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Gestionar el duelo.

Como seres humanos que somos, nuestras relaciones sociales son sumamente importantes. Cuando estos lazos afectivos se pierden por la muerte de nuestros seres queridos, se desencadena un estado afectivo al que conocemos como duelo.


Si el duelo es duro para un adulto, aún resulta más difícil para un niño. Para empezar porque su sensación de seguridad se tambalea. La pérdida repentina sobre todo genera una sensación de falta de control y de seguridad que puede llegar a ser muy abrumadora. Por ello, el objetivo transversal será proveer a este niño o a esta niña de esa sensación de seguridad, ayudándole en su proceso de reestructuración.
La actual pandemia por la COVID-19 nos hace estar en continuo contacto con el duelo. No solo por la pérdida de seres queridos que mencionábamos antes, sino también de personas importantes para otros. Pero si entendemos como duelo el proceso de adaptación emocional ante cualquier “pérdida”, también podríamos considerar que vivimos el “duelo” de no ver a nuestros familiares, amigos y amigas. Incluso de no poder ir al colegio ni al trabajo, ni tampoco al parque.

Aunque las siguientes pautas están orientadas a gestionar la pérdida de un ser querido, podría adaptarse a cualquier otro tipo de duelo.

Nuestra misión es compartir el conocimiento y enriquecer el debate.

1. ¿Cuándo debemos decírselo?
Conviene comunicarlo lo antes posible. Buscar un lugar adecuado y un momento adecuado para explicar pronto, con un lenguaje fácil y sencillo, lo que ha sucedido. Mejor sin utilizar eufemismos que generan mucha confusión como “se ha ido”, “se fue al cielo”, “se ha quedado dormido para siempre"… Si es una muerte que se preveía, es mejor ir preparando al niño poco a poco y con antelación. Poder visitar al enfermo al hospital ayuda a poder procesar lo que está sucediendo y entender mejor por qué la persona que queremos no está donde suele estar.

2. ¿Pero por qué?
Conviene tener en cuenta las características individuales y de la edad que tenga el niño o la niña a la hora de explicarle lo sucedido. Adaptaremos el lenguaje, la forma de explicarlo, el momento… Por ejemplo, puede ayudarnos un cuento sobre duelo, relacionar con otras pérdidas conocidas para ellos y ellas como, por ejemplo, la muerte de un animal, de alguna planta, o quizás poner un ejemplo de una película.

Es importante que respondamos a sus preguntas por muy alocadas que sean: esto les dará seguridad. Y si desconocemos la respuesta, debemos ser capaces de admitir que no lo sabemos y que para nosotros tampoco es fácil entenderlo.

3. ¿Cómo acompañarles en su expresión?
Cada niño y niña va a tener su forma de expresión de lo que siente, es importante mostrarse atentos y ayudarles a que se den cuenta de que esa expresión de rabia quizás es dolor, es tristeza… Es consecuencia de cómo se sienten en relación a la pérdida que acaban de experimentar. Que quizás el haberse hecho pipí esta noche tiene que ver con lo que siente y no con que vuelve a ser pequeño o pequeña. Algunos no se muestran tristes y se sienten culpables por ello. No conviene juzgarles, respetando siempre sus ritmos.

En algunos críos puede surgir el miedo a perder a otras personas y otros pueden tener conductas regresivas (necesitar más atención, más contacto, succión del pulgar). Además, puede que resurja de nuevo el miedo a la oscuridad, que se muestren más irritables o que se sientan culpables, o tal vez desmotivados. Sin olvidarnos del cuerpo, ya que algunos niños y niñas pueden somatizar sintiendo dolor de barriga, de cabeza, dolor en el pecho…

4. ¿Seguimos con las rutinas?
Mantener las rutinas les aportará seguridad. Quizás podemos explicar lo que pasará de aquí en adelante, quizás algunas cosas cambien pero otras seguirán igual y esto les vendrá bien saberlo.

5. ¿Qué repercusiones está teniendo la pérdida en su vida?
Conviene estar atentos para ver si está afectando a algunas áreas de su vida. Cuando la parte emocional no está bien no podemos concentrarnos ni memorizar, nos cuesta más estar con los otros… Es importante tener en cuenta que los resultados académicos pueden verse afectados en un proceso de duelo y quizás también las relaciones con los demás.

6. ¿Debemos compartir lo que sentimos u ocultarlo?
Sin duda, no hay que tener miedo a compartir la tristeza, la rabia, la impotencia delante de los niños, siempre siendo seguros para ellos y ellas. Puede que pensemos que tenemos que proteger al niño o niña de nuestras lágrimas, o que no queremos que sufran más de la cuenta. Pero si les mostramos de vez en cuando que los adultos también lloramos por la pérdida de una persona que queremos, ayudaremos a normalizar la expresión de la tristeza de manera sana para cuando ellos sean adultos.

Si escondemos nuestras emociones y les mostramos que "todo va bien”, ellos aprenderán a congelar sus emociones y el daño puede ser mayor. Somos modelos de imitación para ellos, así que mostrando nuestras emociones les estamos enseñando a poder expresar las suyas de manera sana.

7. ¿Y si no queremos verles sufrir?
En ocasiones nos asusta ver el dolor de los otros, pero es inevitable y estará bien que podamos acogerlo y no minimizar lo que sienten. Lo importante es que noten nuestra presencia y nuestro acogimiento. Es más, conviene animarles a expresar lo que sienten. A veces se nos escapa un “no llores”, “no estés triste”, “tienes que ser valiente”, “no está bien enfadarse así”… Mensajes como estos coartan la libre expresión e impedirán el procesamiento de la pérdida. Aunque no podemos proteger a los niños/as de la muerte, sí que podemos ayudarles en su proceso de duelo, validando lo que sienten y ayudándoles a expresarlo con palabras.

8. ¿Existen las palabras mágicas?
No, pero podemos acompañar diciendo cosas como: “Entiendo que te sientas así, duele mucho perder a alguien”, “Entiendo que ahora no te apetezca hablar de ello pero podemos estar en silencio abrazándonos”, “Es terrible lo que ha pasado, cuando lo necesites puedes decirme cómo te sientes”, “No tengo palabras pero podemos compartir el silencio” , “A mi también me entran muchas ganas de llorar cuando pienso en él/ella”, etc.

9. ¿Nos despedimos para siempre?
La realidad es que nos despedimos de una parte, pero quedan recuerdos, imágenes, sensaciones… El amor es para siempre. Esas sensaciones no se olvidarán y estará bien tenerlas en cuenta y ponerle palabras. Frases como “papá murió pero siempre seguirá dentro de nuestros corazones” o “le queremos mucho y le seguiremos queriendo mucho, aunque ahora ya no lo podremos ver o abrazar”.

