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«La permanencia, todavía una asignatura pendiente», Renovando desde Dentro, Art. 9, Antonio Ferrandis Torres.

¿Hasta qué punto podemos ofrecer a los  niños, niñas y adolescentes la estabilidad que necesitan cuando no pueden o no deben permanecer en su casa? 

¿Podemos considerar “permanente” el acogimiento? Incluso entre colegas y amigos que compartimos preocupaciones, experiencia y sufrimientos, descubrimos discrepancias importantes cuando tratamos esta cuestión.

Intentaré resumir a continuación tres historias recientes que me han empujado a reflexionar sobre este espinoso asunto.

La primera. Una pareja, que probablemente tiene mucho que ofrecer, tras participar en la formación de familias acogedoras, renuncia a ofrecerse como familia acogedora permanente porque imaginan que “no se sentirían capaces de sacar de sus vidas a un niño” después de cinco o diez años de convivencia familiar. ¿No estaremos enfatizando erróneamente la provisionalidad como un rasgo del acogimiento?

La segunda. Uno de nuestros chicos está atravesando muchos conflictos en su vuelta a casa. Se encontraba plenamente integrado en una familia acogedora, después de muchos vaivenes y no pocas dificultades de adaptación finalmente resueltas, cuando ciertos cambios externos y decisiones lo han colocado en un proceso de reincorporación familiar que, por ahora, no le resulta feliz, sino todo lo contrario. Lo que otros han llamado “vuelta a casa”, lo está experimentando como una “salida de casa” hacia un entorno desconocido, ajeno y amenazador. ¿Es que la llamada reunificación familiar es siempre preferible?

La tercera. Unos colegas piden colaboración para encontrar familia para una niña de seis años. Aparte de su familia de origen, con la que convivió durante su primer año de vida, ha pasado por cuatro familias acogedoras distintas. Tras describir las enormes dificultades de vinculación y relación que manifiesta en la actualidad, el técnico concluye: “Lo que le pasa es que no se siente en casa en ningún sitio”. ¿Y si la propia protección llega a ser más desestabilizadora que la situación de partida?

Se trata de una encrucijada compleja del sistema de protección: por un lado, se predica el apoyo a las familias de origen y se pretende el retorno del niño en cuanto sea posible; pero por otro, se quiere que las medidas alternativas tengan también todas las ventajas y características de una familia ordinaria, incluida la estabilidad y seguridad que ésta proporciona. Dada la aparente contradicción entre ambos objetivos, me gustaría recordar en este artículo que las medidas provisionales y la posibilidad de reunificación tienen un plazo, pasado el cual hay que ofrecer a los niños una situación estable, con otro tipo de planteamientos y de intervención.

Que treinta años no es nada…

No fue hasta la decisiva reforma de 1987 cuando nuestro país importó de la legislación italiana la definición del “affidamento” para incorporar el acogimiento a un sistema lastrado por la hiperinstitucionalización y la judicialización. Al comienzo, no resultaba fácil describir esta medida de protección, de modo que muchas explicaciones se resumían en que “la adopción es irrevocable y para siempre;  pero el acogimiento es temporal y reversible”. Sin embargo, dos décadas después, nuestro sistema de protección afirmaba que además de los acogimientos temporales deben existir los acogimientos permanentes. ¿Es una contradicción? El legislador pudo haber elegido otra palabra. Hay quien propone términos como “indefinido”, o “sin fecha de retorno preciso” u otras expresiones; pero la ley dijo “permanente”.

Es una palabra hermosa, que refleja lo que pretendemos. Viene del latín permanentis,  que  significa «que está todo el tiempo en el mismo lugar«. Se compone del prefijo per- (por completo) y el verbo manere (quedarse, parar en un lugar). Ese “manere” aparece en vocablos tan sugerentes como permanecer, mansión, remanso, remanente, inmanente, etc. También me explican que el sufijo castellano “ecer” denota procesos o estados que no son puntuales, sino que se caracterizan por su cierta extensión temporal (crecer, adolecer, envejecer, permanecer…).

Esto parecería una mera disquisición etimológica; pero es que me resulta muy inspiradora la imagen del remanso, de ese alguien que se queda,  de lo que no es pasajero sino propio de un lugar. “Permanecer”… Eso es lo que necesitaba aquella niña que en ningún lugar ha podido sentir que estaba en casa.

La permanencia como aspiración del sistema de protección

La llamada “Planificación para la Permanencia” ha orientado desde los años noventa todos los sistemas de protección infantil. Surgió como reacción al descubrimiento de que muchos niños, supuestamente protegidos, en realidad vivían “a la deriva” de recurso en recurso, de casa en casa, saliendo y retornando de sus hogares y hogares ajenos. Los telefilmes de sobremesa nos han familiarizado con las imágenes de los niños que cambian de familia llevando todas sus pertenencias en una bolsa de plástico.

Producto de esta preocupación, existe una especie de consenso en cuanto a que el plazo de año y medio o dos años es el periodo máximo tolerable para mantener a los niños en situaciones provisionales o temporales; pero más allá de ese plazo los niños deben crecer en un entorno estable. En la ley norteamericana, se consideraba el plazo máximo que un niño/a podía convivir con una familia distinta a la que vive como propia. Transcurrido dicho plazo, o regresaba a la familia o se acordaba una medida definitiva

El inicial planteamiento maximalista que se resumía en que “el niño protegido, o vuelve a casa en dos años o sale en adopción” afortunadamente se ha matizado con el tiempo. Hemos aprendido que algunas familias no podrán volver a convivir nunca, o no será la opción deseable para el niño. Sin embargo, pueden mantener el parentesco, la relación, y la identidad. Sin necesidad de forzar el regreso a un hogar que puede suponer un entorno de riesgo y una nueva ruptura, es posible mantener cierta conexión entre los niños acogidos y sus familias de origen. Ese es el sentido de haber reformulado la finalidad de la planificación para la permanencia como “lograr el nivel óptimo de contacto”, que no se reduce al todo o nada. Existen muchos puntos intermedios en la línea que va desde la “preservación familiar” que mantiene al niño en su casa con apoyos que eliminen el riesgo, hasta la “sustitución definitiva” de una adopción sin contacto. Entre ambos extremos hay muchas posibilidades y cada situación familiar y cada niño, niña o adolescente merece que busquemos la más adecuada. Ese nivel óptimo de contacto quedaría definido en el “plan individualizado de protección”, según la terminología empleada por la reforma de 2015.

Sería un error considerar que el porcentaje de reunificaciones familiares es, simple y llanamente, un indicador de éxito. Una evaluación más rigurosa considera que el verdadero objetivo de la protección es conseguir que los niños alcancen la estabilidad en condiciones satisfactorias. En este sentido, conviene reflexionar sobre los desoladores resultados de la revisión de Farmer[i], que comprueba los elevados porcentajes de niños que vuelven a ser protegidos sólo seis meses después de la reunificación, o dos años después, o cinco años después.  En muchos de esos casos, en vez de una reunificación sin garantías debería haberse planteado otro “nivel óptimo de contacto” con la familia de origen que no implicara la convivencia diaria.

Intentar que vuelva a casa… durante dos años

Nuestro sistema de protección ha incorporado los planteamientos de la planificación para la permanencia durante las últimas décadas, y especialmente con la reforma legislativa de 2015. Esta pretensión de permanencia puede parecer una paradoja en estos tiempos de modernidad líquida, en los que nuestras relaciones se caracterizan por el cambio constante y la transitoriedad. Pero el ser humano para su desarrollo necesita una cierta estabilidad. Entre los elementos a considerar para determinar cuál es el interés superior del menor, la ley incorpora la importancia de la estabilidad. Por ello afirma que debe ponderarse cuidadosamente si es conveniente el regreso a la familia biológica cuando un niño ya está en acogimiento permanente, si tal regreso implica pérdidas y rupturas perjudiciales para él.

El diagnóstico de necesidades de aquella reforma[ii] ya mencionaba, entre otras cuestiones, la necesidad de introducir plazos máximos para las situaciones de cuidado temporal o provisional, así como de buscar familias dispuestas a la coparentalidad, dado que los niños convivirán con la familia acogedora pero podrán mantener sus referencias familiares. Los expertos que impulsaron aquellos cambios subrayaban la necesidad de que nuestro sistema sea capaz de proporcionar cuidado familiar estable y continuo, sea más rápido en la toma de decisiones, y sea respetuoso con los tiempos de los niños en la formación de vínculos de apego.

Nuestra legislación (Art. 2.3. Ley 1/96) afirma que para ponderar el superior interés del niño hay que incluir “el irreversible efecto del transcurso del tiempo en su desarrollo” y su “necesidad de estabilidad”. Cualquier medida de protección de menores no permanente (sea residencial o incluso familiar) que se adopte respecto a menores de tres años debe ser revisada cada tres meses y cada seis meses cuando sean mayores de esa edad. Dos años es el plazo para solicitar la revocación del desamparo si los progenitores o familia de origen consideran que han cambiado sus circunstancias (art. 172.2. CC); pero a los dos años de la tutela decae el derecho de oponerse a las medidas (172.2 CC). Ello puede incluir hasta la adopción, cuando exista un pronóstico fundado de imposibilidad definitiva de retorno.

Por consiguiente, hay que tener presente que la primera opción de protección, que por lo general será ofrecer oportunidades de recuperación a las familias, debe tener también un límite temporal, y son los derechos infantiles los que priman por encima de los derechos de sus familias y de las limitaciones de los técnicos. Pero nos tememos que no todo el mundo está igualmente concienciado de la importancia de limitar la provisionalidad y planificar la protección para ofrecer permanencia al niño. Hay que extender la convicción de que dos años son el plazo máximo que un menor puede estar en una situación provisional. Si durante un plazo razonable se han puesto a disposición de la familia las ayudas objetivamente suficientes para asumir sus responsabilidades, y no ha habido éxito, hay que ofrecer al niño la posibilidad de integrarse de forma estable en otra familia.

