¿Han arruinado los móviles la salud mental de los jóvenes? La ciencia busca explicaciones a un problema universal

En un polémico libro, el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt culpa a las pantallas y a las redes sociales del aumento de ansiedad y depresión entre jóvenes y adolescentes, pero en ciencia la explicación nunca es tan sencilla.

elDiario.es

Antonio Martínez Ron




El 9 de enero de 2007, cuando Steve Jobs presentó el primer iPhone y anunció que iba a “reinventar el teléfono”, el mundo de las comunicaciones cambió para siempre. Pero aquel día, según el psicólogo estadounidense Jonathan Haidt, se produjo otro cambio siniestro e inesperado: fue el pistoletazo de salida de la gran crisis de salud mental que atenaza hoy a jóvenes y adolescentes, con tasas de ansiedad y de depresión nunca vistos.


Esta es la atrevida tesis de su nuevo libro, La generación ansiosa, que se publicará en español a finales de mayo y en el que pone el foco en el supuesto “recableado mental” que ha experimentado la llamada generación Z por culpa de las nuevas tecnologías y el botón de “me gusta”. “Sostengo que esta gran reconfiguración de la infancia es la principal razón del maremoto de enfermedades mentales en los adolescentes que comenzó a principios de la década de 2010”, escribe Haidt. 


El autor también defiende que los padres de estos niños cometimos el error de sobreprotegerlos en el mundo real, mientras los dejábamos indefensos en el mundo virtual cuyos peligros se desconocían, como si los hubiésemos enviado al planeta Marte sin conocer previamente las condiciones. “Estas son las razones principales por las que los niños nacidos después de 1995 se convirtieron en la generación ansiosa”, resume.


“No está respaldado por la ciencia”


El libro ya ha tenido respuesta de conocidos científicos que estudian la cuestión. La psicóloga Candice L. Odgers, de la Universidad de California en Irvine, rebatió los argumentos de Haidt en la revista Nature y le acusó de establecer una falsa relación causal entre dos factores que coinciden en el tiempo. También anticipa que el libro va a vender muchos ejemplares por su enfoque amarillista “que muchos padres están dispuestos a creer”, aunque su tesis central “no está respaldada por la ciencia”. 


“Un análisis realizado en 72 países no muestra asociaciones consistentes o medibles entre el bienestar y el despliegue de las redes sociales a nivel mundial”, escribió la experta. “Además, los hallazgos del estudio Adolescent Brain Cognitive Development, el mayor estudio a largo plazo sobre el desarrollo del cerebro adolescente en los Estados Unidos, no han encontrado evidencia de cambios drásticos asociados con el uso de la tecnología digital”.


Haidt se ha defendido con una gran profusión de datos en su popular newsletter, en la que admite que este miedo a que los jóvenes se estén “pervirtiendo” es un tic generacional que se repite desde la antigüedad. “Hasta ahora, los escépticos han tenido razón la mayoría de las veces, y cuando tienen razón, se ganan el derecho de llamar alarmistas a los que han fomentado un pánico moral infundado”, escribe. Pero, como pasó antes con el tabaco, el alcohol o la violencia en televisión, los escépticos no siempre tienen razón, advierte. Como en el cuento de Pedro y el lobo, sugiere, “la pregunta que tenemos que hacernos es la siguiente: ¿tienen razón los escépticos... o realmente el lobo llegó alrededor de 2012 y desde entonces ha estado atacando a los jóvenes a través de sus teléfonos inteligentes y cuentas de redes sociales?”.


Separar el trigo de la paja


Para tener una visión fundamentada y completa del problema, conviene reconocer primero los hechos que recoge Haidt que son incontestables. A lo largo de su libro, el psicólogo muestra las tablas con la evolución de las tasas de depresión y ansiedad en Estados Unidos y en otros países, y en todos se repite la misma tónica. A partir de 2010, en las sociedades occidentales se disparan los problemas de salud mental en todos los tramos de edad, pero entre adolescentes y jóvenes se observan aumentos de hasta el 134% en ansiedad y del 104% en depresión, con especial incidencia en las mujeres. Si acudimos a los datos de España observamos lo mismo: las cifras se disparan en los dos grupos de edad, de 15 a 19 años y de 20 a 24.


