Este niño lleva un reloj espía en clase.




La monitorización de los menores mediante llamadas secretas por el reloj es una violación de su intimidad, defiende Kepa Paul Larrañaga, presidente del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA). “Parece que en ningún momento se está hablando de un acuerdo entre las madres y los padres y sus hijos”, observa. 
En el dilema entre la protección y la autonomía de los menores, dice, “la carga de la prueba” está sobre la necesidad de autonomía de los niños. 
El sociólogo lamenta que mientras esa necesidad siempre parece requerir justificación, la protección —o la sobreprotección— parental es la norma.

El veto en un colegio asturiano de los ‘smartwatches’ que graban y sacan fotos abre el debate sobre control parental e intimidad.

Muestrario de smartwatches infantiles.
Muestrario de smartwatches infantiles. GETTY







Bruno Martín.
La vuelta al cole tras las vacaciones de Navidad ha traído una sorpresa al colegio concertado Montedeva, en Gijón. Tres alumnos de 5º de primaria (11 años) llevaban a clase juguetes nuevos y problemáticos: relojes capaces de hacer llamadas de emergencia, sacar fotos, grabar vídeo y que además permiten a los padres localizar e incluso espiar las conversaciones de sus hijos, gracias a una aplicación del móvil que sigue el GPS y controla el micrófono de forma remota. “En el claustro no teníamos conocimiento de que esta tecnología existía”, dice el director del centro, Miguel Marcos, que ha optado por prohibir los dispositivos para proteger la privacidad de alumnos y profesores.
El de Gijón puede ser el primer centro de España que censura los smartwatchesinfantiles, un aparato novedoso que no está regulado por el gobierno ni la Administración regional. Pero la decisión de este colegio ya ha puesto en alerta a otros profesores. “No somos conscientes de que haya habido otros casos, pero basta con saber de uno para que nos planteemos el debate. No vamos a esperar a que haya un problema grande”, comenta Emma Rodríguez, portavoz del sindicato asturiano de profesores Suatea y tutora de primaria en un colegio público de la localidad de Bimenes.
En Alemania, donde no se permite grabar conversaciones sin consentimiento, el gobierno prohibió la venta de estos dispositivos a finales de 2017 y pidió a las familias deshacerse de ellos. El precio de cada reloj ronda los 50 euros. Son atractivos para los padres porque les permiten saber en todo momento dónde están sus hijos, sobre todo los más pequeños que en muchos casos no tienen teléfono móvil. Desde el mapa de la aplicación, los adultos pueden delimitar un área de seguridad, de tal manera que si el reloj sale de esa zona, reciben una notificación con su ubicación en tiempo real.
Como los aparatos incluyen tarjeta SIM, los menores también pueden efectuar llamadas a un número reducido de contactos y, en muchos casos, los padres pueden iniciar una llamada silenciosa desde su propio móvil. Esta función es controvertida porque les permite escuchar lo que ocurre alrededor del niño. Por lo tanto, puede violar la intimidad del menor y de personas en su entorno, quienes no tendrán conocimiento de la llamada. Según Kepa Paul Larrañaga, sociólogo y presidente del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia, el mérito de esta tecnología se evalúa demasiadas veces “atendiendo a la perspectiva e intereses de las personas adultas”, y en un entorno que ignora la importancia de cultivar interacciones honestas entre los niños y quienes los cuidan.
“Lo más preocupante es que se vulnere la intimidad de los menores. Pero diciendo esto, también creo que empeorarían las clases si los profesores tienen que estar pensando que pueden ser grabados en todo momento”, opina Carlos Fernández, presidente de la Asociación de Profesores de Madrid. Desde la asociación denuncian que se valora poco la pericia de los docentes, quienes conocen mejor que nadie cada curso y su alumnado y deberían tener “la última palabra” sobre la utilización de los dispositivos electrónicos en el aula.
Los profesores no tienen constancia de que se los haya espiado en clase, pero consideran peligroso el uso que puedan hacer los menores de estos relojes. “Una niña de 10 años estaba haciendo fotos en el patio con su nuevo juguete, sin ninguna intencionalidad”, relata Marcos sobre el incidente de su colegio. “En principio no pasa nada, pero hay que tener cuidado por dónde pueden acabar esas fotos, cuando constatamos que hay niños de 10 y 11 años que ya están en redes sociales”, explica.
La preocupación no es solo porque los niños o los padres puedan hacer un mal uso de los relojes. Rodríguez también señala que son “fácilmente hackeables”. En octubre de 2017, la agencia de protección del consumidor en Noruega ya alertó de que muchos relojes infantiles transmitían y almacenaban datos sin encriptar. Esto podría permitir fácilmente el robo de información personal o la suplantación de la señal GPS para aparentar que el reloj está en una ubicación falsa. Además, Larrañaga apunta que se desconocen los intereses comerciales de empresas que también puedan tener acceso a los datos del reloj.
En el colegio Montedeva, que permite utilizar el móvil como instrumento pedagógico en los cursos de secundaria y bachiller, sostienen que la prohibición de los smartwatches en primaria no ha sido una medida reaccionaria. “Entendemos que no sirve de momento como herramienta educativa”, explica el director. “La tecnología va a un ritmo que a veces nos desborda a los propios docentes. Pero a las familias les pasa como a nosotros, igual no son conscientes de todas las posibilidades que tienen estos relojes”, concluye.
VIOLACIÓN DE LA INTIMIDAD: La monitorización de los menores mediante llamadas secretas por el reloj es una violación de su intimidad, defiende Kepa Paul Larrañaga, presidente del Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia (GSIA). “Parece que en ningún momento se está hablando de un acuerdo entre las madres y los padres y sus hijos”, observa. En el dilema entre la protección y la autonomía de los menores, dice, “la carga de la prueba” está sobre la necesidad de autonomía de los niños. El sociólogo lamenta que mientras esa necesidad siempre parece requerir justificación, la protección —o la sobreprotección— parental es la norma.