En un pasado no muy lejano, parecía aceptable la colocación del niño en protección hasta que era capaz de valerse por sí mismo o trabajar. Hay que desmontar esta fantasía de que los niños están “en depósito” mientras uno arregla sus problemas, como quien empeña los muebles y los recupera años después cuando ha progresado en la vida. La medida de separación tampoco debe ser considerada como si fuera una sanción penal para el adulto, que por tanto finalizaría al cumplirse el plazo previsto. Sería muy poco respetuoso con los niños aplicar esta lógica comercial o penal a su situación. Independientemente de los progresos de los adultos, hay que valorar las condiciones en las que se encuentra cada niño y las condiciones del entorno.

Los dos años de plazo no obedecen sólo a evitar perjuicios a los niños. El mismo funcionamiento de la familia también se ve afectada por su salida de los niños. Algunas se pueden desestructurar por completo y se disuelven… otras se acomodan a su vida cotidiana sin ejercer responsabilidades parentales, de modo que puede ser imposible recuperarlas. Por ello se espera del sistema un plan de intervención intensiva y temporalizada.

Una advertencia

Dada la erosión que padecen los servicios sociales generales y especializados, hay que dar una voz de alarma. La planificación para la permanencia no consiste en esperar el mero paso del calendario para anunciar que se llegó al “punto de no retorno” cuando se cumplen los dos años desde que el niño ha sido temporalmente separado. Se trata de que durante ese plazo, se  debe trabajar activamente con los recursos de preservación familiar y reunificación, poniendo  a disposición de las familias ayudas objetivamente suficientes para que recuperen sus responsabilidades parentales. De lo contrario, si no se trabaja la reunificación familiar, todos los acogimientos temporales se convertirán en permanentes.

Por desgracia, no todas las instituciones han asumido la preocupación por la intervención temporalizada y la revisión de medidas. Hay lugares donde ni siquiera es posible conseguir una contestación en tres meses sobre la situación de un niño o una familia. Pero conviene recordar que hay que remitir un informe justificativo al ministerio fiscal cuando un menor se haya encontrado más de dos años en acogimiento temporal (residencial o familiar), debiendo justificar por qué no se ha adoptado una medida protectora de carácter más estable.

La legitimidad del sistema se resquebraja si no hay intervención familiar cuando existen posibilidades de reunificación. Pero se llegará a una medida permanente si, pese a las ayudas ofrecidas, no hay voluntad de cambio o posibilidad de restablecer la responsabilidad parental en plazo razonable.

Entonces ¿se deja de trabajar con la familia biológica?

Cuando un niño, niña o adolescente se encuentra en acogimiento permanente, podemos entender que el Plan de protección ya no pretende promover cambios decisivos en las circunstancias familiares y recuperar la convivencia. En esta situación, el trabajo con la familia biológica tiene otra finalidad. Lograr que cada niño disfrute establemente del “nivel óptimo de contacto” con sus parientes implica esforzarse por lograr una cooperación favorable de la familia biológica (lo cual no siempre será fácil) y reducir los posibles conflictos, ya que el niño no va a regresar con ella, pero va a mantener la relación. La analogía no es exacta, pero al igual que tras un divorcio la inmensa mayoría de los “progenitores no custodios” aceptan que sus hijos convivan cotidianamente en otro núcleo familiar ¿podríamos conseguir una mayor aceptación de estas situaciones en las que “el niño no regresará con nosotros”, pero tampoco “nos lo arrebatan unos extraños”?

La familia biológica cuyos hijos se encuentran en acogimiento permanente, continúa ofreciendo para éstos pertenencia y referencia, aunque no exista convivencia, o ésta se reduzca a momentos esporádicos. Que los progenitores que han fallado puedan participar en el proceso de reparar el daño padecido por el niño tiene un valor incalculable. Que puedan acompañar el crecimiento de sus hijos desde la distancia física, alentando sus progresos y respetando su actual entorno familiar, también. Que los momentos de encuentro o los periodos de convivencia sean satisfactorios, también. Todo ello implica un trabajo delicado con la familia, que ya no se apoya en la motivación de la vuelta a casa como motor de cambios, sino en ayudarles a encontrar y mantener una relación satisfactoria y beneficiosa para el niño.

El acogimiento permanente ¿es permanente?

El acogimiento permanente puede acordarse desde el comienzo si ya se ha descartado el retorno, o también tras finalizar el acogimiento temporal, cuando no sea posible la reintegración familiar. Hay que recordar que la ley hasta contempla que puede solicitarse al Juez la atribución a los acogedores de algunas de las facultades de la tutela, a fin de facilitar el desempeño de sus funciones. Como han interpretado los civilistas, “la calificación de este acogimiento como “permanente” permite presumir que el mismo se prolongará, en principio, hasta la mayoría de edad del menor[iii].

No obstante, la ley deja abierta la puerta a una posible finalización del acogimiento y regreso a la familia si resultara conveniente para el niño y hubieran desaparecido los motivos de desamparo, tras ponderar su integración en la familia acogedora y el apego emocional a sus figuras de referencia.

Al encontrarse integrado en una medida familiar estable, la mera desaparición de los factores que provocaron el desamparo no será suficiente. Como dice la ley, deberá ponderarse el tiempo transcurrido y la integración en la familia de acogida y su entorno, así como el desarrollo de vínculos afectivos con la misma. De hecho, la ley ni siquiera considera que el acogimiento permanente pueda cesar a instancia de la familia de origen, sino que reserva esta posibilidad a la administración protectora y la fiscalía.

Como bien explicaba aquel excelente Manual de Cruz Roja[iv] , se debe garantizar el derecho a la estabilidad y pertenencia, tanto del niño como de los guardadores. La finalización, si procede, de un acogimiento familiar permanente habrá de realizarse con extremo cuidado, velando por que obedezca al interés superior del niño. Y en todo caso, con apoyo al niño y la familia acogedora que les permita prepararse, integrarlo y desearlo.

No resulta fácil definir a priori en qué supuestos podría plantearse como más beneficioso el regreso de un menor en acogimiento permanente a una familia de origen que con el tiempo ha cambiado. En principio, habría que estudiar dicha posibilidad si el niño, niña o adolescente manifiesta clara y persistentemente su deseo de regresar, o muestra sufrimiento por permanecer separado de su familia de origen, o no se aprecia una fuerte vinculación emocional con los acogedores, o en todo caso menor a la que muestra con su familia biológica. Lo cual no debe confundirse con situaciones de crisis adolescente donde, al igual que cualquier otro coetáneo, experimenta sentimientos de rechazo o enfrentamiento con los adultos. También puede ser que este adolescente, que ha sufrido, arroje su dolor contra la familia acogedora expresando un deseo de volver con los suyos, que de hacerse realidad viviría como un nuevo abandono y una nueva ruptura. El acompañamiento, muchas veces terapéutico, permitirá discernir estas situaciones.

Cómo avanzar en la permanencia

Hay que esforzarse para ajustar la imagen del acogimiento permanente, tanto la que recibe la opinión pública, como la que trasladamos en la captación y formación de familias, como la que perciben muchos profesionales de nuestro ámbito y del judicial. No es la provisionalidad ni la posible reversibilidad lo que caracteriza al acogimiento permanente, sino la experiencia de coparentalidad.

Se trata de dejar de considerar el acogimiento como una medida “de sustitución” de una familia por otra, para acercarse a un concepto “de complementación” donde una familia aporta la convivencia y el cuidado cotidiano que la otra no puede proporcionar. Decimos coparentalidad porque es una situación en la que una familia ofrece a un niño un entorno seguro, afectivo y estable que necesita su desarrollo, pero no le priva de los valores que pueden aportar sus progenitores u otras personas de su entorno. Una familia que ayuda a otra familia, aunque la convivencia no se recupere. Pero se preservan sus vínculos de pertenencia y la identidad que supone su referencia familiar.

Necesitamos personas dispuestas a aceptar sinceramente y con entusiasmo que un niño, niña o adolescente convivirá con ellas, pero mantendrá vínculos y sentimientos de pertenencia y referencia con su familia de origen; y necesitamos dispositivos de acompañamiento para ambas familias, probablemente muy diferentes entre sí en cuanto a sus circunstancias, valores, cultura, expectativas, etc.

Estamos buscando proporcionar al niño un lugar capaz de atender traumas anteriores, satisfacer la necesidad de pertenencia, establecer apegos seguros, incorporar su propia historia e identidad, preservar el vínculo real y simbólico con su familia biológica, y poder relacionarse con ésta, siempre que dicha relación no amenace su bienestar.

La experiencia demuestra que, incluso para adolescentes y jóvenes que dejaron de convivir con sus familias acogedoras, la relación con estas, la calidad del vínculo establecido y la estabilidad que les ofrecieron forman parte de su identidad y de su mundo emocional y familiar. Las familias se han convertido en sus mentores, y probablemente les han ofrecido una experiencia y un aprendizaje decisivo para la futura construcción de su propia familia. Se han convertido en una referencia moral, una base desde la que explorar el mundo, y también en ocasiones un refugio al que volver. Probablemente se trate de uno de los mejores indicadores de los beneficios del acogimiento familiar.