10. ¿Conviene realizar un ritual?
Sí. Y es importante hacerles partícipes del ritual de despedida siempre que quieran. En la medida de lo posible, es conveniente que los niños puedan asistir al tanatorio y al funeral, para así poder empezar a digerir lo que ha sucedido y empezar a elaborar el duelo adecuadamente. Si el niño no desea ver al cadáver o participar en el ritual de despedida, será necesario escuchar su deseo y respetarlo.

Es importante poderle explicar que el cuerpo del difunto no siente nada y que ya no sufre. En estos días, para muchos es imposible ir al tanatorio o al cementerio como tradicionalmente se hace, pero podemos hacer otro tipo de rituales “caseros”.

Por ejemplo podríamos buscar un lugar cómodo y tranquilo, evocar a la persona que perdimos y expresar las sensaciones que surjan. A partir de ahí, nombramos los recuerdos sobre la persona perdida, recordaremos momentos hermosos, quizás podemos dirigirnos a esta persona para expresarle lo que se nos quedó por decir, quizás queremos pedirle perdón o decirle que le perdonamos y agradecerle todo lo que nos aportó. Podemos utilizar fotos para ello, también crear una caja de recuerdos, dedicarle un dibujo o una canción. Todo vale.

*Zenaida Aguilar: Profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y Psicóloga infantil en el Instituto Carl Rogers, UOC - Universitat Oberta de Catalunya.

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COLABORA CON NOSOTROS.

GSIA es una asociación sin ánimo de lucro, de carácter independiente, que fue creada hace 10 años por un pequeño pero apasionado grupo de profesionales de diferentes especialidades.

Su finalidad principal es la de contribuir al reconocimiento de los derechos humanos en la infancia y la adolescencia, a través del estudio, la formación, la sensibilización y la difusión de los mismos.

¡AYÚDANOS A MANTENER Y AMPLIAR NUESTROS PROYECTOS!.

Dona a la Asociación GSIA desde aquí.

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Hablando sobre la muerte y el duelo con niños y niñas.

¿Qué significa morir?, ¿qué creencias religiosas, espirituales o filosóficas tenemos los adultos sobre el final de la vida?, ¿qué preguntas se hacen los niños?, ¿por qué hablar con ellos de este tema?,  ¿cómo lo hacemos si a nosotros como adultos no cuesta y nos angustia asumir este hecho vital? 


Los niños y niñas se hacen infinidad de preguntas sobre la muerte sin necesidad de haber vivido un duelo o haber sentido el dolor de perder a un ser querido. Intuyen, observan y se dan cuenta perfectamente de los cambios que experimentan las plantas, los animales y las personas. Preguntarse el porqué de estos cambios no responde más que a su deseo de aclarar y confirmar lo que ya desde muy pequeños intuyen y quieren saber, porque lo que realmente vive un niño con mayor angustia es que sus cuestiones queden sin explicación.

Comprender este concepto no es sólo un cuestión racional sino que la emoción tiene un papel fundamental. Nosotros podemos explicar a los niños lo que la muerte significa pero su asimilación dependerá de su edad, su momento evolutivo y grado de madurez, sus experiencias vitales, su desarrollo cognitivo así como el estilo de comunicación que utilicemos y la actitud que tengamos ante este tema. Y es que saber no es lo mismo que asimilar lo que se sabe.

No importa si tenemos dudas o no tenemos respuestas para todo. De lo que se trata es de saber reconocer nuestras propias limitaciones, de acercarnos al niño no como “sabedores” de todo, sino como personas también limitadas con dudas y con preguntas sin resolver.

Para ayudarnos a dar respuesta a algunas de nuestras inquietudes como educadores, ya sea en el ámbito familiar o escolar, hay publicada bibliografía muy interesante (en español y en inglés) que nos invita a reflexionar y nos acerca pautas básicas a tener en cuenta a la hora de abordar este tema con nuestros hijos o nuestros alumnos:

Hablemos de Duelo: Manual Práctico para abordar la muerte con niños y adolescentes. Fundación Mario Losantos del Campo, octubre de 2016.

Un manual práctico que podéis descargar de forma gratuíta y que ayuda a los padres, profesores y adultos en general a solucionar sus dudas sobre el duelo infantil y a encontrar la mejor forma de explicar a los niños qué es la muerte en las diferentes etapas del desarrollo. Señala aquellas emociones y cuestiones que son más habituales y nos ayuda a identificar los signos de alarma que debemos tener en cuenta en caso de que el niño necesite ayuda profesional.

Incluye un apartado para abordar este tema con personas con discapacidad intelectual.

Recoge bibliografía recomendada para educadores, cuentos para leer con los niños así como películas y otros recursos didácticos.

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35.000 niños y adolescentes fueron asesinados en Brasil en cinco años.

Unos 35.000 niños y adolescentes perdieron la vida de forma violenta en Brasil entre 2016 y 2020, lo que supone un promedio de 7.000 víctimas de asesinato por año en esta franja etaria, según un estudio divulgado el 22 de octubre.

Foto EFE
De ese total, más de 31.000 víctimas eran adolescentes entre los 15 y 19 años, pero los casos que más han aumentado son los de menores de 4 años de edad, con un crecimiento del 27 % entre 2016 y 2020. Y 45.000 violaciones al año.

Los datos corresponden a un estudio adelantado conjuntamente por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Fórum Brasileño de Seguridad Pública.

De acuerdo con la investigación, las causas de las muertes cambian de acuerdo con la edad. Mientras los niños suelen ser víctimas de violencia doméstica y pierden la vida a manos de agresores conocidos, en su mayoría familiares cercanos, los adolescentes mueren lejos de sus casas, víctimas de la violencia armada urbana y del racismo.

Un factor que resalta el estudio como una señal de alerta es que, si bien las muertes letales han disminuido en los últimos años, luego de tener el mayor pico entre 2016 y 2017, los asesinatos de menores de 4 años de edad han crecido.

Entre 2016 y 2020 fueron identificadas al menos 1.070 muertes violentas de niños de hasta 9 años de edad, pero solo en 2020, cuando la pandemia de la covid llegó a Brasil y obligó a que las familias permanecieran en sus casas para evitar la transmisión del virus, 213 menores de esa franja etaria fueron asesinados.

La mayoría de los casos fue de menores de 4 años, que pasaron de 112 víctimas fatales en 2016 a 142 el año pasado.

"En el total de niños hasta los 9 años asesinados, el 56 % eran negros, el 33 % eran niñas, el 40 % murieron dentro de sus casas, el 46 % de las muertes fue por arma de fuego, el 28 % por uso de armas blancas o por agresión física", señala el estudio.

La investigación también destaca las muertes de niños y adolescentes entre los 10 y los 19 años a manos de la Policía. Solo en 2020 fueron 787 víctimas de esta franja etaria, unas dos por día.