Experiencias mundiales de ciudadanía de la infancia y adolescencia, Publicación.


Maria de Fatima Pereira Alberto,
Antonia Picornell Lucas*,
Organizadoras.


João Pessoa 2018.
Copyright (c) 2018 Editora UFPB 

Co-publisher's ISBN-13 (24)
978-85-237-1332-4






Prefacio: 
SER Y ACTUAR COMO CIUDADANO O CIUDADANA EN LA INFANCIA
Lourdes Gaitán Muñoz*

La ciudadanía representa la colección de derechos y obligaciones 
que definen a los miembros de una comunidad.
Estos derechos y obligaciones abarcan el empoderamiento legal y la justicia, 
la participación política y la toma de decisiones, el compromiso social, 
los derechos económicos y el acceso a los recursos. 
La ciudadanía tiene dos aspectos complementarios: 
los derechos de ciudadanía y la práctica de la ciudadanía (IAWGCP, 2008: 3)

La elección del texto que encabeza este preámbulo se debe a varios motivos: 
el  primero, que fue elaborada por un grupo de representantes de organizaciones de infancia que trabajaban por la participación de niños y niñas en la región de Asia y Pacífico, 
el segundo, que  representa una combinación muy aproximada de los conceptos más clásicos de ciudadanía (Marshall y Bottomore, 1992) con los más actuales, representados, en este caso por Lister (2003).
El tercer motivo enlaza con la intención y el contenido de esta obra, esto es, mostrar cómo pese a un reconocimiento formal incompleto de los niños y niñas como titulares de derechos de ciudadanía, ellos y ellas actúan, en la práctica, como ciudadanos y ciudadanas activos.

Para comenzar es preciso hacer presente la idea de que el concepto de ciudadanía ha variado con el tiempo, acomodándose a los cambios que históricamente han acontecido en las sociedades humanas. Sin necesidad de remontarnos al periodo clásico de la antigua Grecia, podemos limitarnos a observar la evolución de este concepto a partir de mediados del siglo XX. La desgraciada experiencia  de haber sufrido los efectos de dos conflagraciones mundiales en el breve espacio de algo más de 30 años, propició el consenso que dio lugar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos por parte de la Organización de las Naciones Unidas, en 1948. Solo un año más tarde, en su famosa conferencia sobre Ciudadanía y Clase Social, T.H.Marshall propuso un esquema para distinguir los elementos que componen la ciudadanía (el civil, el político y el social) que ha venido a conformarse como equivalente a un modelo clásico, contrastado (y contestado) en casi cualquier debate sobre ciudadanía.

De la propuesta de Marshall se ha criticado que no pensaba en las mujeres, ni en otros grupos de población diferentes al de los hombres, trabajadores y blancos (Fraser y Gordon, 1992). También se ha dicho que la periodización que este autor señala en la aparición histórica de los tres tipos de derechos (primero los civiles, después los políticos y por último los sociales) se produce en orden inverso en el caso de los niños. Así, los derechos sociales (relativos a la educación, trabajo y protección) les fueron reconocidos primero, mientras que los civiles y los políticos aparecieron mucho más tarde, y como derechos a garantizar por los Estados. Más aún, cuando se refiere al  derecho a la educación, Marshall pone de manifiesto una visión de  la infancia como el estado de “aun-no-ser” adulto, y así lo concibe: …no como el derecho del niño a ir a la escuela, sino como el derecho del ciudadano adulto a haber sido educado (porque) la educación es un prerrequisito de la libertad civil (1992: 16).