Pero la permanencia no cae del cielo. Como en cualquier otra relación humana (la amistad, la pareja, la misma parentalidad…) no es resultado de una declaración de intenciones, de los contratos iniciales o las promesas… sino que también depende de lo que hagamos. ¿Muchos acogimientos acaban interrumpiéndose? Seguro. ¿Por qué causas? Muchas y muy diversas… Pero la permanencia también es producto del acompañamiento acertado, de la buena orientación, de la percepción de ser escuchado y tomar parte de las decisiones, de la posibilidad de respiro, del respeto y la no imposición, etc. Algunas veces oímos historias de jóvenes o de familias cuyo acogimiento no resultó satisfactorio y parecería que se hizo todo lo posible porque saliera mal… Al igual que solemos decir que cada familia que habla bien del acogimiento hace que otra familia se ofrezca, pero cada familia que habla mal provoca que cinco no lo hagan… deberíamos llegar a decir que gracias a cada acogimiento que acaba mal aprenderemos a sostener otros tres con éxito.

La preocupación por ofrecer estabilidad en su entorno familiar precisamente a niños, niñas y adolescentes cuyo desarrollo se ha visto amenazado por las pérdidas y la provisionalidad debe impregnar el conjunto de nuestras decisiones y actuaciones. Quiero acabar recordando a un sabio compañero[v] – y maestro – que en su reciente jubilación, resumía así sus sugerencias para reducir también otras fuentes de inestabilidad durante el acogimiento:

“Hemos aprendido lo delicado que puede ser para el futuro emocional de los niños cuando les cambiamos de familia, o inician o cesan un acogimiento con origen o destino en una residencia. Por tanto, hemos de ser cuidadosos al extremo con los periodos de adaptación de una familia a otra de desde o hasta una residencia.  Hemos de ser conservadores y evitar los cambios de familia al cambiar de modalidad de temporal a permanente cuando sea posible. Debemos elegir la modalidad de acogimiento que nos facilite evitar cambios de familia de un acogimiento a otro si las previsiones no se cumplen”.


[i] FARMER, E. (2018): Reunification from Out-of-Home Care: A Research Overview of Good Practice in Returning Children Home from Care. University of Bristol, Bristol.

[ii] ADROHER, S., BENGOECHEA, A. y GOMEZ, B.(2015): Se busca familia para un niño. Perspectivas juridicas sobre la adoptabilidad. Universidad Comillas /Dyckinson, madrid.

[iii] LOPEZ AZCONA, A. (2016): Luces y sombras del nuevo marco jurídico en materia de acogimiento y adopción de menores: a propósito de la Ley Orgánica 8/2015 y la Ley 26/2015 de modificación del sistema de protección a la infancia y adolescencia. Boletín del Ministerio de Justicia: Estudio Doctrinal. Año LXX Núm. 2185 Enero de 2016

[iv] CRUZ ROJA (2010): Manual de buena práctica en acogimiento familiar. Cruz Roja, Madrid.

[v] RUBIO LÓPEZ, J.M. (2019): El Acogimiento Familiar 32 años después (1987-2019). Ponencia presentada en las XIV JORNADAS SOBRE INFANCIA MALTRATADA EN LA COMUNIDAD DE MADRID: En el 30 aniversario de la aprobación de la Convención de Naciones Unidas: Propuestas de mejora en la atención a la infancia desde el enfoque de derechos. Asociación Madrileña para la Prevención del Maltrato Infantil (APIMM). Madrid, 23-24 octubre 2019.

Los retos del acogimiento residencial: informe íntegro.

Un análisis retrospectivo tras la aprobación de la Ley de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia.

 El desarraigo, la segregación y el debilitamiento de las redes sociales básicas de los niños, niñas y adolescentes tutelados afecta a la construcción de su identidad y a su autoestima.
 La organización de atención directa a la infancia recomienda promover la creación de vínculos afectivos sólidos y duraderos, fortalecer sus redes sociales básicas, impedir la separación de hermanos y favorecer la relación con la familia biológica.


Aldeas Infantiles SOS  presentó el informe Los retos del 
acogimiento residencial, un análisis en positivo de esta modalidad de cuidado alternativo que identifica sus debilidades y necesidades y propone medidas específicas para su transformación hacia un modelo que garantice el bienestar de los niños, niñas y adolescentes privados del cuidado parental. 

El estudio, realizado para Aldeas Infantiles SOS por la Asociación Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA).
Es producto de una investigación que ha incluido entrevistas a jóvenes extutelados, a técnicos de la Administración Pública y a personal educativo de los propios centros de acogimiento residencial.

Siete años después de la entrada en vigor de la Ley Orgánica 8/2015, de 22 de julio, junto a la Ley
26/2015, de 28 de julio, ambas de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, el desarrollo normativo que estas exigían de las comunidades autónomas no se ha
producido de forma homogénea. El cambio de modelo que la Ley implica, acorde con los estándares
europeos de calidad y las recomendaciones de Naciones Unidas, no se ha completado en España.
Así se desprende del informe Los retos del acogimiento residencial, presentado hoy por Aldeas
Infantiles SOS.

DESCARGA  AQUÍ  EL INFORME INTEGRO
https://cms.aldeasinfantiles.es/uploads/2022/11/informe-retos-acogimiento-residencial.pdf

https://cms.aldeasinfantiles.es/uploads/2022/10/resumen-ejecutivo-los-retos-del-acogimiento-residencial.pdf

En contra de lo establecido en la Ley, que recomienda priorizar el acogimiento en familia, el residencial continúa siendo el modelo de protección más extendido en España, habiendo experimentado en los últimos años una tendencia alcista, especialmente en la población masculina, que se explica solo en parte por el aumento de la llegada de niños y adolescentes migrantes no acompañados. En dicho aumento también influyen las dificultades para encontrar familias acogedoras para niños y niñas con edades cercanas a la adolescencia y para grupos de hermanos, así como la aparición de nuevos perfiles de niños, niñas y adolescentes que presentan un daño emocional producido por las situaciones vividas que se manifiesta en problemas de conducta.

Según explica Aldeas Infantiles SOS, materializar los mejores intereses de los niños, niñas y adolescentes implica tener en cuenta su opinión en la toma de decisiones que les afectan y que estas
prioricen actuaciones encaminadas a la preservación familiar y a evitar la ruptura de vínculos con su
entorno. Si la separación se produce, es trascendental que mantengan la relación con sus familias
biológicas y que no se separe a los hermanos dentro del sistema de protección.
Sin embargo, tal y como se desprende de la investigación realizada por el Grupo de Sociología de la
Infancia y la Adolescencia (GSIA) para Aldeas, no solo no se tiene en cuenta la opinión del niño, niña
o adolescente para determinar lo que es mejor para él o ella, sino que a menudo los interesados desconocen el tiempo que durará la medida de protección y son víctimas de largos tiempos de espera
y de la cronificación de unos plazos que se pueden extender hasta la mayoría de edad. Esta
incertidumbre les genera una falta de estabilidad.

Asimismo, su recorrido por el sistema de protección no está determinado por las necesidades individuales que presentan, sino por elementos de tipo estructural como la disponibilidad de plazas, la
edad, las competencias del personal o si se acogen varios hermanos. La gestión del vínculo emocional que el niño, niña o adolescente deberá reconstruir queda supeditada, por tanto, a aspectos organizativos y de gestión de recursos.
La desvinculación familiar lleva al niño, niña o adolescente al desarraigo, lo que afecta a la construcción de su identidad y a su autoestima. La separación de hermanos en acogimiento se da, tiene que ver con la falta de recursos y contribuye a debilitar sus redes sociales básicas. El informe afirma, asimismo, que el sistema favorece la segregación por edad, ya que dependiendo de esta se accede a una modalidad de acogimiento u otra.

Para Aldeas Infantiles SOS, el resultado de todo lo expuesto, unido a la discriminación que produce el
desconocimiento que buena parte de la sociedad tiene del sistema de protección, lleva a la anonimización de los niños, niñas y adolescentes en acogimiento residencial.

El niño, niña o adolescente como sujeto de derechos
Todas las recomendaciones de Aldeas Infantiles SOS para transformar el acogimiento residencial parten de la consideración del niño, niña o adolescente como sujeto de derechos, no como objeto de intervención.

Entre las medidas que propone la organización para para avanzar hacia un modelo que garantice el
bienestar de los niños, niñas y adolescentes privados del cuidado parental, se encuentran las siguientes:
1. En la toma de decisiones, permitir que los niños, niñas o adolescentes participen en la determinación de sus mejores intereses, comunicarles las medidas, impedir las demoras en los plazos y favorecer los aspectos relacionales sobre los estructurales.
2. Promover la creación de vínculos afectivos sólidos y duraderos, fortaleciendo sus redes sociales básicas, impidiendo la separación de hermanos, facilitando el vínculo con la familia biológica y evitando la segregación por edad.
3. Ayudarles a construir su historia de vida, promover el arraigo e impedir la anonimización.
4. Limitar en lo máximo posible la frecuencia en la rotación de personal, sobre todo los educadores sociales.
5. Terminar con el estigma social realizando campañas de sensibilización y abriendo los centros a la comunidad.

Aldeas Infantiles SOS proporciona distintas opciones de cuidado alternativo de calidad a 1.250 niños,
niñas y adolescentes en nuestro país: 401 en ocho Aldeas Infantiles SOS; 65 en cinco Residencias
de Jóvenes y 1 piso para Adolescentes Migrantes; 738 en ocho Programas de Apoyo al Acogimiento
en Familia y 46 en un Programa de Primera Acogida y Valoración.