UNAS 45.000 VIOLACIONES POR AÑO

De acuerdo con el estudio, los casos de violencia sexual se dan principalmente en la infancia y al comienzo de la adolescencia.

La falta de datos sobre este tema en 2016 limitó la investigación a cuatro años (2017-2020), en los que fueron registrados 179.277 casos de violación con víctimas de hasta 19 años, un promedio de 45.000 casos por ano.

Según la investigación, la mayoría de las víctimas eran de sexo femenino, principalmente con 13 años de edad, mientras que, para los niños, los crímenes son cometidos principalmente en su infancia (entre los 3 y lo 9 años).

Pautas para gestionar el duelo en la infancia

Como seres humanos que somos, nuestras relaciones sociales son sumamente importantes. Cuando estos lazos afectivos se pierden por la muerte de nuestros seres queridos, se desencadena un estado afectivo al que conocemos como duelo.


Si el duelo es duro para un adulto, aún resulta más difícil para un niño. Para empezar porque su sensación de seguridad se tambalea. La pérdida repentina sobre todo genera una sensación de falta de control y de seguridad que puede llegar a ser muy abrumadora. Por ello, el objetivo transversal será proveer a este niño o a esta niña de esa sensación de seguridad, ayudándole en su proceso de reestructuración.
La actual pandemia por la COVID-19 nos hace estar en continuo contacto con el duelo. No solo por la pérdida de seres queridos que mencionábamos antes, sino también de personas importantes para otros. Pero si entendemos como duelo el proceso de adaptación emocional ante cualquier “pérdida”, también podríamos considerar que vivimos el “duelo” de no ver a nuestros familiares, amigos y amigas. Incluso de no poder ir al colegio ni al trabajo, ni tampoco al parque.

Aunque las siguientes pautas están orientadas a gestionar la pérdida de un ser querido, podría adaptarse a cualquier otro tipo de duelo.

Nuestra misión es compartir el conocimiento y enriquecer el debate.

1. ¿Cuándo debemos decírselo?
Conviene comunicarlo lo antes posible. Buscar un lugar adecuado y un momento adecuado para explicar pronto, con un lenguaje fácil y sencillo, lo que ha sucedido. Mejor sin utilizar eufemismos que generan mucha confusión como “se ha ido”, “se fue al cielo”, “se ha quedado dormido para siempre"… Si es una muerte que se preveía, es mejor ir preparando al niño poco a poco y con antelación. Poder visitar al enfermo al hospital ayuda a poder procesar lo que está sucediendo y entender mejor por qué la persona que queremos no está donde suele estar.

2. ¿Pero por qué?
Conviene tener en cuenta las características individuales y de la edad que tenga el niño o la niña a la hora de explicarle lo sucedido. Adaptaremos el lenguaje, la forma de explicarlo, el momento… Por ejemplo, puede ayudarnos un cuento sobre duelo, relacionar con otras pérdidas conocidas para ellos y ellas como, por ejemplo, la muerte de un animal, de alguna planta, o quizás poner un ejemplo de una película.

Es importante que respondamos a sus preguntas por muy alocadas que sean: esto les dará seguridad. Y si desconocemos la respuesta, debemos ser capaces de admitir que no lo sabemos y que para nosotros tampoco es fácil entenderlo.

3. ¿Cómo acompañarles en su expresión?
Cada niño y niña va a tener su forma de expresión de lo que siente, es importante mostrarse atentos y ayudarles a que se den cuenta de que esa expresión de rabia quizás es dolor, es tristeza… Es consecuencia de cómo se sienten en relación a la pérdida que acaban de experimentar. Que quizás el haberse hecho pipí esta noche tiene que ver con lo que siente y no con que vuelve a ser pequeño o pequeña. Algunos no se muestran tristes y se sienten culpables por ello. No conviene juzgarles, respetando siempre sus ritmos.

En algunos críos puede surgir el miedo a perder a otras personas y otros pueden tener conductas regresivas (necesitar más atención, más contacto, succión del pulgar). Además, puede que resurja de nuevo el miedo a la oscuridad, que se muestren más irritables o que se sientan culpables, o tal vez desmotivados. Sin olvidarnos del cuerpo, ya que algunos niños y niñas pueden somatizar sintiendo dolor de barriga, de cabeza, dolor en el pecho…

4. ¿Seguimos con las rutinas?
Mantener las rutinas les aportará seguridad. Quizás podemos explicar lo que pasará de aquí en adelante, quizás algunas cosas cambien pero otras seguirán igual y esto les vendrá bien saberlo.

5. ¿Qué repercusiones está teniendo la pérdida en su vida?
Conviene estar atentos para ver si está afectando a algunas áreas de su vida. Cuando la parte emocional no está bien no podemos concentrarnos ni memorizar, nos cuesta más estar con los otros… Es importante tener en cuenta que los resultados académicos pueden verse afectados en un proceso de duelo y quizás también las relaciones con los demás.

6. ¿Debemos compartir lo que sentimos u ocultarlo?
Sin duda, no hay que tener miedo a compartir la tristeza, la rabia, la impotencia delante de los niños, siempre siendo seguros para ellos y ellas. Puede que pensemos que tenemos que proteger al niño o niña de nuestras lágrimas, o que no queremos que sufran más de la cuenta. Pero si les mostramos de vez en cuando que los adultos también lloramos por la pérdida de una persona que queremos, ayudaremos a normalizar la expresión de la tristeza de manera sana para cuando ellos sean adultos.

Si escondemos nuestras emociones y les mostramos que "todo va bien”, ellos aprenderán a congelar sus emociones y el daño puede ser mayor. Somos modelos de imitación para ellos, así que mostrando nuestras emociones les estamos enseñando a poder expresar las suyas de manera sana.

7. ¿Y si no queremos verles sufrir?
En ocasiones nos asusta ver el dolor de los otros, pero es inevitable y estará bien que podamos acogerlo y no minimizar lo que sienten. Lo importante es que noten nuestra presencia y nuestro acogimiento. Es más, conviene animarles a expresar lo que sienten. A veces se nos escapa un “no llores”, “no estés triste”, “tienes que ser valiente”, “no está bien enfadarse así”… Mensajes como estos coartan la libre expresión e impedirán el procesamiento de la pérdida. Aunque no podemos proteger a los niños/as de la muerte, sí que podemos ayudarles en su proceso de duelo, validando lo que sienten y ayudándoles a expresarlo con palabras.

8. ¿Existen las palabras mágicas?
No, pero podemos acompañar diciendo cosas como: “Entiendo que te sientas así, duele mucho perder a alguien”, “Entiendo que ahora no te apetezca hablar de ello pero podemos estar en silencio abrazándonos”, “Es terrible lo que ha pasado, cuando lo necesites puedes decirme cómo te sientes”, “No tengo palabras pero podemos compartir el silencio” , “A mi también me entran muchas ganas de llorar cuando pienso en él/ella”, etc.