Sin embargo, como venimos argumentando (Gaitán, 2018), ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos excluye a los niños y niñas, sino que se refiere en su articulado a “toda persona” (condición que no se les puede negar a ellos) ni la Convención sobre los Derechos del Niño de las mismas Naciones Unidas se refiere a otra cosa que a las obligaciones de los Estados para garantizar tales derechos. Si bien hay que decir que la Convención se quedó corta a la hora de asegurar también su ejercicio por parte de los niños, cargando las tintas, de nuevo, en las acciones protectoras, debido a lo cual niños y niñas tienen reconocidos unos derechos que no ejercen por sí mismos, sino que son ejercidos por otros, resultando ser así “derechos de beneficencia” y no “derechos de acción” (Gaitán y Liebel, 2011). A la vez, los derechos de los niños no están ligados a obligaciones por su parte, sea hacia los más próximos o hacia la comunidad. Esta asimetría en los términos de ese tipo de intercambio, el que opera normalmente en la vida social, trae como consecuencia que los derechos que se van “otorgando” a niñas y niños les aten con nuevos lazos de dependencia a sus benefactores, sean su familia o el Estado, quedando al margen la posibilidad de contar ellos por derecho propio, de entrar en un juego mutuo de valores y contravalores, intercambio solidario o cualquier otro que tenga que ver con justicia y equidad (Gaitán, 2006).

A partir de la propuesta de Marshall, la noción de ciudadanía se ha ido transformando, influida por los cambios sociales, pero también por las corrientes políticas dominantes a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado. Así se ha podido distinguir entre dos conceptos de ciudadanía fundamentalmente distintos: el concepto liberal por un lado y, por otro, el concepto republicano (o social) por otro.

El concepto liberal pone énfasis en la libertad individual del ciudadano, mientras que el Estado tendría como función la de garantizar la propiedad privada y los espacios de actuación del individuo, a través de constituciones y leyes, siendo mínimo su nivel de intervención en las cuestiones sociales. La participación de la ciudadanía en el espacio público es de tipo representativo, esto es, se limita a la emisión de su voto en elecciones periódicas, considerándose mucho más importante su papel en la esfera privada, ya sea en asuntos económicos o familiares.

Por el contrario, en el concepto republicano de ciudadanía cobra importancia la vinculación de la persona con la comunidad, y la libertad del ciudadano incluye la posibilidad de influir lo más ampliamente posible en todo lo que se refiere a asuntos públicos, en el marco de una democracia deliberativa y participativa. Del Estado se espera que intervenga en la sociedad con el objetivo de conseguir una igualación profunda, que permita disminuir las desigualdades fundadas en posiciones de poder social y económico, a través de medidas redistributivas, destinadas a conseguir una mayor justicia social.

Pero la evolución del concepto de ciudadanía no se detiene aquí, sino que se siguen incorporando al debate cuestiones derivadas del creciente pluralismo social y cultural que caracteriza a las sociedades contemporáneas, haciendo necesario, asimismo, sustituir la aceptación pasiva de los derechos con el ejercicio activo de las responsabilidades y virtudes ciudadanas (Kymlicka y Norman, 1997). Surgen así ideas como las de una ciudadanía activa o de una ciudadanía diferenciada.

Se habla también de la emergencia de nuevos tipos de actores, que plantean nuevas demandas y se implican en lo público de manera diferente, lo que también exige un replanteamiento de los modelos de participación política (Benedicto y Morán, 2002).

La cuestión que aquí nos interesa es saber si las niñas y los niños, cuya posición social no encuentra buen acomodo en una concepción de ciudadanía asociada a la condición de adulto jurídicamente capacitado, podrían tener reconocido su lugar como ciudadanas y ciudadanos de facto, participando activamente en la vida social
Cabe decir que cualquiera de los textos actuales que reflexionan sobre el significado de la condición de ciudadanía contemporánea podría leerse en clave de infancia. Sin embargo, el debate sobre la ciudadanía de las personas menores de edad está prácticamente ausente del debate general. Ello no es extraño porque, como ya afirmaba Chris Jenks hace años (1992) las asunciones ontológicas implícitas en los discursos de los científicos reflejan los valores que éstos comparten con sus coetáneos en lo que se refiere al estatus social y a la capacidad de los niños. Dicho de otra forma, los y las pensadores, investigadores, profesionales y científicos sociales son personas adultas que comparten con la mayoría de adultos de su época eseconcepto abstracto de “niño” universal, que se sigue viendo como un  ser humano en proceso, como alguien que “ya será” pero “aún no es”, como una persona en formación, dependiente, e incapaz de observar la realidad, formarse un juicio propio y actuar en consecuencia.