El modelo de acogimiento residencial de Aldeas Infantiles SOS es de carácter familiar. Los niños,
niñas y adolescentes reciben una atención personalizada, lo cual es posible porque viven en hogares
en los que hay grupos muy reducidos, donde los hermanos permanecen juntos independientemente
de su edad, y cuentan con figuras de referencia estables, que son esenciales para que generen
vínculos afectivos fuertes y, a su vez, para que desarrollen un sentido de pertenencia y sepan que
tienen personas que les van a apoyar de forma incondicional. El acompañamiento que reciben es
continuado y se extiende más allá de la mayoría de edad. Aldeas favorece su integración en la
comunidad y la relación con su familia biológica.

Sobre Aldeas Infantiles SOS
Aldeas Infantiles SOS está presente en España desde 1967. Forma parte de una Federación Internacional
fundada en 1949 en Austria, con presencia en 138 países (SOS Children’s Villages). En 2016 fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia.
Su misión es garantizar el derecho de todos los niños y las niñas a crecer en familia: en un hogar en el que se sientan queridos, protegidos y seguros. Para lograrlo, acompaña a las familias que están pasando por dificultades y fortalece sus capacidades para que puedan cuidar mejor de sus hijos, y ofrece un nuevo hogar a los niños y niñas que no pueden vivir con sus padres, bajo el cariño y la protección de personas de referencia estables y garantizando el principio de no separación de hermanos. Un acompañamiento que continúa más allá de la mayoría de edad, hasta la plena integración de los jóvenes en la sociedad. Su objetivo es asegurar que cada niño, niña, adolescente y joven crece con los vínculos afectivos que necesita para convertirse en la mejor versión de sí mismo.

Equipo de GSIA que se ha encargado de la investigación y realización del Informe:
.- Paco Mielgo García, socio de la Asociación GSIA, Diplomado en Trabajo Social en la UGR. Especialista en Mediación Familiar y Civil. Profesional especializado en intervención socio-familiar con infancia en riesgo social en la Asociación IMERIS de Granada. Dentro de este organismo es promotor de técnicas de supervisión de la intervención profesional, con el objetivo de reflexionar sobre los modelos de intervención con infancia, establecer sinergias de trabajo en red y combatir el estrés laboral (burn out) de profesionales de la intervención socio-educativa. Profesor asociado en la UGR en Facultad de Trabajo Social y docente en asignatura “Intervención social con menores conflictivos” en Master “Criminalidad e intervención social con menores” de la Facultad de Derecho.
.- Kepa Paul Larrañaga Martínez, socio de la Asociación GSIA, Ethógrafo. Interesado en el análisis del uso de las Redes Sociales de Internet por los niños, niñas y adolescentes. Implementa sus líneas de investigación para el avance y consolidación de los derechos de los niños y las niñas. Autor de la guía sobre el uso adecuado de Internet por adolescentes editada por Thomson Reuters “Atención Mamás y Papás”. Coordinador del “Diccionario de Política e Intervención Social sobre Infancia y Adolescencia” coeditado por SENAME y Thomson Reuters-Aranzadi, y del libro coeditado por UNED, Ministerio de Justicia y Thomson Reuters­ Aranzadi: “Menores e Internet”. 

Más información en www.aldeasinfantiles.es.
Mónica Revilla: Tel. 650 476 552 // mrevilla@aldeasinfantiles.es
Laura Prados: Tel. 609 900 342 // lprados@aldeasinfantiles.es
Arancha Sanz: Tel. 689 897 430 // arsanz@aldeasinfantiles.es

Estudio de los Centros de Acogimiento Residencia para Niños, Niñas y Adolescentes en el Ámbito de la Protección en España.

Miriam Poole Quintana.
Kepa Paul Larrañaga Martínez.
Asociación Nuevo Futuro.

José María Ruiz de Huidobro de Carlos.
Maria Isabel Álvarez Vélez.
Clara Martínez García.
Cátedra de los Derechos del Niño, 
Universidad Pontificia Comillas.

Se trata de un estudio ecológico comparativo, descriptivo y transversal para compartir conocimiento y experiencia sobre los Centros de acogimiento residencial para niños, niñas y adolescentes del sistema de protección, en cuanto a su estructura y régimen jurídico, que permita consensuar una tipología básica común en base a los centros estudiados y buenas prácticas recogidas.

Los objetivos operativos de este informe son:
1. Recogida de información y análisis comparado de Centros de acogimiento residencial y normativas para menores en el ámbito de la protección en las distintas CC.AA.
2. Identificación del marco jurídico y de los estándares nacionales e internacionales en la materia, de la legislación y de los instrumentos de planificación estatal y autonómicos sobre acogimiento residencial.
3. Elaboración de una tipología básica común de acogimiento residencial y criterios normativos para menores en el ámbito de la protección en España.
4. Realización de un estudio traslacional de los resultados obtenidos....

Comentarios finales
Hay que destacar como resultados de este estudio:
1. Un mapa de todos los Centros de acogimiento residencial en España, que aporta como elementos clave la clasificación de los centros por las características en cuanto a estructura y programas básicos desarrollados en ellos mismos.
2. El consenso establecido entre todas las CCAA con un acuerdo sobre las tipologías de las estructuras, programas desarrollados en los Centros de protección y criterios normativos.
3. Un estudio que analiza, con base en las estructuras de centros, los programas de atención en centros, y la normativa vigente en España, la situación del acogimiento residencial en el sistema de protección presentando una clasificación estandarizada de todos los Centros de protección en España con información desagregada y analizada por cada una de las 17 CCAA en España.
4. El cuadro comparativo de todas las normativas autonómicas de protección de la infancia y la adolescencia
Todos estos son elementos clave para la toma de decisiones futuras en política pública en relación con el sistema de protección a la infancia en España, al aportar una visión holística y de conjunto de los Centros de atención a menores en protección para cumplir con el mandato
de las normativas establecidas a nivel nacional y las recomendaciones emanadas de los organismos internacionales.

I Jornada de cuidados de calidad en el acogimiento: La garantía del bienestar infantil



Aldeas Infantiles SOS
Miércoles, día 26 de octubre,
De 9:00 a 14:30h.
Facultad de Psicología de la UNED, 
C/Juan del Rosal 10, Madrid.

Entre sus contenidos está la presentación de resultados del Informe sobre "La situación del acogimiento residencial en España", realizado por un equipo de investigación coordinado por la Asociación GSIA.

 
El acogimiento de niños, niñas y adolescentes que por diversas circunstancias están tutelados por la Administración, ya sea con carácter temporal o permanente y en cualquiera de sus modalidades, es una medida de protección mediante la cual se les ofrece un entorno sociofamiliar adecuado a sus necesidades.
 
A día de hoy sabemos cuáles son los factores de protección que más contribuyen al éxito del acogimiento y que influyen en el grado y la calidad del bienestar de los niños, niñas y adolescentes: la creación de vínculos de apego estables, los entornos predecibles que tengan calidez humana y los grupos sociofamiliares cohesionados. Los sistemas de gestión de calidad y la formación son recursos importantes y necesarios para alcanzar estos objetivos.
 
En esta I Jornada sobre cuidados de calidad en el acogimiento, que versa sobre La garantía del bienestar infantil, abriremos un debate sobre acogimiento, identificaremos buenas prácticas familiares y educativas, y reflexionaremos sobre el camino recorrido a lo largo de los últimos años y los retos que nos plantean el presente y el futuro para lograr un acogimiento de calidad. Contaremos para ello con la presencia de la directora general de Derechos de la Infancia y la Adolescencia, Lucía Losoviz, y con profesionales expertos y comprometidos con el apoyo a la infancia y la adolescencia vulnerable.
 
En la jornada participarán los siguientes ponentes:
 
  • Pedro Puig Pérez, presidente de Aldeas Infantiles SOS
  • Ricardo Mairal Usón, rector de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
  • Lucía Losoviz Adani, directora general de Derechos de la Infancia y la Adolescencia, Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030.
  • Ernesto López Méndez, psicólogo y médico.
  • Jorge Fernández del Valle, catedrático de Intervención Social de la Universidad de Oviedo. Director del Grupo de Investigación en Familia e Infancia (GIFI).
  • María de la Fe Rodríguez, profesora titular de la Facultad de Psicología de la UNED.
  • María Paz García Vera, catedrática de Psicología Clínica de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de número de la Academia de Psicología de España.
  • Kepa Paul Larrañaga, vicepresidente del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA).
  • Liliana Marcos Barba, Secretaría de Estado de Derechos Sociales.


Protocolos de actuación del Sistema de Actuación a la Infancia y Adolescencia. Tres nuevos Protoclos, Junta de Andalucía.

Junta de Andalucía.


La Dirección General de Infancia de la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación lanza tres nuevos protocolos para regular las actuaciones profesionales en el sistema de atención a la infancia. 
Se trata del 

Estos nuevos protocolos se añaden a los anteriores publicados y recopilados en la nueva sección de la página web del Observatorio de la Infancia y Adolescencia de Andalucía, que recoge los diversos protocolos editados hasta la fecha y que regulan las actuaciones profesionales tanto en relación a los niños, niñas y adolescentes que están bajo el amparo del sistema de protección de la Junta de Andalucía como otros relativos a la prevención de situaciones de riesgo en la infancia y adolescencia.

El derecho a la Familia y sus modalidades alternativas desde la perspectiva del niño, niña y adolescente

 

El derecho a la Familia y sus modalidades alternativas desde la perspectiva del niño, niña y adolescente


A la fecha, existe un soporte normativo internacional que aboga por el derecho de los niños, niñas y adolescentes de crecer en entornos protectores, de cuidados parentales afectivos y promotores de su desarrollo.  Desde los diferentes instrumentos internacionales sobre derechos humanos, se fortalece la presencia, importancia y responsabilidad de la familia como el escenario prioritario para propugnar los cuidados, vínculos y protección debida, teniendo como imágenes centrales a los progenitores y los parientes extendidos. Desde esta óptica, la sociedad civil, la comunidad y los Estados se articulan para acompañar y garantizar el goce pleno de derechos de la infancia.