“Lo que postula Haidt es que ya tenemos estudios que hablan de causalidad y no solo de correlación”, explica Gregorio Montero, médico psiquiatra infantil y juvenil, experto en TDAH y problemas con las nuevas tecnologías. “Y desde el otro lado, donde yo me incluyo, se le critica que efectivamente no tenemos estudios longitudinales con una población muy amplia que demuestren claramente una relación causal, porque para eso necesitamos ensayos clínicos aleatorizados, y es muy difícil hacerlos, sobre todo con grandes poblaciones”. La sensación entre la comunidad científica, resume, es que Haidt se está dejando llevar por el sensacionalismo y que su libro está plagado de afirmaciones que no son del todo ciertas a nivel científico, aunque el problema sobre el que pone el foco sea grave y muchas de sus recetas, válidas.


“Mamá, ¡mírame a los ojos!”


“A esta generación le ha pasado mucho más que el iPhone”, asegura Sara Toledano, psicóloga de la Fundación Manantial. “A estos jóvenes también les ha pasado tener unos padres que están igual de estresados que ellos, dedicando toda la energía al trabajo y que están usando muchas veces las redes para desconectar”, apunta. Y recuerda el caso de una paciente que sufrió un shock cuando su hija le dijo: “Mamá, ¡mírame a los ojos!”.


“Lo que yo veo en consulta es que padres y madres trabajan cada vez más horas y los chavales están cada vez más solos”, recalca Montero. “Si un chaval está solo porque sus padres no llegan a final de mes y no tienen más remedio que trabajar todo el día, y al mismo tiempo otros chavales están como él, tenemos el cóctel perfecto”, asegura. Así que, en general, no es solo el hecho de usar el móvil y las redes, hay que entender el contexto, lo mismo que sucede con el alcohol y otras drogas. “Es muy diferente tomar cerveza que tomar tequila, y tomarte un vino porque ha ganado tu equipo el sábado, que tomarte un tequila por las noches, que es lo que hacen [metafóricamente] los adolescentes”.


“Por mi experiencia y mi conocimiento —insiste Toledano—, te puedo decir que en el campo de la salud mental no podemos establecer causas directas de ningún problema, no funciona la causalidad lineal”. Ella y su equipo lideraron recientemente el informe #Rayadas en el que se abordaba con profundidad este asunto y se mostraba su especial incidencia en las mujeres más jóvenes. En este estudio trataron de entender qué ocurre a nivel emocional con la población entre 16 y 24 años y la conclusión es que la causa es multifactorial, aunque las pantallas lo hayan empeorado. 


“En el estudio preguntábamos a estos 2.000 chicos cuáles eran las preocupaciones que asociaban a su salud mental, y colocaban la crisis climática, el desempleo y la ausencia de expectativas como tres factores muy importantes que condicionaban su bienestar o malestar emocional”, recuerda. “Lo que sí creo es que las redes sociales han supuesto un cambio en el comportamiento, en la manera de ser y de percibir el mundo y, por tanto, en el bienestar o malestar emocional de estos jóvenes, pero que impacta igual que el resto del contexto social”, asegura.


“Creo que es multifactorial, pero está claro que estamos ante un experimento en tiempo real en todo el mundo”, afirma Gabriel Rubio, catedrático de la Universidad Complutense (UCM) y jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Doce de Octubre. “Lo que sí que vemos en las consultas es que cuanto más grave es el cuadro clínico que tiene el joven, mayor es el enganche que tiene con el móvil y las redes sociales”. Hace un año, en la facultad de Medicina de la UCM, en la que él trabaja, hicieron una encuesta anónima en la que participaron 657 estudiantes, casi el 70% de los matriculados. “Y nos encontramos que una de las conductas que claramente estaba más sobrerrepresentada era la de uso abusivo de las tecnologías, la adicción al móvil”, asegura. “¡Y esto en estudiantes de Medicina!”. 


Adolescencia vulnerable 


Un posible argumento contra la tesis de Haidt es que este aumento de los problemas de salud mental está presente en todos los tramos de edad, como si la causa fuera el gran cambio en los modos de vida, en las formas de relacionarse y de informarse. “Pero no hay que olvidar que es mucho más fácil condicionar los rasgos de personalidad de un crío que de una persona de 35 años”, matiza el doctor Rubio. “Cuando un chaval está conectado en redes sociales desde los 11 años, acostumbrado a que le respondan, a que se le acepte, a los likes, le estás condicionado su forma de ser, seguramente para mal”.