Es por ello que los investigadores y estudiosos de la infancia y la adolescencia tienen una cierta responsabilidad a la hora de poner de relieve el papel que desempeñan realmente los niños, niñas y adolescentes en la vida social, y asimismo conectar su agencia con las formas de ejercicio de la ciudadanía contemporánea que se debaten en el nivel teórico. Los artículos que se ofrecen en este libro constituyen una buena muestra de ese ejercicio de  responsabilidad de sus autoras y autores, como adultos tanto como científicos sociales.


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*Antonia Picornell Lucas y Lourdes Gaítán Muñoz 
son socias de la Asociación GSIA.

Revista GSIA, Enero 2019.

Hablando de Infancia y Adolescencia.


La Asociación GSIA edita una publicación periódica  y  digital
que analiza la actualidad recogida por los medios 
en relación a la infancia y la adolescencia, 
aportando nuestro propio enfoque 
con distintos secciones, artículos y columnas de opinión.



 Los deberes menoscaban los derechos de la infancia.

El derecho de participación es un derecho humano básico y uno de los cuatro principios fundamentales de la Convención sobre los Derechos del Niño.
Alcanzar su pleno disfrute es una tarea pendiente de nuestra sociedad. La nueva ley valenciana es un avance importante en esta dirección, al reconocer el efecto perjudicial que puede tener el exceso de deberes escolares en la participación activa de niñas y niños en la vida social y familiar. 

Acceso números anteriores de la Revista "Hablando de Infancia y Adolescencia".

También en la web puedes encontrar Documentación relativa a la infancia y la adolescenciaartículos, documentación, investigaciones, estudios,  legislación, etc.

“Infancia, migración y género. Cavilaciones sobre Chile”

Conferencia 
“Infancia, migración y género.
Cavilaciones sobre Chile” 

A càrrec de la Dra. Iskra Pavez Soto* 
19/02/2019,
     11:00h. 
 Sala de Juntes, 
Facultat de CC.PP i Sociologia, 
Dpt. Sociología, UAB.

CICLE SEMINARIS GEDIME 2019.

Centro de Investigación en Educación (CIE),
Universidad Bernardo O’Higgins (Chile),
Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico - FONDECYT 

*Iskra Pavez Soto. Doctora en Sociología (Universitat Autónoma de Barcelona), Experta en Políticas Sociales de Infancia (Universidad Complutense de Madrid), Diplomada en Estudios de Género (Universidad de Chile) y Trabajadora Social (Universidad Tecnológica Metropolitana).  
Es integrante del GSIA: Grupo de Sociología de la Infancia y la Adolescencia de España (http://www.grupodeinfancia.org), del Research Committee Nº 25 “Language and Society” y Nº 53 “Sociology of Childhood” de la International Sociological Association (ISA) y del Grupo de Trabajo “Migración sur-sur: corredores, flujos y dinámicas” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Sus principales líneas de investigación son los estudios de infancias, procesos sociales y educación, estudios de género y generacionales, el feminismo, el poder y el cuerpo, violencia sexual, movilidades humanas y migraciones transnacionales, intervención social y políticas públicas.
http://www.ubo.cl/cie/proyectos-y-publicaciones/iskra-pavez-soto/ 


La revuelta escolar calienta el debate ambiental en Bélgica.


Las huelgas de estudiantes en Bélgica 
en defensa de sus derechos de futuro:
 Los derechos de las Generaciones Futuras.
Ha habido marchas similares en Alemania, Australia, Canadá o Suiza.

Álvaro Sánchez
Anuna de Wever, con el móvil en la mano, se fotografía con manifestantes durante la marcha contra el cambio climático del jueves pasado.
Anuna de Wever, con el móvil en la mano, se fotografía con manifestantes
durante la marcha contra el cambio climático del jueves pasado.  REUTERS
Bélgica está sorprendida. Sus adolescentes se han lanzado a la huelga en los institutos y en esta ocasión no piden tasas educativas más bajas ni oportunidades de empleo al salir de las aulas. Desde hace tres semanas, miles de estudiantes de secundaria y bachillerato han dejado de asistir a clase los jueves y desfilan por las calles de Bruselas escoltados por la policía con un objetivo altruista: reclamar medidas efectivas contra el cambio climático. El crecimiento de la protesta es exponencial. El 10 de enero fueron 3.000 manifestantes, luego 12.500 y la pasada semana 35.000.