Para los niños, niñas y adolescentes las familias son su historia, su identidad, el origen de sus vinculaciones y el desarrollo de sus afectos y habilidades; siendo muy sensible y particular su presencia para los menores de 6 años o quienes viven en situación de discapacidad. Sin embargo, existen situaciones que afectan al funcionamiento de las familias para ejercer estos roles de protección y cuidado.

La Convención sobre los Derechos del Niño (1989) y los posteriores acuerdos universales y regionales a favor de la infancia, establecen como una prioridad la protección y el desarrollo de las niñas y niños, e insta a los Estados a garantizar el cumplimiento de sus derechos (UNICEF 2006). La pobreza, las movilizaciones forzosas, y todas las formas de violencia que afectan a las familias son directamente proporcionales a los cuidados, desarrollo y protección de los niños, niñas y adolescentes. Es así que en 2010 las Directrices sobre modalidades de cuidados alternativos de niñas, niños y adolescentes (Naciones Unidas), ponen en evidencia y nos alerta en evitar más separaciones familiares, que aumente la institucionalización, y que se incorporen diferentes estrategias que mantengan o reproduzcan los cuidados parentales necesarios.

Desde estas Directrices también es importante reivindicar los criterios o principios que respaldan el tratamiento ante la inminente separación de los niños, niñas y adolescentes de sus familias: el interés superior del niño como elemento central, valorar sus necesidades y la idoneidad para establecer la medida de protección alternativa más adecuada (Naciones Unidas 2019[1]). Sin embargo, muchas veces estas revisiones o criterios para el tratamiento no son representativos o reconocen las visiones de los niños, niñas y adolescentes; quienes mayoritariamente van a preferir mantener sus vínculos y acercamiento con sus familias biológicas. Todo esto representa la importancia de poner la atención a la dinámica familiar, a fortalecer sus capacidades protectoras y acompañar su desenvolvimiento frente a los diferentes problemas que las amenaza.

En diferentes encuentros infantiles y adolescentes (principalmente) se observa que cada vez más ellos y ellas están más empoderados sobre sus derechos, incluso haciendo llamamientos públicos para contrarrestar formas de castigo y violencias que reciben dentro del hogar; pero difícilmente se encontrará demandas por ser separados de sus hogares. Ellos y ellas quieren volver a sus hogares, incluso afectados por situaciones estructurales amenazantes, pero con sus familias ejerciendo ese rol cuidador y promotor de vínculos afectivos prósperos. De ahí el llamado no solo a los Estados, sino a la sociedad en pleno, a procurar evitar la separación y/o adaptar modalidades familiares alternativas transitorias; destacando la promoción y respeto a la participación de niños, niñas y adolescentes en todo el proceso.

A nivel normativo y programático, existen varios países de Latinoamérica que vienen generando las condiciones para la transformación de los enfoques de cuidado familiar ante la inminente separación familiar, promoviendo estas modalidades alternativas, tales como familia extendida, comunitaria, familias de acogimiento, etc., buscando así reducir la denominada “institucionalización” que tiene muchas consecuencias adversas para los niños, niñas y adolescentes. Desde la voces ejercidas por redes de egresados/as de programas de cuidado familiar, se prioriza la importancia de mantener los vínculos familiares originarios o extendidos. Pero, ¿dónde están las voces de los niños, niñas y de las y los adolescentes durante el proceso de análisis de la separación, de la asignación de la medida transitoria o de sus desenvolvimientos en el grupo familiar asignado?  No hay registros de estos indicadores, o al menos, desde la lógica o vista empática de ellos y ellas, lo que ameritaría grupos interdisciplinarios que demuestren el debido tratamiento durante todo el proceso.

Algunos indicios de estos métodos de relevamiento de las voces y la construcción de vínculos con los niños, niñas y adolescentes se observan a través de programas públicos y de intervención mixta con sociedad civil, a través de estrategias de acompañamiento personalizado a las familias, principalmente. Sin embargo, las valoraciones que se realizan a los programas no ponen el foco de atención o real impacto en las voces de ellos y ellas, siendo finalmente los principales beneficiarios/as.

La familia representa la base para construcción de vínculos, desde el afecto y promotores de la convivencia sana y respetuosa. Finalmente se trata de la atención, recuperación y restablecimiento de estos vínculos, pero que requieren del tratamiento y reivindicación de la participación de los niños, niñas y adolescentes. Mientras que se siga viendo o construyendo estas intervenciones alejadas de ellos y ellas, asumiendo lo que ‘es mejor’, los vínculos se hacen cada vez más distantes y fríos.

El Instituto Interamericano del Niño, la niña y adolescente viene trabajando en una Guía para promover la participación de ellos y ellas durante la implementación de medidas alternativas de cuidado familiar, a fin de no solo generar la debida información y orientación en un lenguaje accesible, sino también en instar a adultos (familiares, operadores públicos, etc.) a establecer puentes de diálogo y mejorar la empatía para la construcción de lazos. Todos somos, finalmente, parte de esta gran familia promotora y protectora de derechos de los niños, niñas y adolescentes de la región.

[1] Resolución A/RES/74/133 de 2019, “Promoción y protección de los derechos de la infancia”






Sistemas nacionales de protección integral de los derechos de la niñez y la adolescencia en América Latina: estado de aplicación.

Estudio pormenorizado de las características que debe reunir un sistema de protección 
de los derechos de la niñez y la adolescencia para poder ser considerado integral.

Colección: Alternativa 1ª Edición.
Isbn Papel:     9788411300407 
Isbn Ebook:    9788411300414.

Incluye a Isaac Ravellat y Claudia Patricia Sanabria, 
miembros del Consejo Asesor de nuestra Revista Sociedad e Infancias.


El objetivo de esta obra se centra en el estudio pormenorizado de las características que debe reunir un sistema de protección de los derechos de la niñez y la adolescencia para poder ser considerado integral. 

Asimismo, se procede al análisis detallado de la forma cómo dichos modelos integrales se vienen instalando en América Latina, para con ello resaltar los avances alcanzados y los desafíos todavía pendientes de resolver en este contexto material. 

De esta suerte, la presente monografía reúne a un grupo de destacadas y destacados juristas, expertos en derechos de la niñez y la adolescencia, para que examinen de manera minuciosa los sistemas de protección a niñas, niños y adolescentes vigentes en la actualidad en Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Honduras, Perú, México, Argentina y Paraguay.
 
Esperamos que este libro se convierta en un texto de consulta obligatoria cuando de los derechos de la niñez y la adolescencia se trate, especialmente para operadores jurídicos, abogados litigantes, académicos, investigadores, estudiantes, y profesionales del ámbito de la protección de los derechos de la niñez y la adolescencia. 

«Las pérdidas ambiguas de los niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección», Artículo 6. Renovando desde dentro.

Artículo 6: 
«Las pérdidas ambiguas de los niños, niñas y adolescentes 
en el sistema de protección»
por Marta Llauradó Miravall.

Introducción

Cuando perdemos algo que es emocionalmente importante para nosotros, ya sea una persona querida, una casa, un trabajo… experimentamos sentimientos dolorosos –tristeza, añoranza, rabia, impotencia, falta de concentración, bloqueo– que van evolucionando a lo largo de un proceso que llamamos duelo. No todos los duelos ni la intensidad de las emociones que los acompañan son iguales. Coincidiremos en que la intensidad máxima corresponde a la pérdida de una persona muy próxima y muy querida –un hijo, una pareja, un hermano, un padre… El dolor que nos genera es como un agujero frío en el corazón cuyo cierre nos parece imposible.

Sin embargo, aun en estos casos es posible superar el duelo de forma saludable cuando aceptamos la pérdida, integrándola en nuestro relato vital. En este momento dejamos de intentar retener lo perdido y empezamos a sentir que somos capaces de poner toda nuestra atención en otras relaciones y en nuevos proyectos. El recuerdo persiste, pero no invade. Los rituales sociales (funeral, despedida) o los documentos acreditativos (trabajo, casa) ayudan a reconocer esta pérdida al señalar el punto final de esa pertenencia o de ese vínculo.

No obstante, las pérdidas pueden no ser tan claras. Pensemos en las personas desaparecidas en una guerra o en un desastre natural, en las personas secuestradas, en los emigrantes y refugiados desaparecidos intentando cruzar las fronteras… Una verdadera lista negra que tiende a crecer y que afecta a millones de personas. Al no existir pruebas que permitan darlos por muertos, sus familiares sufren su ausencia mientras se aferran a la esperanza de encontrarlos con vida. Con el tiempo, la esperanza se puede reducir a encontrar al menos sus restos. Solo en estos dos supuestos, el reencuentro o la certificación de su muerte, las personas sienten que podrían continuar de nuevo con sus vidas, liberadas de esta incertidumbre que las paraliza. Mientras tanto, las informaciones intermitentes hacen que la experiencia, de por sí traumática de la pérdida, sea una experiencia continuada. Por otra parte, al tratarse de una pérdida no reconocida socialmente, los afectados la viven en una dolorosa soledad.

El 24 de agosto del 2019 Blanca Fernández Ochoa salió de casa y no volvió. Cuatro días después la familia denunció su desaparición y once días después apareció su cuerpo sin vida en un pico de la sierra madrileña de Guadarrama. La hermana de Blanca hizo entonces la siguiente declaración pública: ”Lo importante no es el cómo, sino que ya no está y ahora toca empezar una nueva vida” . Esto no era posible durante los días que duró la búsqueda, una auténtica montaña rusa marcada por la incertidumbre y por repetidas esperanzas y sus consiguientes hundimientos. A pesar del fatal desenlace, para la familia de Blanca este periodo de incertidumbre fue relativamente corto, teniendo en cuenta que se podría haber alargado mucho más, incluso años, dejándola con un duelo permanentemente abierto.