9. ¿Nos despedimos para siempre?
La realidad es que nos despedimos de una parte, pero quedan recuerdos, imágenes, sensaciones… El amor es para siempre. Esas sensaciones no se olvidarán y estará bien tenerlas en cuenta y ponerle palabras. Frases como “papá murió pero siempre seguirá dentro de nuestros corazones” o “le queremos mucho y le seguiremos queriendo mucho, aunque ahora ya no lo podremos ver o abrazar”.

10. ¿Conviene realizar un ritual?
Sí. Y es importante hacerles partícipes del ritual de despedida siempre que quieran. En la medida de lo posible, es conveniente que los niños puedan asistir al tanatorio y al funeral, para así poder empezar a digerir lo que ha sucedido y empezar a elaborar el duelo adecuadamente. Si el niño no desea ver al cadáver o participar en el ritual de despedida, será necesario escuchar su deseo y respetarlo.

Es importante poderle explicar que el cuerpo del difunto no siente nada y que ya no sufre. En estos días, para muchos es imposible ir al tanatorio o al cementerio como tradicionalmente se hace, pero podemos hacer otro tipo de rituales “caseros”.

Por ejemplo podríamos buscar un lugar cómodo y tranquilo, evocar a la persona que perdimos y expresar las sensaciones que surjan. A partir de ahí, nombramos los recuerdos sobre la persona perdida, recordaremos momentos hermosos, quizás podemos dirigirnos a esta persona para expresarle lo que se nos quedó por decir, quizás queremos pedirle perdón o decirle que le perdonamos y agradecerle todo lo que nos aportó. Podemos utilizar fotos para ello, también crear una caja de recuerdos, dedicarle un dibujo o una canción. Todo vale.

*Zenaida Aguilar: Profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y Psicóloga infantil en el Instituto Carl Rogers, UOC - Universitat Oberta de Catalunya

Los bebés del 11-S que crecieron a la sombra de la tragedia y ahora temen el 20 aniversario.

Los 105 bebés del 11-S son un subconjunto dentro un grupo mucho mayor formado por todas las niñas y niños que perdieron a uno de sus padres en las Torres Gemelas, en el Pentágono o en el vuelo 93 de United Airlines que se estrelló en un campo cerca de Shanksville. 
Un total de 3.051 menores sufrieron la muerte de un progenitor. En la mayoría de los casos, el padre (siete de cada ocho víctimas del 11-S fueron hombres).
Estos niños, ahora ya adultos, conviven con el dolor, las preguntas indiscretas y la omnipresencia de las imágenes con la muerte de sus padres que, en algunos casos, no llegaron a conocer.


Robyn Higley, famosa desde el nacimiento, siempre ha odiado septiembre. Es el mes en el que sucede todo lo malo, cuando pierde su jovialidad y alegría habituales para quedarse mustia y apagada. Aunque no termine de comprender bien por qué tiene que ser así, en septiembre se siente mal.
Se acerca el vigésimo aniversario del 11-S y Robyn sabe que este septiembre será peor que los 19 ya vividos. Los medios repetirán hasta la saciedad las imágenes de aquel día terrible, habrá una explosión de emociones y fervor patriótico y ella se sentirá aún más expuesta que en los años anteriores. 
"No me gusta nada", dice. "Sí, lo entiendo, el 20 [aniversario] es algo importante, pero hay muchas expectativas sobre cómo debo sentirme, la gente espera a una niña afligida con el corazón roto, pero yo tengo casi 20 años, ya soy mayor".
Es complicado ser Robyn Higley cuando se acerca el 11 de septiembre. ¿Cómo hacer el duelo por un padre al que nunca conoció? ¿Cómo lidiar con la etiqueta que le han asignado para toda la vida, bebé del 11-S, cuando ella ni siquiera estaba en ese día terrible?

A su padre, Robert Higley, todos lo llamaban Robbie. El 11 de septiembre de 2001 fue a su nuevo trabajo como ejecutivo de una aseguradora en el piso 92 de la torre sur del World Trade Center, en Nueva York. Había comenzado tres meses antes y ese día estaba especialmente emocionado porque le habían pedido que asumiera el cargo de director en funciones.

A las 8:46 de la mañana, un avión alcanzó la torre norte y Robbie llamó a Vycki, su esposa. Le dijo que había ocurrido algo en el otro edificio pero que él estaba bien. "Vista ahora desde el recuerdo, fue una conversación dolorosamente corta", dice Vycki.

A Vycki le llevó un tiempo reconstruir lo ocurrido tras esa llamada: su marido ayudó a evacuar a doce compañeros en un ascensor, uno de los últimos en llegar a la planta baja antes de que el vuelo 175 de United Airlines se estrellara contra la torre sur a las 9:03. Robbie no logró salir. Vycki dice que decidió no entrar en el ascensor porque quería "hacer de director" y asegurarse de que todos los demás estuvieran bien.

Vycki quedó viuda el 11 de septiembre. Una madre sola al cuidado de su hija de cuatro años, Amanda, y con el embarazo de Robyn en estado avanzado. Cuando Robyn nació siete semanas después, el 3 de noviembre de 2001, ya era conocida como "la bebé del 11-S". 

Su condición de recién nacida y víctima de los atentados de las Torres Gemelas generó tanto interés que el día de su nacimiento en la sala de partos había un equipo de cámaras de la cadena ABC. "Fue gracioso", dice Robyn. "Mi madre se puso de parto, llegó al hospital y se encontró con que ABC News ya la estaba esperando".

Crecer siendo "bebé del 11-S"

Robyn Higley es una de las 105 personas que estaban en el vientre materno cuando sus padres murieron en los atentados terroristas de Nueva York, Washington y Shanksville (Pensilvania). Como miembro de este club formado bajo un criterio tan excepcional, Robyn nació y creció en un mundo donde su identidad ya le había sido asignada.

De pequeña empezó a comprender que había ocurrido algo muy grave el día en que su padre perdió la vida, pero no tenía ni idea de cómo procesarlo. "Sabía en qué consistía el 11 de septiembre, pero no cómo debía sentirme”, dice. “Para una niña de cinco años, son cuestiones muy complejas".

El desafío de educar a dos niñas pequeñas tras la calamidad de los atentados también pilló por sorpresa a Vycki. ¿Qué debía contarles? "Nadie le dio un manual a nadie", dice. "No había un manual sobre las Torres Gemelas en el que se nos dijera qué hacer, cómo criar a dos niñas pequeñas que habían perdido a su padre en esta cosa terrible".