En la mañana de este jueves alumnos de todo el país han vuelto a reunirse para una nueva demostración de fuerza que ha congregado a 12.500 de ellos en Bruselas y 10.000 en Lieja. La cuestión climática ha aglutinado en Bélgica un descontento generacional tan poderoso como inesperado. Su potencia en la calle se ha vuelto imposible de ignorar. Y ha llevado la ecología a la agenda del primer ministro, Charles Michel, obligado a explicar en qué ha contribuido su Gobierno a frenar el deterioro del planeta. “Hemos hecho mucho, pero quizá no lo hemos sabido explicar demasiado bien”, justificó en el diario Le Soir.

Como en tantos otros movimientos, las redes sociales han sido claves en la organización de las marchas. ¿Por qué ahora? Una joven sueca tiene parte de culpa. A sus 16 años, Greta Thunberg inició en su país una protesta para apelar a los políticos a actuar contra los efectos del cambio climático. Decidió dejar de ir a clase los viernes y dedicar ese tiempo a sentarse ante el Parlamento con un cartel que rezaba “huelga escolar por el clima”. Su gesto no pasó inadvertido. Fue invitada a intervenir en la cumbre del clima de Katowice, y luego en el Foro Económico de Davos. Una frase demoledora lanzada a la cara de los líderes mundiales en la ciudad polaca terminó por convertirla en un icono para los defensores del planeta: “Estáis robando el futuro a vuestros hijos”.

Esa lúgubre advertencia impregna el movimiento en Bélgica. La flamenca Anuna de Wever, de 17 años, vio a Thunberg abochornar a los mayores y se propuso imitarla. Grabó un vídeo llamando a la huelga escolar por el clima y pronto se hizo viral en Facebook. Tras su llamamiento en redes sociales, su vida ha adquirido un ritmo frenético.
El domingo intervino al término de una marcha contra el cambio climático en Bruselas en la que participaron 70.000 personas. Se ha reunido con ministros. Aparece en televisión. Está escribiendo un libro. Y ayer viajaba en tren a Bruselas desde su Flandes natal para acudir a una reunión en el Parlamento belga. Desde su asiento en el vagón, explicaba por teléfono el sentir de su generación sobre el deterioro del planeta. “Los jóvenes están muy asustados. Por eso, cuando conocí el movimiento de Greta Thunberg, me inspiró y me dije que tenía que hacer lo mismo en Bélgica. Pensé que podía ser una revolución que nuestra generación luchara en cada país”. ¿Cuándo pararán las huelgas? “Cuando el Gobierno consensúe un plan de acción contra el cambio climático con expertos”, contesta De Wever.

Para el sociólogo Johan Tirtiaux, de la Universidad de Namur, si el Ejecutivo quiere contentar a los escolares debe evitar la autocomplacencia y dar una respuesta ambiciosa y concreta, perceptible en el día a día. “El sentimiento general es que se hace poco”, alerta. Tirtiaux dirigió en 2016 un macroestudio sobre las inquietudes de los jóvenes de entre 18 y 34 años basado en 30.000 entrevistas. El medio ambiente apareció como la primera preocupación por delante del acceso al empleo y la calidad del sistema educativo. Un síntoma del malestar que hoy empuja a las calles a los hijos, sobrinos o hermanos pequeños de los que respondieron.

Descolocados ante la corta edad de los manifestantes, hay quien ve en el movimiento una mera excusa para perder clase. "No creo en la caricatura de que sean vagos que no quieren ir al colegio", rebate Tirtiaux. El sociólogo ve muy ambicioso que puedan mantener el poder de convocatoria actual cada jueves, aunque una protesta muy diferente, la de los chalecos amarillos, suma 11 sábados seguidos en las calles de París. Aún así, Tirtiaux cree que no hay que subestimar el aviso de los adolescentes. "Hay que tomar en serio ese sentimiento de declive. Esta generación ha crecido en medio de un discurso de crisis muy fuerte. Un relato de que todo se deteriora e incluso será peor para sus hijos y nietos".

Habitualmente desconectados del debate político, la fuerza con que el mensaje de la joven Greta ha conectado con adolescentes de todo el mundo tiene pocos precedentes. Sin llegar a las altas cifras de asistentes de Bélgica, ha habido marchas similares en Alemania, Australia, Canadá o Suiza. De Wever confía en que el fenómeno se vuelva global: “Quiero animar a todos los estudiantes a sumarse. Es importante que hagamos esto juntos”.

