Las situaciones de dificultad económica conllevan un mayor riesgo de mala salud mental de los progenitores y ésta también se asocia a una peor salud mental de sus hijos e hijas. La correlación se ha mostrado más fuerte en situaciones de pobreza material grave y alta inseguridad alimentaria.
23/10/2024
Numerosas investigaciones han evidenciado que los niños que crecen en un hogar de posición socioeconómica desfavorecida tienen menos oportunidades de desarrollo, sobre todo en la dimensión cognitiva, pero también en la emocional o de comportamiento. Otras investigaciones han matizado que las dificultades económicas aumentan los trastornos psicosociales de los niños incluso por efecto de la mala salud mental de sus progenitores. Así, la preocupación de los adultos por no disponer de recursos económicos suficientes dificulta una crianza adecuada. El estrés económico incrementa los conflictos de pareja y favorece prácticas parentales inconsistentes, ya sean más rígidas o más laxas. Otros condicionantes son también importantes para el desarrollo máximo de los niños, en concreto, la diferencia entre recibir o no ayudas públicas, la calidad de las escuelas y/o el entorno de barrio. Para conocer la interrelación de algunos de estos elementos se ha analizado una muestra representativa de los hogares con niños de la Encuesta de Salud que elabora la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB) en la ciudad del año 2016, cuando todavía persistían los efectos de la crisis económica, con tasas de paro en torno al 27% (2012).
El estudio ha analizado tres tipos de dificultades económicas en el hogar: la situación de empleo de los padres y/o madres, la pobreza material y la inseguridad alimentaria. Se trataba de comparar cómo afecta alguna de estas situaciones a la salud mental de los progenitores y, por extensión, a sus hijos. En todos los casos se ha mostrado cómo las situaciones de dificultad económica conllevan un mayor riesgo de mala salud mental de los progenitores y ésta también se asocia a una peor salud mental de sus hijos e hijas. La correlación se ha mostrado más fuerte en situaciones de pobreza material grave y alta inseguridad alimentaria. También se ha demostrado que los progenitores con mayor riesgo de mala salud mental ejercen un estilo parental más inconsistente con sus hijos e hijas.
Para precisar más estos efectos negativos sobre el bienestar psicosocial de los niños, es posible diferenciar los problemas en dos dimensiones: por un lado, la dimensión que exterioriza el malestar de los niños, por ejemplo, en forma de agresividad, carencia de atención y/o conflictividad relacional; por otro, la dimensión que interioriza el malestar en forma de sentimientos de retraimiento, tristeza y otros efectos emocionales adversos.
Por lo que se refiere a la primera dimensión (exteriorización del malestar), se demuestra el peso de la mala salud mental de los progenitores en la mala salud mental de los niños que se encuentran en dificultades económicas. Pero, en cambio, en lo que se refiere a la segunda dimensión (interiorización del malestar) la asociación entre sufrir dificultades económicas en el hogar y los problemas relacionados con la depresión del niño es directa (es independiente del estado de salud mental de los progenitores). Esta relación directa puede estar relacionada con el hecho que los niños sufren directamente las dificultades económicas, por ejemplo, en los cambios en la rutina de las comidas, o en una menor disponibilidad de alimentos que a su vez comporta debilitamiento físico e incide en el sentimiento de retraimiento o tristeza de los niños. Una situación de pobreza persistente también agrava este mecanismo de depresión del niño.
En paralelo a estos resultados, otros estudios también han detectado asociaciones entre situaciones de pobreza persistente y problemas de hiperactividad, disminución en el autocontrol y un empeoramiento en las relaciones interpersonales de los niños. Desgraciadamente, las limitaciones muestrales no nos han permitido conocer si los efectos sobre la salud mental de los niños y niñas de sufrir dificultades económicas son más intensos en determinados subgrupos de hogares. Sin embargo, se han podido observar indicios que indican que los hogares monomarentales son los de mayor riesgo de padecer pobreza. Tampoco se ha podido discernir si los efectos en los niños se diferenciaban según la relación con la madre o con el padre, ya que, como la literatura indica, cambia según quien asume roles del hogar, cuidados y/o del trabajo remunerado. En cualquier caso, la conclusión es clara: los niños que viven en hogares más desfavorecidos experimentan menos bienestar psicosocial e interiorizan ese sentimiento.
Para analizar la influencia del entorno de barrio se utiliza la opinión de los progenitores sobre si consideran que el barrio dónde viven tiene un problema de violencia. Aunque con limitaciones, con este indicador hemos querido captar la importancia de la calidad del entorno de barrio en la salud mental de los niños más allá de las dificultades económicas del hogar. Los resultados muestran cómo la opinión sobre la violencia en el barrio se asocia en todos los casos con una mala salud mental de los progenitores y también de los niños. Con coincidencia con otros estudios, uno de los aspectos que los niños más valoran es un entorno seguro, tanto en la escuela como en los barrios. Tal y como muestran los últimos análisis de la Encuesta de Bienestar Subjetivo de la Infancia en Barcelona (año 2021), sentirse seguro o segura es la variable que más se vincula a la satisfacción con la vida por parte de los niños.
El bienestar mental y físico de los niños es relevante, no solo para su presente, sino también porque tiene consecuencias en su vida adulta. Los niños que crecen en entornos económicos desfavorecidos tienen una mayor probabilidad de desempeñar trabajos precarios con menores ingresos y tener peores indicadores de salud, entre otros efectos negativos.
Diversas líneas de intervención son factibles para preservar la mejor salud mental posible en niños y niñas. Primeramente, desde el punto de vista de las finanzas familiares, el alivio de la falta de recursos, sea por incremento o extensión de salarios mínimos, vía reducción de tasas, o por el impulso de programas de transferencias para necesidades o de otros similares, tendrían el potencial de mejorar la salud mental de los padres y/o madres y, por tanto, también la de sus hijos. También son favorables las políticas públicas que facilitan la provisión de bienes y servicios de calidad a los niños, como las ayudas a los comedores escolares y al cuidado de los menores de edad, asegurar la accesibilidad a guarderías o una mayor flexibilidad laboral que facilite la conciliación familiar. Una segunda línea de acción son las intervenciones que combinan la educación de progenitores y niños, o también las que se dirigen a mejorar las habilidades parentales, que requieren menos recursos que las dirigidas a ambas generaciones. Por último, se recomiendan las actuaciones urbanas destinadas a promover entornos seguros, saludables y de ocio enriquecedor, como son los espacios jugables, los entornos verdes y de calidad.