Por otra parte, también experimentan pérdidas no cerradas los familiares de enfermos aquejados por enfermedades mentales degenerativas (Alzheimer, demencias) o de personas en estado de coma. Están y no están. No es posible relacionarse con ellas, al menos de la forma en que lo hacían antes de la enfermedad.

Las personas afectadas experimentan una “Pérdida Ambigua”, concepto desarrollado por Pauline Boss, una terapeuta familiar estadounidense que ha trabajado con familiares de enfermos de alzheimer, de soldados desaparecidos, de las víctimas del 11-S y con personas afectadas por duelos migratorios. Ella es la autora del libro La pérdida ambigua. Cómo aprender a vivir con un duelo no terminado[1].

De acuerdo con su teoría, existen dos tipos de Pérdida Ambigua:

.- Cuando los miembros de la familia están físicamente ausentes, pero psicológicamente presentes, como ocurre en el caso de personas desaparecidas.
.- Cuando los miembros de la familia están físicamente presentes, pero psicológicamente ausentes, como ocurre en el caso de personas mentalmente enfermas.

Los límites de la familia se desdibujan con miembros que no están física o psicológicamente del todo presentes pero siguen siendo parte.

Las personas afectadas por una pérdida ambigua pueden experimentar un bloqueo y una alteración en todos los órdenes de la vida, especialmente los relacionales, pero también en los proyectos, ya que todo pasa a depender de una incertidumbre. Por otra parte , la impotencia, el enfado, la culpa (“Debería haber hecho o dicho…”), la negación de lo hechos (“Estáis exagerando, tiene ratos buenos…”), son emociones que se asocian a la pérdida ambigua y que pueden llevar a la depresión. Boss señala el duelo por la pérdida ambigua como uno de los más devastadores al mantenerse repetida e indefinidamente, con síntomas semejantes a los del trastorno por estrés postraumático.

Sin embargo, los adultos con suficiente madurez emocional pueden desarrollar estrategias que les permitan seguir adelante, aceptando que la ambigüedad de la pérdida forma parte (y solo una parte) de sus vidas. Estas estrategias dependen de sus recursos personales, sociales, asistenciales, económicos, y culturales. Después de un tiempo de bloqueo llegan a un punto de inflexión en el que deciden ACTUAR o bien iniciando su propia búsqueda o bien encontrando un sentido a la pérdida.

En la película El intercambio [2](Eastwood, 2008), basada en hechos reales, la señora Collins (Angelina Jolie) no dejará de buscar a su hijo desaparecido a lo largo de toda su vida, pero el haber contribuido a esclarecer los hechos, a demostrar la ineptitud de unos mandos policiales y a ayudar a otras familias envueltas en el mismo caso le devuelve la esperanza necesaria para continuar con su vida.

Asociarse con otros afectados es otra acción estratégica común entre las personas afectadas por una pérdida ambigua , que ofrece soporte y refuerzo para conseguir avances en la investigación o cambios en la sociedad que impidan que estas desapariciones físicas o psicológicas se repitan. Con este objetivo, surgen asociaciones tales como las de familiares de enfermos de Alzheimer o de personas desaparecidas en conflictos armados o en sociedades con altos niveles de violencia.

Las pérdidas ambiguas durante la infancia

Llegar a convivir con la pérdida ambigua de una persona querida puede ser mucho más difícil para un niño o niña (divorcio, emigración de los padres, desamparo). Su falta de madurez y de autonomía le impiden desarrollar las estrategias (aceptación y acción) utilizadas por los adultos.

Fuera del sistema de protección, tanto si la pérdida es definitiva como ambigua, los niños, niñas y adolescentes llevan a cabo el duelo en su propio entorno y en compañía de otros familiares: figuras de apego principales (el otro progenitor) y secundarias (hermanos, abuelos…). Estas personas, así como los objetos, el espacio físico y las rutinas cotidianas, juegan un papel balsámico durante el proceso de duelo en la medida en que se muestren inalterables y sinceramente empáticos.

El periodista Xavier Sardà en su libro autobiográfico Mierda de infancia[3] narra la experiencia de perder a su madre a los ocho años de edad. Mientras el padre y los hermanos mayores se reorganizaban, Xavier y su hermano de cuatro años fueron acogidos, durante un curso escolar y sin demasiadas explicaciones, por unos parientes lejanos que vivían en otra localidad. Los dos niños sufrieron simultáneamente una doble pérdida: una definitiva (la madre) y una ambigua (su padre, sus hermanos mayores y su entorno). Sardà recuerda lo que pensaba en aquel entonces: “…Desearía estar ahora en cualquier otra casa, donde viven sin pensar en otros mundos” (p. 55). No he encontrado un mejor ejemplo de lo que supone una ausencia física y su abrumadora presencia psicológica en la cabeza de un niño o niña. Más adelante, cuando regresa a su familia y a su barrio, siente al mismo tiempo la ausencia de la madre y el alivio de la compañía de los suyos: “Aquí estamos; más solos, pero más unidos que nunca” (p. 102).

Cabe pensar que gran parte de los niños, niñas y adolescentes que, para su protección, han sido separados de su familia y del entorno correspondiente podrían estar experimentando el primer tipo de pérdida ambigua. Todo aquello que les era familiar (padres, parientes, amigos, maestros, mascotas, casa, escuela, objetos, incluso nimiedades para los adultos, como los sabores preferidos…) está físicamente ausente, pero psicológicamente presente. Un auténtico universo psicológico. El duelo por estas pérdidas ambiguas puede ser más doloroso para ellos al encontrarse en un entorno extraño y en ausencia de las personas que les son familiares. Los niños, niñas y adolescentes saben que su mundo, el único mundo que conocen, sigue existiendo y que continúa sin ellos.

Después de la publicación del libro de Pauline Boss, la pérdida ambigua y su manifestación en los niños, niñas y adolescentes que están en el sistema de protección y en los jóvenes ex-tutelados han sido objeto de consideración por parte de investigadores y de profesionales estadounidenses del ámbito de la familia y del cuidado alternativo.

Describiré sucintamente los resultados de dos estudios realizados con niños, niñas y adolescentes acogidos y con jóvenes ex-tutelados, basados en las propias opiniones y sentimientos expresados por los participantes en entrevistas semiestructuradas. En el primero de ellos, los investigadores pretendían saber si los síntomas de malestar emocional que presentaban estos niños, niñas y adolescentes se correspondían con los de un duelo por pérdida ambigua. En el segundo, se analizaron las implicaciones de su pérdida ambigua en su concepto de familia al salir del sistema de protección por mayoría de edad.

A continuación veremos dos propuestas para evitar o reducir las pérdidas ambiguas cuando los niños, niñas y adolescentes se encuentran en situaciones de riesgo o de desamparo, y algunas de las recomendaciones ofrecidas por los expertos para ayudar a estos niños, niñas y adolescentes a reducir la ambigüedad de estas pérdidas.

La pérdida ambigua en niños, niñas y adolescentes acogidos

Robert E. Lee y Jason B. Whiting[4] encontraron todos los síntomas asociados a la pérdida ambigua en una muestra de 23 niños y niñas entre 7 y 12 años, a los que se pidió que relataran su experiencia de ser acogidos, y en otra muestra de 182 niños y niñas entre 2 y 10 años, a los que se pidió que interpretaran unos dibujos que mostraban idílicas escenas de un cachorro de perro con su familia.

Algunos describían así su pérdida ambigua: “Estaba a punto de llorar cuando estábamos hablando de mi madre…No creo que la vaya a ver nunca. Ellos dijeron que la iba a ver, pero…” (p. 419).

Otros estaban indignados con su propia madre: “Me enojo cuando pienso que podría haberme cuidado mejor” (p. 420), con sus actuales cuidadores: “Te quitan a tus padres. Arruinan tu vida”  (p. 420) o con el juez que dictó la sentencia: “Dijo que me escucharía y nunca lo hizo. ¡Yo quería arrestar al juez!” (p. 420).

Otros mostraban confusión acerca de las razones por las cuales habían sido separados de su familia y sobre lo que sucedería en el futuro: “Creces con tus padres de acogida, piensas que son tus verdaderos padres y una vez que vas volviendo a tus verdaderos padres piensas ‘¿Qué diablos? ¿Quiénes son?’ Es difícil para un niño pequeño” (p. 420).

Las especulaciones sobre su futuro mostraban su incertidumbre y falta de control: “Tú tienes que seguir moviéndote, moviéndote y moviéndote hasta que finalmente alguien te para. Toda esa mierda” (p. 420).

Los conflictos de relación fueron reconocidos por muchos de ellos: “…Luego me fui porque la gente no podía tratar conmigo” (p. 421), así como el sentimiento de culpabilidad: uno de los niños cuya madre estaba en la cárcel pensaba que no volvería a verla hasta que “no mejore mi comportamiento” (p. 421), y la negativa a hablar sobre lo sucedido: algunos niños no quisieron ser entrevistados o decidieron no responder a determinadas preguntas (p. 421). Las idílicas imágenes de la familia perruna les sugerían tristeza, enfermedad y muerte, además de ver conflictos en todas ellas (pp. 421-425).

Jae Ran Kim, en su artículo “Ambiguous Loss Haunts Foster and Adopted Children”[5], añade otros síntomas de pérdida ambigua observados en estos niños, niñas y adolescentes: entumecimiento emocional, mal humor, falta de concentración, ambivalencia, indecisión, extrema sensibilidad a las pequeñas pérdidas cotidianas…, así como síntomas físicos tales como cambios en los patrones de alimentación, del sueño, incontinencia, etc.