Tres mujeres al frente del movimiento


El despertar contra el cambio climático en los institutos está liderado en Bélgica por tres mujeres. En Flandes, Anuna de Wever (17) y Kyra Gantois (19). En Valonia, Adélaïde Charlier (18). Ellas coordinan la estrategia en redes sociales, negocian el recorrido con la policía, preparan la logística y lanzan los discursos. “Hay una enorme brecha entre lo que debemos hacer contra el cambio climático y lo que se hace”, lamenta Charlier, quien cree que las movilizaciones no son una moda pasajera. “Los jóvenes están muy sensibilizados con la causa del clima”.

MÁS INFORMACIÓN

Cultivar el amor por la vida.










Cultivar el amor por la vida
La suma de sedentarismo, uso excesivo de dispositivos electrónicos y falta de contacto con la naturaleza produce un coctel perjudicial para el bienestar físico y psicológico infantil. La insuficiente conexión con el medio natural es especialmente preocupante en entornos urbanos. Reanudar una rica relación con la tierra es asunto de todos, y la escuela puede jugar un papel esencial, para evitar una infancia enclaustrada.


La creciente urbanización y el estilo de vida moderno están alejando progresivamente a los niños y las niñas del contacto con la naturaleza, en un sentido amplio (de personas, animales, vegetales, minerales).

En los últimos 30 o 40 años los niños y las niñas han perdido amplios márgenes de libertad y autonomía porque las calles se han convertido en lugares por los que transitar (más que en espacios donde simplemente estar) y parecen llenas de peligros. Contaminadas y ruidosas, sin solidaridad vecinal ni lugares salvajes, las ciudades no resultan acogedoras para la infancia. Al mismo tiempo, existe una gran inquietud por su seguridad, así como por su capacidad de adaptación al futuro mundo laboral: las crecientes exigencias sociales y académicas pretenden evitar la amenaza de exclusión, en una economía globalizada que destruye los recursos del planeta y cada vez es más competitiva. Todo lo anterior mantiene a los niños recluidos en sus casas, escuelas y centros de actividades, casi siempre bajo la dirección de adultos, o abducidos y sobreestimulados por el resplandor de las pantallas.

Un estudio reciente de la Universidade do Minho (Portugal) asegura que los menores de 12 años pasan 76% de su tiempo sentados o acostados, sin que la actividad física que realizan (generalmente deportes organizados) sea suficiente para contrarrestar los efectos negativos del sedentarismo. Permanecer la mayor parte del día en espacios cerrados, rodeados de una realidad artificial, virtual y abstracta, privados de suficiente interacción directa, concreta y sensible con otros seres vivos (lo cual incluye también a sus iguales), podría ser la causa principal de muchos de los desórdenes físicos y psíquicos que aquejan a la infancia: falta de sueño, problemas respiratorios, miopía, alergias, obesidad, retrasos en el desarrollo sensorial y motor, trastornos del comportamiento o el aprendizaje, estrés y ansiedad. El organismo infantil en crecimiento es extremadamente sensible y delicado y se ve negativamente afectado por las condiciones ambientales (tráfico, polución atmosférica, etcétera) y por la imposibilidad de satisfacer sus necesidades de tacto, movimiento, juego y relación.

En cambio, según estudios de psicología ambiental, la mayor parte de esos síntomas mejora en contacto con el entorno natural, que les permite, además, desarrollar todas sus capacidades físicas, intelectuales, sociales, creativas, afectivas, etcétera.
Separados del mundo, los pequeños pierden su sentido innato de filiación con lo vivo y suelen desarrollar lo que David Orr denomina biofobia, es decir, aversión hacia un entorno que perciben como inerte, sucio y peligroso: les asustan los bichos, les da asco la tierra, temen sufrir un accidente si se suben a un árbol. Estos miedos, generalmente adquiridos, confirman y mantienen la necesidad de vivir separados del medio ambiente.

También padecen lo que algunos autores califican de analfabetismo ecológico: conocen más nombres de Pokémon (o de marcas comerciales) que de plantas y animales de su entorno local; si les preguntas de dónde viene la leche, responden que “del tetrabrik” e incluso perciben con más facilidad el sonido de los motores (y son capaces de identificar de qué vehículos proceden) que el silbido del viento.

A veces, huyen de unas enseñanzas sobre ecología y medio ambiente que en lugar de acercarlos a la naturaleza los alejan aún más, porque utilizan la tecnología, como único soporte, y discursos francamente catastrofistas que los asustan y los deprimen. “¿Cómo vamos a salvar la tierra, con lo mal que la estamos tratando?”, se preguntan desconsolados.