“El motivo por el que nos preocupa más la adolescencia es por el desarrollo cerebral”, afirma Rubén Baler, especialista en salud del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de EEUU (NIDA). “La adolescencia es un periodo de vulnerabilidad y las autoridades de salud pública tienen una responsabilidad mayor de enfatizar el mensaje e intervenir de forma temprana para poner a esos individuos en una trayectoria más saludable”. Para Baler, de visita en España por el Congreso Mundial de Patología Dual de Mallorca para hablar de este tema, aunque el mensaje de Haidt sea simplificador y no del todo correcto científicamente, es mejor pasarse de alarmista que reaccionar tarde.


“No cuesta tanto hacer algo preventivo”, sostiene. “Yo creo que los responsables deberían al menos tomarlo con cautela, para que los adolescentes no sufran los efectos más contundentes y nocivos que, sospechamos, pueden tener”. Y recuerda que hay ejemplos en la historia en los que, a pesar de que no había una prueba contundente de estudios longitudinales, resultó que se debía a intereses de la industria, como pasó con el tabaco, o la culpabilización de las grasas de los problemas cardiovasculares, cuando lo que estaba detrás era sobre todo el azúcar. 


“En medicina y psicología conviene aplicar el principio de prudencia”, coincide Montero. “Que la ciencia no haya demostrado al 100% que la epidemia de trastornos mentales en adolescentes y adultos sea por las redes sociales o los smartphones, no significa que no debamos hacer nada al respecto ni tomar medidas”. Aunque los argumentos de Haidt son muchas veces inconsistentes, las recomendaciones que hace en su libro le parecen válidas: retrasar la compra del smartphone y el acceso a las redes sociales, evitar el uso de dispositivos digitales en los centros escolares y la supervisión por parte de los padres para enseñar a los jóvenes a usarlos. “Hay que enseñarles a conducir y ponerse al volante del móvil, pero para circular con responsabilidad y madurez”, concluye.


“Nos han puesto en un experimento global de magnitudes épicas, en el cual millones de ciudadanos en el mundo somos conejillos de Indias”, asegura Baler. “Lo que hay que conseguir es una alfabetización, el primer paso es educarnos, porque la gran mayoría están viviendo como sonámbulos sin darse cuenta de lo que está pasando”. “A los chavales hay que ayudarles desde la escuela y la familia a que tomen cierta distancia crítica de los mensajes que escuchan, que puedan tener experiencias presenciales, relacionales, y no solo a través de las redes sociales”, recomienda Toledano. “Hay que volver a hacer interesante el mundo real”. 

La Fundación Atresmedia y UNICEF España lanzan la campaña ‘Menores de edad, no de derechos digitales

Con esta acción, las dos entidades impulsan la difusión de los derechos digitales de los niños, niñas y adolescentes, y promueven su cumplimiento para crear un entorno digital seguro. La campaña se emitirá en todos los canales de televisión, radiofónicos y digitales del Grupo Atresmedia, así como en la página web y redes sociales de la Fundación Atresmedia y de UNICEF España.


Fundación Atresmedia

24.04.2024



En un contexto de creciente preocupación social por la rápida evolución de las tecnologías y de Internet y sus consecuentes riesgos, la Fundación Atresmedia y UNICEF España lanzan la campaña ‘Menores de edad, no de derechos digitales’ para destacar la relevancia que tienen los derechos de la infancia en la vida de niños, niñas y adolescentes en cualquier lugar y ante cualquier circunstancia, incluido el mundo digital.


Con esta acción, ambas entidades impulsan la difusión de los derechos de los niños, niñas y adolescentes en el entorno digital, y promueven su cumplimiento para que este entorno sea seguro para su desarrollo.


La campaña, que se difundirá en todos los canales de televisión, radiofónicos y digitales del Grupo Atresmedia, así como en la página web y las redes sociales de la Fundación Atresmedia y la página web y redes sociales de UNICEF España, muestra distintos hitos históricos que reflejan el progreso continuo hacia el reconocimiento y la protección de los derechos de la infancia a nivel internacional.


Sin embargo, el camino de los derechos de la infancia no ha terminado y, en la actualidad, los niños, niñas y adolescentes se enfrentan a los nuevos retos y desafíos del entorno digital.