Robyn tuvo dificultades con Amanda, su hermana mayor. Eran muy buenas amigas y estaban muy unidas pero sus experiencias opuestas del 11-S provocaban tensiones y rivalidades. Cuando ocurrió el atentado, Amanda tenía cuatro años y Robyn aún no había nacido. "Hay muchos celos entre ellas", dice Vycki. "Como bebé del 11-S, nacida tras la muerte de su padre, Robyn recibió toda la atención mediática y eso molestó a Amanda. Pero Robyn tiene celos de Amanda porque pudo estar cuatro años con su padre y ella no estuvo ninguno".

Memorial del 11-S. EFE

Cada vez que llegaba el 11 de septiembre, se intensificaba la atención sobre Robyn. "Durante todo el instituto fue algo horrible, con personas que ni siquiera eran amigas acercándose para decir 'Oye, ¿cómo estás? ¿Estás bien?'. Era como si esperaran que yo necesitara su compasión y su lástima", cuenta ella. 

A veces Robyn tenía la extraña sensación de que la gente quería que rompiera a llorar o que tuviera un ataque de nervios: "Querían que me derrumbara; cada vez que salía un anuncio del 11 de septiembre, todos los ojos giraban hacia mí en el momento en que la primera torre caía y yo empezaba a reaccionar".

Robyn, Amanda y Vycki asistirán por primera vez este año a la conmemoración oficial del 11-S en la Zona Cero. Tras evitar durante años este acontecimiento de difusión mundial, Vycki cree que ha llegado el momento. "Este parece ser el año adecuado para hacerlo", dice.

Robyn ya se está angustiando un poco por el 20 aniversario. Siete semanas después, cumplirá veinte años y eso le ha hecho pensar que no faltan tantos para llegar a los 29, la edad de su padre. "Me estoy acercando a la edad que tenía él cuando murió; cuando tenga 30 años haré cosas que él nunca pudo hacer como dejar a mi hijo en la guardería, algo que él nunca hizo conmigo", dice. "Si lo piensas, es muy desconcertante".

No poder escapar de los recuerdos

Los 105 bebés del 11-S son un subconjunto de un grupo mucho mayor formado por todas las niñas y niños que perdieron a uno de sus padres en las Torres Gemelas, en el Pentágono o en el vuelo 93 de United Airlines que se estrelló en un campo cerca de Shanksville. Un total de 3.051 menores sufrieron la muerte de un progenitor. En la mayoría de los casos, el padre (siete de cada ocho víctimas del 11-S fueron hombres).

Terry Sears lleva veinte años metida en el mundo de los niños del 11-S. Es la directora ejecutiva de la ONG Tuesday's Children, creada a pocos días de los atentados para dar asistencia a largo plazo a los niños de la tragedia. Ahora que se acerca el aniversario, Sears se ha puesto a mirar viejas imágenes de los primeros años de la ONG, cuando llevaban a los niños de excursión. 

Lo que más le impresiona es la magnitud de la pérdida. "Se organizaba un picnic en Nueva Jersey o una fiesta en la playa de Long Island, y acudían cientos de niños que habían perdido a sus padres ese día, era una sensación de duelo tan concentrada... Mirar las imágenes hoy sigue siendo algo abrumador".

A lo largo de los años, Sears ha identificado experiencias compartidas entre los niños. Una de las más potentes es la condición siempre presente del 11-S, la sensación de que no pueden escapar de él por mucho que lo intenten. "Salía todos los días en las noticias, justo cuando empezabas a ver la televisión al regresar del colegio, volvían a aparecer esas imágenes con los edificios derrumbándose", dice. "Para los niños del 11 de septiembre, sus historias se reprodujeron todos los días y durante años en público".

Sears llama la atención sobre otra potente experiencia compartida de la que también habla Robyn Higley: la tiranía de lo que esperan las otras personas. "Muchos niños del 11 de septiembre me han contado que a lo largo de los años han tratado de ser ellos mismos", dice Sears. "Conseguir un nuevo trabajo y sentirse frustrados cuando alguien les dice 'He oído que has perdido a tu padre', aunque ellos no buscaran que nadie se apiade, cuando solo querían ser normales".

"Nunca llegas a ser totalmente inmune"

Mike Friedman conoce perfectamente la sombra que el 11 de septiembre ha proyectado sobre los niños de la tragedia. Él y Dan, su hermano gemelo, tenían 11 años el día en que perdieron a su padre. "El 11 de septiembre es la única tragedia que se asocia a una fecha concreta, nadie deja que se te olvide", dice. "Está en las noticias, en la televisión, en Internet; nunca llegas a ser totalmente inmune; en la semana previa al 11-S nunca me siento como soy normalmente".

Incluso antes de los atentados, los hermanos tenían una conexión especial con los enormes rascacielos del World Trade Center en el centro de Manhattan. Mike y Dan miden 1,80 metros y fueron durante años los más altos de su escuela, incluidos los profesores. Gracias al trabajo de su madre tuvieron la oportunidad de conocer a la estrella del baloncesto Magic Johnson, que les firmó un autógrafo que decía: "A las Torres Gemelas, la mejor de las suertes". El apodo quedó y Mike y Dan serían conocidos como las Torres Gemelas mucho antes de que su padre, Andrew Friedman, fuera ese día a trabajar comprando y vendiendo acciones en el piso 92 de la torre norte. Tenía 44 años.

Entre las experiencias de los gemelos y las de Robyn Higley hay diferencias notables. Ellos sí habían nacido el 11-S y recuerdan perfectamente al director del colegio llamándolos para que salieran de clase. Les dijo que un avión se había estrellado contra el edificio de su padre en Nueva York y que no se preocuparan, que él estaba bien.

El resto del día transcurrió como si nada hubiera ocurrido. Recuerdan estar pasándolo bien en casa de un vecino, nadando en la piscina y disfrutando de la barbacoa. No fue hasta el día siguiente cuando su madre, Lisa Friedman Clark, los sentó y les dijo: "Chicos, no creo que vuestro padre vuelva a casa".

Pero también hay afinidades entre los niños del 11-S. Como le ocurrió a Robyn, a los gemelos les llevó años averiguar lo que le había ocurrido a su padre. Lisa quería ocultarles los detalles dolorosos hasta que tuvieran la edad para asimilarlos, así que crecieron pensando que su padre había estado bien hasta el derrumbe de la torre norte, que había tenido "mucho aire", como les dijo su madre. Dan tenía la impresión de que el piso 92 había sido un lugar tranquilo hasta el último momento.

Con poco más de 20 años, su madre les dijo la verdad. "Nos contó que pasó una hora y media de infierno atrapado en el piso, tosiendo un montón mientras ella hablaba por teléfono con él, con humo, paredes derrumbándose, el hueco de la escalera inaccesible, la gente ahogándose y saltando del edificio; fue algo doloroso de escuchar".