En estas condiciones, algunos autores como Cris Rowan cuestionan que la educación que reciben los chavales de hoy sea la más adecuada: “¿Podrá la futura generación desarrollar todo su potencial? ¿Será capaz de satisfacer sus necesidades? ¿De hacer frente a los desafíos? ¿De crear relaciones sociales sólidas y satisfactorias?”

Escuelas sin paredes
La escuela se identifica habitualmente con el edificio que la contiene, un inmueble cerrado al medio natural y social que lo rodea, con grandes ventanales, largos pasillos en los que se distribuyen las aulas y un patio encementado, rodeado de un muro o de una verja. Sus características determinan, y ayudan a reproducir, un tipo de aprendizaje intelectual, abstracto, bisensorial (basado en palabras, imágenes y esquemas), descontextualizado, segmentado, dirigido desde fuera, centrado en los resultados, con cadencias rápidas y estandarizadas, así como con formas de convivencia basadas en la autoridad, la jerarquía y la disciplina externa.

La de hoy es una escuela pensada tradicionalmente para domesticar a la infancia salvaje de principios del siglo pasado, mientras que los hipercivilizados niños y niñas de hoy necesitan con urgencia poder moverse libremente, jugar con espontaneidad, mojarse, tocar, mancharse, subir a los árboles, escalar, esconderse, explorar un territorio, seguir rastros, hacer mapas, encontrar atajos, descubrir tesoros, construir refugios y fuertes, cazar, pescar, crear pequeños universos imaginarios, cuidar y cultivar plantas y animales, descubrir misterios y vivir aventuras… Actividades que los cachorros de Homo sapiens han venido realizado espontáneamente a lo largo de cientos de miles de años. Además, no siempre se ha enseñado y aprendido en interiores. Desde la más remota Antigüedad, árboles, bosques y otros espacios naturales han ofrecido inmejorables escenarios para el crecimiento humano, personal y social. Durante siglos la naturaleza ha sido nuestra mejor maestra.

Conscientes de esta riqueza y de las acuciantes necesidades de la infancia de hoy, países europeos como Alemania, Escocia o Dinamarca están empezando a transformar sus sistemas educativos con el objetivo de impartir todo el currículo de infantil, primaria y secundaria, en bosques y otros espacios verdes.

Muchas escuelas, también en nuestro país, eligen instalarse directamente en el medio natural: convierten sus patios en huertos, jardines, bosques y granjas; sacan las aulas al aire libre; llevan seres vivos y materiales naturales a las clases; aprovechan los espacios verdes o las granjas y las explotaciones agrícolas de su entorno para fomentar el bienestar y el aprendizaje de sus alumnos. Las posibilidades son infinitas y, generalmente, muy beneficiosas por humildes que sean: cuidar unas plantitas o unos pollitos, colocar un banco a la sombra de un árbol situado al otro lado de la verja del patio, para que los alumnos pueden charlar y descansar, salir a estudiar los tipos de hábitats a la dehesa cercana, etcétera.

Poco a poco, niños y niñas empiezan a construir una conciencia más amplia de sí mismos, no de individuos aislados, sino de seres vivos en relación de interdependencia con los demás, inmersos en una “red de vida” que teje y conecta todo con todo, y en la que tan importante y necesaria es la araña como el océano, y en la que todas las criaturas merecen idéntica dignidad y respeto.

Educar en tiempos revueltos
En estos momentos, la educación parece haber reducido su finalidad principal —y, desgraciadamente, no sólo para los legisladores— a la inserción de las futuras generaciones de trabajadores y trabajadoras —los actuales alumnos y alumnas— en un voluble y arbitrario mercado laboral, de cuya agresividad y nivel de exigencia dependerá la competitividad de las naciones. Las matemáticas, el inglés o la informática, practicadas de la forma más tradicional y eficiente posible, aparecen como los únicos valores seguros, en un mundo en crisis. Pero el tipo de conocimientos y destrezas que las personas necesitan adquirir para desenvolverse en una sociedad, varía mucho según las culturas y los momentos históricos.

En la famosa carta que los jefes de las Seis Naciones (tribus indígenas de América del Norte) dirigieron al gobierno de Virginia, durante el tratado de Lancaster (1744), declinaban amablemente la invitación de enviar a sus hijos a estudiar en una universidad americana, argumentando que su idea de la educación era muy distinta de la de los “hombres blancos”: “[La última vez] nuestros jóvenes volvieron a sus casas siendo pésimos corredores, con un absoluto desconocimiento de la forma de vivir en los bosques, incapaces de pasar frío o hambre, construir una choza, cazar un venado o matar a un enemigo. Hablaban mal nuestro idioma y no estaban hechos para ser cazadores, guerreros ni consejeros. No servían para nada”.