El estudio ‘Impacto de la Tecnología en la Adolescencia’, publicado por UNICEF España en 2021, desvela la alta incidencia que el mundo digital tiene entre los adolescentes (en España, el 95% tiene acceso a un teléfono móvil con conexión a Internet), que presenta oportunidades pero también riesgos: el 42% asegura haber recibido alguna vez mensajes de contenido erótico/sexual, uno de cada diez ha recibido –a través de redes, chats, Internet o videojuegos- una proposición sexual por parte de un adulto, y uno de cada cinco podría estar sufriendo ciberacoso.


El informe, cuyos resultados se obtuvieron tras encuestar a más de 50.000 adolescentes, revela también que uno de cada tres hace un uso problemático de Internet y redes sociales.


Ante esta nueva realidad, el Comité sobre los Derechos del Niño publicó en 2021 la Observación General núm. 25, que recoge la necesidad de reconocer y proteger los derechos de la infancia también en el entorno digital y que sirve para que los niños, niñas y adolescentes puedan conocer, promover y exigir el cumplimiento de sus derechos en este ámbito. Así, se establecen cuatro principios que deben guiar las medidas dirigidas a garantizar su efectividad: no discriminación, interés superior del menor, supervivencia y desarrollo, y respeto del punto de vista de los niños.


Para garantizar que estos principios se cumplen, la Fundación Atresmedia y UNICEF España instan a la sociedad a ofrecer a los niños, niñas y adolescentes las mejores oportunidades para que puedan desarrollar su derecho a la información, a la libertad de expresión y a la participación cívica, y piden su implicación para asegurar que el entorno digital esté libre de información falsa y de actitudes y contenidos dañinos.


Esta iniciativa se enmarca en el Memorando de Entendimiento que la Fundación Atresmedia y UNICEF España firmaron el pasado año con el objetivo de realizar acciones conjuntas dirigidas a informar y sensibilizar a la sociedad sobre la situación de la infancia en su relación con los medios, la información y los dispositivos digitales, y a promover su uso eficaz y responsable entre los más jóvenes.


Asimismo, ambas organizaciones forman parte de la propuesta de Pacto de Estado para proteger a los menores de los riesgos de Internet y las redes sociales, liderada por la Asociación Europea de Transición Digital (AETD) y que cuenta con el impulso adicional de 5 entidades de la sociedad civil, entre ellas UNICEF, con el apoyo institucional de la AEPD y la adhesión de más de 170 organizaciones, como respuesta a su preocupación sobre los riesgos que afrontan niños y adolescentes en Internet y las redes sociales. 

Guerra narrativa.

Nuestros gobiernos están produciendo tecnologías 
cada vez más innovadoras y destructivas en el negocio de la guerra, 
también invierten en la guerra narrativa.
Obviamente, la guerra narrativa tiene poco que ver con la verdad.
"La veracidad nunca se ha contado entre las virtudes políticas, 
y las mentiras siempre se han considerado herramientas justificables en las relaciones políticas".

Pero no funcionó en el pasado y no funcionará hoy. 
Cerrar una conversación es una forma de estrechez de miras, de miedo a la verdad. 
Es el último refugio de quienes han perdido su posición moral.

"Puedes cortar todas las flores pero no puedes evitar que llegue la primavera".
- Pablo Neruda.


Si bien nuestros gobiernos están produciendo tecnologías cada vez más innovadoras y destructivas en el negocio de la guerra, también invierten en la guerra narrativa. Convencer a la gente de la necesidad de la guerra, de quién es el mal, de quién es la mayor víctima, de quién no merece ninguna compasión y de otras disputas narrativas polarizadoras, puede ser más importante que las batallas que se libran sobre el terreno.

Obviamente, la guerra narrativa tiene poco que ver con la verdad. Como dijo Hannah Arendt: (y seguimos citando) “La veracidad nunca se ha contado entre las virtudes políticas, y las mentiras siempre se han considerado herramientas justificables en las relaciones políticas”. Esto es tan cierto ahora como lo fue en el pasado.

Para aquellos de nosotros que buscamos y defendemos la verdad, esto es difícil de cuestionar. Los hechos por sí solos no convencen a la gente. La mayoría de nosotros no tenemos la plataforma, la influencia o los recursos para igualar las narrativas institucionales, y parece que cuantas más mentiras se exponen, más mienten.