Aplicando el marco teórico de la Pérdida Ambigua, muchas de las manifestaciones de malestar emocional (la ira intensa, sumisión, autosuficiencia emocional), podrían ser normativas y reactivas a una pérdida (experimentada como un abandono) no resuelta, propias de un duelo abierto que en los niños, niñas y adolescentes se convierte en una aterradora combinación de culpa, impotencia, ansiedad y miedo a ser abandonados de nuevo.

La pérdida ambigua en los jóvenes ex-tutelados

Un sueño no realizado, cuyo alcance es considerado vital, puede ser experimentado como una pérdida ambigua. La mayoría de nosotros hemos tenido la suerte de crecer en el seno de una familia razonablemente estable en su dimensión relacional, física y legal. Como consecuencia, asociamos la palabra hogar a un lugar y a unas personas con las que, desde nuestra más tierna infancia (desde la fase intrauterina), mantenemos vínculos inquebrantables (pase lo que pase) e incuestionables. La imagen es tan tentadora, ofrece tanto abrigo y seguridad que es natural que sea el sueño no realizado de aquellos niños, niñas y adolescentes que por los azares de la vida se han visto en algún momento desprovistos de estas figuras protectoras y, en consecuencia, se han sentido solos y en la intemperie.

Gina Miranda Samuels, en su artículo  de 2009 “Ambiguous Loss of Home”[6], trata de interpretar los relatos de una muestra de jóvenes ex-tutelados que habían salido del sistema de protección por mayoría de edad. A estos jóvenes se les preguntó cómo se sentían con respecto a su ideal de familia y el significado que para ellos tenía pertenecer a una familia.

En todos ellos encontró una misma idea de familia: una familia “real” y un lugar llamado “casa”. Al tratar de definir una familia “real” se referían a unas personas que las habrían cuidado desde siempre y con las que mantendrían lazos perdurables e inquebrantables. Y “casa” era para ellos el lugar habitado por estas personas y al que ellos tendrían libre acceso (llave) y libre disposición (abrir la nevera, cocinar, reír y comer juntos…). Evidentemente, estos jóvenes estaban hablando de un sueño anhelado, pero inalcanzable para ellos.

Mientras estuvieron acogidos, transitaron dos o más veces entre distintos recursos residenciales y familiares. Los repetidos intentos de vinculación y posterior desvinculación les desesperanzaban. Uno de los jóvenes entrevistados manifestaba lo siguiente: “…más que un sentido de hogar, tienes un sentido de supervivencia” (p. 1233). Su hogar ideal se iba alejando hasta convertirse en un quimera. A pesar de ello, siguieron pensando en que la clave estaba en regresar con su familia biológica al alcanzar la mayoría de edad. El último cartucho. Su libertad les permitiría ACTUAR por sí mismos e ir en busca de aquellas personas con las que construir una auténtica familia. De ahí su “lealtad vigilante”, rechazando sustituciones por miedo a traicionar a su familia de origen o a su irrecuperabilidad en caso de adopción.

Para ejecutar su plan, muchos de ellos trataron de conectar con su familia biológica. Sin embargo, en no pocos casos la realidad con la que se encontraron fue decepcionante. Más que la soñada conexión relacional, se producía un desencuentro porque las dificultades de los padres persistían y porque la concepción de vínculo familiar se adquiere durante la infancia temprana, cuando el niño o la niña es totalmente dependiente de los cuidados y del afecto de sus cuidadores.

Estos jóvenes daban una especial relevancia a la dimensión relacional de la identidad familiar, que es distinta y, a veces, independiente de las dimensiones física y legal. El sistema de protección se propone proporcionar al niño una familia estable en sus dimensiones física y legal (reunificación o adopción), y estaría prestando menos atención a la dimensión relacional.

Por otra parte, Samuels deduce que para estos jóvenes la separación de su familia biológica y su ubicación en diferentes hogares de acogida fue una experiencia traumática que conllevó sucesivas pérdidas ambiguas que no llegaron a tener ningún sentido para ellos.

¿Como evitar o reducir las pérdidas ambiguas sin comprometer la seguridad de los niños, niñas y adolescentes?

A pesar de los esfuerzos en sanarla, la herida de las pérdidas, tanto definitivas como ambiguas, en edades tempranas puede ser profunda y su manifestación extemporánea e inesperada. Su inmadurez emocional los hace demasiado vulnerables a las pérdidas de tal magnitud. Más que adaptables, los niños son “afectables”, como dice Francisco González Sala[7].

Escribe Sardà sobre su hermano pequeño, años después de la muerte de su madre y de la emancipación de los hermanos mayores:“Juan anda con gente perdida en el mismo laberinto mental. De libro. Juan, el que de niño parecía tan tranquilo, el que sonreía por todo[…]. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer?” (p. 238). Juan morirá a los 26 años en su “laberinto”.

La significativa correlación entre experiencias infantiles de pérdida de referentes y las dificultades emocionales de diversa gravedad en la edad adulta nos debe llevar a la conclusión de que la mejor pérdida es la que no se produce y que toda prevención es poca.

Excluyendo los casos graves de abuso sexual (6%) y de maltrato físico (16%) según el Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia. Número 23. Datos 2020 del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030[8], la mayor parte del maltrato que justifica que el niño sea alejado de su núcleo original es la negligencia por parte de sus progenitores, muchas veces atrapados en múltiples dificultades fuertemente entrelazadas entre sí. Es para este 78% de los casos para quien es necesario encontrar respuestas a la pregunta formulada.

La preservación familiar y el acogimiento familiar (con o sin parentesco) en la propia comunidad de origen, tal como lo propone Javier Múgica[9] dentro del manifiesto Siete Retos del grupo Renovando desde dentro, tienen la ventaja adicional de evitar que los niños sufran estas pérdidas ambiguas o sólo las estrictamente necesarias para su seguridad.

1- Evitar la separación. Apostar por la Preservación Familiar y la protección comunitaria

Las dificultades de las familias no vienen solas. Acostumbran a ser como una bola de nieve. La primera debilita para la siguiente. Si estás enfermo, si estás solo, si no tienes formación, si tienes un modelo de apego inseguro o fuiste victima de maltrato durante la infancia, si no tienes papeles, si no tienes fuente de ingresos suficientes, si no tienes un lugar seguro donde vivir… eres carne de cañón, tú y tu familia. Atender todas estas necesidades que dificultan el cuidado adecuado de los hijos es un compromiso del Estado que asume al ratificar la Convención sobre los Derechos del Niño (Artículo 4).

Sin embargo, para intervenir con la familia se espera a que se encuentren en situación de riesgo extremo y que alguien lo denuncie. Pequeñas intervenciones, que no tienen porque ser siempre técnicas ni formales, pueden llegar a tiempo para que un pequeño cambio, una pequeña ayuda, una mínima concienciación por parte de los padres, restablezca el equilibrio (concepto de Iñigo Martínez de Mandojana).

Desde los centros escolares se puede generar confianza y crear complicidades entre los docentes y los padres. En la película Hoy empieza todo [10](Tavernier, 1999), su protagonista, un empático, pero desbordado maestro infantil, se culpabilizará eternamente por no haber atendido a una madre, cuya problemática ya conocía, en el momento en el que ella se lo pidió.

Desde los centros de salud primaria se pueden detectar malestares emocionales en los niños, niñas y adolescentes y en sus familias que pueden mejorar con el simple hecho de compartirlos con el médico. No hay por que esperar a que te deriven a un servicio de salud mental.

Desde la propia red social (familia y vecinos) se pueden establecer relaciones informales de apoyo mutuo con ganancias logísticas y relacionales. En el acogimiento familiar se habla con gran solemnidad de crear una “Cultura del Acogimiento” centrada en sensibilizar a la sociedad sobre las necesidades de los niños, niñas y adolescentes tutelados. Teniendo en cuenta la importancia de la prevención, se hace necesario crear una cultura del acogimiento más amplia en la que toda la comunidad esté comprometida, “una cultura de vecindario” en la que el apoyo entre vecinos reduzca la necesidad de intervenciones profesionales. Sin embargo, se tiende a profesionalizar todo. En épocas no tan lejanas los niños y niñas iban libremente de una casa a otra; ahora van a actividades extraescolares y los ayuntamientos están abriendo servicios de canguro con profesionales contratados. Como indica Alberto Rodríguez en su artículo “Diseñando la mesa del cambio.¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños por desprotección infantil”, citando a Colapinto: “intervenciones especializadas pueden diluir el papel de la familia”[11]… y el de la comunidad.

2. Separar y dejar en el entorno. Apostar por el acogimiento en familia extensa y en la comunidad de origen

Llegado el punto en que hay que aceptar la imposibilidad de reparar el sistema familiar o que no se dispone de más tiempo para garantizar la seguridad física o psicológica del niño, niña o adolescente, se recurre en primer lugar a aquellos familiares (abuelos, tíos, hermanos mayores de edad, etc.) que puedan cuidarlo. El empleo masivo de estos acogimientos (en España hay 17.000 niños, niñas y adolescentes en Acogimiento Familiar, de los cuales 12.000 (70%) están en familia extensa) se ha producido por diferentes razones: regularizaciones de situaciones de hecho, mayor predisposición por parte de los familiares y menor coste económico.