El proceso de duelo

Todos los niños del 11-S han pasado por dificultades a lo largo de los años. Los Friedman acudieron a terapeutas infantiles que les ayudaron en el proceso de duelo y de niña Robyn tuvo graves ataques de paranoia. Le generaba ansiedad separarse de su madre y solo entraba en un cine cuando alguien lo había inspeccionado y declarado seguro. "Crecí sabiendo que mi padre entró un día en el trabajo y no salió, eso me hizo tener mucho miedo de entrar en cualquier situación", dice.

Los recuerdos les han ayudado a establecer una conexión con sus padres perdidos. Los gemelos tienen colchas que les tejió un desconocido de Oregón con las camisetas y prendas de la universidad en la que Andrew estudió. Dan guarda uno de los palos de golf de su padre en la taquilla del club de Long Island donde ahora juegan los dos y Robyn guarda un conejito rosa de peluche que su padre le compró cuando él y Vycki se enteraron de que el embarazo era de una niña. 

El conejito la ha tranquilizado mucho en todos estos años. También la ha ayudado a afrontar una de sus mayores angustias: que su padre nunca supiera quién era ella. "Tuve que lidiar con eso durante un montón de tiempo, con que él no supiera quién soy; pero él sí sabía que yo era una niña, lo sabía porque me había comprado cosas y eso me reconfortaba un poco, sabía de mí, sabía quién era, se emocionaba por mí".

El asesinato de Bin Laden

Los chicos del 11-S también han compartido inesperados momentos de regocijo. El más extraño de todos, el asesinato de Osama Bin Laden en mayo de 2011. Su muerte en Pakistán a manos de un equipo de seis Navy Seal estadounidenses se anunció mientras Robyn celebraba con su familia el 14 cumpleaños de su hermana Amanda. "Lo celebramos con una tarta de chocolate, estuvo realmente bien", recuerda Robyn.

También han tenido lo que podríamos llamar las ventajas de ser famosos del 11 de septiembre. A Robyn la llevaron entre bastidores de Hairspray, el exitoso musical de Broadway. "Pude ponerme sobre un bote gigante de laca para el pelo. Para una niña de seis años, era lo más genial que había", recuerda. Todos los veranos asistía durante una semana al "Campamento de América", un lugar de recreo en el campo dedicado expresamente a los niños del 11 de septiembre. Llegó a considerarlo un refugio, un lugar donde no había que dar explicaciones ni tenía que hablar de "eso".

Con el paso de los años, según cuenta Robyn, su afecto por el padre que nunca conoció se ha hecho más profundo. Cuando ella era niña, él solo era una fotografía. Ahora tiene un perfil más completo de su padre como ser humano. "Un loco divertido al que le gustaba hacer reír a la gente", dice. "Una de las mejores personas que hayan existido".

Pese a todo, Robyn dice estar sorprendida por lo bien que ha salido, por cómo pasó de bebé del 11-S a convertirse en una mujer independiente y fuerte. "Estoy muy sorprendida por lo bien que he salido teniendo en cuenta todo lo que había en mi contra". 

Dice que sólo tiene dos penas. Le gustaría que su padre estuviera cerca para verla crecer. "Que pudiera ver lo orgullosa que estoy de mí misma", dice. El otro está relacionado con el mismo 11 de septiembre. De vez en cuando se permite divagar sobre cómo Robbie sacrificó su propia vida para salvar a otros. "Fue un héroe y eso me encanta", dice. "Pero también hay momentos en los que me enfado: ¿por qué no se subió a ese ascensor?".

Traducido por Francisco de Zárate     

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“Poniendo alma al dolor. Intervención terapéutica con niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual infantil”

Pepa Horno Goicoechea, 
Poniendo alma al dolor,....
ISBN 9788433031358
Ed. Desclée de Brouwer

Presentación el jueves 3 de junio de 2021 a las 19:30, 
en Palma de Mallorca*.

La supervisión técnica es un espacio de aprendizaje único, no solo para quien la recibe sino para quien supervisa. En los últimos años desde Espirales CI tenemos el privilegio de supervisar equipos de profesionales de distintos ámbitos del sistema de protección. El objetivo es la mejora de la calidad de la intervención desde el proceso de consciencia del profesional. Un espacio en el que se habla de los casos, pero sobre todo de la vivencia interna de cada profesional y como equipo.

En estos espacios nos encontramos con profesionales increíbles. Profesionales de un gran bagaje técnico, pero sobre todo con una calidad humana inestimable y un compromiso con el dolor de las personas a las que atienden difícil de igualar. Es el caso de Elena González, Carolina Moniño y Carmen Ruiz, psicólogas de la UTASI, la Unidad Terapéutica de Abuso Sexual Infantil que creó la Direcció General d’Infància, Joventut i Famílies del Govern de Illes Balears para atender a los niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual y con familias protectoras.

En el marco de esa supervisión surgió el proyecto de este libro, Poniendo alma al dolor. Intervención terapéutica con niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual infantil, que acaba de aparecer publicado por la editorial Desclée De Brouwer. De nuevo agradecemos a la editorial Desclée De Brouwer su compromiso con la publicación y difusión de obras dirigidas a mejorar las intervenciones técnicas desde la psicología.

En los últimos años se han desarrollado muchas publicaciones sobre abuso sexual infantil en nuestro país. Pero muy pocas describen el proceso terapéutico para atender a los niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual. No nos referimos a un manual técnico sobre las áreas a abordar  o sobre la comprensión del abuso, sino a una descripción detallada de CÓMO abordarlo. Una descripción del proceso que se sigue en la consulta desde el primer día que llega el niño, niña o adolescente hasta la sesión de cierre. Con el detalle suficiente para permitir que sea replicado por otros profesionales en diversos contextos. Profesionales que trabajan, siendo o no conscientes de ello, con niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual infantil. Por eso desde Espirales CI recomendamos su lectura a todos los profesionales que trabajan en el sistema de protección pero no solo, también a cualquier terapeuta que trabaje con niños, niñas y adolescentes.

Poniendo alma al dolor tiene además un segundo valor, y es la apuesta que sus autoras hicieron por dar alma y voz a ese relato. Y no podía ser otra voz que la de niños, niñas y adolescentes que pasaron en su momento por tratamiento y sus familias. Porque es su voz la única que puede transmitir su valentía, su capacidad de resiliencia y su proceso terapéutico.

El abuso sexual infantil no tiene por qué ser una condena, y los relatos de este libro lo prueban. No supone una condena si se recibe la ayuda y acompañamiento terapéutico adecuado, en el que la calidez afectiva se entiende como condición para el rigor técnico. Tampoco es condena si se tiene una red de apoyo afectivo sólida, que es otro de los factores de los que se habla mucho en este libro: el papel de la red de apoyo más allá de las familias. Las historias que hay en sus páginas le dan a este libro congruencia y consistencia.