La escuela actual, excesivamente academicista, está pensada para “formar a profesores de universidad que utilizan sus cuerpos para transportar sus cabezas”, ironiza el escritor inglés Ken Robinson. No tiene en cuenta la (bio)diversidad de formas de inteligencia humana (posiblemente tantas como personas) ni la de ocupaciones y culturas. La casi total ausencia de actividades manuales, por ejemplo, indispensables para el equilibrio general de las competencias, pone en peligro el desarrollo integral de los alumnos y aboca, a muchos de ellos, a un estrepitoso fracaso, con la consiguiente pérdida de autoestima.

Para que nuestros alumnos sean capaces de enfrentar los desafíos y los cambios drásticos que, muy probablemente, les presentará la sociedad del futuro, deberíamos integrar, con urgencia, otro tipo de competencias, como señala la educadora escocesa Claire Warden: “Necesitamos desarrollar y transmitir conocimientos que nos ayuden a llevar vidas sostenibles”, es decir, existencias sencillas, equilibradas, capaces de satisfacer sus necesidades con un mínimo de recursos y, especialmente, de residuos, responsables y respetuosas con el medio ambiente, los demás seres vivos y las generaciones futuras.
También los teóricos de la llamada “Economía para la Transición", como Jonathan Dawson, encuentran imprescindible establecer lazos más estrechos y saludables con la tierra, el entorno local y la comunidad de vida cercana, si queremos asegurar el futuro del planeta y de nuestra especie. Habilidades de subsistencia, como cultivar un huerto ecológico, reciclar y reparar materiales, utilizar energías renovables; sociales, como trabajar en red, facilitar grupos, negociar, resolver conflictos, y económicas, como crear y organizar sistemas de intercambio y financiación complementarios (monedas locales, bancos de tiempo, microcréditos, etcétera) que podrían favorecer la resiliencia de los grupos humanos frente a las cada vez más profundas e impactantes crisis del capitalismo financiero, y contribuir al proceso de cambio hacia un modelo que hunda su raíz en un entorno local, más ecológico, social, comunitario y biodiverso.

Cuidar y valorar la tierra
El aprendizaje de la sostenibilidad, del respeto hacia todos los seres “sintientes” y, en definitiva, de una nueva relación con la tierra, no puede residir exclusivamente en el conocimiento intelectual. Es preciso apoyarse sobre la base afectiva de amor y empatía hacia el resto de las criaturas con la que venimos al mundo todos los seres humanos. Algo que, desde nuestra más tierna edad, nos impulsa a buscar, para jugar y relajarnos, la compañía de animales y plantas, a soñar con ellos o a preferir los espacios abiertos, naturales, con agua y árboles, más que los entornos construidos.

Esta tendencia innata de vincularnos positivamente con la vida y con los procesos vitales tiene su origen en la necesidad de supervivencia de la especie, y puede (o no) ser fomentada por la educación y la cultura. Así, los estudios de las biografías de personas que han dedicado su vida a la defensa del medio ambiente demuestran que las vivencias infantiles tempranas, de contacto y armonía con la tierra, son determinantes para el desarrollo de una sensibilidad ecológica.

El cuidado y la estima son la expresión activa de una sensibilidad que nos lleva a conectar con la naturaleza y a valorar todo lo que aporta a nuestras vidas en lugar de mantenerlo oculto, simplemente porque no se le suele asignar un valor económico. Empezar a visibilizar y a valorar toda la riqueza y la prosperidad que representa la biodiversidad vegetal, animal y humana es nuestra mejor garantía para un presente y un porvenir más amables para todos.

Heike Freire*
* Periodista, formadora, asesora y ponente internacional. 
Contacto: http://educarenverde.blogspot.com
Artículo publicado originalmente en Cuadernos de Pedagogía, n. 439, noviembre de 2013.
Miembro Asociación GSIA.

Para saber más
. Corraliza, José A. y Silvia Collado (2012), Naturaleza y bienestar infantil, Coruña, Hércules de Ediciones y Fundación As Salgueiras.
. Dawson, Jonathan, Ross Jackson y Helena Norberg-Hodge (2012), Economía de Gaia. Vivir bien dentro de los límites del planeta, Teruel, Ecohabitar.
. Louv, Richard (2012), Volver a la naturaleza, Barcelona, RBA.
Warden, Claire (2010), Nature Kindergartens, Edimburgo, Mindstretchers.