Por encima de estas razones, hay que poner en valor su demostrado impacto positivo en los niños, niñas y adolescentes así acogidos, en los que se observan mejores resultados de salud mental y bienestar en general, así como una menor probabilidad de cese del acogimiento. Desde la perspectiva de la pérdida ambigua, la bondad del acogimiento en familia extensa residiría en la continuidad relacional, social y cultural que se ofrece a los niños, niñas y adolescentes en situación de desamparo (como explica Leandrea Romero-Lucero[12]). De este modo, los niños, niñas y adolescentes no se ven a sí mismos apartados ni estigmatizados, como si fueran ellos los autores de algún delito, y no experimentan otras pérdidas más que las estrictamente necesarias. Las mejores oportunidades que pretenden ofrecer otros tipos de acogimiento pueden no compensar los riesgos psicológicos que conllevan las otras muchas pérdidas.

Sin embargo, el apoyo que reciben estas familias es manifiestamente mejorable. No se trata de equipararlo a los apoyos que recibe el acogimiento en familia ajena con un mejor estatus social, sino de adecuarlo a sus necesidades económicas, de formación, de orientación y de acompañamiento que obviamente son superiores a las de aquellas. Estos parientes, sin llegar a ser negligentes, comparten muchas de las dificultades y limitaciones de los progenitores que han causado el maltrato, que, a su vez, se pueden ver incrementadas por el hecho de estar acogiendo a estos niños. Cuidar al cuidador o cuidadora es también una forma cuidar al niño, niña o adolescente.

¿Cómo reducir la ambigüedad asociada a la pérdida ambigua experimentada por los niños, niñas y adolescentes acogidos?

Las siguientes recomendaciones, recogidas en la literatura, podrían ayudar a los niños, niñas y adolescentes que por su seguridad han sido separados de su familia y de su entorno para ser ubicados en un acogimiento residencial o en familia ajena. No se trata de un catalogo de intervenciones terapéuticas, sino de una serie de consideraciones a tener en cuenta por todas aquellas personas intervinientes en el sistema de protección, sean o no profesionales.

El primer paso para ayudar a estos niños, niñas y adolescentes es identificar, reconocer y dar valor a sus pérdidas ambiguas.

El segundo paso es ponerse en su piel. Monique Mitchell, en su libro The neglected transition: Building a relational home for children entering foster care[13], antes de abordar cualquier aspecto de la transición desde la familia biológica al hogar de acogida, le pide al lector que piense cómo se sentiría en las mismas circunstancias o que recuerde su experiencia o la de alguien conocido. Más que empatía, se requiere compasión, entendida como activadora y moduladora de la intervención.

El tercer paso, el más importante, es dar adecuadamente a los niños toda la información posible. A diferencia de las pérdidas definitivas, que no requieren mayor información, las pérdidas ambiguas son un mar de dudas y de preguntas. El no saber nos crea una ambigüedad paralizante, que impide avanzar en cualquier dirección conocida o desconocida. En tales circunstancias todos pagaríamos lo que fuera por saber por qué, para qué, quién, cómo, dónde y cuándo. Desde el momento en que se le comunica a un niño, niña o adolescente que va a tener que alejarse temporalmente de su familia, no solo experimentará las pérdidas ya mencionadas, sino que iniciará un viaje hacia lo desconocido, al encuentro de lugares y de personas extrañas y, para ellos, inimaginables. El niño necesita saber el porqué de la separación, pero también lo que va a ser de él a continuación. Los niños, niñas y adolescentes pueden estar entumecidos por el impacto o no ser conscientes de lo que los angustia y, en consecuencia, no demandar esta información que tanto necesitan. Quizás lo hagan más adelante, incluso años más tarde. De nuevo, se hace necesaria la compasión, el ponerse en el lugar del niño, niña o adolescente para sentir lo que sienten, aunque no lo expresen, y adelantarse a sus preguntas con toda la información de la que se disponga. Con honestidad, afecto, respeto, flexibilidad y… compromiso. Ser adecuada y oportunamente informado puede reducir el miedo y la ansiedad que sienten, facilitando así el acceso a dar significado (sentido) al cambio y a la esperanza que les animará a continuar.

Por otra parte, cabe señalar, desde mi punto de vista, otros elementos clave en este proceso de acompañamiento:

.- Proporcionar una persona o familia con la que pueda establecer una vinculación segura y estable. No se trataría de minimizar, sino de evitar nuevas pérdidas que seguirán siendo ambiguas.
.- Redefinir el concepto de familia. Gina Samuels[14] escribe en relación a la pérdida ambigua del concepto de familia experimentada por los jóvenes cuando se encontraban tutelados: “la apuesta del Sistema de Protección por proporcionar una familia sustituta impidió una identidad dual inclusiva de múltiples lazos familiares y lealtades” y que para conseguir esta identidad dual “Es necesario concebir un tipo de familia que vaya más allá de los lazos de sangre sin que estos sean anulados”.
Incluso, cuando no es posible la reunificación, se podría proporcionar un sentido de continuidad y de permanencia relacional al mantener y valorizar las relaciones sanas con otros referentes secundarios (parientes, amigos, vecinos, maestros) mediante visitas, eventos, actividades, como indica Javier Múgica[15] en el anterior artículo publicado en este blog. A su vez, el modelo de intervención propuesto por Alberto Rodríguez[16] en su artículo puede ofrecer también ventajas adicionales en este sentido. Sentar a la familia de origen en la mesa de trabajo con el objetivo de que reconozca el maltrato causado, para así desculpabilizar al niño, podría también facilitar la continuidad relacional entre ellos.

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Para concluir

He abordado la pérdida ambigua en los niños, niñas y adolescentes en el sistema de protección en un modo genérico y desde entender el concepto de pérdida ambigua como toda pérdida que produce ambigüedad en sus diversos grados. Cada profesional decidirá sobre la entidad de estas pérdidas y los tratamientos oportunos para paliar sus efectos.

No obstante, acabaré parafraseando a Jordi Ripoll[17]: las consecuencias de una determinada intervención con un niño deben ser contempladas desde el principio ético de la no maleficencia; ante todo no hacer daño. Este principio obliga a la prevención de aquellos daños que no por ser considerados colaterales, son menores.
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[1]Boss, P. (1999). La pérdida ambigua. Cómo aprender a vivir con un duelo no terminado. Barcelona: Gedisa.

[2]Eastwood, C. (Director). (2008). El intercambio [Película]. Estados Unidos: Imagine Entertainment, Malpaso Productions, Relativity Media.

[3]Sardà, X. (2012). Mierda de infancia. Barcelona: Ediciones B.

[4]Lee, R. E., y Whiting, J. B. (2007). Foster Children’s Expressions of Ambiguous Loss. The American Journal of Family Therapy, 35(5), 417-428. Recuperado de: http://dx.doi.org/10.1080/01926180601057499

[5]Kim, J. R. (2009). Ambiguous Loss Haunts Foster and Adopted Children, publicado en la página web de NACAC (The North American Council on Adoptable Children), recuperado de: https://nacac.org/resource/ambiguous-loss-foster-and-adopted-children/

[6]Samuels, G. M. (2009). Ambiguous loss of home: The experience of familial (im)permanence among young adults with foster care backgrounds. Children and Youth Services Review, 31(12), 1229–1239. Recuperado de: http://dx.doi.org/10.1016/j.childyouth.2009.05.008

[7]González Sala, F. (noviembre, 2021). Del tránsito a la ruptura: claves a tener en cuenta [Ponencia]. V Congreso “El Interés Superior de la Infancia y Adolescencia” en Madrid. Recuperado de: https://www.acogimientoisn.org/ES/pages/Dia-11

[8]Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030. (2021). Boletín de datos estadísticos de medidas de protección a la infancia. Número 23. Datos 2020. Madrid: Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030. Recuperado de: https://www.mdsocialesa2030.gob.es/derechos-sociales/infancia-y-adolescencia/PDF/Estadisticaboletineslegislacion/Boletin_Proteccion_23_Provisional.pdf

[9]Múgica, J. (2021). RETO 2: “Van de un sitio para otro y viven sin conexiones a los suyos, a su entorno y origen”. Por una protección a la infancia comunitaria, ligada y pegada al entorno afectivo, familiar, social, cultural y a la comunidad. En Rodríguez González, A. (Coord.) y Múgica Flores, J. (Coord.). Renovando desde dentro. Siete retos y propuestas de mejora del sistema de protección de la infancia en España. Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/ Pp. 7-8.

[10]Tavernier, B. (Director). (1999). Hoy empieza todo [Película]. Francia: Les Films Alain Sarde, Little Bear, TF1 Films Production.

[11]Rodríguez, A. (2022). Artículo 4: “Diseñando la mesa del cambio.¿Qué tipo de intervención es más eficaz en la reparación de daños por desprotección infantil?”. En Renovando desde dentro. Recuperado de: https://renovandodentro.wordpress.com/2022/01/19/articulo-4-disenando-la-mesa-del-cambio-que-tipo-de-intervencion-es-mas-eficaz-en-la-reparacion-de-danos-por-desproteccion-infantil-por-alberto-rodriguez/ P. 6.

[12]Romero-Lucero, L. (2020). Addressing Ambiguous Loss Through Group Therapy. The Family Journal, 28(3),         257-261. https://doi.org/10.1177/1066480720929691

[13]Mitchell, M. B. (2016). The neglected transition: Building a relational home for children entering foster care. Oxford (Reino Unido): Oxford University Press.

[14]Op. cit., 1236.

[15]Op. cit.

[16]Op. cit.

[17]Ripoll, J. (2012). La separació infant-família i la proposta de mesura com a recurs de protecció infantil en l’Acolliment d’Urgència i Diagnòstic: qüestions ètiques. Girona: Fundació Universitat de Girona: Innovació i Formació / Fundació Campus Arnau d’Escala. Recuperado de: http://hdl.handle.net/10256/8021