Para  ha sido un privilegio coordinar y participar en la elaboración de este libro, así como para Javier Romeo realizar la primera revisión técnica de su contenido. Creemos que es un libro necesario y tenía que ser escrito por profesionales en activo, con la legitimidad que dan años de experiencia viendo a niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual infantil. Y con el alma que sólo tres profesionales como ellas podían darle a sus páginas.

Como escribí en el prólogo, “Este libro guarda el horror y la maravilla de la que es capaz el ser humano. Y, sobre todo, la luz que surge de la oscuridad cuando se unen rigor profesional, honestidad y calidez humana”. Confiamos en que reciba la acogida que merece.

Pepa Horno

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* Jueves 3 de junio de 2021 a las 19:30, Presentación presencial del libro Poniendo alma al dolor: intervención terapéutica con niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso sexual, con intervenciones de Serafín Carballo, director de la Oficina de la Infancia y Adolescencia de las Illes Ballears, y de las autoras del libro: Pepa Horno (coordinadora), Elena González, Carmen Ruiz y Carolina Moñino.

Fecha: .Lugar: Pati de la Misericòrdia- Palma
Plaça de l’Hospital 4
07012 Palma
Mallorca (Illes Balears)
Aforo limitado
Organiza: Librería Lluna

"Hablemos de suicidio en Adolescentes y salvemos vidas".

 La presencia de la muerte en la mente de un adolescente es muy frecuente 
y también lo son los intentos de suicidio. 
Abordar esta realidad, escucharles y detectar las señales a tiempo 
son puntos claves para evitar un desenlace trágico. 
Recursos:
.- Crean aplicación para prevenir el suicidio en adolescentes, crean CLAN. “La prevención del suicidio es posible”. La plataforma fue desarrollada directamente por jóvenes entre 12 y 17 años e investigadores del Instituto de Salud Pública de la Universidad de Chile, para reducir el riesgo y prevención de suicidio adolescente.
Yaiza Perera, 

Ariadna llevaba tiempo sin dormir bien, le costaba concentrarse y estudiar. Sumidos en una gran preocupación, sus padres la llevaron al psicólogo y al médico de cabecera, que le recetó ansiolíticos y antidepresivos para que se tomara "directamente cuando se sintiera mal". Y volvió a sentirse mal porque realmente nunca dejó de estarlo. Pese a la terapia y la medicación aquel camino de oscuridad seguía abriéndose a su paso. No pudo seguir. El 24 de enero de 2015 se quitó la vida. Acababa de cumplir 18 años.

"Somos el ejemplo que le puede pasar a cualquiera. No había una patología previa y no sabíamos qué era lo que teníamos que ver. Ni nosotros, ni sus compañeros, ni sus profesores. No lo sabía tampoco la médico de cabecera ni el psicólogo", reconoce con voz pausada y envuelta en tristeza José Carlos Soto Madrigal seis años después de la muerte de su única hija. Ariadna tampoco quiso que lo supieran. En su carta de despedida, con su delicadeza de siempre, la joven les explicaba que no les contó nada porque trataba de "protegerlos" de su propio dolor, de esa angustia existencial que hacía que solo se sintiera "segura" junto a ellos en casa.

Devastados, sus padres trataron de entender por qué ellos no supieron protegerla, qué se les "había escapado", en qué medida no habían sabido "cumplir las expectativas". Hoy, José Carlos trata de sobrevivir cada día a la muerte de Ariadna convirtiendo su duelo en activismo para evitar más dolor: "Hablemos de suicidio y salvemos vidas".
"Qué hago, para qué sirvo. Si no me quieren"

El Consejo Escolar de Madrid organizó el pasado día 28 de abril unas jornadas sobre prevención del suicidio en adolescentes para arrojar luz sobre una realidad que aún sigue siendo tabú y de la que si se habla, se "hace tarde y mal". [Escucha de las intervenciones]

La presencia de la muerte en la mente de un adolescente es muy frecuente y los padres, advierte Soto, tienen que "estar muy pendientes" , como los están "de las drogas, el sexo o el cáncer". Sienten inquietud y curiosidad por ella, buscan información e imágenes sobre autolesiones en internet, comparten su sufrimiento e imploran ayuda en las redes. Y muchos se atormentan con un discurso interno autodestructivo ("Qué hago, para qué sirvo. Si no me quieren") e incluso llegan a pensar que lo mejor es quitarse la vida. En 2019, 75 de ellos lo hicieron. Siete tenían entre 10 y 14 años y otros 68 entre 15 a 19 años, según datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística. El suicidio es la segunda causa de fallecimiento de menores desde los 15 años (41,94% %) tras el cáncer.
Shutterstock

Durante la adolescencia los intentos de suicidio son muy elevados y a menudo responden a una reacción impulsiva. No tienen intención de morir. Y ocurre más cerca de lo que podemos pensar en ocasiones. José Carlos Soto convocó a los progenitores de los compañeros de su hija una tarde para explicarles lo sucedido y, sobre todo, ayudarles a detectar señales de que la vida de sus hijos puede estar en peligro. Los presentes le escucharon atentamente, pero descartaron que en su familia pudiera haber un problema similar. Al llegar a sus respectivas casas, los chavales preguntaron qué le había ocurrido a Ariadna y durante aquellas conversaciones, tres de ellos reconocieron que también habían intentado quitarse la vida y otros dos, que lo habían pensado. En este mismo instituto cinco niños se habían suicidado en los últimos seis años y nadie lo sabía.
Cuando Soto les habla a los adolescentes muchos se echan a llorar porque se identifican con el dolor de su hija. Los padres, advierte, tienen que "ver algo más" que "un adolescente que dice no sé qué pasa, no puedo dormir, estoy cansada" y darles los cuidados adecuados. Éstas son algunas de las señales de las que hay que estar pendientes: Que el adolescente realice a menudo comentarios negativos sobre sí mismo, su vida o el futuro ("No valgo para nada", "Esta vida es un asco", "Nadie me quiere y es preferible morir", "Lo mío no tiene solución") , alusiones a la muerte o acciones autolíticas ("Me pregunto cómo sería la vida si estuviese muerto"), que exprese o escriba alguna despedida ("Quiero que sepas que en todo este tiempo me has ayudado mucho") o que se haga daño a sí mismo.
No quieren morirse sino dejar de sufrir