Los belicistas luchan por imponer sus relatos, sus versiones de la historia. Ya sea preservando su versión del pasado o decidiendo el futuro. Sin embargo, a pesar de lo que algunos puedan creer, la historia ya no la escriben sólo los que ganan, el vencedor, el imperialista. ¿Podría esto ser una ventaja para nosotros?

La historia se mueve. La historia es abierta y cambiante. La historia nunca deja de descubrirse. La historia es colectiva. Y también lo son nuestras palabras.
Si bien debemos cuidar las historias que escribimos, publicamos y compartimos, también debemos negarnos a permitir que nuestras palabras y nuestros idiomas sean rehenes. Ningún gobierno, grupo o individuo es dueño de nuestras palabras.

Debemos liberar nuestro lenguaje del dominio de quienes buscan cerrar el intercambio de ideas, de quienes creen que son dueños de la historia.
Mantener las palabras como rehenes es una estrategia, no una búsqueda de la verdad. Los gobiernos e instituciones que tildan de antisemita a cualquiera que critique las acciones de Israel no están tratando de erradicar y eliminar el antisemitismo. Están utilizando el lenguaje como arma. Es una caza de brujas. Su objetivo es convertir a las personas en chivos expiatorios, sofocar las críticas, cerrar el debate, aislar a las personas en grupos opuestos y evitar admitir que están equivocados.

Pero no funcionó en el pasado y no funcionará hoy. Cerrar una conversación es una forma de estrechez de miras, de miedo a la verdad. Es el último refugio de quienes han perdido su posición moral.

Si bien puede dañar la democracia y su comprensión en el corto plazo; la gente no deja de expresar sus opiniones, preocupaciones e indignación ante las injusticias porque los gobiernos legislan contra ello. Todo lo contrario, de hecho. Basta mirar lo que está sucediendo en los campus universitarios de Estados Unidos
. Está en nuestra naturaleza resistir.

La represión envalentona. Nos hace subversivos, más radicales, más creativos. Sembra nuevas solidaridades. Cualquiera que sea el medio que se utilice, lo que tenemos en común es nuestra búsqueda de la verdad y de un terreno común. No importa lo difíciles o desgarradoras que puedan parecer las cosas.

Pero debemos tener cuidado de no utilizar tácticas similares en nuestros intercambios interpersonales. Cada vez más vemos y experimentamos el cierre de conversaciones dentro de nuestras familias, comunidades y organizaciones. Al controlar el idioma de todos estamos haciendo el trabajo del autoritarismo.

Al escritor y activista Vu Le le preocupa que la gente se haya molestado más por el uso de la palabra genocidio que por el genocidio real que se está cometiendo. "Debemos centrar la justicia sobre la civilidad", dice, "tenemos que preocuparnos más por la masacre de civiles que por la elección de palabras y el tono que la gente utiliza para denunciarla".

La seguridad es otra palabra que se está utilizando como arma. La gente equipara sentirse inseguro con estar inseguro y utiliza esto para cerrar el debate. Y esto, escribe Natasha Lennard, se ha normalizado en el discurso liberal demasiado simplificado. "La necesidad de distinguir entre sentirse seguro y estar seguro es urgente e innegablemente complicada", escribe.

Al escribir como profesor y judío, con un profundo compromiso con la seguridad y el bienestar de mis alumnos”, escribe Lennard, veo que es imperativo que aprendan a distinguir entre amenaza genuina y paranoia: que sus juicios sobre el mundo tener los pies en la tierra y estar atentos al funcionamiento del poder, la propaganda y la ideología”.

¿Asi que que hacemos?
Es más importante decir la verdad que ser complaciente. Debemos resistir la autocensura. Rechazar la clasificación. Rechaza el pro esto o aquello. Rechacemos prohibir palabras que describan los horrores infligidos a las personas. Negarnos a responder preguntas que nos condenan a posiciones fijas. Debemos buscar refugio en las zonas grises, en la confusión, en los matices. Debemos negarnos a quedarnos tontos. Y debemos responder a las preguntas estúpidas con preguntas profundas.

En palabras de Franz Kafka: “No todo el mundo puede ver la verdad, pero él puede serla”.

Palabras, Verónica Yates
Ilustración, Miriam Sugranyes.



References