de visita, siento una presencia más tranquila contigo que me trae felicidad ya que has llegado a un equilibrio y a vivir con aceptación y aprecio. Sigue trabajando así, papá.

Avanzar hacia un entendimiento más profundo
Tariq tiene una cohorte de adultos autistas que son un coro en crecimiento que contribuye profundamente a la comprensión del autismo. El pionero Jim Sinclair escribió “Don’t Mourn for Us” en 1992, https://www.autreat.com/dont_mourn.html. Aunque es normal que haya un cierto grado de dolor, quedarse atascado allí, según Sinclair “es perjudicial tanto para los padres como para el niño, e impide el desarrollo de una relación de aceptación y autenticidad entre ellos”. La verdadera pena en la opinión de Sinclair no es la gente autista en sí, sino más bien el hecho de que nuestro mundo no tiene lugar para ellos (o se puede decir – no crea espacio para ellos). Insta a los padres a que se enojen por eso y cambien esta situación.

Para cualquier persona que quiera entender el autismo a un nivel humano más profundo, para empezar, escuche y lea los consejos de los adultos autistas que se defienden a sí mismos:
  • Temple Grandin proclama que ella es “diferente pero no menos”.
  • Dena Gassner enseña, “No se supera el autismo, se crece en él".
  • Michael John Carley dice: “La aceptación es un comienzo, no un final”.
  • Jennifer O’Toole dice “La cara del autismo está cambiando. Y más a menudo de lo que nos damos cuenta, esa cara está usando lápiz de labios”.
  • Stephen Shore dice: “Si conoces a un niño con autismo, conoces a un niño con autismo”.

  • Artículo original: https://drrobertnaseef.wordpress.com/2019/11/17/if-my-son-could-speak/
 Siga escuchando las voces de las personas autistas que, a diferencia de mi hijo, han sido capaces de comunicarse en formas que usted puede entender y siga leyendo el trabajo de la red Autistic Self Advocacy Network (https://autisticadvocacy.org/)