El suicidio en la adolescencia es un "auténtico problema de salud pública", aseguraba en su intervención José Antonio Luengo, secretario de la Junta de Gobierno del Colegio de Psicología de Madrid. No es una enfermedad sino "una acción ligada al dolor" y, por lo tanto, prevenible. No quieren morirse sino dejar de sufrir. De ahí la importancia de acompañarles para que ese dolor no les sobrepase, subraya Luengo: "Hay que mirarles a los ojos, estar cerca de sus corazones. Nosotros sabemos también lo que es la tristeza". Soto pide a los padres que dejen de ser 'superhombres' y 'supermujeres' y cuenten a sus hijos la adolescencia que "tuvieron de verdad", donde hubo fracasos y miedos que finalmente se desvanecieron.
Las mujeres suelen pensar más en quitarse la vida y triplican los intentos respecto a los hombres, pero son ellos los que lo logran más por el método empleado, que suele ser más letal (es lo que se denomina "paradoja de género). Los adolescentes recurren a la ingesta de fármacos o a cortes cuando dejan de ver sentido a su existencia. Y se ven arrastrados a esta situación límite con mayor medida por problemas de conducta y emocionales y no por un trastorno mental. El reto que plantea la desesperación del suicidio es encontrar otras maneras de resolver esos sentimientos que generan tanta angustia.

La falta de autocontrol y la inestabilidad emocional propia de esta etapa vital suponen de por sí un factor de riesgo de la conducta suicida, a los que se suman otros como sufrir bulling, la desesperanza, la soledad, la baja autoestima, situaciones de estrés académico o vivir en el seno de familias desestructuradas. Una depresión, que padecen en mayor medida las chicas, puede arrastrar también a un adolescente a tomar una decisión letal como la que tomó Ariadna.

El estado depresivo en NNA no se manifiesta exactamente como en un adulto. Puede provocar irritabilidad y no sólo tristeza, explica durante estas jornadas para docentes Mayelin Rey Bruguera, psicóloga clínica. Y a diferencia de los mayores, son capaces de disfrutar al ver algo que les interesa y no tienen sentimientos de culpa. Los más pequeños cuando están deprimidos pueden exteriorizarlo con ciertas quejas físicas vagas, una expresión facial de decaimiento, pobre comunicación verbal o rabietas. La pérdida de interés en el juego o por el ocio en general, el negarse a ir al colegio, la fatiga, la hiperactividad, un bajo rendimiento escolar, disminución de peso, alteraciones de sueño, la pérdida de confianza o sentimiento de inferioridad pueden ser también señales de alerta.
Las redes, aliadas y enemigas

"La pandemia por Covid-19 ha supuesto un punto de inflexión en la salud mental en la infancia y adolescencia. Nuestros pequeños piensan en la muerte y se autolesionan y se hace desde el silencio. Ese silencio no se da en las redes sociales, en sus relaciones virtuales donde despliegan su miedo, su desesperanza", advierte el psicólogo Luis Fernando López, codirector del proyecto ISNISS que investiga desde 2019 la influencia del entorno virtual en los jóvenes. Éste puede ser tanto un detonante que les conduzca a la muerte como convertirse en un mecanismo de ayuda y prevención. Depende de la utilización que se haga y de ahí la importancia de la formación de docentes, padres y alumnos para controlar el acceso a determinados foros y la regulación de páginas web que alientan las conductas suicidas.

Es en las redes sociales donde los adolescentes comparten sus emociones y, por ello, es importante ofrecerles apoyo a través de ese mismo medio y más aún tratándose de un tema como el suicidio, que se suele ocultar. Al mismo tiempo es en internet donde encuentran el riesgo, ya que pueden acceder libremente a contenido sobre suicidio y autolesiones que pueden estimularle a actuar contra sí mismo.

Una investigación realizada por el equipo de López en un centro educativo de la era precovid entre 302 jóvenes de entre 11 y 20 años certifica que el uso inadecuado de las nuevas tecnologías "influye significativamente" en la autolesión y las conductas suicidas (que abarca desde la idea hasta la consumación): más del 76% de las chicas y cerca del 55% de los chicos habían visto imágenes relacionadas con la autolesión, y el 38% de ellas y el 10% de ellos habían buscado información; seis de cada10 alumnas y tres de cada 10 alumnos habían compartido sus sentimientos de soledad y tristeza a través de las redes y cerca del mismo porcentaje respectivamente conocía a alguien que había publicado contenido autolesivo. Estos fríos porcentajes, que hablan del dolor adolescente, muestran que existe una clara relación entre la autolesión y los intentos de suicidio: el 91% de a los alumnos que había tratado de quitarse la vida (22) se había dañado previamente y el 86% que lo había planificado (28) también.

El hecho de que un menor se hiera a sí mismo no supone siempre que tenga intención de suicidarse, ya que en ocasiones puede ser una forma de regulación emocional, de tratar de ejercer o controlar a otros o de búsqueda de sensaciones. No obstante, detectar estos comportamientos autodestructivos como golpearse, morderse o hacerse cortes es crucial para evitar situaciones de mayor riesgo. La edad de inicio suele estar entre los 10 y 12 años y son las niñas las que se autolesionan con más frecuencia.

"A mí los profes me han salvado la vida"

Que los adolescentes que están sufriendo se sientan queridos y escuchados hace que se eleven los factores de protección. Ésa es la clave en la tarea de prevención en la que tanto familias como docentes tienen un papel esencial. "Tenemos una responsabilidad en la educación emocional, de cuidado, de guarda, de protección. Ser profesor no es sólo ser instructor", recuerda Luengo con un llamamiento a "empoderar" a los centros y convertirlos en "espacios seguros" donde haya personal formado que pueda identificar alumnos con riesgo de suicidio y acompañarles en el control de las emociones.

Los amigos también constituyen uno de los factores de protección más efectivos en la prevención de la conducta suicida, de ahí la necesidad de abordar este tema de forma sensible para que los adolescentes dejen a un lado la idea de que traicionan la confianza de alguien si cuentan que se ha dañado o tiene pensamientos suicidas. Hablar de ello con el orientador o con otro adulto no es "chivarse" sino proteger a esa persona.

El Colegio de Psicología de Madrid trabaja ya en un plan de prevención de trastornos de ánimo en las aulas en línea con elProyecto de Ley Orgánica de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia que tramita ya el Senado y que establece como obligatorios la existencia de estos protocolos contra el suicidio. Según los datos que maneja el Injuve, si se realiza una intervención 100% eficaz para la ideación suicida, se podría evitar el 33% de suicidios totales en adolescentes.

El secreto "es trabajar entre todos", asegura Luengo. Escuchar, conocer la realidad y abrir los "brazos a esa situación, a los chicos y a las familias". Hay que hacer que los casos afloren creando un clima de confianza y de buena comunicación. Y que frente al silencio se imponga la palabra, la escucha y otro desenlace diferente, como el que sigue emocionando a Luengo en boca de los adolescentes que atiende: "A mí los profes me han salvado la vida".